V
—Has cambiado de parecer— me dice la pequeña cuando le doy alcance como si supiera qué ocurre. No había avanzado mucho pues la muerta pesaba demasiado para su escasa fuerza. Intentaba contener una sonrisa, pero era muy notoria y me ayudaba saber que era de su agrado.
—Creo que tienes razón, aunque sea a medias sobre tu basura de ser Humano —le digo, sintiéndome raro al escuchar mi propia voz. Comenzamos a andar, tomando la dirección que ella llevaba, aunque casi aseguro que no sabe adónde va. Tomo un brazo del fiambre.
—Lo sé, lo sé— sonríe o algo parecido. Se puede apreciar poco una sonrisa en una cara con tan poca grasa, pero ese gesto me hace sentir bien y a salvo por un momento.
—Tampoco estés tan segura —le dije, para que no guardara tantas esperanzas—. La porquería del mundo es contagiosa y causa metástasis.
—Tengo la certeza de lo que te dije, así como de que nadie busca la muerte porque la desee. La tiene como la última opción, como un acto de cobardía o como algo que se hace por alguien a quien se ama con locura. Cosas que se traducen en una sola: el cuerpo no quiere morir. El suicidio es un invento humano que, como el fuego, no forma parte de su identidad. No quieres morir. Créeme.
—Eres muy elocuente para ser tan joven —le dije entornando los ojos y evitando una sonrisa.
—¿Joven? La juventud es un engaño contextual. Cuanto te acostumbres a la identidad de las personas que no tienen alimento, te pareceré de mi edad. Así que no es un cumplido.
—¿Entonces eres más joven o más vieja de lo que te ves? —digo mientras acomodo los dedos alrededor del brazo de la muerta que se resbalaba por el sudor.
—Como hace tanto que no contemplo mi rostro, sólo diré que paso de los veinte. Los conceptos de juventud y vejez hace mucho que no me importan. Lo que interesa es la capacidad para sobrevivir. Las abstracciones son cosas del pasado, el presente es un mundo físico en absoluto. Antes decía que la violencia comenzaba cuando se acaban los argumentos y en un mundo sin argumentos, la violencia es lo único que queda. Así que éstos ya no significan nada y la elocuencia es un lujo innecesario, pero me alegra poder hablar con alguien sobre cosas más allá del mundo físico.
Esta mujer, que no parecía tan mujer, tan niña, tan nada; me hacía sonreír, cosa que como las palabras creía que ya eran innecesarias. Escucharla hablar me hace sentir que mi respiración no es tan automática. Yo también pienso que la comunicación sirve para poner en común, pero yo veo un mundo tan desigual que ya no la consideraba menester.
Esta persona no es tan diferente a mí. Los estereotipos no debían cumplirse más. Ser hombre, ser mujer, con belleza o carente de ella no implican verdaderas diferencias. La apariencia y el origen son indiferentes. El simple hecho de ser humano determina que eres dable de asaltar, matar, tortura, violar y sufrir cuanto abuso pudieras concebir. Al fin la Tierra conoció de lo que escuchó hablar por tanto tiempo a sus habitantes: Equidad.
Después de su turno de hable, un silencio incómodo se forma. Nos miramos a los ojos buscando una respuesta en el otro, a no sé qué pregunta, que sencillamente no aparece.
—Entonces... ¿A qué te dedicas? —pregunté en broma para romper el mutismo. La ex niña sucia y sin edad parece ruborizarse, después su rostro se contrae por la confusión y sacude levemente la cabeza, como para sacar un pensamiento.
—Eres un tonto —se ríe, "¿habrá hoy oficios que no sean antisociales?, pienso", pero lo dudo. La niña sucia guarda silencio y su rostro muestra concentración. De pronto prorrumpe—... El clima se enrarece, ¿no crees?
No es como si no fuera raro per se: los días son abrasadores, el sol quema impíamente y las noches son regularmente muy frías; los climas son muy extremos, cada vez más. Antes había fenómenos naturales predecibles según la estación del año y de acuerdo a las señales inequívocas en el ambiente, que dan un margen de tiempo para prepararse; pero desde el gran sismo o Gran Evento, como muchos le llaman, el clima ha cambiado radicalmente, permanecer a cielo abierto puede resultar mortal. Las nubes se forman y se desvanecen rápidamente, dejando caer lluvia corrosiva que puede matar hasta de un solo contacto. No siempre es así, pero las nubes son más temibles que la mayoría de las cosas.
Comienzo a sentir de lo que ella habla. En este momento el aire comienza a tener un extraño calor. Veo la cara de la niña y creo que pensamos lo mismo. Lo que sigue es peligroso.
—¡Debemos buscar un refugio rápido! —prorrumpe y coincido con el tono alarmante de su voz. Reviso rápidamente el lugar. A la distancia, como a un kilómetro se notan unas formaciones rocosas que, de no estar ocupadas, pueden salvarnos la vida. Yo estaba en una de ellas esta mañana, pero puede ya estar habitada.
Esto me preocupa, más cuando el viento arrecia, debido a que la niña aprieta la mano del fiambre, no pretende dejarlo. No hay tiempo para discutirlo, así que lo alzo sobre mi hombro derecho para avanzar más rápido. Solo me salvaría más efectivamente, pero no quiero estar solo y esa necesidad me pesa sobremanera.
No se ve a nada ni a nadie a la redonda, seguro que hasta los perros se han refugiado. Evito hablar para ahorrar energías, pero una exclamación sale de mí cuando noto la ausencia de la niña. La busco desesperadamente, y la veo dirigirse a la hondonada. No entiendo. Pronto cobra sentido cuando la noto levantar al perro muerto. Al principio creí que estaba loca, con una madre y una mascota muertas como compañía, pero un ruido en mi estómago le da sentido. Necesitaremos comer.
El viento arrastra polvo que comienza a ahogarme. Al toser aspiro más a mis pulmones y siento asfixiarme. Introduzco mi nariz en mi raída playera para aminorar el impacto en mi sistema respiratorio. La arena quema la piel, debe ser porque quizá la tierra guarda componentes químicos de la atmósfera que cae con la lluvia, eso creo, pues al contacto escuece. La arena se siente como pequeñas hormigas que recorren la piel y debes en cuando pican con fuerza. En cuanto más tiempo pasa, las picaduras son más constantes
Corro con la niña pisándome los talones, mientras procuro no caer a causa del relieve tan irregular del suelo, conjugado con la escasa luz. Viene a mi mente mi primer contacto con la arena mortal que ocurrió en compañía de unos granjeros pacifistas.
Los granjeros vivían en una comunidad admirable, de apoyo y respeto mutuo, en donde la equidad era muy importante. Quizá así eran la mayoría de las personas, aún después del Gran Evento. Empero, cuando el hambre comenzó a apretar, las personas fueron omitidas por el cerebro, perdieron su significado y lo único importante se volvió colocar algo en la boca. Después de que conseguir alimentos se volviera cada vez más complicado y el suelo más infértil, rebasar el consumo de la cantidad destinada por la comunidad tenía un castigo, que en el tiempo transcurrido desde el desastre no había sido necesario. Pero llegó el día en que cada porción era más valorada y dependía de la cantidad de trabajo que cada persona realizara por la comunidad. La igualdad seguía siendo importante en este grupo de personas: trabajo igual a comida; pero no era necesariamente justa, por lo que una persona con hijos pequeños y personas enfermas debía desvivirse por la comunidad para lograr alimentar a su prole.
Cada día había más hambre y menos cosas que hacer, y las que se podían hacer necesitaban un severo esfuerzo. Era de esperarse que, con escasas oportunidades, el delito naciera en el ámbito más pobre de la comunidad. Un hombre que tenía dos hijos de seis y ocho años de edad, respectivamente, con una mujer que había sufrido una herida en la pierna en una misión y su madre de alrededor de setenta años, robó los frutos más inmaduros de la cosecha, aquellos que no se tenían contemplados como comida a repartir aún. Sin embargo eso no impidió que se echaran de menos. Cuando el jefe de la comunidad lo notó y se identificó al culpable, aplicó el castigo, que consistía en un exilio de medio día fuera de la comunidad, lejos del complejo de cuevas. El objetivo de la punición era simple: aprender a valorar lo que allí se tenía. El hombre debía permanecer a una distancia en que no pudiera ser visto.
Aún no comenzaban las lluvias con gotas mortales, pero ya hacían daño a la vegetación, a las personas y la tierra escocía la piel debido a las altas temperaturas y quizá a los residuos de la lluvia. No parecía que la lluvia llegara pronto, de hecho llevábamos casi un mes de sequía. Pero el viento era cada vez más intenso. Sin previo aviso, a unas horas del exilio, una tormenta de arena —cosa que nunca habíamos presenciado— se formó. Nos percatamos que aparte de dificultar la respiración, comenzaba a resecar la piel rápidamente y ésta pronto comenzaba a arder. Nos refugiamos en lo más profundo de las cuevas y la preocupación por el exiliado creció, pero era imposible hacer algo por él en ese momento. Cuando hubo finalizado el evento, salimos en búsqueda del compañero y lo hallamos casi de inmediato, en el camino de retorno a la comunidad. La imagen fue aterradora: el hombre tirado en el suelo, desnudo de ropa y de piel. La arena lo había devorado y partes de músculo estaban expuestas. La expresión en su rostro nos relató su sufrimiento, más de lo que lo pudiera haber hecho cualquier palabra. Tenía una mano extendida en dirección a la comunidad, como pidiendo ayuda.
La imagen me estremece y le da un renovado impulso a mi andar. Temo por mi vida, también por el andar errático de la niña y por la posible ocupación de la cueva. El temor llena mi ser. Quiero soltar el cadáver y correr con todas mis ganas, así como de decirle a mi compañía que es estúpido andar con él a cuestas, pero el miedo a hablar me domina y continúo con mi carga, a mi pesar. Mi hombro derecho me duele, así que la cargo como un costal, con el torso detrás de mi nuca y sujetándola por las extremidades.
Mis dedos comienzan a sudar y debilitan mi agarre sobre los brazos y los pies de la muerta. Si la suelto sería un accidente, nadie me podría culpar. Siento mi piel deshidratada y hay poca visibilidad, ¿cómo será cuando no podamos ver ni nuestra mano frente al rostro? ¿Qué señalaré como mi último destino o el lugar donde desee estar? El cuerpo de la muerta casi se suelta de mis manos, pero siento que hay algo en él que me representa, y lo sujeto más fuerte. Siento como si abandonarlo fuera algo más que simplemente dejarlo caer. No tengo la capacidad mental ahora para pensar en la complejidad de eso, pero mis dedos lo aprisionan y encorvo mi cuerpo para mantenerlo estable. Seco una mano a la vez y comienzo a subir las piedras que marcan el inicio de las formaciones rocosas.
Llegamos por fin a la entrada de la cueva y el sonido del viento se convierte cada vez más en un susurro. El sitio continúa desocupado, tal como lo dejé, así que tomamos asiento lo más adentro posible. La luz en el interior es muy escasa y apenas noto un tenue brillo de los ojos de la niña sobre mí. Su presencia, que antes me parecía un poco agradable, ahora me intimida. No sé qué decir. Por un momento deseé que la soledad volviera a mí con todas mis fuerzas.
Yo no sé por qué amamos a la gente. Amar es un acto peligroso que trae compromisos con las personas a quienes recae el amor. Porque amar nunca es suficiente. No digo que amo a esa personita insignificante que me mira con ojos lupinos en medio de la penumbra, pero la observo y pienso que no sería inteligente llegar a apreciarla. Apenas hay en este mundo suficiente comida para una persona como para querer multiplicar la necesidad. Pienso en la guisa tan cruel de morir de ese hombre que quiso tanto, apuntando hasta en el momento de su muerte el sitio de su gente amada. Señalando, no sólo por su salvación, sino también por el destino de las personas a las que dejó desamparadas. Siento rabia y repulsión al pensar en lo que los depositarios del amor de aquel hombre hicieron con él después de que se enteraron de lo sucedido.
Me levanto, tratando de orientarme entre las penumbras y encuentro unas costalillas que había conseguido tiempo atrás. Tomo dos y le entrego una a la niña.
—Gracias —dice con una voz apenas audible. Quizá imagine que algo pasa por mi mente y tal vez respete la privacidad de mis pensamientos.
La niña hace con la costalilla lo mismo que me ve hacer a mí, la dobla en varias partes y la coloca alrededor de la su nariz y boca, amarrándola a la altura de su nuca con la rafia sobrante. Afortunadamente el sabor a tierra se respira y sabemos que no es seguro hablar, lo que me da un tiempo para pensar sobre lo que haré después. Además agradezco que las costalillas y la penumbra eclipsen gran parte de nuestros rostros, protegiendo del pudor a nuestros pensamientos. Espero que mi mirada no me delate, que no sepa que aunque mis recuerdos no la involucran tienen que ver con ella.
Cuando llevamos el cuerpo de aquel hombre hasta la cueva, recuerdo el llanto que desató en sus familiares, mitad por la persona en su totalidad, mitad solo por sus brazos trabajadores. ¿Qué comerían? ¿Cómo sobrevivirían? La muerte del hombre conmovió poco a la comunidad si lo comparábamos con parte de la cosecha dañada. Entonces les llegó una propuesta, que supuse rechazarían con cada milímetro de su ser. El líder de la comunidad les planteó donar el cuerpo de su marido, padre e hijo, respectivamente, para ser dispuesto ante la comunidad, que constaba de aproximadamente veinte personas.
"—...sepan que no haríamos esto si no es que no hay qué comer y tenemos que ver qué tanto de la cosecha aún podemos salvar. No podemos arriesgarnos a comer eso sin estar seguros —dijo el líder."
Para sorpresa mía e incluso de quienes hicieron la propuesta, la discusión de la familia duró menos de cinco minutos. "Cinco minutos es lo que dura el amor cuando el cuerpo exige", me dije.
Quizá di mucho valor a ese cuerpo, o tal vez algo de lo que él dijo en vida les convenció de que eso era lo que habría decidido y querido. Aunque tal vez fue el hambre y el miedo a la muerte quien decidió por ellos. Es posible que mi mente sea muy romántica a pesar de todo lo que he visto, pero me parecieron unos seres tan despreciables entonces, no sólo los familiares, sino todos y cada uno de los miembros. Entonces vi el precio del amor, y aquellos amantes de los buenos tiempos, que se juraban hasta las cosas más imposibles, me parecen aún más ridículos que entonces. Porque el amor es el presente, deberían cortarle la lengua a la persona que ose hablar de un futuro amoroso, más aún cuanto más improbable y cursi parezca.
De pronto entiendo que todo tiene que ver conmigo. Comprendo por qué no solté el cuerpo muerto. Es como si cada acto innoble pusiera en duda la realidad de lo que vivimos cuando éramos una sociedad, la veracidad de la existencia del amor verdadero. Por eso me duele todo acto de impiedad. Cada persona, por ajena que parezca, se relaciona con nosotros; pues es el resultado de la interacción con nosotros y con el resto. Nadie es ajeno ni se crea en aislado. Siempre podría ser yo ése al que afectan las decisiones de otros y cada vez que fui yo, pienso en cuántos más sufren de la misma guisa. Ahora todos tenemos que ver con todos. Cada falla o barbarie de un individuo es un error de la Humanidad completa. Aunque siempre ha sido así.
Asimilo mi idea y me siento cansado. Me recuesto en la cueva dándole la espalda a mi acompañante y cubro mis ojos con la costalilla. Luego digo en voz alta, por primera vez en más de un año, a algo que no fuera uno de mis fantasmas.
—Intenta descansar— Digo, con miedo a la falta de respuesta.
—También tú —responde al fin algo desde la oscuridad y mi rostro sonríe con seguridad, oculto de su vista.
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