Parte 05: Vivo & Muerto A La Vez
Hinata creyó que la respiración se le cortó de golpe. La figura aliviada de Tobio de verlo ahí mismo lo hizo temblar, su corazón se meció a un ritmo desconocido y sus pequeñas manos se aferraron a las sábanas blancas que cubrían sus piernas.
Era increíble como podía sentirse feliz de verlo justo ahí, se sintió lleno, con sólo observar esos oceánicos ojos azules, su alta mirada y sus facciones serias al tratar de regular su respiración, se iban llenando cuando entró por completo a la enfermería, y detrás de él cerró la puerta. El sonido de la puerta al recorrerse y chocando con el final de su trayecto, el mundo al exterior dejó de importar, y ahora sólo existían ellos dos. No había espacio para nadie más, a pesar de que en el corazón de Shoyo, todavía existiera su enamoramiento por Sugawara, derritiéndose suavemente por el flujo del tiempo y la presencia de su rival amoroso.
Qué cliché, estúpido y sin sentido era todo eso.
—Me has encontrado —añadió en medio de una risa algo dolorosa Hinata, como si las palabras le pesaran y la boca se le secará.
«No quiero verte justo ahora», cruzó por la mente de Shoyo, sintiendo como su corazón se retorcía en su pecho y algo lo jalaba hasta el punto más bajo de su propio corazón. No era justo, era muy injusto.
—¿Te duele tu estómago? —Tobio aseveró lo último, saltándose la frase ajena y tentando con su mano derecha la puerta blanca de la enfermería, queriendo encontrar el pequeño sitio hundido donde se abría la puerta y se encontraba el seguro de la puerta. La encontró después de un rato, el silencio se hundió entre los dos, y sólo se oyó el pequeño click de la puerta cuando los dos fueron encerrados por el mismo Tobio.
Hinata se percató de eso, sus cabellos alborotados y su piel se erizaron. Vio la timidez en la que su acompañante actuó, apartándole la vista para llenar sus mejillas rojizas, sacando sus manos de las puertas y llegando a su propio uniforme bien abrochado de color negro, empezó a jugar con su segundo botón, tomándolo entre sus dedos y dejando que el brillo amarillento del mismo le irradiara una extraña calma.
Shoyo quiso llorar: sabía que eso pasaría en cualquier momento. Le apartó la vista al mayor de golpe, enfocando su mirada en el pequeño buró que estaba a un lado de la ventana y pegado a la camilla. Un vaso con agua que la enfermera le regaló, un termómetro que no fue utilizado con él, y un calendario de esos donde pasabas la hoja dependiendo del día.
Shoyo vio ese número... ese número...
La respiración se le paró de golpe, la voz se le agitó dentro de su boca, encerrándose en su pecho y el 15 de julio empezó a rondar su mente. Todo su cuerpo empezó a temblar y las ganas de ponerse a gritar se hicieron cada vez más fuertes, su boca se secó y su dolor imprescindible se hizo la sensación más asquerosa.
En algún momento de ese día, vería morir a Kageyama o Kageyama lo vería morir a él.
Aterrador.
Aterrador.
Aterrador.
Se puso pálido y la voz no escapó de sus cuerdas vocales. Kageyama levantó sus rasgados ojos azules y notó las acciones temblorosas ajenas. Shoyo parecía un pequeño minino asustado y su mano que perdió fuerza, se estiraba hacia el calendario que marcaba de la fecha del día de hoy.
El de hebras naranjas se esforzó en sonreír, imposible. La mueca se salió de su control y sólo salió una curvatura nerviosa que se hundió en unas aguas donde no había escapatoria, un cosquilleo se sembró en su cuerpo, sudó frío y sus ojos traicionando su actuación, le nublaron la vista y sólo vio una mancha borrosa que era un número aterrador al girar el calendario de un modo en que no pudiera verlo.
Tobio notó esas extrañas acciones, pero no dijo nada, sólo tomó la decisión de acercarse a él, enderezando su cuerpo para mover sus piernas, queriendo llegar a sentarse en la pequeña silla que estaba en medio de la camilla.
Shoyo le seguía evitando la mirada, Kageyama no podía decir con certeza qué tipo de rostro estaba haciendo, pero era lógico que no estaba bien, al ver como sus hombros se movían levemente de arriba a abajo, tras los temblores desatándose y el sollozo certero escapándose.
Tobio se preguntó si podría cumplir la promesa de esperarlo.
El tiempo estaba encima.
—¿Te sientes bien? —interrogó, con su voz rasposa queriendo unirse al momento exacto en que una persona se quebraba. Hinata se sobresaltó al sentir la voz demasiado cerca, ni siquiera dándose cuenta o escuchando sus pasos cuando se acercó y posó su trasero en la silla. Shoyo se giró para verlo.
Ahí, Kageyama no pudo evitar ocultar su sorpresa, sus pupilas se dilataron y el azul capturó la imagen vivida de un alegre joven de preparatoria con los ojos húmedos, las lágrimas delgadas acariciando sus mejillas, y quedándose mudo al no saber qué decir.
—Kageyama —dijo por fin algo, soltando un diminuto gemido de dolor al verse desesperado. Ésa era la primera vez que lloraba de desesperación, porque estaba acorralado.
Estaba tan feliz de verlo, de estar con él, a solas, pero...
Tobio se puso de pie de golpe, siendo testigo de como el número diez recogía sus piernas, doblándolas y haciéndose bolita al abrazarse a ellas. Hundió su cabeza para que no fuera visto y sollozó con suavidad.
—¿Hinata? —Tobio se acercó a él tras haberse puesto de pie, sus manos abiertas tratando de protegerlo quisieron llegar al pequeño cuerpo aterrado del chico de hebras naranjas que estaba sollozando, preso del pánico y acorralado.
Todo era su culpa.
—Estoy tan feliz de verte, Kageyama... —comunicó Shoyo, en medio de su jadeo silencioso de ayuda, deteniendo las intenciones ajenas de tocarle, tensando sus músculos y deteniendo sus manos a unos centímetros de tocar uno de los brazos de Shoyo que se aferraban a su cuerpo—. Estoy tan feliz de tenerte a mi lado justo ahora, que no puedo evitar creer que sucederá algo malo —atestiguó sus experiencias pasadas, recordando la felicidad pasajera del inicio del ciclo, donde su voz lo calmaba, donde sus manos se unían, el camino a casa, la carrera matutina, sus palmas acunando el rostro bonito del armador y sus palabras intercambiadas.
De repente, todo se iba por la borda.
Kageyama escuchó esas palabras, la sorpresa contenida en sus facciones se hizo más marcada y sus manos bajaron lentamente de sus costados, sin querer tocar el cuerpo aterrado de Shoyo.
Tobio le apartó la vista y se guardó sus manos en sus bolsillos. Tomó aire, y se preparó para hablar.
—Alguien me dijo, que los momentos felices casi siempre son olvidados por los humanos —citó con suavidad, las palabras que alguien le dijo en algún momento. Esa persona es muy importante para él, y sus labios se movieron en querer ayudar a la persona que le gustaba. Shoyo levantó su rostro a una velocidad impresionante, sintiéndose tembloroso y con sus ojos rojos por llorar y parte de las sábanas y brazos húmedos, fue que pudo mirar con sorpresa a Tobio—. Las personas siguen anhelando la felicidad a pesar de haberla obtenido muchas veces, para olvidarla rápidamente al obtenerla y centrarse en las cosas tristes.
Hinata tuvo un respingo ante ese extraño déjà vécu que lo golpeó de frente y todo su cuerpo reaccionó con cierto miedo engatusado en sus facciones, al ver como el gesto lleno de tristeza de Kageyama volteó para verlo, con sus ojos entrecerrados y el leve color rojizo lo golpeó en su corazón.
—Por eso, estoy atesorando estos pequeños momentos a tu lado —dibujó sus palabras con una facilidad impresionante, deteniendo sus palabras unos segundos antes de que el golpeteo de su cuerpo al titubear, dejara de lado todos sus instintos reprimidos que trató de poner frente a su cordura, e inclinó su cuerpo, posando sus dos manos sobre el colchón y hundiendo la cama un poco más.
Pero Hinata no le prestó atención a eso, en su lugar, sintió como todo su mundo se deshizo en pedazos y se armó en un segundo. Sus rostros estaban demasiado cerca de tocarse, sus narices a milímetros de rozarse, su respiración cortándose en el acto y mezclándose con la de Kageyama. Shoyo sintió un hueco en su estómago y las mariposas aprovecharon para revolotear en ese sitio, sus labios se movieron con lentitud, sin poder articular palabra, y el mundo alrededor de los dos, simplemente dejó de girar.
—Creo que todo esto es mi culpa —comenzó Kageyama a contar los hechos, posando una de sus manos en el bonito rostro del chico que le gustaba, y comenzó a limpiarle las lágrimas de un lado, pasando su dedo por el sitio húmedo y queriendo borrar el rastro. Hinata aflojó todo su cuerpo al sentir esa suavidad, alejando sus brazos de su pequeño fuerte y sus piernas comenzaron a bajar lentamente de nuevo, quedando estiradas sobre la camilla. Tobio ahora subió su otra mano libre para limpiar el resto de lágrimas, y Shoyo, con la fragilidad ya pintada en sus tristes orbes cafés, posó sus manos sobre las de Tobio que se aferraban a su rostro y se agarró a ellas.
Hinata siguió temblando, y toda su cara era un desastre, el color rojizo se amuebló en toda su cara hasta tornarse un torbellino rojizo, y sólo pudo sentirse satisfecho cuando sus cuerpos ya cercanos, se unieron más: los brazos de Kageyama bajaron hasta su cintura y lo terminaron rodeando por su espalda baja, Tobio cerró sus ojos y abrazó a Hinata con fuerza, como si quisiera aferrarse a él.
Shoyo se quedó paralizado, con sus manos quietas y con toda la cara roja, uniéndose a su corazón desbocado. Tobio era cálido, muy cálido. No había nadie en el mundo que fuera igual de cálido que Tobio.
Shoyo tardó un poco, tratando de procesar lo que ocurría, y sólo quedándose ciego al ver como las facciones atractivas de Tobio se iban pintando de colores, ¡incluso sus orejas! Shoyo volvió a sentir las ganas de llorar, que terminó desatando todo, el golpe certero apretando su pánico y sus impulsos, rodearon el cuerpo bien trabajado de Tobio, aferrando sus brazos a su espalda y agarrando entre sus manos la tela del uniforme ajeno, queriendo marcarla en su piel para que esa sensación no se le olvidara.
Terminó por esconder su rostro en el cuerpo ajeno, hundiéndolo en su pecho y no sabiendo qué más hacer a continuación.
—Tu cuerpo es muy cálido. —Fue lo único que pudo decir el de menor estatura, al sentir como uno de las manos de Tobio paseaba por su espalda, y llegaba a su nuca, enredándose en sus cabellos naranjas.
—Si esto te hace feliz, trata de recordarlo siempre —pidió Tobio como contestación, tomando por sorpresa al chico, experimentando como el agarre se hacía más potente—. Recuerda esto antes de que todo mi mundo se venga abajo —susurró Tobio en medio de la tranquilidad de la enfermería, y Hinata no entendió esas palabras en su momento.
Pero se limitó a asentir, volviendo a romperse cuando sus ojos se destruyeron por las lágrimas.
Debía de salvarlo.
La línea 16 del metro. No era muy concurrida porque colindaba directamente con centros urbanos de la prefectura de Miyagi, y la época para ir a la posada de aguas termales, era en invierno. El traqueteo de las ruedas del metro bajo sus pies, el sonido de los cables al hacer fricción y el movimiento similar al de una víbora que iba en avance, generando pequeños temblores, ponían nervioso a Shoyo. Iba sentado en uno de los muchos asientos vacíos, viendo como el Sol ya oculto se despedía poco a poco y dejaba que las estrellas inundaran el cielo. Sabía que era peligroso andar por las noches haciendo senderismo, pero debía de hacer algo si quería triunfar.
Sus ojos se iba difuminando y sólo se sintió a gusto al sacar su teléfono de su chándal deportivo del Karasuno. Iba sólo y ya eran las 8 de la noche en punto.
Había fingido que se sentía mal y que no tenía ganas de ver la lluvia de Leónidas, que sólo quería dormir y que dentro de 33 años podría volver a apreciar ese fenómeno meteorológico.
Pudo llegar a casa y se escapó de Sugawara y Kageyama cuando éstos sugirieron que podrían acompañarlo a su hogar. Se perdió en el metro por un buen rato hasta que topó la estación 16.
Cuando la voz de la fémina anunció que el metro estaba llegando a su estación final, fue que Shoyo pudo recoger todas sus piezas donde lo aterrador se hacia presente y el freno seco del metro donde nadie era aplastado, fue su punto de enfoque. Las llamadas perdidas de Kageyama se iban acumulando en su teléfono y mientras bajaba del vagón, éste volvió a sonar, lo ignoró y salió al exterior, topándose con un pequeño pueblo cercano a la montaña contraria a su casa, con muchas casas de estilo japonés y la tranquilidad esporádica de ver a demasiada gente preparada para la mejor hora nocturna para ver a las estrellas caer del cielo.
Shoyo Hinata no se preocupó en observar el paisaje, sólo dio un suspiro y apresuró sus pasos, comenzó a correr en el pequeño pueblo, arrastrando sus pies contra el pavimento y dejando su corazón expuesto ante la vista de todos. Si era cierto que los portales al mundo de estrellas, donde encontrabas lo que desaparecía, se abrían, quizás podría encontrar una pista para ganar el juego.
Siguiendo las instrucciones precisas que dio el maestro y que escuchó 22 veces seguidas, fue que pudo llegar a una pequeña carretera que colindaba con un sendero para bicicletas y peatones que gustaran llegar con esos medios a las aguas termales.
El ruido aterrador de las hojas meciéndose con la brisa de verano, uno que otro vehículo pasando en silencio a su lado, y el ruido de las cigarras cantando al avisar una tragedia, lo terminaron conduciendo a la entrada del túnel.
El túnel era grande, lo suficiente para que autobuses y camiones de carga pudieran entrar. Las 8:20 de la noche y Hinata pudo vislumbrar que realmente le habían hecho un agujero a la montaña para que la carretera continuara, y que el túnel sólo era eso.
Hinata lo vio, y tragó grueso, miró hacia los lados y confirmó que no venía nadie o algo detrás de él. Ni un vehículo o persona que pudiera entorpecer su intento de entrar en lo desconocido.
Ver lo grande que era le recordó lo pequeño que era un ser humano y sus terrores al ver la oscuridad, lo orillaron a usar la pequeña lámpara de su teléfono. Dio un resoplido y respiró de paso al alumbrar al interior y ver lo tétrico que se veía de noche y abandonado.
Su teléfono volvió a vibrar, era Kageyama de nuevo. Shoyo volvió a ignorarlo y fingió no responder, no queriendo delatar sus planes y mostrar esa debilidad que lo terminara obligando a regresar con la cola entre las patas.
Tomó valor, respiró profundo y retrocedió unos cuantos pasos para tomar carrera, antes de correr en dirección al sitio y dar un brinco para caer en territorio desconocido.
8:22 de la noche y en el túnel no ocurrió nada. Shoyo avanzó un poco y fue alumbrando el sitio cavernoso. En la lejanía podía ver la salida y como ésta continuaba en la carretera.
Las esperanzas de Shoyo se cayeron al ver que no había absolutamente nada especial en el túnel, más que esas leyendas que eran ciertas, pero que no sabía como activarlas.
Shoyo dejó caer su teléfono a sus costados y las piernas le flaquearon. Las 8:25 dieron, la primera estrella cayó del cielo, y con eso, la primera lágrima de frustración del de hebras naranjas.
Ahí pudo desgarrar su garganta al sentir la necesidad de llorar, gritó, gritó y gritó. Su voz se ahogó en el aire y se quedó encerrada en el túnel, hasta deshacerse, como si todo ese dolor nunca hubiera existido.
Y entonces, todo se volvió un paisaje estrellado.
El piso despareció y otra vez, la sensación de flotar en medio de los cuerpos celestes, lo dejaron con el grito a medio camino al creer que algo cambió.
—Vaya forma de desperdiciar un intento. —A su espalda, la voz del Kageyama falso resonó, Shoyo tuvo un sobresalto y no se atrevió a voltear—. Encontraste la forma no dolorosa de pasar al siguiente ciclo, pero no encontrarás lo que buscas aquí —dirigió con seguridad, dando un respiro algo consternado ante un atajo para nada divertido, pero generando pánico al asustado chico que sólo giró su cabeza con lentitud, para ver la aterradora figura de su deseo más preciado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro