Parte 02: Vivo & Muerto A La Vez
Perdón por la tardanza.
Las manecillas del reloj sólo giran y giran, repitiendo ese día una y otra vez.
Tercer intento
Shoyo se quedó mudo, siendo destrozado en cuanto a su propio pánico, cuando la escena volvió a repetirse. En la misma hora, con el último tren acercándose, y con Tobio a su lado.
Esa vez, incluso quiso cambiar aunque sea una cosa, cuando todo el Karasuno iba de regreso tras ver a la lluvia de estrellas coloreando el cielo, y él tuvo que pasar al supermercado: le pidió ayuda a Sugawara y a Tobio por igual para que lo acompañaran.
Todo salió más normal de lo esperado, en el supermercado compró todo lo necesario y por la ayuda de tener manos extras de más, acabó casi cinco minutos antes.
Al esperar el tren, Shoyo se aseguró de esperar el transporte un poco alejado del lugar donde anteriormente la niña se tropezó y empujó a Tobio.
Hinata pudo felicitarse por ser fuerte mentalmente, llorando por dentro con discreción y sólo sacó a flote su primer terror cuando la risa de la niña retumbó en sus oídos.
La niña bajó las escaleras a una velocidad impresionante, Shoyo sudó frío y deseó con todas sus fuerzas que a la niña no se le ocurriera caminar detrás de Tobio. Por favor, no, por favor.
«Quizás debo enfrentar el problema, arrancarlo de raíz», pensó, apoyándose a esa idea, tomando aire lo suficiente, cerrando sus ojos con fuerza y dejando a vista de Tobio y Sugawara, a un pequeño chico asustado.
Sí, la vaga idea de Shoyo era que tal vez la niña era el veneno en la caja, el que se derramará pero al mismo tiempo no lo hará. La caja era el metro, la niña el veneno y Tobio era el gato. No podía alejar mucho al gato de la caja, pero quizás sí podía sacarlo.
La caja ya abierta se mostró cuando el sonido del metro empezó a acercarse, Shoyo cerró sus ojos y Sugawara y Tobio ya habían notado sus acciones. Kageyama sólo fue discreto y lo observó de reojo, pero Suga...
—¿Te sientes bien, Hinata? —cuestionó con cierta preocupación el superior de tercer año. Shoyo tuvo un sobresalto largo, bien encerrado a través de sus almendrados ojos y levantó su mirada ante la persona que según él, le gustaba.
—Sí, Suga-san, ¿por qué lo dices? —relató con un hilo de voz bajo, sintiendo el peso de la mochila a su espalda donde llevaba las cosas de la compra y el cuchillo envuelto en un trapo blanco. Al no tener en su punto de visión a Tobio por verse obligado a mirar a Koushi, con una de sus manos tentó al aire hasta que logró tomar su brazo.
No lo vería pero lo sujetaría.
Lo apretó, lo apretó ligeramente y no buscó lastimarlo, Tobio no dijo nada en ningún momento. Y Shoyo, en medio de los dos chicos, queriendo apaciguar las preocupaciones del mayor, fingió no darse cuenta como el veneno era derramado. La niña gritó, siendo impaciente como cualquier infante. Su madre le pidió que tuviera cuidado, que mirara al frente para no caerse.
La niña no le hizo caso. La vio tropezar. Ahí ya no había nadie de pie delante, por lo que no empujó o causó un trágico accidente.
La pequeña niña gritó tras perder el equilibrio en su cuerpo, y el sonido seco del cuerpo cayendo sobre la estación, sin que nadie entrara a las vías y fuera arrollado, lo llenó de vida.
—Es que, te ves pálido y estabas temblando, ¿no quieres que te lleve al médico de esta estación?
La enorme caja metálica volvió a escucharse, el cuerpo de la niña venenosa seguía en el suelo y su madre corrió hasta ella para regañarla por su imprudencia y por desobedecerla. La niña sollozó con sus rodillas raspadas y Shoyo estaba a punto de hablar.
Error.
El metro pasó a un lado de la niña que seguía en el suelo, las lágrimas rodaron de sus mejillas y su madre le acariciaba sus hebras castañas. El metro empezaba a acercarse a ellos, a pasar a su lado, ellos en el lugar seguro.
Tobio se soltó del brazo de Shoyo, y dio un paso hacia el frente. Todo tan rápido que el de hebras naranjas no pudo ni reaccionar.
Ahí fue donde todo colapsó.
Una vez más, la sangre salió disparada y la sustancia inorgánica se enredó en las ruedas. Shoyo tragó grueso y el vacío de su mano que hace poco había podido rodear la piel a través de la manga de ese azabache, ahora sólo envolvían un asfixiante aire.
Shoyo sintió un nudo en su garganta al ver a Koushi gritar aterrado. Él no quiso voltear a ver lo que ya había visto, y sólo dejó que las lágrimas salieran de sus ojos, rodando por su piel nívea.
¿Qué hacer cuando el gato se regresa por su propia cuenta a la caja?
Sólo cortar la piel con el filo una vez más.
Las manecillas del reloj sólo giran y giran, repitiendo ese día una y otra vez.
Cuarto intento
Tobio volvió a acompañarlo en las compras después de la lluvia de estrellas, en medio del fino desfile de cuerpos celestes recorriendo el cielo, sólo lograron que Shoyo se sintiera inquieto. No sabía cómo el juego se terminaría, quizás debía de mantener vivo a Tobio hasta que las manecillas del reloj marcaran el inicio del nuevo día.
El 15 de julio siguió danzando en medio de un ataque burlesco y con las cosas ya compradas y el cuchillo en la mochila de Shoyo, se encontró con su naciente miedo al ver las escaleras que conducían al subterráneo. Si entraban ahora, el último tren llegaría, la niña debería de estar cerca y empujaría a Tobio... quizás de nuevo el azabache por su propia cuenta se tirara a las vías del tren.
Tragó grueso, se puso pálido y sus labios se secaron. Se detuvo apenas en la entrada del subterráneo, las escaleras estaban casi vacías. Ten cuidado porque podrías caerte.
Sus piernas no pudieron moverse y Tobio sólo bajó un escalón antes de detenerse. Shoyo no avanzó y Tobio pareció genuinamente sorprendió por eso, girando parte de su cuerpo y dejando que el color oscuro de sus ojos azules encararan al tembloroso chico.
Shoyo se quedó perdido ante los examinantes ojos llenos de sospecha sobre su cuerpo. Asustado. Hinata estaba asustado.
—¿No quieres tomar el metro? —Y como si el mayor intuyera lo que estaba pasando, Shoyo negó a una velocidad impresionante cuando éste le atinó a sus problemas.
Tobio lo miró por unos segundos, devorándolo con la mirada y dando un vistazo desde la punta de los zapatos deportivos de Shoyo hasta su chándal negro del descanso del Karasuno, su piel nívea, esos bonitos ojos cafés encarnando el terror y sus dientes queriendo castañear al abrirlos y cerrarlos por breves períodos de tiempo.
—No quiero, Kageyama, creo que no quiero... —Se limitó a decir, tomando aire y haciendo uso de su fuerza de voluntad donde una nerviosa sonrisa se dibujó en sus facciones. Quiso destacar que sólo era un bobo capricho de un adolescente.
Tobio dilató sus pupilas al verla. Esa sonrisa no era ajetreada, no era dulce ni tampoco era burlona. Shoyo tenía diversas sonrisas para mostrar su felicidad y Kageyama sabía notar cuál era cada una de ellas. Ésa se parecía más al nerviosismo que había en los partidos cercanos de las nacionales, sólo que... inclinada a algo más profético. Lo que vendría a continuación, esa curva escondía algo.
Tobio dio un suspiro y el de menor estatura no dio indicio de querer seguir hablando más de su temor. No podía negarse a eso. No insistiría.
—Está bien, podemos ir a un hotel o yo que sé —destacó Kageyama, subiendo el último escalón y dejando mudo al de hebras naranjas, donde su corazón dio un vuelco ante esa idea, sintiendo como toda su cara se calentaba y sus dos manos se alzaron a la altura de su pecho. Retrocedió un paso y se quedó congelado al ver al azabache de atractivo perfil decirlo eso con un gesto serio.
—¿Para q-qué...? ¿Para qué quieres ir a un hotel? —llamó con pánico esa noche de verano, queriendo regular su respiración y no estando al tanto de las actitudes de Tobio, quien sólo arqueó sus cejas y alzó sus hombros.
—Si no quieres tomar el metro, podríamos tomar el autobús, pero está algo alejado, no creo que podamos llegar. Podríamos pasar la noche en un hotel —relató sus planes sin una pizca de doble sentido y Shoyo se percató de eso mismo por la forma en que sus ojos lo miraron. Era imposible, completamente imposible todo eso que estaban viviendo.
De verdad, no quería seguir muriendo ni tampoco ver a Tobio morir otra vez más. Se pregunto, si sería diferente si no estuviera encerrado en los ciclos, encadenado al mundo de estrellas y al ser espacial.
Su respiración dio un vuelco y sintió como los latidos acelerados de su corazón al creer que Tobio se le estaba insinuando bajaron, sus mejillas todavía seguían rojas y sus orbes cafés encerraban en su reflejo la figura ajena.
Le había hecho una promesa a Tobio, de que debía de esperarlo. Aunque fuera en las estrellas, lo tenía que hacer, no podía fallar.
Los pasos presurosos de la infante a su espalda se hicieron presente, también esa risa. La niña de las coletas llegó, todavía corriendo, emocionada. Shoyo se congeló, apartándole la vista al número 9 por primera vez, para poder ladear su rostro al girar parte de su cuerpo.
Sí, esa niña alegre.
Las estrellas seguían cayendo sobre el cielo estrellado de esa época veraniega donde las lluvias era lo que reinaba en Miyagi, acompañado de las tardes calurosas.
Debía de huir.
—¡Ka-Kageyama! —gritó Shoyo con terror, tratando de fingir indiferencia pero fallando vagamente en el intento. Esa vez, se habían encontrado a la niña en las afueras de la estación subterránea. Claro, se habían tardado en bajar, era natural.
Kageyama dio un respingo al ser llamado por su nombre, otra vez notando esa sospechosa actitud que Hinata tenía desde hace «días» atrás.
—¿Te sientes bie-...? —El armador no pudo terminar su oración, quedándose con la palabra a media cuerda vocal y teniendo el corazón en la manga al sentir como las pequeñas manos de Shoyo, suaves, frías, sudadas y temblorosas, se aferraban a la suya, envolviendo todas las sensaciones y la súplica en los ojos ajenos se hizo más evidente.
—¡Podemos alcanzar el autobús si nos damos prisa! —improvisó, con una falsa sonrisa y no permitiendo que Kageyama dijera algo.
Cuando se dio cuenta, Shoyo lo jaló con fuerza hacia el mismo lado donde la niña venía corriendo y lo hizo avanzar. Ambos pasaron corriendo a un lado de la infante y fácilmente la dejaron atrás. Shoyo corría adelante, aferrándose a la mano ajeno quien sólo daba la impresión de estar perdido.
—¡Idiota!, ten cuidado, no te vayas a caer, podemos caminar —indicó Tobio en medio del movimiento acoplado de sus pies, las grandes zancadas y el paso donde Shoyo en definitiva no se fijaba por donde iba, sólo quería alejarse de la estación, alejar a Tobio de ese sitio donde su muerte ya estaba escrita.
Para suerte de ambos, no tuvieron ningún incidente a pesar de casi volar por las aceras y saltarse los semáforos rojos. Shoyo sólo pensaba que el fin del día estaba cerca.
Debía de mantenerlo con vida hasta la mañana del 16 de julio, y quizás todo estaría resuelto.
Con rapidez, llegaron a las escaleras donde los peatones podían cruzar una avenida larga sin el terror de ser arrollados. Shoyo respiró tranquilo, queriendo indagar más contra su dolor enjaulado en sus sentidos y recordando que la estación de autobuses que colindaba a la preparatoria Karasuno estaba cruzando ese puente para tomar parte de la gran carretera que estaba bajo el puente.
Shoyo suspiró con tranquilidad, no bajando la velocidad y dejando que sus pasos en grandes zancadas subieran por los escalones del puente.
—¡Oye, Hinata! —llamó Kageyama cuando sintió que tropezaba en uno y tuvo que buscar el equilibrio al mismo tiempo en que subía. Shoyo sólo pensó que tomarían un descanso cuando estuvieran arriba del puente—. ¡Hina-...!
Error.
Los zapatos de Shoyo resbalaban.
¿Cómo pudo haberlo olvidado? ¿No todas las veces en las que huyó aterrado por ver a Tobio siendo arrollado, sus zapatos resbalaban en la estación y le entorpecían su carrera?
Claro, el piso del puente para peatones era liso, el de la estación también lo era.
Su tenis de descanso se patinó sobre la superficie plana de la parte más alta del puente y todo su peso se fue hacia atrás.
Una vez más, la mano de Kageyama se alejó de la suya, sus dedos se separaron y Shoyo sólo pudo sentir como caía en picada a la parte baja de las escaleras, y los ojos aterrados de Tobio lo observaban.
¿Kageyama realmente era el gato?
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