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Parte 04: Vivo & Muerto A La Vez

Vigésimo primer intento.

Ya era el número 21 y todo seguía siendo un fracaso, Shoyo quiso llorar, ya repitiendo esa escena 22 días seguidos. Ese ciclo parecía no tener fin.

El profesor de Astrología era un hombre joven, rubio, de ojos azules, nariz algo afilada, facciones redondas y con labios gruesos. Él era un profesor novato, proveniente de Kyoto, y que vino hasta Miyagi sólo para dejar de lado su antigua vida marital que culminó por una infidelidad por parte de su ex esposa.

Era un hombre calmado, rígido y serio; sin embargo era un buen profesor. También no le importaba en lo más mínimo que sus alumnos prestaran o no atención, él sólo iba a dar su clase.

—Estrellas cayendo del cielo, una lluvia de Leónidas... —inició su clase con esa frase el hombre joven, empezando a escribir en la pizarra el título de la clase de ese día. Shoyo trató de concentrarse, mientras abría su libreta y metía a su boca la parte superior de su pluma. Ya lo había escuchado todo, él incluso podría dar la clase—. Esta vez, por esta ocasión tan especial, me encargaré de hablarles de una creencia muy curiosa en Miyagi sobre una puerta que se abre cuando ocurre una lluvia de estrellas para animar el ambiente. Seguido de eso, me meteré en la Astronomía, trabajáremos con las características de las Leónidas, su origen, las próximas previsiones y las tormentas que ha generado a lo largo de nuestra historia.

Shoyo se perdió en el monólogo del profesor, queriendo destacar su propio terror. Sus ojos vieron al rubio mover su boca con tranquilidad, con impaciencia, sin saber que hacer. Al estar en el aula de clases, sentía que el tiempo se detenía, que por unos segundos estaba a salvo.

Tobio Kageyama estaba en peligro. La persona que le gustaba estaba en peligro...

En medio de sus trivialidades y el movimiento del plumón por la pizarra que acompañaba a la voz que servía como música de cuna, fue que la imagen de Tobio se presentó dentro de su mente, sin ninguna razón en aparente: tenía el mismo rostro serio, sus cejas arqueadas hacia abajo, su piel blanca que combinaba con sus potentes ojos azules y esa seguridad que lo caracterizaba en su andar.

Era su culpa, después de todo. Todo era su culpa.

Estar en un mundo sin Tobio era el peor escenario posible. No lo quería.

—Para llegar al sitio, debes de tomar la línea número 16 del metro, ¿saben cuál es? —Shoyo apretó sus labios, sabiendo de sobra que si no fuera porque la escuchó muchas veces, tampoco se sabría el nombre de la estación. Nunca se aprendió el nombre de éstas, para él sólo era: «métete al subterráneo, toma el metro y recorre el camino que tu madre te enseñó».

Al mismo tiempo, sus inseguridades llegaron a su cara y sus labios temblaron, siendo lo suficientemente obvio como para que Acchan, uno de sus mejores amigos, notara cada una de sus acciones, mientras un compañero levantaba la mano.

—Nagamachi-Minami, es ésa, ¿no? —soltó con emoción el joven, haciendo que el profesor sonriera por el apoyo que estaba recibiendo.

—¿Te pasa algo? —cuestionó el castaño en un murmuro apenas visible que expulsó de sus labios, acomodando sus gafas sobre el tabique de su nariz y arqueó una de sus cejas. Hinata observó al chico, a su mejor amigo del aula y aun con la incertidumbre rodeándolo y negó a una velocidad impresionante.

No importaba qué evadiera, siempre terminaba regresando a las mismas acciones. La mariposa aleteaba de una forma en la que las cosas siempre volvían a su curso, no importando que desvíos pequeños tomara. Shoyo no podía rendirse sin pelear, recordaba lo que pasó en su última oportunidad, debía de hacer algo.

Si no era Tobio el que moría primero, era él. Parecía que la muerte le seguía los pasos, los seguía y no los dejaba. Como si todo llegara a acomodarse de una forma en la que su destino ya estaba dictado.

—N-no es nada... —concretó esas palabras, empezando a apartar la mirada y observando primero al profesor que seguía hablando mientras dibujaba en la pizarra una estación del metro, decía algo, la estación dada anteriormente. En su lugar, se dedicó a apartar la vista una vez más, en el instante en que algo dentro de su mente le hacía perder la cabeza, porque sabía qué era lo que pasaría a continuación. Ese extraño déjà vécu pondría inquieto a cualquiera, pero no era su caso, porque ya se había acostumbrado a las mismas acciones—. ¡Hay que prestar atención a la clase! —pidió el chico que era mucho más bajo del salón, por fin dedicándose a mirar a Acchan, quien sólo enarcó una de sus cejas ante esa estúpida excusa.

—¿Seguro? —cuestionó en medio de sus palabras, queriendo calmar al menor y apoyarlo. Transmitirle confianza. Pero, Shoyo asintió a una velocidad impresionante, y se disculpó mentalmente con su amigo por preocuparlo.

—Presta atención, Acchan... —regañó con severidad Shoyo, arqueando sus cejas hacia abajo formó una sonrisa en sus labios. Su dedo señaló directamente hacia el sitio donde su profesor seguía dibujando.

Acchan lo vio a la cara, entrecerró sus ojos ante la falta de habilidades para mentir del menor, y terminó por dar un suspiro y asentir. Luego, volvió a dirigir su vista hacia la clase, pensando en que buscaría hablar con él hasta llegar a ser insistente en el primer descanso.

Tal vez, ¿si se saltaba esa clase, algo podría cambiar?

Y algo conectó en la mente de Shoyo... ¿y sí él no iba a ver la lluvia de estrellas?

Sus ojos se dilataron ante esa idea, sus labios carnosos se abrieron con lentitud, teniendo que repasar lo que eso implicaba. Si no iba, no iría de compras antes o después de que la lluvia de estrellas iniciara, por lo que todo estaría bien. Tomaría el metro con tranquilidad de regreso a casa, si se fuera solo, no tendría que salir corriendo y ser acosado sexualmente por esas personas aterradoras con armas, la niña de coletas regresaría a su casa en el último tren, y sin él comprando nada, Tobio no tendría la necesidad de toparse con ella en el último tren, porque regresaría con todo el Karasuno, ellos podrían regresar en el penúltimo, todos juntos. ¡Bien! ¡Su plan era perfecto!

Sin querer, un sonrisa torcida se difuminó en sus labios, tan clara y precisa que se multiplicó cuando el color rojizo llegó a invadir sus cachetes: todo estaría bien.

—El túnel que se utiliza como transporte directo para vehículos pequeños que atraviesa la montaña más pequeña de Miyagi para poder llegar a las aguas termales locales es el lugar donde se remonta nuestra historia... —aseguró con facilidad el profesor—. Quizás ustedes hasta lo han cruzado alguna vez.

Shoyo viajó al espacio sideral y regresó. Una sonrisa temblorosa lo llenó y tuvo la necesidad de querer huir de su inevitable destino. Era hora de poner en marcha su plan.

Una de sus manos se posó sobre su estómago, acariciando la tela de su uniforme de forma circular para hacer énfasis a un falso dolor creciente.

Con rapidez, la mano de su amiga que se sentaba justo delante de él fue alzada. Shoyo miró su delgada figura de espalda, con sus cortos cabellos castaños y uniforme bien arreglado. Su profesor le dio la palabra.

—Sí, Akiko-san...

—Creo que conozco ese rumor, ¿no es donde algunas personas han desaparecido sin dejar rastro cuando entran solos? —cuestionó, sólo logrando que el profesor asintiera y Shoyo recargó su codo sobre su pupitre y su mentón en la palma de su mano.

Ese lugar... ese lugar le llamó la atención. Con la mano que no estaba usando para recargarse, presionó su cuerpo y la tentación le picó en la lengua. Así podría matar dos pájaros de un tiro.

Quizás, podría escaparse e ir allá.

A palabras del ser del espacio, se supone que encuentras lo que has perdido, los portales al mundo de los estrellas.

«Desaparecer, ¿eh?», pensó por un breve segundo, sabiendo que él también tenía el tiempo contado y que, si fallaba, él desaparecería. Shoyo sintió un escalofrío al recordar esas palabras.

Y hasta ahora, todo era un fracaso, en alguna ocasión de todas las que quedaban, los dados debían caer a su favor, ¿no?

—Así es, es un lugar relativamente seguro, y no todas las personas que entran ahí desaparecen —continuó el profesor con aparente tono tranquilo, captando la atención de todos los alumnos, Shoyo lo escuchó—. Sin embargo, un número muy reducido de personas desaparecen al entrar al túnel, y siempre es el mismo día en que se da un lluvia de estrellas o algunos pocos días posteriores a éste. —Hizo una pausa, y sus ojos miraron por unos segundos a Hinata, sintiéndose aliviado cuando uno de sus alumnos más inquietos que casi nunca prestaba atención en clases, por fin lo estaba haciendo en alguna—. ¿Saben por qué ese túnel es muy misterioso?

—¿Por los avistamientos de fantasmas? —interrogó ahora un chico con gafas. El profesor negó.

—Es cierto que las cámaras de seguridad que cuidan el sitio han captado siluetas flotando alrededor del túnel, pero, ¿saben por qué hay cámaras de seguridad? —interrogó para seguir haciendo plática. Shoyo sintió un escalofrío ante tan aterrador suceso, pero nadie respondió ante esa pregunta—. Por lo alejado que estaba de la capital de la prefectura, era fácil realizar asaltos a vehículos. Las cámaras de seguridad están ahí para tratar de proporcionar seguridad, junto con un pequeño edificio policíaco con personal especializado. Por esa razón es que podemos saber que hay personas que entraron al túnel, pero que nunca salieron...

El profesor de cabello rubio dibujó una leve sonrisa, satisfecho porque ninguno de sus alumnos hacía un ruido de más.

—Lo curioso es que nunca sabemos cuáles eran las identidades de las personas desaparecidas, ni cuántas son. Los vídeos donde se mostraba su desaparición nunca se registran y guardan como si nunca hubieran ocurrido, y los guardias no pueden recordar a esa persona ni describirla a pesar de haberla visto... como si la tierra se los hubiera tragado.

Esa última afirmación, sólo logró sacar duda a los más incrédulos.

—Eso la hace parecer una historia demasiado falsa...

El profesor encargado dio un pequeña risa ante esa afirmación de su alumno y asintió, dándole la razón.

—Por eso dije, que era una «creencia».

—¡Podrían ser viajeros en el tiempo! —exclamó con emoción la chica que se sentaba detrás de Acchan, y el chico con gafas terminó por asentir en apoyo a la idea.

—Tal vez fantasmas de otra época...

—¡O seres tragados por las estrellas! —conversó con diversión Acchan, queriendo sacar plática, lográndolo al instante.

Shoyo tuvo un escalofrío al recordarse a él mismo en esa situación, donde las estrellas consumían todo su campo de visión y sólo había una figura similar a Tobio que lo miraba con frialdad.

El mundo de las estrellas sí existía.

Aterrador.

Aterrador.

Aterrador.

Shoyo no aguantó más, empujó la silla hacia atrás para ponerse de pie, el ruido de las patas arrastrándose llamó la atención de sus compañeros. Las voces divertidas se ahogaron y todo empeoró cuando las manos abierta de Hinata golpearon su pupitre, llamando la atención del profesor.

Todo le temblaba y a vista del profesor de Astrología, Shoyo se veía algo pálido. Eso lo incentivó a preguntar.

—¿Se siente bien, Hinata-san? —cuestionó el hombre adulto con preocupación, y Shoyo negó, lentamente.

—Creo que tengo un dolor de estómago muy fuerte... —mintió, enfocando su mirada castaña al pupitre de madera y su pluma y cuaderno en blanco.

Hinata en el primer descanso no se había aparecido. Normalmente, ambos tomaban un descanso en las jardineras traseras de la preparatoria, cerca del sitio donde se encontraba el campo abierto del equipo femenino de béisbol y el masculino de fútbol.

Tobio entró en pánico por alguna razón, siempre llegaba. No había razón para que faltara.

«A menos que...», en medio del aire caliente de la época veraniega del 15 de julio, Kageyama Tobio observó la pequeña jardinera con pequeños arboles sembrados, completamente sola. Se mordió los labios para no dejarse consumir por el miedo, dando un respiro y queriendo ser paciente.

Pudo haberse retrasado, quizás no hizo la tarea y debía de entregarlo.

Sí, claro...

Sólo pudo aguantar la respiración, tratando de regular los primeros cinco minutos, antes de que un cosquilleo entrara desde la punta de sus pies, hasta su cabeza.

Imposible, no podía quedarse ahí a esperarlo.

Debían practicar los pases tras almorzar, estar juntos. Estar con la persona que le gustaba.

Caminó rápido, entrando por una de las puertas traseras que  colindaban al pasillo más bajo. Dio un respiro pesado, sus piernas flaquearon por unos segundos y ni siquiera pudo correr.

¿Por qué se sentía tan nervioso? ¿Por qué sentía que algo malo seguía rondando en su interior? Se suponía que nada podía pasar antes de que las estrellas cayeran del cielo. Las 8:25 PM eran la hora clave.

Kageyama tragó grueso, haciendo que muchos chicos por el pasillo se apartaran tras palidecer y notablemente asustados.

Pronto llegó a la puerta buscada, la puerta corrediza de la clase de Shoyo. Sus nervios lo traicionaron, de repente, frente a sus ojos azules solos cabía la imagen borrosa de ese sitio, el temor de al abrir la puerta no encontrarse a Hinata estudiando como siempre.

Horrible.

Horrible.

Horrible.

Tobio ni siquiera tocó, sólo abrió la puerta a una velocidad increíble, dejando un ruido seco en el sitio y congelando al animado salón que observó con duda al asustado chico azabache de la otra clase.

—¿Se te ofrece algo? —Una chica de cabellos castaños muy cortos lo miró con sorpresa, Kageyama vio a la joven de sonrisa tímida y actitud amable. Eso no lo ayudó a bajar los nervios, teniendo un ataque de pánico al apartarle la mirada y pasar sus ojos asustados por toda el aula.

No estaba.

No estaba.

No estaba.

No estaba.

No estaba.

—¿Buscas a Sho? —Acchan habló en voz alta, poniéndose de pie de su pupitre, dejando en el sitio su bento a medio comer y caminó hasta el novio de su amigo (según él). Tobio asintió, siendo lo suficientemente paciente como para aguantarse las ganas de arremeter con fuerza sus pasos sobre la escuela para buscarlo hasta en el sitio más impensable—. No te preocupes, está en la enfermería. Le dolía el estómago, tal parecía. Lo acompañé y ya se veía mejor, pero la enfermera le recomendó descansar —avisó con seriedad, posando una de sus manos sobre sus gafas cuadradas. Kageyama sintió como todo el aire regresó a su cuerpo, un milagro quizás.

Antes de irse, le dio un agradecimiento al mayor, con una reverencia bien recta e inclinada en modo de cortesía y salió corriendo a la enfermería, con el corazón en la mano. Seguía nervioso, no podía estar tranquilo hasta que lo viera a la cara, hasta poder examinarlo entre sus propios ojos.

Llegó a la enfermería, siendo una suerte que estuviera en el primer piso, y haciendo más sencillo las cosas el poder recorrer la puerta corrediza.

La abrió, y ahí lo notó.

El pequeño chico de hebras naranjas tuvo un sobresalto por la violencia en la que entró. Lo vio dar un pequeño brinco al estar sentado sobre la camilla, y con sus orbes cafés parecieron mostrar cierta ilusión por verlo.

Quizás fue su imaginación el ver como se teñían esas mejillas ligeramente regordetas de un fuerte color rojizo.

—Kageyama...

—Hinata...

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