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Parte 00: Polvo Cósmico Eres

16 de julio. Un día cualquiera, de un verano cualquiera, de un año cualquiera.

Ya no había rastro alguno de Kageyama Tobio después de la clase de gimnasio. En la hora del almuerzo, Kageyama Tobio había desaparecido por completo.

Hinata lo buscó por todos lados. Algo andaba mal, y lo recapituló al buscar en el salón de clases habitual, y nadie había afirmado haber estado con esa persona desconocida, de rostro desconocido y carácter misterioso.

Hinata volvió a buscarlo por todas partes, por cada pequeño rincón de la escuela, por más estúpido e imposible que pudiera llegar a ser, sus ojos examinaron todo. Y no encontró nada, ni siquiera pudo hallar una pista.

Sus sospechas eran ciertas. Parecía ser, que Tobio desparecía por breves períodos de tiempo que se irían prolongando cada vez más, quizás hasta el punto en que el azabache terminara por esfumarse para siempre, como si nunca hubiera existido.

Claro, ése había sido su deseo. Se le cumpliría y no estaba feliz, pero ¿cómo podía estarlo?

Pensando que podría hacer algo, jugó un juego extraño liderado por un ser neutral lejos de su entendimiento. Los mareos se revolvieron en su rostro al recordar todo, que ni el propio aire que lo golpeaba en el patio trasero de la escuela, parecía obrar en necesidad de querer salvarlo.

No había tocado su bento. El primer descanso estaba a punto de terminar, y él sólo estaba sentado en el pequeño espacio donde usualmente almorzaba con Kageyama. Su espalda estaba recargada contra la pared de un salón, y sus piernas recogidas, trataban de hacerlo bolita y desaparecer.

El túnel maldito era su última salvación. El lugar que se conecta con el mundo de las estrellas y donde encuentras lo que pierdes. Pero incluso aunque fuera, no sabría qué hacer ahí.

Sus labios le temblaron con levedad, seguía recordando la viva imagen de Kageyama: sus lacios cabellos negros, cortos, recordando que él había dicho que nunca se lo dejaría crecer. Sus ojos oceánicos, eran rasgados, no tan grandes, pero parecían ahogarte en ellos. Su piel era blanca, pálida y suave, llegó a tomar su mano, esa calidez que desprendía y la blandura de su textura, fueron todo un paraíso. Sus delgados labios, la forma de su boca cuando fuerza una sonrisa o una curvatura mal hecha de la emoción. ¡Su estatura! Mucho más grande que él. La forma en la que actúa cuando está enojado, cuando está triste, cuando está eufórico, feliz, o esa faceta de preocupación que le mostró en ese misterioso último intento antes de romper el ciclo tras quedarse dormido.

Kageyama Tobio, su amado chico tragado por las estrellas.

Hinata dio un suspiro, mirando hacia el cielo y haciendo todo lo posible para que sus ojos no se desbordaran. Cristales finos acumulándose en sus ojos, mejillas tiñéndose de rojo y sus nudillos apretados a sus costados, queriendo darse fuerza.

Un ser humano insignificante en el universo, que no servía para nada, sin valor que ofrecer y que fácilmente podría ser reemplazo, eso era lo que era. Nada más, ni nada menos.

Un pequeño ser, que no puede cambiar las cosas. Porque si eso fuera posible, para empezar, ni siquiera podría ser humano.

Al mismo tiempo en que se dejaba sumergir por su terror creciente, el sonido de la ventana del salón al recorrerse, lo hizo pegar un grito porque se oyó a sus espaldas.

Hinata no se atrevió a ver quién era, eso era lo que menos quería. No tenía ganas de tratar con alguien, sólo quería sumergirse en las profundidades de un mar ya seco, iría a buscar el túnel maldito esa noche después de las practicas y no sabía qué haría ahí, no podía pensar correctamente y lo que menos quería era hablar con alguien.

—Hinata, ¿estás solo? —La voz conocida lo tomó por sorpresa, lo hizo dar un pequeño brinco en su lugar, ante de girarse para verlo. Sus ojos cafés y dilatación sorpresa al oír el sonido de la ventana tocando el límite al ser abierta, captaron la figura del chico de hebras grisáceas, de tercer año de preparatoria, la mano derecha de Daichi. Sugawara Koushi ya se había recargado contra el marco de la ventana, teniendo que bajar su mirada para poder observar al chico que había sido atrapado con las manos en la masa—. Eso es inusual, casi siempre almuerzas con tus compañeros del aula, o con Tsukishima y Yamaguchi.

Otra vez, Hinata notó que el mundo se ajustaba para ir sacando poco a poco al número 9 del Karasuno.

Como si nunca hubiera existido.

Como si nunca se hubieran conocido.

Como si nunca lo hubiera visto morir ante sus ojos.

Las estrellas se lo estaban tragando, y eso le puso los nervios de punta al chico de hebras naranjas, teniendo que tragar grueso, buscando apartar la mirada al querer dejar de lado sus mareos y su corazón empezó a latir con rapidez.

Quizás no podría cumplir la promesa que le hizo a Kageyama.

Y aun así, a pesar de que sólo quería ponerse a llorar o patalear como si fuera un niño que quería ser protegido, se esforzó lo suficiente, compartiendo una media sonrisa que sabía a estrellas podridas y observó de nuevo a su antiguo amor.

—Sólo quería estar solo un rato... —Hinata sabía que no era muy bueno mintiendo, y también sabía que Suga era perspicaz. Lo mejor era decir la verdad a medias—. He tenido muchas dudas últimamente.

—¿Son dudas existenciales? —Rio con suavidad Suga, tratando de amoldar el ambiente y haciendo que Shoyo asintiera casi a la par. Imposible, el ambiente se estaba tornando cálido y casi lo hizo derretirse, su pecho se le estrujó, y las ganas de llorar se hicieron más fuertes.

Se rompió.

—Me gustaría desaparecer, Suga-san, ya no sé qué hacer —atribuyó en medio de una carcajada que se hizo un lamento de auxilio en sus cuerdas vocales. Hinata Shoyo anhelaba al mundo de las estrellas, lo anhelaba tanto a pesar de odiarlo.

Sugawara sólo escuchó esas palabras con certeza, y se quedó en silencio al ver esos temblorosos ojos alegres, a punto de apagarse.

—Creo que eres muy valiente... —dijo por fin, escapándose eso de su boca y logrando que la duda implementada entre esa confusión llena de constelaciones que formaban el llanto, se estrelló en la curiosidad.

—¿Por qué lo dices? —indagó en medio de una duda certera que sólo hizo a Koushi sonreír, algo apenado.

—El que sigas viviendo incluso si ya no sabes cómo hacerlo, ¿no crees que es valiente? —aseguró en medio de un suspiro, arrojándolo al aire y rompiendo por completo a Hinata. En menos de un segundo, el grifo fue abierto y todo se desbordó, sus mejillas se tiñeron de rojo y la imagen de su superior se puso borrosa.

No quería que Suga lo viera en un momento de dolor, teniendo que apartar la mirada para poder posar sus dos manos sobre su rostro, queriendo ocultarlo, esconderlo, no mostrarlo.

—No hay nada que pueda hacer a pesar de eso —respondió, negándose a observar a su superior, pero siendo delatado el solo por el carraspeo en su garganta y un sollozo que se extendió por el sitio solitario donde sólo ellos dos estaban—. Si observas el cielo lleno de estrellas, sólo nos damos cuenta de lo pequeños e insignificantes que somos... —reveló en medio de su dolor, apretando más sus manos contra su cara y forzando a que el sonido incómodo se llenara. Sugawara Koushi ya no decía nada, y eso creía que era lo mejor para el de cabellos alborotados.

—¿En serio? —Pero al final, sí habló. Su tono de voz fue más calmado de lo normal, que le dio una sacudida a Shoyo, quien sólo pudo bajar sus manos lentamente de su rostro, para enseñar como las lágrimas saladas, estaban estampando sus mejillas en una desastrosa obra de arte.

Shoyo fue valiente, girando levemente su rostro, para poder observar de ojos castaños y cabello grisáceo, quien sonrió apenas lo vio salir de su escondite.

—Pero, somos el resultado de 14 billones de años de evolución cósmica, un milagro que podría considerarse termodinámico para la ciencia —rescató sus pensamientos Sugawara, haciendo una sonrisa larga de par en par, que dejó congelado a Shoyo apenas la vio—. Somos el universo despertando, y que puede contemplarse a uno mismo.

La línea 16 del metro. No era muy concurrida porque colindaba directamente con centros urbanos de la prefectura de Miyagi, y la época para ir a la posada de aguas termales, era en invierno. El traqueteo de las ruedas del metro bajo sus pies, el sonido de los cables al hacer fricción y el movimiento similar al de una víbora que iba en avance, generando pequeños temblores, ponía nervioso a Shoyo.

Sentado en uno de los muchos asientos vacíos, contempló como el Sol ya oculto se despedía poco a poco y dejaba que las estrellas inundaran el cielo. Sabía que era peligroso andar por las noches haciendo senderismo, pero debía de hacer algo si quería encontrar eso que se le había perdido, porque todo era completamente extraña.

Sus ojos se iba difuminando y sólo se sintió a gusto al sacar su teléfono de su chándal deportivo del Karasuno. Iba sólo y ya eran las 8 de la noche en punto.

Su única oportunidad y se había escapando de Kageyama, quien actuaba algo raro desde sus pequeñas acciones que podían pasar desapercibidas. Sus desapariciones ahora eran más frecuentes.

A pesar de todo, y de haberse asegurado de no preocupar a nadie para que lo siguiera... creía fielmente que estaba siendo observado o que alguien contaba sus pasos a su espalda.

Se perdió en el metro por un buen rato hasta que topó la estación 16, quería atribuir esa sensación de incomodidad a la mirada que le dedicaba el ser de las estrellas en ese mundo estrellado.

Cuando la voz de la fémina anunció que el metro estaba llegando a su estación final, fue que Shoyo pudo recoger todas sus piezas donde lo aterrador se hacia presente y el freno seco del metro donde nadie era aplastado, fue su punto de enfoque. Las llamadas perdidas de Kageyama se iban acumulando en su teléfono y mientras bajaba del vagón, éste volvió a sonar, lo ignoró y salió al exterior, topándose con un pequeño pueblo cercano a la montaña contraria a su casa, con muchas casas de estilo japonés y la tranquilidad esporádica.

¿Por qué sentía que eso ya lo había vivido antes?

Shoyo Hinata no se preocupó en observar el paisaje, sólo dio un suspiro y apresuró sus pasos, comenzó a correr en el pequeño pueblo, arrastrando sus pies contra el pavimento y dejando su corazón expuesto ante la vista de todos. Si era cierto que los portales al mundo de estrellas, donde encontrabas lo que desaparecía, se abrían, quizás podría encontrar a quien había perdido.

A Kageyama Tobio.

Siguiendo las instrucciones precisas que dio el maestro y que escuchó varias veces seguidas, fue que pudo llegar a una pequeña carretera que colindaba con un sendero para bicicletas y peatones que gustaran llegar con esos medios a las aguas termales.

El ruido aterrador de las hojas meciéndose con la brisa de verano, uno que otro vehículo pasando en silencio a su lado, y el ruido de las cigarras cantando al avisar el fin de un ciclo, lo terminaron conduciendo a la entrada del túnel.

El túnel era grande, lo suficiente para que autobuses y camiones de carga pudieran entrar. Las 8:20 de la noche y Hinata pudo vislumbrar que realmente le habían hecho un agujero a la montaña para que la carretera continuara, y que el túnel sólo era eso.

Hinata lo vio, y tragó grueso, miró hacia los lados y confirmó que no venía nadie o algo detrás de él. Ni un vehículo o persona que pudiera entorpecer su intento de entrar en lo desconocido.

Ver lo grande que era le recordó lo pequeño que era un ser humano y sus terrores al ver la oscuridad, lo orillaron a usar la pequeña lámpara de su teléfono. Dio un resoplido y respiró de paso al alumbrar al interior y ver lo tétrico que se veía de noche y abandonado.

Su teléfono volvió a vibrar, era Kageyama de nuevo.

Antes de todo, tomó valor, respiró profundo y retrocedió unos cuantos pasos para tomar carrera, sintió como era empujado por fuerza hacia la oscuridad.

La risa cínica de Kageyama a sus espaldas lo hizo congelarse. El miedo lo llenó al reconocer ese tono gigantesco y se puso pálido.

—El despiste no sirvió de nada para que asimilaras un mundo sin Kageyama. —Se pudo oír a sus espaldas esa voz de la persona que imitaba a Kageyama. Los nervios se le pusieron de punta y quiso llorar—. Las personas que han entrado por voluntad propia a estos túneles, es porque buscan algo que han perdido y han jugado el juego de las estrellas. Como si la tierra se los tragara, terminan desapareciendo —dijo en medio de una risa escurridiza, haciendo a Shoyo titubear en medio de su propia decisión, y por primera vez, se giró para ver al ser.

La imagen captada por la lampara de su teléfono, fue algo ya conocido: el ser de las estrellas, vistiendo la ropa de descanso del Karasuno, sus ojos azules brillaban en la entrada del túnel y una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.

Así que ese ser había jugado con sus sentimientos y mente y había fingido ser Kageyama. Hinata apretó sus labios, recordando que habían ciertas acciones no muy propias del azabache, desde la forma en la que su cara se molestaba al no entender al profesor o el exceso de tacto.

—Entonces, ¿qué harás? ¿Desaparecerás como si nunca hubieras existido o regresarás a casa y aprenderás a vivir sin Kageyama Tobio? —La pregunta fue arrojada y esos penetrantes ojos, fueron testigo de como Shoyo arqueó sus cejas hacía abajo—. La vida está llena de despedidas, no deberías de tomar importancia —coqueteó, haciendo una sonrisa medio burlona que formó una media luna y Shoyo sólo pudo apretar sus labios, sintiendo como el enojo se iba plasmando poco a poco en su cara, revolviéndose.

—¿Estás diciendo que no vale la pena que nos hayamos conocido? ¿Estás diciendo que nuestr encuentro no vale nada? —dijo Shoyo, bajando la linterna de su teléfono, mordiéndose los labios y no atreviéndose a gritar—. Eso es estúpido. Si Kageyama se esfumará... —resistió Hinata, aguantándose las ganas de llorar para levantar la mirada, casi haciéndose para atrás, pero logrando vencerlo—. ¡Tomaré sus deseos, esperanzas y sueños, y grabaré su vida en alguna parte del mundo de las estrellas!

Hinata se mordió los labios para no tentar a la suerte y jugar a ser egoísta, que terminó girando por completo su cuerpo hacia el túnel maldito, introduciéndose más en él.

No pensó en su madre, o en Natsu, en su asesor, en el entrenador, en sus amigos o en sus compañeros del club.

8:22 de la noche y en el túnel no ocurrió nada. Shoyo avanzó un poco y fue alumbrando el sitio cavernoso. En la lejanía podía ver la salida y como ésta continuaba en la carretera.

Las esperanzas de Shoyo se mantuvieron al recordar lo ocurrido la vez anterior.

Las 8:25 dieron, la primera estrella cayó del cielo a esa misma hora un día anterior, y con eso, la primera lágrima de sorpresa contenida se manifestó en su cara.

Todo se volvió un paisaje estrellado.

El piso despareció y otra vez, la sensación de flotar en medio de los cuerpos celestes, lo dejaron con el grito a medio camino al creer que algo cambió.

Ni siquiera tuvo que avanzar o buscar algo, apenas ese paisaje extraño se presentó en sus narices, y en ese mar donde parecía flotar entre miles de faroles, a unos cuantos centímetros de distancia, la figura alta de Kageyama Tobio a punto de ponerse a llorar y con los ojos mostrando sonrisa sincera, fueron su punto de enfoque.

—Hinata... —susurró Kageyama con la vez quebrada al verlo ahí, en medio de la nada.

El mencionado pareció dar un salto de felicidad, y las lágrimas contenidas no pudieron evitar salir con más fuerza que al principio.

—¡Kageyama! —gritó con alegría Shoyo, mientras daba pasos rápidos para poder llegar hasta él. No había cambiado, usaba la ropa de descanso del Karasuno, con sus fuertes ojos azules, su piel blanca, sus cabellos lacios azabaches, su nariz respingada y sus labios delgados. ¡Era su Tobio!

La felicidad sólo lo inundada, la euforia de verlo de nuevo y su embriagante combinación, ni siquiera lo hizo percatarse de como su cuerpo se iba deshaciendo, volviéndose un polvo brillante por cada movimiento que hacía.

El de Kageyama pareció hacer lo mismo, cuando sacudió su cabeza a una velocidad impresionante por verlo moverse desesperadamente hacia él, que también corrió en medio de la nada para poder alcanzarlo.

Los brazos de Hinata pudieron atrapar primero el abdomen de Tobio, se sentía más ligero de lo normal, pero no había duda: sí era de Tobio.

Por su parte, Kageyama ni siquiera perdió el tiempo para poder rodearlo con sus brazos, acunando su pequeño cuerpo.

Pronto, todo se volvió polvo de estrellas, cuando se miraron a la cara y Shoyo sonrió con brillantez, contagiando al enamorado Tobio, quien sólo pudo sonreír con discreción.

Un día después de que las estrellas cayeron del cielo, dos chicos fueron tragados por las estrellas.

«Incluso si es en las estrellas o en cualquier otro lado, ¡tú me esperarás!»

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