VI
El ruido del aire, en el fondo, llena lo que las palabras no. Fingir dormir me proporciona tiempo, pero sé que debo tomar una decisión. Otrora pensé que el gregarismo era un suicidio, pero si moriré de todos modos, y de cualquier manera pensaba en el suicidio, ¿por qué no intentar hacer a la muerte menos dolorosa?
Algo me incomoda, impidiéndome dormir, y es la conciencia de que ella me mira. Puedo sentirlo tan claro y fehaciente como el suelo bajo mi costado. También ella debe estar pensando algo relacionado con mi compañía. No sé nada acerca de ella: qué hacía antes de nuestro encuentro, no ha mencionado si pertenece a una comunidad, hasta puede ser que sea una asesina a sueldo y no haberlo mencionarlo. Recuerdo el modo en que lanzó esa arma, demasiado profesional para asemejar lo inocente que parece. Ahora que lo pienso, todos debemos aprender a defendernos y lo más probable es que su destreza tenga que ver con quien fue y con lo que ha padecido desde el Gran Evento. Me salvó la vida en más de una dimensión, no sólo con el pan o matando a mi cazador, sino con sus palabras.
El viento calla al fin. La escucho moverse en el otro lado. Creo que estaba acostada y comienza a sentarse. Su movimiento comienza a ser más importante que mis pensamientos. Se levanta y camina con sumo cuidado hasta la entrada. ¿O debería llamar salida? Se va.
No la culpo. Tal vez a lo largo de mis peroratas internas yo habría llegado a la resolución a la que ella llegó. Aun así, no puedo evitar odiarla un poco. Viene a mi mente un relato, no recuerdo el país en que ocurrió, pero hablaba sobre la paradoja que es el ser humano: Un hombre se mete en un lago, dispuesto a ahogarse; de pronto, un policía ve los intentos de éste por quitarse la vida. Sin nada mejor que se le ocurriera decide desenfundar su arma y gritarle "Salga del lago o disparo". Increíblemente el hombre sale, temeroso del arma, como si aún en la búsqueda de su muerte, no deseara morir. Pienso en mí y puedo traer a mi mente la decisión de hace unas horas con el firme deseo de perecer; sin embargo, en cuanto las oportunidades de muerte se me presentaron, las rechacé, les temí. Aún estoy convencido de que no quiero vivir en este mundo, pero la valentía por cumplir mi convicción se fue y ahora no me permite moverme.
Pasados unos minutos me quito mi protección de la cara y dejo que el aire no viciado llene mis pulmones. Me levanto y observo al cadáver que la sucia niña abandonó y le pregunto:
—¿Cuál fue tu historia? —Le digo con una voz tan alta que seguro salió de la cueva, que podría haberla despertado, pero no me responde—... ¿Cómo llegaste a esto?... ¿Acaso fue por amar demasiado?
Las respuestas no llegan y explorar su rostro no me dice nada más. Pienso en las veces que le grité a Dios por una respuesta, una esperanza, un poco de comprensión. El silencio constante es la única respuesta a las preguntas realmente importantes. Éste se prolonga unos instantes. Sin esperarlo, una voz responde y me sobresalto.
—Creo que la arena sí que te afectó, amigo —una voz caústica llena el ambiente—. También he intentado que me responda y no lo he logrado. Estuve ahí sentada hablándole por más de dos horas. Hasta que pasaste junto a mí, sin mirar nada que no fuera el frente o tal vez las imágenes que se formaban frente a ti. Por cierto, ¿te asusté?
—No, sólo no te esperaba. Creí que te habías marchado —percibo un poco de reproche que tiñó la frase, me siento ridículo, pero ella no lo hace evidente.
—Lo siento, pensé que dormías y supuse que necesitamos una fogata. La noche comienza a enfriar demasiado. Traje estos leños, creo que la arena ayudó a que se secaran.
—Tienes razón. Tengo unas cerillas— le doy la espalda y seco unas pequeñas gotas en mis ojos que no sabía que tenía.
—¡Cuántos lujos guarda esta morada!— dice con fascinación.
—Creo que éste es el mejor. No lo desperdicies —entrego a la niña una botella con agua.
—¿Cómo? —dice admirando la botella como si de un tesoro muy preciado y delicado se tratara.
—Destilación. Lo aprendí en la escuela —señalo unas botellas de cristal unidas por un pedazo de caucho delgado pero largo, que da muchas vueltas a la parte en que se unen las bocas—. Es simple, una de estas botellas la pongo en agua caliente, mientras la otra recibe el intenso frío de la noche. El vapor de la primera se condensa en la segunda y ¡voilà!, agua que puedo consumir. Bueno, al menos no me ha matado. Qué fortuna que el mundo estaba lleno de tanta basura y conseguí lo necesario. Esta otra —señalo otra botella con agua— la consumo menos, pero no puedo desperdiciar nada. La conseguí a través de la orina, pero luego te platico eso.
Sonreímos con cierta vergüenza, quién sabe de qué. El fuego prende de inmediato. Aparto unos leños para llevar a cabo el proceso de destilación, ya que el frío comenzó a arreciar. Tomamos asiento en dos piedras que conseguí y el silencio se hizo sepulcral nuevamente. La niña se ocupa en el cuerpo del can. Observo con curiosidad su modo tan hábil de desollar al animal, que en otro tiempo me habría dado asco, pero ahora el olor a sangre me despertó el apetito, más bien, lo incrementó; así como mi preocupación por las habilidades asesinas de la niña. Comencé a tamborilear los dedos sobre mis piernas, la niña parece divertirse con mi actitud. Me siento molesto.
—Me siento incómodo —declaro al fin.
—Eso noto, pero no entiendo por qué —dice con una risa atrapada en su garganta—. No creo ser tan mala compañía. ¿He hecho algo que te molestara? ¿Algo por lo que deba disculparme?
—Voy a ser sincero contigo. No sé nada de ti. ¿No te parece rara la situación? —amaga con intervenir y la detengo—. No, no me vengas con que aquí todo es raro. ¿Qué? ¿Nos cruzamos por la calle y ahora somos súper amigos? ¿No tienes un mejor lugar adónde ir?
—Entiendo lo que pasa y tienes toda la razón. Creo que con tantas costumbres perdidas, hasta presentarse parece innecesario. Mi nombre es...
—Sin nombre, por favor —le ruego—. No soporto escuchar nombres de antaño.
—Está bien, pero ¿cómo me refiero a ti, entonces? —inquiere.
—No sé cómo te habrás referido a mí en tu mente. Tú para mí eres "la niña", porque eso pensé que eras cuando te vi —me ahorro los adjetivos que de vez en cuando la acompañan.
—Yo sinceramente me inventaba nombres para ti. ¿Has tenido la impresión de que alguien tiene cara de algún nombre, y por más que te diga que no es así, para ti es impensable otro más?
—Sí, antes me pasaba todo el tiempo. Y bien, por simple curiosidad ¿cara de qué tengo?
—Es algo curioso que me pasa contigo. Tu rostro carece de expresión, como si la mayor parte del tiempo no sintieras o no supieras cómo llamar a lo que sientes —¿aparte de asesina es bruja?, pienso—. Me resultas misterioso, creo que nunca dejas de hablar contigo mismo. Te miro y no puedo evitar preguntarme qué piensas. No tienes cara de nada, ni siquiera puedo imaginar tu historia. Así que tendrás que ayudarme a nombrarte.
Sólo pienso en que siempre me resultó incómodo cuando las personas pensaban de mí algo que no intentaba proyectar. Siempre que alguien exponía ideas sobre mi persona que iban en contra de aquello que yo mismo pensaba de mí, me molestaba. Aunque ahora coinciden, me pesa que lo piense, y más aún, el hecho de carecer de un nombre y ni siquiera ameritar un mote.
—Sí, no conozco el silencio interno —dije apenado, siempre pensé que esa era mi parte correspondiente de locura—. Nunca pude llevar a cabo un ejercicio de relajamiento, viaje imaginario o cosas por el estilo, mi voz interna tan parlanchina nunca se callaba lo suficiente para permitirlos y me cuesta dormir porque no me callo.
La niña se ríe. Arroja otro leño a la fogata, después comienza a separar las partes del perro y las coloca en una vara delgada para luego ponerlas a cocinar.
—Lo sabía. Yo soy muy intuitiva, casi siempre adivino lo que pasa por la mente de las personas y puedo expresarlo verbalmente, aunque no lo sepa palabra por palabra, pero sé el modo en que lo hacen. ¿Y qué tanto te dices? —cuestiona con intriga disimulada.
—A decir verdad, nada interesante. Hace más de un año que no hablaba tanto, así que me siento como si estuviera formando oraciones en francés.
—Creo entenderte un poco, a mí me pasa que hace meses no tenía una plática decente, a excepción de esa mujer que parece que duerme allá. Lo que me decían las otras personas sólo lo hacían para ordenar y disponer, cuando yo hablaba únicamente lo hacía para obedecer o para defenderme, no para comunicar.
—¿Y quién es ella? ¿Tu madre? —inquiero.
—No. Es más que eso —su voz se quiebra—. Me duele hablar de ella. ¿Te gustaría saber la historia de su vida y de su muerte? ¿Por qué es que no puedo morir si no es por salvar a alguien más?
—Si te causa tanto dolor, no lo hagas. Sería tan absurdo como abrir una cicatriz para mostrar cómo era la herida —la niña sonríe de nuevo. Comienzo a sospechar que no es muy difícil hacerla reír. Aun así me hace sentir bien que lo haga—. Ha sido muy dura la vida desde ese malhadado 3 de julio, ¿no lo crees?
—Sí, recuerdo lo tonta que me sentí cuando después del sismo esperaba que llegara ayuda, rescate, pero la espera se prolongó y nada parecido arribó. Primero sentía esperanza, luego tristeza, más tarde desesperación, luego una gran combinación de emociones. Al final el miedo triunfó. Creo que el evento fue tan contundente que muchos entendieron pronto que no había más mundo desde ese momento. Mientras transcurría el terremoto pensaba que ya era tiempo de que acabara, pero no se detenía. Sufría por la falta de control y de certeza sobre mi destino y el de las y los demás. Afortunadamente estaba en el exterior— guarda silencio, espera a recuperarse y pregunta—. ¿Tú qué hacía entonces?
—He ahí mi peor recuerdo, del que no he hablado con nadie —busco alguna tangente y encuentro una, nada creativa e incluso relacionada con aquello de lo que no quiero hablar. Pregunto—. ¿Aún tienes familia?
—Pues hay personas que guardan parecido conmigo y con las que comparto información genética, pero familia, no. Desde hace mucho. Antes la familia creaba la responsabilidad esperable de una persona con otra, pero cuando el hambre aprieta, no eres más que un objeto intercambiable. Pronto aprendes a negociar y a impedir ser negociado. Odio la connotación pecuniaria que han tomado las cosas— dice y me surge una necesidad incomprensible y necia de consolarla, pero sólo me limito a hablar.
—Tenías razón cuando dijiste que somos más iguales que nunca en la historia de la Humanidad: todos somos huérfanos y todos somos más bípedos que humanos.
—Quiero pensar que no es así. Tal vez soy tan estúpida que me niego lo evidente, pero siempre cierro los ojos ante la desgracia y huyo a tiempos mejores. Eso que un día fue y podría regresar. Porque si algo sucedió alguna vez, significa que es posible, ¿cierto? —sonrío secamente y ella me devuelve la sonrisa.
No estoy seguro de la respuesta. Quizá cuando algo ocurre una vez es porque las circunstancias únicas del momento lo permitieron. Tal vez la Tierra nunca vuelva a reunir las características para albergar de nuevo la vida que tuvimos. Ante mi falta de respuesta, la niña comienza a buscar qué hacer y se entretiene con la comida. Observo que toma una pieza del animal y recapacito en sus manos sucias. Saco de mi pantalón el bote de alcohol para que se desinfecte las manos, agradece con un gesto amable y noto su pena por no haber pensado en intentar limpiarse las manos. Toma una parte de carne, la pica con un dedo y me la ofrece. Soy consciente de la abundante salivación que se forma en mi boca. Introduzco la pieza de carne y la siento deslizarse suave por mi lengua, disfruto de las diferentes texturas que el fuego le dio, desde el más duro y crujiente exterior al más suave y delicioso interior. Podría mejorar con un poco de sal, pienso mientras viaja para formar parte de mí, se desliza por mi esófago y casi escucho las gracias que da mi estómago. ¿Cómo pude antes ignorar este placer? Me siento fuerte y jubiloso, como si hubiese tragado buen humor. El ambiente se torna más cálido y el paisaje menos hostil y rudimentario. Antes comía tan aprisa que ni me preocupaba en mentir o decir la verdad cuando me preguntaban sobre el sabor de los alimentos. Con apenas variaciones, mi respuesta siempre era "deliciosa", aunque sólo un vago recuerdo la acompañara.
El clima desciende aún más y nos recorremos más hacia la fogata. En la lejanía se escucha un grito, aunque pudo ser el efecto del viento pasando por algún formación rocosa estrecha, quiero pensar. Noto que ella quiere levantarse, pero toco delicadamente su pierna derecha con una mano para evitarlo. Ella baja la cabeza y ambos fingimos que el evento no acaeció, pero la expresión de la niña se ensombrece y sus ojos se tornan lacrimosos, no sé si más por lo que haya ocurrido o porque su determinación no fue más fuerte que la suave presión de mis dedos.
—También he tratado de mantenerme lo más humano posible —digo tratando de calmarla—, pero cada vez es más difícil. Las personas traicionan y utilizan a otras como si de objetos se trataran. Si uno actúa completamente humano, está muerto... Me siento tan cansado.
—Sí, ha sido un largo día —dice queriendo cambiar de tema.
—¡No me refiero a ese tipo de cansancio! Recuerdo la primera interacción que tuve con un humano después de —la experiencia amenaza con volver y me muerdo los labios, mientras finjo que nada dije—... Después del Gran Evento.
"Luego del sismo, estuve vagando, teniendo pequeñas estancias con distintas personas. Aproximadamente a los tres meses del sismo, en mi intento de unirme a un grupo, llegué con unas personas que se dedicaban a sembrar algunas plantas dentro de unas prominentes cuevas. Estaba sorprendido por la organización que tenían. Eran unos granjeros que utilizaban sus conocimientos sobre las plantas. Cultivaban algunas que necesitaban de poca agua y poco sol para su supervivencia; en ese entonces ni el agua ni el sol eran tan mortales. Conocí a su líder cuando nos encontramos al mismo tiempo fuera de una propiedad cercada que contenía un lago. Después de darnos cuenta que había una multitud de cadáveres rodeando la valla, obviamente electrificada, decidimos unirnos para poder conseguir un poco de esa preciada agua —me detiene un momento la irrelevancia de mi relato, pero observo cómo la niña toma postura de escucha y comienza a comer, lo que me indica que no interrumpirá. Eso me anima a proseguir.
"Recorrimos juntos la valla eléctrica sin encontrar una sola debilidad en ella, por la parte de abajo había una superficie de concreto de unos cinco metros hacia afuera y cinco al interior de ésta, impidiendo que cavar fuera algo viable. Me dijo que si le ayudaba en la consecución del líquido podía ser parte de su grupo, al cual describió como una comunidad pacífica en la que la mayoría se conocían y apreciaban. Su rostro era amable, con prominentes arrugas curtidas por la vida de trabajo y su cuerpo fuerte y contundente; sus características me hicieron confiar, mientras que sus palabras llenaron de nuevos bríos a mi espíritu. Estuvimos un rato pensando en cómo hacer la tarea, veíamos a unas personas a lo lejos, dentro del perímetro de la reja, moviéndose como si algo urgiera. Nunca repararon en nosotros, es obvio que no representábamos mayor amenaza que los muertos con olor a quemado que rodeaban la valla. Ellos representaban nuestro futuro y nosotros su pasado, pero teníamos confianza en lograr el objetivo y demasiada sed como para alejarnos sin luchar. Con ayuda de los cuerpos de aves muertas unidos a unos palos largos comprobábamos si la valla era constante en su electrificación. Después de más de una hora, en que nuestra confianza desfallecía y la mía aún más, notamos que el siseo de la barrera se detuvo. Nos miramos convenciéndonos de que era real y, mejor aún, que era nuestra oportunidad... sin embargo, era yo quien debía probar que quería pertenecer al grupo. Con un gesto de sus ojos y cejas, el líder me indicó que yo saltara. El miedo me invadió, pero intenté que él no lo percibiera. ¿Qué impresión tendría de mí? —La niña ríe un poco, mientras a la vez desaprueba mi absurda prueba de masculinidad—. Salté el cerco, rogando porque no recuperara su energía mientras lo trepaba y también que durara lo suficiente para salir. Estando del otro lado, me arrojó cuatro botes vacíos, con una capacidad de diecinueve litros cada uno, y me dirigí corriendo en dirección al lago con dos botes en cada mano. El lago comenzaba a escasos veinte metros. Al llegar y contemplarlo, la sed en mí reclamó por líquido. Sabía que no era confiable beber de ella sin desinfectarla o llevar a cabo algún otro proceso de purificación, pero ganó la sed y bebí un poco antes de comenzar el retorno. Me sentí aliviado y con ganas de tomar rápidamente, pero sabía que eso no era bueno. Puse también un poco sobre mi piel, para aliviar el ardor del abrazador sol. Llené los botes de agua y anduve lo más rápido que pude sobre mis pasos, tratando de tirar la menor cantidad de agua posible. Ascendí con un bote a la vez, asiéndome con no sé qué fuerzas. Al llegar a la cima pasaba el bote sobre la valla, donde el otro hombre lo tomaba y descendía con él. Mientras el líder esperaba cortaba los alambres de la valla con unas pinzas, sin un progreso notable. Repetí el proceso, siempre rogando por un poco de suerte. Al final, mientras descendía de la valla, la electricidad volvió lanzándome lejos. Creo que tuvieron problemas en la reconexión y al regresar la electricidad no era tan potente como antes, porque sobreviví. Después de que otros compañeros del líder de la comunidad llegaron, me ayudaron, creo que gracias al hoyo que había hecho el líder en la cerca."
La niña toma entre sus manos las mías y observa mis cicatrices en forma de cruces, causadas por la descarga, las recorre como una quiromante, como si leyera el sufrimiento en esas líneas artificiales de mis manos.
—Supongo que las cosas mejoraron ahí. Bueno... quizá no, porque estás aquí —dice subiendo y bajando sus dedos entre mis manos. Su proximidad me aterra, más allá del consuelo que me brinda. El humano tiene tantas posibilidades de actuar en su cercanía. Un león sólo me comería, un humano puede lastimar sin siquiera hacer contacto.
—Momentáneamente. Viví la decadencia en ese grupo y huí. Cumplí con las funciones que me asignaron para garantizarme un sitio. Mi valor iba en proporción de lo que mis brazos pudiesen soportar. Pronto comenzaron a vivirse situaciones sociales muy preocupantes, a pesar de los escasos miembros. Era posible apreciar la repartición de la riqueza, la división del trabajo, el poder y más temprano que tarde el delito y la punición. Vi morir a un hombre por causa de eso e incluso la práctica de la antropofagia. Fue demasiado para mí.
La niña se acerca a mí e intenta abrazarme. Me retiro y finjo tener que estirar las piernas. Ella no hace comentarios sobre eso, aunque parece lamentarlo. No sé si por confianza o por correspondencia comienza a hablar. Yo me siento a comer.
—Mi familia y yo sobrevivimos al Gran Evento, completamente íntegros. Yo era una joven estudiante universitaria, hija de una familia humilde, que intentaba superarse, venciendo la distancia de mi comunidad a la gran ciudad. Nuestra casa era modesta, hecha de madera, por lo que su destrucción no significó más que heridas sin gravedad. La reconstruimos y volvimos a ella. Ayudamos a nuestros vecinos y esperamos por ayuda, que nunca llegó. Teníamos animales y siembra, así que no nos preocupamos por un tiempo. Pronto los advenedizos de la ciudad comenzaron hicieron su aparición, huyendo de las condiciones de sus lugares de origen. Los recibimos y les brindamos ayuda, pero mantuvimos ciertas reservas. Después supimos que nuestra desconfianza tenía sustento, pues con ellos comenzó la rapiña y múltiples abusos. Venían armados y mi familia sólo tenía machetes como defensa. Mi padre fue asesinado por ellos, mis hermanas, mi madre y yo violadas e incluso uno de mis hermanos pequeños también. El mundo era un lugar cada vez más gris y el amor de unos por otros nos mantuvo juntos en los peores escenarios— dice y, aunque habla de amor, no muestra ni un rastro de emoción. Parece turbada.
"Mi hermano mayor no se conmovió por nuestro sufrimiento y no sé cómo tuvo el corazón para hacer lo que hizo más tarde— prosigue—. Vio un negocio en protegernos ferozmente, sólo para después tener el derecho de intercambiarnos por recursos, incluso nos hizo sentir obligadas a hacerlo. Mi hermano consiguió, no sólo comida, sino alcohol y drogas. Sus actos se volvieron erráticos y violentos, cometiendo acciones impías. El límite llegó en una ocasión en que llegó a casa con compinche suyo e intentaron abusar de mí. Mi hermano fue el primero, me tomó en mi propia cama. En ese momento sufrí una fractura en lo más hondo de mi ser, cuando el niño que una vez me defendió de unas niñas que me molestaban, ahora invadía mi cuerpo mientras decía obscenidades. Yo no pude reaccionar mientras lo hacía. Me hallaba en irrealidad, esperando despertar de la pesadilla. No ocurrió, de hecho empeoró cuando le dijo a su amigo que lo hiciera lo que él, al mismo tiempo".
Una lágrima rodó por su mejilla, pero su voz no cambió tanto. Es una mujer de hierro, vestida de andrajo.
—No tienes que... —dije tratando de mostrar la mayor empatía, pero también evitando lastimarme con su relato, pero ella hizo un gesto con la mano, haciéndome callar.
—Tengo que... No lo había contado antes... —se enjugó la lágrima y prosiguió—. En el momento en que mi hermano me levantó de la cama y el otro hombre tomaba su lugar detrás de mí, noté cómo es que mi hermanito había muerto. Era como si un demonio hubiese tomado su cuerpo y actuara en su nombre. Me di cuenta que no era el protector de la familia y que yo debía hacer algo para protegernos. Sentí que el alma volvió a mi cuerpo y pude tomar control sobre él. Entonces, lo abracé y tomé de su cinturón una navaja, le dije: "Hago esto por amor a quien fuiste. Te amo, hermanito", su ceño se frunció y de inmediato corté su yugular. Su amigo corrió a ayudarlo, tan ebrio como estaba sólo atinó a decir "¿Qué hiciste perra?" y lo maté a él también. Impedí que el resto de mi familia viera la tragedia. Los urgí a salir y desde entonces dirigí a mi madre, hermanas y hermano menor, al tiempo que me juraba hacer lo que sea por mantenerlos vivos y lo más incólumes posibles. Dejé de dormir y comer bien por su bienestar.
"Al final mis esfuerzos no importaron. Vi morir a uno por uno, a excepción de mi hermano que fue recluido por una especie de guerrilla. No me llevaron por ser lo que ahora soy. No siempre fui tan fea. Nunca fui bonita, pero definitivamente no soy quien fui. Sólo vivo por él y por su resistencia a dejarme. Recuerdo cuándo sufrí por la muerte de mis seres amados, hasta que viene a mi mente todo lo que he visto y lo que he vivido. Sé que no lo habría deseado para ellos y no lo lamento tanto. Aún no encuentro a mi hermano, pero eso mantiene viva mi esperanza. Quizá esté muerto y tal vez sea lo mejor, pero sus esfuerzos me hicieron creer que ser Humano era algo a lo que no se podía renunciar, porque él aceptó su destino para que ambos pudiéramos vivir."
Dejé de comer casi desde que inició su relato. No sabía qué decir. Las partes de mi cerebro que se encargaban de la empatía y de cómo reaccionar ante eventos emocionales y protocolos sociales, habían estado dormidas tanto tiempo que no sé qué hacer o cómo invocarlas. Ella nota mi confusión y parece comprender.
—Hoy me recordaste a mi hermano. Tal vez por eso no podía soportar la idea de dejarte ir o de que murieras.
—¿Entonces estoy aquí por lo que represento y no por quién soy? —no puedo evitar sentirme ofendido porque me compare.
—¿Y acaso yo no? Cada uno representa la fe de que, lo que fue una vez, será de nuevo y que el pasado no se ha ido por completo. Somos la evidencia de existió otro mundo diferente a éste.
Tenía toda la razón. Terminamos hasta con la última parte del animal que, si pudiera hablar, contaría una historia similar o más triste. No debe existir sobreviviente que no tenga una historia trágica que contar.
Al terminar, apagamos la fogata y enterramos los huesos, para evitar ser rastreados por seres cuyas intenciones pudieran ser saciadas con nosotros. El clima descendió mucho más. Nos refugiamos lo más adentro la cueva que nos fue posible. Usamos más costalillas como cama y así evitar el suelo frío, son muy útiles, también sirven para transportar cosas, pero no había suficientes para dos camas. Creo que ambos fingimos que no importa, al menos yo lo hago. Nos acostamos y replegamos nuestras extremidades y cubrimos nuestras vías respiratorias como antes. Sabemos que la mejor forma de conservar el calor es unir nuestros cuerpos, pero ninguno lo dice. Una parte de mí desea su proximidad y la contempla riesgosa al mismo tiempo. Nos mantenemos cerca, sin tocarnos.
Todo sonido ajeno a su respiración, la mía y el viento ligero que se colaba, se apagaron. Me siento vacío e incompleto, por un lado, porque en esta presentación de dolores hago falta yo, pero también experimento confort y un poco de paz al tenerla al lado. Sin poder evitarlo, mi voz rompe el silencio, aunque lo hace muy bajo.
—En el sismo perdí a mi amada y seres queridos. Ella murió tragada por la tierra y mis familiares fueron poseídos por el mismo demonio que tu hermano. Más tarde me abandonaron moribundo. No sé qué me mantiene con vida, aún no lo descubro. Soy un hombre que camina acribillado y se desangra a cada paso... Sé que también estás herida, pero creo que nuestra sangre puede mantener con vida al otro un día más.
De pronto ella rompe la distancia y me abraza. No me resisto y correspondo. Siento su corazón latir y se convierte en el mío. Su calor logra que me sienta vivo y esta sensación me provee del cansancio necesario para dormir, por primera vez en mucho tiempo, como si fuese humano.
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