47. La madre superiora
"Cuando tus quejas y reproches lastimeros te cansen, cuando aquel traje de víctima miserable te comience a picar, y se te sequen esas conmovedoras y patéticas lagrimas sobre lo mal que está el mundo y te decidas a verlo arder, me avisas. No te será difícil buscarme, Helena, ya que seguramente el fuego de la primera hoguera que encuentres, lo habré iniciado yo."
—Lyoshevko Lacroix (Cuervo)
No era una noche de duras y fuertes ventiscas, pero las tenues corrientes de aire que lograban filtrarse a través de mi ropa para estrellarse contra mi piel, eran insoportables. Como si fueran decenas de agujas minúsculas y heladas encajando simultáneamente su punta sobre cada terminación nerviosa que pudiera doler; sin aviso, sin piedad... sin tiempo para reponerme antes de sentir la siguiente y la que venía después de esa.
Supongo que tenía sentido... Se dice que cuando tu cuerpo se congela, una de las cosas que te mata, es que tu sangre no deja de fluir, de circular, de moverse... pero al mismo tiempo va cediendo ante la temperatura, haciéndose pequeños cristales afilados, que te recorren el cuerpo entero, desgarrándolo todo a su paso. Tu propia sangre cuando se congela, te mata. Como si tus venas fueran pequeñas tuberías a las que el agua hecha hielo, revienta.
"¿Dónde estamos?" —le pregunté a la figura que sabia que tenía detrás.
Una risa ronca y profunda, resonó por lo bajo.
"¿Dónde quieres estar, Candiani?"—preguntó con esa indescifrable voz—"¿Mirando cómo muere gente que en tu vida conocerás? ¿O tal vez, contemplando los cuerpos calcinados de los míos? ¿O unos años en el futuro para cerciorarte sí realmente pudiste hacer algo por esa patética criatura que siempre te acompaña, o si su final va a ser igual de miserable que la última vez? ¿Cómo se supone que fue? ...Ah, sí... Una sobredosis de una de esas substancias que los humanos utilizan para encontrar diversión en lo que se matan 'sólo un poco a la vez', pero supongo que es normal que a los menos inteligentes se les vaya la mano y terminen, bueno... ¿Para que describírtelo, sí tú misma lo viste?"
"No me contestaste"
"Ah... pero lo hice"—dijo empleando un tono tan aburrido que caía en el descaro—"Estamos dónde tú quieras estar. Claro que, solo podemos ir si el sitio apesta a muerte, pero no te preocupes, que casi todos los lugares lo hacen. Lo importante aquí es, Candiani: ¿Qué muertes vale la pena ver? ¿Y cuales no son más que un estorbo? El relleno aburrido de un libro que no sirve más que para darle sabor a la historia, sí así lo quieres ver..."
Volvió a soltar una risa narcisista y burlesca. Y casi pude imaginar a su cuello vibrar con ella.
"¿Me estás diciendo que me vas a llevar a donde yo te diga que me lleves?"
"Tic toc, Candiani... tic toc..."
"¿Y si no quiero ver la muerte de nadie? ¿Y sí estoy cansada de hacerlo? ¿Y sí solo quiero cerrar los ojos, darle la espalda a todo, y fingir que soy normal? Si te digo eso... ¿Te vas a ir por las buenas y me vas a dejar en paz?"—lo cuestioné con la voz quebrada—"Lo peor es que aunque no me contestes, ya sé lo que vas a decir"
"Eso sucede cuando haces preguntas estúpidas y predecibles"—en su tono sombrío se dejó ver el tinte sutil de una burla, pero también había algo más...—"Permíteme sugerir algo del menú para hacer de tu velada algo más... interesante"—entonces se inclinó y pude sentir su aliento gélido, rozar el lóbulo de mi oreja derecha—"Sí yo fuera tú... me quedaría aquí en el monasterio y me pondría a recorrerlo a detalle"—tronó los dedos—"Sabes Candiani... Si prestas la atención suficiente, las paredes también saben hablar... algunas incluso gritan."
Entonces sentí como si una ola de poder me recorriera cada fibra sensible, de pies a cabeza... y antes de que pudiera abrir la boca para intentar decir cualquier cosa, se formaron cuatro espesos aros de vapor negruzco alrededor de mis tobillos y de mis muñecas, como si fueran pulseras pesadas, cuya función era quitarles toda movilidad. Porque de pronto mi voluntad (o lo que quedaba de ella), se transformó en un deseo... pero de los que no se cumplen.
Y así, sin haber tenido ni voz, ni voto, ni una idea ambigua y vaga de lo que estaba por suceder... mi cuerpo empezó a caminar, paso tras paso, tembloroso, torpe, lento, en espasmos mecánicos. Como si estuviera siendo controlado por un ventrílocuo invisible a quién lo único que le importaba era que llegara a donde sea que teníamos que llegar.
Atravesamos pasillos enormes hechos de piedra, a la antigua y con la estructura de los túneles de antes. De esos que de cada sonido, por más imperceptible que sea, logran hacer en un eco profundo, alimentándotelo aquellas leyendas que por siglos, se han encargado de jugar con la mente de los miedosos.
Y de repente ya no fueron solo mis brazos o mis piernas, también mi pecho comenzó a subir y a bajar de forma violenta, y mi corazón comenzó a sacudirse con fuerza y necesidad, como si estuviera luchando contra mi propio cuerpo. Cada punzada dolió, ardió y causó un espasmo en cada una de mis terminaciones nerviosas.
Pero no pude gritar.
Giramos a la derecha.
Luego a la izquierda.
Giré el pomo oxidado de una puerta grande y vieja.
Entré.
Oscuridad.
Oscuridad infinita... y la respiración de alguien más.
Entonces se encendió una luz. Tenue y amarillenta, y con un ligero parpadeo.
Era la de una linterna, pero de aceite. De las que aún funcionaban con fuego y una mecha perdida.
Solo que el chico que la sostenía, se veía casi contemporáneo, y digo casi porque traía un par de pants que tenían todo el estilo de los años 70's u 80's, negro con franjas amarillas, y una sudadera amplia que por el corte, parecía una p dos tallas mayor a la suya. Supongo que ya me había acostumbrado a ver a todo el mundo con la ropa demasiado ajustada, pero me gustó... lamentablemente esa moda, no iba a estar de regreso hasta dentro de un poco más de una década.
Y de todas formas, su ropa fue lo que menos me llamó la atención de él.
A decir verdad, todo en él era llamativo...
Pero no fueron esos ojos de un azul profundo y casi turquesa, que asemejaban a un par de gemas fundidas en un mundo de tinieblas.
Ni esa estructura ósea que enmarcaba sus facciones de manera casi perfecta pero que a su vez, se volvía dura y varonil, justo en la parte de sus pómulos y su quijada. Siendo el distintivo perfecto, de que te encontrabas frente a un chico y no frente a una chica, considerando que el resto de sus facciones eran del todo exquisitas, como si hubieran sido delineadas con el más fino pincel.
Ni tampoco fue ese cabello, cuyo tono especial se debatía entre un intenso y luminoso dorado, y un brillante castaño oscuro.
O esa nariz afilada.
O esas pestañas espesas.
O esa piel tan tersa que a contra luz se veía como la de un durazno tierno.
Oh no...
No fue nada de eso.
Fue ese parecido tan evidente, que tenía con cierto mocoso engreído que yo conocía muy bien.
Solo que no había pecas.
Y la nariz de este chico era un poco más alargada, pero también más delgada.
Y las facciones de Alan, le gritaban a los cuatro vientos que era un chico y uno bastante atractivo y varonil, mientras que a este otro, tenias que prestarle atención y observarlo con detenimiento, porque como dije, la forma de sus pómulos y quijada, eran lo único masculino que había en esa cara tan... andrógina.
Sí. Era en definitiva un chico muy pero muuuy... bonito.
Hermoso.
Y jamás en mi vida me imaginé a mí misma utilizando tales adjetivos para describir a alguien del género opuesto. Porque hasta podría parecer como algo ofensivo y sin embargo, le veía la cara y no venían otro tipo de palabras a mi cabeza.
Y sí, era más alto que Alan. Pero también podía ser porque se veía un par de años más grande. Tal vez tenía 18, o incluso 20 años.
Y esos hombros tan amplios definitivamente eran los de un chico.
Se giró hacia mí.
Y por un momento me sentí nerviosa, asustada, con el impulso de ocultar la cara tras unos brazos que no me respondían... pero gracias a Dios, eso no duró mucho. Porque pronto me percaté que al igual que cada una de las persona que aparecían en mis visiones, él tampoco podía verme... sus ojos veían a través de mí.
"Tardaste demasiado, pedazo de imbécil"—murmuró, esbozando una media sonrisa que de inmediato le suavizó el rostro.
Su voz también fue completamente diferente a la de Alan; más dulce, más musical... pero también más profunda. De esas voces que te morías por saber cómo sonaban cantando.
Y detrás de mí... otra Luz.
Otra respiración.
Otros pasos.
Y el rechinar de aquella puerta grande y vieja, cerrándose una vez más.
"Pues sí pensabas usar eso como pretexto para salir corriendo y olvidarte de todo como el pollo cobarde que eres... lamento decepcionarte bonita"—le respondió una segunda voz, una de otro chico—"Aunque si quieres, puedo cerrar los ojos y fingir que cuando llegué ya no estabas aquí y así podemos regresar a nuestra vida aburrida de siempre, con misas maratónicas cada Domingo, comuniones y pastelitos en lugar de las constantes amenazas de muerte que me he visto obligado a recibir por tu culpa. Y que me han sacado unas ojeras taaaan grandes que casi me han robado todo el atractivo visual. Pero bueno, siempre podría ser peor..."
"¿Peor que la muerte?"—enarcó una ceja el primero.
"La forma de morir, genio"—rodó los ojos el segundo chico. Y yo me quedé boba mirando su cara porque también era una cara que yo había visto antes, y mientras más la observaba, más segura estaba de que era...—"Que no es lo mismo que te den un simple tiro justo al centro de las cejas, a que te desnuden y te bañen en gasolina y alcohol, y luego te cuelguen un rosario alrededor del cuello y te amarren a una estaca en forma de cruz, mientras gritan salmos al aire para fingir que quieren que tú alma se purifique cuando en realidad, lo único que buscan es acallar a su propia conciencia."
Cabello café oscuro, ondulado sí, pero solo en las puntas.
Ojos azules como él primero, pero en lugar de intensos, claros... muy claros. Como el hielo.
Labios delgados de arriba y carnosos de abajo.
Y esa piel... lechosa y pálida.
Era el papá de Deimos, estaba segura.
Pero una versión mucho más joven que la que yo había visto en aquella fotografía.
Y también mucho más... enérgica, feliz.
Como si la versión que yo había conocido hubiera sido su versión deteriorada... sobretodo del alma.
Y a diferencia de Deimos, a pesar de que sus ojos eran del mismo tono. Los suyos eran de un azul frío pero de mirada cálida... y no una que aunque ahora parecía tener interés en hablar contigo, un segundo después siempre podía decidir qué le parecía mucho más interesante, arrancarte la cabeza con las uñas.
Literalmente.
"Ja. Debes tener demasiado tiempo libre para ponerte a imaginar esas cosas, pero supongo que es mejor que matar el tiempo sacándote las pelusas del ombligo"—observó el primer chico, ladeando la cabeza. Las hebras de su cabello volvieron a reflejar la luz de las velas—"Pero lo mismo va para ti..."—añadió con un poco de melancolía—"No porque seas... tú, significa que estás obligado a quemarte en la misma estaca que yo"
"¿Tan rápido nos pusimos sentimentales?"—se mofó el que estaba segura que era el papá de Deimos—"Si quieres puedo bajarme los pantalones para que me la chupes, si eso te hace sentir mejor"
"¿Por qué no mejor me dices que toda la vida has tenido ganas de que lo haga? Vamos, que si estás pensando en confesar algo, no creo que haya mejor momento que ahora"
Porque tal vez, no tengamos un después...
Ninguno lo dijo.
Fue algo implícito.
Pero se respiró en el aire, en el ambiente. Como esas cosas que no te atreves a decir para no arruinar el momento, pero que sabes que están ahí; a contra reloj, partiendo cada segundo en fragmentos aún más pequeños. A veces demasiado rápido y otras veces muy lento... pero siempre significativo.
"Sí pues, he de confesar frente a estas cuatro paredes llenas de moho y a este piso que seguro que esconde cientos de esqueletos de bebés recién nacidos asesinados, porque sus madres creyeron que los pecados se pueden enterrar debajo de las faldas de un hábito, que la verdad verdad... no me van mucho los hombres que tienen cara de niña"—soltó, logrando que el que se parecía a Alan frunciera el ceño—"Y que todos estos años que le dije a mi mejor amigo, aquí presente"—lo señaló—"Que era guapo y esas mierdas, fue para que no se sintiera mal de que tenía todo el porte de una señorita, y de las lindas"
"Imbécil"—escupió el primer chico—"Pues perdón por no parecerme a un oso peludo y gigante para que puedas fantasear con que te convierto en mi perra todas las noches"
"Yo te perdono con mucho gusto. Pero no sé si merezcas el perdón de tu yo de 13 años y sus adorables cartas a Papá Noel... ¿Cómo era que iban? Espera que tengo una en la punta de la lengua..."—se aclaró la garganta—"Querido Papá Noel, espero que estés bien y que en el polo norte no haga mucho frío porque aquí sí hace. Ya lo pensé bien y decidí que no quiero una bicicleta con campana... pero sí, que por favor, hables con Dios para que me salga barba cuando sea grande"
Ambos echaron a reír.
"Hey, al menos me hice todo un experto en bicicleta. Y frente a ti tienes, nada más y nada menos que al bicampeón en bici de montaña"
"Sí pues... ¿Qué más te quedaba?"
"Caspien"
"Abel..."
Así que esos eran sus nombres—pensé
"Esto no es como las clásicas bromas que le hacíamos a las monjas o a los monaguillos y que a lo mucho nos costaban una o dos semanas en el calabozo..."—Abel colocó su mano sobre el hombro del otro chico—"Lo entiendes ¿Verdad?"
"¿Ni como la vez que diluiste agua oxigenada en el shampoo del sacerdote y su cabello quedó naranja y así tuvo que oficiar la misa de fin de año?"—levantó las cejas Caspien, aún burlándose un poco—"Si no mal recuerdo, eso nos costo tres semanas, casi cuatro"
"Heh... Hasta eso no la hemos pasado mal aquí. Ha habido buenos ratos ¿No?"
"Los mejores..."
"¿Y ya por eso te enamoraste de mí? Eres una golfa demasiado fácil"
"Ya te dije que a mí me gustan los hombres que sí parecen hombres... No los que Dios hizo mientras atravesaba una tremenda crisis de género y hacía patéticos monólogos con su almohada"—entonces agarró un mechón suelto de su cabellera marrón y fingió que tenía un bigote, infló la panza con dificultad porque su cuerpo en realidad era atlético, separó las piernas y comenzó a fingir una voz mucho más grave, al punto de lo ridículo: —"Éste será hombre... no, espera... mejor mujer... hmmm aguarda hombre, sí sí... ¿pero y sí le ponemos un poco de...? ¡Mierda! Pues lo que salió, salió... Solo pongámosle una salchicha ahí y nadie se dará cuenta... ¡Jojojo! ¡Merry Christmas!"
Abel le soltó un golpecito al hombro y ahogó una risita, porque quería aparentar indignación.
Y el otro chico sí soltó una carcajada a lo descarado.
Después el silencio volvió a reinar entre ambos.
Y entonces la mirada de Abel se ensombreció un poco y la clavó ahí, en donde casi se tocaba la punta de los tenis de ambos.
Entonces se lamió los labios y dijo:
"De todas formas... sé que sabes lo que pienso de que hayas estado conmigo desde el principio. Desde que todo esto sonaba absurdo... desde antes de que supiéramos cosas que se supone que no teníamos que saber. Pero no voy a guardarte ningún tipo de resentimiento si decides dar un paso atrás. En mi caso, yo estoy decidido. Voy a jugármelo todo y a pagar el precio. No importa cuál sea."
"Aunque el precio sea tu cabeza..."—soltó Caspien, y pude notar cierta dureza adueñarse de sus facciones.
"Aunque el precio sea cada parte de mi cuerpo"
"¿Y si el precio a pagar no fuera solo tu cabeza?"—preguntó—"¿Y sí fuera la cabeza de todas las personas que quieres? ¿O sus brazos y piernas? ¿Aún así lo pagarías?"
"¿Crees que no lo he pensado antes? Por eso es que... estoy tratando de hacer las cosas bien..."
"Eso no quiere decir que no puedan terminar saliendo muy mal"
"Pero no puedo pensar en eso ahora... sí lo hago, voy a terminar teniendo miedo hasta de mi propia sombra... y no necesito sentir eso. No ahora. No cuando hemos llegado tan lejos"—entonces se giró a verlo, y sus ojos brillaron con decisión—"Caspien... estamos así de cerca de romper las cadenas y de poder liberarlos a todos"
Ambos sonrieron.
"Y cuando seas libre..."—musito Caspien—"Supongo que lo primero que harás será salir corriendo a buscarla..."
"No"—los ojos de Caspien se abrieron de par en par ante lo rápido de su respuesta—"Nada me gustaría más... pero hasta yo sé que aunque levante la última piedra del mundo para tratar de encontrarla, ella no va a estar ahí... No va a estar en ningún lado. Es algo con lo que me ha costado mucho hacer las paces... pero lo hice, tuve que hacerlo. Ya pasaron casi 2 años de todas formas..."—dijo Abel, bajando la mirada nuevamente—"Bueno, te estoy diciendo esto ahora, pero tal vez sí termine buscándola hasta qué se me acaben las piedras del mundo. No sé..."
"Vas a encontrarla, y yo te voy a ayudar"
"A veces creo que no quiero buscarla porque así puedo dejar abierta la posibilidad de que esta ahí... en alguna parte... y que en cualquier momento sólo va a aparecer y va a comenzar a gritarme con esa voz chillona e insoportable que tiene, por haberme atrevido a robar uno de sus aretes cuando dormía, pero si la busco y no la encuentro... yo... creo que voy a volverme loco..."
"Esa chica inició una revolución sin saberlo..."—sonrió Caspien, abrazando a su amigo del cuello.
"¿Revolución?"—rió Abel—"Ese es un término demasiado grande para lo que estamos haciendo ¿No crees? ...tal vez algún día... pero por ahora no es más que una resistencia... o algo así"
"Resistencia... me gusta esa palabra"
"Pues claro... a ti te gustan todas las palabras pretenciosas que existen"—observó Abel
"No me gustan las cosas con nombres demasiado comunes... es todo"
Entonces Abel se giró un poco, en dirección a la puerta y dijo:
"Maggie... se está tardando demasiado..."
"¿Qué pasó con eso de no sentir miedo y no se que más mierdas? ¿Sólo era otra forma de no parecer una niña miedosa? Que decepción"
"Cállate, imbécil"
"Ya me llamaste tres veces imbécil y solo llevamos hablando como 10 minutos... es un nuevo récord, hasta para ti bonitaaa"—Caspien le soltó una palmada pesada en la espalda a su amigo. Y yo me reí un poco porque casi se le salen los ojos del dolor a este último—"Ey, no te preocupes, Maggie ya vendrá... esa niña llega tarde a todos lados siempre... además, ya sabes cómo se ponen las monjas veteranas con las novicias. Como un horrible dolor de culo... pero vamos, es Maggie, y está loquita por ti así que vendría aunque le dijeras que solo vas a verla si se disfraza de un sapo morado"
"No seas así"—rió Abel.
"¿Qué? Es la verdad. 'Abel, te bordé un pañuelo con las letras M y A y muchos corazones' 'Abel, te hice galletas a escondidas y también tienen forma de corazón' 'Abel, te reservé un asiento en la capilla, te dejaré un papelito en forma de corazón para que sepas dónde ' ...Mierda, tal vez cuando caga también sale todo en forma de corazón... ¿Quieres que siga? Porque podría hacerlo, hasta por dos días, pero tal vez cuando termine tú también cagues corazones cuando vayas al baño"
"No, déjalo así"—respondió riendo —"Además yo no soy el único con admiradores raros... la otra vez te vi, con Ramiel"
"¿Qué puedo decir? Es bueno besando..."
"Ya"
"Y no solo besando... la otra vez, en el bosque-"—pero lo interrumpió.
"Espera... ¿Dos víboras haciendo quien sabe qué cosas, en medio del bosque? Gracias. Ahora tengo una nueva imagen mental que necesito borrar con urgencia"
"Ja. Por favor... ¿Ahora me vas a decir que tú, no...?"—sus ojos se abrieron de par en par—"Mierda Abel... ¿De verdad tú nunca...?"
"No"—zanjó—"No es eso... yo... he estado con una chica antes y... creo que por eso ya no quiero estar con ninguna otra"
"Mierda. Acabas de sonar de lo más homosexual y se supone que el maricón aquí soy yo"
"Se supone que nosotros no podemos... no deberíamos poder... sentir eso... lo sabes"
"¿Amor? Claro que no... Por culpa de lo que nos hicieron a todos para controlarnos como si fuéramos una plaga. Pero sí que podemos sentir algunas emociones, las vacías al menos... y si me preguntas a mí, aunque el sexo sin amor es solo una experiencia vacía, de todas las experiencias vacías que conozco, es la mejor de todas"
"Sabes... a veces despierto por las noches y me duele todo. Nunca creí que te pudiera doler el cuerpo por extrañar a alguien... es raro. Pero cada vez me convenzo más de que todo lo que sentí no fue algo vacío. Fue algo... que quema"
"¿Crees que fue amor?"
"No sé... no tengo con qué compararlo, pero si no era, se le parecía"
Entonces la plática fue interrumpida por el resonar de unos pasos, cuyo eco poco a poco se fue haciendo más y más fuerte.
Ambos voltearon a verse.
"¿Escuchas eso?"—preguntó Caspien con una sonrisa de oreja a oreja—"Ese mi amigo, es el sonido la libertad"
Abel sonrió.
Pero en cuanto la puerta se abrió, toda la imagen se congeló, y comenzó a cuartearse.
Y lo último en desvanecerse, fue la expresión de Caspien y de Abel, cuando vieron lo que sea que estaba al otro lado de la puerta.
El corazón se me encogió.
Porque esa no había sido la expresión de alguien que recibe a un rostro amigo.
No.
Aquella había sido una expresión de verdadero terror.
"¿Querías ver más?"—la voz de Cuervo resonó detrás de mí. Mientras deslizaba la punta de sus dedos gélidos, a lo largo de mis brazos. Los sentí contra mi piel a pesar de que ahí estaba la tela de mi sudadera.
Apreté los puños y me armé de valor para contestarle: —"Sí. Quiero saber qué pasó."
"¿Para qué si de todas formas no vas a poder hacer nada? Eso pasó hace mucho tiempo Candiani. Hay que aprender a dejar descansar a los muertos, te lo he dicho"
"Pues si hay que aprender a dejar descansar a los muertos como dices, ¿Por qué me muestras estas cosas? Además, el papá de Deimos no murió ahí... lo sé porque yo vi una foto en-"—pero colocó un dedo sobre mis labios para silenciarme, no de manera brusca, pero sí con autoridad.
"Lo sé... no necesitas decírmelo. Yo mismo te mostré la escena de Caspien con su pobre y nada cuerda esposa..."—susurró en tono aburrido y lineal—"Pero eso no quiere decir que su destino no haya sido igual de trágico y poco significativo. Ni tampoco que no haya sido aquella noche que acabas de ver, lo que acabó por cortarles el cuello a los dos. A uno antes que al otro... ¿Qué importa? Esos no son los detalles importantes. Deja de prestarle atención al relleno, te lo dije al principio..."
"No entiendo..."
"No hay mucho que entender"—rebatió—"¿Qué haces cuando tus mejores perros te desobedecen Candiani? ¿Los matas a todos? Por supuesto que no. Agarras a un par y les sacas las viseras frente al resto. Así hasta se les olvida cómo ladrar"
Un escalofrío agudo me recorrió el cuerpo entero, como si un espectro me hubiera pasado su lengua helada vértebra por vértebra hasta llegar a la base de mi nuca.
Tal vez era esa forma tan peculiar que tenía de decir las cosas, de ir hilando cada palabra con tanta elocuencia y precisión, para después pronunciarlas con aquella voz tan poderosa y aterradora, pero al mismo tiempo elegante y sofisticada como ninguna otra.
Lyoshevko Lacroix era muchas cosas sí, pero sobre todo: un orador natural, y uno con la habilidad de moldear tú mundo entero a su antojo, como si éste estuviese hecho de la plastilina más dócil y suave.
Ridículo, frío y banal... ¿Cómo no iba a ser su habilidad de discurso equiparable a esa de los Dioses?
Entonces colocó uno de mis mechones de cabello justo detrás de mi oreja, y con un aire de autosuficiencia soltó:
"Los humanos son demasiado insolentes, Candiani. Tienden a olvidar fácilmente cuál es su lugar..."—Dicho aquello, la figura detrás de mí se esfumó, y tan pronto lo hizo, el aire comenzó a vibrar, a romperse como si fuera un espejo. Y justo frente a mi cara apareció una garra que se extendió hasta quedar a centímetros de mí.
Rotó la muñeca con suavidad.
Y el mensaje no pudo quedar más claro: ¿Vienes?
Así que la tomé.
Con miles de dudas, miedo, un golpeteo extraño en el estomago, y el corazón palpitándome incluso sobre las sienes, pero lo hice.
Y tan pronto lo hice, ese característico vapor negruzco y helado, nos rodeó de a poco hasta que eso fue lo único que pudieron ver mis ojos: vasta e infinita oscuridad.
Sentí la sangre de mis venas responder ante el estímulo, como si algo las llamara.
Un magnetismo: porque se sintió así, como si aquel líquido lleno de hierro hubiese querido salirse de mi cuerpo y responder al llamado.
Me abracé con incomodidad, usando el brazo que me quedaba.
Entonces se escuchó como si Cuervo chasqueara los dedos y todo comenzó a moverse demasiado rápido, en extraños espirales oscuros y corrientes de aire con puntas tan afiladas, que me obligaron a cerrar los ojos.
Por un momento creí que las suelas de mis zapatos habían dejado de tocar el piso y me asusté, pero luego lo sentí otra vez. Y creo que si hubiera podido, me habría arrancado los zapatos para enterrarle a la tierra las uñas de mis pies, para afianzar mi agarre.
Después de un rato, las corrientes cesaron y abrí los ojos para tratar de divisar mis alrededores.
Entonces caí en cuenta de que, aunque todavía nos encontrábamos dentro del Monasterio. Ahora estábamos en uno de sus jardines... no supe en cuál, pero me pareció ver un quiosco de tabicón rojo a lo lejos. Uno que estaba segura había visto, el día que llegamos, justo antes de bajar del autobús y ser mandada a la biblioteca.
Eso me tranquilizó un poco.
Al menos sigo aquí y no en un extraño túnel bajo tierra, lleno de gente torturada de forma horrenda y de cuerpos tratados como si fueran basura—me dije a mí misma.
Aunque en ese momento debí recordar con quién estaba. Porque Cuervo era bastante capaz de convertir incluso un jardín de rosales, en una pesadilla.
¿A qué época me habría llevado esta vez?
Su garra soltó mi mano como si se estuviera deshaciendo de una basurita que le molestaba o asqueaba, y luego volvió a desaparecer.
Cretino.
Pero traté de ignorar su gesto de desprecio y continué observando el lugar, de todas formas quejarme no me iba a ayudar en nada.
Los árboles se veían bastante similares a como los recordaba, pero tampoco era como si les hubiera prestado mucha atención. Así que bien podía ser unos años antes...
O unos años después, en algún agujero del pasado.
Tragué saliva incómoda.
Pero antes de que pudiera preguntarle cualquier cosa, me rodeó la cintura con un brazo, echó parte de mi cabello detrás de mi oreja, y se acercó a mi oído para susurrar:
"Sí yo fuera tú correría... correría hasta que no me respondieran las piernas. Pero no soy tú, así que haz lo que quieras"—dicho eso, me clavó sus garras oscuras y afiladas en los hombros, reventando la tela de mi rompe-vientos, y me arrojó con fuerza contra los arbustos.
Sentí algo atravesar mi ropa y rasguñarme la espalda.
Y algunas piedras trataron de encajarse en la piel de mis rodillas, pero la tela gruesa que las rodeaba me protegió de que me ocasionaran algo más que un raspón.
Entonces volvió a hablar, pero esta vez lo sentí lejano, como si estuviera revoloteando sobre las ramas más altas del roble que estaba a mí lado.
"Esto es igual a aquellas clásicas trampas para roedores si lo quieres ver así: Con el queso justo frente a las narices del embaucado... ¿Te imaginas que lo último que logren ver tus ojos antes de apagarse sea ese pequeño trozo de comida que creíste que podías tomar sin ninguna consecuencia? Es hasta cierto punto irónico. Porque no basta con atrapar al culpable, también hay que refrescarle un poco la memoria, para que no se le olvide el motivo de tan fatídico desenlace, aunque ese motivo haya tenido una razón tan básica como: sobrevivir"—su voz sonó como un eco, pero algo dentro de mí, me dijo que seguía cerca.
Apoyé las palmas sobre la tierra y me incorporé de un salto.
Supongo que esperaba que me quedara indefensa y temblando, como todas las veces anteriores, pero no lo hice. Porque a lo largo de todas mis aterradoras vivencias a su lado, había confirmado una y mil veces la misma cosa: no me iba a matar.
O por lo menos, no ahora.
Así que me ayudé de un tronco que estaba al lado de mí, para impulsarme y poder girar sobre mis talones de manera rápida.
Y levanté la vista para tratar de buscarlo.
No fue tarea fácil.
Y el espesor de la noche tampoco ayudó.
Pero gracias a que el cielo estaba despejado, eso permitió que los sutiles rayos de un cuarto menguante que brillaba justo en el centro del firmamento, rebotara sus tenues luces sobre nuestra coronilla, y le acariciaran apenas, algunas puntas de su abundante y oscura cabellera.
Negra, lacia y brillante; pero completamente revuelta, por las ventiscas de hacia unos minutos.
Y tampoco era cualquier tono de negro, no... era un negro especial; azulado y profundo... igual de inusual que el cabello plateado de las leyendas y los mitos de la cultura popular, e igual de llamativo que el blanco de los alvinos, y tan exótico como el de aquellos afortunados que nacen con un montón de lunares esparcidos sobre el cuero cabelludo, para después convertirse en los tan envidiados como escasos: reflejos naturales.
Quedé sin aliento.
Al resto de su alargada silueta, la vi después, erguida sobra las ramas con gracia y presencia, y al mismo tiempo; ferocidad, como un ave nocturna al acecho. Porque eso transmitía, a pesar de que aquella era indiscutible la fisionomía de un chico.
Entonces se percató de que lo veía y ladeó la cabeza, y otro rayo sutil, le delineó la nariz; recta y con una ligera curva que la respingaba.
Pero no me dejó ver más, porque pronto se desvaneció, en medio de cientos de plumas alargadas que cayeron lentamente al piso.
Quise agacharme para levantar por lo menos una de ellas, pero:
"A mí no me gusta jugar con ratas, quesos, o pegamento Candiani. Es aburrido y un sin sentido exasperante, pero... ¿Que pasaría si elimináramos dos de esos elementos y los reemplazáramos por una víbora rabiosa y una monjita asustada? Entonces el escenario puede arrojar una que otra cosa que definitivamente vale la pena escuchar..."
Algo tronó.
Y ahí fue que estuve segura de que se había ido, porque toda la sangre dentro de mi cuerpo se tranquilizó.
Pero lo peor fue lo que dejó frente a mí.
O más bien a quién...
Cerré los ojos y los volví a abrir porque no me lo creía, pero cuando su sonrisa guasónica se curveo aún más, lo confirmé:
Era Ramiel.
El sacerdote Ramiel.
"Es una pena que estés tratando de esconderte de Dios, Margaret..."—siseó, sin despegar sus siniestros ojos de mi figura. Y en ellos vi hambre.
Cada célula de mi cuerpo se puso en alerta.
¿Margaret? ¿¡Quién demonios era Margaret?! ¿Y qué mierda había hecho Cuervo?
Pero no le di tiempo a mi cabeza de procesarlo, porque de pronto y sin aviso, mis piernas comenzaron a moverse por sí solas.
Estaba huyendo.
Pero no sabía ¿Por qué? o ¿Hacía donde?
Sólo de quién.
Pero pronto me di cuenta de que todo esfuerzo que mi cuerpo hiciera, iba a ser en vano porque el sacerdote comenzó a correr también, detrás de mí, y con un arranque que no debería tener un humano... y él no lo era.
El corazón comenzó a martillearme con fuerza dentro de las costillas.
Y a pesar de los profundos jadeos que mi cuerpo dió, para tratar de llevar el aire suficiente a mis pulmones, nada bastó.
"¿Desde cuando le temes a Dios, Maggie? Por qué puedo llamarte Maggie... ¿Verdad? Como en los viejos tiempos... Al fin y al cabo, somos amigos, y el cielo sobre nuestra cabeza jamás a condenado los gestos de una amistad... ¿O sí?"—la voz del sacerdote sonaba tranquila, como si ni siquiera estuviera haciendo un esfuerzo al moverse.
Entonces una extraña voz, me brotó del pecho, pero no era la mía... era otra: femenina y avejentada. Y me pareció que ya la había escuchado antes pero... ¿Dónde? ¿De quien?
Mis piernas siguieron corriendo a todo lo que daba.
"¡No te atrevas a usar a Dios para justificar lo que estás haciendo!"—dijo con dificultad la voz—"¡Lo qué haces es producto del diablo! ¡Es el demonio el que te ha endulzado el oído y te ha puesto en mi contra!"
"Pero si yo nunca estuve de tu lado, solo que no lo sabía..."—volvió a hablar el sacerdote —"Y es que resulta que a todos los lobos que se visten de ovejas para agradar a Dios, tarde o temprano les termina quedando chico el disfraz. Y a ti ya te está estrangulando, Maggie"
Entonces el sacerdote aumentó su velocidad y me pescó del cuello. Ahí me di cuenta de que yo traía puesto lo que parecía ser el atuendo de una monja, y sentí cómo el rosario bajo mis ropas, se me encajaba en la piel sin piedad.
Intenté abrir la boca para quejarme, gritar, decir cualquier cosa... pero nada salió.
Ni un solo músculo quiso moverse por mí.
Aunque la voz de la mujer sí que soltó un grito. Pero tan pronto sonó, sentí una mano pesada voltear mi rostro de un golpe.
Me había abofeteado.
¡Ramiel me había abofeteado y ardía!
"Muy mal, Maggie"—volvió a hablar él—"Esa no es la manera correcta de llevar una penitencia. Se hacen de rodillas, ya deberías saberlo, después de todo... ahora eres La madre superiora que tanto quisiste ser, y alguien como tú, debería poner el ejemplo"
Sentí un horrible tirón en el cabello, en todo el cuero cabelludo, y comenzó a arrastrarme con fuerza.
Las rocas y las ramas iban desgarrando mi ropa, rompiéndola y luego rompiendo mi piel, haciéndole cortes profundos, superficiales... uno sobre otro hasta hacer imposible la tarea de adivinar cuál había ocurrido primero.
Después entramos al monasterio.
Atravesamos pasillos...
Giramos.
Una puerta.
Otro pasillo a la izquierda.
Todo pasaba en cámara lenta.
Y a cada tirón, sentí hasta mis huesos doler... y mi piel comenzó a amoratarse.
Entonces me azotó contra una estructura dura y grande que de inmediato crujió ante el impacto de mi cuerpo.
Y ahí me di cuenta de habíamos llegar al mismo lugar de antes; en el que Caspien y Abel habían sostenido aquella conversación que terminó saliendo demasiado mal.
Sentí mi cara levantarse, con miedo y en espasmos.
Todo me temblaba.
Todo me dolía.
Y estaba segura de que más de un lugar de mi cuerpo estaba sangrando.
Entonces el sacerdote hizo un chasquido repugnante con la boca, mostrando un par de colmillos largos, blancos y afilados, iguales a los de Deimos, pero un poco más prominentes y de ellos escurrieron un par de hilos de líquido transparente y brillante, que estaba segura que era veneno. Debía serlo.
"¿¡Qué quieres de mí, Ramiel?!"—volvió a gritar la voz de la mujer—"¡Dímelo de una vez y termínenles con esto!"
"Tú sabes que quiero..."—habló él.
"Si lo supiera, no estaría así: prácticamente suplicándote para que me lo digas"
"¿De verdad vamos a seguir jugando a que soy tu verdugo y tú no eres más que una pobre e inocente víctima ?"—el sacerdote se aproximó un paso. Y un hilo de veneno le escurrió del colmillo para impactar directo sobre el piso de piedra, que de inmediato cedió; derritiéndose al formar un pequeño agujero. Era letal, todo en él lo era—"Confiesa por las buenas. Aún estás a tiempo de salvar tú alma. Dios dice que los que se arrepienten en el último momento, también tienen la oportunidad de salvarse... ¿Por qué no lo haces y descubres por ti misma si es cierto, Maggie? Yo puedo ser tu confesor"
"¡No tengo nada que confesar!"—gritó ella, y entonces mis manos comenzaron a buscarse algo entre la ropa. Pero ahí me di cuenta de que no eran mis manos. Estas eran blancas, delicadas y demasiado delgadas; con la piel casi pegada al hueso, dejándome ver los comienzos de una artritis.
Estaba atrapada en el cuerpo de alguien más.
En el de Maggie.
Y Cuervo me había hecho esto.
Pronto, pude sentir lo mismo que sentía esta mujer; miedo e incredulidad. Y fueron sentimientos tan agudos que los oídos comenzaron a zumbarme.
En cambio, el rostro de Ramiel, se distorsiono en satisfacción pura.
"Ah sí sí... eso que buscas con tantas ganas... temo decirte que no está ahí, y que no volverás a verlo. Después de todo ¿Para que querría la iglesia que lo tuvieras, cuando estoy a punto de borrarte del mapa?"—soltó divertido, pasándose su lengua bífida alrededor de los labios, como si ese momento tuviera un sabor especial, uno que había estado esperando por un tiempo—"Y tampoco te lo quité yo, sabes que no puedo... ¿O sí? Quién sabe... ¿Cuenta como si yo lo hubiera hecho si te dijera que alguien lo tomó por mí? Alguien muy difícil de convencer, ahhh... eso sí que debo admitirlo... pero igual me creyó cuando le mostré la evidencia de que eras la mala de la historia y de que habías ido por ahí diciendo una que otra cosilla que tu linda boquita no tenía que decir. Dime Maggie, ¿No se te hizo extraño amanecer algunos días con cortes que no recordabas haberte hecho? ¿O también le echaste la culpa de eso a tu vejez?"—hizo una mueca absurda y rió por lo bajo—"¿Por qué me miras así, preciosa? Al final no importa si tú condena se da por uno que otro pecado inventado. A mí lo que me importa es que pagues."
"Las enseñanzas de Dios nunca han sido las de tomar justicia por tus propias manos"—habló la mujer.
"Ahhh... ¿Pero cuentan como mis propias manos si he recibido ordenes del mismísimo papa para tronarte el cuello? ¿Y no se supone que él es la representación misma de Dios en la tierra? Entonces no soy yo, es Dios usándome como instrumento para hacer justicia..."
El cuerpo de la mujer comenzó a temblar aún más...
"Sólo dime porque... porque estás haciendo esto"—suplicó.
Él soltó una risa siniestra.
"¿Por qué no observas a tú alrededor y lo descifras por ti misma?"
Entonces los ojos de la mujer comenzaron a moverse de forma inquieta. Y al final lo sintió: culpa, tristeza, sorpresa, familiaridad, enojo... todos a la vez.
"¡Yo no tuve nada que ver con eso!"—gritó la mujer—Y-yo y-y-yo le ll-lloré... l-le lloré por años... sufrí... yo estuve ahí para ver todo lo que pasaba, lo que le hacían. Pero él se lo buscó, yo no tuve nada que ver con eso. Yo sólo dije la verdad. Le fui fiel a Dios... y decir la verdad está bien, no es un pecado, no... no lo es... yo sé que no..."
Él nos observó desde arriba; valiéndose de su altura, y luego ladeó la cabeza esbozando una sonrisa cruel. Y sus cejas se arquearon, como se arquean las de alguien que ve a una hormiga aturdida; desfalleciendo ante el calor de una lupa.
Aquello que Ramiel sentía por Margaret, era sin duda: lástima.
"¿Eso es lo que te dices todas las noches antes de dormir para poder estar en paz?"—preguntó él.
Pero no le dió tiempo para contestar nada.
Porque su mano derecha comenzó a sacudirse y a convulsionar de forma rápida y violenta, hasta que la piel se le llenó de escamas, que le reventaron la piel sin piedad, como si siempre hubiera sido un frágil cascarón, dejándose ver púrpuras y violáceas pero también con algunos destellos escarlata que las delineaban.
Luego se tronó cada uno de los dedos sin piedad, y aunque se vió doloroso, con cada crujido que sus huesos emitieron... su semblante se llenó de evidente placer. Y sus colmillos soltaron mucho más veneno que antes.
Y antes de que ella pudiera decir cualquier cosa, en un movimiento que me pareció más que nada un impulso fiero y bestial, le soltó un ágil zarpazo al aire. Y cada una de sus largas y afiladas garras, se tiñeron de un líquido rojo, espeso y carmín, que empapó toda su mano y escurrió por su muñeca hasta comenzar a firmar un charco sobre el piso.
Sentí un dolor como ninguno sobre el pómulo.
Y a lo lejos un espejo mal puesto me dejó ver como la piel de la mejilla de la monja se comenzaba a abrir.
Se abrió lentamente; capa por capa, hasta que se le notó una estructura blanquecina rodeada por tejidos amarillentos y supurantes, que le terminaron colgando como pellejo mal tasajeado.
Los labios de la mujer se abrieron y se cerraron casi al mismo tiempo, pero en vez de decir cualquier cosa se llevó la diestra a la zona afectada, temblando.
Dudó en palparse la herida, pero lo hizo... y en cuanto lo hizo, apartó nuevamente la mano de manera brusca, como si ese pequeño contacto le hubiera quemado la piel.
Entonces él la tode sus ropas y la levantó, como si fuera una figura liviana.
"¡Suéltame!"—rugió ella, rasguñando su antebrazo con fuerza. Pero sus uñas en lugar de teñirse de hacerle daño al sacerdote, se quebraron, dejándole las puntas de los dedos en carne viva.
"Para ser capaz de meterse en una piel escamada hay que tener mucha fuerza mí querida Margaret"—bufó él, levantándola aún más para probar su punto, y pude ver como el agarre comenzó a hacerle daño a la monja, amoratándole la piel del cuello con las costuras de su propia ropa—"¿Qué fue lo que sentiste, Maggie? Porque tengo que llamarte Maggie para que lo recuerdes bien y puedas darme una respuesta honesta y después, después si quieres retomamos ese Margaret que tanto te llena de orgullo..."
Pero la monja no atinó a responderle nada.
Tal vez debido al cansancio.
A su cuerpo magullado que yo sentía como si fuera mío.
O tal vez no quiso, no pudo.
De cualquier forma Ramiel volvió a hablar:
"¿Qué se sintió ver a tu queridísimo Abel, retorciéndose justo frente a tus ojos mientras tú acababas de renovar tus hábitos gracias a lo que habías hecho? ¿Fue aterrador? ¿O te gustó? Ahhh... pero probablemente sentiste las dos cosas ¿Verdad que sí? Y es que mientras nuestras lagrimas eran de rabia y tristeza, las tuyas eran de culpa..."
Los ojos de la mujer se empañaron al instante. Y en cuanto el líquido salado sé dejo caer, él la estrelló contra su cuerpo y comenzó a lamérselas, como si estuviera disfrutando un sabor que había estado esperando hacía mucho tiempo.
Ardió.
Ardió todo.
Ardió como nada me había ardido antes.
Porque ese veneno con el que le impregnó la piel a la monja, también se la carcomió; como agua deshaciendo un trozo de cartón viejo.
"Pero no te preocupes querida... Dios sabe que cuando el pobre de Abel dejó este mundo, se fue creyendo que eras su amiga, y jurando que tú jamás habrías hecho nada para dañarlo... lo sé... porque yo pensé muchos años lo mismo."—alargó cada palabra a propósito, y luego la arrojó con fuerza contra la pared, y yo sentí todos los huesos de mi espalda quebrándose—"Incluso te dejó una carta ¿A que sí? ¿Por qué no me dices qué fue lo que sentiste mientras la leías? ¿Y pensabas en él Abel radiante y angelical mientras lo hacías, o en ese manojo de viseras en el que lo convirtieron antes de aniquilarlo? Dime Maggie... ¿Cuál es el Abel que ves en tus pesadillas?"
Volvió a azotarla contra la pared.
Y pude escuchar y sentir, cómo todo lo que no se había roto con el primer impacto, se rompía con el segundo.
Entonces ella levantó la cara y dijo:
"Tú boca dice: Abel, Abel, Abel, Abel... pero ese no es el nombre que en verdad quieres decir ¿Verdad?"
Una especie de shock se apoderó brevemente de las facciones del sacerdote.
"Así que aún te quedan fuerzas para hablar..."—observó.
Ella trató de incorporarse, pero falló todas las veces.
Y ese último intento que hizo, él se lo aplaudió de forma burlona y cínica.
"Déjame aplaudirte esa perseverancia querida... porque no sé la he visto a muchas personas, y menos a las que se ven como tú"
"Caspien..."—susurró la monja—"Ese es el nombre que no perdonas"
Entonces Ramiel frunció el ceño y se dejó caer en una rodilla. Luego tomó con brusquedad su ya de por sí desfigurado rostro. Y sus garras se sintieron como navajas delgadas y letales contra mi piel.
Levanté la vista hacia el espejo para distraerme. Para recordar que este no era mi cuerpo, aunque el dolor era insoportable.
La piel de la monja colgaba de una manera mucho precaria y espeluznante, y estaba completamente achicharrada, ennegrecida. Y la hilera de dientes amarillentos y con amalgamas plateadas se abría paso de manera siniestra. Como si fuera una de esas figurillas que se usan en las clases de biología para conocer la anatomía humana.
Sólo que ella era de carne y hueso... y sangraba. Pero a juzgar por el tamaño del charco viscoso que se había formado bajo su figura (nuestra figura)... ya no lo haría por mucho más tiempo.
"¿Quieres que te diga un secreto mi querida Margaret?"—le lamió la carne viva y luego se detuvo cerca de su oreja—"Aunque él hubiera sido capaz de sentir todas las cosas que ustedes sienten... de todas formas no se habría enamorado de ti. Porque ni a Dios le gusta la ovejita mentirosa y tan es así... que ese lugar al que se van las personas como tú, no es custodiado por nadie; porque a nadie le importan"— Entonces le arrancó el pedazo de carne con los dientes, de una forma tan cruel, que a la mujer, incluso se le rompió el párpado del ojo.
Y parte de mi campo de visión dé perdió de inmediato.
Un potente y escalofriante alarido, resonó por cada rincón del lugar.
Rasguñando todas y cada una de las paredes del Monasterio.
Porque como había dicho Cuervo: las paredes también gritaban.
Y el grito no se detuvo hasta llegar a los dormitorios.
Hasta dónde yo estaba en realidad.
Lo sé porque ese grito fue lo que nos despertó a todas, y lo que nos impidió pegar el ojo el resto de la noche.
Creo que nunca voy a poder olvidarlo. Ni tampoco lo que ví, sentí, o escuche aquella noche.
Al otro día, como siempre, nos endulzaron el oído con mentiras; diciéndonos que un infarto fulminante había acabado con la vida de la madre superiora.
De Margaret.
Pero con estos escritos te hago saber que no fue así.
La mataron.
La mataron para cerrarle la boca.
Así como lo hacían con todos los que creían que sabían más de lo que debían saber.
Porque aunque ella no había dicho nada, para ellos lo había hecho.
Y eso era lo único que contaba.
*****
Al otro día, un poco antes de lo que se conoce como la hora dorada para los amantes de la fotografía, no fui capaz de ir en contra de mi curiosidad (que parecía un pequeño e insistente insecto revoloteando en círculos alrededor de la misma idea) y terminé perdiendo mis pasos (aprovechando la conmoción del momento) entre los vastos e inmensos pasillos del Monasterio, hasta que pude encontrar el lugar al que Cuervo me había llevado a noche, a través de mis sueños... o de mis pesadillas.
El lugar en el que había ocurrido el supuesto infarto.
El de la puerta de madera, grande y vieja. Esa que si tuviera ojos estoy segura de que podría contar la verdad... aunque tal vez la tirarían a hachazos antes de que pudiera hacerlo.
Ese pequeño sitio que escondía entre sus paredes llenas de humedad, aquellos planes fallidos hechos por un par de chiquillos tan hermosos como inocentes.
Ese que justo ahora, olía a cloro, detergente y lavanda. Porque claro que lo habían lavado y no solo una vez... y es que Dios sabe que esa es la única forma de deshacerse de aquel molesto olor a oxido tan delator... ese del líquido espeso y caliente que aunque corre por nuestras venas y arterias, nada tiene que ver con un infarto.
Quise suspirar pero el aire se me atoró en la garganta.
Y luego me rugió el estómago, como si esa fuera su propia forma de quejarse... y es qué tal vez lo estaba haciendo.
Ni siquiera había sido capaz de tocar mi desayuno...
Me había servido la fruta sí... pero no había hecho más que hacer figurillas con ellas, la granola y el yogurt. Entonces me di cuenta de que había hecho un corazón y de pronto, aquella forma me pareció una cosa demasiado enfermiza. Así que me dispuse a tirarlo todo...
Y sí que lo habría hecho, pero gracias a Buda, al cosmos y a los ángeles, tenía una amiga con un estómago de mastodonte. Así que tan pronto me preguntó: —"¿No te vas a comer eso?"—retaco sus cachetes como si fuera una ardilla.
Así que la dejé comérselo todo.
Luego vino la Misa y los rezos, que reemplazaron nuestras actividades del día. Y ahí fue cuando aproveché para escabullirme. No fue difícil... soy una persona bastante pequeña de todas formas.
Di un par de pasos y me adentre al edificio... aún con el estómago crujiendo. Tenía que prometerme a mí misma eso de dejar de desquitarme con mi estómago, porque si no lo hacía... llegaría a mis 20 con un currículum de alguien de 40, sí, pero también con una gastritis aguda, que prometía mandarme un par de veces al año (si bien me iba) al hospital.
Giré a la derecha pero tan pronto lo hice... me detuve en seco.
No sé si fueron mis rodillas, la impresión, él hambre, el mal sabor de boca, los restos de las emociones que aún traía dentro, la falta de sueño... o todo a la vez. Pero juro que por unos segundos todo el cuerpo me falló y estuve a punto de caerme.
Aunado a eso... el pequeño ratoncillo que normalmente hacía un excelente trabajo en echar andar mi cerebro, también había de correr. Es más, hoy ni siquiera había caminado.
"Abel..."—musité.
Pero no era Abel... y lo sabía.
Solo que la palabra se había escapado de mis labios, así como se escapan los suspiros: sin querer y como un pequeño alivio.
Y es que la imagen que apareció ante mí, me dejó completamente... anonadada.
Porque podía ser Abel sí, pero solo si su cabellera fuera menos oscura, menos rebelde y también menos brillante.
Y estoy segura que cualquiera que tuviera las imágenes de anoche tan vívidas como las tenía yo dentro de mi cabeza, sin lugar a dudas lo habría confundido con Abel, de no ser por ese lindo y sutil salpicón de pecas que se esparcían a lo largo de esa afilada nariz, como si hubieran conquistado un reino.
Y sí, aún podría levantarse y gritar que era Abel y yo le creería firmemente y sin dudas... hasta que observara sus ojos, porque entonces serían verde e intensos, y no de un azul cálido.
"Alan Garcés"—me corregí
¿Qué hacia alguien como él durmiendo en este lugar? ¿Y por qué precisamente aquí?
Me aproximé casi de puntitas, para no despertarlo... aunque tal vez debí hacerlo. Pero en ese momento no lo pensé... tal vez porque en realidad no estaba pensando del todo.
Tenía un mechón de cabello, vuelto un completo desastre, cayendo parcialmente sobre sus ojos.
Y si lo observaba bien... en realidad traía todo el cabello hecho un nudo. Igual que yo... porque al parecer habíamos decidido ir por la mañana al mismo estilista catastrófico.
Y sus brazos, fuertes (para alguien de su edad) y torneados, le caían lánguidos a cada costado del cuerpo. Entonces noté que su reloj estaba estrellado y que tenía los nudillos raspados.
Pero también se había remangado ese sweater azul, hasta donde había podido, como si se hubiese estado muriendo de calor.
Me pareció muy extraño porque hacía frío. Definitivamente hacía frío y no solo era yo. Lo sé porqué en la Misa todos habían usado sweaters gruesos y chamarras... a excepción del padre que la había oficiando, pero a él no pararon de carraspearle los dientes.
Y luego estábamos Deimos y yo... que nos habíamos puesto tantas capas de ropa encima, que nos habíamos parecido más a un molote o a un tamal mal hecho, que a un par de personas.
Solo quiero mientras él lo había hecho forrado de marcas reconocidas y exclusivos diseñadores que habían robado suspiros, combinados con esa cara de atractivo peligroso.
Yo solo había recibido miradas chistosas.
Continué observando...
Los pantalones de Alan también estaban sucios y arrugados, e incluso un poco rasgados del dobladillo. Seguramente se había puesto lo primero que había encontrado.
Y sí, esos calcetines que apenas y se asomaban por debajo del pantalón me lo confirmaron, porque ni siquiera eran pareja; uno azul y otro rojo con franjas blancas, para variar.
Suprimí una carcajada.
Este chico que usualmente se esforzaba tanto por ser tan perfecto, estaba aquí tirado y vuelto un completo desastre.
Me dieron ganas de tomarle una fotografía para chantajearlo después... ya sabes, cosas que hace la buena y amable heroína de la historia.
Pero algo llamado conciencia me comenzó a palpitar, y decidí que no podía hacerle eso a una persona dormida... pero cuando despertara sería diferente. Porque entonces la tomaría y luego correría por mí vida.
En su estado no se veía muy capaz de seguirme el paso de todas formas. Además, siempre podía atarle las agujetas primero. Porque los que tenemos tamaño de Oompa Loompa, tenemos permiso para no jugar limpio siempre.
Me acerqué un poco más.
Se había dejado caer justo en sobre el marco de aquella puerta grande y vieja, y los restos de un cigarro que no se terminó de fumar, le hablan ennegrecido los dedos.
Eso le pasa por vicioso—pensé.
Y ese rostro que casi siempre estresado pero que hacía un esfuerzo inhumano por mantenerse sereno, se veía tan... en paz.
Así que sin darme cuenta me permití observarlo todo lo que quise, porque de todas formas no se iba dar cuenta: era un bulto.
Además el Alan dormido era mucho más agradable que el despierto, definitivamente... Porque ese mocoso engreído vaya que sabía como ser insoportable.
Era casi un don.
O uno de esos súper poderes inútiles que Dios a veces, les da a algunas personas como una pequeña burla, como hablar con las frutas , o ser un imán de balones.
¿O habría tomado un curso? Algo como: "Aprenda estos sencillos pasos si usted quiere exasperar a un adulto solo con existir"
Pues sí lo había tomado, le había funcionado bien. Porque aquí me tenía a mí (alguien que nunca rezaba) pidiéndole con muchísimas ganas a todos los Dioses del Olimpo y otras fuerzas desconocidas, que por favor no se despertara.
Ademas, tal vez sí lo veían solo un poco más... algunas piezas de aquel rompecabezas tan complicado en que se había convertido mi vida, acabarían por encajar por sí solas, quién sabe... pero valía la pena intentarlo.
Así que sin darle más vueltas, me puse de cuclillas frente a él.
Y lo observé unos segundos más... o tal vez fueron minutos. No lo sé... solo sé que lo hice todo el tiempo que quise hacerlo;
Primero me llamaron la atención sus cejas, que por lo regular estaban fruncidas... pero hoy no. Ojalá alguien quisiera apostar conmigo cuál sería la primera arruga que se apoderaría de su bonito rostro, porque estaba segura de que ganaría.
Ya que así de cerca, era la única expresión facial que aún se le marcaba, pero solo un poco... a modo de insinuación.
Luego le vi las pestañas; espesas y oscuras, no negras como las de Damasco, pero sí dos o tres tonos más profundos que su cabello... y la verdad, tenía que reconocer que hacían un muy buen trabajo en enmarcarle la mirada. Pero también me dieron ganas de arrancárselas porque era injusto que le pertenecieran a un chico.
Luego bajé a sus pómulos... tenían una estructura bien definida y marcada... y a veces (aún a su corta edad) lo hacían ver tan varonil que me daban ganas de patearle la cara, para ver si seguía viéndose así de varonil cuando estuviera llorando como una niña.
Ay Alan Garcés... se te ocurrió aparecerte dormido frente a una persona bastante peligrosa—volví a reír.
Verlo así era mucho más divertido de lo que había imaginado.
Entonces se me antojó acariciarle el cabello... ¿Por qué no? Solo iba a ser un poco de todas formas... Además el pobre chico estaba tan profundamente dormido que ni siquiera iba a recordar nada de esto, y no es un crimen sí nadie sabe que lo hiciste ¿Verdad?
O algo así había dicho Deimos y hoy, pero solo por este momento, decidí que tenía razón.
Mañana sería otro día... otro día en el que podía volver a cuestionar cada pequeña palabra que saliera de aquella boca venenosa.
Así que sin más, levante la mano y proseguí a hacer lo que me dictó mi santa voluntad.
Y he de reconocer que me sorprendió mucho darme cuenta de que era bastante más áspero de cómo lo había imaginado en mi cabeza...
Bueno, ¿Y que esperabas, Helena? Es un chico, no un algodón de azúcar—pensé.
Sí, supongo que en mi mente lo había imaginado muy parecido a un algodón de azúcar, o a un borreguito bebé.
O a uno de esos peluches japoneses que bien podrían ser aliens o cosa rara... pero que tienen una carita tan tierna y son tan pero tan suavecitos, que hace que no te importe nada de lo demás.
Me reí de mí misma.
Pero logré contenerme para que la risa solo resonara en mi cabeza.
Entonces, decidí que ya había sido suficiente, y que no iba a lograr descifrar los misterios del universo acariciando la cabeza de un chico inconsciente, que había decidido que era una buena idea quedarse dormido a mitad del pasillo.
Pero al menos logré subirme los ánimos—pensé—¡Gracias, Alan Garcés! ¡Espero coincidir más veces en esta vida con tu "yo" dormido!
Hice fuerza sobre mis rodillas para levantarme, pero justo antes de hacerlo, se me ocurrió decirle lo siguiente: —"Lo has hecho bien hasta ahora, pero no sigas esforzándote de esa forma, imbécil. Porque si sigues así, vas a morirte muy muuuy joven y de un infarto real. Además te vas a poner muy feo y ya no le vas a gustar a nadie, porque lo primero que va a hacer el estrés contigo, es dejarte sin pelo... ¡Y esa sí que va a ser una manera muy estúpida de echar a perder una cara como la que te dieron tus padres!"
Pero no quedó ahí, porque entonces por alguna razón, en ese momento me pareció que era una muy buena idea removerle la plasta de cabello amorfa que casi le ocultaba los ojos.
Así que comencé a hacerlo, pero...
En fracciones de segundos, abrió los ojos de golpe y me agarró de la muñeca con fuerza. Sin darme tiempo de nada.
Fue en un reflejo extraño que dolió.
Y yo quise quejarme, juro que quise hacerlo... pero no me salió la voz de la impresión.
Mierda, mierda, mierda—comencé a repetir dentro de mi cabeza—¿Por qué no le dejaste su estúpida plasta de cabello en paz, Helena? ¿Por queeee?
Y como no tenía nada inteligente que decir, me limité a tragar saliva con dificultad y a quedarme como gatito asustado ahí... viéndolo de regreso.
Entonces sucedió algo extraño... porque aquella mirada usual de alerta, de pronto se tornó suave y muy dulce, y para mí completa sorpresa, colocó mi mano justo sobre su mejilla.
Estaba caliente... No, estaba hirviendo.
¿Tenía temperatura?
Mis ojos fueron de su mano a la mía, y luego regresaron a los suyos... esos que nunca dejaron de verme de regreso.
Entonces ladeó la cabeza y soltó un suspiro tan largo que por un momento creí que se iba a quedar sin aire, pero luego me di cuenta de que sus pulmones eran mucho más grandes que los míos.
"Moco..."—susurró.
Pero yo continué tiesa... y lo único que pude emitir fue un triste y casi inaudible:
"¿Hum?"
Podía escuchar cómo mi propio corazón retumbaba con un duro: TrakaTrakaTraka, que parecía bastante empeñado en taladrarme los oídos.
¿Lo escuchaba él también?
Ojalá y no.
¿Por qué mierda no había dejado su estúpido cabello en paz?—me reproché de mala gana.
Entonces cerró los ojos... los volvió a abrir. Y de pronto sus labios esbozaron una sonrisa amplia... el problema fue que no se pareció en nada a todas las que le había visto antes. Vaya, ni siquiera sabía que en su repertorio de caras, tenía ese tipo de expresiones.
Tragué saliva una vez más, para humectar mis cuerdas bucales, en caso de que se pusiera a alegar cualquier cosa y yo tuviera que responderle.
¿Y qué iba a decirle? Ni idea... pero quise confiar en que si eso sucedía, mi cerebro iba a hacer lo suyo. Tenía que hacerlo porque los cerebros hacen ese tipo de cosas ¿No?
Entonces recordé como el día anterior le dije la palabra "ardilla" de la nada, y me di a mi misma mil bofetadas mentales.
Ojalá a mi cerebro no se le fuera a ocurrir, hacerme lo mismo esta vez...
Sus ojos se veían bastante somnolientos, pero con un tinte mucho más intenso que de costumbre.
Estuvo así, mirándome un rato... y luego rompió el silencio y dijo:
"Esto se está volviendo muy cansado ¿Sabes?"—acarició la piel de mi muñeca, y de inmediato su calor corporal se estrelló contra mi piel helada—"Ya se te hizo una costumbre bastante fea esa de aparecerte en mí cabeza cada que cierro los ojos... ¿Qué no tienes otro lado a dónde ir? ¿O alguien más a quién molestar?"—resopló—"Que niña tan insoportable..."
Entonces su mirada se tornó más intensa, exigente, como si esperara una respuesta.
Pero no se la pude dar.
Porque mi cabeza parecía una tele descompuesta.
Así que se rindió y decidió entrelazar sus dedos con los míos y una vez que lo hizo, volvió a hablar:
"Heh, al menos hoy... estás callada"
Levantó su otra mano y acarició mi cabello.
Me sorprendí, pero lo dejé hacerlo.
Porque de todas formas mi cuerpo y mi cerebro no me estaban haciendo mucho caso, así que ¿que otra cosa me quedaba?
Entonces soltó una pequeña carcajada.
Tal vez él también había esperado algodones de azúcar o borreguitos bebés... no sé.
Pero si osaba quejarse y hacerme cualquiera de esos comentarios molestos que se le daban tan bien, lo iba a mandar a verse a un espejo. Porque lo necesitaba tanto o más que yo.
Estuvo así un rato, y decidí arriesgarme y hacerle una pregunta:
"¿Qué haces aquí?"
Él volteó a verme con curiosidad y se encogió de hombros:
"Yo... solo estaba tratando de entender algunas cosas..."—contestó con desinterés, y luego siguió jugando con mi cabello; haciendo pequeños resortes con los dedos, que luego soltaba y volvía a atrapar.
Iba a ser un reverendo dolor en el culo ponerme a desenredar todo eso en la noche.
Gracias.
"¿Cosas sobre qué?"—insistí.
"Sobre una persona que todos tenemos que fingir que nunca existió... Mis padres dicen que se parecía mucho a mí ¿Sabes? Pero yo veo las fotografías y siento que no nos parecemos nada. Ese era un imbécil cara de niña... y yo sí me veo como un chico, gracias a Dios"
"Abel..."—solté el nombre sin pensarlo mucho.
Entonces dejó de hacer lo que estaba haciendo y su mirada se ensombreció un poco.
"Nunca pensé que algún día iba a escucharte decir su nombre"
"Escuché a las monjas decirlo y se me ocurrió que podía ser él"—traté de justificarme.
"Hah, pues claro"—rió por lo bajo—"Hasta en mis sueños eres una maldita sabelotodo que siempre sabe qué cosa decir"
Y juro que quise hacerle otra pregunta, pero no pude.
No me dejó.
Porque de pronto y sin aviso, me sujetó de los brazos y estrelló sus labios contra los míos con fuerza y demasiado vigor, y con tantas pero tantas ganas, que estoy segura de que a él también se le olvidó respirar en aquel momento.
Y yo lo único que pude hacer fue quedarme ahí; convertida en una piedra que hubiese deseado tener un tercer pulmón.
Coloqué una mano sobre su pecho, lo empujé, y me impulsé hacia atrás, para tomar aire. Porque estaba segura de que había comenzado a escuchar a todas mis neuronas explotar, una tras otra, a falta de oxigeno en mi sistema.
Pero tan pronto lo hice, me sujetó nuevamente y me volvió a atraer hacia él, con mucha más determinación que antes, Porque colocar una mano firme, detrás de mi cabeza, y la entrelazó con mi cabello para que no fuera a ninguna parte.
Al principio fue un beso torpe, uno lleno de los impulsos más primitivos y básicos que existen en las personas: uno que carecía por completo de ritmo y sincronía, pero que estaba plagado de ganas, necesidad y calor. Como si fuera el tan esperando alivio a una exigencia que había sido reprimida y subyugada durante el tiempo suficiente como para convertirse en una molestia.
Así que el instinto definitivamente hizo a un lado todas sus ganas de hacerlo bien, porque de pronto, el solo hecho de hacerlo fue lo único que le importó. Lo único que necesitaba.
Rodeó mi cuello con sus palmas calientes y abiertas, y poco a poco las deslizó hasta dar con mis mejillas, entonces las estrujó y él mismo me apartó un par de segundos, de mala gana y con un gruñido, para permitirse tomar un poco de aire, así que aproveché para hacer lo mismo, y nuestras respiraciones se convirtieron en jadeos profundos, que impactaron directamente contra la piel de nuestra cara, ya que si bien habíamos tomado la distancia necesaria para permitirnos llenar de aire nuestros pulmones, de todas formas habíamos quedado nariz contra nariz.
Cerré los ojos y escuché a mi corazón ir bajando su agitado ritmo.
Así que me pareció que mi cerebro por fin había decidido que ya era hora de funcionar para, por lo menos, mandarle alguna señal a mi boca para que esta, se dignara a emitir por lo menos un monosílabo.
No o Ya, habrían estado bien...
Pero justo cuando tuve las palabras en la punta de la lengua, jaló con fuerza e ímpetu, el cuello de mi sudadera con su puño.
Y en lo que despegué mis labios para quejarme... Entró.
Entró como si por fin hubiera hallado la forma de saciar su hambre... y eso hizo. No hubo nada de sutilezas o romanticismos. Ni existió la gentileza que él primer beso que le das a una persona debería tener. En cambio, me mordió los labios con la fuerza que necesitaba para obligarme a abrirlos para él, y entonces volvió a entrar una y otra y otra vez, y cada vez lo hizo con muchas mas ganas que antes, usando su lengua para recorrerme con apuración, como si temiera que en cualquier momento fuera a desaparecer. Como si necesitara aprovechar el momento.
Una mano bajó y subió a lo largo de mis brazos para sentirme y apretarme, mientras la otra continuó sujetándome con fuerza por el cuello de la sudadera.
Sus labios se sintieron húmedos, cálidos y suaves, pero completamente poseídos por impulsos tercos, toscos y animales que le habían ofuscado todo rastro de razón.
Pude ver a sus pupilas perderse entre sus párpados, dejando a sus ojos completamente en blanco gracias a su completa y poderosa falta de control.
Pero extrañamente lo único en que pude concentrarme fue que la temperatura de mi cuerpo estaba agradecida con la temperatura del suyo; como si lo regulara... como si lo necesitara para dejar de ser un témpano de hielo.
Se separó un poco.
Me acarició el labio inferior utilizando su pulgar, y entonces me percaté de que temblaba.
Todo él, cada parte de su cuerpo.
Entonces volvió a morderme, pero esta vez con menos rudeza y un poco más de suavidad, como si me estuviera suplicando que hiciera lo mismo que él.
Pero no lo hice.
No pude.
Suspiró, cerró los ojos, se separó un poco, y aflojó su agarre sin soltarme.
Después pegó su frente contra la mía, y se quedó ahí: concentrando todas sus fuerzas en bajar el ritmo de su respiración; que se había vuelto una secuencia de jadeos interrumpida por suspiros largos y forzados.
Pude ver su pecho subir y bajar con agitación bajo su ropa.
Después colocó sus manos sobre mis hombros, y subió a mi cuello, y a mi cabello, y luego tomó cierta distancia valiéndose de la poca fuerza de voluntad que aún le quedaba, sólo un poco... solo la necesaria. Sólo la que su escaso criterio lo dejó tomar.
Entonces fijé mis ojos en sus labios entreabiertos; se veían mojados, hinchados y mucho más enrojecidos en comparación a su tono rosado habitual.
Seguramente así se veían los míos.
Me llevé una mano ahí para confirmarlo, y en cuanto los toqué, ardió. Pero quise creer que no era nada que un par de hielos metidos en una bolsa de plástico no pudieran arreglar.
Me sacó de mis pensamientos cuando acarició mi mejilla, utilizando la parte posterior de su índice, como si estuviera trazando una figura, y entonces dijo:
"No me voy a disculpar... porque tú me dijiste que los besos sin amor no significan nada. Y yo no puedo sentir esas cosas"—luego plantó un pequeño camino de besos castos a lo largo de mi quijada y cuando llegó a milímetros de mi oído se detuvo—"Pero si vas a seguir viniendo cada que te dé la maldita gana... vuelve a traer contigo ese sabor a pasta de dientes, porque ya me cansé de que todas las otras veces... nunca sepas a nada"
Entonces echó la cabeza hacia atrás.
Y su cabello de dorados y cobrizos quedó mucho más desprolijo y revuelto que antes.
Y ese pequeño bulto, tan conocido como: La manzana de Adán, quedó totalmente expuesto a mis ojos y en ese momento pensé... que Alan Garcés ya se parecía mucho más a un hombre que a un chico.
Acomodé mi cabello detrás de mi oreja, pero no pude brincar como resorte e irme (como que hacerlo) porque lo que acababa de ocurrir, me habían dejado mareada, así que me quedé ahí, como estatua... escuchando como su respiración se hacía cada vez más y más lenta, hasta que volvió a quedarse dormido.
O tal vez nunca se había despertado del todo.
Nota de autor: es laaaaaargooooo, muy largo... porque ya no puedo actualizar tan seguido como antes.
Editaré algunos errores de dedo y descripciones en la noche, pero ya saben, la idea no cambia.
Si les gustó el capítulo me encantaría que me lo hicieran saber con alguna estrellita 🌟 o un comentario. No tienen que ser los dos, pero cada vez que los veo eso me hace muy feliz 💕
Mil gracias por leerme...
Marluieth.
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