60. Resplandor
"Quiero que regresemos a ese pueblo con olor a café.
Que volvamos a andar en bicicleta.
Que no nos preocupe nada..
O sí...
Que lo único que nos preocupe sea que tus abuelos se van a enojar porque te estoy llevando a casa muy tarde.
Porque esas no son horas.
Porque soy tres años más grande que tú.
Porque tengo una mala reputación con las niñas.
Porque todo mundo dice que traigo el ojo morado por andar en líos de faldas.
Porque estoy maleado.
Porque ver tantas cosas, con tan poca edad, te convierte en una mala influencia.
¿Pero sabes, Helena?
Tu abuelo confió.
Y la verdad no sé por qué, o qué fue lo que vió en mí, pero todos los días me levanto agradecido de que lo haya hecho.
Porque a pesar de todos esos regaños que nos llevamos juntos.
Así comenzó nuestra historia.
La del chico problema que se metía en peleas tontas para que nadie descubriera la verdadera razón detrás de los moretones, las cortadas, y las cicatrices.
Y la de la chica que le hizo creer que podía llegar al centro del mundo, a la cima, la que le dijo que se podían tocar las estrellas con las manos.
Que nada estaba demasiado lejos...
Y no lo estaba.
La que lo ayudó a ponerse de pie cuando todo era una mierda, cuando creía que no tenía fuerzas, que sus rodillas sólo servían para amortiguar la caída.
A la que ese chico seguiría a cualquier parte.
Por la que derrumbaría todas las puertas y todos los muros, aunque se le destruyan las manos.
La única voz que siempre va a poder escuchar entre una multitud.
Porque para el, ya no hay una cima, o un centro del mundo, o unas estrellas que quiera tocar.
Eres tú.
Siempre has sido tú.
Eres el único lugar al que siempre voy a querer regresar.
Y cuando estoy contigo, y te veo, y te siento, y te hago reír... no puedo evitar pensar que; qué jodidamente perfecta es la vida a veces.
Porque entre querer pasar el rato y querer pasar la vida, yo no crucé la línea, la línea me cruzó."
—Damasco Cortés.
Me gustaría que fuéramos más parecidos...
Que nos gustaran las mismas cosas.
Que compartiéramos a los mismos amigos.
Sentir que voy a tu paso.
Que tú no vas tan rápido.
Y que yo no soy tan lenta.
Que nuestro camino es el mismo.
Que un día voy a despertar a tú lado.
Y que luego ya no voy a dejar de hacerlo.
Que tus ojos van a ser el primer Sol que vea cuando despierte.
Y que siempre voy a verme reflejada ahí.
Hoy quiero más que nunca ser esa chica, ¿Sabes?
La que grita como una loca en cada uno de tus conciertos...
La que puede pasar la tarde jugando a ser una musa y a que tú sabes de fotografía, solo para que lleguemos a casa, y nos demos cuenta qué no fuimos capaces de hacer una sola toma buena... pero no importa, porque tenemos mañana, y pasado, y después...
La que no tiene que amarrar sus muñecas a la cabecera de su cama antes de irse a dormir, porque está aterrada.
Porque sabe que cerrar los ojos, significa que va a despertar algo que no entiende.
La que puede hacer promesas...
Muchas.
Y cumplirlas todas...
La que cree que ese mundo del que tanto hablas, existe.
Que no está tan lejos...
Que lo puede tocar.
05 de Abril del 2016.
Alguien que quiere ser copiloto de todas tus exploraciones estelares.
Helena C.
Terminé de escribir mi nombre en la parte posterior de la única fotografía que me había tomado con Damasco.
Bueno, la única no.
A decir verdad, teníamos decenas de ellas... todas borrosas.
Esta era la única que había salido bien.
O casi...
Para un experto en fotografía, definitivamente era un fracaso, porque detrás de nosotros se colaban algunos halos de luz y puntitos multiformes que distorsionaban todos los colores.
Seguramente el lente había estado empañado o salpicado de agua cuando nos la habíamos tomado... o algo así.
Pero a mí me gustaba.
Era un accidente bonito.
Además parecía como si hubiéramos visitado otra dimensión: una en donde las puntas de nuestros cabellos se volvían azules, y el cielo era púrpura con naranja.
Sonreí mientras la guardaba entre las ultimas paginas de la libreta en la que había estado haciendo la tarea.
"¿Obviamente me vas a dejar copiar toda esa tortura infernal a la que a los adultos se les ocurrió nombrar matemáticas, verdad?" —preguntó Argelia desde él baño.
Se había pasado la tarde modelando toda esa ropa que sus abuelos jamás le darían permiso de usar, en mi recámara: sitio que ya tenía más pinta de pasarela que de otra cosa, porque incluso había tenido el cuidado de convertir mi edredón en su propia alfombra roja (pero naranja) y de acomodar alrededor de la misma, a cada uno de mis peluches, como si fueran espectadores.
Y obviamente a los distinguidos afelpados que habían ocupado aquellos lugares privilegiados (o asientos VIP, como ella les llamaba), les había puesto aretes, mascadas, lentes de Sol y cuanta cosa había encontrado para que se vieran más "fancy".
Pero no había estado contenta sólo con eso.
Oh, no.
Cada vestido había necesitado cada vez más y más público que el anterior, porque así se sentía inspirada a realizar toda clase de pose frente al espejo.
Así que también, se había metido a mi closet a seleccionar algunas pantuflas que terminaron siendo parte de este magnífico evento de la moda.
Y como ya puedes imaginarte, solo las pantuflas con ojitos, fueron dignas de recibir semejante invitación.
"¿Y yo para que quiero ahí una chancla toda fea? ¡Esas no pueden ver mis vestidos Helena! ¡Por daddy Diosito, usa la lógica!" —se quejó.
Torcí los ojos.
"¡Ninguna puede ver tus vestidos! ¡Sus ojos son de plástico! ¡P-L-A-S-T-I-C-O! ¡Igual que las plantas que les diste de comer a tus tortugas que murieron de hambre! Y como la chancla es de plástico, ¿por qué no sólo imaginas que es un ojo gigante? ¿O por qué no le dibujas ojos con tus plumones?"
"¡Ay no! ¡Ewww! ¡Ewww! ¡Súper Ewww! ¿Quien quiere modelar frente a ojos dibujados con plumón, o sea? ¿O frente a un ojo gigante? ¿Estás bien?"
Y así fue cómo todos los zapatos que ella consideró indignos de verla, fueron sentenciados a quedarse dentro de la zapatera, juzgados por ser "demasiado feos" y lamentándose eternamente por no haber corrido con la misma suerte que los demás.
Ella lo llamo: selección natural.
Yo lo llamé: discriminación elitista.
"¿Entonces sí me vas a dejar copiar la tarea? ¿O te vas a enojar para siempre solo porque te dije que tus zapatos son híper feos, amigui? Aunque la verdad es que deberías valorar mi sinceridad e irte de shopping. Conmigo obviamente, porque no confío en tus gustos para nadaaaa..." —observó.
"¿Sabes que? ...sí" —me encogí de hombros —"Sí te voy a dejar copiar todo lo que quieras, pero no porque quiera fomentar tu flojera. Simplemente creo que si no aprendes ni a hacer lo básico, cuando llegue lo difícil, no vas a saber qué coño hacer y acabarás reprobando todo y tendrás que repetir el año completo. Cosa que creo que te mereces. Así que anda, ven y copia tooodooo lo que quieras, total la satisfacción de que te estoy ayudando a construir esa gigantesca bola de nieve llamada: consecuencias de tus propias acciones, nadie me la quita, ni el hecho de que esa bola de nieve gigante te va a dar un reverendo guamazo en la cara, por mí"
"Ashhh" —empujó la puerta del baño con la cadera —"¿Como me veo?"
Traía puesto un diminuto vestido, todo forrado en lentejuelas verde tornasol, que se le ceñía al cuerpo casi como una segunda piel.
Y déjame decirte que sí sus ya de por sí bastante definidas curvas (producto de toda una vida de deporte de alto rendimiento, y de un TDAH, que jamás había sido propiamente diagnosticado, porque los abuelos de Argelia eran fervientes creyentes de que cualquier mal, rezando se iba) eran ya de por sí, bastante impresionantes con ropa floja, pants, y con el uniforme de la escuela que a todas nos hacía ver como rectángulos con patas, en esta ocasión ella se en serio se veía-
"Impresionante..." —solté sin pensarlo —"Me encanta. Definitivamente ese vestido va a ser nominado como la prenda favorita de este increíble evento de la moda, qué se está llevando a cabo dentro de mi recámara. Las chanclas exiliadas por no tener ojos apropiados deben sentirse muy tristes"
"¡Ay! ¡No te burles, tarada!" —rió —"Aquí es el único lugar en el que puedo modelar los outfits qué tal vez me lleve al concierto o hagan que San Pedro me cierre definitivamente las puertas del cielo, o ambas..." —caminó hacia el espejo —"¡Ya sabes como son mis abuelos!" —comenzó a fingir la voz y descolgó un paraguas para usarlo a modo de bastón—"Las niñas decentes no usan la falda arriba de la rodilla Argelia, las niñas de familia bien no tienen novio antes de los 18 años, a las niñas a las que les interesa que las tomen en serio, jamás de los jamases van a sus citas sin un chaperón que parezca producto de un encuentro sexual secreto y muy hot entre King Kong y Godzilla" —ambas soltamos la carcajada —"Pero buenooo, gracias a daddy Diosito, mi mejor amiga es un minion friolento que colecciona todo tipo de abrigos y chamarras. Y así voy a poderme ir fingiendo que soy un triste friolín con aspiraciones a convertirse en monjita forever and ever, y cuando estemos allá, voy a meter la ropa que sobre en la cajuela y voilà" —flexionó la pierna de una forma que hizo que se le marcaran todos los músculos de la misma.
"¿Algún día voy a poder entrar a esta recámara sin temor a tener que escucharte convertir hasta a los monstruos más emblemáticos de las películas de culto en más carne para seguir alimentando tus fantasías raras, niña vikingo?" —Damasco abrió la puerta, arrastrando su mochila con el asa enroscada alrededor del tobillo—"Cómo fanático de todas las películas de acción y terror que existen, no voy a volver a subestimar esa horrible habilidad. Es más, ni siquiera voy a volver a cometer el error de decirte qué personajes me gustan" —le lanzó un zape, que ella esquivó con facilidad, aún en tacones y sacándole la lengua en forma de mofa, solo para terminar recibiéndolo de todas formas con la otra mano. Porque si ella era ágil, él lo era aún más.
Y después de sacarle la lengua de regreso, caminó hacía la cama, para sentarse en una esquina, no sin antes jalarme de la muñeca hasta que me hizo aterrizar sobre sus piernas, y me sostuvo de la cintura para mantenerme ahí.
Y antes de que pudiera protestar o decirle algo, colocó la otra mano sobre mi frente y luego sobre la suya, para comparar nuestras temperaturas.
"Ya estoy bien..." —le aseguré.
Y no pude evitar recorrerlo de pies a cabeza con la mirada, después de todo, hoy era su gran noche... la primera de muchas.
Traía puesta una chamarra biker de cuero negra, con una playera lisa debajo, y unos jeans oscuros y desgarrados que le abrazaban los músculos de las piernas justo en los lugares correctos, y por alguna extraña razón pensé que sus ojos dorados resaltaban aún más... mucho más que otras veces.
Hasta parecían pupilentes de lo brillantes que se veían.
"No tienes que ir" —se enrosco un mechón de mi cabello entre los dedos, y lo acomodó detrás de mi oreja—"Va a haber otras veces, muchas... y van a ser mejores, te lo prometo"
"Solo fue una tonta gripa que ya se curó" —mentí. No había sido sólo una gripa, había sido una maldita gripa infernal marca: mi cerebro está lleno de mocos, lloro mocos, como mocos, orino mocos en vez de pipí, sudo mocos, y si se me vuelve a olvidar tomarme mis antibióticos, lo más seguro es que pronto me convierta en un moco.
Casi una semana con temperatura.
Había sido horrible.
Pero en la noche había tenido muy poca, casi nada. Y aunque en la mañana aún me escurría la nariz, me había tomado una loratadina, un naproxeno y un paracetamol.
¡Y ahora estaba como nueva!
¡Dopada y con el ratón cerebral más lento que nunca, pero como nueva!
Porque no iba a dejar que unos estúpidos mocos, me hicieran perderme el primer concierto en grande de Damasco.
"Hasta mi voz ya dejó de sonar como la de Calamardo ¿Ves?" —le sonreí y él levantó una ceja poco convencido.
"Es más, me siento tan pero taaan bien que hasta me voy a poner uno de esos" —señalé el vestido de Argelia —"Es plateado, con mangas largas. Te va a encantar"
Soltó un suspiro rendido y me acarició la mejilla.
"¿Por qué eres tan terca?" —pegó su frente contra la mía.
El olor de su colonia me obligó a cerrar los ojos por un par de segundos y a respirarla a profundidad.
Muy rico.
De ese tipo de rico al que nunca te acostumbras.
Era una mezcla de cuero, con algo amaderado y... algo más qué tal vez sólo era de él.
"Tú eres igual de terco..." —me defendí.
"Hmmm..." —sonrió—"Póntela encima del vestido" —se quitó la chamarra y la colocó alrededor de mis hombros, como una capa. Estaba ligeramente aborregada por dentro y olía a él.
"¿Para que parezca que soy una sábana gigante de cuero con patas?" —le pregunté —"Voy a derrochar sensualidad, no hay duda. Además no es necesario, tengo muchas chamarras. Ya sabes, las que me hacen parecer una persona normal porque son de mi talla"
Él esbozó una sonrisa traviesa, dejando ver aquellos dientes perfectamente blancos, y pellizcó mi nariz.
"Porque creo que te ves mucho más guapa cuando llevas algo mío encima, por eso" —dicho eso, me dió un beso en la frente, y se aproximó a la puerta, mientras revisaba la hora en su celular.
Yo también la revisé en el reloj que llevaba en alrededor de mi muñeca por inercia:
06:03
Una hora que voy a pasarme una o dos vidas recordando. Y tal vez, un poco más...
"Y en lugar de tacones, ponte tus botas con agujetas. Las que son iguales a las mías. Te vas a ver como toda una rockstar jodidamente sexy si lo haces." —musitó, con la mano puesta en la manija.
Volví a sonreír.
Y antes de que saliera, salté lo más rápidamente que pude sobre mis botas, con las agujetas desamarradas y me envolví en su chamarra.
"¿Damasco?"
"¿Qué?"
"¿Así?"
Me miró de reojo.
Después separó los labios y sonrió, sin apartar la mirada:
"Dios, sí"
La sangre se acúmulo dentro de mis mejillas, y el soltó una carcajada ante mi reacción y salió.
Me quité la pijama y comencé a arreglarme.
Luego ayudé a Argelia a maquillarse. Para su edad era muy buena haciéndolo, pero yo había tenido casi 30 años cuando había muerto y un prometido al que le encantaban las fiestas grandes, así que lo había hecho muchas veces, y la práctica hace al maestro en ese tipo de cosas.
Ella bajó después de alaciarse el cabello, y yo me quedé un rato más, dándome los últimos retoques en los ojos y abrochándome las agujetas de las botas, y justo en cuanto salí de mi recamara:
"¡Alan Garcés es putooooo! ¡Rrrrr! ¡Rrrr! ¡Alan Garcés es putooooo!" —La voz de Lorens, la nueva mascota de Damasco; un loro verde de lengua negra, resonó por toda la casa.
"Heh... entre plumíferos se reconocen. Ya te ganaste una galleta Lorens. Ayudar a la gente a salir del closet es mucha bondad para alguien de tu tamaño" —Damasco río
"Hay muchas reglas del reino animal que no se rompen, por ejemplo, los changos siempre van a ser los mejores cirqueros... tal vez porque tienen el cerebro del tamaño de una nuez"—esa era la voz de Alan.
"Lombriz"
"Macaco..." —respondió Deimos.
"¡OMG! ¡Maxiiii! ¿Qué hacen aquí? ¡Ay! ¿No me digas que también van a ir al concierto?"
"Claro que no, pero date una vuelta para mí, ¿quieres, bonita?" —los tacones de Argelia resonaron apresuradamente sobre el piso —"Ahh... te ves suculenta... tentadora... comestible... Como un dulce perfectamente envuelto por una envoltura brillante, ¿Puedes darte una más?"
"Nghhh" —se escuchó un quejido seguido de un golpe seco contra el piso.
"¡Ay noooo! ¡No me di cuenta de que estabas ahí! ¡De verdad sorry!"
"¡Eees putoooo! ¡Rrrr! ¡Rrrr! ¡Alan Garcés es putooooo!" —volvió a gritar Lorens.
Damasco soltó una carcajada burlona.
Y antes de que la sala de mi casa, se convirtiera en un campo de batalla, me apresuré a bajar por las escaleras para intentar hacer algo:
"No le hagas caso al loro. Damasco pasó
entrenándolo muchos días para que aprendiera a decir eso" —me aproximé lo más rápido que pude hacia ellos, sólo para encontrarme con un Alan desplomado en posición fetal sobre el piso, agarrándose con fuerza el estómago. Voltee a ver a Damasco —"¿Qué hiciste?"
El levantó las manos fingiendo estar ofendido.
"No fui yo" —la sonrisa no se le borraba del rostro —"Fue culpa de la niña vikingo que por usar tacones ahora camina como bambi y de esa jodida bolsa gigante que carga para todos lados"
"¡Ay! ¡No es tan grande! O sea, no es mí culpa que no sepas cargar con lo necesario en caso de cualquier cosa..."
"¿Cualquier cosa como qué? ¿En caso de que me dé un atacazo artístico y se me ocurra construir una casa de ladrillos a donde quiera que vaya? ¿O en caso de que suceda un Apocalipsis zombie pero eso no me importe, porque gracias a que solo cargo con lo necesario voy a poder sobrevivir con gomitas de gusano por el resto de mi vida?" —se burló Damasco.
"¿Sabes qué? ¡El día que suceda un Apocalipsis zombie quedas oficialmente vetado de comer cualquier de mis gomitas!"
Torcí los ojos y los dejé seguir discutiendo, mientras me acercaba a Alan.
"Garcés... ¿Te puedes parar?" —le pregunté. Él se limitó a levantar una mano, como diciendo: dame unos segundos —"¿En dónde te pegó Argelia?"
"¿Donde más va a ser? En sus partes blandas..." —contestó Damasco, aún sonriendo —"Así que mejor dale tiempo para recuperarse, y más porque seguro los tiene chiquitos. Pinches huevitos de pajarito"
Deimos se acercó a mí con un folder en la mano.
"Los profesores nos pidieron que te diéramos el itinerario del evento. Ya sabes, el de la junta de inversionistas. Es el guión. Quieren que lo revises, gatita" —traía su expresión clásica de sadismo oculto tras una sonrisa retorcida y muy amplia. Llevaba puesta una gabardina jaspeada en color marrón—"Bueno, en realidad me lo pidieron sólo a mí, pero no me gusta visitar las casas de criaturas poco evolucionadas a mí sólo" —repasó lentamente a Damasco con sus ojos de un azul gélido.
Damasco arqueó las cejas y comenzó a tornarse los dedos mientras lo veía.
"Tal vez no soy nadie para decírtelo moco... pero deberías revisar tu correo institucional más seguido si quieres que nos ahorremos todo esto" —Alan comenzó a ponerse de pie, y debajo del sweater azul marino que llevaba, alcancé a ver aquella vena verdosa que siempre lo delataba cuando estaba furioso—"Te lo digo a ti, porque creo que tienes un poco más de sentido común y porque estoy seguro de que tu novio ni siquiera recuerda que tiene uno, y Argelia bueno, todos sabemos que ella es un caso perdido y que sí no ha perdido la cabeza es por pura obra del señor, así qu-" —y ahí fue que se detuvo en seco, sin palabras. Incluso pareció como si se le hubiese secado la garganta por completo y como si todas las ideas dentro de su cabeza se hubieran esfumado.
Sus ojos verdes se deslizaron con curiosidad y extrañeza, pero también con mucha intensidad, a lo largo del vestido que llevaba puesto.
"Gracias... creo" —me acerqué a Deimos para que me diera el folder —"Prometo checar el correo de la escuela mas seguido, aunque la gripa me impida ver más allá de la nariz" —Damasco frunció el ceño —"Peroooo como ya no tengo nada de gripa, voy a checar el correo de la escuela todos los días a partir de ahora, y también el de Argelia y el de Damasco. Porque ufff, ¡Nunca me había sentido mejor!"
"¿Qué mierda es eso?" —preguntó Alan, acercándose hacia mí. Sus ojos viajaron hasta detenerse justo sobre mis piernas, entre mis muslos mis muslos. Incluso pareció como si quisiera ir más arriba y la tela brillante se lo estuviera impidiendo, como si en ese momento hubiera deseado levantar la tela con el poder de la imaginación.
"La ultima vez que revisé en Internet, estas cosas se llamaban vestidos" —respondí—"Y esta otra cosa es una chamarra que me queda como mil tallas más grande, pero que decidí usar porque es chamarra, gabardina, cobija, tienda de campaña y todo a la vez"
Pero no sonrió.
En cambio, su cara siguió como en esa especie de transe.
Y sus ojos verdes, continuaron adheridos a mis piernas, oscuros y brillantes.
Y cuanto más oscuros se hicieron, en esas fracciones de segundos que parecieron una eternidad, incluso la ropa que llevaba puesta comenzó a incomodarlo, a sofocarlo, a estorbar, porque tuvo la necesidad de ajustarse el cuello de la camisa que llevaba bajo el sweater, pero fue de una forma tan brusca, que se escuchó a la perfección, el sonido de un montón de costuras tronando.
Después se aclaró la garganta y tragó grueso; dejando ver que ese bulto, mejor conocido como la manzana de Adán, subía y bajaba con dificultad, mucha, tanta que probablemente eso fue lo que lo regresó a la realidad.
"Ve a cambiarte" —musitó, usando un tono que inyectó ser autoritario, pero que acabó siendo ronco y suave.
"¿Por qué?"
"Hazlo"
"¿No te gustan los vestidos, Garcés?"
"No"
"Bueno... no importa, porque no me lo puse para ti" —le pasé de lado, sin más —"Puedes cerrar los ojos si te molesta, para eso sirven los párpados"
"¿Por qué no le dices algo? ¿¡No es esa tu maldita función?!" —se giró para encarar a Damasco, con los puños apretados, temblando, rojos—"¿Qué vas a hacer si un montón de imbéciles se le quedan viendo como si fuera una-" —pero Damasco azotó una palma con fuerza, sobre la mesa de la sala, para impedir que siguiera hablando.
"¿Como si fuera una qué? Anda... dilo" —no supe en que momento habían quedado casi nariz con nariz —"¿Que sí me molesta que la vean como la estabas viendo tú?" —añadió, prensándolo del sweater—"No. No me molesta pajarraco pendejo. Me hace sentirme como el hombre más afortunado del mundo. Me gusta que la vean, y más si va conmigo"
"Hey..." —me metí entre ambos —"Está bien. Estoy segura de que no quiso decir eso. Yo puedo manejarlo"
"Claro que puedes" —lo soltó con rudeza—"Te espero en el auto" —musitó arrastrando a Argelia del brazo.
Y Deimos echó a reír, sacudió la cabeza y también salió.
"¿Te estás preocupando por mí, Alan Garcés? ¿Es eso?" —puse una mano sobre su hombro y le busqué la cara.
"No" —respondió con los dientes apretados. La vena verdosa aún seguía ahí —"¿Por qué lo haría?"
"Ya. Entonces, ¿qué te pasa?"
"Me molesta tener que pensar en ti. Es tedioso, y exasperante, y me pone de malhumor" —apartó mi mano de forma brusca.
"Hmmm... Eso es lo mismo, pero con otras palabras. Te preocupas por mí. Así que gracias, aunque sea una horrible forma de preocuparse, pero supongo que nadie te enseñó a hacerlo de forma diferente"
"Ya te dije que no es eso"
"Ajá..."
"¿¡Por qué siempre escuchas lo que quieres escuchar!?" —me tomó del brazo, y me dió la vuelta para encararlo. La piel de su cara estaba roja de furia hasta las orejas—"¡Tú no me preocupas nada! ¡Y no podría importarme menos la estúpida ropa que decidas ponerte! ¡No todo gira alrededor de ti!"
Y no sé si fue por nervios, o gracia, o tal vez un poco de ambos, pero me eché a reír ahí mismo.
En su cara.
Y me reí con tanta soltura que me vi forzada a agarrarme el estómago.
"¿Te estás burlando de mí?"
"No lo sé... ¿Lo estoy haciendo?" —levanté una mano, imitando su movimiento de hacía unos minutos para que me diera tiempo fuera —"Espérame tantito..." —pasaron unos segundos —"Si hubiera sabido que un tonto vestido, era todo lo que se necesitaba para sacarte de tu papel de muñequito pedante, habría usado más ropa cómo esta desde antes..." —intenté zafarme pero afianzo su agarre —"Es mejor estar genuinamente enojado que fingir estar feliz todo el tiempo. Sácalo todo. Grita con una almohada en la cara. Patea un árbol. Hazlo y te aseguro que en la noche vas a dormir como un bebé"
"Te estás confundiendo de persona"
"No" —le aseguré —"Sé muy bien con quien estoy hablando." —añadí —"Y también voy a decirte otra cosa; es horrible que pienses que la forma de vestir de alguien la convierte en una mujerzuela, porque así ibas a llamarme ¿Verdad? ¿O ibas a usar una palabra más fea?" —sacudí la cabeza —"En realidad, no importa. Un retazo de Licra y un montón de lentejuelas plateadas, no pueden cambiar o definir eso. Solo es ropa. Las personas son mucho más que la topa que usan"
Y antes de que pudiera intentar zafarme por tercera vez, me estrelló contra él, con fuerza. Y mi cabeza rebotó contra su hombro.
"Auch..."
"¿Por qué nunca haces lo que te digo? ¿Por qué?" —susurró en voz baja
"Porqué así no funcionan las personas, Garcés. Las personas siempre van a hacer lo que quieren y lo que menos les importa es si te gusta o no... Es parte del sabor agridulce de la vida, además sería muy aburrido de otra forma."
*****
05 de Abril del 2016.
Esa fue la fecha del primer gran concierto de Damasco.
Argelia acababa de cumplir 16.
A mí todavía me faltaban unos meses.
Nos dejaron ir al concierto porque también fueron los abuelos de Damasco. Habían llegado del pueblo la noche anterior, y se habían quedado en un departamento en Polanco que él había comprado.
Polanco era de las mejores y más exclusivas zonas no solo dentro de la Ciudad de México, sino del país.
Era una de esas burbujas de primer mundo, encajada en el corazón de un país en vías de desarrollo.
Yo conocía bien el departamento porque lo habíamos escogido juntos.
Era un piso tan pero tan alto, que las personas se veían como hormiguitas, y las luces de la ciudad, como un interminable mar de luciérnagas bailarinas.
Y, a lo lejos, se alcanzaban a ver las siluetas de más edificios departamentales de lujo, y la iluminación de un centro comercial que manejaba únicamente marcas de diseñador, llamado: Antara.
Pero no lo habíamos escogido por nada de eso. En realidad, había sido algo mucho más simple: las Terrazas y los balcones del piso, eran inmensos, con jardines colgantes en donde iban a poder vivir todas sus plantas. Y al centro de la terraza de la recámara principal, había una mesa de piedra circular, que se iluminaba con la luz de la luna todas las noches, y Damasco había decidido que tenía la medida perfecta para poner su plato enorme de Talavera en el que colocaba todos sus cristales cada noche, casi religiosamente, para que recargaran sus poderes con la energía lunar, y luego los colocaba entre la tierra de cada una de sus plantas, para que absorbieran toda esa místicidad.
Él decía que la luna tenía poderes mágicos.
Y ahora yo también lo creo.
Hay muchas cosas que recuerdo de ese día, pero no recuerdo como estaba el cielo.
No sé si se veía la luna, o si estaba nublado.
No recuerdo si había un cuarto menguante, luna llena, o sí el conejo ya había terminado de devorar hasta las últimas boronas de la galleta flotante.
Y tampoco logro acordarme si hubo un crepúsculo rojo, de esos que tienden a anunciar cosas, o sí simplemente nos llegó la noche de golpe.
Pero recuerdo bien la platica que tuve con Argelia, mientras se recargaba sobre mi hombro, antes de llegar al lugar.
Yo también tenía el cachete puesto sobre su cabeza, y estaba jugando con algunos de sus mechones, que habían quedado tan lacios que se escurrían entre mis dedos.
Y por la ventana pasaban y pasaban coches, uno tras otro...
"¿Qué piensas de Marina?" —me preguntó sin verme.
"¿Marina Silva?"
"¿Así se apellida?"
Asentí ligeramente con la cabeza.
"¿Te cae bien?" —insistió.
"Hmmm... No sé..." —le respondí —"Trato de no pensar demasiado en ella. Pero supongo que no. No me cae bien, ¿por qué?"
"A mí tampoco" —alcancé a ver de reojo como hacía un puchero.
Me reí.
"Ash, ¿Por qué te ríes, Helena?"
"Pues porque importa un carajo que a ti y a mí nos caiga mal. Es amiga de Damasco, no nuestra. A mí por ejemplo, también me caen mal muchos de tus amigos, casi todos de hecho. Pero no puedo ni quiero hacer nada porque te hacen feliz. Es igual con Damasco. Marina lo hace feliz y nosotras tenemos que vivir con eso" —le respondí. Probablemente era la primera vez que lo decía en voz alta.
"¿Sabes lo que me dijo Corina de ella?" —se paró de golpe, pegándome en la barbilla con su frente —"¡Auchhh!"
"Lo mismo digo: Auuuch" —me sobé —"¿Quién es Corina?"
"La otra chica que canta con Damasco. Y que también toca la guitarra. Ya sabes: cabello largo y lacio, medias de red, sweaters de colores. No va mucho a los ensayos pero siempre que llega hace todo perfecto porque dicen que es una genia... y que sólo necesita escuchar las canciones una vez para aprendérselas de memoria"—añadió—"Corina Pérez ¿No te suena?"
"Hummm... creo que la vi en algunos videos pero nunca he hablado con ella" —le respondí —"¿Los miembros de la banda también conocen a Marina? Es raro. A mí me dijo que a Marina no le gustaba estar con muchas personas y que prefería escribir las canciones de forma más privada. Además como tiene hijos... pues el ambiente de músicos jóvenes es muy alocado. Y por eso Damasco y ella se ven en su departamento para escribir, y luego Damasco ve a los demás..."
"¿Tiene hijos?"
"No parece ¿verdad? Pero sí, tiene hijos, creo que dos..."
"¿Y es enfermera, verdad?"
"¿Como sabes eso? ¿Te dijo Damasco?"
"No. Corina. Me dijo que Marina trabaja los fines de semana en uno de esos lugares a los que van los drogadictos"
"¿Un centro de desintoxicación?"
"¡Eso! ¿Tú sabías que Míreles tiene problemas con la heroína?" —me dijo en voz baja. Los abuelos de Damasco tenían aparatos para la audición y música clásica bastante fuerte, así que no podían escuchar nada. Y Damasco se había ido en otro automóvil después de que nos habíamos reunido con ellos.
"¿Míreles es el de la batería?"
Ella asintió.
"Según yo, todos los miembros de la banda estaban limpios de esas cosas. Eso fue lo que me dijo Damasco"
"Lo mismo me dijo Corina. Que ella conoce a Míreles desde hace mucho tiempo y que es muy raro que su adicción a la heroína haya aparecido al mismo tiempo que apareció Marina Silva"
"Argelia. Marina es enfermera. Corina y tú no pueden andar diciendo esas cosas solo porque no les cae bien. Que bueno que Marina esté ayudando a Míreles. Pero entonces sí Míreles está internado, ¿Quien va a tocar hoy?"
"Brenda Rodriguez. Es del Estado dé México. Ya sabes, también es famosa en YouTube. Su color de piel y su cabello son iguales a los de Damasco"
Arquee la ceja.
"Creí que se odiaban"
"Todavía no se caen bien. Pero van a ir muchos patrocinadores y esas cosas, al concierto. Y él dice que aunque ella le cae mal, es buena en lo que hace..."
"Eres un chismógrafo ambulante, ¿lo sabías?"
"Cállate. Así me amas..."
No tardamos mucho más en llegar al lugar, y aunque había mares y mares de gente, nosotros no tuvimos que hacer fila, ninguna de hecho, pasamos directo, gracias al tipo de boleto que había acompañado a nuestra invitación: zona platino. Primera fila.
Había muchos vendedores ambulantes, pero no dejaban pasar a ninguno hasta donde estábamos. Había personas encargadas de realizar los pedidos para mantener limpio el lugar.
Marina también estaba ahí, varios asientos más lejos, con dos amigas.
Sí la veías no parecía que hubiera sido mamá, o que tuviera más de 18 años.
Su cabello era corto y claro, ondulado.
Su complexión era delgada, delicada.
Su piel era muy blanca, rosada en algunas partes. Y sus pestañas eran muy largas, aunque cuando les daba la luz del Sol, eran tan claras que no se le veían.
Y su forma de vestir era simple, casual. Jeans, un par de tenis y una playera.
Argelia pidió unas papás con chile habanero y un refresco.
Yo pedí agua y una varita de luz.
Los abuelos de Damasco fueron amables todo el tiempo, pero ellos no pidieron nada porque desconfiaban de la higiene de los vendedores ambulantes.
Después llegaron pequeñas botellas de agua de cortesía y me arrepentí de haber comprado la mía.
Primera llamada...
Segunda llamada...
Y tercera llamada.
Hubo un comediante que apenas se estaba dando a conocer.
Y una solista que cantaba precioso, de ascendencia afro-mexicana.
Ellos fueron el show de apertura.
Después las luces se apagaron y se prendieron tres veces, dando pie a que parte de la tarima, comenzara a elevarse y a que le comenzaran a apuntar un montón de luces.
Las cortinas estaban completamente cerradas, para generar más emoción.
Y cuando se abrieron, hubo muchísimos gritos.
Pero no fueron gritos de emoción.
Fueron gritos de terror.
Porque el chico de ojos dorados, que ahora llevaba puesta una chamarra de mezclilla para reemplazar a la que me había prestado, yacía desplomado en el suelo.
Haciéndole frente a una hemorragia nasal que ya no quiso parar.
*****
Las salas de espera en los hospitales son aterradoras.
No sé si son esos colores tan claros que se pierden con el blanco.
O el hecho de que las sillas están formadas en hileras, y sólo alcanzas a ver al cuerpo médico ir y venir, con caras de preocupación y pijamas quirúrgicas.
Mientras tú estás ahí, a la espera de un atisbo, de una migaja, de un poco de aire que te ayude a quitarte la sensación de que te estás ahogando con tus propios pensamientos.
Y en mi caso los míos también aturdían, repitiendo el inconfundible sonido de la ambulancia una, y otra, y otra vez dentro de mi cabeza.
Es como si de pronto, la pantalla de la televisión hubiera dejado de funcionar, y no pudiera emitir más que ruido.
"Lo hemos tenido que sedar..."
"Al parecer es una hemorragia interna, pero todavía no ha respondido comp se esperaba, a los medicamentos"
"¿Es usted, familiar? ¿Donde están los familiares?"
"Necesitamos que un adulto firme la responsiva para una intervención quirúrgica. Ya están preparando en quirófano... Le repito ¿es usted familiar?"
"No..." —la palabra apenas y dejó mis labios.
"¿Es mayor de edad?"
"No..." —mis ojos estaban tan empañados que ni siquiera podía ver la cara de la persona que me estaba preguntando todas esas cosas. Todo era una enorme imagen descompuesta.
Argelia no paraba de sollozar a mi lado, mordiéndose las uñas.
Los abuelos de Damasco habían comenzado a llenar las formas, con manos temblorosas.
Eran una pareja de personas con más de 70 años que jamás habían salido del pueblo, y yo no podía hacer nada por ellos.
"¡Es mi culpa!" —Argelia enterró su cara entre sus manos —"¡Es mi culpa Helena! ¡Yo encontré un día el bote de su recámara, lleno de papeles con sangre!"
Eso me hizo salir del transe.
Me sequé las lagrimas con el antebrazo.
"¿Q-Qué?"
"Fue hace como seis meses..." —explicó— "Y me dijo que se había metido en otra pelea, que no te dijera nada, ¡Pero era mucha sangre, Helena! ¡Mucha! ¡El lavabo también estaba lleno! ¡Oh por Dios!"
¿Seis meses?
¿Damasco tenía seis meses vomitando sangre?
"Necesito tomar aire..." —me levanté de donde estaba y caminé sin saber a donde hasta que mis pies me llevaron a la cafetería del restaurante. Ahí había una terraza.
Sentí la mirada de un montón de personas sobre mí, pero igual la ignoré.
Debía verme terrible.
Mi ropa estaba llena de sangre porque yo había acompañado a la abuela de Damasco en la ambulancia.
Y Argelia se había ido con su abuelo en el coche.
Mis papás no debían tardar en llegar.
La Ciudad de México y Toluca, en realidad estaban bastante cerca. Era el tráfico lo que lo volvía todo caótico.
Aferré mis manos al barandal de aluminio.
El aire me faltaba.
Ya había hiperventilado antes. Sabía como se sentía.
"Deberías beber algo, Candiani..." —una voz profunda y familiar se escuchó detrás de mí —"Que lástima que en este lugar la cafetera lleve una semana averiada y tú no bebas té dé hierbabuena"
Me giré de golpe, solo para encontrarme a un Cuervo de plumaje negro azulado, parado al otro extraño de la terraza.
"Ly-Lyosh-Ly-" —intenté decir su nombre pero no me salió.
"No va a durar más de unas horas... Lo sabes ¿verdad? Su tiempo se acabó... o mejor dicho, te lo acabaste" —susurró— "Se qué lo sientes. La conexión que hacemos con una presa, se vuelve más grande al momento de su muerte"
Lo miré aún sin poder decir nada.
Y tuve que llevarme una mano a la boca, en cuanto sentí el sabor a reflujo de ácido estomacal, inundarla.
"N-n-" —traté de articular.
"Los humanos son frágiles, Candiani. No importa cuantos tubos, y medicamentos, y avances tecnológicos utilicen, jamás van a poder ir en contra de la naturaleza. Nosotros somos la naturaleza" —la luz de un auto qué pasó debajo, le ilumino el pelaje —"¿Vas a dejarlo apagarse a su propio ritmo, o vas a darle el necesario tiro de gracia?"
"V-Véte de aquí..."
"¿Qué harías si te dijera qué hay un tercer camino? Uno en el que el humano se salva..."
"¿Y t-tú q-que ganas?" —le pregunté— "No creo que nada de lo que hagas sea gratis ¿C-Cuál es el truco?"
"No hay truco. Ya te lo he dicho antes. Mientras más rápido despiertes despiertes. Más rápido puedes regresarme eso que me quitaste"
El reflejo de algo en el piso, emitió un destello cuando pasó otro auto debajo.
Era un vidrio.
Un pedazo de vidrio.
Inmediatamente voltee a verme la muñeca.
¡Ya lo había visto antes!
¡Sabía como funcionaba!
¡Podía hacerlo!
"No va a funcionar..." —habló, como si acabara de leerme los pensamientos— "Es un recipiente. Pero sigue siendo humano. La única forma que tienes de salvar a un humano, es con la vida de otro humano. Pero da la casualidad de que tú conoces bastante bien a uno dispuesto a hacerlo" —en ese momento sentí como si me hubiera susurrado en la nuca a pesar de que él no se movió —"Se llama Helena Candiani"
"¿A qué te refieres?"
"Algunos años de tu vida mortal, para reemplazar los que le quitaste y le vas a seguir quitando, ¿Es un trato justo, no lo crees?"
"¿L-Le voy a seguir quitando?"
"Tras la mordida de la serpiente. El vínculo entre el gato y la serpiente es el más fuerte de todos, pero tú ya sabes eso. Él va a seguir yendo a ti, una, y otra, y otra vez, hasta que te lo acabes. Igual que un montón de ballenas que deciden estrellarse contra una colina rocosa y afilada, solo para aparecer al otro día , tendidas en la arena, hechas pedazos..."
"¿M-Me estás diciendo que aunque lo salve ahorita, v-voy a terminar matándolo después?" —las lágrimas no dejaban de escurrir sobre mis mejillas.
Su silencio me dió la respuesta.
"¿Y si retrocediera el tiempo? ¿Y si evitará conocerlo?"
"Eso es algo que no puedes hacer hasta que despiertes" —musitó —"No es algo que puedas controlar. No todavía... Ah, pero hay una criatura que puede hacer algo bastante similar a eso, es una lastima que hayan amarrado sus alas a los pies de la Iglesia, ¿No lo crees, Candiani?"
"¡Debe haber otra forma!
"¿Por qué? ¿No quieres vivir en un mundo en el que aquel por el que tienes un montón de sentimientos inservibles, no sienta lo mismo que tú? No te preocupes. Cuando despiertes, ya no podrás sentir absolutamente nada más que hambre cada vez que lo veas"
"Tiene que haber otra forma..." —esta vez, intenté convencerme a mi misma.
"Desde que apareciste, su vida entera se descarriló. Seguramente hace cosas que nunca en su vida había hecho... ¿Como crees que va a terminar eso? ¿Qué crees que pasará? ¿Piensas que tienes tiempo para descubrir qué pasa? Esa cara de terror puro, te queda bien, Candiani..."
*****
Con el pasar de los días, Damasco se fue apagando.
Lo hizo de forma lenta, pero segura... como una estrella fugaz.
Solo que esta vez, antes de que llegara al ocaso, logré detenerla.
O mejor dicho, lo logramos.
Yo no sabía que las serpientes podían acceder a los poderes de las otras criaturas cuando se robaban su piel.
Y para Deimos fue fácil, porque el nexo que tenía conmigo, era mucho más fuerte que aquel collar encantado que controlaba sus poderes.
Eso lo hacía más fuerte que Alan... por ahora. Porque aunque Alan era un medio-humano de linaje puro, tenía prohibido alimentarse.
Así que Deimos fue a verme al otro día, agitando un pedazo de piel.
Y dónde quiera que estaba Alan, seguramente despertó, con una herida que no sabía cómo se había hecho.
Fuimos la primer visita que tuvo Damasco por la mañana.
"¿Voy a pedir despedirme?" —le pregunté a Deimos.
"Por supuesto gatita, para eso estoy aquí" —sonrió.
Él se quedó parado en la puerta.
Y yo me acerqué lentamente.
Nunca en la vida se había visto tan hermoso, y tan frágil.
¿Por qué no le había dicho más veces lo mucho que lo quería?
Sostuve su cara con mis manos.
Temblaban.
Todo me temblaba por dentro.
Le besé la frente, con cuidado.
Me tardé un par de segundos mas porque esa iba a ser la última vez.
"Nunca imaginé que incluso viviendo una segunda vez, la historia de mi primer amor iba a acabar justo igual. Con él ni siquiera sabiendo quién soy..." —musité, con su frente pegada a la mía —"Gracias por aparecer en mi vida, y perdóname por aparecer en la tuya. Pensé que conocerte, al menos me iba a dejar hacer un lazo contigo. Pero no era un lazo, era un alambre de púas. Y mira cómo estás por mi culpa..." —acaricié su rostro, sintiendo como esa piel suya, se iba apagando.
Después sostuve sus sienes.
Y solo con desearlo, como dijo Cuervo, su piel fue agarrando temperatura y color, pero yo sentí como si me hubieran arrancado un pedazo.
Sus ojos se abrieron lentamente, de forma débil, adormilada, como si sus pestañas le pesaran.
"Hel-Helena..." —susurró— "Siempre eres lo primero que quiero ver cuando despierto"
Le acomodé el cabello.
"Hoy se te hizo realidad..."
"¿Como están mis abuelos?" —me preguntó.
"Muy preocupados. Pero están bien... Dicen que tienes anemia. Prométeme que vas a comer mejor"
"¿Anemia?"
"El tiempo se está acabando..."—habló Deimos detrás de mí.
"¿Qué hace él aquí?" —Damasco, trató de incorporarse, pero coloqué una mano sobre su hombro para detenerlo.
"Te amo mucho ¿sabes?" —eso lo hizo girarse —"Nunca te lo he dicho, no sé por qué, pero te amo mucho, muchísimo" —coloqué mis manos sobre su cara y él puso las suyas sobre las mías por inercia—"Y siempre nos voy a recordar así. Juntos. Y mi cabeza va a ser ese universo paralelo en el que ganamos. Y viajamos por el mundo. Y tú cantas. Y yo cargo todas las maletas que quieras... porque soy muy fuerte y porque las personas no se quejan cuando son felices. Pero en este mundo no soy tan fuerte. Aquí ni siquiera aguanto mi propia maleta y tú has tenido que cargar con todo" —cerré los ojos y tragué grueso. Después me a incliné hasta quedar nariz con nariz. Y un par de mis lagrimas escurrieron y se deslizaron sobre sus propias mejillas. Él parpadeó al instante; sus ojos llenos de tanta confusión y dudas, que no pudo evitar soltarme —"Vas a estar bien. Es una promesa"
"¡No! ¡Helena! ¡N-!" —pero ya no pudo terminar la oración.
Deimos hizo lo que tenía que hacer.
Y borró para siempre la existencia de ese Damasco que fue mi primer amor en dos de mis vidas... del qué me quería.
Y del qué nunca me volvió a querer.
Se necesitó un resplandor más grande para traer de vuelta aquel que emitían sus ojos... uno que me borró por completo de su cabeza.
Nota de autor: Les dije que no se necesita matar a un personaje literalmente, para "matarlo" de todas formas. Porque el Damasco que todas queríamos. Murió en este capítulo.
¡Si tan solo hubiera una lechuza blanca o una serpiente blanca para resarcir el daño!
¡Qué lastima que dejaron de existir hace más de mil años!
Besitos.
Y abrazos.
Y Kleenex.
Marluieth.
Dedicado a Corina, Brenda y Jess user90907248 mí numeritos💕
La mención de Tamara (que también ganó el concurso de mi dinámica) será en los próximos capítulos.
Las quiero a todas y mil gracias por querer formar parte de la historia 💕
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