Parte 04: Si No Existieras...
Apenas y Tobio pudo colocar sus dos piernas bajo la tierra tras saltar, Hinata no perdió el tiempo y corrió a abrazarlo. Kageyama no pudo reaccionar con demasiada facilidad, no fue hasta que sintió los delgados brazos del chico rodeando su abdomen, y a éste mismo ocultando su rostro en su uniforme escolar.
—¿Hinata? —preguntó dudoso el mayor, con la cara explotada en rojo y tratando de alejar a Shoyo de su cuerpo. Muy al contrario, Hinata se aferraba más a su cuerpo y su posesivo ataque se hacía cada vez más fuerte, muy al contrario de la paciencia de Tobio, que ya pendía de un hilo e iba en picada. Sus dientes rechinaron y sus cejas fueron arqueadas hacia abajo—. ¡¿Qué te pasa, idiota?! —Encaró, sólo permitiendo que Hinata riera ante esa respuesta tan esperada. Tobio no pudo evitar sentirse extraño, más sumándole el hecho de que ahora sentía como su suéter negro escolar empezaba a mancharse de algo líquido en el lugar donde Hinata escondía su rostro. La preocupación de que algo le pasara a ese chico y a la vez el miedo de que sus prendas se llenaron de mocos, lo inundó. Ésa fue la única razón por la que trató de tentar con suavidad en un terreno desconocido, colocando una de sus manos sobre sus cabellos naranjas, y les dio una extraña caricia. Eso sólo desató que el llanto silencioso de Shoyo se volviera uno muy ruidoso—. ¡Hina-...!
—¡Idiota! —gritó el menor, por fin dejando sacar a luz su rostro empapado de lágrimas para voltear a ver al chico que ahora estaba bajo su poder. Los dos se miraron a los ojos, y Tobio se notaba un poco ofendido por la forma en la que fue llamado, pero con cierta preocupación en sus ojos azules—. ¡Te desapareciste sin decir nada! ¡Eres un idiota, Bakayama, no fue divertido sin ti! —afirmó el menor, haciendo un puchero con sus labios y permitiendo que las gotas cristalinas de verdaderos sentimientos siguieran cayendo. Kageyama se mostró perdido ante esa acusación, arqueando sus cejas hacia abajo, y deteniendo la caricia en los cortos cabellos naranjas de su rematador.
—¿A qué te refieres? ¿Fue porque falté a la práctica de esta mañana? —Tal y como Hinata lo esperaba, Tobio no estaba al tanto de la situación que había vivido. Su pecho se hizo un nudo y sus delgadas pupilas cafés se dilataron, queriendo creer muy en el fondo de su corazón que eso no había terminado. Sólo era la calma antes de la tormenta—. Ayer estuvimos hasta tarde viendo la lluvia de estrellas, ¿no? Me quedé dormido y olvidé colocar mi alarma apenas llegué... —susurró en voz baja, dando un claro gesto de vergüenza al contar un raro descuido en su meticulosa agenda apegada al voleibol.
Hinata no sabía cómo sentirse, lo único que entendía, era que los escalofríos estaban volviendo a apoderarse de él, y el consuelo que podía obtener, no era algo más que los reconfortantes brazos ajeno que ahora estaban rodeando su cuerpo con una timidez demasiado extraña para alguien como Kageyama, y ahora le correspondían el agarre. Esos brazos que se le habían esfumado desde que habían cruzado el puente maldito, ahora lo rodeaban como si nada hubiera pasado.
Todo lo que Kageyama expresaba en palabras, eran mentira para él. Pero para Kageyama sí eran verdades. Algo había pasado, algo que la pequeña mente de Hinata no había logrado captar, y que posiblemente nunca entendería.
Una de las enormes manos de Kageyama empezaron a escalar lentamente desde su espalda, logrando que el menor tuviera un escalofrío directo, y se sintiera completamente seguro hasta que esos suaves dedos largos iniciaron acariciando su oreja derecha, y pronto pasaron hasta donde estaba una de sus mejillas, y entre la delicadeza de su piel blanca, empezó a borrar las lágrimas que se habían empezado a esparcir. Kageyama seguía serio, a pesar de que Shoyo no le apartaba la mirada.
—Pero nunca esperé que llegarías al punto de ponerte a llorar, tonto —murmuró, un poco sorprendido por las acciones que fácilmente podía tomar el de hebras alborotadas sólo para él. El menor primero recibió esas palabras, para que en menos de un segundo después de esas revelaciones, su cara empezara a teñirse de color rojizo, al sentirse descubierto, desnudado, y expuesto—. No me iré a ningún lado, no llores... —pidió, justo después de haber terminado de limpiar las lágrimas de uno de sus cachetes, y ahora sólo se limitaba a acariciarlo.
«Eso tú no puedes saberlo», pensó de manera inevitable el número 10 de Karasuno, dejando que otro sollozo volviera a escapar de sus labios ante esa inquietud que lo ahogaba, y volvió a echarse a llorar.
Todo había regresado a la «normalidad», si es que podía llamarlo de esa forma. Durante la clase de Deportes, al salir de su aula y pasar frente a la de Kageyama, Hinata volvió a observar sin disimulo el lugar donde el chico se sentaba, aceptando que tenía suerte porque tendría una clase con la de Tobio: Kageyama estaba en la fila acordada, donde siempre se sentaba.
Shoyo tuvo un sobresalto al encontrarlo, olvidando por momentos que tiempo atrás había sido rechazada su presencia por el que parecía el delegado de la clase, para admirar su perfil: ojos rasgados de color azul que trataban de prestar atención a las clases, labios entreabiertos, nariz algo arrugada porque no entendía nada de lo que ocurría con las indicaciones del profesor de Deportes, piel nívea, y una inaguantable sensación de vacío cada vez que Hinata trataba de hallarlo entre sus pupilas cafés y la relajación que antes era su punto de enfoque. Sentía que todavía no podía relajarse.
Todo había iniciado el día que las estrellas cayeron del cielo.
—¿Qué es tan interesante, Hinata? —Acchan le habló, cuando la fila todavía estaba detenida porque el profesor a cargo estaba sacando en orden al grupo de Kageyama, primero sólo haciendo que se pusieran de pie. Hinata tuvo un susto ante la llamada de su amigo, reforzándose más cuando lo tocó del hombro y lo obligó a darle un vistazo—. ¿Estabas viendo a la chica que te gusta? —comentó con una pequeña burla amable, pero Hinata no pudo hacer más que sólo negar con rapidez, mostrando clara sorpresa en si cara, y sus mejillas se tiñeron de rojo. Rápidamente, éste negó.
—¡N-no! ¡Kageyama no es una chica! —aseguró, entrando en pánico el pequeño chico de Karasuno, sacudiendo sus manos con impaciencia y la vergüenza acumulada en su cara.
«Ni siquiera negó que le gustaba», pasó por la mente de Acchan, con una expresión indescifrable en su cara que escondía parte de sus ojos a través de sus gafas cuadradas. Yesos que siempre lo negaba.
Hinata después de eso, trató de volver a quitar las atenciones que estaba teniendo hacia Acchan para volverlas a enfocar en Kageyama y calmarse.
Aun con la cara roja y su corazón agitado por sentirse exhibido, volteó a ver a los chicos del salón vecino empezando a salir de aula por indicaciones del maestro. Shoyo tuvo vértigo, al observar de un extremo a otro el aula que estaba siendo vaciado, y su mirada rasgada paseaba por cada uno de los estudiantes: chicas y chicos, rostros desconocidos y caras a las que nunca les prestó atención.
Otra vez, no había rastro de Tobio.
El joven de hebras alborotadas se sintió inquieto ante ese descubrimiento, empezando a observar, para hallar a la persona que se le había vuelto a escapar y no dejó rastro alguno.
Definitivamente las cosas no habían vuelto a la normalidad.
No podía relajarse como si nada hubiera pasado, y por culpa de bajar la guardia al sentirse un colegial enamorado con una historia empalagosa de preparatoria, y no alguien envuelto en algo grande que no podía hallar con la lógica, lo perdió de vista. Pero, lo que más lo asustaba, no era lo desconocido en sí... más bien, era la idea de que algo o alguien apartara a Tobio de su lado, y él no pudiera hacer nada aunque estuviera a su alcance.
Las estrellas se lo tragarían.
Un mundo sin Kageyama...
Eso no podía existir, ¿verdad?
Shoyo empezó a sentir un mareo, todo le dio vueltas y creyó estar en un sendero sin luz donde el mundo claramente no estaba a su favor. Algo extraño estaba pasando, ¿y él qué podía hacer para detenerlo? No tenía poderes psíquicos ni nada sobre el control del tiempo, ¿sólo podía mirar y recordar a una persona que aparecía y desaparecía sin previo aviso?
¿Y si un día desaparecía de manera definitiva sin dejar rastro? Era lo más probable al ser las reglas del juego, donde claramente perdió al salirse.
—Hinata, Hinata. —La voz conocida de Tobio a sus espaldas lo hicieron despertar de golpe de su trance, teniendo aceptar que sí lo tomó en demasía a la defensiva cuando éste lo tomó del hombro y lo hizo girar. El menor dio un pequeño salto que llamó la atención de sus compañeros de aula al percibir su raro comportamiento. Ese mar de intranquilidad que lo estaba hundiendo porque un huracán lo empezaba a atrapar, terminó por apaciguarse al volverse a topar con la figura alta y esbelta de Kageyama, reflejando el pánico en sus ojos inexpresivos al verlo actuar extraño.
Otra vez, esa calma antes de la tormenta, pero esa vez, Tobio no había desaparecido por mucho tiempo.
Ésa era la segunda vez, ¿cuántas más seguirían? ¿Sería para siempre ese extraño hábito? Y más importante, ¿habría alguna desaparición que sería para siempre?
«No, por favor», suplicó algo muy dentro de su interior, empezando a acrecentarse su respiración y tratando de calmarse sólo mirando el rostro de esa persona importante. Ni siquiera sabía a qué le suplicaba mentalmente para que Kageyama no se alejara de su lado. No sabía absolutamente nada.
Si le rogaba al ser de las estrellas, sus oídos se llenaban de una idea risa larga que lo amarraba.
Para su suerte, Tobio pareció notar su agitación, tratando de salvarlo en su preocupación al volver a estirar su mano hasta uno de sus hombros, queriendo entenderlo.
—¿Te sientes bien? Desde la mañana estás algo extraño —respondió, subiendo una vez más esa caricia que en la mañana le había dado sobre su mejilla. Era inexperta, inocente y genuina, una extraña forma de salvación que dejaba en el temeroso corazón de Shoyo, una semilla de grata felicidad. Calidez efímera atrapando su cara, la mano suave de Kageyama encarcelando sus temores con el rozar de sus piel, y él sólo podía verlo, con sus pupilas temblando.
—S-sí, estoy bien —contestó Hinata después de un rato, dando una carcajada algo tonta y vacía al intentar apartar la vista, como si le restara importancia al asunto. Kageyama no pudo evitar sospechar, y Acchan entendió todo mal.
«El romance está en el aire».
—Aun así, creo que sí estás un poco raro... —insistió Kageyama, Hinata dejó que la sonrisa torcida en su boca se presentara, acompañó a un grito de pánico algo delator, alejando su propio cuerpo de la caricia para inventar una excusa más creíble. Vio al maestro dar una indicación al frente, antes de hacerlos avanzar en la fila, de camino a los vestidores.
Bingo.
—¡Mira, Kageyama! —Señaló con ansiedad el lugar hacia donde se encontraba la fila, y el paso ansioso de algunos alumnos que querían mantener el orden del movimiento. Shoyo le dio unas palmadas en la espalda de Tobio, que se convirtieron inmediatamente en empujones que lo hicieron avanzar hacia el frente—. ¡Va-vamos, hay que avanzar!
Kageyama no pudo evitar soltar de sus labios un chasquido de lengua, como si ése simple hecho lo hiciera titubear de golpe y toda su rabia se viera acumulada al no poder entender a Hinata.
—Eres un idiota... —Se limitó a querer decir, interpretando a su manera el embrollo mental en el que se había visto sumergido por su creciente preocupación hacia el Sol andante.
Hinata arqueó sus cejas al recibir esas palabras como una respuesta vana e insignificante, formando un mohín diminuto y queriendo reprochar, pero simplemente se le hizo imposible. No tenía ganas de jugar, no tenía ganas de pelearse con él, no tenía ganas de nada. Lo único que quería, era tenerlo a su lado por siempre.
Justo ahora, su más grande temor era que su presencia se desvaneciera de su lado apenas apartara la mirada, llegaba a ser aterrador e inquietante. Una jodida pesadilla que no quería vivir.
Por eso se quedó callado, dedicándose a examinar con sus grandes ojos cafés la figura seria de Kageyama Tobio, quien todavía irritado, lo contemplaba con esos grandes ojos azules que lo invitaban a sumergirse en unas aguas profundas, un navío en medio de la nada.
Una estrella rodeada de otras estrellas en un manto nocturno. Un mundo estrellado. Un mundo perdido. Un mundo donde los deseos se cumplen, y encuentras lo que perdiste.
—Estás muy extraño hoy, ¿te sientes bien? —Kageyama habló por fin tras examinarlo, y siendo extraño que Hinata Shoyo no le siguiera el juego, para comenzar en una pelea acalorada que sería motivo de riña por los profesores. Ahora, sólo tenía al chico que le gustaba dando un pequeño brinco por descubierto, y esos almendrados ojos no pudieron ocultar ese café mentiroso en sus pupilas apagadas—. ¿Te sientes mal?
—¡N-no! —gritó el chico muy al contrario, dejando que los colores se le subieran a la cara, estallando, y el volumen de su voz se viera mucho más elevado. Cambiar de tema. Debía de cambiar de tema—. Más bien, ¿tú no has sentido nada extraño últimamente?
La pregunta expulsada fue simple y sin muchos rodeos, no revelaba nada de forma oficial a pesar de que era problemática. Kageyama, como era de esperarse, se encontró perdido ante las dudas arrojadas por el chico, arqueando sus cejas en señal de no entender y ladear su cabeza un poco hacia el lado izquierdo.
Shoyo se asustó ante el resultado arrojado: ¡lo más seguro es que era una pregunta enorme para el cerebro lleno de voleibol de su amado! Chilló internamente y el miedo reflejado en su cuerpo quiso hacerlo excusarse.
—¡No me estoy tratando de bur-...!
—No lo entiendo bien, pero... —Muy al contrario, Kageyama lo interrumpió, al tomar en serio la pregunta—. Pero esta noche, soñé que atravesaba un túnel sin salida. Cuando por fin encontraba la luz, sólo había estrellas...
Kageyama hablaba del túnel maldito.
Lo único que necesitaba Shoyo.
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