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50. El Coliseo de las Bestias



"Y cuando desapareció la jaula, el pájaro extendió las alas y emprendió a toda velocidad su vuelo. Pero olvidó que los espejos y las ventanas, también se saben vestir del azul del cielo. Su libertad lo mató, porque no supo manejarla... pero murió sintiéndose libre."

—Helena Candiani



"¡Helenaaaa!"—la voz de Damasco me llamó desde abajo, sonaba bastante alterado, incluso para él... El problema fue que después del golpe, ni siquiera tuve tiempo de girarme para intentar buscarlo con los ojos y responderle porque, en lo que me pareció una extraña ola de calor, todo a mi alrededor se volvió demasiado negro.

Es muy curioso todo lo que puede pasar en el transcurso de 5 minutos... ese fue el tiempo que demoró cierta chica (acá moi) en volver a abrir los ojos, luego de que le propinaran un tremendo manotazo en la cara marca: llorarás.

Y si no lloré fue porque mis glándulas lagrimales también terminaron noqueadas. Y es que nunca sabes quienes pertenecen al club de los que tienen "la mano pesada" hasta que te pasa algo parecido a lo que me pasó a mí. Gracias Alan Garcés, ahora ya todos sabemos que no necesitas ser un gran luchador porque sólo basta un zape como los que tú das para descontar a alguien y hacerlo ver estrellitas de todos los colores que existen.

En fin, levantemos el telón para que puedas apreciar todo lo que sucedió después y si me permites darte un consejo, te sugeriría que te pongas cómodo, porque pocas veces ha habido circos así de buenos que además, tengan la peculiaridad de llegar a su clímax dramático únicamente en 5 minutos.

"Solo son 5 minutos" —pensarás—"¿Qué tanto pudo pasar?"

Ja.

Jaja.

Jajaja.

Creo que te sorprenderías mucho si supieras TODO lo que puede pasar en ese pequeño lapso de tiempo, porque no has considerado la variable más importante de todas: ninguno de los ahí presentes éramos personas normales y razonables. Así que si había una forma de hacer las cosas mal, seguramente encontramos la forma de hacerlas peor, MUCHO PEOR... llámalo talento nato si quieres.

Resulta que solo bastan unos pequeños, insignificantes y aparentemente indefensos, 5 minutos para que una chica pase de modo: "Estoy haciendo mi acto de diva orgullosa y dramática, porque creo que me merezco una disculpa bonita pero además te conozco y sé que vas a aguantar cada uno de mis desplantes que no le hago a nadie más que a ti, y además sé que en el fondo te gustan" a "Me acabo de convertir en una extraña bolsita de catsup humana, recién aplastada, y si no me ponen rápido de ladito, me voy ahogar. HEEEELP"

Eso desató el caos.

*Crash*

"Ah sí... y me acabo de pegar con el filo de las gradas justo al centro de la frente, así que, si una nariz rota no era ya tragedia suficiente, también me saldrá un chichón que me hará parecerme mucho a un unicornio... zombie".

Ah... pero eso no fue todo.

Oh, no.

Claro, que por supuesto, que no.

Porque resulta que en esos mismos 5 minutos, un chico (que gracias a su tranquila, madura y pacífica forma de resolver los problemas, tiene todas las miradas del cuerpo estudiantil encima) puede decidir arrancarse los bóxers y los pantalones ahí mismo, porque según él, le estorban para correr gradas arriba (¿Tanto te costaba volvértelos a subir Damasco? ¿¡Por qué mierda hiciste eso!? ¡¿Por qué?!) y es que al parecer para poder entrar en modo Hulk, uno también tiene que romperse la ropa: es todo o nada Caballeros.

"¡Imbécil de mierda!" —Ahhh sí, estás en lo correcto mi querido lector, ese que acaba de abordar la situación con tanta propiedad y madurez, claramente fue el chico al que le vale un pepino traer las pelotas al aire, mientras con un derechazo bien dado, decide que la mejor forma de resolverlo todo, es rompiéndole el hocico a ese otro chico—"¡¿Qué mierda te pasa?!"

"¡Quítate!"—rugió el chico del labio reventado zafándose del agarre del primero.

"¡Se va a quitar tu puta madre!"

Otro golpe a las costillas.

Un puntapié.

Un agarrón de greñas: porqué al parecer, eso de la masculinidad también se lo estaban pasando por el arco del triunfo.

Pero es que mientras el primer chico era víctima de un ataque de ira jarcor, el segundo chico estaba más preocupado por lo que acababa de hacer que por defenderse, así que a pesar de haber caído nalgas al suelo repetidas veces, y de haberse ganado un bien merecido Oscar, gracias a su más reciente papel como saco de boxeo, se las supo ingeniar para rodar hacia un costado (como un hábil gusanito) y arrastrarse hacia la pobre bolsita de catsup inconsciente (que ya parecía más un extra de Resident Evil que otra cosa), y en su muy peculiar sentido común para afrontar situaciones de estrés (con las que estaba tan bien familiarizado como con la humildad ¡Jaja!), decidió que era una magnífica idea desabrocharse la camisa ahí mismo (porque si se trataba de darles un show de stripptease a las monjas, había que dárselos completo, why not?) para según él, tratar de parar la hemorragia explosiva en la nariz de la chica unicornio, muy a pesar de que sus conocimientos en primeros auxilios no fueran más allá de tener la habilidad para poder abrir una cajita de curitas, pero ajá. Intentémoslo: ¿Qué puede salir mal?

No es como que a su pobre novia se le vaya a revolver la bilis ahí mismo...

Ah, pero espera...

¡Que estos 5 minutos aún no terminan!

Así qué si aún no tienes una bolsa de palomitas en la mano, te sugiero ir por una. YA.

Resulta que este es el momento en el que una energética chica con trenzas perfectas, aparece en escena agitando las manos y gritando cosas que nadie entendió, y antes de que las monjas o alguna maestra, puedan hacer algo, decide entrar en modo cowboy (¿cowgirl?) y montarse a la espalda del chico de las pelotas al aire, como si estuviera jugando al toro mecánico en alguna feria (pero la versión nudista), para según ella intentar calmarlo.

Y el público se preguntará: ¿Y Argelia lo logró?

Respuesta: Claro que no.

Pero probablemente desarrolló alguna especie de fobia hacia los toros mecánicos o cualquier otra cosa que se les parezca.

Eso sí , la pobre consiguió dejar muuuuy en claro su fanatismo desmesurado hacia los Simpsons, cuando le enseñó a media escuela sus calzones de Homero comiendo donitas.

Aunque, la verdad es que en ese momento no le importó mucho que digamos... claro que, después de eso pasó alrededor de 3 semanas llorando debido a un "suicidio social", que claro que cometió, y acabándose paquetes enteros de galletas Oreo para según ella "llenar su vacío interior", pero bueno, esa es otra historia... regresemos a esta, que todavía se pone mejor.

Te dije que fueras por tus palomitas.

Resulta que, en esos mismos 5 minutos, sí te sales de la escena central sólo un poquito, y te vas a la esquina lúgubre que está por allá... te encontrarás a un tercer chico bastante gordito y muy muuuy triste, que no deja de mirarse las manos con mortificación. Lo entiendo. Debe ser bastante difícil salir del shock de haberle tocado el pene a ese otro chico al que está montando la chica de trenzas ¡Y frente a toda la escuela! ¿Habrán tomado fotografías de eso? ...Ojalá que no. Dios... Dios no... ¿Alguien tiene gel antibacterial para esta pobre criatura?

¿Alguien?

No Fobos. Nadie va a ayudarte, así como nadie ayudó a esas pobres ranas que destripabas solo para "ser cool y hacerte notar".

Así que comete este destripamiento social enterito y sin lubricante, porque lo más seguro es que nadie se va a acordar de que existes, hasta después de que llegue y se vaya la ambulancia, y cuando eso suceda, definitivamente no te van a buscar para pasarte un gel antibacterial... o sí, pero arrojado directo a la cabeza para ver si eso logra que tu escaso trío de neuronas haga sinapsis y se grabe lo siguiente: No es buena idea hacerle bromas a chicos que tienen problemas de auto-control.

Aunque creo que nadie necesita decírtelo...

"Heeeh" —espera... ¿Acaso esa fue una pequeña risa de diversión emitida por la única persona que considero que es mucho más sádica y cruel que Fobos?

Vaya...

Creo que la frase: "Y con esos amigos... ¿Para que quiero enemigos?" Nunca tuvo más sentido que hoy... ¿Verdad, Deimos?

Porque a ti no te preocupa tu amigo traumado y sexualmente confundido, o tú otro amigo que sigue arrastrándose en el piso, sin camisa. Oh no, por supuesto que no.

A ti lo único que te interesa es no perderte un solo segundo de disfrute de esta magnífica escena que parece escrita y dirigida por el mismísimo Quentín Tarantino... ¿Verdad?

*Shack*

Espera... no me digas que... ¿A caso ese fue el sonido de una bolsita de papas abriéndose?

Bueno, mi querido lector, sí nunca fuiste por palomitas o por papas, Deimos te ganó a hacerlo.

Porque nuestra querida serpiente acaba de dejar muy en claro que es el mejor amigo que cualquiera podría desear. Y que acompañará a sus amigos siempre de los siempre, en las buenas y en las malas (pero sobretodo en las malas y aún más, en las malísimas)

Y si creíamos que el cinismo podría tener alguna clase de limite... bueno, pues ya vimos que no, porque tampoco se midió a la hora de exprimirle un limón a sus papitas "para que le supieran más rico"

¿Te gustaron estos pequeños e insignificantes 5 minutos?

Yo estoy segura de que a las monjas les gustaron mucho, mucho más. Ojalá pudieras ver sus caras. Yo todavía me carcajeo nada más acordarme... por supuesto que en ese momento no me reí, la verdad me tomó algunos años hacerlo. Así como sucede con casi todos los eventos trágicos; lloras el día en que te enteras que reprobaste matemáticas y en 3 años se convierte en una anécdota digna de contar: "¡Mírame a mí! ¡Que no me morí el día que reprobé matemáticas, pisé caca de perro y le pusieron chile del que sí pica a mi elote a pesar de que soy súper coyon para los sabores fuertes! ¡Jojojo!" —digno de un libro de superación personal, claro que sí.

En fin...

Aquí fue cuando por fin pude volver a abrir los ojos, pero como te habrás dado cuenta, ya había ardido Troya... y ahí, desplomada a la mitad de las gradas, lo primero de lo que me percaté fue que no era capaz de respirar por la nariz, y también de que cada vez que lo intentaba me silbaba justo como el pingüinito descompuesto de Toy Story.

¿Q-Qué mierda?

¿¡Por qué había dos chicos parcialmente desnudos tan cerca de mí?!

¿Y por qué a uno lo estaba montando Argelia?

¿Y por qué tenía cara de que no lo estaba disfrutando?

"¡Quítate de encima! ¡Maldita niña vikingo!"—Damasco daba un montón de vueltas sobre su propio eje, cuál perro persiguiendo su propia cola.

"¡No! ¡Ya todo el mundo me vió los calzones por tu culpa de todas formas!"

Bueno. Tenía razón... yo desde aquí podía vérselos.

De hecho, creo que incluso la había acompañado a comprarlos a una de esas convenciones secretas (para ella) que nunca de los nuncas se perdía pero a las que siempre acudía con un extraño disfraz: una peluca rosa chicle, unas gafas de Sol vintage puntiagudas (muy a la Audrey Hepburn), y una gabardina tan amarilla como los locales de Elektra.

A mí me daba muchísima pena acompañarla peeero, me dejaba tomarle fotos, muchas... ¿Y quien era yo para dejar ir una oportunidad de chantaje tan buena?

"¿Por culpa? ¡Claro! ¡Porque seguramente fui yo el que te dijo que te me subieras encima!"

"¡Damasco! ¡Por el amor de mí precioso daddy Diosito! ¿¡Estás buscando que te expulsen!? ¡¿Ehhh?! ¿Para eso querías la beca?"

"¡Hah! ¿Y a ti que mierda te importa, niña metiche? ¡Es mi maldita beca y se la puedo meter por el recto a ese imbécil si quiero!"

Vaya.

¿Cómo le hacía para soportarlos casi todos los días?

¿No existe un botón que sirva para ponerle pausa a las personas? ¿O mute?

Por favor, que alguien lo invente pronto porque aquí tiene una clienta segura.

"¡¡Que te quites vikingooo!!"

"¡¡Que no me voy a quitarrr!!"

Pena ajena a la décima potencia.

¿Era muy tarde para hacerme la loca y fingir que no los conocía?

A juzgar por todas las miradas que iban y venían de ellos hacia mí, al parecer si.

Me despegué un mechón pegajoso de la frente y traté de incorporarme, pero pronto sentí un par de manos firmes sobre mis hombros. Al parecer según la enfermera escolar, si quería incorporarme, debía hacerlo a velocidad tortuga.

Así que eso hice.

Tampoco quería que se me terminara cayendo lo que quedaba de mi cara, solo por intentar hacer las cosas en modo rápido y furioso. Además...

¿Qué otra cosa podía perder el día de hoy?

Ya había perdido la nariz...

La dignidad...

Y estaba a nada de perder el sentido del oído gracias a las voces mesuradas y angelicales de mis amigos.

Miré a mi costado.

Alan Garcés se estaba dejando limpiar la cara por una de las monjas, aunque por su mirada, podía jurar que hubiera preferido unirse a las visiones que estaban haciendo Argelia y Damasco.

¿Y qué lo detenía?

Ah sí: su imagen de niño Perfecto.

Ojalá pudiera verse con mis ojos y darse cuenta de que en este momento de perfecto no tenia nada. A no ser que su idea fuera disfrazarse de la versión masculina de Carrie de Stephen King, porque entonces, se veía más que perfecto.

Bebí un poco de agua y esperé a que me explicaran la situación las maestras, y lo que no pudieron explicarme, lo terminé deduciendo. No fue tan difícil, considerando el show.

"¿Quieres que te acompañe alguna maestra al hospital, Candiani?" —me preguntó la prefecta.

"No"

"¿Estas segura? Tus papás ya deben estar camino al hospital pero entendemos que estés conmocionada y necesites de algún apoyo emocional"

"Estoy bien"—aseguré—"Creo que con el personal de la ambulancia es suficiente... pero muchas gracias"

Mi voz sonaba como una mala parodia de Calamardo.

"¡Diles que quieres que yo vaya contigo!" —gritó Damasco, aún con Argelia colgándole del cuello.

Torcí los ojos y lo ignoré.

Pero una de las profesoras no lo hizo:

"¡Póngase algo inmediatamente!"—lo reprendió—"Y ni usted ni ningún estudiante más va a subir a esa ambulancia, sólo pueden acompañarla docentes o familiares y usted no es ninguna de las dos cosas"

"¡Yo soy prácticamente un familiar!"—se le plantó al frente —"Soy su futuro novio"

Genial.

Mi futuro novio presentándose frente a toda la escuela en pelotas.

¿Qué hice para que me amaras tanto Diosito?

"Un supuesto futuro novio sigue sin ser un familiar"—le contestó Alan con un tono ácido y lleno de obviedad —"No hay lazos consanguíneos. No es algo tan difícil de entender... Y tampoco das clases aquí. A menos que lo que pretendas hacer, sea darnos una clase demostrativa sobre los rituales de cortejo en el mundo de los primates. Cosa que tampoco necesitamos porque gracias a Dios, en esta escuela contamos con una biblioteca que tiene una basta selección de libros de Biología básica"—añadió—"Ahora que, si toda esa testosterona te deja recibir consejos, yo te recomendaría que te dieras una vuelta por la selección. Hay lecturas que seguramente te encantarán, como las de la evolución de los homosapiens y los neandertals. Leí que redescubrirse puede ser algo bastante liberador"

Me llené los cachetes de agua y se la escupí a Alan a presión en la cara.

"¡¿Qué te pasa?!"

"Perdón. Es que mi nariz rota ni siquiera me deja pasar bien el agua... trataré de tener más cuidado"

Me llevé otro sorbo y se la volví a escupir.

"¡Oye!"

"Perdón. Volví a intentarlo y no pude"—fingí inocencia—"Debe ser que soy muy estúpida. Igual que esas personas que salieron en el programa de '1000 Maneras de Morir' tratando de apagar un incendio con gasolina"

Quiso abrir la boca para intentar resignarme, pero me aclaré la garganta con mucha fuerza, cada vez que lo intentó, hasta que se dió por vencido.

Ojalá y mi querido ojitos de Sol también fuera controlable solo con aclararme la garganta, pero no... Ese otro hombre no saldría de modo Berserk ni aunque me rompiera todas las cuerdas bucales intentándolo.

"Heh"—Damasco se giró y comenzó a arremangarse la camisa del uniforme escolar para descubrirse el brazo, sus ojos destellaban con varias emociones que preferí no descifrar—"Creo que me faltó darle otro en la boca al niño bonito, para que ya no le quedaran ganas de usarla"

Le lancé mi botella de agua vacía directo a la cabeza.

"¡¡Auch!!"

¿Qué demonios pasaba con la autoridad de los docentes el día de hoy?

¿En que momento iban a quitarse los rosarios del cuello y comenzar a usarlos a modo de látigo para controlar a este par de orangutanes?

"Candiani"—volvió a llamarme la profesora— "¿Está segura de que no quiere que la acompañe nadie?"

"¡Que no está segura! ¡Ya dije que yo voy a ir!"

Al parecer la botella de plástico no había servido de mucho.

Y  estábamos en las gradas así que no había piedras o palos cerca.

Pero bueno, aún tenía puestos mis zapatos...

Y eran dos.

"¡Cierre la boca y vístase, Cortés! ¡No voy a pedírselo dos veces!" —la profesora lo señaló tratando de no verlo.

Aunque era imposible no hacerlo con eso brincándole para todos lados.

"Haaa..."—resopló Alan —"Tal vez si en lugar de intentar hablarle en español, agarra una libreta y se lo explica con jeroglíficos, el estudiante nuevo pueda entenderlo mejor, profesora".

"¡Cierra la maldita boca pedazo de mie-"—

Los asesiné a ambos con los ojos.

Pero antes de que pudiera decirles cualquier cosa, la ambulancia llegó.

"¡Helena! ¡Diles que yo voy contigo! ¡Vivimos juntos así que cuento como un familiar!"

La. Terquedad. Hecha. Persona.

Seguí caminando.

"¿No les vas a decir que quieres que yo vaya?"

¿De verdad este hombre prácticamente desnudo era capaz de seguirme por toda la escuela si no le contestaba?

"¡¡Helenaaa!!"

Al parecer sí.

Me paré en seco.

Apreté los puños y me giré.

"¿Me estás hablando a mí?"—traté de sonar tranquila.

"¡Pues sí! ¿A quien más?"

"Perdón. Creía que la boca de mi supuesto futuro novio solo servía para gritar o sorber jugo... ¿Quien hubiera imaginado que también la sabía usar para intentar
conversar conmigo?"

Alan soltó una risita victoriosa y bastante cínica ante mi comentario.

Y Damasco me miró incrédulo.

"¿Qué? ¿Querías que me pusiera de tu lado aunque prácticamente me has estado aplicando la ley del hielo desde que regresé del retiro? ¡Pues no!"—le dije mientras me ayudaban a subir a la ambulancia—"¿Quieres que las cosas regresen a la normalidad entre nosotros y vuelva a apoyarte en todas las estupideces que se te ocurran? Entonces ofréceme una disculpa decente. Y asegúrate de incluirle flores y chocolates y si piensas hacerlo en el hospital ¡También pantalones! ¡Y globos! ¡Y peluches de esos que son tan grandes que solo de verlos me den ganas de vomitar!"

Se quedó estático.

Entonces me giré a Alan.

"¡Y tú! ¿Qué mierda te pasa? ¿Estabas tratando de proteger mis ojos virginales de un pene? ¿En serio? ¿Qué piensas que las niñas sólo por ser niñas no vemos porno o qué? ¡Es la razón más estúpida por la que me han roto la nariz en mi vid-" —pero antes de que pudiera terminar de gritar mi discurso feminista producto de la adrenalina del momento, las emociones que había absorbido del ambiente y ¿Por qué no? ¡Echémosle la culpa también a mí cuerno de unicornio! ...Las profesoras me cerraron las puertas de la ambulancia en la cara.

Este definitivamente no había sido un Lunes muy católico.

Y así fue como la ambulancia comenzó a avanzar conmigo dentro gritando el mejor discurso sobre igualdad de género que nadie pudo escuchar, mientras prácticamente me desangraba, porque no es bueno emocionarse de más, en plena hemorragia.




*****



Hay eventos que te marcan.

Eventos de los que sobrevives pero no vuelves a ser el mismo.

Eventos de los que te repones, pero no del todo porque una parte de ti, muere.

Supongo que eso fue lo qué me pasó... después de lo que vi.

Salí a pedazos, con grietas, y tan rota que mis piezas no pudieron volver a encajar igual.

Aún hoy lo recuerdo y se me eriza la piel... y es que aquello fue el primer indicio de que el monstruo al que pretendía enfrentarme era mucho más grande de lo que pensaba.

Y que los juegos de sangre y poder solo son así de atractivos e interesantes en las películas.

Y que la realidad supera a la ficción en lugares en los que menos te imaginas:

Un baile de máscaras.

Al menos eso era en apariencia...

Al menos, así se veía...

Pero es que las máscaras eran tan ostentosas y tan distintas; algunas con sus plumas coloridas y alargadas, e incrustaciones de piedras preciosas aquí y allá para acentuar ciertos rasgos... y otras eran lisas, de concha nácar o de porcelana fina, con los bordes bañados en dorados, plateados y cobrizos para llamar sutilmente al misterio: tan parecidas a las esculturas lladro tan codiciadas por los coleccionistas de arte, y quién sabe... puede que ellos mismos fueran quienes se las habían hecho.

Ya en este punto, nada me sorprende.

Ahí había toda clase de personas importantes e influyentes, figuras públicas, líderes religiosos, artistas, supuestos predicadores de la paz, políticos, mafiosos, narcotraficantes, plutócratas y monarcas reales, todos formando parte del mismo evento, susurrándose codo con codo, besándose las mejillas, las manos... como si ese cuento de ser opuestos y llevarse mal, no fuera más que un acto, solo para los ojos de los menos acaudalados y las masas más vulnerables.

Como si por primera vez estuviera viendo todo lo que pasaba una vez que se bajaba el telón.

Y no era que sus identidades hubieran quedado descubiertas o que las llamativas máscaras, acompañadas de aquella vestimenta simplista en blancos y negros lisos, seguramente utilizadas deliberadamente con solo el único propósito de hacerlas resaltar aún más (si es que eso se podía), no cumplieran con su función de disfraz perfecto, porque lo hacían y de sobra... aquello era un traje confeccionado a la medida y con el único propósito de mantenerlos en completo anonimato, eran sus conversaciones, sus movimientos, y sus ademanes los que los terminaban delatando.

Tragué saliva con incomodad pero aún así decidí acercarme.

Ellos no podían verme.

Y esto seguramente ya había pasado hacia mucho tiempo... pero de todas formas mi estomago se estaba retorciendo en incómodos pálpitos. Como si me estuviera avisando que después de ver lo que estaba a punto de ver, sería un cómplice más.

Un cómplice de algo completamente turbio, macabro e ilegal.

¿Cuantas veces habrían sido salpicadas ya, estas inmaculadas y majestuosas paredes color marfil, del espeso y tibio rojo de la sangre?

Deslicé mi mano sobre la superficie fría y aterciopelada.

¿Por qué si el salón estaba impregnado de las fragancias y perfumes más caros y exclusivos, de todas formas mi nariz alcanzaba a percibir ese inconfundible y amargo olor a óxido?

¿A caso era yo la única que lo percibía?

Dios... incluso estaba comenzando a marearme.

"¿Por qué diantres debemos esperar hasta que den las 12:00? ¡Es absurdo!" —se quejó una mujer que llevaba un vestido de terciopelo negro con encajes del mismo color, que apenas y le cubrían la mitad de sus voluptuosos senos. Tenía un tatuaje hindi en la clavícula... me pareció que ya lo había visto en alguna de esas revistas como Vogue o People, que tienden a hacer listas presuntuosas de personas adineradas y famosas, como listas de millonarios, mujeres empedradas o empresarios jóvenes... pero mi cabeza no me dió para evocar el recuerdo exacto, solo fue la sensación...

"¿Por qué las prisas, preciosa? Al final todo el folclore que rodea al evento es algo... conmemorativo" —le contestó un hombre de smoking blanco, de los clásicos, con corbata del mismo color, y una máscara de porcelana un tanto minimalista. Y por alguna razón, mi cuerpo entero se puso en alerta en cuanto pronunció la última palabra.

"Y también es parte de la emoción, querida, porqué a las 12:00 de la noche se acaban los cuentos de hadas y comienzan las pesadillas" —añadió una señora de la tercera edad, con cabello blanco e impecable y una máscara dorada.

Todos rieron ante el comentario.

Me quedó claro que cada cosa que se decían tenía un mensaje oculto.

"Brindo por eso... por unas cuantas pesadillas que le den un poco de sabor a mi vida y den algo de lo que valga la pena hablar, para variar" —un cuarto hombre levantó una copa de cristal cortado, tan generosamente llena de vino tinto, que bastó un ligero movimiento de su muñeca para que se le derramara un poco sobre la pechera —"Aghhh, mierda"

"Bueno, la ventaja es que nadie te va a estar viendo a ti" —se burló la primera mujer, sacando un pañuelo de uno de los bolsillos ocultos de su vestido —"Estas cosas son demasiado estorbosas pero realmente no les cabe prácticamente nada, así que tuviste suerte"

El hombre se encogió de hombros y resopló de mala gana.

"¿Apostarás mucho?" —le preguntó el hombre del smoking blanco.

"Lo suficiente..."

"¡Vaya! ¡Que manera tan elegante de decirme que mejor cierre la boca!"

"Lamentablemente hay bocas que no se saben cerrar ni con toda la elegancia del mundo... pero gracias por el elogio, siempre ponen de buenas"

"¿Que te puedo decir? Se requiere un poco más que un traje que asemeja a un pingüino y un comentario ácido para comprar mi silencio"—añadió, contorneándose un poco—"¿Así que... ?"

"Es una cantidad lo suficientemente fuerte como para poner las cosas interesantes... y date por bien servido con saber eso porque no pienso decirte más..." —el hombre soltó una carcajada llena de autosuficiencia.

"Vaya... Y yo que no me considero una persona curiosa, creo que ya mordí el anzuelo. Solo dinos una cosa; ¿Es solo dinero lo que has puesto en juego aquí?"

"Por supuesto que no"—el hombre se llevó la copa a los labios y sorbió un trago—"¿Cuando ha sido el dinero, incentivo suficiente como para mover los hilos en este lugar?"

"Bueno sí, aquí las cosas no son tan simples como en esas peleas de perros o de gallos... aquí hay verdaderos monstruos"—la señora del vestido de terciopelo blanco comenzó a abanicarse.

"¿Y qué se supone que ganan? ¿Su libertad?"

"Bueno sí... pero es mera cortesía. No es una libertad como tú y yo la conocemos, sería demasiado peligroso"

"Una libertad falsa a cambio de un buen espectáculo ...y muchos billetes. Claro que, no es que nos hagan falta ¿verdad? Aquí se invierte y se gana más adrenalina que otra cosa"

"¿Y los ponen a pelear entre ellos desde que empieza?" —se acercó al grupo, un tercer hombre vestido completamente de negro, portando una máscara que asemejaba una cebra. Traía una ostentosa y pesada cruz en plata, colgándole del cuello.

"No me digas que... ¿Es la primera vez que vienes?"

"Y-Yo... N-No claro q-que no... No... No" —el hombre se notaba nervioso, y su voz sonaba joven, muy joven. Aunque las voces a veces pueden ser demasiado engañosas... nunca hay que fiarse de ellas. Y ahora que lo veía bien, el cuello de su ropa era tipo mao, como los que utilizan los sacerdotes, aunque tal vez estaba sacando demasiadas conjeturas.

"¡Dios! ¡Es la primera vez que viene!" —exclamó la mujer del abanico de un brinco tan eufórico que también le rebotaron las siliconas.

"¡Dije que no!"

"No mientas niño, que se te nota mucho más" —observo la otra mujer, soltando una risa baja—Además, para nosotros los viejos... ¡Siempre es mucho más interesante convivir con miembros nuevos! Es parte de lo que le da sabor. Como el betún casero al pastel de tres leches. Sé mi betún primor ¿Quieres?"

"Y a tu pregunta querido, no..."—volvió a hablar la otra mujer—"¿Alguna vez leíste algo sobre los coliseos y los gladiadores? ¿O viste alguna de esas películas? Es algo así lo que estás a punto de ver... ¿Tendrás estómago para ello?"

"Preciosura..." —intervino el hombre vestido de blanco —"No hagas que salga corriendo ¿Qué no ves que al pobre ya le están temblando las manos? Deja que forme su propio criterio..."

"Nunca he visto ninguna película de gladiadores" —reconoció el de la máscara de zebra y la cruz, soñaba algo incómodo.

"¿No?" —volvió a hablar el que se había manchado la pechera de vino—"Es algo bastante creativo, único... jerárquico. Y luego vinieron a aparecer los aburridos derechos humanos y lo arruinaron todo. Entonces dejó de ser tan público, y también... dejaron de usarse humanos, y se les reemplazó por zorros, gallos, perros y finalmente monstruos"

"Ah, pero no le quites la emoción, que lo vea, que lo disfrute... ¡Si se lo cuentas ya no va a ser igual!" —la mujer del escote rodeó el brazo del que acababa de hablar.

"Tienes razón... tienes razón, lo siento..."—el hombre volvió a llevarse la copa a los labios—"En fin, ¿Me permites invitarte a nuestro palco? A mi también me fascina convivir con nuevos miembros ya que por aquí no tenemos muchos, ademas, puedo asegurarte que tenemos una mejor vista que la que sea que te habrán designado..."

"¿Como lo sabes?" —el hombre de la máscara de zebra se puso un poco a la defensiva —"Además, no tienes ni idea de quién soy"

"¿Intuición? Llevo acudiendo a esto desde que inició así que no deberías subestimarme"—le respondió, acercándose al hombre y deslizado fuera del bolsillo de su traje, una especie de papelito dorado.

"¡O-Oye!"

"1134-C... No está mal, pero sí lo que buscas es disfrutar de toda la experiencia del evento, nuestro palco sigue siendo una mejor opción" —insistió el hombre, regresándole el boleto —"Y con respecto a lo otro... No. Y tú tampoco sabes quienes somos, ¿Y sabes por qué? Porque aquí no importa quién seas allá afuera. Aquí lo único que importa es pasarla bien y estar dispuesto a ganar o perder mucho dinero"

El hombre tragó saliva incómodo.

Y antes de que pudiera decir cualquier cosa, las campanadas que marcaban las doce, comenzaron a sonar con muchísima fuerza.

Ahí fue que vi, un majestuoso reloj de madera y mecanismo antiguo, justo al centro del salón. Lo habían puesto ahí deliberadamente, con la única finalidad de anunciar este momento.

Los murmullos cesaron.

Y todos comenzaron a verse los unos a los otros, mientras la tensión aumentaba.

Entonces un hombre agarró un candelabro y comenzó a incendiar una de las obras de arte más grandes, que habían usado para decorar el salón. Una réplica de alguna obra de Leonora Carrington: una réplica exacta.

Los aplausos no se hicieron esperar en lo que la obra al óleo se terminó de consumir bajo el calor de las llamas, dejando ver un montón de escaleras forradas en terciopelo rojo que iban en descenso.

"Vaya... llevo viniendo cuatro años seguidos, pero la forma en que nos muestran la entrada nunca deja de sorprenderme" —el hombre de la pechera, arrojó con fuerza la copa de cristal al suelo. Se hizo añicos al instante —"Y aquí señores, es cuando se acaban los bocadillos y las charlas aburridas y comienza la verdadera fiesta" —dicho eso, comenzó a avanzar hacia la entrada, con un boleto tornasol en la mano derecha —"Y bueno ¿Vienes? ¿O vas a dejar que el orgullo te gane y terminaras utilizando tu boleto de segunda solo para probar tu punto?"

El hombre de la máscara de zebra se quedó congelado unos segundos, y luego con una mano temblorosa, rasgó su boleto dorado frente a los otros, esa había sido su respuesta.

"Me encantan los hombres de pocas palabras... y mucho más los religiosos..." —ronroneó la mujer de las siliconas —"Además, seguro que con nosotros te vas a sentir como en casa. Compartimos palco con el cardenal Burdeos ¿Sabes? Y con un par de esas criaturas"

Un escalofrío me recorrió toda la espalda, y antes de que pudiera pensármelo mejor, los terminé siguiendo...

¿Y qué otra cosa podía hacer?

Acababan de mencionar al cardenal Burdeos, el tío de Verónica.

Bajamos por una especie de túnel bastante amplio, adornado por unas luces bajas que simulaban ser antorchas de colores e iluminaban más obras de arte.

Todas originales.

Todas impecables.

Y todas ignoraras como si fueran cualquier cosa.

Fue una caminata que me pareció eterna, pero probablemente no duró más de unos cuantos minutos.

Mi pecho estaba agitado.

Mi corazón vuelto loco.

Y una parte de mí quería salir corriendo de ahí, pero no lo hice. No podía permitirme ser tan cobarde.

Pronto llegamos a una especie de teatro subterráneo, en forma de Coliseo Romano.

Y yo los seguí... hasta su supuesto palco.

Pero en cuanto llegué, se me congelaron las piernas, las manos, los huesos.

Porque esa fue la primera vez que las visiones de Cuervo, me mostraron una conexión real con Alan, Deimos y Verónica... que estaban ahí ocupando un asiento, solo que una versión mucho más joven que como yo los recordaba.

¿Qué demonios hacían ellos aquí?

A lo mucho debían tener 7 años... tal vez 8, y Verónica tal vez 6.

Me acerqué con sumo cuidado.

Alan Garcés vestía un pequeño traje con shorts de terciopelo vino, y Deimos vestía uno idéntico, pero en azul. La verdad es que para nada eran colores llamativos, pero debido a que la etiqueta de vestuario de todos los que estaban ahí eran blancos o negros, vaya que resaltaban, como lo hace la mosca en medio de una sopa de fideos.

Y así mismo los veían, como si fueran la peste, e incluso, la parte de atrás de sus pequeños sacos, tenia restos de escupitajos, vino y otras cosas, y todo se veía reciente... pero de todas formas ellos seguían inmóviles y erguidos como si fueran un par de estatuas pequeñas.

A Verónica la habían sentado en medio de ellos... parecía haber llorado, iba de blanco, con unos moños preciosos adornándole el cabello trenzado.

Pero lo que más me sorprendió fue que tanto Alan como Deimos, traían unas cadenas al cuello, como si fueran perros... y cada extremo lo sostenía Verónica con sus pequeñas y temblorosas manos.

"Perdón... perdón..." —susurraba Verónica hipando —"Y-Yo no... yo no quiero hacer esto... perdón..."

"Es la única forma en que vas a entenderlo. Eres una Burdeos, tienes que ser fuerte" —le contestó una figura oculta entre las sombras, a la que no me atreví a verle la cara.

"No quiero ser fuerte... quiero irme a casa... con Alan y Máxime... por favor... no quiero estar aquí"

"Necesitas estar aquí para comprender lo que son estos dos, querida niña. No son como tú. Y ellos también necesitan darse cuenta que gracias a nosotros están aquí y no allá abajo con él resto de los de su clase. Con el resto de las bestias, de los demonios. Tienen que conocer su lugar"

"Alan no es una bestia... no lo es..."

"¡Abre los ojos de una buena vez Verónica! ¡Porque sí no lo haces, solo me basta con tronar los dedos para que los bajen a la arena y los destrocen como a todos! ¿Eso quieres?"

"No... no quiero que les pase nada..."

"Bien. Ahora, no te muevas de aquí, porque iré a dar el discurso de apertura"

Verónica asintió con la cabeza.

"Ah... ¿Y querida?"

Verónica levantó temerosamente la mirada en dirección a la figura, y un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

"Como sueltes esas cadenas... les corto las manos" —dicho eso desapareció, y ella se quedó llorando.

Entonces se encendieron muchas más luces y justo al centro de lo que parecía ser la arena, se dejó ver la figura de un niño, de edad similar a la de Alan y Deimos.

Su pecho estaba desnudo, sucio... y traía grilletes en los tobillos que ya habían hecho de las suyas con su piel, lacerándola hasta hacerla sangrar.

Traía una especie de rama en una mano. Y un montón de heridas viejas y recientes, que seguramente se habían formado por una lluvia de latigazos.

El corazón se me encogió.

Le habían puesto una especie de antifaz, así que no podía verle la cara y seguramente él no podía ver a nadie... pero ese color de cabello no lo tenia cualquiera. Ese negro azulado.

"Ya va a comenzar..." —habló Deimos.

"¿No te da miedo Max? Ese niño... es como ustedes... y lo van a matar frente a todos" —dijo Verónica, apartando la cara.

"No cierres los ojos... tienes que ver" —le dijo Alan, acariciando su cabello —"Tienes que ser fuerte"

"No puedo... no quiero..."

"Solo nos tenemos a nosotros"

"No quiero... perdón... no quiero..."

"Yo voy a terminar ahí de todas formas" —habló Deimos —"No tengo miedo. Es lo que le hacen a todos los que son como yo. Somos peligrosos... aunque la sangre de mi madre intentó purificarme, no funcionó. El demonio fue más fuerte"

"Tú no eres un demonio..." —Verónica se recargó en su hombro —"No le creas a mi tío. No le creas a nadie. Solo créeme a mí..."

"Si lo soy. Porque todo el tiempo tengo ganas de matar personas... Alan también, pero él sí puede controlarlo"

"No deberían hacerle a nadie lo que te hicieron... no deberían... ellos son malos Max... ustedes no... yo sé que no... siempre jugamos juntos así que sé que no..."

"A ti te va a pasar lo mismo que a mi mamá. Y cuándo el cardenal te haga tener un hijo de Alan, a él le va a pasar lo mismo que a mí... y tú te vas a volver loca... igual que mi mamá" —Deimos apartó su hombro —"Eso hacemos los demonios, por eso esta bien que nos maten"

Y antes de que Verónica pudiera decirle cualquier cosa, en cada extremo de la arena se abrieron alrededor de 12 compuertas, y de ellas salieron un montón de perros rabiosos, violentos, hambrientos, que salivaban son furia, con ganas.

No tardaron en lanzársele encima al que estaba segura que era Lyoshevko.

La arena se tiñó de rojo.

"Lo van a destrozar" —murmuró alguien detrás de mí.

Pero ya no pude ver más, porque la realidad regresó a mí, de golpe.

Acababa de salir de cirugía.




Nota de autor: Holiiii... me moría por actualizar pero mi vida ha estado de locos en estos días. Esta es la primera pista concisa que puedo darles con respeto a la relación que tiene la iglesia católica con todo esto.

Voy a estar editando el capítulo en la noche, porque seguramente tiene un montón de errores ya que acaba de salir del horno pero me moría por subirlo.

Mil gracias por leerme y recuerden que en mi perfil hay un link para mi grupo de facebook,en el que doy algunas pistas de la historia.

Besitos espacio-temporales...

Marluieth 💕

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