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Parte 03: Déjà Vécu

Me dolió mucho y me sigue doliendo, así que por eso he traído ante ustedes un nuevo capítulo de esta historia.

No pudo evitar sentirse inquieto cuando Tobio y él tuvieron que despedirse. Los ojos de Kageyama le preguntaron en silencio si algo le ocurría, si algo le preocupaba; pero Hinata mantuvo su boca cerrada, porque ni él mismo sabía qué ocurría. Lo único que entendía, era que esa situación no podía decirla en voz alta, no podía decírsela a nadie. Pero, ¿decir qué? Todo era difuso.

Dio una larga exhalación, sintiendo algo dentro de su mente como un crujido largo, una daga enorme que nunca se quitaría de su corazón. Al ingresar a su respectiva aula, sólo pudo sonreír con pereza cuando entre los rostros conocidos, divisó al chico de hebras castañas y gafas, su mejor amigo del aula (Hinata tenía muchos mejores amigos): Acchan. Cuando los dos cruzaron miradas, se sonrieron y Hinata sintió que la paz empezaba a ser su punto de enfoque.

Caminó hasta su pupitre, sentándose con demasiada facilidad tras quitarse su mochila, y todo ante la expectante mirada de Acchan porque había visto la pequeña escena romántica entre Shoyo y Tobio afuera del aula.

Shoyo con rapidez observó con sus rasgados ojos al chico que permaneció quieto, solo parpadeando de vez en cuando y atrapando su figura entre sus gafas. Hinata recordó que en su sueño se encontró de la misma manera con Acchan en el aula, pero de ninguna manera se observó esa situación donde era examinado por la mirada atenta de ese castaño.

—¿Q-qué pasa? —Se atrevió a preguntar, un tanto nervioso al ver como las facciones normalmente serias de Acchan se convertían en definitiva en una mueca burlona, donde sus labios dibujaron un aspecto ladino y movió sus cejas arriba y abajo tres veces seguidas.

—No sabía que estabas saliendo con Kageyama de la otra clase —comentó con completa efusividad, recargando su codo sobre el pupitre donde se encontraba descansando y se rio con demasiada burla. Acchan era un estudiante ejemplar, sacaba buenas notas, era amable y muy estudioso. Sin embargo, no era un secreto que le apasionaba el manga y anime y que amaba en demasía los chismes.

Y ese chisme que era una completa falacia, logró que Shoyo se ahogara con el aire, sintiendo como se le escapaba de los pulmones y tuvo que tomar largos respiros para recuperarse. Al mismo tiempo, su cara empezó a ruborizarse, empezando por un tenue color, y conforme la sangre se acumulaba en su cara, ésta iba aumentando.

¡Ésa era una absoluta mentira!

—¿Quién... quién te dijo eso? —exigió una explicación, con el corazón acelerado y toda la pena que sintió en esos momentos no se comparaba con ninguna otra. Acchan rio con completa facilidad, estirando parte de su torso hasta que una de sus manos tocó la espalda de su amigo y le dio unas buenas palmadas.

—No te preocupes, Sho, no hay nada de malo que salgas con otro chico —animó, sólo logrando que la zanja de vergüenza en el pobre chico de hebras naranjas que ya era un tomate andante que sacaba humo de las orejas, aumentara—. Pero no es necesario que lo ocultes, estaban actuando muy cariñosos cerca de la entrada del aula, tenías tus manos en sus mejillas...

—Es que hacía frío... —Se excusó Hinata, apartando la mirada a otro lado y realizando un mohín certero con sus labios. Acchan, en definitiva, confirmó que su querido amigo no era más que un vil mentiroso.

—Estamos en pleno verano. 15 de julio, no sé, Hinata, yo vine a la escuela sin ninguna prenda extra y tú también —demandó lo obvio con facilidad, sólo dando un respiro y entendiendo como el pequeño chico de cabellos naranjas se tensaba y temblaba con fuerza sobre su lugar.

Shpyo sólo esperó, que esos rumores no fueran tomados como algo de gran importancia por los demás. ¡Qué no llegaran a los oídos de Sugawara!

Porque de verdad, él y Kageyama no eran nada.

El profesor de Astrología era un hombre joven, rubio, de ojos azules, nariz algo afilada, facciones redondas y con labios gruesos. Él era un profesor novato, proveniente de Kyoto, y que vino hasta Miyagi sólo para dejar de lado su antigua vida marital que culminó por una infidelidad por parte de su ex esposa.

Era un hombre calmado, rígido y serio; sin embargo era un buen profesor. También no le importaba en lo más mínimo que sus alumnos prestaran o no atención, él sólo iba a dar su clase.

—Estrellas cayendo del cielo, una lluvia de Leónidas... —inició su clase con esa frase el hombre joven, empezando a escribir en la pizarra el título de la clase de ese día. Shoyo trató de concentrarse, mientras abría su libreta y metía a su boca la parte superior de su pluma, tratando de concentrase. Imposible, ¡la clase de Astrología lo aburría!—. Esta vez, por esta ocasión tan especial, me encargaré de hablarles de una creencia muy curiosa en Miyagi sobre una puerta que se abre cuando ocurre una lluvia de estrellas para animar el ambiente. Seguido de eso, me meteré en la Astronomía, trabajáremos con las características de las Leónidas, su origen, las próximas previsiones y las tormentas que ha generado a lo largo de nuestra historia.

Shoyo se perdió en su mente después de esa explicación, divagando mentalmente hasta que dentro de su cabeza sólo se proyectaban pequeños pensamientos tontos como: «¿qué voy a comer hoy?», o «no podré ver mi programa favorito ya que saldré con todos esta noche». Y en medio de sus trivialidades y el movimiento del plumón por la pizarra que acompañaba a la voz que servía como música de cuna, fue que la imagen de Tobio se presentó dentro de su mente, sin ninguna razón en aparente: tenía el mismo rostro serio, sus cejas arqueadas hacia abajo, su piel blanca que combinaba con sus potentes ojos azules y esa seguridad que lo caracterizaba en su andar.

Shoyo recordó a su rival amoroso, e irónicamente el color rojizo llegó a su cara, sintiéndose extraño por pensarlo y sólo atinando a dar un pequeño grito, queriendo esconderse en su nube de inseguridades al soltar un pequeño grito que, al parecer, sólo fue escuchado por los estudiantes más cercanos, entre ellos, Acchan.

—¿Te pasa algo? —cuestionó el castaño en un murmuro apenas visible que expulsó de sus labios, acomodando sus gafas sobre el tabique de su nariz y arqueó una de sus cejas. Hinata observó al chico, a su mejor amigo del aula y aun con la cara roja y las emociones desbordantes dentro de su cuerpo, se atrevió a negar.

—N-no es nada... —concretó esas palabras, empezando a evadir la mirada y observando primero al profesor que seguía hablando mientras dibujaba en la pizarra una estación del metro, decía algo, pero no le prestaba atención en lo absoluto. En su lugar, se dedicó a apartar la vista una vez más, en el instante en que algo dentro de su mente le hacía perder la cabeza, porque sabía qué era lo que pasaría a continuación. Ese extraño déjà vécu pondría inquieto a cualquiera, pero no era su caso, porque sentía que estaba siguiendo un guión, un guión del cual no podría escapar sin importar cuánto corriera—. Sólo pensaba en quién era el personaje más fuerte de la Shonen Jump —mintió, por fin dedicándose a mirar a Acchan, quien sólo enarcó una de sus cejas ante esa vaga pregunta. Sin embargo, dadas las circunstancias, en medio de la clase, Acchan dejó de prestarle atención a lo que se expresaba y se enfocó en Shoyo y esa cuestión.

—Es obvio, ¿no? Es Saiki Kusuo —afirmó con completa seguridad, sin dejar de lado su expresión seria y ofendiendo un poco a Shoyo, ya que, a pesar de que inventó todo eso para librarse de los ojos examinantes de Acchan, era cierto que él consideraba que el más fuerte de la Shonen Jump era otro.

—Yo creo que es Dio Brando de JoJo's Bizarre Adventure —continuó con la plática, afilando sus facciones a una veloz forma de ganar su propia confianza. Acchan arrugó más su nariz y los lentes casi resbalaron de su nariz por la falta de cultura de su amigo.

—¿Cómo puede ser eso posible? ¡Saiki tiene casi todos los poderes existentes! —gritó Acchan con una tremenda pasión en su pecho, golpeando su pupitre con demencia y dejando en silencio al profesor. Pronto, la vista de todos los del aula estaba sobre los dos chicos, pero ninguno le tomó importancia, Hinata se interesó en mostrar su descontento en la cara y mordió su labio superior con sus dientes—. ¡Tiene telepatía, telequinesis, teletransportación, aporte...! ¡Es un psíquico! —confirmó con una seriedad que rara vez se tornaba.

—Si van a hablar, que sea a un volumen-... —El profesor quiso intervenir, siempre hablando amable en todo momento y tratando de ser lo más cortés posible.

En vano, al segundo, Hinata lo interrumpió muy rápido.

—¡Pero Dio es demasiado inteligente, es el mejor villano de todo el mundo anime! —destacó con honesta facilidad Shoyo, tratando de defender al primer hombre que logró conquistarlo en la ficción. Sí, Shoyo usaría la expresión: «mi bebé sólo está jugando», si se tratara exclusivamente de Dio Brando—. ¡No sólo eso, tiene carisma, y es casi un genio! ¡Tiene fuerza sobrehumana, regeneración, esporas de carne, hipnosis, teleportación, curación y un Stand muy poderoso! ¿Qué más quieres?

—Pero Saiki puede hacer eso y más, de una patada puede destruirlo —defendió su postura, pero Hinata se esmeró en contraatacar.

—¡Es obvio que va a ser fuerte porque es un anime de comed-...!

—¡Sólo guarden silencio! —específico con un elevado tono de voz el único rubio adulto del sitio, ya harto de esa extraña pelea. Acchan y Hinata sólo pudieron quedarse quietos, dándose cuenta tarde de que fueron demasiado expresivos y terminaron por asentir, cerrando sus bocas de golpe.

Shoyo, sucesivamente, hundió su rostro en el pupitre y lo escondió entre sus delgados brazos, queriendo calmarse.

Conforme el día iba pasando, el pánico se hacía cada vez más grande, más aterrador. Hinata, después de estar en un extraño trance donde creía que todo era tan normal, al terminar la práctica, los escalofríos y el miedo puro empezaron a llenarlo.

Al salir del metro, todo el club de voleibol compró bollos que traían sabores sorpresa. Sugawara lo dividió en dos uno de ellos y se lo metió a la fuerza a su boca y a la de Tobio, por miedo a que Daichi reaccionara mal...

Como en su sueño.

—¡Está empezando! ¡Está empezando! —Los gritos del joven líbero, al saltar y correr entre las calles pavimentadas resonaron en la mente de Hinata.

Como en su sueño.

Kageyama sentándose a su lado, los dos comiendo takoyaki.

Como en su sueño.

Tobio alejándose con Sugawara para ir por bebidas.

Hinata los miró, pero en vez de sentir envidia, sus pupilas estaban temblando con demencia, su corazón se podría salir en cualquier momento de su pecho por la terrible realidad. Tenía miedo.

Como en su sueño.

Hinata empezó a entender que la caja nunca estuvo cerrada.

Cuando menos se dio cuenta, recibió el mensaje de su madre: «¿puedes pasar por unas compras antes de regresar a casa? Es para el desayuno de mañana». En algún instante ya se despedía de sus compañeros del Karasuno y retomaba por su cuenta su camino.

Al estar en el supermercado, durante los pasillos casi vacíos y bajo la lluvia de estrellas en el exterior, mientras caminaba por el pasillo de aceites y tomaba el que siempre su madre comprobaba, su mano tembló. El aceite entre ese terrible golpeteo herido resbaló de sus manos, al sentir que la fuerza lo abandonaba.

Shoyo fue lento, quedándose todo un minuto observando la botella de aceite que generó un sonido algo fuerte al caer. Tardó un poco en tomar la decisión de agacharse por ella, sintiendo sus piernas tambalearse y todavía pareciendo un vibrador andante al tratar de levantarlo.

La sensación de inquietud volvió a inundarlo, su garganta empezó a formarse un nudo, el pánico lo hizo sentirse desnudado y sus ojos querían ponerse acuosos. Pagó sus cosas en la caja, luego guardó en su mochila las bolsas de plástico con los víveres al pasar por recepción por ella. Con cada paso que daba, se le hacía más difícil caminar, las fuerzas lo volvían a abandonar, como si algo lo atara contra la tierra. Entendió poco a poco por qué el aire le faltaba.

Al llegar a la salida del supermercado, un respiro pesado escapó de sus labios, sus pulmones se llenaron de sangre y dio un bostezo largo. Cuando sus orbes se toparon con el exterior, vio que no había mucha gente en la calle, pero tampoco estaba tan vacía, personas iban y venían, personas que sentía que ya había visto en otro lado.

—Así que sí seguías dentro. —El inconfundible tono de voz de Kageyama perturbó el ambiente de Shoyo, deteniendo todo su mundo que a duras penas comenzaba a girar y eclipsando en el universo de color azul dentro de las orbes de Tobio.

Giró lentamente su cabeza, lo vio, y en lugar de sentirse decepcionado o emocionado, el terror profundo amuebló sus facciones.

Apenas vio su rostro serio, enderezando su cuerpo de donde estaba recargado, Tobio se ruborizó y Hinata sólo pudo notar el color rojo...

Rojo.

El pequeño gato llamado Tobio Kageyama dejó de existir. La sangre esparcida por el lugar, el tren deteniéndose de emergencia, la sustancia inorgánica enredadas entre las ruedas del metro, los gritos de los civiles, la entrada del personal autorizado, la niña que lo empujó por accidente.

Hinata abrió su boca, se quedó mudo al principio y se puso pálido. Kageyama se mostró un tanto preocupado al ver esas acciones de repente, tras nunca haberlo visto actuar así en todos los años que llevaba conociéndolo.

Hinata dejó salir de su boca un jadeo, negó con su cabeza varias veces mientras Kageyama trataba de acercarse a él, preocupado. Las lágrimas incluso empezaron a rodar de sus ojos, acariciaron sus mejillas y se precipitaron como el flujo del tiempo de esa noche del 15 de julio.

—¿Hinata? —Trató de calmarlo Tobio, usando un tono de voz extrañamente calmo. Pero Hinata sólo retrocedió.

—¡No...! —chilló Shoyo, retrocediendo rápidamente unos cuantos pasos más, queriendo que se alejara de él.

Si caminaban juntos a la estación, Tobio... Tobio iba... iba a...

Sin tratar de excusarse y siendo preso de sus instintos, Hinata salió corriendo.

No había sido un sueño.

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