XX
Camino sobre cenizas y duras piedras flojas. El bunker debió caer repetidas veces mientras la tierra que lo sostenía desaparecía. No sé hacia dónde ir. Pero debo partir o me volveré loco. El sol tocaba la espalda de la niña cuando la besé y se fue en dirección a él. Ahora debe estar en el lugar opuesto, así que iré en su contra.
Noto al menos dos kilómetros de destrucción a la redonda, lo que significa que las comunidades no sobrevivieron, o al menos las edificaciones. ¿Se habrá alejado lo suficiente? Aunque también supongo que las piedras volaron dañando a las comunidades. Sigo lo que supongo que era el sendero, tomando agua cada determinado tiempo. El sol abrasa de tal modo que duele y el sudor hace que las heridas ardan. Camino sin ver hacia adelante, sino abajo, pues un paso en falso podría significar una nueva lesión y es lo que menos me ayudaría en este momento.
¿Ahora qué requiero? Necesito vida, algo que me confirme que no estoy en una dimensión aislada del resto de las almas. El rumor de un llanto me hace voltear y veo a una mujer con velo negro, llorando en donde empiezan las cenizas. Ese ser me recuerda a quien solía llamar madre, pero no, sólo debe ser una persona cualquiera con velo negro que poseyó su cuerpo. Veo el tronco de un árbol en la cima de una colina y me dirijo a él. Espero que el llanto pueda hacer algo por el alma de esa mujer, quizá es lo único que necesita.
Me siento a descansar mientras mis ojos recorren a lo lejos, de otro lado de la colina, una ciudad destruida. ¿A dónde me dirijo? ¿Qué soy? ¿Un Humano o su evolución sin cambios genéticos? No pienso como el humano de los tiempos de paz. ¿El Humano es bueno o malo? Recuerdo a las personas que conocí, que eran las personas más bondadosas que existían, cometer actos innobles. El humano debe ser contextual, imposible reducirlo a algo menos infinito que los contextos. Lo cual me deja en un ser entre muchos. No puedo ser nada y soy, en definitiva, algo, quizá inefable, prófugo de las palabras y la razón.
El cielo pinta espesas nubosidades, que comienza a tornarse rojas, como borregos enfurecidos. El aire comienza a correr en esta dirección. Un sonido en mis pies, un papel, me hace descender, lo recojo y lo leo:
«Fallar a una persona que amas es el peor pecado del mundo, amerita muerte. Hacer un homenaje a quien en una ocasión te amó.»
Hay un hermoso dibujo de mí al final del túnel, esperando la gota final, hecho con un pedazo del tronco quemado, al igual que las letras. Un dibujo de un hombre con una mujer pequeña y flaca que le toma la mano, el dibujo de una gota que parece mágica. La palabra “Te amo” dibujada con dimensiones y el túnel vacío con el sol escondiéndose tímido en el horizonte.
La bondad trágica en la niña me asusta y sé que debo detenerla. Ella debe morir por alguien y no entregándose a la muerte. Una gota nubla mi visión y no quema. ¿Alma mía, sigues débil a pesar del abuso o es que algún asomo de felicidad ves en el futuro?
El humano no es lo bueno ni lo malo. El humano es la posibilidad de ser. Veo el horizonte, las inmensas posibilidades y en la ciudad una estructura que me parece familiar: un túnel, un destino. ¿Habrá algo allí? ¡Qué importa! El destino es la mentira para emprender el viaje. Nadie sabe si llegará pero la visión de él mantiene en marcha al viajante.
Una carrera contra las nubes con lluvia ardiente comienza, hay al menos una esperanza. Niña ya voy.
Vivir es una inminente muerte. Llamamos vida al proceso de deterioro y a la lucha contra el mismo. Esto pasa en todo el mundo, incluso el planeta muere, agoniza y reacciona ante los eventos, usando sus armas de defensa contra los agentes patógenos. Dentro de todos ellos estamos nosotros, los autonombrados “Humanos”, que pueden significar su existencia y darle sentido a los días que en verdad no lo tienen. Somos capaces de vivir y de morir por alguien o algo, como un ideal. Somos todas las posibilidades que nuestro cerebro pueda concebir y siempre hay algo que se puede hacer para querer seguir viviendo. Todo radica en el significado que le demos a las cosas, de lo que elijamos ver.
Yo veo una tarde con posibilidades del noventa por ciento de lluvia, con un espléndido sol que abraza mi cuerpo y una bella cita bajo un túnel. ¿Cuánto duraremos? ¿Cómo moriremos? Es mejor dejar de preguntarme y sólo contemplar el transcurso de la vida.
Comienzo a andar a allí, ese lugar donde, el día que decidí morir, de manera poco ortodoxa e indeseable, aprendí a vivir.
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