62. La prima hora II
"Quizás soy la única persona que cree que volverás..."
—Alan Belmont Garcés Chevalier
A veces me gustaría poder recordar el; ¿Por qué? O, más bien, cada uno de los por qués, que nos llevaron a esto.
Pero no puedo.
Supongo qué fueron tantas veces que ni siquiera mi buena memoria (de la que me gusta jactarme cada que puedo), me ayuda a llevar una lista como debe de ser.
Con cada uno de los acontecimientos, de las acciones, y lo que yo considere como su respectiva consecuencia.
O tal vez es culpa de mi subconsciente, en su intento estúpido de protegerme porque hacerlo, sería demasiado autodestructivo.
Cierro los ojos intentando recordar algo, aunque sea una sola cosa, pero todo es borroso; hubo momentos que se comieron a otros, y los que quedan me llegan como recuerdos fugases, pero es breve, demasiado, y pronto vuelven a distorsionarse dejándome lo único que me queda cada vez que te pienso; un sabor amargo.
Un inútil sabor amargo que no se va.
A veces, cuando voy caminando por alguna avenida de una ciudad grande y me encuentro con tu cara en dimensiones insufribles, porque alguna de esas pantallas ruidosas que parecen querer acapararlo todo no encontró alguna otra cosa que quisiera mostrar; me dan ganas de romperla. Aún no decido si a tu cara o a la pantalla...
Lo único que tengo muy claro es el tamaño de los pedazos: minúsculos; como polvo de estrellas. Te encantaba mirar las estrellas ¿No? Bueno, déjame darte un trozo de nostalgia.
Rasgo con la uña la imagen, distorsionando los colores. La fuerza y apariencia de mis garras es algo que nunca deja de sorprenderme; ligeras como plumas, resistentes como el acero, y filosas como navajas; bastante convenientes la verdad, pero lo serían aún más si el esmalte para uñas les durará un poco más de un par de horas. El flujo del maná hace que se cuartee y se caiga; así que o las traigo impecables o parezco una triste adicta a la cocaína.
En algún punto la pantalla comienza a verse líquida, a derramarse justo ahí, donde estaría tu yugular si fueras de carne y hueso; y una ola de calor refiere por completo mi espina dorsal, así que la clavó con más fuerza.
Algunos comensales del restaurante aledaño me miran con preocupación y curiosidad, los peatones se detienen; no saben sí acercarse o sí seguir con lo suyo porque la chica de los stilettos rojos y la gabardina negra podría ser peligrosa, y un par de clientes de la tienda de electrónicos comienzan a rodearme, tratando de verme la cara; pero no lo logran porque siempre cargo una mascada de seda alrededor del cuello y que me cubre la mitad del rostro, en honor a la madre de quién fuera mi amiga; y digo en su honor porque si fuera por mí cargaría una pashmina o una bufanda de cashmere ya que la seda me parece demasiado fría.
Tengo demasiada atención encima pero eso no me detiene y de todas formas jalo con fuerza del cable de la pantalla de uñas 60 x 90 pulgadas, causando un estruendo cuando se estrella contra el suelo; rompiendo los azulejos, los cristales, el cable también se troza, y estoy segura de que algo ha comenzado a quemarse por el olor.
Necesito comer —pienso para mí misma y me giro a esperar a que algún responsable de la tienda haga su aparición.
"Voy a llevar esta pantalla" —le digo al dueño de la tienda en cuanto aparece, mientras le paso caminando de lado —"No es necesario que la envuelvan" —añado —"Voy a pagarle en efectivo, así que tampoco necesito ninguna de sus terminales porque eso me quita tiempo"
El hermoso chico de cabello rizado, piel de ébano y ojos avellanas, que ha estado todo este tiempo detrás de mí, rueda los ojos y se pasa una mano por todo el rostro; cansado de que la misma situación se repita tantas veces.
"¡Oiga! ¡Deténgase! ¡Usted no puede hacer esto!" —me grita él dueño. Pero yo sigo caminando... no será un molestia por mucho más tiempo de todas formas.
"Perdone a la señorita Candiani" —susurra el chico de ojos avellanas del que te hablé antes —"A veces su forma de realizar las compras es un poco... peculiar"
"¿¡Peculiar!? ¿¡A eso llama usted peculiar!? ¡Debería demandarlos por todo el daño que han causado en mi tienda! ¡Son unos enfermos! ¡Dementes! ¡Esto no se va a quedar así! ¡Llamaré a la policía! ¿¡Me oyó?!"
Otra vez la misma cantaleta.
"¿Alboroto?" —sonríe Zion; porque así se llama —"Pero si la señorita Candiani simplemente estaba buscando una pantalla y esta ha caído súbitamente al suelo, pudo haberle hecho daño, ¿Se da cuenta? No obstante mi señora sabe que son tiempos difíciles para todos y va a pagar por la pantalla porque su corazón es demasiado grande"
Las palabras de Zion suenan de forma especial en la mente de todos los ahí presentes, después de todo, Zion es de linaje puro y lo que él hace tiene ese alcance.
Sé que lo disfruta porque sus ojos adquieren un brillo especial.
¿También tienes hambre, Zion?
Entonces, el rostro del dueño del local se distorsiona; y comienza a disculparse, a hincarse, a ofrecernos alguna clase de compensación todo con tal de que no metamos una demanda por su negligencia.
Zion se cruza de brazos y levanta una ceja; se muestra renuente al principio pero comienza a ceder poco a poco, conforme el chantaje crece, echándole un vistazo a los más recientes electrónicos, y sin pensárselo más, comienza a pasearse por el pasillo de Apple.
Esa es una parte de él que no entiendo, le pago lo suficiente pero le gusta el espectáculo y la carroña.
Volteo a mirar mi reloj de muñeca. Sí sigue con esto vamos a llegar tarde.
Me aclaro la garganta; y entonces escoge una Mac dorada.
Un comensal se levanta y me da una tarjeta, diciéndome que es abogado, y que estoy siendo demasiado generosa por aceptar la computadora.
Yo asiento y guardo la tarjeta en mi bolsa de mano; en casa ya tengo una colección de estas, y aún no he decidido que hacer con ellas, pero tal vez les ponga su respectivo imán y decore mi refrigerador.
¿Será que la edad me ha despertado el alma de coleccionista? Luzco de 23 pero yo sé muy bien qué edad tengo. Y también sé que no dejaré de lucir de 23 a menos que...
Interrumpo mi propio pensamiento. No quiero pensar en algo como eso; ni ahora ni nunca. No es para mí.
Él dueño del local continúa disculpándose, quiere asegurarse de que nos ha convencido, después de todo, él piensa que ha pasado justo lo que Zion le ha dicho.
Igual que todos los demás.
"¿Terminaste?" —le preguntó en cuanto se acerca.
"¿No puedes actuar un poco parecido al enorme corazón que dije que tienes? ¡Eres un témpano de hielo!"
"¿Eso haría alguna diferencia?"
"P-Pues no pero-" —pero no lo dejo terminar porque empiezo a caminar de nuevo —"¡O-Oye! ¡Te estoy hablando!"
"¿Compraste las flores que te pedí?" —le pregunto.
Todo el color que se le había acumulado por exaltarse desaparece, e incluso parece que palidece un poco. Su expresión también cambia, se suaviza.
"Están ahí desde las 8:00 de la mañana"
"¿Sin tarjeta?"
"Completamente anónimas como lo pediste"
"Bien"
"¿Estás segura de que no quieres ir?"
"No acostumbro a llorarle a los muertos; y menos en público. Y tampoco me gusta interactuar con extraños"
"Es tu familia" —me contradice.
"Pero ellos no lo saben... así que es lo mismo"
Se muerde los labios porque no sabe qué contestarme, o tal vez sí sabe pero prefiere guardárselo.
Él tampoco siente nada por los humanos, no entiendo por qué quiere que yo lo haga, pero lo que menos se me antoja en éste momento es escuchar un sermón, y menos si viene de alguien tan joven, así que decido cambiar de tema abruptamente:
"¿Quieres un aumento?"
La pregunta parece agarrarlo en curva:
"¿Qué?"
"¿No me escuchaste?" —lo miro de reojo —"Que si quieres un aumento; ¿No te pagan lo suficiente? Me parece extraño considerando que el individuo para el que trabajas suele ser muy generoso con los suyos"
"¡N-No! ¡Gano lo suficiente! ¡Más que suficiente!"
"Hmm..."
"Me gustan mucho los souvenirs, es todo. Son prácticamente gratis, y todo lo que es gratis sabe mejor, y cuando me toca venir contigo tengo que aprovechar que puedo tomar muchos, muchos de ellos... Como cuando vas a Miniso y acabas comprando diez cosas que no sabias que necesitabas. Eres como mi Miniso ambulante señorita Candiani. Pero un Miniso que sólo abre los Miércoles: ¿Entiendes mi ansiedad?"
Frunzo el ceño y decido ignorarlo arbitrariamente.
Voy a hacer de cuenta que no dijo que yo pierdo los estribos todo el tiempo y que por eso puede agarrar un montón de cosas, porque es mentira, yo no hago eso, no soy así.
Pronto pasamos a lado de un hospital grande y me detengo en seco.
Él se estrella de lleno contra mi espalda porque va distraído leyendo las características de la caja de su nueva adquisición, pero a pesar de que en apariencia su complexion es mucho más grande, y robusta que la mía, él es quien cae el suelo en un aparatoso sentón.
Que no te sorprenda; en nuestro mundo no importan en nada las apariencias. Yo soy más fuerte en todos los aspectos, y ese es un hecho irrefutable.
Ni siquiera he sentido el impacto como algo diferente a un cosquilleo, o el impacto de una libélula que tras un mal giro, y se estrella contra un ventanal.
Que quede claro que sí él va conmigo, no es tiene nada que ver con protegerme, porque yo podría acabar con él en cualquier momento si quisiera, y con la fuerza suficiente; incluso el hueso más resistente de su cuerpo, cedería cuál cartón.
No es que sea débil, pero es demasiado joven y apenas ha comenzado a alimentarse; y ni siquiera ha caído todavía en su primer Hypnos.
En cambio yo he tenido más de 4 Hypnos, y desde que comencé a alimentarme ya no paré.
Así que... no.
Sí Zion está aquí es para vigilarme, los dos lo sabemos.
Para evitar que vuelva a ponerlo todo en riesgo.
Mis ojos recorren la fachada del edificio blanco con calma y cuidado, y no puedo evitar acordarme; sí, tal vez esa sea la única vez de todas las veces que no se me olvida con nada. Hay momentos de mi vida mortal que se siguen sintiendo frescos a pesar de los años... y de los daños.
"¿Señorita Candiani?" —me habla Zion, desde el suelo.
Sonrío con un poco de nostalgia pero no aparto los ojos.
"Sabes Zion..." —una ráfaga de aire me revuelve el cabello. Ahora es mucho más largo y abundante que en aquel entonces —"Una vez conocí a alguien que se estrelló contra una de esas puertas grandes de cristal que siempre ponen a la entrada de los hospitales"
"¿A quién?"
"A una niña estúpida, con piernas aún más estúpidas. Creyó que podía correr sin ver y se esguinzó el cuello" —apartó el rostro y lo miro—"Todos repiten hasta el cansancio que la regla más importante de todas consiste en que cuando cambias la más mínima cosa siempre va a haber consecuencias enormes. Pero... yo pienso que no hay tal regla. Hay cosas que van a pasar de todas formas, no importa lo que hagas, ni cuanto te esfuerces, o cuanto cambies. Como un maldito laberinto que sólo tiene una salida; ya es cosa tuya si la encuentras girando a la derecha, o dando miles vueltas y gastándote media vida, sólo para acabar en el mismo lugar"
Le extiendo la mano, pero no dice nada. Simplemente la mira.
"Las crisis existenciales se sienten exactamente igual estando de pie que tirado en el suelo. Te lo prometo" —me burlo.
"No tienes permitido hacer eso" —me regaña —"Lo de la pantalla ya fue suficiente imprudencia por un día. No puedes desperdiciarlo así..."
Me guardo la mano en una de las bolsas de la gabardina.
Sé perfectamente a qué se refiere, pero ayudarlo a parase no va a hacer ninguna diferencia, solo es una mano.
Igual no voy a ponerme a discutir por eso.
"¿No me digas que ya comenzaste a quererme un poco?" —río — "Lamento tener que decirte que no te correspondo, eres tan agradable como insoportable y ambos se anulan. En mi escala de estima sigues en ceros"
"¿Como es estar allá abajo? ¿Puedes sentir todo lo qué pasa aquí?" —se pone de pie.
Aparto la mirada.
De todos los individuos que suelen poner a vigilar mis pasos, este siempre ha sido el más curioso de todos.
"Es parecido... pero todo se siente líquido y frío" —observo la palma de mi mano —"Incluso el calor de un cable conectado y expuesto, se siente líquido y frío"
"¿Entonces lo único que hacen es que parezca que estás aquí?" —pregunta, observando al trío de mariposas que simulan ser un prendedor de cristales brillantes prensado sobre mi ropa.
Ladeo la cara, y doy un paso al frente para rozar con el índice su mejilla.
"¿Tú qué crees?"
Él da un paso hacia atrás con las piernas temblando y vuelve a caer.
Suelto un suspiro largo y cansado, doy la media vuelta, echándole un último vistazo a aquella puerta de cristal.
Me toco el cuello mientras sigo caminando, y por pura fuerza de costumbre lo trueno; solo que... no truena, ni emite sonido alguno porque como dijo Zion, yo no estoy aquí. No realmente.
Al menos no de forma física...
Mi cuerpo se encuentra sumergido entre los duros témpanos del lago Baikal en las profundidades de Siberia. Y ha estado ahí desde hace algún tiempo.
Sí, hace mucho que dejé de ser aquella niña estúpida que obtuvo un esguince de segundo grado en el cuello, sólo por querer llegar.
*****
Los abuelos de Argelia estacionaron la camioneta a unas cuadras del hospital, y yo prácticamente salté y eché a correr con todas mis fuerzas en dirección a la entrada del edificio, con la ropa mojada, escurriendo, y mi tobillo palpitando.
¿Me lo había lastimado por la forma en que había bajado?
Dolía.
O tal vez había sido cuando Garcés me había tirado a la piscina.
"¡Helena!" —Argelia gritó detrás —"¡Helena, espera!"
Pero no me detuve.
Ni siquiera cuando me estrelle de lleno contra el enorme portón de cristal y caí al suelo con fuerza, o cuando me partí la espinilla, por creer que mis piernas iban a poder competir con el ascensor.
"Agh, mierda" —me quejé, dándole un masaje ligero el lugar del golpe sin dejar de avanzar, tuve que subir en un solo pie algunos escalones debido a ello.
Pronto llegué al piso, y en cuanto lo hice, giré a la derecha... conocía bien el camino.
El camino hacia el cuarto 302.
El suyo...
Algunas enfermeras me pasaron de lado, y me miraron de forma extraña.
Mi uniforme era similar al de los conserjes pero en otro color, y el de ellos estaba seco mientras yo... bueno, yo parecía haber caído en un retrete, sólo para salir y pasearme en el ala de pacientes que están en observación a largo plazo...
Me detuve a un par de metros de la puerta.
El corazón palpitándome con fuerza en el pecho, en los oídos, en las puntas de los dedos.
Tragué saliva incómoda, nerviosa... y me di valor para estirar una mano insegura y temblorosa hasta la manija, pero me arrepentí en el último momento y di un paso atrás.
No..
No puedo entrar solo así...
Deslicé los ojos sobre el cristal de la ventaja que nos separaba, pero eso solo me provocó estar aún más nerviosa.
Sí tan solo... Si tan solo las persianas estuvieran abiertas.
Posé la mano sobre el cristal.
No puedo ir más lejos —Pensé, cerrando los ojos, y apoyando la frente sobre la parte posterior de mi palma —Es tan frustrante... Pero al menos quiero escuchar su voz... Prometo irme después de hacerlo...
Suspiré y volví la mirada hacia la puerta. La silueta de mi mano quedó dibujada sobre el cristal, delineada con escarcha.
"Ahora vuelvo" —habló una voz femenina mientras se abría la puerta de la habitación de golpe, haciéndome saltar—"Ah... ¿Helena?" —Se giro hacia mí, era Marina —"No estaba muy segura de que fueras tú. Vas a pescar un resfriado horrendo" —Llevaba un sweater grueso color baby blue de cuello de tortuga, y un reloj dorado abrazado a su muñeca. Y aunque no podía usar ningún tipo de esmalte por su profesión, me di cuenta de que todas sus uñas estaban impecablemente pulidas, hasta obtener un brillo similar al que te da un barniz transparente.
Y su aroma era muy dulce, floral.
Inmediatamente escondí mis manos dentro de las bolsas del overol.
Tenía un tiempo mordiéndome las uñas y mis manos se veían realmente feas, sin mencionar que a lo único que seguro olía era al cloro de la alberca.
—"Oye, ¿estás bien? Creo que podemos pedir una toalla o algo..." —sugirió en voz baja.
"Damasco... ¿Co-Cómo está Damasco?" —la pregunta me dejó la garganta seca.
Ella levantó las cejas.
"Si quieres vamos a platicar a una de las salitas de espera y te pongo al día... Y creo que tengo una muda de ropa extra que te puedo prestar"
"No" —respondí —"No tengo mucho tiempo... yo... no puedo quedarme..."
"Ya... Entiendo."
"¿Cómo está? ¿Está bien? Por favor dime que está bien"
Ella volvió a mirar la puerta por la que había salido y luego me miró nuevamente. En en una mano sostenía uno de esos pequeños vasitos de cartón de los cafés de las máquinas expendedoras de instantáneos.
"Fue... una noche bastante difícil"
"¿Despertó anoche? ¿A que hora? ¿Lleva mucho tiempo despierto?"
"Uhmm..." —se mordió los labios—"Más o menos. Estuvo yendo y viniendo varias veces. Lo bueno es que dió la casualidad de que yo estaba ahí, y le estuve hablando para calmarlo... No lo manejó bien, estar en el hospital, ya sabes, su reacción fue muy mala y... tuvieron que suministrarle unos calmantes, para ayudarlo, pero ya está mejor. Un poco más lúcido, más tranquilo, y haciendo muchas preguntas, pero aún no le están respondiendo todas. Quieren que asimile todo poco a poco para no tener que volver a recurrir a los medicamentos" —me miró fijo —"Y no se permiten visitas. Sólo familia" —enfatizó —"En fin, es triste que no tengas mucho tiempo para ponerte al día o que tengas otras cosas que hacer, pero aún así es lindo que hayas venido, voy por agua y por más café. Estoy bastante cansada y voy a seguir aquí, ¿Quieres que te acompañe a la entrada?"
"No" —respondí —"¿Puedo pedirte un favor?"
"¿No se supone que deberías estar en la escuela, Helena?"
"¿Puedes correr las persianas un poco, para que lo vea? N-No voy a entrar... sólo... sólo unos segundos"
Frunció el ceño.
"¿Qué? ¿Escuchaste todo lo que dije?"— se cruzó de brazos—"Helena, Damasco despertó pero eso no quiere decir que esté bien. Ha estado inconsciente por muchos meses... ¿Tienes idea de lo que eso puede hacerle a una persona? Sí de verdad te preocupa tanto como dices, dale su espacio. Ponlo primero. No es difícil. Todo lo que hagamos por él ahora es crucial" —se acomodó un mechón de cabello que había escapado de su coleta.
"Él... Él no va a saber que estoy aquí. No voy a intervenir en nada, lo prometo..." —insistí—"P-Pero s-sólo... sólo un momento... Con un momento es suficiente. No quiero que las abras mucho, u-una rendija" —mi voz se quebró—"No tienes idea lo que significaría para mí"
"¿Sólo quieres verlo pero no quieres que te diga cómo está? Perdón, pero eso es morboso y egoísta. Muchas personas hemos estado aquí desde el día cero y aquí seguimos. Por Dios, ni siquiera tendría por qué estarte explicando esto... ¿Tienes idea de todo lo que hemos sacrificado para que él esté bien? ¿Por qué no lo valoras? Piensa un poco en los demás. Todos aquí nos estamos esforzando como no tienes idea para seguir al pie de la letra las indicaciones de los médicos, y no pienso arriesgar todo lo que hemos avanzado por una bendita persiana. En fin, mi oferta para que platiquemos sobre todo lo que ha pasado con él sigue en pie. Pero es tu decisión, no puedo obligarte a que escuches algo que no tienes tiempo de escuchar"
"Sólo quiero verlo por mi misma... asegurarme de que esta bien. Incluso puedo venir después, cuándo duerma"
"No. Lo siento pero no" —musitó, dándose la vuelta —"Y creo que es mejor que te vayas"
"Ohhh... No te preocupes querida..." —habló una voz varonil y aterciopelada justo a mis espaldas—"A nosotros también nos encantaría decirte lo mucho que lo sentimos, pero la verdad es que no"
Marina se giró nuevamente, pero las piernas de Máxime Bautista fueron mucho más ágiles que cualquier cosa que ella pudiera hacer o decir, y no le tomó más que un paso y segundos para empujarme dentro de la habitación, sólo que...
Ahí no había un Damasco sedado y apenas funcional, como lo había dicho ella.
No.
Ahí habla un Damasco completamente despierto, consciente y funcional.
Me enteraría más tarde de que llevaba casi una semana despierto... seis días para ser exactos.
Seis días en los que yo no había podido venir.
"Tú contextura es bastante fuerte, pero aún así vas a necesitar rehabilitación, sobretodo en las piernas" —le informó un médico, mientras anotaba en una libreta, pero Damasco no lo escuchó, porque se limitó a seguir cada uno de mis movimientos con la mirada; una mirada inquieta.
Y yo no reaccioné; como si mi cuerpo hubiera quedado clavado con un millar de agujas, sobre el piso que pisaba.
"¿Y tú, quien mierda eres?" —me preguntó, incorporándose sobre la cama. Tenía el cabello completamente alborotado, revuelto, el ceño fruncido; severo y un hombro descubierto porque la bata quirúrgica se había deslizado un poco con el movimiento.
Y a lo largo del cuello... y sobre sus hombros, incluso en sus manos y sus antebrazos... pude percibir la fragancia de Marina, pero no entendí por qué.
Sacudí la cabeza y le regresé la mirada apenas unos segundos, incapaz de hacerlo por más tiempo.
"Yo... Despertaste..." —me traicionó el subconsciente, pero inmediatamente me di cuenta de que había cometido un error—"Lo siento. No sé qué dije. Tengo que irme"
"¡Te dije que no podías entrar!" —Marina me sujetó del brazo —"¡Dios! ¿Tan difícil es para ti ver más allá de tu propia nariz? ¡Eres una completa egoísta! ¡Eso es lo que eres!" —gritó.
"Basta" —habló Damasco, sin dejar de mirarme, con ese par de ojos dorados, demasiado perfectos, intensos y cansados.
"¡Pe-Pero es que ella-!"
"¡Ya te dije que basta!" —le gritó, bajando la bolsa de suero del tubo de un jalón descuidado y rápido, para poder sostenerla con su propia mano, como si fuera una fruta y que así no le estorbara para desplazarse.
"¡Espera! ¡Aún no te han dicho que ya puedes caminar!" —ella se aproximó a él, tratando de ayudarlo, pero él evitó el contacto de forma brusca.
"¿Quién dice que no puedo? Yo conozco mi cuerpo mejor que nadie y puedo caminar perfectamente. A un lado"
Las lágrimas comenzaron a surcar por el rostro de ella.
"Ya..."—susurró, abrazándose a sí misma—"¿Sabes? Lo entiendo... Entiendo qué tal vez estos días ya no significan absolutamente nada para ti, pero independientemente de eso, quiero que entiendas que lo único que yo siempre he querido es que tú estés bien y que pase lo que pase, lo voy a seguir haciendo, porque no puedo evitarlo..."
"Yo nunca te pedí que hicieras la puta función de mi jodido ángel guardián. No te confundas" —le respondió con frialdad y dureza, y luego se giró hacia uno de los médicos que se encontraban ahí—"Y esta es la última vez que lo voy a pedir por las buenas: quiero el alta. Me joden los hospitales y no voy a pasar más días aquí. Así que tienen de dos: o me dan el alta, o me arranco estas madres del brazo y me salgo caminando. Ustedes deciden."
El médico se limitó a asentir, tal vez porque Damasco incluso en su condición y encorvado, lo superaba por más de una cabeza.
"Que bueno que nos entendemos" —caminó un poco más — "En cuanto a ti..." —me miró desde arriba—"¿Qué haces aquí?"
"¿Huh?"
"¿Me vas a obligar a repetírtelo?" —comenzó a caminar hacia mí, pero yo caminé hacia atrás, para mantener la distancia.
"Yo... No es importante. Me equivoqué de habitación, lo siento. Me iré cuanto antes"
"¡Yo le dije qu-!" —Marina intentó hablar pero Damasco la silenció sólo con la mirada, y una vez hecho se aproximó aún más.
"¿Piensas que voy a tragarme esa excusa de mierda?" —levantó las cejas y cuando fui demasiado cobarde como para responder al contacto visual, chasqueó la boca y se giró hacia un par de policías que acababan de entrar debido al alboroto —"Revisen que no traiga alguna cámara o un micrófono. No quiero que vaya a filtrarse algo. Mis abuelos ya están grandes y no tienen por qué ser afectados por esas mierdas"
"No traigo ninguna de esas cosas" —le aseguré.
Pero me ignoró por completo, como todos ahí, y los policías se acercaron y comenzaron a acorralarme; y aunque intenté retroceder me golpeé la espalda con una de esas mesitas móviles llenas de medicamentos; algunos cayeron al piso.
Entendí que mejor que podía hacer era cooperar y terminar rápido con esto, así que suspire y extendí lado a lado los brazos.
"Chica lista" —susurró Damasco.
Y así, comenzaron a revisarme; mis piernas, mi busto, a apretar mis muslos, mi entrepierna, mi busto otra vez, con las manos y la macana, y yo me limité a apartar el rostro y cerrar los ojos.
"¿Ves? Esto siempre es más fácil si cooperas, lindura" —susurró uno de ellos, sujetándome del mentón con fuerza, mientras con la otra mano, bajaba de un tirón el cierre de mi overol, dejándolo caer hasta la cintura.
Y cuando intente apartarme, el otro me empujo contra la pared, inmovilizando mis brazos a mi espalda, y su compañero continuó revisando. Todo bajo la mirada severa de un Damasco, cruzado de brazos.
"Tú suero se está regresando" —le dije, con la cara aplastada contra la pared, cuando observé de reojo y entre mi cabello que el líquido de la manguera que se supone debía entrar hacia su torrente sanguíneo, había comenzado a salir, a teñirse de rojo.
Él no emitió ningún sonido, pero se limitó a arrancarse la aguja de un jalón; provocando que un ligero hilo de sangre le escurriera entre los dedos, hasta manchar el piso.
"Nada" — finalmente habló uno de los policías —"Está limpia"
"¿Ya puedo irme?"
"Vístete y vete" —musitó él.
Pero mi cuerpo no me hizo caso, así que fijé la vista en las diminutas grietas que se dibujaban incluso sobre la pintura nueva de la pared; parecía un ramaje infinito de venas.
Él se intentó volverse a acercar.
Pero yo pude percibir el sonido que hacían las partículas de aire antes de que hiciera el movimiento, y volví a retroceder.
"¿Qué buscas? ¿Por qué estás aquí?" —me cuestionó con exasperación—"¿Quién mierda eres?"
"Nadie" —le respondí —"No soy nadie importante, así que puedes estar tranquilo"
Suspiró y me arrojó encima una toalla, luego se inclinó un poco para quedarme a la misma altura.
"¿No crees que tu intento por hacerte la interesante ya rayó en lo patético? ¿Quieres que te diga la verdad?" —inclinó la cabeza, su mirada era dura—"La gente como tú... me da asco"
Me limité a seguir mirando la pared.
"¿Qué? ¿Piensas que porqué te gusta mi jodida música, puedes hurgar en mi vida personal como si yo también fuera un puto producto de mierda? No me jodas. No porque hayas escuchado una canción o dos ya tienes el puto derecho a venir y hacer de mi vida o de la de los que me rodean, un puto circo" —se dió la media vuelta—"Hazte un favor y lárgate de aquí"
Y cuando no me pude mover, le hizo una seña los policías.
"Yo la escolto" —dijo una voz femenina y profunda, y lo primero que vi, fueron unos tacones de aguja, hasta que deslice los ojos hacia arriba y quedé aún más petrificada cuando me di cuenta de que esa persona, era la misma a la que había visto morir bajo el agua, desangrándose y con el cuero cabelludo arrancado y flotando, hacía unas horas, cuando Alan Garcés me había tirado a la piscina.
"Tú..." —Damasco confrontó a Deimos en cuanto lo vió recargado sobre el marco de la puerta con los brazos cruzados—"¿No te cansas de joder?"
"¿Quieres la verdad?" —esbozó una sonrisa amplia, sosteniendo la puerta para que pudiéramos salir —"Por cierto, te deseo mucha suerte con eso de conseguir el alta cuanto antes. Pero sí por alguna extraña e inimaginable razón aquello no resulta como quieres, descuida, te mandáremos flores y cartas de aliento que por supuesto no escribiré yo, pero dicen que la intención es lo que cuenta, y también, alguno de esos patéticos paquetes curitas con figuras de marcianos o naves espaciales; lo mejor que encontremos en la sección de niños no te preocupes, todo sea por pura piedad a ese antebrazo que pronto podría parecerse mucho a un rallador de queso gruyere"
Damasco apretó los dientes.
"¿Quieres saber qué cosa va a quedar como un puto rallador de quesos si no te largas ya mismo, cabron? Porque así como me ves, estoy más que listo para romperte la cara ahorita o cuando quieras"
"Por supuesto... Ya mismo estaría perfecto." —Deimos le guiñó el ojo y sonrió antes de cerrar la puerta. Disfrutando cada segundo porque a Damasco no lo darían de alta hasta dentro de varias semanas más, después de todo; no es lo mismo despertar de un coma con amnesia que sin ella.
La chica me tomó de la mano y yo no pude hacer más que dejarme llevar hasta que llegamos al estacionamiento.
"¿A donde vamos?"
"¿A donde quieres ir?"
"Lejos"
Deimos levantó una ceja oscura y muy fina y volvió a sonreír, mostrando aquella dentadura blanca y demasiado perfecta.
Sus incisivos siempre habían sido un poco más prominentes y afilados que resto de sus piezas dentales, aunque tal vez yo era la única que lo notaba.
Sí.
La mayor parte del tiempo, cuando hablaba con él, lo miraba más veces a los dientes, que a los ojos, a pesar de que sus ojos eran bastante impresionante, azules, muy pálidos, e incluso mucho más translúcidos que los de una persona invidente, pero más brillantes.
"El mundo es nuestro gatita..." —se deslizó hacia el asiento del copiloto —"Veamos que tan lejos eres capaz de llegar" —me arrojó las llaves de su mercedes y yo las atrapé en el aire sin esfuerzo, y sin mirar. Como si mi cuerpo hubiera sabido en camino exacto que iban a tomar, por el puro movimiento de partículas de aire; así como había sucedido en la habitación del hospital.
La toalla cae, y quedó únicamente en mi corpiño empapada de la cintura para arriba, expuesta al frío de la mañana, pero no me importa.
Me trueno una clavícula y abro la puerta en cuanto innecesariamente quita los seguros desde adentro, con un movimiento de dedos que me hace pensar que sabe tocar el piano... o que busca descubrir los límites mi paciencia... y la chica ríe y se transforma en un zorro, desapareciendo entre el tráfico vial.
Giro la llave y enciendo el auto.
Deimos oprime con el índice un botón que está en la parte superior de su coche, y un compartimento se abre; dejando ver un par de Ray Bans clásicos y redondos, enmarcados en oro, y con las micas ligeramente tornasol.
Es un maldito excéntrico por donde lo mires.
También lleva un montón de anillos en los dedos de las manos. Sé que se los quita en cuanto entra a la escuela, lo he visto, pero también sé que juega con ellos cada que puede, frente a las maestras; especialmente frente a las novicias, como diciéndoles: miren, esta es mi preciada colección de joyas blasfemas ¿No es linda? Pero en mis manos lucen aún mejor... Si tan solo me dejaran mostrarles...
Porque sí; entre todos ellos hay uno con el símbolo nazi incrustado en rubíes, otro con la "A" de anarquía en piedras azules, e incluso hay otro con el símbolo de los templarios, pero no cualquiera,porque tuvieron muchos... Éste es el que izaban en sus banderas después de haber sido traicionados por la mismísima Iglesia Apostólica, sólo por haber osado ser un poco más queridos y mucho más populares que sus propios patrocinadores; así que pasaron de ser una herramienta aliada, a ser una amenaza, y comenzaron a perseguirlos hasta aniquilarlos.
Sacudí la cabeza y pisé con fuerza el pedal del acelerador; escuchando al motor rugir estrepitosamente sin emitir movimiento alguno porque sigue puesto el freno de mano, cosa que inexplicablemente me encanta y me eriza por completo la piel, así que lo piso varias veces más y hecho la cabeza hacia atrás para disfrutarlo a mis anchas, sin importarme nada más en el mundo.
Últimamente me llegan datos así, como disparos de información que no he leído de ningún lado, pero que por alguna extraña razón... sé.
*****
La habitación era completamente blanca inmensa, y en medio había una bañera alta de porcelana; Conmigo ahí.
Sólo que está era una versión un poco más joven y un poco distinta.
El sonido de una puerta de madera abriéndose y cerrándose rompió el silencio, y aquella Helena que a simple vista parecía como sumida en un largo sueño, habló sin abrir los ojos.
"¿Es hora?" —preguntó.
Esa tampoco era mi voz.
Y lo único que obtuvo como respuesta fue silencio.
Pasaron unos segundos y echó a reír estrepitosamente con la cabeza colgada hacia atrás; como si acabara de contarse a sí misma un chiste que sólo ella entendía.
Y su risa rebotó como eco agudo entre las paredes, en el piso, colándose como ráfaga helada en la piel, como un rasguño duro.
Después volvió a permanecer ahí unos minutos; como muñeca inerte, hasta que tomó un suspiro hondo y se puso de pie.
Su cuerpo desnudo emergió lentamente de la tina empapado de sangre, del cuello a los pies, pero con el rostro inmaculado, pulcro, al igual que los caireles.
Y así, sin reparar en absolutamente nada, comenzó a caminar; con el porte de alguien que se sabe poderoso, y con la mirada fija en algo... o alguien.
Sus pequeños pies dejando huellas en línea recta, sobre el piso. Huellas que poco a poco se fueron suavizando.
"¿Por qué me miras así? ¿No se supone que te gusto?" —preguntó, y confirmé nuevamente que aquella voz no era la mía; era la de Alondra —"Simplemente peco de ser una bestia con la curiosidad de un gato. Después de todo, cuando eché a dormir, todo mundo creía que la mejor forma de preservar la belleza era con duchas escarlatas. Pero ya no me quedé el tiempo suficiente como para corroborarlo, y ahora puedo hacerlo a mis anchas" —acarició un rostro; una máscara, dejando un rastro de sangre con los dedos a lo largo de la mejilla. Era una máscara tribal similar a la que había visto en mis sueños. Aunque en ese momento había creído que había soñado con ellas después de leer la noticia de que habían desaparecido diez de ellas de un museo —"Aunque no sé si tenga la misma efectividad si no son jóvenes vírgenes, ¿Tú que piensas? ¿Te parezco bonita?"
La figura de la máscara, le colocó una bata blanca en la espalda sin contestarle, y luego de atársela apropiadamente, habló:
"Vas a resfriarte" —era una voz masculina y familiar.
Los ojos de Alondra se abrieron de par en par ante el gesto; tenía sus iris color plata, con las pupilas ennegrecidas y alargadas.
Y justo cuando él iba a romper contacto , ella lo sujetó por la muñeca, y colocó su palma sobre su propio rostro; la figura enmascaradas no opuso resistencia—"¿Te digo un secreto? Me gustas mucho más sin ella..." —dicho aquello, utilizó una de sus garras para partir justo por la mirad la máscara—"Qué lástima, ahora tendremos que conseguir más"
Y ahí estaba Damasco, con su brazo lleno de ramajes de venas teñidas en rojo, y la mirada completamente fija en la de ella.
Un par de golpecitos se escucharon en la puerta.
"Adelante..." —respondió Alondra —"Al parecer ya estoy apropiadamente vestida"
Damasco apretó la mandíbula pero no habló.
Y el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose volvió a escucharse, acompañada de unos pasos.
"Margaret, Mekare..." —volvió a hablar Alondra —"Pueden acercarse..." —hizo un ademán con la mano, y se acercaron dos chicas; gemelas. Ambas con el mismo rostro de la chica a la que había visto morir o la que había tomado mi mano en el hospital —"Oye humano; ¿Sabes lo que pueden hacer los zorros?" —le preguntó ella a Damasco.
Pero él volvió a contestarle con silencio.
"Ahora te voy a mostrar..." —susurró ella —"Mekare..." —llamó a una de las gemelas, y una de las gemelas se acercó con obediencia —"Ya sabes que hacer"
La chica asintió, sujeto a Damasco del cuello de su camisa y lo miró fijamente a los ojos; cuando lo hizo las pupilas de ella se pusieron en blanco.
"Siempre vas a obedecer las palabras del gato, serpiente. Tú y yo vamos a convertirnos en personajes lo suficientemente interesantes como para recibir una invitación a la jaula, tal como dijo el Cuervo. Y la abriremos desde adentro"
"Yo no soy una serpiente" —refutó él.
"Es verdad" —Mekare sonrió, dió un paso hacia atrás y se giró hacia Alondra —"Está hecho"
"Perfecto" —respondió ella, avanzando hacia la chica, pasando sus dedos por entre su cabello, sólo para luego tomar uno de sus mechones y observarlo con detenimiento y fascinación—"Que lindo cabello tienes. Es muy brillante, y cuando lo ves de cerca pareciera como si tuviera muchos colores. Que horrible debe ser que algo llegara a pasarle... ¿No cree? Tan bonito que se ve rodeando tu rostro" —añadió con un tono extraño—"Ya pueden irse." —se dió la vuelta sin más, y en cuanto las gemelas desaparecieron por la misma puerta por la que habían entrado, y se cercioró de que la hubieran cerrado, volvió la mirada a Damasco, enroscando sus finos brazos alrededor de su cuello, pero en el último momento le falseó un poco el tobillo y él la sostuvo de la cintura, sus manos viéndose grandes en comparación a su pequeña complexión.
Ella ladeó la cabeza y sonrió.
"Gajes del oficio"
Él tensó la mandíbula ante el comentario.
"¿Sabes? He tenido muchas presas a lo largo de mi vida, demasiadas... pero definitivamente tú eres mi favorita, aunque por culpa de ese estúpido Cuervo cada vez que te veo a los ojos me dan ganas de clavarte las uñas hasta sacártelos" —le hizo un corte al costado de la cara, cerca del ojo derecho. Un golpe que yo recordaba, porque hacía alrededor de un año le había preguntado que cómo se lo había hecho, y me había dicho que durante un entrenamiento de soccer.
Él ladeó la cara, enterrándose un poco más la garra de ella en la piel, a propósito, y una línea de líquido rojo escurrió a lo largo de su rostro, hasta gotearle en la barbilla.
"¿Qué te detiene?"
Ella delineó el contorno de sus ojos con las puntas de los dedos, y los miró hipnotizada, como si fueran joyas preciosas, un tesoro extraño.
"Tal vez cuando ya no me sirvas lo haga"
Él simplemente la miró, sin expresión alguna sobre su rostro.
"Cuéntame un secreto Damasco Cortés. Uno que nunca le has dicho a nadie, uno que pocas veces te has dicho a ti en voz alta" —pidió.
Los ojos de Damasco se suavizaron un poco, y aunque los pies de ella ya estaban firmes sobre el piso, no la soltó, y puede que incluso la estrechara aún más contra su cuerpo, para observar con nostalgia las facciones de su rostro, para detallar sus rasgos.
"A veces..." —comenzó a hablar, con una voz muy bajita—"A veces pienso que la he querido durante muchas vidas. La quise nada más verla. Desde el primer momento. Y caí en cuanto escuché el sonido de su voz"
"Eso es muy dulce..." —respondió ella —"Pero cada día caes un poco más ¿No tienes miedo?"
Él sonrió con tristeza y sus ojos se cristalizaron.
"Los fracasos no me asustan. Tengo toda una lista de ellos. Fracaso en algo todos los días" —esta vez él le acaricio el rostro, provocando que en ella se dibujara una expresión de completa sorpresa—"Puedo soportar muchas cosas, pero el dolor de un corazón roto, ese nunca lo he sabido llevar con gracia..."
Alondra lo atrajo aún más hacia ella; guiando una de sus manos hacia el nudo maltrecho de su bata, deshaciéndolo.
"¿Serias capaz de matar por seguir al lado de Helena?" —le dijo al oído —"He puesto mis manos en una valiosa invitación. Es un pase doble... Se trata de que le hagas creer a tu acompañante que irán a una fiesta y luego encontrar la manera más creativa de matarla, frente a un público seleccionado. Es el primer filtro para estar un paso más cerca de recibir una invitación al Coliseo" —lo acarició de la nunca —"Irás con Mekare"
Él se apartó con brusquedad de su tacto, como si la piel de Alondra fuera tóxica, como si le hubiera dado una descarga... como si de pronto hubiera dejado de soportarla por completo.
Ella soltó una carcajada fuerte y aguda, y se abrazó el estómago, y luego lo prensó del cuello de la ropa, con un reflejo rápido y completamente antinatural, para hacerlo caer de rodillas; para que la mitrara hacía arriba.
"En todas las guerras hay males necesarios. Debes hacer que tus oponentes crean que llevan la ventaja para que bajen la guardia" —explicó —"La muerte de un zorro hará que bajen la guardia. Llevan siglos sin poder poner sus manos sobre uno. Además, los zorros rojos de Ávalon, también han olvidado algo muy importante; todos ellos podrán ser monstruos, bestias poderosas... pero yo, soy una maldita Diosa"
Levantó la mano y tronó los dedos, y el cuarto que antes había sido completamente blanco, comenzó a adquirir otros colores, como si se le estuviera despegando la pintura; y de su espalda salieron volando tres mariposas, que comenzaron a revolotear alrededor de ella; como si estuvieran hechas de luz negra.
La tina de porcelana que estaba en el centro del lugar permaneció; blanca y llena de sangre...
Pero a su alrededor había un montón de restos humanos, piernas, piel fresca que había sido brutalmente arrancada de su respectivo dueño, y más miembros desollados, cercenados hasta el hueso.
Todo eso acompañado de un montón de ropajes de clérigos, hábitos de monjas, de novicias, uniformes de seminaristas; todos rasgados, todos empapados de sangre.
Y ahí, en una esquina... estaba Jonathan Candiani viéndolo todo, completamente aterrorizado, con la mirada fija en los ojos plateados y bestiales de Alondra; repitiendo una, y otra, y otra vez, la misma palabra, mientras apretaba sus oídos:
"Ojos... ojos... ojos..."
Alondra caminó hacia él.
"Me gustan mucho las mariposas porque mientras todos los ineptos de este hospital psiquiátrico lo ven a él acostado, y en un estado catatónico, nosotros hacemos que él vea lo que queremos que vea" —lo miró desde arriba —"Es tú culpa, por haber visto de más"
En ese momento tuve la sensación de estar cayendo, a pesar de que simplemente brinqué sobre el colchón de mi habitación.
Y me incorporé sobre mi cama, con el aire de mis pulmones siendo insuficiente, con los labios secos.
¿Qué diablos había sido eso?
¿Qué había hecho?
Bajé de mi cama descalza y me puse encima un sweater largo que había dejado mal puesto en el respaldo de una silla... después salí de mi recámara, directo hacia la cocina.
Mi garganta se sentía seca, áspera.
Y justo antes de doblar para bajar por las escaleras, tropecé con un montón de maletas que estaban acomodadas afuera de la habitación de Damasco; causando un estruendo.
Caí de rodillas.
Era verdad...
Había regresado a casa hacia unas tres semanas, pero no hablábamos, y cuando nos cruzábamos me ignoraba.
Suspire y me puse de pie.
Aún llevaba puesto el collarín debido a la lesión que me había hecho aquel día.
Recuerdo que cuando me desperté no podía moverme, incluso me tuvieron que ayudar a vestirme.
Apoyé la mano sobre el barandal de la escalera y entonces escuché un sonido del otro lado.
Era Damasco, al pie de la misma.
Ambos nos congelamos.
Ahora yo no quería bajar y el ya no quería subir.
"Hey" —me saludó. Era la primera vez que me dirigía la palabra desde aquella vez en el hospital.
"Hola" —respondí.
"¿Vas a bajar?"
"¿Te vas?" —evadí su pregunta con otra.
Él miró el montón de maletas que ahora estaban sobre el suelo, y luego me miró a mí.
"Lo siento..." —musitó —"Siento mucho no recordarte"
"No te preocupes... nunca fuimos muy cercanos de todas formas"
"Ya"
"Buenas noches" —musité.
"Espera-" —pero no lo dejé continuar.
"Aquel día... El día del hospital. Tú tenías la razón, la tenías. Así que no te sientas culpable por eso" —lo miré a los ojos —"No llevaba una cámara, ni un micrófono, es verdad... pero aunque has vivido aquí mucho tiempo tú y yo nunca hemos sido amigos, ni siquiera sé si nos agradamos. Fui ahí porque quería ver si todo era diferente para alguien famoso... Siempre veo a la gente que está en la televisión como si vivieran en otro mundo. Así que no soy diferente a la gente que odias y no me interesa que pienses lo contrario"
Él levantó las cejas con sorpresa, pero no fue capaz de decir nada aunque despegó los labios, y yo me di la media vuelta y me encerré rápidamente en mi habitación, sólo para recargarme en la puerta.
Espere una media hora para volver a salir por agua, no aguantaba la garganta, pero verlo lo aguantaba menos.
Así que cerré los ojos y conté hasta diez todas las veces que hizo falta. Un número más grande significaba una tortura más grande, y un número pequeño, aunque se repitiera 100 veces, me hacia pensar en un pronto.
Salí.
Y cuando venía de regreso, la puerta de su habitación se entre abrió, congelándome a la mitad de las escaleras.
"No... No lo entiendo..." —escuché su voz —"No entiendo por qué diablos tengo esto. Todos dicen que nunca fuimos cercanos pero tiene una 'H' ...Ella es la única persona que conozco con un nombre que empieza con 'H' ..."
"¿Puedo mirar?" —preguntó Marina —"Vaya... es un collar muy bonito"
"¿Te gusta?"
"Me encanta... ¿Puedo quedármelo?"
"No" —respondió él —"No puedo darte algo que iba a ser para alguien más. A ti tengo que comprarte algo incluso mejor"
"Ey... ¿Estas bien, corazón?"
"No... No sé... Es esa estúpida niña..."
"¿Helenita?"
"Cada vez que veo su maldita cara, no puedo evitar sentir toda esta jodida rabia. No entiendes..." —respondió —"Y cuando intento recordar..."
"Shhhh... Tranquilo... Sólo, piensa en otra cosa" —musitó ella —"Todo va a estar bien, corazón"
"Todo va a estar bien"
El agua de mi vaso se había convertido completamente en hielo para cuando subí.
Y no pude evitar pensar en esa chica que Damasco había matado... por mi culpa.
Aquella fue la primera vez que presencié los poderes de un zorro por mí misma.
Alondra me lo mostró.
El poder de la verdad absoluta...
El mundo entero los conoció como los maestros del engaño.
Pero actualmente yo los conozco por otro nombre:
Zorros.
Los zorros rojos de Avalon.
Los devoradores del habla.
Las criaturas que te harán decir lo que ellos quieren que digas, y creértelo.
"Sí, ese de ahí es mi hermano"
"Sí, quiero casarme con ella"
"Sí, quítenle la corona y córtenle la cabeza"
"Sí, romperé con la iglesia apostólica y crearé una nueva religión por Ana Bolena, porque me he enamorado de ella"
"Sí, asesinar al archiduque de Austria en Sarajevo, me parece una buena idea"
"Sí, creo que es hora de que las 13 colonias dejen de ser parte de la gran Inglaterra"
Seguramente ya te habrás dado cuenta:
Los zorros nunca dejaron de jugar con los seres humanos.
Nunca fueron capturados.
Y han estado moldeando la historia a su antojo.
Tal vez como una forma de vengarse, de desquitarse, o de llamarnos a mí y al resto.
***Nota de autor***
Hola crayolas. Aquí su autora que escribe a nivel tortuga... je...
Espero que hayan disfrutado mucho el capítulo, porque yo sí.
No olviden unirse al grupo de fb para que hagamos memes, teorías, o puedan estar al pendiente de algunos adelantos 🙈
Este capítulo se lo dedico a: Ysamar Diaz @Ysamar2108
¡Muchas por leerme! ¡Sé que quería escribirles y decirles muchas cosas pero tengo el cerebro muy seco ahorita!
Solo diré que los sucesos de este capítulo no cambiarán pero es posible que le de más profundidad a los diálogos más adelante... y obviamente que editaré los HORRORES DE DEDO.
Marluieth 💕
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