55. La Resistencia
"Me dijiste que todo lo que yo sintiera a los 16 iba a pasar, que no era real... Y yo te creí. Te creí así como creo ciegamente cada maldita cosa que sale de tu boca.
Pero Helena...
¿Por cuanto tiempo más voy a seguir viviendo en mis dieciséis?"
—Alan Belmont Garcés Chevalier
"Hola..."—lo miré por debajo de la capucha del impermeable empapado que llevaba puesto. Era color: verde-mírame-a-fuerzas, porque se supone que eso reduce el riesgo de que te puedan atropellar si andas en bicicleta—"¿Puedo pasar?" —hice sonar la campanita del manubrio por accidente.
Él se quedó congelado a la mitad de su pórtico, sosteniendo un paraguas azul marino con una mano, se veía sorprendido, perplejo, como si hubiera estado esperando de todo excepto verme ahí.
Bueno, la verdad yo también estaba sorprendida de estar ahí.
Me acerqué un par de pasos y me di cuenta de que se veía extraño... Traía puesto uno de esos sweaters que tanto solía usar, de cuello "V" color rojo quemado, seguramente cashmere, pero a diferencia de sus clásicas camisas o playeras polo, no traía nada debajo, porque se le alcanzaba a ver el inicio de la línea de su clavícula. Y a decir verdad, se veía demasiado desaliñado como para ser, bueno... él.
También vestía un par de jeans claros; deslavados y arrugados, sin ningún cinturón a juego, y ni siquiera parecía estarle importando el hecho de acabar de sumergir la mitad de sus zapatos justo en medio de un charco.
"¿No tienes frío Garcés?" —le pregunté con genuina curiosidad, pero terminé carraspeando los dientes. Yo sí que me estaba congelando, y eso que traía tantas capas de ropa encima como para que pudieran confundirme con una pelota humana... Y encima, el aire de la tormenta no estaba teniendo piedad.
"¿Tus padres saben que estás aquí?" —la clásica vena verdosa que se le abultaba cada que se enojaba, se le marcó en el cuello.
Me encogí de hombros:
"¿Si te digo que sí me vas a creer?"
Frunció mucho más el ceño y sé que estuvo a punto de decirme un montón de cosas ahí mismo, pero al no ser capaz de decidirse por cuál de todas decirme primero, terminó cerrando la boca y soltó un suspiro hastiado sin dejar de mirarme.
Bueno. No esperaba que me arrojara un montón de confeti al verme, así que hice mi mayor esfuerzo por no tomármelo personal.
Acto siguiente; aventó el paraguas al piso, se aproximó a mí en dos pasos, me sujetó de la muñeca, y le ordenó a su chofer y a una de sus sirvientas, que se llevaran de inmediato a limpiar mi bicicleta y que después la acomodaran en la cochera: "Junto a todas las demás", dónde sea que fuera eso. Ellos acataron las órdenes y comenzaron a moverse como hormiguitas.
Y yo lo seguí con la docilidad de un perrito regañado, porque llevarle la contraría en ese momento solo habría servido para que esa vena furiosa terminara de hacer erupción y se pusiera a discutir ahí mismo, mientras el cielo nos convertía en una sopa, la diferencia es él sí tenía ropa para cambiarse y la mía estaba como a dos horas en bicicleta de ahí...
Así que: '¡Actúa inteligente Helena! ¡Actúa inteligente!'
Cuando subimos las escaleras de su pórtico, me costó mucho más seguirle el paso y estuve dos o tres veces, a punto de tropezar, pero al final me las ingenié para coordinarme.
Cada vez la diferencia entre nuestra estatura se iba haciendo más y más grande...
Era como si un gran danés estuviera guiando a un chihuahua...
Dió un portazo fuerte para cerrar la puerta tras teas da sí y siguió caminando.
"¿Estás sólo?" —le pregunté al darme cuenta de que lo único que se podía escuchar dentro de la casa, era el eco de nuestros pasos golpeando el piso de mármol; el lugar se veía vacío, lúgubre, y... bastante gris, como si hubiera dejado de tener movimiento hacia algún tiempo: todas las cortinas estaban abajo, y no había una sola luz encendida, a pesar de que decenas de lámparas decoraban todos los muebles y repisas, al lado de veintenas de figuras de cerámica y pinturas con motivos religiosos.
Él ignoró mi pregunta y continúo arrastrándome, hasta que llegamos a una esquina y me soltó.
"Quédate ahí" —musitó de mala gana, y se dió la vuelta para abrir, lo que descubrí, era la puerta del baño de visitas, y luego abrió las puertas de un closet para buscar algo dentro de las cajoneras.
Una toalla.
Lo supe cuando salió volando directo hacia mí, pero tan pronto extendí los brazos para atraparla, lo pensó mejor y alargó su mano para volverla a pescar y arrojarla hacia una especie de banquillo que tenía enfrente—"Primero quítate eso" — se acercó y tiró de uno de los cordones del impermeable para bajarme la capucha, y comenzamos a desabrocharlo juntos.
Así se debían sentir las Barbies y las Bratz cada que jugabas a cambiarles de look, pero como dije: No. Me. Lo. Iba. A. Tomar. Personal.
Debajo, mi ropa estaba también estaba algo mojada. No mucho, pero sí lo suficiente como para hacer que me enfermara.
Genial.
Con mi sistema inmune marca patito, todas las gripes me duraban semanas.
Una vez que me quitó por completo el plástico mojado de encima, lo exprimió con ambas manos, salpicándose los jeans, lo comprimió hasta convertirlo en una bola, usando mucho más fuerza de la necesaria porque supongo que lo usó como para desquitar su coraje sin que nadie se diera cuenta (pero falló épicamente) y lo arrojó hacia atrás, valiéndole un kilogramo de pepinillos, dónde o contra qué se estrellara... y sé que fue contra algo porque lo escuché romperse contra el piso, pero me miro con unos ojos de: Sí te atreves a voltear, te mato.
Y yo quería vivir, así que me hice la tonta.
Después agarró la toalla del banquillo, y me la pasó por los hombros, como si fuera una capa de súper héroe color melón con bordados en punto de cruz (súper heroica, claro que sí), y cuando pensé que por fin se alejaría para darme espacio a que me la acomodara por mi misma, la sujetó por los bordes y me atrajo de un brinco hacia el.
"¿Q-Qué... qué haces?" —unos centímetros más y nuestras narices habrían podido rozar punta con punta. Intenté dar un paso hacia atrás pero no fui rival contra la fuerza de su agarre.
"Sóplame" —ordenó, bajando su cara al nivel de la mía. Un par de ojeras profundas le hacían surcos alrededor de los ojos. Nunca lo había visto así.
"¿Qué?"
"Que me soples... ¿No escuchaste?" —preguntó molesto —"¿Crees que es una gracia que te aparezcas aquí, así, después de lo que hiciste? ¿Qué no tienes sentido común? ¿O una maldita idea de cómo me...?" —pero decidió no terminar esa oración—"Solo sóplame y acabemos rápido con esto"
Tardé un par de segundos en procesar lo que me estaba pidiendo. Y cuando lo hice, sentí una ola de calor escalar directo hasta mis mejillas.
"Espera..." —estudié su rostro en busca de algo que me dijera que no iba en serio, que estaba bromeando... pero no encontré nada ahí—"¿Me estás pidiendo que te sople porque piensas que estoy tomada?"
"¿Quieres que te diga la verdad?" —sujetó los bordes de la toalla con mucha más fuerza, y me atrajo aún más, hasta lograr estrellarme de lleno contra su cuerpo y hacer que me parara de puntitas —"Ya ni siquiera sé qué pienso de ti" —su tono de voz era duro—"Pero cuando agarre el teléfono y marque a tu casa, para decirles a tus padres que por favor vengan por ti, no voy a entregarles a su hija borracha. Así que sóplame para que pueda decidir que cosa hacer contigo primero"
Volví a intentar zafarme y volví a fallar.
Así que aspiré muy hondo y le soplé tan fuerte que se le movieron todas las pestañas, y luego lo empujé.
Esta vez se movió, claro que, no fue gracias a la fuerza sobrehumana de la súper heroína con capa color melón y mariposas, no, fue gracias a que cómo había accedido a hacer lo que me había dicho y ya no había tenido más razones para no moverse.
Idiota.
"¿¡Feliz!?" —le pregunté indignada.
Pero su semblante siguió teniendo la misma dureza:
"Sí, Helena. No tienes idea de lo jodidamente feliz que estoy" —musitó con sarcasmo —"Todos los malditos días de mi vida, me siento justo aquí" —le pegó con la parte de atrás del talón a las escaleras que estaban situadas justo frente a los ventanales que apuntaban al pórtico —"Para ver si de pura casualidad pasa algún indigente que necesite mi ayuda o un perro mojado. Pero casi nunca sucede, así que muchas gracias por aparecerte y hacer que se combinaran las dos malditas cosas que más quería en la vida"
¿Desde cuando se había vuelto este mocoso insufrible y odioso, tan bueno usando el sarcasmo?
Y... ¿Acababa de compararme con ...?
Oh. No.
Yo podía hacerlo en mis monólogos mentales pero él definitivamente no.
"A ver Garcés" —le dije con el tono que emplea una persona mayor cuando está muy ofendida —"En primera; no soy un Chihuahua"
"Nadie dijo que fueras un mald-" —pero no lo dejé terminar.
"¡No me interrumpas!" —le sacudí el dedo en la cara—"Y en segunda..."—me miró levantando las cejas, como diciendo: sí, sí, a ver, vamos a escuchar qué otra pendejada se te ocurre decir—"Pues si estás muy agradecido lo más correcto de mi parte sería decirte que: DE NADA... Al fin y al cabo, para eso estamos los amigos ¿No? ...para ayudarnos a alcanzar todos nuestros sueños sin importar lo muy ridículos o poco productivos que sean. Sí tú eres feliz sentado ahí y aplanándote las nalgas, mientras buscas perros, gente o duendes por la ventana: ¿Quien soy yo para decirte que no lo hagas? Sí eso te hace a ti feliz, yo te apoyo"—le sonreí de forma condescendiente, como cuando una tía te dice que si quieres puedes raparte toda la cabeza y hacerte un moicano rosa chillón porqué eres joven, y tú te lo tomas bien, porque no te das cuenta de que en realidad te acaba de decir que si quieres cargarla ella no va a acabar con tus sueños y hasta te va a ayudar a fotografiarlos—"Así que si algún día también tienes ganas de no sé; pintarte las uñas de negro o hacerte lagrimitas emo debajo de los ojos, porque el tratar de ser siempre Perfecto, te provocó una crisis nerviosa que desató tu lado darks, punk, o lo que sea, yo misma puedo venir a maquillarte con mucho gusto... ¡Que suerte ser tú y conocerme! ¡Que sería de tus pobrecitos sueños y fases bizarras sin mí! ¡Soy algo así como el Santa Claus de tu vida pero sin barba y con boobies! ¿No es bonito? ¡Es como si todos los días fueran Navidad para ti!"
La vena en su garganta se le marcó mucho más (si es que eso podía ser posible).
A veces juraba que esa cosa tenía vida propia.
¿Había ido muy lejos?
Bueno, él había empezado.
"No sé cuantas veces más voy a tener que repetirte que tú y yo no somos amigos para que lo entiendas." —volvió a tomarme de la muñeca y caminó hasta llevarme a la sala de su casa —"Así que ya basta de tus jueguitos y dime de una buena vez, ¿Qué estás haciendo aquí?"
"Me estás lastimando" —mentí. Su agarre era firme pero incluso cuando perdía los estribos era extremadamente cuidadoso conmigo (exceptuando la vez del manotazo obviamente), y a veces, hasta parecía como si tuviera miedo de romperme.
Pero era muy incómodo que me siguiera tratando como a un pedazo de trapo mojado, al cual podía ir sacudiendo para todos lados.
Me soltó de golpe. Y aunque por su rostro destelló algo de culpabilidad, definitivamente ahí había más enojo, más cansancio, más confusión, más... todo.
Lo vi dudar antes de volver a acercarse, pero al final, me tomó por los hombros con extrema suavidad y me hizo sentarme en uno de los sillones.
Luego se dejó caer de rodillas frente a mí, apoyando ambas manos en la parte posterior de las braceras, respiró muy, muy hondo y me volvió a preguntar en un tono un poco más derrotado y suave:
"¿Qué estás haciendo aquí, Helena?"
Fijé mis ojos sobre la carpeta inmensa que decoraba el piso de su sala, para pensar bien en qué decir antes de mirarlo. Tenía un montón de flores bordadas en diversos tonos, enrollando sus tallos, y algunas plumas que caían desde arriba, en distintos dorados, como si un ave gigante acabara de emprender su vuelo... habría sido lindo verla, pero era de esos dibujos que estaban hechos para obligarte a usar tu imaginación.
Y lamentablemente, sobre el mismo había montón de pisadas descuidadas y frescas: mías y suyas, unas sobre las otras, enlodadas.
Sentí muchísima pena.
"Si tienes bicarbonato... y un cepillo de dientes viejo, puedo quitarle todo ese lodo a tu tapete. Es mejor hacerlo ahorita porque aún está fresco y yo sé cómo se hace... ¿Por qué no le dices a una de las personas que trabajan aquí que por favor, me traig-"—pero me sujetó del mentón para que volteara a verlo y no me dejó terminar.
"Gracias" —dijo con suavidad—"Pero ya tenemos personal contratado que se encarga de toda nuestra tintorería" —en ese momento me di cuenta de que tenía el labio partido, por culpa de un golpe...pero no uno reciente, uno viejo, uno que ya se estaba curando. Hacia 3 Domingos que no nos veíamos por las vacaciones decembrinas—"No podemos estar así todo el día... ¿Sabes? ¿Vas a decirme que quieres? ¿O me vas a dejar llamar a tus padres?"
"No..." —solté de golpe —"Pero no creas que es porque no quiero que sepan dónde estoy. Yo misma pienso marcarles, solo que no ahorita. No te voy a hacer cargar con eso, porque no es tu responsabilidad, es la mía. Y aunque no lo parezca y no me creas, siempre intento lidiar con todo lo que me toca"—sus dedos seguían rozando mi mentón y solo en esa parte de mi rostro, mi piel se sentía tibia, muy tibia—"Es solo que..." —proseguí—"Que después de todo lo qué pasó, me di cuenta de que necesitaba hablar con alguien..." —confesé —"Y... por alguna razón, en cuanto salí de mi casa, mis pies pedalearon hasta traerme hasta acá"
Rompió el contacto, como si después de lo que le había dicho, la cercanía conmigo le hubiera parecido insoportable, y su mano cayó lánguida a uno de sus costados.
"Esto tiene que ser una maldita broma..." —se dejó caer de sentón sobre la alfombra enlodada , y echó la cabeza hacia atrás, provocando que un montón de mechones cobrizos y dorados le cayeran sobre la frente, pero se los removió con una mano, y noté que la piel de su cuello se veía mucho más pálida que de costumbre—"¿Te escapaste de tu casa porque descubriste que querías hablar con alguien?" — preguntó más para sí mismo, fijando sus ojos verdes y carentes de brillo en la cúpula del techo—"¿Por qué siempre tienes que hacer las cosas así? Mierda... estuve buscándote por semanas, tratando de que hablaras conmigo, porque de verdad quería entender ¿por qué...?" —tragó saliva con dificultad—"Helena, yo... Esta vez, quería escuchar primero lo que fuera que tenías que decir... pero no importa. No importa porque me di cuenta de que, cualquier excusa que tengas, no va a justificar lo que hiciste. Y que al final, lo que dicen los demás, es lo mismo que yo también pienso pero que por alguna razón estoy empeñado en no creer que es cierto..."
"No es cierto."
"¿Qué?"
"Todo lo qué pasó esa noche, sé que estuvo mal... Pero no es como todo mundo dice. No fue así. No es cierto"
"¿No te fuiste de fiesta con dos chicos sin decirle a nadie?" —cuestionó.
"Sí lo hice per-"
"¿No llegaste a tu casa oliendo a alcohol?"
"Pero solo fue porq-"
"¿No dejaste una maldita carta diciendo que te ibas a meter a quien sabe dónde y luego regresaste trepada en el coche de Max, y sentada en las piernas de ese otro imbécil, como si no pasara nada?" —no supe en qué momento había levantado tanto su voz.
"No estaba sentada en sus piernas" —me defendí.
"¡Esa no es la jodida parte importante!"—gritó —"Así no eres tú, Helena..." —se pasó una palma por la cara, como si intentara limpiarse un poco de esa ola de emociones desagradables para poder calmarse un poco, antes de seguir hablando —"No eres el tipo de niña que llega riéndose después de convocar a una docena de patrullas, como si fuera una broma" —levantó la vista hacia mí —"Venias del mismo lugar en el que desollaron a esas chicas ¿Por qué no usas la cabeza en momentos importantes?"
No supe en que momento se me empañaron los ojos.
Sí, llevaba escuchando todo ese tipo de cosas por más de un mes, pero dolió de todas formas... dolió mucho más que el hecho de que hubiera estado aplicándome la ley del hielo.
Pero lo entendía...
Y es que ese día, todo lo que vi, todo lo que viví y todo lo que se desató, hizo que me olvidara por completo de la estúpida carta que había dejado a modo de precaución, y eso había provocado que no solo la casa de mis padres se pusiera patas arriba, sino también la de todos mis conocidos...
Y en algún momento, los papás de Alan también se vieron involucrados y fueron ellos los que terminaron sobornando a la policía y haciendo las llamadas necesarias para que se pudiera levantar una ficha de persona extraviada, a pesar de que todavía no habían pasado las 48 horas que dicta el protocolo.
Y luego llegamos Deimos, Damasco y yo, completamente embadurnados con pintura neón y con la música a todo lo que daba, solo para descubrir al montón de patrullas rodeando mi casa, y a mis padres sollozando y gritando y tratando de aportar toda clase de datos a la policía:
"Sí, es bajita y su piel es morena clara..."
"Sí, tiene el cabello rizado y oscuro y le llega por debajo de los hombros"
"Sí, su boca es muy pequeña..."
"Sí, sus ojos son negros, grandes, y llevaba una sudadera vieja con el estampado del refresco de Mirinda, puesta..."
"Sí, tiene una cicatriz en la frente que solo se le ve cuando se aparta el cabello y casi siempre trae un par de ligas negras en la mano izquierda, como si fueran pulseras..."
Y lo peor era que Alan y sus papás también habían estado ahí, al pie del cañón, en plena madrugada helada, y tratando de agilizar a las autoridades.
"Necesito que me creas..." —susurré.
"No puedo"—musitó —"Quiero hacerlo... pero no puedo. El calor del momento me hizo querer preguntarte por qué hacías lo que hacías... pero luego me di cuenta de que en realidad no me interesa saberlo..."
"Yo nunca quise que nada de eso pasara" —me limpié las lágrimas con la manga de mi playera —"Yo solo quise arreglar un problema sin involucrar a nadie... pero cada vez que lo intento, todo se hace peor, más grande... y... y me doy cuenta de que y-yo..."—mi voz se cortó.
"Helena... la verdad es que no sé qué ganas haciendo todo esto, escapándote otra vez de tu casa, viniendo aquí" —respiró muy hondo y comenzó a incorporarse—"Estás haciendo lo mismo que hiciste ese día, ¿Por qué no te das cuenta? Y no voy a ser parte de eso, no quiero. Así que voy a marcar a tu casa porque es lo correcto, y tú decide si quieres quedarte aquí para que le diga a alguien que te traiga una cobija, o si vienes conmigo y te das una ducha caliente para que no te enfermes. Puedo decirle a alguien que se encargue de tu ropa y de seguro tengo algo que te puedo prestar..."
Comenzó a caminar para comenzar a hacer todo lo que había dicho, pero lo pesqué de la manga antes de que se fuera más lejos.
Necesitaba decírselo.
Necesitaba decírselo a alguien.
No... Necesitaba decírselo a él.
Porque Alan Garcés era la única persona que podía entenderlo, la única persona que podía creerme...
Y en cuanto llegué a esa conclusión, exploté:
"Alan..." —intentó apartar su brazo pero lo agarré tan fuerte, que en lugar de hacer que lo soltara casi me caigo del sillón —"Ya no puedo más con todo esto... llegué a mi límite. Estoy cansada de fingir. Cansada de no decirle a nadie que sé... que sé lo que Deimos les hizo a esas chicas..."
Se giró hacia mí por completo.
"¿De qué estás hablando?"
"Yo lo vi todo... Lo vi cuando estaba bailando con ellas, antes de... antes de que les hiciera lo que les hizo" —continué—"Pero Damasco no sabe nada, él estaba de espaldas... y yo no puedo decírselo... no puedo hacerlo. Suficiente tiene con las amenazas de mis papás, de la escuela y de todo el mundo. Lo qué pasó nos deshizo. Y-Yo... Yo no puedo añadirle más a todo eso. No puedo... No puedo porqué fue mi culpa que todos estuviéramos ahí... Es como si... como si yo también las hubiera matado" —me cubrí los ojos con las manos, porque de pronto, ponerlo todo en palabras, había sido un golpe demasiado bajo y muy duro, uno para el cual no estaba preparada... uno que lo volvía todo más real. Uno que me hacía pensar que hubiera preferido que todo lo que decían de mí hubiera sido cierto.
"Mírame" —me sujetó de las muñecas para apartarme las manos de la cara, pero aunque cedí, lo único que podía ver eran todas esas imágenes que estaban repitiéndose dentro de mi cabeza una tras otra, como un espiral: las luces, la pintura neón, los cuerpos, Deimos bailando, el sabor a pulque en mi boca, Damasco desangrándose, las dos chicas...—"Helena, mírame" —me acercó hacia él con un movimiento brusco, para tratar ddsacarme del transe —"No sé qué viste ahí. Pero entiendo, que el hecho de saber lo que Max y yo somos, debe ser una carga muy pesada para ti, y necesito que me perdones por eso y por fingir que te creía cuando tú fingías no saber nada, mientras disfrazabas todas esas bromas y comentarios y a mi se me hacía fácil voltear para el otro lado..." —añadió —"Pero aunque llevo semanas intentándolo, justo ahora no puedo hacer nada para arreglarlo. Hay demasiado en juego desde ese día... Pero te tiene que quedar muy claro que nada de lo qué pasó fue tu culpa".
Él no tenía idea.
Él no tenía una maldita idea.
Mis ojos se empañaron con más fuerza, y las lágrimas comenzaron a hacer sus caminos a lo largo de mis mejillas.
"N-No l-lo entiendes" —le di pequeños golpeteos a su pecho, con los puños, porqué en el estado en el que me encontraba, esa fue la única forma que encontré para tratar de hacerle ver que lo que decía era real—"¡No entiendes nada! ¡Esas chicas están muertas por mi culpa! ¡Están muertas porque y-yo! ¡Porque yo fui ahí...! ¡Porq-Porque no debí...!"
"¡Ya deja de culparte! ¡Entiendo mucho más de lo que tú crees! ¡Te veo y me doy cuenta de cuanto te está afectando! ¡Y no tienes una puta idea de como se siente que estés así por mi culpa! ¡Porque siempre que ustedes se involucran de más con nosotros, acaban así!" —se calló unos segundos para tratar de recobrar la compostura—"Tú... Tú no tenías porque haberte enterado nunca de que yo... de que yo soy..."
"Una lechuza" —completé.
"Un maldito monstruo" —me corrigió.
"No, no, no..." —negué con desesperación —"Tú no eres un monstruo... Max es el monstruo... él, solo él por lo que hizo... Que tú seas así, tú no lo escogiste... Tú no eres un monstruo ¡Ya deja de decirlo!" —pero en realidad me lo estaba diciendo a mí misma, tratando de convencerme en voz alta.
"Helena, no importa... No necesito que lo entiendas, sólo necesito que aguantes un poco más..." —desplazó sus manos hasta posarlas en ambos lados de mi cabeza —"Y luego lo voy a arreglar para ti, ya lo hice una vez, aunque no te acuerdas..."
"No-" —pero colocó su pulgar sobre mis labios para callarme.
"Demuéstrame que esa niña dura y sabelotodo sigue ahí dentro y... sigue peleando" —sonrió, pero fue una sonrisa muy amarga, llena de culpa —"Helena, sé que Max y yo te asustamos, pero tienes que saber una cosa: no podemos hacerle daño a ningún ser humano, no podríamos aunque quisiéramos... Casi todos nosotros tenemos las manos atadas"
¿Por qué me estaba mintiendo?
¡Yo había visto con mis propios ojos a Deimos deshacer a cuatro hombres en cuestión de minutos!
"Alan... Pero fue Max... ¿Por qué no me crees?"
Pero ignoró por completo mi pregunta:
"Voy a hacer todo lo que esté en mis manos para solucionarlo, ya verás. Tú vida va a volver a ser normal, como antes... Te prometo que para ti todo esto no va a ser más que un mal sueño, y yo te voy a hacer despertar..."
"Pero lo que les pasó a esas chicas..." —insistí.
"Pudo haberte pasado a ti" —me levantó la cara para verme a los ojos—"Tienes que dejar de hacer esas cosas... por favor" —añadió— "Cuando se vuelva muy difícil y sientas que ya no puedes... ven. Ven como hoy o llámame para que yo vaya. Y te voy a ayudar a que vuelvas a ser esa niña... La de antes... La que no sabía nada de esto... La que no necesita ponerse en riesgo para olvidar... La que..."
Sus ojos se veían intensos, tristes, como si quisieran gritar muchas cosas pero no pudieran hacerlo.
"¡Basta!" —intenté zafarme —"¡Tú no me conoces! ¡No sabes nada de mí! ¡Y haber venido aquí fue un maldito error! ¡Porque eres sólo un mocoso y tú tampoco puedes hacer nada! ¡Nadie puede hacer nada!"
"¡Helena!" —rugió, rodeándome por completo con sus brazos para contenerme—"¿Sabías que las lechuzas siempre hemos sido los guardianes de ustedes, las personas?"'—me susurró al oído —"Vas a estar a salvo. Yo te voy a cuidar... Y si para eso necesito deshacerme de cada maldito monstruo que tenga problemas en entender que este mundo es de ustedes, lo voy a hacer"
"Deja de creer qu-"
"Tengo mucho calor" —musitó entre mi cabello, bajando sus manos por mi espalda y recostándose sobre mi hombro—"Y tú tienes frío... siempre tienes frío. Así que quédate conmigo así... sólo un rato. Y si lo odias mucho, cuando salgas de aquí puedes olvidarte de esto en los brazos del niño que te gusta"
"Hip"
"¿Ves? Solo espérate a que se te quite el hipo. Luego te vas..."
"Hip"
"¿Sabes?"
"Hip"
"Nunca te imaginé con alguien así..." —su voz apenas y se escuchaba—"Siempre pensé que acabarías con uno de esos ratones de biblioteca... algo más parecido a ti. Sí hubiera sido así... habría sido mucho más fácil. Pero resulta que a ti te gustan los que resuelven todo con los puños y tienen una cara pasable.
Eres igual a todas Helena Candiani. No hay nada especial en ti"
*****
"Ahhh... el discurso de fin de año de nuestro queridísimo hombre decon-deconstru... Mierda, ni siquiera puedo pronunciarlo..."—se mofó Deimos mientras se llevaba un poco de jugo a la boca —"¿Y sabes que es lo mejor?" —me miró de reojo mientras se lamía las comisuras de la boca para limpiarse los restos húmedos de mandarina—"Que la última vez que lo molesté con eso, él tampoco podía hacerlo..."
"Hombre deconstruido" —le respondí en tono cansado —"Y no es difícil de pronunciar, pero sucede que tienes una nuez en vez de cerebro ahí dentro, por eso te cuesta"
"Ah... Empezamos brava la mañana, eso me gusta" —sonrió —"Debo confesar que el acto de gatita asustada que temblaba cada vez que me veía, fue muy divertido al principio... pero ya había comenzado a aburrirme"
"Eres un cínico" —espeté, y me paré de golpe pero tan pronto lo hice, me jaló nuevamente hacha abajo —"¿Qué mierda te pasa?" —lo cuestioné indignada. No podía ponerme a gritar ahí en pleno salón de conferencias, rodeada de los maestros y padres de familia que se encargaban de seleccionar las actividades anuales en Las Hermanas de la Merced.
"Nada. Solo que no llevas ni 10 minutos en eso pero tu pequeño acto doble moralista ya me empezó a cansar también" —me susurró de cerca —"¿Y sabes? Puedo ser realmente insoportable cuando estoy aburrido. No creo que quieras ver eso..."
"Basta" —lo encaré —"Y quítame tus manos asesinas de encima"
"¿O qué?" —rió —"¿Vas a decirle al orangután al que ahora obligan a sentarse muy lejos de ti, que te estoy molestando, para que venga a romperme la cara frente a todos y de una buena vez lo terminen de expulsar?" —se mofó —"Hazlo... Hazlo por favor. Porque voy a disfrutarlo muchísimo... Tengo que admitir que a mi me encantan los actos de caridad, pero una o dos veces al año y siempre y cuando haya fotografías, pero sinceramente esto de tener que compartir mi espacio con el proletariado... no me va. Así que déjame escuchar a esa linda vocecita gritar y poner un poco de orden" —deslizó el nudillo de su índice a lo largo de mi garganta.
"Sí. No sabes cuánto me estoy muriendo por gritar hasta acabarme los pulmones para decirle a todo el mundo lo que hiciste" —lo miré directo a los ojos —"Sigue buscándome y me vas a encontrar Máxime Bautista" —pronuncie cada letra de su nombre de forma lenta a propósito.
"Me gusta como suena mi nombre en tu voz, pero cuando lo dices enojada, ahh..." —se inclinó para susurrarme al oído —"Dilo otra vez..."
Incliné mi vaso de agua hasta que todo el contenido le cayó directo en los pantalones, empapándoselos.
"Ay..." —solté —"Lo siento. A veces tengo muy mal pulso. Que triste que cuando pases al frente a dar tu discurso por ser co-capitan de los equipos deportivos, tengas que lucir como si acabaras de mearte encima"
Pero eso sólo lo hizo sonreír más.
"Cada vez te pareces mucho más a quien debes ser... y eso me encanta..." —me quitó la servilleta de tela de las piernas, para ponérsela en donde lo había mojado —"Oye gatita... ¿Tú crees que una persona normal habría sido capaz de ir a un festival de música como si nada a compartir fluidos boca a boca con alguien más, luego de ver cómo convertí a cuatro hombres corpulentos en carne para albóndigas?"
Su comentario me cayó como balde de agua fría. Esa era su forma de regresármela. Pero no lo iba a dejar.
"Es diferente..." —le dije sin titubear.
"¿Ah, sí? ¿Y serías tan amable de decirme por qué?"
"Porque esos hombres eran malos. Se dedicaban al secuestro y prostitución de menores. Alguien tenía que hacerlo, sino, eso nunca se iba a acabar..."
"Claaaaro..." —soltó con cinismo —"¿Como no me di cuenta antes?" —me acarició la mejilla con la parte lateral de uno de sus nudillos, pero no le duró el gusto, porque me aparté con tanta brusquedad, que algunas personas voltearon —"¿Eso es lo que tú y ese simio se dicen todas las noches para poder dormir? ¿Qué no les quedó de otra más que hacer justicia?" —su sonrisa en este punto era guasónica, porque sabía que me había obligado a pisar terreno minado.
"No trates de buscarle tres patas al gato, Deimos, porque conmigo no te va a funcionar"—rebatí —"Yo estaba ahí, a mi nadie me lo cuenta. Y aunque tal vez no era algo que nos correspondía hacer a nosotros, vi lo que esas personas, sí se les puede llamar así, hacían con esas niñas y lo que planeaban seguir haciendo... Así que no, para tu mala suerte: no me arrepiento de nada"
"Y yo no espero que lo hagas" —en ese momento, el salón se llenó de aplausos pero yo estaba demasiado enfocada en Deimos como para darme cuenta de por qué —"Hacer justicia y hacer una masacre, son dos cosas muy diferentes gatita; porque mientras uno implica tal vez, un aburrido disparo en él entrecejo, el otro es, bueno... más poético y divertido... pero me parece muy tierno que las confundas, sobretodo ahora que aún tienes tiempo de hacerlo" —entonces sentí su mirada de hielo atrapar mis ojos, y guiarlos lentamente hasta la esbelta e imponente figura que acababa de ponerse en pie para recibir su dotación de aplausos con orgullo—"Porque la vida por aquí, está a punto de ponerse mucho más interesante... ¿No crees?"
Me quedé congelada sobre la silla; como si le hubieran puesto clavos a mis manos, a mis pies.
Esto tenía que ser una maldita broma.
"No podríamos estar más emocionados y agradecidos de que una figura eclesiástica tan distinguida, haya decidido incorporarse al plantel docente de nuestra institución" —la voz sofisticada y varonil de Alan Garcés resonó en todas las bocinas —"Me complace, como alumno y presidente de las organizaciones estudiantiles, así como también, como miembro destacado de los equipos deportivos, el anunciarles que a partir de hoy monseñor Ramiel Zajac, se vuelve un miembro más de nuestra casa, de nuestro colegio y ¿Por qué, no? De nuestra familia, aquí en Las Hermanas de la Merced, no podemos hacer más que recibirlo de brazos abiertos y darle la bienvenida. Por favor, démosle otro aplauso, que con uno no basta"
El lugar se volvió a llenar del sonido de cientos de palmas golpeándose entre sí.
Pero por alguna razón no podía escuchar nada... mi cerebro estaba en mute.
Sentí como si cada golpe de palmas me lo estuvieran dando en la cara, en el alma, en los huesos.
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por qué?
Voltee a ver a Deimos en busca de respuestas, pero supongo que había dejado de considerarme interesante en ese momento, o por lo menos, mucho más aburrida que ese trío de hormigas sobre el mantel al cual había comenzado a perforarles el cuerpo con uno de los palillos con los que fabricaban las sombrillitas de papel que les habían puesto a los jugos para darles un toque tropical.
Volví a girarme al estrado...
Alan Garcés portaba el blazer del uniforme de la escuela; gris oxford de lana, con botones en plata, y el escudo del rostro de nuestra señora con una delicada corona alada adornándole la frente, todo bordado delicadamente bajo la única bolsa del saco, y por supuesto, en su caso no hubiera podido estar más atiborrado de medallas; unas sobre otras, todas demasiado brillantes...
Dos ligeros golpeteos en el micrófono me sacaron del trance.
Alan dobló una rodilla para besarle el anillo, y a pesar de tener sus clásicas fachas de maniquí perfect, incluso desde aquí podía notar que sus ojeras no habían hecho más que acentuarse.
¿Por qué?
El sacerdote subió a dar sus palabras, su discurso lleno de paz, y de Dios, y de amor... y todo mundo lo escuchó como si tuvieran enfrente a un santo, excepto yo, que estaba temblando.
Las serpientes, definitivamente son criaturas peligrosas, engañosas... porque su veneno más letal no es ese que derrite la carne con la misma facilidad con que lo hace un ácido, no... él más mortífero de todo es el que engatusa, el que te obliga a creer la mentira así tengas la verdad de frente...
Cuando terminó de hablar y recibió un último aplauso, entraron decenas de meseros con charolas enormes repletas de canapés y unas jarras de cristal con de infusiones de agua; la fragancia a kiwi y a fresas se adueñó del lugar.
Intenté pasar saliva pero mi garganta estaba seca, áspera, y a pesar de que sentí mis labios acartonados sabía que meterle cualquier cosa a mi estómago solo me provocaría vomitar ahí mismo.
Así que me paré de la silla y salí corriendo de ahí.
¿Y si el hecho de que estuviera aquí no era una simple casualidad?
¿Y si la beca deportiva, que había obtenido Damasco hacía unos meses tampoco lo era?
¿Y si él lo que habíamos hecho en la Iglesia del pueblo?
¿Y si sabía lo de los planos?
¿Y si por eso se había asegurado de tenernos a los dos juntos aquí?
No...
No... No...
¡No!
Sentí a alguien jalarme del brazo y estuve a punto de golpearlo ahí mismo con la otra, pero tan pronto como mi mano estuvo a punto de impactarle en la cara, me sostuvo la muñeca para frenarme.
"Te estás volviendo mucho más rápida" —Damasco me sonrió y me atrajo un poco hacía el —"Todavía te falta, pero no sabes cuanto me gusta que aunque seas un pedacito de mujer, puedas romperle la cara a cualquiera" —traía el cabello despeinado como siempre, y a pesar de que en la escuela nos habían prohibido estrictamente estar juntos, siempre se las arreglaba para encontrarme una o dos veces a la semana —"Te vi salir corriendo de ahí... ¿Estas bien?"
"Yo..." —comencé a tratar de ordenar mis ideas, pero luego opté por mentir—"La loción de Deimos, me dió dolor de cabeza..."
Soltó mi mano y frunció él ceño, sabía que no me creía pero igual decidió no pregúntame.
En cambio, entrelazó sus dedos con los míos, y me llevó a uno de los muchos jardines del colegio, para mostrarme lo que le había llegado por correo en la mañana; el primer regalo que le hacía un fan: una canon profesional en color negro, con su respectivo listón para colgársela del cuello o para ajustársela en la muñeca, y por supuesto, su estuche de lentes.
"Vaya..." —musité, eligiendo distraerme con ellos, en vez de continuar haciéndome bolas la cabeza.
Ahora tenía sentido que hubiera traído su mochila consigo a la escuela, no teníamos clases, así que en la mañana había asumido que este hombre se había colgado la mochila al hombro en automático, porque siempre traía la cabeza en las nubes.
"Ahora sólo tengo que aprender a usarla..." —sonrió.
Entonces, la armé, le coloqué las baterías, le ajusté uno de los lentes y me giré para sacarle una fotografía.
"¿Quieres que te enseñe?"
Y en ensayos y errores nos fuimos alejando aún más de la bulla del evento.
Empezamos con un diente de León.
Luego una catarina.
Después al montón de escarabajos verdes que se adhieren a la hierba y a veces se te pegan a las calcetas del uniforme.
Y luego encontramos un montón de esas piedras azules y grisáceas y rellenamos la mochila.
Después capturamos al cielo, a las nubes; a los arreboles que se forman unas horas antes de que haga mucho frío.
Y en el camino hacia ninguna parte, nos encontramos a un abejorro tomando agua de una tubería defectuosa, pero se asustó y nos asustamos y esa nos salió completamente borrosa.
Y ya echados en el pasto, se levantó y me fotografió a mí.
"¿Qué haces?" —me cubrí el rostro con una mano —"Ya siéntate y deja de molestarme, no estoy de humor"
"Súbete ahí" —señaló una de las butacas viejas que acababan de reemplazar por unas del año. Las habían puesto en una de las canchas de primaria, casi a la intemperie, pero cubiertas por una lona que se había soltado de uno de los extremos—"Y quítate las mallas"
"No me voy a quitar las mallas. Estás loco"
"Quítatelas y luego te las vuelves a poner" —sus ojos amarillos se veían preciosos con la luz de la tarde, brillaban, brillaban mucho más que todo lo demás—"Anda"
"No"
"No seas terca. Quiero fotografiarte las piernas"
"Vaya. Esa habilidad de convencimiento no la tiene ni Obama..." —reí —"Eres un pervertido"
"Soy el pervertido más grande del mundo cuando se trata de ti" —reconoció mientras enfocaba y desenfocaba con el lente de la cámara, buscando el ángulo que quería —"Pero también quiero que recuerdes que tienes unas piernas preciosas, y que el espejo pegado a la puerta de tu recámara no es el único lugar en el que puedes presumirlas, y que tus peluches no son los únicos que quieren ver"
"¿Cómo sabes que...?" —sentí el calor escalar hasta mis orejas —"¡Oh por Dios! Llevarte tanto con Argelia esta comenzando a afectarte muy feo"
Él soltó la carcajada.
"¿Ya ves? Es tu culpa. Yo seguiría siendo un alma pura e inocente si nunca me la hubieras presentado. Pero no, tenías que presentarme a tu amiga Vikingo" —se giró para enfocarme —"¿Te las vas a quitar? ¿O quieres que te ayude? Aunque te advierto que mis manos y la ropa no se llevan bien, así que seguramente voy a romperlas y ahí sí, vas a estarte muriendo de frío el resto del día"
"Estamos en la escuela joven, no en un cabaret"
"¿Y? Eso lo hace todavía más emocionante" —se despegó un poco de la cámara y me guiñó el ojo —"Convencí a mi futura novia de quitarse la ropa en una escuela católica a pesar de que ya teníamos la sentencia de las monjas encima. Ese tipo de anécdotas son las que te hacen alguien interesante"
Dios.
¿De verdad estaba considerando... ?
¿Yo, Helena Candiani... una mujer supuestamente adulta, muy aburrida y con algo llamado; sentido común, de lo que siempre había estado orgullosa?
Me quité su brazo de encima y me giré sobre un costado para verlo.
¿Estaba mal sentir ganas de dejarme llevar por un momento, sin pensar en las consecuencias de nada?
¿Estaba mal aceptar la invitación a un escape de realidad?
No eran drogas, o un cigarrillo... sólo era capturar un momento, divertirnos...
El viento le revolvió mucho más el cabello, apartándoselo por completo de los ojos.
"Me gustan los músculos que se les marcan desde que me obligas a entrenar como si fuéramos parte del ejército Espartano, no lo voy a negar..." —reconocí —"Pero están muy lejos de ser bonitas... porque están llenas de cicatrices, algunas bastante feas y..."
"Y eso hace que me gusten todavía más" —se puso en cuclillas —"Una chica de piernas lindas que además sabe defenderse. Si algún día te haces un tatuaje, no va a poder hacerles frente; ni en recuerdos, ni en historias, ni en nada... y cuando cierres los ojos y le pases las yemas de los dedos encima, se va a quedar en silencio. Pero ellas van a poder seguir contando muchas cosas aún con la luz apagada"
"Bien" —accedí —"Pero date la vuelta y cierra los ojos"
"No tienes que pedírmelo dos veces preciosa"
"¿Tú crees que mi futuro novio se enoje cuando le cuente que un chico que no es nada mío, me convenció de quitarme las mallas para verme las piernas?"
"Soy muy bueno guardando secretos" —afirmo—"Pero si te dice algo, dímelo para romperle la nariz"
Estuvimos tomando fotografías por casi media hora, y luego me platicó que se había topado en una plaza comercial a aquella pasante de enfermería: Marina Silva. Y que cuando le invitó un café para disculparse, descubrió que su familia era del mismo lugar del que eran mis abuelos, y Damasco.
Me pareció muy curioso.
¿Sabes? Existen relaciones a las que les llaman karmáticas: personas que están destinadas a toparse sí o sí.
Por aquel entonces todavía no sabía lo que eso significaba.
Pero me hizo mucho sentido que su cara me pareciera extrañamente familiar. Probablemente me la habría topado alguna vez en el pueblo.
Y no fue del todo errada, aquella conclusión a la que llegué.
Porque aunque en esta vida, mi primer encuentro con ella, había sido el hospital, sí que la había visto antes.
Hacia muchos años.
En otra vida.
En un funeral.
Deshaciéndose en llanto al lado de una fotografía.
Una de un chico de ojos impresionantes.
Un chico que había dejado de respirar aquella madrugada.
*****
De regreso al evento sentí un hormiguero.
Sí.
Ese que no había sentido hacia mucho...
Ese que escalaba por mis brazos y se quedaba disparándome descarga tras descarga en los codos.
Ese que que sólo ocurría cuando alguien estaba a punto de morir.
Comencé a caminar como en un transe hacia dónde la sensación se volvía más fuerte, más intensa, más dura...
Y tan pronto lo hice vi como el sacerdote Ramiel y Alan Garcés se escabullían por detrás de unos salones, en el edificio de los preescolares... lejos, pero la ropa que traían puesta me hizo saber quiénes eran.
El corazón se me aceleró al instante, y de pronto, todo a mi alrededor se sintió como si lo estuviera viviendo en cámara lenta.
No...
¡No!
Mis piernas se movieron por sí solas para cortar camino, y algunas bolitas espinosas y ramas secas, me rasguñaron, pero yo seguí corriendo, corriendo sin importarme nada, corriendo hasta topar con pared.
Oh Dios...
A Alan no...
Por favor a Alan no...
Escuché uno de mis tobillos tronar mientras corría pero no me importó, ni siquiera lo sentí.
Lo único que podía sentir era el martilleo de mi corazón dándome de golpes en cada parte de cuerpo.
Tan pronto llegué y ubiqué las voces, comencé a buscar una rama, una piedra, algo que pudiera ayudar, darnos tiempo...
"Alan Garcés..." — la voz de Ramiel sonó a unos cuantos metros, al otro lado de un muro —"¿Quien lo hubiera imaginado?"
Me aproximé un par de pasos, para situarme a un costado de la ventana. Estaba abierta y sólo me bastaba dar un brinco para poder-
"Monseñor..." —le respondió Alan.
"Basta de formalidades ¿Quieres? Que entre bestias nos sabemos entender" —le respondió el sacerdote, haciendo un ademán absurdo.
"Ramiel Zajac..." —Alan asintió.
"Vine a decirte que acepté tu petición..." —le informó Ramiel —"Tenías razón sobre esas chicas. Aunque tuve que corroborarlo viniendo de ti, porque ¿Sabes? Tus antecedentes familiares no son precisamente impecables" —continuó— "Pero ese despellejamiento tan perfecto, solo pudo haber sido hecho por uno de mi especie, así que felicidades, diste directo en el blanco"
Alan lo miró cm recelo, apretando la quijada.
"¿Atraparon al responsable?" —quiso saber.
"Supo cubrir bien sus huellas" —el sacerdote se encogió de hombros —"Pero seguimos buscando. A mí no se me escapa nadie Garcés. Sólo es cuestión de tiempo"
"¿Qué pasó con la otra cosa que te pedí? ¿Qué dijo el consejo?" —sonaba impaciente.
"Ah... el consejo sí... todos estaban muy sorprendidos y bastante emocionados de que un Garcés quisiera formar parte de La Orden Castiello" —se mordió el pulgar, divertido —"Pero sinceramente, no sé si tengas la madera para hacerlo"
"Ponme a prueba" —su voz no flaqueó.
"A eso vine..." —contestó, tronando los dedos, y tan pronto lo hizo, dos figuras encapuchadas salieron de algún lugar, con dos chicos encadenados.
Se veían demacrados, en los huesos, sucios... y de no más de 15 años, puede que menos.
Y sobre sus espaldas se esparcían numerosas marcas de latigazos, y pasajes bíblicos escritos en la carne viva, a navaja.
"Mátalos" —ordenó Ramiel divertido, mientras los encadenaban a una de las rejas de la escuela.
Alan no fue capaz de ocultar su sorpresa.
"¿Por qué tantas dudas Garcés? —volteó a verlo, esbozando una sonrisa que usó para mostrarle sus colmillos —"Si en cuanto formes parte de La Orden, vas a hacerlo todo el tiempo. Son desertores, miembros de la Resistencia. Que no te engañen sus rostros, su miedo..." —se aproximó a él para susurrarle sé cerca, pasándole su lengua bífida por el lóbulo de la oreja —"Esta ejecución va a llevarse a cabo de todas formas, así que demuéstrame que estoy en un error y que El Consejo no se está equivocando contigo, y realmente tienes la madera para hacerlo" —lo sujetó de la barbilla, haciéndole un poco de daño a la piel de sus mejillas, con sus garras —"Hazlo."
"Y luego... ¿Qué?" —Alan le sostuvo la mirada con firmeza. No había logrado intimidarlo, y a Ramiel eso le despertó mucho más interés.
"Y luego..." —se acercó para lamerle el cuello —"Luego te daremos la bienvenida como nuestro miembro más reciente. Con honoris causa y una de esas fiestas ostentosas en las que tanto te gusta lucirte"
"Quiero formar parte de la sección que se está encargando del caso de las chicas desolladas" —Alan no flaqueó.
"Hecho"
Entonces lo apartó de golpe.
Y sus ojos usualmente verdes y brillantes,se tornaron negros, huecos, profundos; como agujeros, y un montón de ramajes de venas oscuras y violáceas comenzaron a surcarle casi toda la piel, salvo poquísimas partes.
Sus colmillos también crecieron, afilados, deformando su rostro.
Y sus uñas se convirtieron en garras oscuras, puntiagudas, y largas; como las de un ave.
"Vaya... Ya había olvidado lo desagradable que es la apariencia de quién no puede alimentarse" —musitó Ramiel con una mueca lastimera —"¿Nunca has considerado participar en el Coliseo, Garcés? Aunque considerando quién eres, seguramente te destrozarían vivo, así que puede que continuar refugiándote bajo las faldas de los Burdeos, siga siendo la mejor opción para ti... o la única que tienes"
Alan lo ignoró y en un abrir y cerrar de ojos se abalanzó a una velocidad sobrehumana sobre el par de chicos, atravesando sus pechos con una mano para arrancarles el corazón, y arrojarlos al piso, a los pies de Ramiel.
Estos dieron un par de vueltas, tiñendo el suelo, como si fuera una ofrenda.
Y las costillas de los chicos quedaron abiertas, dejando su tronco entero expuesto y sangrando, desparramando partes de sus viseras por los agujeros.
Y en sus rostros quedó plasmado el horror.
Fue tan rápido que ni siquiera gritaron.
"Yo no necesito cambiar de forma o del maldito coliseo para encargarme de los desertores" —se limpió con la otra mano, un poco de sangre que le había salpicado en el pómulo—"Mi linaje es puro, y aún en esta forma puedo acabar con cada uno de ellos sin el mayor esfuerzo. Que no se te olvide"
Ramiel soltó una carcajada llena de satisfacción.
"Bienvenido a la familia, Garcés"
"Quiero la insignia en mi casa antes de que anochezca" —dicho eso, Alan dió la media vuelta y comenzó a alejarse.
Nota de autor: Holi. Perdón por la tardanza... se que dije que no pasaba de la semana y ya es Sábado, je... ups. En mi defensas diré que estoy enferma (de gripa normal ) y contagie a todos y he tenido una semana de locoooos 🤯
Lo estaré puliendo en la noche, porque seguro tiene mil errores de dedo, pero aquí se los dejo.
Mil gracias por leerme💕
¡Y bienvenidas nuevas y nuevos lectores!
Tenemos un pequeño grupo en fb en donde comparto adelantos, teorías y a veces sin querer mis primeras lectoras que ya son mis amigas, me obligan a darles pequeños spoilers.
El enlace está en la información de mi perfil por si gustan unirse a la familia de Las Relojeras 🤣
Marluieth.
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