54. Bailes que matan
"¿Sabías que en las fábulas, el gato siempre es traicionado por la lechuza? Algunos dicen que el ave siempre sintió algo extraño y confuso en el pecho. Algo que lo que agobiaba, que lo hacia diferente a nosotros... ellos dicen que era fe: fe en los humanos. Pero yo le llamo; necedad, estupidez, fallo... porque le salió tan caro que tuvo que cortarse las alas y meterse a una jaula.
Y ya que nos queda claro, que la historia no ha hecho sino repetirse una y otra, y otra vez, hasta llegar a límites exasperantes. Te voy a dar un consejo, uno que aún estás muy a tiempo de seguir, Candiani: Ama a la lechuza; pero no confíes en ella"
—Lyoshevko Lacroix
"Conviértete en alguien lo suficientemente interesante como para que no les quede de otra que extenderte una invitación..." —musité, mientras veía mi reflejo mirándome de regreso—"¿Qué demonios quiso decir con eso?"
Suspiré hondo y di dos pasos para sacar de una de las cajoneras, el gorrito azul que me había regalado Garcés luego de propinarme el más horrible manotazo que me habían dado en toda mi vida.
Combinaba perfectamente con la chamarra afelpada de mezclilla que llevaba encima, pero también me ayudaba a mantener mi cabello en su lugar y eso ocultaba un poco mi cara, y al mismo tiempo mantenía mis cachetes calientitos, así que definitivamente éste se iba en busca de aventuras (o problemas) conmigo.
Debajo llevaba una sudadera anaranjada, muy ligera y algo deslavada, pero esa era justamente la idea: no llamar la atención, porque hacerlo podía costarme muy caro, sobretodo considerando hacia dónde pensaba ir.
Jalé los cordones del cuello de mi sudadera hasta lograr que esta me ocultara la mitad de la cara, y después me coloqué unas gafas sin mica que había conseguido en uno de esos bazares de antigüedades: eran redondos, casi como los de Harry Potter, pero mucho más gruesos y oscuros, y tan pero tan grandes, que justo en ese momento yo era más lentes que cara.
"Bien..." —susurré —"Aquí vamos... ¡Modo Chilindrina/Sherlock on! ¡Modo Chilindrina/Sherlock on!"
Me deslicé unos pants capri a lo largo de las piernas y me puse un par de tenis deportivos.
Necesitaba hacerles el nudo ciego más fuerte que hubiera hecho jamás.
"Bien Helena. Tú sabes cómo hacer esto" —tomé los dos extremos de las agujetas y comencé a enredarlas la una con la otra.
Tenía que ser un nudo fuerte.
Tenía que resistir.
Tenía que conservar su tensión de aquí hasta que estuviera de regreso.
Pero sobretodo: tenía que asegurar perfectamente mis pies, porque ahí a donde iba no era un buen lugar.
No...
Ahí a donde me dirigía era el tipo de lugar en el que sí las cosas no te salen como quieres, terminas corriendo. Y más te vale correr rápido porque si fallas... seguramente te van a encontrar mañana pero dentro de una bolsa de basura y en partes.
Miré el reloj de mi mesita de noche... eran las 10:00 am.
Sí más cosas salían bien, debería estar de regreso a la hora de la cena, a lo mucho... con suerte un poco antes.
Me doblé algunos billetes y los puse en lugares diferentes de mi cuerpo y mi atuendo, así sí me asaltaban (lo cual era muy probable considerando que solo era una niña de 15 años metiéndose a uno de los lugares más turbios de México) al menos... al menos no se llevarían todo y me alcanzaría para regresar.
Además, ya estaba bien de no hacer nada...
¡Esto era por Jonathan!
¡Se lo debía!
¡Y lo mínimo que merecía ese niño pequeño era una vida normal!
Y yo estaba dispuesta a hacer, lo que sea, para dársela.
El timbre del teléfono me sacó de mis pensamientos y contesté al instante:
"¿En cuanto tiempo llegas?" —quise saber. Teníamos identificador de llamadas así que ya sabía quién era.
"Ya estamos abajo, bebé"
"¿Le metiste saldo suficiente a tu celular para que pueda llamar a un taxi en cuánto se vayan tus abuelos?"
"Obvio sí"—rió— "Oye pero, ¿cómo vas a regresarte? ¿Ya pensaste en eso? Sí quieres puedes decirme a dónde vas a ir y a la hora a la que quieres te pido otro taxi"
"Hum..."—jugué un poco con la idea —"No. Traigo dinero y... no sé cuánto me voy a tardar" —pensé un poco más antes de decirle lo siguiente. Pero yo mejor que nadie sabía que México cada día era mucho más peligroso para las mujeres, sobretodo para las que iban solas, así que me arriesgué —"Si dan las 9:00 y todavía no te llamo para decirte que estoy bien. Hay una carta en el cajón del medio, el de mi tocador... ahí... ahí lo explico todo. Pero no puedes decirle a nadie antes de esa hora" —recalqué.
"Amigui, me estás asustando..." —exclamó —"¿Estás segura que sólo vas a comprar zapatos?"
"Ya te dije que sí... pero son personas que los sacan ilegalmente de las bodegas de Liverpool, Palacio de Hierro y esas tiendas grandes... Así que te los venden mucho más baratos pero pues, también está esa pequeña posibilidad de que pueda ser alguien... ya sabes... raro"—añadí— "Sólo... hazme caso y no preguntes mucho... ¿Vale?"
"Ay Helena BUT.. ¿Y a ti desde cuando te salió el gusto por los zapatos? O sea, sorry amiguis hormiguis, pero la última vez que me escondí en tu closet para huir de Dami-bebé seguías teniendo esa colección toda ñoña de pantuflas de animalitos y chanclas con caritas y orejas. Seriously friend... o sea, estaba híper nice cuando jugábamos a las Barbies, y Ken y Max-Steel se las llevaban a la cita perfecta al zoológico y todo peeeeroooo amigui, ya no hacemos esas cosas... bueno, no todos los días y las citas ya no son al zoológico" —exclamó —"Y además la otra vez vi que te habías comprado una pijama súper extraña... ay amigui y también vi un documental de gente a la que le gusta hacer cositas vestidas de botargas... ¿No crees que es momento de que me cuentes algo? ¡Helena por daddy Diosito! ¡Soy tú mejor amiga! ¡Tu única amiga! ¡Y nunca me hablas de chicos! ¡O de chicas! ¡Así que si lo tuyo son esas cosas raras de animalitos yo te apoyo al mil! ¡Al cien! ...Ah, espera mil es más grande que cien, pero obvi me entendiste. El punto aquí Helena, es que si un día llegas de la mano con un tipo metido en una botarga de Winnie-Pooh gigante, yo lo voy a aceptar y hasta voy a aceptar ir al cine con ustedes... pero sólo muy muuuy temprano o muy muuuy tarde... porque te quiero ¿Está bien?"
Volqué los ojos.
"No. No está bien." —zanjé —"Bajo en 5" —Dicho eso colgué el teléfono y volví a mirarme en el espejo.
¿Tenía cara de que me gustaba una botarga de Winnie-Pooh?
¿En serio?
¿Mi amiga me había visto cara de que me gustaba hacer cosas raras con botargas en lugar de comprarme zapatos?
¡Agh! ¡La iba a matar!
Pero primero lo primero. Tenía que concentrarme en lo que estaba a punto de hacer.
Tú puedes hacer esto Helena, tú puedes... —Me dije a mí misma mientras salía de mi habitación.
Supongo que debes estar bastante confundido, mi querido lector... pero es que por fin había decidido tomar al toro por los cuernos. Como debí haber hecho hace mucho pero con todo lo que pasaba en mi vida, supongo que mi cerebro había estado más concentrado en procesar información que en general ideas...
Había estado tratando de investigar por mi cuenta, acerca de lo que éramos Cuervo, Alan, Deimos y yo... pero no había encontrado más que fábulas, creepy-pastas, y cuentos de terror.
Después quise investigar sobre el Coliseo de las Bestias, pero había pasado lo mismo...
Entonces fue que se me prendió el foco.
Si ya estábamos en plena época del auge del internet, entonces también estábamos en pleno auge de la deep-web... ¿No?
Y pese a que siempre fui un fracaso épico en todo lo relacionado a la tecnología. Ahora, gracias a las inversiones inteligentes que había hecho, tenía más dinero del que una niña de mi edad debería tener... así que lo usé.
Me metí un buen día a navegar por internet y contacté a un experto: a un hacker. A uno del que todo mundo hablaba en esas páginas turbias y llenas de cosas que nadie debería ver o saber... y que para mi fortuna, no me quedaba hasta Ucrania o Rusia (como muchos de los habilidosos en ese campo aún poco explorado) Nope, este ventajosamente me quedaba a hora y media de mi casa en autobús y a 40 minutos en taxi.
Pero había un pequeño... pequeñísimo problema, je.
Éste individuo vivía en uno de los lugares más turbios de México: Ecatepec.
Y aunque por ahí del 2006 casi nadie sabía de la existencia de ese lugar o no le tomaba demasiada importancia, probablemente debido al poco alcance mediático que tenían las noticias por aquellos tiempos...
Yo sabía que Ecatepec, en menos de una década, comenzaría a protagonizar los encabezados de los periódicos más importantes dentro y fuera del país, porque ese lugar... estaba a punto de convertirse en un foco rojo: en la cuna de los homicidios mexica la por excelencia.
Así que sí... me daba terror...
Pero también sabía que sí algo salía mal, pues... al menos no iba a morirme. Porque Cuervo me necesitaba, así que iba a usar eso a mi favor.
Me subí al coche de los abuelos de Argelia y nos dirigimos a la fiesta de Fobos.
Sí. De. Fobos.
Esa había sido la excusa que le había dado a mis padres.
Damasco se había enojado mucho cuando se había enterado, no le gustaba que fuera a esas fiestas desde lo que había pasado la última vez, así que al no haber sido capaz de convencerme de lo contrario, ni de acompañarme porque había coincidido con una entrevista que había conseguido gracias a su talento musical, había ido en el recreo directo a prensar al chico pecoso de su sudadera para después estrellarlo contra una de las rejas.
"¡Como le pase algo, te voy a buscar hasta debajo de las piedras y te voy a cortar los huevos, cabroncito! ¿Te quedó claro? ¡Quedas advertido!" —y luego lo había estampado contra el pasto.
Pero a diferencia de lo que habría hecho el habitual bravucón Fobos, antes del espectáculo nudista que le habíamos dado a las monjas y que nos había forzado a convivir cada Domingo sin falta...
Este chico se había quedado ahí, rojo hasta las orejas y sin poder despegar sus ojos de la entrepierna de Damasco.
Y ahora que me ponía a analizar un poco más la situación. Fobos había cambiado por completo desde ese día.
Sí, seguía siendo despreciable.
Sí, seguía encabezando a los bullies.
Y, sí, seguía haciéndole segunda a todas las malas y aterradoras ideas que salían de la cabeza de Deimos, y seguía ejecutándolas frente a Alan para que éste otro pudiera deleitarse con los espectáculos más asquerosos, crueles y denigrantes, sin la necesidad de mover un dedo para que su imagen de "Niño dorado" no se le viniera abajo.
Una vez les habían rociado alcohol a un montón de escarabajos y luego les habían arrojado un fósforo.
Y en otra ocasión, en la clase de gastronomía del mundo, sugirieron "inocentemente" cocinar langosta y luego hicieron una ardua investigación para justificar el por qué se tenía que arrojar al crustáceo vivo, al agua hirviendo.
Y por supuesto, los tres fueron los primeros en ofrecerse a ejecutar dicha tarea.
Deimos, fingiendo que era por librar de la espantosa hazaña a todas las chicas a las que traía locas.
Alan, con la excusa de que era un fanático de la cocina mediterránea y que, si se había sugerido el platillo, el haría lo que estuviera en sus manos para que sus compañeros pudieran degustarlo como debía ser y ajá... ganándose esos aplausos y reconocimiento que tanto le gustaba coleccionar y restregarme en la cara.
Y Fobos (o Alex) con el típico papelito de macho de: — "¡Muevan el culo maricones de mierda, que esto solo lo podemos hacer los hombres de verdad!"
Sólo que, este "hombre de verdad" cuyos comentarios homófobos lo habían caracterizado durante toda su vida (o por lo menos en el tiempo que llevaba conociéndolo), al parecer, había tenido una pequeñísima y muy insignificante revelación luego de haberle agarrado aquello a Damasco frente a toda la escuela, y era qué, tal vez... le había gustado.
Así que... ¿Que si la actitud de Fobos había mejorado? Nope. Ni un poco, pero digamos que lo desagradable no afloraba cuando Damasco estaba cerca, y que ahora en todos los entrenamientos del equipo de soccer había un nuevo espectador en las gradas, oculto tras la excusa de flirtear con el grupo de chicas que siempre se quedaba ahí, a comerse a los del equipo con los ojos porque las monjas no las dejaban a hacer otras cosas.
Aunque había a cierta chica a la no le importaba acumular reporte tras reporte... una muy bonita, de trenzas... creo que sabes de quién hablo.
Así que cuando Damasco empapaba su uniforme en sudor (o sea siempre, debido a su obsesión por hacer ejercicio hasta quedar deshecho) y se quitaba la playera de encima, para refrescarse un poco, mostrando sin una gota de vergüenza aquellos abdominales bien definidos , brillantes y escurriendo, Alex Zendejas (acá Fobos) era al primero al que se le oscurecían los ojos. Pero poco después gritaba mi amiga:
"¿¡Y los shorts para cuando!? ¡¡Mamacitoooooo!!" —su cara de ardillita inocente y sus comentarios pervertidos no hubieran podido ser más opuestos —"¡Yo si te daba, Dami my love! ¡Y no consejos! ¡O sí! ¡Pero de los que son muy malos!"
Entonces Damasco echaba la cabeza hacia atrás al no poder contener la carcajada, e inmediatamente me buscaba, agitando la playera que acababa de quitarse como si fuera una bandera.
Y yo también me reía, pero mi risa se iba más por la dirección de gritarles: ¡Ustedes dos no tienen remedio!
"¡Señorita Porras! ¡Se me va a la dirección inmediatamente por un reporte!" —le había gritado una de las consagradas. Se le habían subido todos los colores al rostro.
"¡Ay! Otro más a la colección amigui..." —se quejó, encogiéndose de hombros—"Pero este definitivamente valió la pena" —me guiñó el ojo.
"Imagino que sí..." —le contesté —"Igual que los otros treinta"
Y deténte ahí.
Porque si piensas que ahora gracias a la infame Suspensión Activa, nuestra dinámica había mejorado y con ella... nuestra relación, temo decirte que no podrías estar más equivocada.
La mía, la de Damasco y la de Argelia seguirá siendo buena, muy buena.
Pero con Deimos, Fobos, Alan y Verónica... no había hecho más que empeorar.
Pero puede que eso haya sido un poquitín mi culpa... por abrir mi enorme bocota ese día, justo después de que a Damasco se le ocurriera darle alpiste a Alan.
"¿Dijiste alpiste?" —se levantó estrujando la bolsa.
"Ajá..." —le respondió el otro en tono burlón —"¿Qué no lo ves?"—y aquí entré yo con mi maniobra de jalarle la nariz cada que no me gustaba algo que hacía—"¡Auch!"
"¡No puedes tratar así a Alan, Damasco!" —lo reprendí, arrebatándole la bolsa a Alan y lanzándosela directo a la cara.
Pero obviamente no le di, porque sus reflejos de Terminator, lo hicieron atraparla.
"¿Y por qué n-¡Auuuuch!"
Le lancé mi sándwich pero, por tener las manos ocupadas, ese no lo pudo atrapar.
"El hecho de que él prefiera escuchar a su novia y evitar pelear contigo cuando te pones en modo orangután es algo para aplaudirle y no para burlarse"—exclamé—"Yo te aplaudo Alan. Me da mucho gusto que con solo 17 años seas un hombre deconstruido. Al que no le importa ser un mandilón o que le llamen pollita sin huevos, con tal de no pelear"—añadí, girándome para señalar a cada uno de los chicos—"¡Y definitivamente todos ellos deberían ser más como tú! Porque a ti no te importa si quedas como un debilucho y un cobarde, frente a todos ¡Pusiste primero tu madurez y eso es lo importante!"
Y: C.R.A.S.H
Le había destrozado el ego sin darme cuenta.
"¿Qué cosa dijiste, moco?" —preguntó lentamente. Como si no diera crédito a lo que acababa de escucharme decir —"¿Debilucho? ¿¡Cobarde!?"
Y la sonrisa de Damasco no hizo más que ensancharse. Aunque en ese momento no entendía por qué.
"Pero no te preocupes, porque no lo eres, Garcés"—le dije con orgullo, dándole una ligera palmadita en el hombro—"¡Aunque no lo creas! Y para que te quede claro, yo estoy muy muuuy orgullosa de ti porque sé que bajar la cabeza y dar la otra mejilla requiere de mucha más fuerza que soltar la mordida, aunque a los ojos del mundo quedes como un cachorrito que se va con la cola entre las patas. Además aunque no seas un chico fuerte ¡La fuerza interior cuenta mucho más! Así que no necesitas usar tus puños, yo voy a defenderte porqu-"—pero me interrumpió, subiendo su voz a un tono que nunca le había escuchado.
"¿Y a ti quién mierda te dijo que yo necesitaba que alguien como tú me defendiera?"—se giró para encararme, la mandíbula le temblaba y si hubiera podido matarme con la mirada ahí mismo, lo habría hecho—"Escúchame bien Helena, porque te tiene que quedar bien claro: Yo nunca he necesitado a alguien para pelear mis peleas por mí, y eso no va a cambiar hoy. Así que no te metas".
"¿La estás amenazando? Porque si le vuelves a hablar así, te voy a volver a moler el hocico a golpes"—le dijo Damasco poniéndose de pie—"O debería decir... ¿El pico?"
"¡Ya deja de decirle esas cosas Damasco!"
"¡Ya te dije que no te metas!"
Pero afortunadamente en ese momento llegaron las monjas y el profesor de educación física para apagar el incendio... uno al que yo muy accidentalmente le había arrojado gasolina encima.
Y desde ese día Alan Garcés no me había vuelto a mirar a los ojos, no directamente.
Y Damasco estaba más que feliz. Sobretodo porque sin querer, yo había dado el tiro de gracia.
Y como siempre, Deimos había visto todo como si no fuera más que una película, mientras engullía su sándwich.
En fin... creo que no vale la pena mencionar que nuestros Domingos se habían vuelto un reverendo dolor en el trasero.
Los vidrios de la camioneta de los abuelos de Argelia se empañaron un poco debido al frío que hacía afuera.
No tardamos mucho en llegar, y en cuanto emprendieron su camino de regreso, yo me despedí de mi amiga y también emprendí el mío. Directo a pagar porque alguien con los conocimientos suficientes me facilitara una información a la que yo no tenía forma de accesar.
El cielo se veía un poco nublado, y el taxi apestaba tanto a tabaco que se me impregnó toda la ropa.
Tal vez debí haberlo tomado como el aviso de un mal presagio... pero iba demasiado distraída viendo cómo esa ciudad que conocía, se alejaba cada vez más...
*****
Llegué a una construcción en obra negra con varillas oxidadas en la parte de arriba, en donde alguna vez alguien quiso construir un segundo piso que quedó en el olvidó.
Había un montón de vidrios rotos de botellas en la parte posterior de cada ventana, seguramente para conseguir cortar al ladrón que decidiera entrar.
Aspiré hondo hasta llenar mis pulmones y me saqué una moneda de 10$ pesos mexicanos del pantalón. Las de 20 eran las más grandes, aunque en tamaño no había mucha diferencia, igual servía bastante bien para llamar a la puerta.
"Tres toques" —musité.
Tres toques me había dicho...
Inflé mis pulmones por segunda vez y llamé a la puerta.
El sonido del metal contra metal provocó que un montón de perros que vivían en las azoteas de las casas aledañas comenzaran a ladrar avisando que había un intruso en el vecindario.
Un cuarteto de hombres de la tercera edad me clavaron los ojos. Se veían tomados, sucios, y por su apariencia y el montón de cajas de cartón y retazos de cobijas que los rodeaban, parecía que vivían ahí, desde hace bastante tiempo.
Uno de ellos le dió un golpecito al otro y levantó las cejas de forma obscena mientras sacaba la lengua y comenzaba a batirla en medio de dos de sus dedos. Me asqueé porque sabía perfectamente lo que significaba pero decidí ignorarlo y volver a tocar la puerta.
Los perros ladraron otra vez.
Dos de los hombres se pararon y comenzaron a caminar en mi dirección.
¿Era éste el momento en que se supone que se me dispararan todas las alarmas internas y me obligaban a correr?
¡No!
¡Pero ya había venido hasta acá y necesitaba respuestas!
Me daba tiempo de tocar una tercera vez.
Además por el estado en el que se encontraban, yo era más rápida que ellos...
Levanté la moneda y estuve a punto de tocar por vez tercera, pero finalmente se abrió la puerta.
"Esos buitres no pueden ver carne fresca porque se les antoja" —me sonrío un hombre vestido únicamente con una playera desmangada con hoyos y algunas manchas de lo que presumía eran frituras, un par de shorts deportivos azules con franjas blancas, unas chanclas que dejaban ver su poco aseo personal, una barba descuidada, anteojos, y un tatuaje de una calavera vestida como la Virgen de Guadalupe, en su hombro derecho —"Estas mucho más chiquita de lo que creía" —sonrió —"¿Vas a pasar o te dejo para que conozcas un poco mejor a mis amigos?"
Por un momento se me congelaron las piernas, pero logré dar en paso hacia el interior de su casa.
La puerta rechinó cuando se cerros detrás de mí.
"Perdón por no abrirte luego, luego... estaba meando" —me explicó mientras se hurgaba dentro de la nariz —"¿Traes lo que te pedí?"
Asentí lentamente y me saqué un sobre de cartón del corpiño.
"Si quieres cuéntalo..." —le dije mientras lo depositaba en su mano.
"Ahhh... todavía se siente calientito..." —me dijo sin despegar sus ojos de donde me lo había sacado.
"¿Puedes darme por favor mi encargo?" —traté de desviar el tema de forma educada, no me gustaba cómo me estaba mirando a pesar de que mi cuerpo era todo menos exuberante y además, estaba completamente cubierto. Esto me demostraba una vez más, que a los degenerados nunca les han importado esas cosas.
Se lamió los labios,
"¿No te quieres quedar un ratito?" —preguntó.
"No puedo, tengo tarea... y necesito regresar a mi casa rápido porque tenemos horarios" —di un paso hacia atrás instintivamente, pero antes de que pudiera hacer otra cosa, me tomó de la cintura con su palma y me atrajo hacia el.
"¿Qué hace una muñequita como tú investigando sobre las cosas sádicas que a los ricachones les gusta hacerle a las personas?" —me preguntó levantándome la cara para verme mejor. La sudadera le estorbaba así que le bajó—"Mira nada más esa carita... pero a ti te gusta hacer cosas malas ¿Verdad?"
Cerré los ojos.
¿En qué acababa de meterme?
"Hicimos un trato" —le dije, apartando la cara con brusquedad.
Él soltó una carcajada.
"Sí, sí... pero no sabía que una niñita de tu edad iba a venir acá" —contestó—"Y resulta que tengo tratos que me dejan mucho más dinero, con personas a las que les gustan las niñas como tú y más si nunca nadie las ha tocado... pero a diferencia de lo que tú me hiciste investigar para ti, estas personas te van a tratar muy bien muñequita... te lo prometo"
Entonces emitió un silbido y salieron otros dos hombres de atrás, con una facha y apariencia muy parecidas a la suya.
"Aquí está por lo que pagaste..." —Jaló un sobre oculto bajo un montón de envolturas de papás fritas y colillas de cigarro —"Para que veas que yo sí cumplo, bonita... La información la tienes ahí, y te la estoy poniendo en tus manitas. Cosa muy diferente a que un día puedas salir a que la luz del Sol te deje leerla... porque yo a ti te prometí darte la información pero nunca te dije que ibas a poder salir de aquí con ella..."
"Me gustan más cuando están asustadas" —susurró uno de los hombres, tomándome del brazo con fuerza —"Me dan más ganas"
Intenté zafarme, pero solo conseguí que me clavara las uñas.
Me mordí la parte interior de la lengua para no gritar.
"Ya con esta son tres" —musitó el que no había hablado —"Con que consigamos cuatro nos van a dejar en paz por un buen rato, y además puede que cuando terminen con ellas nos las dejen a nosotros"
Me preparé para volver a escuchar sus risas enfermas, pero el estruendo de la puerta de lámina azotando contra el piso , no me dejó.
Y antes de que pudiera hacer cualquier cosa, dos hombres salieron volando y escuché sus huesos tronar contra el concreto de la construcción.
Perdieron la consciencia al instante.
Mi espalda comenzó a arder nuevamente, y mis cada una de mis venas, arterias y vasos sanguíneos, se sintió como si estuviera transportando hielo.
Pronto una enorme mano se cerro alrededor de la garganta del hombre que aún me sujetaba, y lo hizo con tanta fuerza, que no necesité más que una mirada rápida, para saber qué le había tronado el esófago.
Su cabeza quedó colgando de su piel lacerada y del hueso roto, y luego se fue para atrás.
En ese momento me percaté de las venas rojas que se le marcaban en el brazo a quien acababa de salvarme, como si estuvieran hechas de liquido luminoso.
Y lo supe.
Lo supe antes de que la sangre que salía a chorros de su nariz me empapara la playera.
Lo supe antes de que sus ojos salieran del transe y lo obligaran a recuperar la consciencia.
Lo supe antes de que bajara la mirada hacia mí y me mirara con confusión.
"He-Helena q-qué... ¿qué hice?" — me preguntó como si segundos antes su razón se hubiera visto completamente ofuscada por algo mucho más poderoso que se había detonado dentro de él.
Pero tan pronto quise abrir la boca para decirle cualquier cosa que lo tranquilizara...
Se escucharon dos disparos.
Fuertes, despiadados, y también los supe certeros en cuanto la camisa gris que traía puesta comenzó a teñirse de escarlata, justo ahí, en el vientre.
Porque había dos sujetos más en este lugar que habían venido a hacer justicia por su propia mano en cuanto habían escuchado el alboroto.
Damasco cayó de rodillas y me miró en completa confusión.
La sangre que le brotaba comenzó a hacer un charco cada vez más grande en el piso.
"!N-No!" —grité, pero pronto sentí su mano en mi mejilla, haciendo pequeños círculos.
"¡Y como intenten hacer algo más, les llenamos la cabeza de plomo!" —gritó uno de los hombres.
"No lo mates... todavía nos sirve para vender sus córneas y su corazón, tal vez alguno de los riñones... todo donde no haya tocado la bala"
"¿¡Que mierda les hicieron!?"
Los ojos de Damasco comenzaron a nublarse. Y dejó caer la mano a un costado, esa con la que me había estado acariciando segundos antes.
"No me dejes..." —supliqué.
"Nunca..." —mintió.
Pero lo sentía...
De alguna forma podía escuchar a su corazón bombear sangre dentro de su pecho cada vez más y más lento...
Entonces, lo sostuve de los hombros con mis manos, y en ese momento me di cuenta de que... de que si... de que sí...
Comencé a buscar a mi alrededor y pronto visualicé lo que parecía ser un sacapuntas de plástico a menos de un metro de distancia.
Lo jalé como pude, y le estrellé mi rodilla encima para romper el plástico, tuve que hacerlo tres veces para que se rompiera por completo.
Algunos trozos me hicieron daño, pero no me importó.
Porque ahora tenía una navaja.
¡Una navaja!
Y si me hacía un corte fuerte en una de las venas largas del brazo... yo...
Yo podría-
"Ni se te ocurra" —escuché a una voz bastante familiar, hablar desde el umbral de la puerta.
Sentí una especie de alivio, pero fue un alivio extraño. Ahora lo sé, es del tipo de alivio que sienten algunos animales cuando actúan en manada.
Me giré por solo para corroborarlo y ahí estaban: ese par de ojos duros y de una tonalidad tan parecida al hielo que podría confundirse, mirándome de regreso, con una ceja arqueada ante la situación.
Sus colmillos comenzaron a desplegarse hacia abajo y se lamió un hilo de veneno con la lengua, pero lo que alcanzó a caer, le hizo agujeros al piso.
Sus pupilas se tornaron largas, animales y su mirada era cruel, y a diferencia de otras ocasiones, no tenía un sólo ápice de diversión, pero había euforia... una euforia completamente descontrolada.
"Deimos..." —susurré.
Y luego el lugar se llenó de un montón de disparos y del sonido de decenas de huesos rompiéndose con tanta facilidad, que pareció como si desde el principio hubieran estado hechos de cartón.
*****
"Podríamos sólo dejarlas ahí... Y esperar a que la selección natural haga lo suyo" —sugirió Deimos, mientras jugaba con las barbas de su bufanda de cashmere rojo cereza, que ahora palidecía por completo, ante las múltiples salpicaduras de sangre que le habían teñido la ropa—"Dejemos una cubeta con agua y un frasco de vitaminas para que agarren fuerzas y no se mueran de deshidratación, porque eso sí que sería muy aburrido y un total desperdicio... y cuando agarren fuerzas les va a dar tanta hambre, que no van a tener de otra más que comerse entre ellas... y en una semana venimos a ver si hay una chica ganadora o si terminaron arrancándose la lengua a mordidas sólo para tener algo que digerir. Y como no vale la pena matar a nadie que no pueda suplicar... entonces podríamos liberarlas"
Se puso en cuclillas para observar a las chicas de cerca, como si estuviera visualizando mentalmente lo que acababa de decir, y sin darse cuenta, se pasó la lengua por esos labios que contrastaban a la perfección con el pálido de su piel. El clima los había resecado un poco, pero se le humectaron al instante.
Y algunas escamas azules comenzaron a dibujarse sobre su piel.
"No" —tajé —"Vamos a sacarlas de aquí y lo vamos a hacer ahora"
Deimos volteó a verme y se encogió de hombros.
"Ya llegará el día en el que de esa boquita, salgan propuestas mucho más encantadoras y divertidas que las mías..." —me pasó el pulgar por el labio inferior —"Y ahí voy a estar para escucharlas todas"
"Quítale tu mano de encima lombriz" —musitó Damasco detrás de mí. Aún no se reponía del todo, pero ya podía caminar.
En el piso de arriba se encontraban los cadáveres de aquellos hombres... o bueno, lo que había quedado de ellos. Porque Deimos los había destazado hasta convertirlos en una plasta amorfa de carne molida, viseras, retazos de piel, huesos astillados, y restos de deshechos fecales.
Después, se había acercado a nosotros aún con su firma animal: con las líneas de escamas en forma simétrica decorándole los pómulos y los brazos, con los colmillos afilados y las pupilas alargadas. Y con esa lengua bífida lamiendo los restos de sangre y fluidos que se le habían impregnado en las yemas de los dedos.
Entonces se había clavado los colmillos en el antebrazo hasta reventarse una vena y había rociado las heridas abiertas de Damasco con su sangre.
Éste último se había doblado de dolor al instante, y había gritado con tanta fuerza que temí perderlo ahí mismo, en ese horrible lugar, pero antes de que pudiera decir o hacer cualquier cosa, sus heridas comenzaron a expulsar uno a uno los casquillos de metal.
Y nunca el tintineo del metal golpeando un piso de cemento, me había aliviado tanto como en ese momento.
"Esa mordida que tiene en el brazo... fue un regalo de una serpiente ¿Me equivoco? Pero no de una cualquiera. Fue una fuerte, de las de antes. Lamentablemente con todo lo que nos ha pasado ya no somos capaces de hacer cosas como esas" —su herida también empezó a cerrarse—"Así que eso me vuelve mucho más compatible con el orangután, y también desperdicio menos mi querido maná" —explicó y luego volteó verme—"Si sigues usando el tuyo como si fuera infinito... vas a tener que cazar antes de tiempo gatita. Y aunque para mí va a ser muy divertido verlo... no creo que te vaya a gustar"
"¿C-Cómo... c-como fue q-qué...?" —pero la pregunta no hacía más que atorarse dentro de mi garganta.
Él rió.
"¿Qué como fue que te encontré? Porque la serpiente siempre ha sabido como encontrar al gato... y si no me crees pregúntale a él"—le dirigió una mirada obtusa a Damasco—"Ah... Espera. Él no es una serpiente... no una de verdad, al menos. No sé cómo funcione con los recipientes pero por lo que vi, dudo que siquiera recuerde cómo llegó hasta acá"
No era necesario que me lo dijera...
Eso también lo sabía.
Me había dado cuenta.
Damasco dejaba de ser Damasco cada vez que sucedían ese tipo de cosas.
Cada vez que... qué las venas de su brazo comenzaban a destellar... y a llenarlo de algo... de algo que no era humano.
Lo sentía.
Y luego se le venían las hemorragias.
Y cada vez le duraban más.
Como ahora.
"Un recipiente..." —susurré.
Nos quedamos en silencio esperando a que Damasco se repusiera. Y luego les dije lo de las otras chicas.
Las liberamos.
Fue difícil buscar entre la basura, la porquería, el desorden y los restos humanos, un par de pinzas para poder cortar los alambres, porque Deimos se negó a ayudar y se limitó a esperarnos en la puerta.
Después tuvimos que caminar un par de cuadras hasta llegar al estacionamiento en el que había dejado su auto. Porque sí, era verdad... Damasco no recordaba nada, ni siquiera si había llegado en taxi, en autobús, corriendo o arrastrándose.
Era como si ese momento simplemente no existiera dentro de su cabeza.
Así que dependíamos completamente de Deimos para regresar, porque resulta que mientras ese tipejo me había tenido sentada sobre sus piernas, también había aprovechado para sacarme todo el dinero que traía encima y sin que me diera cuenta.
Y creo que está de más decirte que de ese dinero, ahora sólo quedaban boronas, revueltas con... muchas cosas más.
En cuanto arrancó el auto, Deimos nos arrojó unos frascos de plástico bastante brillantes.
"¿Qué es esto?" —le pregunté, observándolos. El contenido se veía líquido y espeso.
"Úntenselo encima... en la ropa, en la cara, en las manos, en donde ustedes quieran. Háganse todo tipo de figuras ridículas, no sé, símbolos de amor y paz, yang yangs, la esvástica nazi... sean todo lo ridículos y creativos que quieran ser. Bueno, no es que no lo sean todo el tiempo pero hoy es el día en que ese usualmente inútil talento, les va a ser de utilidad"—explicó, mirándonos por el espejo retrovisor—"Es pintura neón. Para no desentonar a donde vamos y disimular las manchas de sangre"
"¿Y a dónde se supone que vamos?" —le pregunté molesta.
"A uno de esos espectáculos callejeros del bajo mundo, que seguramente el orangután que tienes al lado tuyo conoce muy bien" —dió un volantazo rápido y pisó el acelerador adrede —"Necesito relajarme un poco para liberar la tensión y unos cuantos tragos de euforia me vendrían más que bien"
"No" —rebatí —"¡No vamos a ir a ningún lado! ¡Y menos después de lo que acaba de pasar!¡Necesito ir a mi casa, Máxime! ¡Y necesito ir ahora!"
Eso lo hizo soltar la carcajada.
"¿Sabes que es lo mejor?"—le dió otro volantazo brusco al coche, provocando que el montón de frascos cayera al piso y yo tuviera que sostenerme de uno de los respaldos para no estrellarme contra la puerta—"Que si no es de vida o muerte, a mí me vale un carajo lo que tú o cualquiera necesite"
"¿Que no te das cuenta de lo que acabamos de hacer? ¡Podríamos ir a la cárcel por eso! ¡Podrían estarnos buscando ahora mismo!"
Eso lo hizo reír aún más.
"¿Por qué no sé lo dices?" —sé dirigió a Damasco —"¿O quieres que se lo diga yo?"
"Cierra la boca" —zanjó —"En lo que recupere las fuerzas, te voy a buscar y te voy a sacar a puño cerrado las llaves del jodido auto" —aún le costaba respirar.
"¡Solo déjanos en una bendita estación de taxis! ¡Podemos pagarle llegando!" —le volví a gritar.
"Ahhh... sí tan solo lo hubieras dicho antes de que... me quedara demasiado lejos" —dobló en una esquina y estacionó el auto en una bodega que abrió utilizando un control automático —"Bienvenidos a la fiesta. No los voy a detener si quieren quedarse en el auto a lamentar lo ocurrido. Están en todo su derecho de ser todo lo aburridos y patéticos que quieran. Pero sí piensan salir. Háganse un favor y báñense con la pintura"—comenzó a vaciarse frasco tras frasco encima —"A no ser que busquen que todo el mundo piense que los acaban de atropellar o que se les perdió alguna fiesta de Halloween"
"¡Deimos!"
Pero me cerró la puerta en la cara y nos guiñó el ojo antes de irse.
"¡Como lo detesto!" —rugí —"¿Como puede estar pensando en ir a una jodida fiesta después de lo que acaba de pasar?"
"Helena..."
"¿¡Qué!?"
"Vamos a vaciarnos la pintura neón encima y vamos a bajar..."
"¡No! ¿Por qué? ¿¡Tú también!? ¿!Qué demonios les pasa?!"
"No"—me tomo del hombro —"No me compares con ese enfermo. Yo me siento igual o ...más confundido que tú"—suspiró —"Estos últimos días... tú sabes cómo han sido. No poder hablar con nadie. Tú evadiéndolo todo y yo dándote tu espacio y tratando de sacarlo con música, viendo videos, golpeando cosas..."
"No entiendo a qué quieres llegar"—rebatí—"Ni tampoco qué tiene que ver eso con ir a una jodida fiesta"
Tomó mi mano y depositó un beso al interior de mi muñeca.
"Que tienes 15 años..."—susurró —"Sólo 15 años mi vida, y ni siquiera puedes disfrutarlos. Date el permiso de ser una niña normal por un par de horas. Todo esto va a terminar algún día, te lo prometo... Tú vida no va a ser así siempre. Todavía tenemos que irnos de hippies por el mundo y me tienes que cargar la maleta de ropa..." —eso me hizo sonreír pero solo un poco —"Pero en lo que pensamos en una forma de parar todo esto... puede que dejes de tener 15 años y yo 18, y nos hayamos perdido el momento de ser un par de mocosos estúpidos que sólo buscan pasar el rato... y los momentos no regresan Helena. Aunque creas que sí, nunca vuelven, y si vuelven no son iguales, y si son iguales, nunca vuelves a sentir lo mismo"
"No estoy de humor para divertirme en este momento"—susurré —"Acabamos de matar a cuatro personas Damasco..."
"Cuatro personas que se dedicaban al secuestro y prostitución de menores" —recalcó —"Sabes Helena... Antes de llegar al pueblo, yo dolía frecuentar muchos sitios como esos y conocí a todo tipo de personas mientras buscaba una forma de juntar peso a peso, lo suficiente para las quimios de mi mamá" —me acomodó un mechón de cabello —"A los tipos así nunca los atrapan porque siempre están relacionados con gente más importante. Y cuando los atrapan, solo los encierran un rato y luego los vuelven a soltar... Tú sabes mejor que nadie como funciona este sistema se mierda y este país de mierda. Hoy eran 4 niñas... después iban a ser 10... luego 20... luego 100... y no estoy justificando lo que hicimos porque hubiera preferido no hacerlo yo, pero alguien tenía que hacerlo. Y hoy, gracias a ese imbécil y a nosotros, esas niñas van a poder cenar en su casa"
"Damasco... yo..." —me humedecí la garganta.
Pero antes de que pudiera decirle cualquier cosa, abrió uno de los frascos, se empapó el dedo índice y me dibujó en la frente lo que luego descubrí que había sido una carita enojada.
"¿Qué diferencia va a hacer el quedarnos aquí en vez de salir a tratarse pasar un buen rato?" —me susurró al oído y me dió un toque con la punta de la nariz —"Además enojona, creo que hoy puedo estar de buen humor por los dos y se te va a terminar pegando"
Arquee una ceja.
"No sé qué cosa me dibujaste ahí pero te voy a poner bigotes unos bigotes más ridículos que los de Pancho Villa" —comencé a abrir uno con pintura azul y glitter.
"Y yo voy a dejar que me destroces la cara" —sonrió —"Pero sólo por hoy. Así que aprovecha"
Nos pintamos de pies a cabeza y luego salimos del auto mano a mano, directo hasta donde se encontraba la música electrónica y el aglomeramiento de almas.
El Sol comenzaba a ocultarse y la pintura comenzaba a emitir su propia luz.
El mar de gente brillaba de todos los colores, y bailaban los unos con los otros, pegados, dejándose llevar, escurriendo en su propio sudor y en ajeno.
Damasco me guió hasta uno de los múltiples carritos ambulantes y me hizo sentarme sobre la parte libre de una banquita de metal, en la parte ocupada estaba una pareja besándose.
Entonces me guiño el ojo y se perdió entre la multitud para luego regresar con una bebida y un elote hervido bañado en crema, queso y salsa, que me depositó en la mano.
"¿Qué es eso?" —le pregunté con curiosidad, viendo el vaso.
"Pulque..."—me sonrió —"Puedes probar pero no te voy a comprar uno porque aún eres menor de edad"—me acercó el vaso—"Toma"—insistió—"Dale un trago... es de mis cosas favoritas en el mundo y el curado de fresa definitivamente se los lleva de calle a todos... Aunque yo lo prefiero natural, pero a ti no te va a gustar así"
Me llevé el vaso a la boca.
El líquido inmediatamente despertó mis papilas gustativas.
"Hum"—musité —"Pensé que iba a saber amargo pero sí sabe a fresa... y se siente como si tuviera un montón de burbujas"
Eso lo hizo reír.
"¿Burbujas? No. No tiene burbujas, pero es una bebida fermentada que se toma fresca"—me explicó —"Así que al primer contacto con tu lengua se siente como una descarga"
"Está rico" —admití, regresándoselo de mala gana.
"¿Sólo rico? ...Está buenísimo" —se llevó la bebida a los labios y se la empinó de golpe —"Ven"—me jaló para ponerme de pie —"Te voy a enseñar otra cosa..."
"¿Más alcohol?"
"Más alcohol" —admitió —"Pero para ti solo probaditas"
"Que injusto..." — me quejé.
"Entonces crece rápido" —me tomó de la cintura y me pegó contra su cuerpo —"Así vamos a poder emborracharnos juntos hasta morir y luego te voy a enseñar lo ricos que saben los tacos de asada en la madrugada y lo bien que se escucha la guitarra"
Le rodee el cuello con los brazos.
"Y luego nos van a obligar a ir juntos a Alcohólicos Anónimos" —susurré —"¡Sí! ¡Que romántico!"
"Sólo si nos atrapan..." —esbozó una de esas sonrisas de lado que sólo le marcó un surco de media luna sobre la mejilla. Y el aire le removió algunos mechones de cabello que me permitieron ver aquella cicatriz que le partía la ceja derecha justo por la mitad —"Pero yo corro muy rápido. Les va a costar alcanzarme"
Y de repente y no sé cómo, ya me llevaba cargando entre sus brazos mientras se abría camino empujando un montón de gente con los hombros para que pudiéramos pasar.
Las luces del escenario comenzaron a bailarle sobre la piel, sobre los ojos, sobre el cabello, sobre la pintura neón que traía embadurnada en todos lados.
"Algún día te voy a llevar a uno de esos conciertos de música indi. Te va a gustar Helena..." —me habló al oído porque el retumbar de las bocinas no permitía que fuera de otra forma —"Es la mejor música porque la hacen los artistas que todavía no firman con las discográficas grandes. Es música pura, música virgen que todavía no se revuelca con el dinero para que la eche a perder"
"Suena bien..." —admití —"¿Cuando va a llegar a ese día?"
"Cuando tengas edad para que pueda comprarte una cerveza artesanal y para que te la tomes conmigo... en tres años" —susurró —"Vamos a llegar del concierto y nos vamos a sentar en una banqueta a tomárnoslas mientras vemos a los autos pasar de madrugada. Y vamos a pasarnos la noche platicando de la vida, del mundo, de la muerte, de los seres de otros planetas, del amor..."
Sus ojos se vieron más intensos, más brillantes, más como un eclipse imposible de ofuscar en medio de tantas luces neones.
Y me gustaron. Me gustaron más que todas las veces que los había visto.
Me mordí los labios y levanté la cara.
"Podemos hablar de amor ahora..." —mis manos sostuvieron su cara con firmeza y no pude evitar fijar los ojos sobre sus labios.
"Tus papás van a matarme" —intentó apartarse.
Pero lo aprisioné por el cuello de la camisa que traía puesta para impedir que lo hiciera. Y por la brusquedad del movimiento, le volé un botón.
Un botón que me di cuenta que todo este tiempo había estado sobrando, porque de repente se veía mucho más atractivo.
"¿Tú les vas a decir?" —lo atraje hacia mí.
Lo atraje porque un centímetro más lejos, de pronto, se había vuelto algo demasiado insoportable.
Esta vez no se movió
Lo vi dudar y mirarme, y volver a dudar... y fallar.
Y nuestros labios impactaron el uno contra el otro: ganas contra ganas, carne contra carne.
Y comenzamos a devorarnos ahí mismo, como si no hubiera un mañana.
Como si solo existiéramos los dos.
A veces se apartaba un poco, para cantarme al oído algún pedazo de una canción que se sabía, pero su voz sonaba mejor que la de todos los artistas que estaban cantando ahí... mucho mejor... y lo único que provocaba era que volviera a aprisionarlo con mis manos y me dejara llevar por el impulso de volverlo a besar, a morder, a probar.
En algún momento me pareció ver a Deimos con dos chicas, bailando con ellas, besándolas al compás de la música, rodeándoles la cintura...
Y luego lo perdí de vista.
O tal vez seguía ahí pero ya no me importó.
Porque yo sólo quería ver al hermoso y sensual chico que tenía enfrente, a ese de ojos dorados e intensos que tenía una voz tan increíble y tan sexy que me hacía pensar: 'Si algo me pasara y mi vida acabara hoy; en este momento, estaría bien... Estaría más que bien'
"Te quiero" —le susurré entre beso y beso, mientras mordía sus labios que eran mucho más suaves de lo que hubiera imaginado (y me los había imaginado muchas veces)—"Te quiero aunque seas un hippie raro que toma bebidas todavía más raras y que quiere más a las plantas y a los animales que a las personas"
"Tú me gustas más que las plantas..." —susurró. Su voz era áspera, ronca, pero estando así sonaba aún mejor. Y ese par de medias lunas le adornaban la sonrisa—"Pero solo un poco, así que no te emociones..."
Y ojalá todo hubiera terminado ahí.
Y ojalá nuestro mundo no hubiera estado a punto de desmoronarse.
Y ojalá y esa noche hubiera durado solo un poco más...
Al otro día el país entero se sacudió ante la aparición de dos cuerpos.
Dos chicas.
Habían sido completamente despellejadas... hasta llegar al hueso.
Por aquel entonces aún no se concientizaba a nadie sobre el respeto hacia los familiares de los muertos y el dinero que el morbo podía recaudar era mucho más importante.
Así que casi todos los periódicos y revistas populares, se llenaron de la imagen de ese par de cuerpos violentados al grado de lo irreconocible.
Y lo peor era que yo sabía perfectamente quienes eran, porque las había visto la noche anterior bailando con su asesino.
Y cuando lo confronté no lo negó.
"El maná no es infinito gatita. Y tenemos que cazar para regenerarlo" —su carcajada resonó en la bocina del teléfono —"Pero no te preocupes... que ustedes los gatos tienen una manera mucho más aburrida de hacerlo" —lo escuché acomodarse —"Y gracias a mí, pudiste disfrutar anoche de esa vida que alargué para ti".
Esa fue de las primeras veces que la palabra feminicidio estuvo en boca de todos y de las pocas que erró.
Porque Deimos no era un feminicida.
Era un depredador.
Un depredador que estaba cazando.
Igual que yo...
Nota de autor: Capítulo largo y recién salido del horno... Quedó un poquito largo y aunque me gustó, todavía siento que podría darle más sabor aunque me esperaré a que mi cerebro vuelva a funcionar para hacerlo porque justo en este preciso momento... está muy quemado.
Poco a poco nos vamos acercando al final del primer libro... ¡Yay!
Muchas gracias por leerme 💕
Marluieth.
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