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56. Libertad



"...Nunca voy a olvidar cómo me sentí la primera vez que lo vi, fue extraño, como una ráfaga y una advertencia, pero en la forma de un niño pequeño con una inmensa capa de terciopelo rojo, que le llegaba hasta casi la mitad de las pantorrillas y el cabello de un negro tan especial que parecía tener reflejos en azul cobalto.

Recuerdo haberme quedado clavada al suelo, muda, con los labios entreabiertos y el corazón encogido, y que cuando intenté pasar saliva para humectar mi garganta, me di cuenta de lo seca que estaba porque se me había olvidado respirar.

Y cómo si el mundo buscara cortar el momento, una ráfaga dura nos revolvió el cabello a ambos, obligándolo a voltear accidentalmente en mi dirección.

Ahí fue que lo supe: 'Ah, esta es la persona que va a causar mi muerte'

Sus ojos violetas e inescrutables parecían haber estado hechos para lucirse en invierno. Y sí, esa fue la primera vez que la mirada de alguien se quedó plasmada a la perfección dentro de mi cabeza, como una pintura.

La hermosa pintura de quién sería mi verdugo.

Los Cuervos siempre hemos podido saber ese tipo de cosas, sentirlas, después de todo, somos los más cercanos a la muerte, o tal vez es la muerte la que se ha aferrado a seguir cerca de nosotros.

En todo caso, pocos tenemos el honor de conocer a quién acabará con nuestra vida, años antes de que suceda. Y yo fui uno de esos pocos; él no tenía forma de saberlo, no funciona así.

Apreté los puños e inflé el pecho todo lo que podía inflarlo mi pequeño cuerpo de 7 años recién cumplidos, y con la cabeza en alto, di un montón de pasitos inseguros que casi me hacen caer, hasta que me le planté justo al frente:

"Hola..." —le extendí la mano —"Soy Alyeska. La más pequeña de los Belanger"

Sus cejas se levantaron un poco, pero fue breve.

Y no sonrío, ni me extendió la mano.

Simplemente me miró cómo quién no está acostumbrado a ese tipo de gestos y continuó caminando, como si el mundo que habitaba fuera uno totalmente diferente al mío.

'Tal vez si me quedo cerca... tal vez si logró agradarle... tal vez así no me mate...' —me aferré a la gamuza de mi vestido y me hice una promesa.

Pronto el frío congeló mis mejillas.

¿Quien hubiera imaginado que mi desesperación por evitar mi suerte sería justo lo que me llevaría a interpretar a la versión más triste de Juana de Arco?

Porque esta salto a la hoguera por su propia cuenta.

Y la hoguera tenía un nombre; Lyoshevko... Lyoshevko Lacroix"

—Alyeska Belanger.




Mi semblante había cambiado.

Sí.

Habían pasado sólo unos días, tal vez una semana... pero eso había sido suficiente para desgastarme, para que pareciera que había sido más.

Mis ojos se veían cansados, y mis ojeras comenzaban a parecerse más a un par de manchas oscuras que incluso se habían logrado esparcir hasta abrazar los bordes de mis párpados.

"Ah... Esto se ve bastante mal" —me dije a mí misma mientras delineaba la piel más maltratada de mi rostro, sobre la superficie lisa del espejo, con la yema de mi dedo índice.

Y es que desde aquel día no había hecho más que reproducir la misma serie de imágenes dentro de mi cabeza:

Los rostros aterrorizados de los dos chicos, amarrados a la reja, tratados como menos que animales.

Alan, con esa expresión de indiferencia y frialdad, sacudiendo su muñeca para quitarse de encima el exceso de sangre, como si fuera agua, o mugre, o cualquier otra cosa que sólo le estorbaba, que lo ensuciaba...

Los dos corazones rodando sobre el piso, hasta rebotar en contra de la punta de los zapatos del sacerdote Ramiel... ¿Los había aplastado después de eso? Ya no lo recordaba, pero probablemente lo habla hecho.

La sangre. Tanta que hasta había creído que el mismísimo cielo se había teñido de rojo. Un rojo tan intenso que mareaba, que doblaba, que te hacía caer de rodillas y vomitar la comida, las vísceras, el alma...

Los cuerpos mutilados, inertes, con reflejos suaves post-mortem en los dedos, sobre la comisura de sus labios, y con los ojos bien abiertos, tal vez para grabarse la cara de quien les había hecho aquello.

Lo jóvenes que eran...

"Unos niños..." —le dije a la chica ojerosa y demacrada del espejo —"Alan asesinó a unos niños" —me llevé las manos al rostro y mi cuerpo se desplazó hacia atrás, en negación, hasta topar con la superficie suave del colchón de mi cama —"Eso también fue mi culpa..." —sentí mis mejillas humedecerse —"Si tan sólo... si tan solo yo... si no hubiera ido a su casa ese día. Soy una imbécil. Una maldita imbécil..."

Algunos mechones de mi cabello se me pegaron a la cara por la humedad. Estaba grasiento, vuelto un nudo, y al tacto se sentía igual a un estropajo, seco, sin vida, como si bastara doblarlo para que se trozara.

Había dejado de cepillarlo por días... de lavarlo.

Tampoco me había lavado los dientes.

Y había comido apenas... pero sólo uno o dos bocadillos de lo primero que había encontrado en el refrigerador, cuando el crujir de mis intestinos se había vuelto insoportablemente doloroso.

Aquel día había regresado a la ceremonia como alma en pena, pálida, callada, y en cuanto lo vi regresar a él; impecable, pulcro y sonriendo ampliamente ante las cámaras que lo fotografiaban, me desmayé.

'Es igual a Ramiel... Yo lo hice igual...' —fue lo último que pensé antes de que se me oscureciera el mundo.

Para cuando abrí de nuevo los ojos, ya me encontraba en la enfermería del colegio, sobre uno de los camastros y con la ropa manchada de sangre gracias a una hemorragia nasal, y ahí también estaba Damasco; dando de vueltas, frustrado, pasándose las palmas abiertas sobre el cabello, las sienes, el rostro, y con los nudillos hechos mierda.

Seguramente habría golpeado algún árbol o alguna pared para intentar calmarse, pero no le había funcionado...

"¿Qué tengo que hacer, Helena?" —me preguntó, cayendo del rodillas a mi lado y llevándose mi mano entre las suyas, como si estuviera rezando —"Dejé de creer en Dios hace mucho... pero cuando te veo así yo sólo... quiero que de verdad exista algo o alguien mucho más grande que nosotros para que arregle todo esto" —besó mis nudillos —"Aunque sea el diablo..."

"No digas eso..."

"¿De que sirve tener un alma si lo único que puedo hacer es ver cómo la persona que más quiero en la vida se va acabando todos los días? ¡Qué se la lleve! ¡Que se lleve todo lo que tengo!" —gritó.

"Shhhh..."—zafé mi mano de entre las suyas y coloqué un par de dedos sobre sus labios, estaban secos y algo partidos por el frío—"No sabes lo que estás diciendo..."

"Sólo sé que quiero que tengas una vida normal, conmigo... que nos hagamos viejos juntos... sacarte de aquí... irnos lejos... que nadie nos alcance..."

"Vamos a tener que correr muy rápido entonces... o vas a tener que cargarme, porque tristemente soy de ese tipo de persona que se enreda con sus propias piernas..." —dije, en un intento algo fallido por aliviar la tensión.

Él simplemente ladeó la cabeza y me miró de forma extraña, como si fuera transparente y en realidad tuviera fijos los ojos sobre la pila de sabanas que estaban debajo de mí.

"Pero..." —volvió a llevarse mis nudillos a los labios—"¿Por qué cada vez que trato  de imaginarme un futuro contigo, todas las imágenes dentro de mi cabeza se llenan de niebla? ¿Por qué? ¿Por qué aunque dejé todo atrás para venir a ti, todos los días siento que te estoy perdiendo un poco más?"

"Sólo fue una hemorragia normal porque seguramente tengo anemia" —le aseguré. Él apartó un par de mechones que se habían pegado mi frente y me los acomodo detrás de la oreja.

"Mentirosa" —susurró, con la voz colgando de un hilo—"Pero si fingir que te creo es el único hechizo que existe para que te quedes más tiempo conmigo, lo voy a hacer... Lo voy a hacer porque... es lo único que me queda..." —cerró los ojos y yo fijé los míos sobre sus dedos.

"Te lastimaste la mano"

Abrió los ojos un rato, se observó los nudillos despellejados y luego los volvió a cerrar.

"También tengo anemia"

"Tonto. Por lo menos invéntate algo que tenga sentido" —me quejé, agarrándole la mano para revisarla—"Está muy mal que hagas esto, ¿Que vas a hacer si un día te lastimas de verdad y ya no puedes tocar la guitarra por culpa de ese feo carácter que tienes?"

"Yo intenté hacer las cosas bien, pero una estúpida puerta se puso un estúpido candado de mierda, para no dejarme pasar y tuve que enseñarles que me han cerrado puertas más grandes en la cara y de todas formas las he burlado" —la luz del atardecer se colaba por las rejillas de la habitación, pintándola de naranja —"¿Qué quieres que te diga, vida? No sé hacer las cosas de otra forma cuando se me calienta la cabeza... por eso empece a tocar la guitarra, porque así me enfrío" —sonrió con amargura —"Pero me sorprende mucho la paciencia de las monjas, no sé por qué todavía no me han expulsado de aquí, creo que ya rompí todas las reglas y ni siquiera ha acabado el semestre"

Hice un resorte con mi dedo pulgar y el índice para darle un pequeño golpecillo justo en la frente con la uña.

"¡Auch!"

"Yo sí sé. Las monjas todavía no te expulsan porque tener a un hombre del periodo paleolítico estudiando aquí, es un gran logro para la humanidad y para toda la sociedad de los viajeros en el tiempo" —le expliqué, fingiendo seriedad —"Por eso aguantan todos tus horrorosos berrinches. Estoy segurísima que hasta hay gente que les paga muuucho dinero, por dejarles hacer un montón tesis usándote como objeto de estudio. Ya sabes, con temas de investigación social como: 'Los homínidos y su forma de lidiar con la frustración moliendo a golpes objetos inanimados' o 'Cuando los hombres de las cavernas fabricaron los mazos de madera y comenzaron a golpearse entre sí en lugar de resolver sus conflictos de una forma más civilizada y otras razones por las cuáles casi se extinguen un millón de veces' y se me ocurren otr-" —pero me interrumpió, esbozando una sonrisa de media luna.

"Vamos a casa" —susurró —"Vámonos sin avisarle a nadie, que se jodan" —se quitó el blazer escolar y me lo arrojó encima.

"¿No escuchaste nada de lo que acabo de decirte? Estoy segura que mencioné algo sobre tomar decisiones civilizadas"

"Que se jodan las decisiones civilizadas. No quiero que regresemos ahí, a dar la cara, solo para que te hagan un montón de preguntas. Se las puedes contestar otro día, cuando estés mejor. No ganamos una mierda quedando bien con ellos... ¿Nos vamos?"

"¿Cómo? ¿Sólo así?"

"Sólo así"

"Van a matarnos, lo sabes"

"Y van a tener que soportar que resucitemos unas cuantas veces" —me clavó sus ojos dorados, en llamas —"¿Qué dices, ave fénix?"

Creo que ya dije antes que hubo momentos en los que no me habría importado morir. Bueno, ese fue otro de esos.

Él me había dicho ave fénix, pero estaba equivocado... al ave fénix lo llevaba en los ojos.

Sonreí y me cubrí la espalda con el blazer.

"Bien..."

"Abróchatelo" —me dijo, sosteniendo el pomo de la puerta —"Afuera hace un frío de los mil carajos"

Asentí e hice lo que me pidió, aunque no sirvió de mucho porque debido a lo angosto de mis hombros, la prenda se me resbalaba como si estuviera hecha de mantequilla, pero cuando se dió cuenta me pasó su brazo por la espalda para que no se cayera.

Ese día escapamos por la puerta trasera de la escuela: subimos a su auto rojo, puso la música a todo lo que daba y pisó el acelerador.

No cruzamos palabra el resto del camino.

No tenía caso hacerlo.

Porque yo no iba a decir la verdad. No podía... ni siquiera la entendía.

Y él ya había perdido toda habilidad de creer en mis mentiras.

Así que me recosté en el asiento del copiloto, inhale profundo porque todas las vestiduras del auto estaban impregnadas de su loción, y cerré los ojos bien fuerte. Imaginando que en algún lugar existía un mundo en el que si hacías eso, de verdad desaparecían todos tus problemas.

Y lo hicieron... por un rato.

Los días me cobraron factura muy rápido, obligándome a llegar a una conclusión: hablar.

Tenía que decírselo...

Tenía que decirle a Alan que no era humana.

Que era como él.

Y que no estaba protegiendo a nadie asesinado a otros que eran como nosotros, a sangre fría.

Y que Deimos estaba fuera de control.

Esta vez iba a meterle uno de mis calcetines a la boca sí con eso lograba que me escuchara.

Así que en cuanto lo tuve claro, me di un regaderazo rápido, desenredé mi cabello lo suficiente como para medio amarrarlo con una liga de las que siempre cargaba en la muñeca y esperé a que todos en casa estuvieran dormidos, para escalarme por el balcón de mi recámara, utilizando un montón de fundas amarradas como veía que hacían los protagonistas desesperados de las películas.

(En ese momento me pareció buena idea y, mis padres habían comenzado a encerrarme con llave por las noches desde que "me había salido de control" así que la puerta principal no era opción)

Y bueno, nadie estuvo ahí para decirme que las personas de las películas tienen una habilidad súper poderosa para hacer nudos, porque los míos, se deshicieron de último momento, haciéndome caer de nalgas sobre la maceta con el cactus favorito de mi papá.

"Pepe" —ese era su nombre. Y sí, desde que Damasco el hippie errático había llegado a mi vida, ese amor por las plantas se había esparcido como un virus en mi familia, y mi padre (aunque aún no lo terminaba de tragar) le había puesto nombres a cada una de sus plantas.

Bueno... ese día decapité a Pepe, me llené de espinas el trasero, y me mordí la lengua para poder ahogar el grito, pero ya estaba afuera.

¿Y como iba a regresar?

Los misterios de la vida...

Porque tampoco iba a poder marcarle a Damasco para que me abriera porque a él también lo encerraban.

Traté de quitarme todas las espinas y lo conseguí, aunque también me espiné las manos. Ventajas y desventajas de que ese maldito cactus tuviera espinas gigantes.

Recuerdo bien esa noche porque había Luna llena, y no sé si influyó pero algunas cosas comenzaron a encajar.

Otras: a desmoronarse.

Mi bicicleta estaba al fondo del garage.

Hacía frío.

Pero la adrenalina que corría dentro de mí era más fuerte.

En ese momento ese fue el nombre que le puse a esa sensación: adrenalina.

Pero tal vez fue un poco culpa del frío, que había entumido mi cuerpo y eso hizo que no me percatara del flujo de energía que se estaba suscitando sobre mi espalda, sobre mis marcas.

Ni tampoco tenía forma alguna de ver que en ese momento, algunas venitas en mi cuerpo habían comenzado a dilatarse, a oscurecerse, a marcarse.

Y cuando me abrí camino en el jardín, en lugar de usar una rama o el palo de alguna escoba para apartar aquel montón de escarabajos que siempre traían las lluvias y que solían apilarse por montones bajo la luz de los postes, los fui deshaciendo uno a uno, crujido a crujido, pisada a pisada.

Y lo disfruté.

Pero en ese momento también le eché la culpa a la adrenalina, al clima, a la hora, a la falta de sueño, a que no podía perder más tiempo buscando cualquier cosa para apartarlos porque era más importante hacer las cosas rápido.

Y de todas formas, se iban a morir ahí, y si no lo hacía el frío, iba a ser su incapacidad para voltearse, o algún animal...

"Candiani" —susurró una voz bastante familiar, a pocos metros de mí —"¿A caso cada decisión que tomas, necesita destilar estupidez para tener tu esencia?"

"Tú..." —gruñí —"Desaparece"

"Tengo un nombre, y preferiría que hicieras uso de él para dirigirte a mí" —se escuchó un aleteo.

Solté una carcajada ahí mismo —"Perdón pero... no tengo tiempo ni ganas de desperdiciar saliva, averiguando cómo demonios se pronuncia esa mierda" —me giré dispuesta a caminar hacia mi bicicleta —"Así que sí me disculpas, tengo cosas más importantes que hacer que ponerme a platicar con aves a las no sé qué horas de la madrugada"

Algo tronó.

Y antes de que hubiera podido moverme un solo centímetro de mi sitio, me había prensado con una fuerza brutal contra la pared del garaje, y no conforme con eso, me propinó dos o tres azotones tan fuertes, que descarapelaron la pared, la  intención había sido clara: quería demostrarme quien de los dos tenía la última palabra.

"Bravo" —espeté con molestia —"Eres más grande y más fuerte. Felicidades. Ahora bájame"

"Aunque esas ansias te carcoman al punto de que estés dispuesta a ofrecerte como protagonista de una escena digna de ver y de disfrutar con una copa del mejor de los vinos que sepan elaborar los mortales. No voy a permitir que tu falta de sentido común provoque que te terminen arrastrando por cada rincón del globo, hasta que no quede siquiera una mísera parte de ti, que se asemeje un poco a lo que alguna vez fuiste" —sus ojos violetas brillaron con mucha más intensidad que de costumbre. Y hasta me dió la impresión de que debajo de esas hileras gruesas de pestañas lacias y oscuras, sus pupilas emitían cierta luz.

No.

Era imposible.

Debía estar alucinando.

Los ojos no podían hacer ese tipo de cosas.

"Vaya..." —tragué grueso para humedecer mi tráquea y mis cuerdas, el cuerpo entero me dolía, y a pesar de que traté de estirar las piernas todo lo que pude, me fue imposible tocar el suelo con las puntas de mis dedos —"¿Y como se supone que funciona esta estúpida relación qué hay entre nosotros? ¿Me explicas? ¿O se va a convertir en otro acertijo de mierda como los que tanto te gusta usar?" —agudizó su mirada y arqueó una de sus cejas que le delineaban la cara, pero no se dignó a despegar los labios, así que continué—"Veamos... ¿No puedo ir a la casa de un amigo porque de repente se te ocurre que mi vida está en riesgo, pero sí que puedo meterme a la casa de uno, dos o CUATRO, traficantes de menores cada que quiera? Usted sí que es un ejemplo ambulante de lo que significa tener sentido común, Milord..." —utilicé un tono burlón para pronunciar cada letra de la última palabra, a propósito, para calarlo —"Así que bienvenido al club de los que destilamos incongruencias a lo estúpido, ¿Le doy su insignia? ¡¿O pasa por ella más tarde, en forma de cuervos sin cabeza o cabezas de figuras de cerámica que salen de la coladera mientras uno intenta tomar un estúpido y tranquilo baño?!"

Pero no logré mi objetivo: fastidiarlo, y de eso me di cuenta porque cuando cerré los ojos esperando recibir mi respectivo par de bien merecidos azotones, según su raciocinio, escuché su risa profunda, y en cuanto volví a abrir los ojos, me percaté de que la comisura derecha de sus labios se había levantado con ligereza, acentuando por completo su mueca de cinismo.

"¿Decepcionada porque no quise meterme a esa asquerosa madriguera que gritaba a todas leguas peligro, sólo para salvarte el pellejo, Candiani?" —se inclinó para susurrarme al oído, y de inmediato su aliento helado me erizó la piel—"Permíteme revelarte un secreto: ni yo soy tu defensor, ni tú eres mi protegida. La cantidad de imbéciles que decidan forzar su camino entre tus piernas gracias a tu incapacidad para tomar decisiones o a tu falta de intelecto para idear estrategias que hasta un iletrado puede notar que son claramente fallidas, es algo que no podría importarme menos, y por ende, algo en lo que no pienso invertir mi tiempo. Yo sólo busco que aún respires..." —deslizó una de sus garras a lo largo de mi mejilla y sentí como mi piel se iba abriendo, y como el líquido tibio al hacer contacto con el aire, se coagulaba. Se detuvo cuando llegó a mi garganta y ahí la clavó un poco más—"Así es Candiani. Viva, no en qué estado. En una pieza o en diez. Con el honor íntegro o deshecho y escurriéndote entre las piernas".

Le solté un escupitajo directo al rostro y él me clavó más sus garras, pero no me queje. Fingí que no dolía, que no sentía, aunque seguramente este encuentro me dejaría más de una cicatriz.

"El honor de una chica va mucho más allá de la cantidad de hombres que invita a meterse entre sus piernas. Que triste mentalidad" —solté — "Por otro lado, Alan jamás me haría daño" —le sostuve la mirada, confiada—"Se preocupa por mí. Lo sabes, lo has visto. Porque aunque te llenas la boca diciendo que no te interesa lo que suceda conmigo mientras siga respirando aquí estás, porque al parecer tú único pasatiempo en la vida, es acosarme" —añadí —"Así que suéltame porque tengo ganas de regalarle un poco de mi honor al asiento de mi bicicleta"

Eso le hizo soltar otra carcajada, divertida, sarcástica, prepotente.

Y sujetó con una mano mis mejillas para forzarme a mirarlo. Estoy segura de que apretó tanto que mi rostro se comprimió, y mis labios se abultaron, como los de un pescado.

"Definitivamente hay casos en los que la estupidez y la creatividad se empeñan por seguir juntos hasta el final, y he de reconocer que en cuestiones de comedia no existe mejor par. Habrías sido un bufón excepcional, Candiani. Yo mismo habría pagado lo necesario para que tuvieras un techo decente sobre tu cabeza, con tal de que en los banquetes, entretuvieras a toda esa gentuza, a la que habría preferido destazar en vez de esforzarme en forjar aquellas relaciones políticas que nunca sirvieron de nada. Ah... y de nuevo en lo hipotético, no habrías tenido mejor opción que yo: Venir a mí, o vivir entre las heces fecales y el pasto seco del corral de los cerdos" —susurró—"Y no. Esa criatura no va a hacerte daño. No va a conformarse con eso" —me acercó aún más para no perderse absolutamente nada de mi expresión, en cuanto me soltara lo siguiente: —"Va a ser el primero en atravesar la piel de tus costillas para arrancarte el corazón, así como ya lo viste hacerlo. Es una Lechuza, Candiani. Cualquier atisbo de lealtad que hayan podido tenerle a su propia raza, se ha ido ofuscando con el tiempo, y con un adoctrinamiento forzado que ha durado siglos"

Hice fuerza en el cuello para zafarme del agarre que tenía en mi cara, y aunque lo logré, me lleve un par de rasguños.

"Cuervos, gatos, serpientes, lechuzas... No importa lo que digas. Para mí Alan siempre será Alan antes que todo eso. Y yo soy yo" —pero mi voz prendía de un hilo —"Así que haznos un favor a ambos y ve a invertir tu tiempo en otra cosa. Porque si no voy hoy, iré mañana o pasado... pero iré. Y no vas a poder impedirlo a no ser que quieras convertirte en mi dama de compañía, pero ¿El gran Lyoshevko Lacroix, rebajado a ser la niñera de una niña? Ahhh... pero sí no soy la única que tiene madera de bufón por aquí"

"Si decides agarrar esa chatarra de metal en la que tanto te gusta desplazarte, te van a estar esperando" —soltó empleando un tono más serio— "Eso es lo único rescatable que tienen esas alimañas, y también la razón por la que siempre te han odiado: su habilidad para saber lo que va a suceder antes de que suceda. Por supuesto que... ya no pueden hacerlo a voluntad, no como antes, solo son una triste sombra de lo que alguna vez fueron, y todo porque su desesperación los orilló a colocarse a sí mismos una correa" —sus ojos volvieron a brillar de forma extraña—"Un gato que busca a La Orden de Castiello, para pedirles que por favor dejen de matar. Van a teñir tu bandera blanca de rojo y te la van a pasar por cada orificio del cuerpo hasta que se cansen".

"¡Basta! ¡Entiende que nada de lo que digas va a hacerme cambiar de opinión! ¡Yo voy a elegir mis batallas y también cuando voy quedarme cruzada de brazos! ¡No tú! ¡Así que apártate!" —sentía cada mililitro de mi sangre en ebullición, burbujeando, hirviendo.

"¿Valoras tu vida, Candiani?" —soltó con un tono completamente distinto.

"¿¡Vas a seguir con lo mismo?!"

"No haría diferencia alguna si les dijeras que además de ser un gato, también eres una monja, un cardenal, un papá. La Orden orden es bastante vieja, y lo primero que hicieron fue erradicar a los tuyos" —musitó —"Esa lechuza no va a dudar en ofrecerle esa estúpida e insignificante cabeza tuya, al clero, en cuanto lo sepas. Vas a estarle dando la mejor oportunidad que exista, para restaurar su honor ¿Tú crees que va a dejarlo pasar? Sería un imbécil de hacerlo" —sonrío con una obviedad petulante —"¿Confías en él? ¿No te va a hacer daño? Eso solo te va a funcionar mientras piense que eres una pequeña e indefensa humana a la que necesita proteger de los monstruos. Porque según sus dogmas no hay criatura más santa que los seres humanos, después de todo, están hechos a la imagen y semejanza de Dios" —capturó a una luciérnaga que pasaba por ahí con su otra mano, y la estrujó hasta convertirla en polvo —"¿Qué va a suceder cuando descubra lo lejos que estás de ser esa luz al final del túnel que él cree haber encontrado?"

"Mientes" —le dije clavando los ojos, en el cuerpo deshecho del insecto—"No importa en qué forma. Tenemos una conexión-" —me interrumpió.

"¿Especial?" —se mofó ante mi sorpresa —"Todos la tenemos porque venimos del mismo lugar, pero eso nunca ha sido un obstáculo que impida que nos comamos los unos a los otros cuando nos estorbamos" —añadió.

Y tan pronto una ventisca se coló entre las ramas de los árboles, emitiendo un silbido, todo se volvió negro.

*****

La estructura del lugar era majestuosa, amplia, hecha de piedra, pero con los filos pintados en oro uniéndose a cada columna; inmensas, cruzándose en lo alto, en las cúpulas; donde un montón de ángeles exquisitamente pintados indicaban el camino al cielo; a lo alto, por las nubes, lejos.

Y de pronto este lugar de supuesta redención y santidad te hacía sentirte pequeño, el más pequeño del mundo.

Más insignificante aún que aquellas velas a punto de llegar a sus últimos momentos, colgadas a lo alto, decorando candelabros gigantescos, garigoleados, hechos de un material que comenzaba a ceder ante el tiempo y la humedad, pero que lejos de restarles, les daba un toque de sabiduría.

El piso era de piedra pulida, brillante, interminable, prestándose para que el eco de los otros pasos pudiera guiar a los tuyos.

¿Por qué estaba aquí?

Seguramente no para quedarme parada en una esquina, así que me fui siguiendo los ecos... las voces... los sonidos...

Hasta que llegué a una portezuela de madera oculta, ahí, detrás de donde los sacerdotes suelen levantar el cuerpo y la sangre de Cristo antes de que se haga la inmensa cola de feligreses dispuestos a engullirlos.

Rechinó bastante al abrirse, pero los sonidos que provenían desde abajo tenían más intensidad, así que confié en que nadie lo había escucharlo.

Me desplacé con esfuerzo, por unas escaleras en forma de caracol, prensándome de su material oxidado para no caerme.

Hasta que llegué a donde estaba sucediendo.

Ese lugar en el que se había hecho un trato que nos había condenado a todos: sangre por libertad.

"Llegan aquí, memorizando uno o dos salmos. Diciendo que están dispuestos a comulgarse y ser parte de nuestra Iglesia, a acabar con los suyos..." —musitó un sacerdote de túnicas magenta y barba blanca, larga y descuidada. Sus ojos estaban cerrados por un montón de lagañas que además de supurar, ya habían adoptado la característica tonalidad verduzca de una infección dolorosa—"Ah, suena muy bien, demasiado bien para ser cierto, pero...¿Qué nos asegura que esta no es una jugarreta más de los monstruos?"

"¡Es verdad! ¡Ya hemos sido timados muchas veces!" —gritó un sacerdote, desde atrás. Su rostro estaba completamente abollado por las marcas de una varicela que casi le cuesta la vida.

"¡Todos ustedes son emisarios de la muerte! ¡De satanás! ¡Y merecen pagar por sus pegados!" —gritó alguien más.

Era un cuarto pequeño, ovalado. Y el primer sacerdote yacía sentado sobre una silla dorada, enaltecida por un par de tablones maltrechos, y el resto del cuerpo religioso, yacían a su alrededor, claramente a la defensiva.

A la defensiva de un trío de seres alados e inmaculados, cuya belleza definitivamente sobresalía entre tanta humedad y tanta mugre.

El hedor a humanidad era asfixiante.

"¡Ellos no son diferentes a los Felyniesse! ¡Se han aprovechado también de la fe de las personas!" —gritó una religiosa —"¡Son peligrosos! Que no los engañen... no hay que olvidar que lucifer también era hermoso..."

El hombre sentado sobre el trono de oro, levantó una mano huesuda y llena de anillos, con la finalidad de apaciguar a los suyos.

"Ya los escucharon" —dijo luego de un ataque de tos que sólo logró ser calmado por un trago de vino, que uno de los suyos le ofreció en una copa enjoyada —"No podemos confiar en ustedes. La historia que ha habido entre nosotros, a lo largo de los años, ha sido agria. Sí hoy vienen en son de paz a encontrarse con nosotros dentro de la casa de Dios, dejaremos que se marchen en son de paz" —volvió a toser—"Pero nuestro próximo encuentro no será una amistoso, ya has escuchado a mi gente... márchense"

Comenzaron a escucharse gritos y abucheos de fondo, y un par de copas llenas de orines, desperdicios, y una botella vacía, volaron por los aires, directo hacía el trío de seres alados.

No lograron darles, pero salpicaron sus ropas.

Uno de ellos apretó los puños, y el que parecía de más edad, lo obligó a calmarse con una mirada severa y después habló.

"¿No sería poco conveniente comenzar a aniquilar aquellos seres alados en los que se inspiraron para crear a eso a lo que llaman ángeles?"—le cuestionó al hombre de la silla dorada, dando dos pasos al frente —"Si formamos una alianza no solo ganamos fuerza. Estando de su lado le damos mucha más credibilidad a su doctrina, más fuerza. Piénsenlo..." —se acercó aún más —"Y no solo eso, con nuestra habilidad para visualizar el futuro, nadie cuestionará otra vez a su Dios, porque cada profecía será igual de cierta que la anterior"

Los abucheos aumentaron, pero el hombre de la barba, volvió a levantar la mano para calmar a los suyos.

"Suenan ya bastante poderosos por sí solos..." —musitó, acariciando su barba —"¿Por qué necesitan de nosotros? ¿Qué ganan ustedes? Nosotros no podemos volar, ni tenemos esas habilidades que ustedes poseen... nuestro único gane es la fe de la gente, la inquisición... pero todos ustedes han sabido burlarse bien, y esto se ha convertido en una guerra..."

El silencio reinó en el lugar.

Todos los ojos de pronto se posaron, sobre el único ser alado que se había atrevido a tomar la palabra, a la espera de su respuesta:

"Es bastante vergonzoso admitirlo" —soltó con amargura —"Pero no podemos solos contra los gatos, esa es la única verdad y la triste conclusión a la que hemos llegado. Son más fuertes a pesar de ser pocos" —levantó su mirada, era transparente —"¿De que nos sirve poder visualizar el futuro, ante a una criatura que puede cambiarlo las veces que quiera? Es una burla..." —dijo en tono bajo, pero el silencio que reinaba ahí, provocó que se escuchara a la perfección—"Si los gatos mañana decidieran que ustedes les estorban. Simplemente desaparecerían de la historia, porque tienen la maldita capacidad de moldearla a su conveniencia. Lo mismo pasa con nosotros... la diferencia es que ahora incluso las serpientes, están cansadas" —añadió —"Es ahora o nunca, porque no somos sólo nosotros, todos los demás clanes también están hartos de estar siempre en la palma de su mano. Hartos de irse a dormir por las noches, con el temor de que todo lo que han amado, logrado... al otro día simplemente desaparezcan" —trago saliva —"Piénsenlo bien, si esta alianza se lleva a cabo, puede ser que por fin tengamos una verdadera oportunidad para acabar con ellos de una vez por todas. Y sé que ustedes quieren hacerlo tanto como nosotros"

"¿Qué hay de los Cuervos? ¿Ellos también son parte de esta... alianza?" —pronunció la última palabra de manera extraña.

"No" —respondió el ser alado con honestidad —"Sin embargo han optado por no involucrarse"

"¡Además no hemos venido aquí con las manos vacías!" —gritó el más joven de los seres alados.

"¡Serguel!" —lo reprendió el primero.

"¡Silencio!" —ordeno el clérigo de la silla —"Te estoy escuchando chico, habla..." —a pesar de que sus ojos estaban atestados de lagañas, estaba segura de que, de alguna forma, lo veía.

Serguel tragó saliva y dió un paso al frente. Su cabello era de un dorado ten claro que parecía blanco, y tenía los ojos almendrados, joviales, y tres alas inmensas de cada lado; impresionantes, blancas, apenas pintadas por los bordes de ese rubio pálido de su cabello.

Y a su rostro perfilado, lo enmarcaban un par de alas pequeñas, que le nacían del cabello.

Seguramente de ahí habían tomado la inspiración los artistas de antaño para pintar las aureolas.

"¿Te comió la lengua el ratón?" —preguntó el hombre de la silla, mofándose.

Serguel volteó a ver al mayor de los suyos, buscando una mirada aprobatoria, y cuando la consiguió, se sacó de las ropas un cofre plateado, y lo abrió:

Dentro había cientos de pendientes, medallones, joyas, pulseras, todas de oro macizo, deslumbrante.

"Temo decirte chico, que a la iglesia católica nunca le han faltado riquezas" —musitó en un tono severo el hombre de la silla —"Aparta eso de mi vista, antes de que la ofensa sea tal, que me obligue a cortarte la cabeza"

"No son joyas normales..." —se explicó el chico —"Fueron forjadas con la sangre de cada uno de los clanes que quieren esto tanto como nosotros. Con esto queremos dejar en claro que los vemos como aliados, no como presas o enemigos..."

"Y esta es nuestra forma de emparejar la situación" —el mayor de los seres alados, colocó una mano sobre el hombro de Serguel, para indicarle que él manejaría el resto de la conversación a partir de ese momento, y dió otro paso al frente —"No sólo les bastará nuestra palabra de asegurar que no los atacaremos, con esto en sus manos, ya no podremos hacerlo. Podrán subyugar a cualquiera que lo intente. Esta es nuestra forma de demostrarles que esto no es una trampa, estamos más que comprometidos y vamos en serio"

El semblante de cada uno de los allí presentes quedó pasmado, sorprendido, inmóvil.

Pasaron unos segundos antes de que el hombre de la silla indicara con impaciencia que le pasaran el cofre, y en cuanto lo tuvo en sus manos, pescó el medallón más ostentoso que encontró ahí dentro, y se lo colgó con tanta impaciencia que las manos le temblaron, alrededor del cuello.

"¿Y funciona cada vez?" —sus ojos lagañosos fueron del ser alado de más edad, a Serguel, el más chico.

"Cada vez" —aseguró el más grande —"No existe un límite de veces. Esta es nuestra forma de darles nuestra palabra"

El hombre de la silla soltó una carcajada llena de satisfacción y se levantó de la silla, apoyándose en un báculo, con un crucifijo en la punta, y un montón de inscripciones en latín.

"Bien" —sonrió, agarrándose el medallón—"Comprenderás que mi deber, es demostrarle a mi gente que no nos están timando" —jaló aire —"¡Quiero la cabeza de ese chico, Serguel, a mis pies!"

"¿Como dices?"

"La madre de ese chico era un gato. Demuestra tu lealtad. Empecemos por ahí"

El mayor de los seres alados se puso a la defensiva, gritando: —"¡Pero mi maná fue más fuerte que el de su madre! ¡Este chico es una completa lechuza!"

"¡La cabeza, dije!" —grito el hombre, sosteniendo con fuerza su medallón.

Y entonces todo el lugar se llenó de una luz dorada, potente, y tan brillante que cegaba. El mismo tipo de luz que había emitido el pecho de Verónica aquella vez en el bosque, cuando había subyugado a Alan hasta hacerlo caer de rodillas.

Después el cuarto entero se llenó de rojo, de alas destrozadas; de libertad perdida.

Y algo dentro de mí se rompió.

Se liberó.

Sé que fue ese día, porque con el recuerdo de un chico con sangre de uno de los míos, a pesar de no serlo, bastó para que el gato que yacía en mis adentros, hiciera su primera aparición.

Abrí los ojos de golpe, solo para encontrarme a las púrpuras de Lyoshevko, mirándome de regreso.

Aún en mi garage.

Aún prensándome contra la pared.

Solo que nada era igual que hacía unos minutos.

Porque había más estrellas en el cielo.

Porque el olor de los cuerpos reventados de los escarabajos muertos, de la hierba fresca, y del agua que había derramado el cactus cuando lo había trozado, invadió deliciosamente mis fosas nasales.

Porque de pronto, el cabello del chico que tenía enfrente, era menos negro y más tornasol.

Y porque, las pisadas da las hormigas, que hacían su camino, a un lado de nosotros, de verdad que emitían un sonido, una marcha, una melodía encantadora de organización.

"Creo que fui bastante clara cuando te dije que te apartaras de mi camino, estúpido pájaro" —musité, pero lo hice con una voz que no era la mía. Y con el flujo de energía sobre mi espalda a todo lo que daba, me lo quité de encima, sin esfuerzo, como si estuviera hecho de papel, de plumas, de un material liviano. A pesar de que era de carne y huesos, porque el estruendo que hizo al caer, me lo dijo —"Hah. Estar en el suelo te queda bien. Esa va por todas las veces que me hiciste estar en las mismas"

Comencé a caminar hasta el jardín para disfrutar de cada una de estas nuevas sensaciones, de mis sentidos, de las fragancias.

De poder hacer figuras con los cráteres de la luna.

"Haz comenzado a despertar..." —dijo desde el suelo, limpiándose con el dedo pulgar, un rasguño que le había dejado sobre la mejilla.

"¿Quién eres tú para creer que puedes decirme que hacer o no hacer?" —me giré a él, dejándome llevar por esa voz que se había apoderado por completo de mí, pero que también era yo —"Que no se te olvide que sus gloriosas estrategias fueron las que los llevaron a casi acabar con su propia raza y como puedes ver. Nosotros seguimos de pie, ocultos a la perfección. Y sólo es cuestión de tiempo para que el resto despierte y volvamos a tomar el control de todo"  —sonreí —"Cómo y ante quienes decida manifestarme es algo que solo me concierne a mí. Tus luchas y tus causas son tuyas, y no me interesan mientras no estorben las mías. Y tal vez sí... tal vez tengas razón y se necesite hacer un poco de limpieza por aquí, pero nunca los hemos necesitado para resolver nada. Y a las lechuzas las recupero o las castigo yo. No tú. No nadie. Y mientras más rápido lo entiendas mejor. Como vuelvas a meterte en mi camino, voy a arrancarte las alas y a colgarlas en la pared de mi recámara, para usarlas cada que quiera para afilarme las garras. Justo así como acabo de usar tu cara".

Y sé que estuve a punto de contestarle, pero un golpe duro sobre la nuca, hizo que comenzara a marearme.

"Deimos..." —esta vez salió mi voz.

"Se que muchas veces nos han odiado por sobre-protegerlos, pero hacer cosas así, sin haber despertado todavía... es peligroso..." —me dijo, atrapando mi caída.

Un gato...

Nunca me quedó tan claro como esa noche.

Cuando después de lo que dije e hice, el azul de las escamas de Deimos, y sus pupilas animales y alargadas, se sintieron tan familiares, que ninguna parte de mi cuerpo se esforzó más por tener él control, por mantener los ojos abiertos.

Ese nexo que existía entre el gato y la serpiente, sin duda era algo muy, muy poderoso...





Nota de Autor: ¡Holaaaaaa! ¡Lo prometido es deuda! Capítulo recién salido del horno y que seguramente tiene un montón de errores pero ya no podía con la emoción de que lo leyeran.

¡Recuerden que sus comentarios son oro para mí!

Mil gracias por leerme y perdón por el atraso, me enfermé (gripe latosa y normal)

¡Que lo disfruten!

Marluieth. 💕🙌🏻

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