46. Verónica Burdeos
"Al que toma partido en una guerra, pero no está dispuesto a mancharse las manos se le conoce como un hipócrita, y el que se excusa en el papel de espectador para no hacer nada, no es más que un cobarde. Y el mundo ya está demasiado lleno de hipócritas y cobardes, pero curiosamente nunca son ellos los que escriben la historia, ni tampoco los que la cambian, ni mucho menos los que tienen lo
que se necesita para iniciar una revolución".
—Lyoshevko Lacroix (Cuervo)
Después de aquello, no hablamos mucho. Yo traté de sacarle algunas cosas, pero él evadió todas mis preguntas y lo terminó convirtiendo todo en una especie de juego o una sátira, que al final se tornó demasiado tedioso para mí y para él, en más risas. Deimos era así, siempre que encontrara con quien o a qué jugar, jugaba sin pensarlo, y mientras más retorcido, cruel y enfermo se tornara, más lo disfrutaba.
Así que al encontrarnos ahí, cumpliendo diligentemente (o al menos, yo sí) con nuestro castigo, no fue diferente... Porque mientras yo me puse a sacudir las últimas pilas de libros que me quedaban por acomodar, de repente a él lo noté muy silencioso y apartado, escondido perfectamente tras un estante. Con solo su sombra marcada por la luna y la luz de las velas para delatarlo.
Estuvo un rato así, tal vez media hora... al principio lo ignoré porque me había exasperado demasiado como para prestarle atención, pero cuando finalmente me decidí a asomarme porque la curiosidad me ganó (como siempre) me percaté de que Deimos no estaba ahí sólo porque si, ni tampoco estaba haciendo nada relacionado con el castigo. Es más, los libros eran lo que menos le importaba.
Un escalofrío extraño me sacudió el cuerpo, empezando por los brazos. Y mis ojos quedaron fijos sobre su figura.
Había encontrado un desafortunado nido de ardillas, y las había destripado una a una, utilizando la punta afilada del compás de un estuche de dibujo, que había encontrado entre unos papeles. Lo supe porque lo había dejado abierto a un lado suyo, junto con gomas y lápices con la punta trozada porque no habían cumplido su cometido.
El estomago se me revolvió al instante y por completo, y estuve a punto de tropezar.
Y él lo notó, claro que sí, o al menos escuchó el tropiezo. Porque en ese momento su cara adoptó una expresión completamente cínica y pasó lentamente la lengua alrededor de toda la punta ensangrentada del compás, sin dejar de verme y de sonreír, y sin un ápice de remordimiento ante lo que acaba de hacer. Nada.
Y entonces me percaté de un par de cosas más, ese no era el Deimos de siempre, no: su lengua era bífida y alargada, como la del sacerdote que le había arrebatado la vida a la mamá y a los hermanitos de Xiomara Monroy. Y sobre su cuello alargado, a lo largo de sus clavículas estéticas y bien marcadas, y lo poco que alcanzaba a ver de sus pálidas muñecas, se reflejaban unas franjas de piel bastante simétricas, y con una textura que se parecía mucho a esa que tienen las escamas.
Eran de tonos azulados, brillantes y diversos, reflejando hasta el más mínimo destello de luz ante el movimiento más leve y sutil de su cuerpo. Y sus ojos, azules, fríos, y tan claros como el mismísimo hielo, tenían la pupila demasiado alargada como para considerarse humana, dilatada y en vez de reflejar vida, asemejaban a un espejo claro, cuyo único reflejo permitido era el de esa escena tétrica. Y en cada esquina, como dibujaras por un pincel fino, se le formaban un par de delgadas líneas de piel azulada y brillante, que me pareció preciosa pero bastante intimidante.
Y todo él lo era; sus colmillos blancos y alargados, la naturalidad con lo que estaba haciendo lo que hacía, la punta ensangrentada de cada uno de sus dedos, sus labios prominentes pintados de carmín, y las salpicaduras escarlata en su ropa y sus jeans.
El sonido de la carne rompiéndose nuevamente bajo la punta del compás metálico me terminó de sacar del trance, justo cuando la clavó en uno de los cuerpecitos mutilados de los pequeños roedores, para así dejar todos sus órganos expuestos ante sus ojos animales. Entonces su sonrisa se marcó mucho más y pude ver aquel órgano palpitante dar sus últimas sacudidas, justo antes de que lo deshiciera con los dedos. Como quien deshace una borona de pan.
Dejé caer los libros que cargaba al suelo.
Di la media vuelta, y salí del lugar.
El sabor a jugos gástricos que percibían mis papilas gustativas y el ritmo de mi corazón empapado por una emoción que odié, no me iban a permitir seguir ahí, observando... o sí, pero no quería hacerlo.
Y si mañana las monjas me regañaban por dejar un par de libros tirados, pues que así fuera. Pero no quería, me rehusaba a convertirme en un espectador voluntario de todo aquello, sobretodo porque me di cuenta de que me despertó emociones que ese tipo de escenas no deberían despertar en nadie. Y por primera vez en mi vida, tuve miedo de lo que estaba adentro de mí y no de lo que estaba afuera.
Al salir de la biblioteca, el frío golpeó mi piel al instante, así que me aferré a la cobija con muchas más fuerzas. Como si fuera una especie de capa pero mucho menos estética y con un patrón a cuadros y rombos de colores, dibujado con telar de cintura, y hecho de lana.
El monasterio era gigante, y de noche se veía muchísimo más intimidante. Sobretodo por sus bastos jardines en los que la naturaleza había decidido tomar toda clase de forma y figura gracias a la ausencia de un jardinero que se encargara de algo, más además de podar el césped y de darle forma a los arbustos más pequeños.
El sonido de la hierba crujiendo bajo mis pies, combinado con el de mi respiración, un viento leve y el canto de algunos insectos, fue lo único que me rodeó al principio. Y tal vez fue un poco culpa de haber encontrado una especie de paz en todo aquello, lo que hizo que me perdiera. Después de todo, gracias a mi gran bocota, nadie me había dado ningún tour.
Caminé un poco más y a lo lejos me pareció ver dos luces. Las de un par de velas ocultas tras el espeso follaje... y conforme me aproximé, escuché sus voces. Unas que en cuanto se hicieron claras, reconocí de inmediato:
"No quiero que estés en ninguna actividad con ella..."—susurró Verónica, vestida en un bonito camisón de noche y una chamarra rompe vientos ligera, en tonos de plata—"¿Es tan difícil de entender?"—cuestionó, acercándose aún más a la figura que tenía enfrente, mientras se mordía los labios en completa frustración, mismos que por el frío, de inmediato adoptaron un color mucho más rosado y exquisito—"Quiero que estés conmigo, solo conmigo. Siempre. Todo el tiempo."
Y sin darme cuenta, terminé oculta tras un árbol de tronco grueso y algo de vegetación. Ellos no podían verme, pero yo a ellos podía verlos a la perfección.
La verdad es que nunca me consideré de las que gustaban de escuchar conversaciones ajenas. Nunca hasta ahora... pero eran ellos, y cualquier cosa que dijeran, podía ser reveladora. No podía dejar pasar por alto una oportunidad así. No después de tanto tiempo de sentir que sólo estaba dando pasos ciegos.
"Siempre estoy contigo..."—le respondió Alan, con un atisbo de melancolía en sus voz—"Todo el tiempo"—le aseguró—"Igual que ahora, ayer o mañana. Igual que todos los días. Por una o dos horas que no estemos juntos, no tiene sentido que te pongas así"—le deslizó suavemente los dedos por la barbilla para alzarle un poco el rostro y obligarla a verlo—"Verónica, mírame... no vale la pena."
"Es muy fácil para ti decirlo. Pero no puedes engañarme, no a mí. He visto como la miras... ¿Sabes? Desde la primera vez... Desde que..."—por un momento se le cristalizaron los ojos, pero de inmediato la vi obligándose a reponerse, como si estuviera demasiado acostumbrada a hacerse la dura—"A mí nunca me has mirado así. Conmigo nunca te has enojado tanto... ¿Es normal que quiera que te enojes conmigo?"—soltó una risa triste y absurda, de esas que tienen sabor a derrota—"Quiero que explotes y me grites, así como haces con ella cada vez que abre la boca y te dice cosas que no te gustan. Cosa que siempre pasa aunque no le hables y ella no te hable a ti. Yo siempre te estoy viendo Alan... Siempre... Porque es de las cosas que más me gusta hacer en el mundo... Y todos los días sin falta, en algún momento, pones esa estúpida cara... Y cómo la odio"—le acarició suavemente uno de los pómulos, pasando la parte anterior de su uña, justo por la línea que le enmarcaba la quijada—"La cara de que le estás dando vueltas a cualquier cosa que te haya dicho, aunque hayan pasado días, semanas o incluso meses de haberlo hecho. Al final no importa, porque revives esos momentos todas las veces que quieres, dentro de tu cabeza. Y a mí no me queda más que seguir ahí... viendo como lo haces, una, y otra, y otra vez. Es cansado".
El levantó su mano con suavidad.
Le rodeó con ella la muñeca.
Y cerró los ojos, mientras le acariciaba la piel haciendo pequeños círculos con el pulgar. Como tratando de tranquilizarla.
Entonces ella cerró los ojos también y se dejó llevar por ese pequeño contacto.
Estuvieron así unos segundos, en un silencio que solo resulta cómodo para quienes comparten lazos tan fuertes que son imposibles de explicar. Y para ellos lo fue.
Entonces él respiró hondo y volvió a hablar, casi susurrando:
"Solo es curiosidad..."—pegó su frente a la de ella—"Tú también la sientes aunque siempre me digas que no... sé que sí porque te conozco. Crecimos juntos"—ella trató de poner distancia pero él la detuvo—"No apartes la cara... mírame. Mi curiosidad es justo igual a la tuya, no va más allá."
Entonces ella lo miró fijo y luego volvió a reír con amargura. Como si su propia risa tuviera un sabor desagradable en su boca.
"Siempre has sido muy bueno diciendo mentiras"—soltó—"Pero nunca pensé que ibas a tratar de decírmelas a mí y a esperar que me las creyera"
Él arqueó sus cejas, y negó con la cabeza. La luz de las velas y la que emitía la luna, jugaron juntas en cada hebra de su cabello.
"No son mentiras"—argumentó—"Estoy aquí, contigo... y voy a hacer cualquier cosa para que estés bien, tú sólo pídelo y yo veré la forma. Pero no me gusta verte así, no te lo mereces"
"Merecer... Hah... nunca se ha tratado de eso y lo sabes. No para nosotros"—le dijo con cierta resolución—"¿No te gusta verme así, Alan? ¿O te da miedo hacerlo? ¿Por lo menos conoces la diferencia?"
"Verónica... tú me importas."
"Claro que te importo, gracias a mi y a mi familia estás aquí justo ahora, parado frente a mi. Respirando el mismo aire que yo respiro."—musitó ella, colocando sus manos sobre los hombros de él, para empujarse con suavidad y tomar cierta distancia—"Dime Alan... ¿Que pasaría si le dijera a Maxime que lo hiciera? Que engullera un trozo de carne de Helena para que pasaras tiempo con él en vez de pasar tiempo con ella, sin que nadie se diera cuenta"—entonces ella, le agarró el rostro para bajarlo a su mismo nivel, y su expresión fría y resuelta de antes, de inmediato se tornó en una de desprecio y desdén—"Ahhh... ahí está de nuevo. Esa estúpida expresión que tanto detesto"
"No puedes hacerlo"—habló el, sosteniéndole la mirada en todo momento.
Ella volvió a reír.
"¿No puedo? ¿O no ahora?"—cuestionó con soberbia—"Porque va a llegar el día en que pueda hacer lo que yo quiera, solo es cuestión de tiempo, y cuando eso suceda, tal vez no sea Max a quién escoja para hacer el trabajo sucio"—añadió—"¿Por qué me ves con esos ojos? ¿No fuiste tú el primero que rompió las reglas?"
Él intentó decir algo, pero un brillo bajo la ropa de Verónica, inundó de luz cada rincón del lugar brevemente. Como si un relámpago le hubiera brotado del pecho y luego se le hubiera vuelto a meter bajo la ropa.
Pero lo más sorprendente llegó después, porque entonces la mirada de Alan se volvió vacía, sombría, sin reflejo alguno de vida.
Rompió la distancia que faltaba, la sujetó de los hombros con suavidad, se inclinó nuevamente para estar a la altura perfecta, y la besó.
A simple vista pareció un beso cálido y dulce entre dos adolescentes que se refugiaban en la noche para hacer lo prohibido, cualquiera lo habría visto así.
Pero los ojos de Alan estaban fijos, en algún punto del espacio, con la pupila dilatada y tan carentes de emoción que ni siquiera pestañeaba.
Entonces ella rompió el contacto y se llevó una mano a los labios.
"Hah... que aburrido es esto"—lo miró y pude ver como él poco a poco recobró nuevamente el control de su cuerpo, y como sus ojos volvieron a adoptar su brillo usual—"No eres más que un maniquí sin gracia. Todos ustedes lo son, se supone que lo son pero... no con ella... ¿Que pasaría si Ramiel o el Vaticano se enteraran, Alan? ¿Tienes idea de lo que le harían?"—pude ver los músculos de la quijada de Alan comenzar a tensarse; marcando esa única vena que siempre lo delataba cuando sentía disgusto, enojo o cualquier emoción que no tenía permitido expresar, y ella también lo notó, porque entonces dijo: —"Claro que la tienes, y por eso fuiste a involucrarte con esos estúpidos documentos y me ataste las manos para que no pudiera hacer nada. Porque lo sabes... sabes perfectamente que no soportaría perderte y te aprovechaste de eso."—añadió como en una incómoda revelación—"Y tú tampoco soportarías perderme a mí, pero por razones completamente diferentes. Las tuyas mucho más tristes que las mías, pero las mías más miserables."—le clavó sus ojos avellana en los suyos, verdes y profundos pero demasiado bien entrenados, muy a pesar de sus cortos 16 años de edad, para no mostrar del todo sus emociones—"¿Que tan lejos estarías de mí justo ahora, si no fuera por lo que te hizo Abel? Por las noches a veces me pongo a pensar en ello y cuando me doy cuenta ya es de día."
"Tú y yo habríamos terminado juntos de todas formas."—le respondió él, en un tono que no pude descifrar.
"Y de nuevo tratando de mentirme... pero las mentiras forjadas con tu timbre de voz son dulces, muy dulces."—le dijo ella, acercándose otra vez—"Dime que soy bonita."—pidió.
"Eres hermosa."
"¿Debería fingir que te creo, Alan? ¿O continuamos con esta discusión absurda en la que solo dices lo que quiero escuchar y no lo que de verdad sientes?"
El despegó sus labios para hablar pero antes de que pudiera hacerlo, ella le colocó el índice sobre la punta para impedírselo.
"No me contestes"—zanjó—"Da igual. No puedes irte de todas formas. Fuiste hecho para mí y yo fui hecha para ti... Pero que no se te olvide lo que eres: Un monstruo."
Entonces su pecho volvió a emitir aquella intermitente luz de antes, y en cuestión de segundos, Alan adoptó esa forma extraña y algo repugnante que lo vi tomar aquella vez del hospital. Cuando con una voz ronca y bestia me dijo que olvidara, y entonces por mí seguridad, fingí hacerlo.
Los ojos, como cuencas negras, infinitas, opacas y vacías.
La piel, no solo pálida... blanca; como si estuviera muriendo.
Los labios amoratados, entreabiertos, temblando, delineados de negro y más negro.
Y bajo su piel, pequeños ramajes de venas ennegrecidas y algo violáceas, que le abarcaban cada centímetro visible del cuerpo, sobretodo ahí, en la piel de alrededor de sus ojos, como si los enmarcaran.
"Y nunca vas a dejar de serlo"—volvió a hablar ella—"Estas maldito, todos ustedes lo están, y por eso nadie te va a poder querer como te quiero yo. Nunca ¿Me oíste? ...Porque esta es tu cara. Tu cara real. La que desquicia a todas las personas en cuanto la ven, pero no a mí. Porque soy tuya, aunque no me quieras. Aunque nunca sepas lo que es querer... y me voy a tener que conformar con eso. Así que si algún día comienzas a sentir cosas, más te vale entrenar a tu corazón para que sean por la persona con la que vas a pasar el resto de tu vida, y no por una mujercita cualquiera que te causa... curiosidad"—entonces lo volvió a repasar por encima de su hombro, con algo de satisfacción. Y luego dió la media vuelta, agarrándose el pecho con fuerza, y se fue... probablemente camino a los dormitorios.
Después se fue él, pero tardó un rato ahí, con aquella horrible apariencia, esperando a que su cuerpo regresara a la normalidad, mientras enterraba sus garras filosas y oscuras en el tronco de un árbol contiguo a su cuerpo para desquitarse.
Y al final también me fui yo, siguiendo los pasos de Verónica para no volver a perderme entre la engañosa naturaleza.
*****
El Sol salió con intensidad a la mañana siguiente. Me costó abrir los ojos, muchísimo, pero igual me forcé a hacerlo desde la primera vez que la Madre Superiora tocó nuestra puerta y sopló un silbato metálico que traía colgado al cuello, para levantarnos.
Argelia brincó, emitió un chillido, cayó de la cama y volvió a dormirse en el piso, entre sus sabanas revueltas y nuestros zapatos.
"Pssst pssst... ¿No te vas a parar?"—le sacudí el hombro.
Nada.
"Argeliaaa"—volví a intentar.
Se dió la vuelta para darme la espalda.
"Argeliaaaa" —una vez más.
"¿Hnn?"
"Vamos a bañarnos antes de que todo mundo se amontone en las regaderas y nos toque agua fría"
"Hmm...nhh...perfume"—balbuceó.
"¿Qué?"
"Que voy a hacer lo que los franceses y me voy a bañar en perfume"—espetó molesta—"¡Ya déjame dormir en paz!"
Una almohada salió volando directo hacia mi cara.
"Ah. Suena bastante higiénico que pienses hacer lo que los franceses hacían en la Edad Media"
"Au revoir Mademoiselle..."
Torcí los ojos pero me rendí igual. Yo tampoco era de las que madrugaban por naturaleza... pero me aterraba darme un chapuzón en agua fría y en todas esas películas de monjas y conventos que había visto en mi vida, siempre había un común denominador: eran famosas por tener calderas tan viejas que uno de los castigos favoritos a las novatas que obraban mal, siempre era el obligarlas a bañarse hasta el final para que se congelaran (y se arrepintieran de sus pecados), y fuera cierto o pura ficción... no estaba dispuesta a averiguarlo.
Así que escogí mi ropa, puse mis artículos de aseo personal en un maletín de plástico calado, agarré una toalla, me saqué los calcetines y me puse los zapatos que iba a usar en el día, y salí de aquella recámara repleta de niñas en modo zombie.
Pero no llegué muy lejos.
Vi los baños a mi derecha, sí... pero justo cuando giré mi cuerpo para dirigirme a ellos, alguien me dió un fuerte tirón del brazo. Y en un abrir y cerrar de ojos me encontré entre la maleza, con el trasero justo en el suelo, en un charco de lodo para ser exactos.
"Tardaste demasiado" —dijo el responsable de tan aparatoso sentón. Parecía satisfecho con lo que acababa de hacerme.
"¿Por qué no me sorprende que seas tú?"
El rió.
"¿Y a quien más va a darle tanto miedo el agua fría como a nosotros, gatita?"
"Ya deja de decirme así, me llamo-" —pero un dolor agudo en la muñeca me interrumpió todos y cada uno de mis pensamientos. Y antes de que pudiera gritar de dolor, puso su mano contra mi boca con fuerza, para contenerme.
"Te dije que ibas a meterte en problemas"—me susurró al oído mientras lamía una de mis lágrimas, repasándose los labios con la lengua—"Sigue intentando moverte, y el corte va a terminar bastante más feo. Además, solo será un pedazo. Ya te has hecho cosas peores"
El líquido espeso y caliente comenzó a escurrir a lo largo de mi brazo, y él lo levantó para lamerlo también.
Entonces me soltó y levantó el pedazo de carne que acababa de arrancarme con un cuchillo de hoja fina pero prominente, y lo sacudió así, sin más; justo frente a mis ojos: aún tibio, aún sangrante, aún perdiendo su color.
"Esto que ves aquí, acaba de salvarnos la fiesta"—musitó con orgullo.
"Eres un enfermo"—mi voz salió de mí con todo el trabajo del mundo.
"Y nunca dije que no lo fuera ¿O sí?"
"Solo porque prácticamente seas la mascota de Verónica no signi-" —pero me volvió a silenciar con fuerza.
"No"—zanjó—"Soy tuyo. Completamente tuyo y mucho más de lo que tú crees. Los gatos y las serpientes tenemos nuestra historia gatita; larga y sanguinaria, como una encantadora tradición..."
Mis ojos llenos de confusión le sacaron una más de sus sonrisas macabras, torcidas y escalofriantes. De esas que solo existen dentro de las pesadillas y que jamás deberían salir de ahí.
"Hoy voy a ser tú"—continuó—"Y tú también vas a ser tú pero vas a poder preguntar todas las cosas que quieras saber porque van a pensar que eres yo"—me clavó sus ojos azules y gélidos, repletos de todas las emociones inhumanas del mundo—"La fiesta que acabo de salvar es la nuestra"
Entonces engulló mi trozo de carne como si fuera un filete de carne crudo. Y mientras dos gotas de líquido amarillento y rojizo resbalaban por el borde de sus labios, lo vi cambiar su apariencia y convertirla en la mía.
Fue como ver un espejo, pero vivo y respirando, y mucho más perturbador.
"Hola, me llamo Helena y cuando salí de bañarme el infame de Deimos me atacó, me arrancó la piel y tomó mi apariencia"—sonrió—"Y justo ahora estoy inconsciente en la bodega de los detergentes, a la espera de que Deimos me despierte... así que más me vale llegar temprano a no ser que quiera que me descubran y todo se nos vaya al carajo"—añadió—"De verdad espero que al menos haya ratones ahí, o cucarachas... de lo contrario, me voy a morir de aburrimiento"
"La primera parte no es del todo mentira"—observé de mala gana, zafándome de su agarre hosco.
"Nada es mentira si nadie sabe la verdad"—exclamó con cinismo, me dió una un último repaso con esos ojos llenos de engaño y crueldad, y luego se puso de pie—"Ah, lo olvidaba... hay que guardar las apariencias"—entonces volvió a desenfundar el cuchillo y se cortó un trozo de carne él mismo, justo donde me lo había hecho a mí—"Y tú deberías ver la forma de cubrirte eso gatita... a no ser que de verdad quieras pasar el día en el cuarto de los detergentes, a la espera de la mordida de la serpiente"
Dicho eso se fue. Y yo tuve que correr a las regaderas a lavarme la herida y parar el sangrado con una de las vendas que traía alrededor de la pierna. No pude regresar a buscar nada a mi maleta... no me atreví. Era demasiado arriesgado.
Y Deimos acababa de abrirme una puerta... La puerta de poder preguntarle a Alan un par de cosas y que me contestara porque iba a tener la guardia completamente baja... Después de todo, era su "mejor amigo" quien preguntaba ¿No?
*****
Durante el desayuno me senté con Argelia como siempre, ya que se suponía que nadie debía sospechar nada, y la mejor forma de hacerlo era buscando que las cosas siguieran un curso lo más cercano a lo normal. Y aún así (debido a mí nerviosismo ante lo ocurrido) cometí algunos errores garrafales, que gracias a Dios nadie notó, por ejemplo; mordí mi plátano con todo y cáscara, a mi fruta le puse crema en vez de yogurt, y se me olvidó agarrar un vaso antes de servir el jugo y me empape la mano.
Pero no hice un escándalo de ninguna de esas cosas... ya sabes, cuando la cagas pero no quieres que te presten atención innecesaria, lo mejor es actuar como si supieras lo que estas haciendo aunque no sepas una mierda de nada.
El brazo aún me dolía, y mucho... pero Argelia en su cangurera de 'niña religiosa exploradora todo-terreno' traía vendoletes, gasas, agua oxigenada y mertiolate del que arde como si te estuvieran exprimiendo chile con limón en la herida. Así que al menos no se me iba a infectar... aunque sí grité como mandragora de Harry Potter a la que acaban de sacar de la tierra,
Luego comenzaron las actividades... una especie de Rally que organizaron las monjas, en el que teníamos que buscar pequeños cofres de colores esparcidos por todos los jardines. Se supone que contenían "tesoros" aunque seguramente eran pasajes bíblicos y dulces. O solo lo primero... pero no perdía la esperanza de que aunque me pusieran a leer Dios es amor mil veces, también me regalaran gomitas.
"Hey, gusano estúpido... ¿Vas a venir o qué?"—preguntó Alan Garcés, acercándose.
Ah, mi supuesto y radiante "mejor amigo"—pensé.
Traía puesta una playera polo color azul rey que se ceñía en las partes correctas a su figura, y en las otras iba suelta, y un par de jeans de mezclilla oscura le abrazaban las piernas, y en la parte más baja, se perdían dentro de unas botas Jeep color verde seco, que se encargaban de resaltar mucho más sus ojos, pero que también traían todo el estilo de las que usan los exploradores de Animal Planet cuándo atrapan cocodrilos casi mutantes para después morir atravesados por el aguijón de una manta-raya normalmente inofensiva.
¿Por qué nadie me dijo que los cofres que teníamos que recolectar contenían pirañas bíblicas del tipo: "O me recitas todo San Mateo o te arranco la cara"? —pero eso sólo lo pensé, porque se suponía que debía actuar como Deimos. El problema era que dado que Deimos casi toda mi vida me valió un reverendo camote... la única imagen que venia a mí de él era la de anoche, con él, destripando ardillas usando un compás.
Pero tampoco le iba a decir a Alan '¡Hey buddy! ¿Que te parece si me consigues un compás para ver si destripo algunas ardillas en lo que buscamos los cofres de Dios?' ¿Verdad?
Así que mi cerebro que normalmente funciona muy bien, se trabó por completo y solo pude decirle esto:
"Ardillas"
"¿Qué?"—casi se rió en mi cara.
"Nada. Que ya voy..."
"¿Todo bien?" —preguntó, colocando una mano sobre mí frente, como para sentir mi temperatura.
"¿Po-Por q-qué?" —balbucee.
"Hmmm... estás a temperatura cadáver. Igual que siempre. Pero pues supongo que la fiebre de anoche te fundió algunas neuronas"
¿Había tenido fiebre? Al parecer sí—pensé.
Me aclaré la garganta.
"Ehm sí. Es eso"—aparté su mano—"Lo de las neuronas también... o no... ¿O sí? ¡No sé! ¡Nunca he tenido muchas de todas formas!"
Soltó una carcajada gigante.
Y yo me di cuenta de que todo este tiempo había estado fingiendo una voz ridícula. Ya sabes, esa qué haces cuando tienes una voz aguda pero tratas de imitar la de un machote lomo plateado.
Lo cual era ridículo.
¿¡Por qué rayos había hecho eso!?
Me volví a aclarar la garganta y seguí caminando tras él, de lo más "normal".
"Y... ¿Has vuelto a sacarles fotografías?"—preguntó sin prestarle demasiada atención a mi previo estado de pánico, lo cual, le agradecía infinito. Porque a pesar de llevar tiempo hablando, no habíamos cruzado miradas... no realmente.
"¿Fo-fotografías? ¿A quienes?"—pregunté nerviosa... Demonios... ¿A caso no debí pretender saber de lo que estaba hablando? Algo más natural tipo: 'Oh sí, esas fotografías. Todo el tiempo las tomo jojo'—estaba segura de que la crisis mental se me notaba en la cara, pero gracias a que él no me veía, no lo notaba. Ah. Pero si seguía con este acto tan pobre y ridículo, seguro que se daría cuenta.
"¿Como que a quienes?"—se detuvo a mover un arbusto para buscar detrás—"Tú sabes... las que les tomas a los animales cuando les haces de todo. La verdad son las únicas fotografías que yo sepa que tomas"
Ay no. Que horror.
Así que mi lado animalista se me salió sin querer:
"Claro que las he tomado, soy Deimos. Y uno de mis pasatiempos favoritos es torturar animales en vez de, no sé... armar rompecabezas complicados para cansar mi mente y no usarla con fines psicóticos"—y lo que dije había sonado muy muuuy mal, así que agregué: —"Quiero decir, claro que sí les he tomado fotos y hasta videos. Ya sabes cómo soy. Jaja"—entonces volví a hablar antes de que pudiera decirme algo y el acto se me cayera. Necesitaba desviar la atención de mí y redirigirla hacha él—"De todas formas, ¿Por qué quieres saber?"
Él se quedó callado unos segundos, como si estuviera procesando lo que iba a decir, pero al final habló:
"¿En serio me vas a obligar a responder eso imbécil?"—me quedé callada, porque en vista de las circunstancias y de mi hermoso manejo de la situación, era lo mejor que podía hacer —"Vaya... Está bien. Te estoy preguntando porque quiero verlas."
"Ah"
"¿Como que 'Ah'? ¿De repente te comenzó a carcomer una pequeña espinita llamada consciencia?"
"¡Claro que no! ¡Mis calificaciones en español son las peores así que ni siquiera sé lo que consciencia significa! ¡Y ni siquiera sé por qué me enorgullece no saber!"—grité, quedando en completo ridículo—"Ahhhem... quiero decir... qué fuera de broma tal vez si se me fundieron algunas neuronas con la fiebre de anoche. Ay. Ni siquiera sé por qué estoy actuando así..."
"Ey"—Alan se volteó y me puso una mano en el hombro—"Ey, Max"—un apretón y luego rompió él contacto de inmediato—"Tranquilo. De vez en cuando todos lo sentimos, es normal... sólo no trates de compararte con los humanos y sus estándares de lo que está bien o está mal, si no nunca saldrás de ahí ¿Está bien?"—volvió a emprender el paso frente a mí, y yo seguí su espalda—"Vamos, pedazo de víbora malograda, al menos sigue tus propios consejos"—agregó.
"Está bien"—solté una risa nerviosa.
Y así seguimos caminando como al principio, él frente a mí y yo siguiéndole detrás, como cachorrito asustado.
Entonces volvió a romper el silencio:
"Y entonces... ¿Pudiste arreglar tu cámara o no?"—quiso saber.
"Ah, sí sí... el otro día la llevé a... uno de esos lugares donde arreglan cámaras..."—solté, pero cuando me di cuenta de mi error, agregué: —"Bueno, no la llevé yo, le dije a Jaime que la llevara, porque yo no tengo idea de dónde quedan esos lugares porque soy rico... y los ricos no sabemos ese tipo de cosas... Jaja..."
Diooooos ¡Helena Candiani Yolotl! ¿Podrías regarla más este día? —me reprendí mentalmente.
Pero al parecer, Alan ni siquiera se dió cuenta de mi pésima personificación de Deimos, porque solo me preguntó:
"¿A... Jaime?"
"Sí, ya sabes... estoy tan concentrado torturando animales y tomándoles fotografías que ni siquiera me da tiempo de aprenderme los nombres de todas las personas que trabajan para mí... Así que todos son Jaime"
"Hey. Mira... Ya encontramos el segundo cofre."—dijo sin prestarme mucha atención (lo cual le agradecía infinito), mientras se agachaba para recoger algo amarillo de entre unas piedras.
"Genial"—le dije con desinterés. Y él guardó nuestro segundo hallazgo dentro de una mochila que traía colgando del hombro.
Seguimos caminando.
"Por cierto..."—esta vez fui yo la que rompió el silencio—"Llevo queriendo preguntarte algo hace tiempo... Pero te advierto que puede ser raro"
"¿Y cuando en la vida no han sido raras todas las mierdas que a tu cabeza enferma se le ocurre preguntar?"—bufó—"¿Que quieres saber?"
Tragué saliva.
"Es sobre Helena"—susurré.
Él se detuvo de golpe pero no habló.
Y yo por los nervios me estrellé directo contra su espalda.
Pasaron unos segundos y entonces lo interpreté como un: Has tu pregunta.
Así que la hice:
"En la casa del monje... esa vez de tu fiesta... ya sabes, cuando la aventamos por la barda"—comencé, ordenando mis ideas.
Entonces habló:
"No la aventamos"—dijo sin girarse.
"¿Qué?"
"No la aventamos, Max"—repitió—"Ella se aventó sola. Helena ella... Ella tiene muchas más agallas de las que piensas que tiene"
Comenzó a avanzar de nuevo y tal vez fue por el impacto que me habían generado sus palabras que... tropecé. Y con una de esas piedras que se ven hasta a 20 metros de distancia, con las que absolutamente nadie tropieza. Ni Bambi cuando está aprendiendo a caminar.
Pero no sentí el golpe, porque él se giró rápidamente y me agarró por la cintura para impedir que me cayera.
Y luego intercámbianos miradas.
Fue extraño... no supe ni siquiera cómo lo vi, pero muchas cosas que pensaba de él habían cambiado en los últimos días.
Y no era que se hubiera vuelto de pronto más importante que Argelia o Damasco. Eso nunca pasaría. Pero me sorprendió mucho el hecho de saber que me veía diferente y debido a eso... yo a él también lo veía diferente.
¿Era esto a lo que se refería Deimos cuando me dijo que yo quería salvarlo?
Tal vez.
"Gracias"—le dije con firmeza, buscándole los ojos—"Si no hubieras hecho eso yo habr-"
Y entonces me interrumpió, con un golpe duro que me propinó directo al hombro, de esos que suelen darse los hombres entre ellos todo el tiempo y por cualquier motivo, a veces hasta para darse las gracias o decirse: lo hiciste bien.
Porque es de esos gestos Cavernícolas que aún tienen y que es muy probable que nunca se vuelva parte de su esquema evolutivo.
¡Y me dolió como los mil demonios!
"¡Auch!"—grité—"¿Qué mierda te pasa imb-?"
Pero él ya había vuelto a girarse para darme la espalda.
"No vuelvas a decir cosas así... con esa cara. Llevo todo este tiempo intentando no verte, pedazo de imbécil"—confesó y pude ver a sus orejas teñirse de rojo—"Andando... que sorprendentemente resultaste ser el equipo más jodidamente inútil que he llegado a tener en la vida."
Entonces volvió a avanzar.
Y pensé que no diría nada y que eso iba a ser lo más lejos que iba a llegar de descubrir la verdad, pero no fue así:
"Nadie lo sabe"—soltó.
Tardé en hilar la idea, pero de alguna forma lo hice. Y entonces supe que habíamos regresado a hablar de lo qué pasó en La casa del Monje.
"¿Ni siquiera tú?"—le pregunté.
"No"—zanjó—"Sé lo que vi, pero no lo qué pasó..."
"¿Y que viste?"
"Ya lo sabes... ¿Tantas ganas tienes de que te lo vuelva a contar?"—se encogió de hombros—"Bueno... estamos hablando de ti, no me sorprende. Tal vez solo quieres que te lo cuente otra vez para tener un orgasmo mental"
No le contesté. Porque no supe qué contestarle. Me dió miedo no saber qué decir teniendo la verdad por fin tan cerca.
Alan volvió a hablar:
"Helena... ella... ella estaba inconsciente en una esquina, con su hermano amarrado a la espalda. Inconsciente también"—dijo, mientras trepaba a un tronco para tener mejor campo de visión y encontrar más cofres—"Esa parte sí la saben Helena y su familia... lo que no saben es que cuando llegamos, los dos maleantes que también estaban ahí. También estaban inconscientes. En el piso... Sin ojos. Alguien o algo se los había arrancado. Pero nunca supimos quién o qué..."
"Un Cuervo" —solté sin pensar, pero me arrepentí de inmediato.
Sin embargo él se tomó mi comentario como una broma:
"Sí claro... Si la inquisición no hubiera acabado con todos ellos hace más de 500 años"—contestó—"Otra versión es que fue un tercero y que le hizo eso sus amigos para borrarse el rastro... pero a mí nadie me quita la idea de que fue alguien de La Resistencia"
Nota de autor: ¡Hola! Espero que les haya gustado... aún lo tengo que pulir y quedó largo je... aunque creo que los he hecho más largos...
En fin ¿pudieron entender la última parte? Verónica le pidió a Deimos que comiera la piel de Helena y fingiera ser ella en las actividades que tenía con Alan pero Deimos aunque lo hizo, dejó a Helena seguir siendo Helena y en cambio, engañó a sus amigos.
En fin.
Mil gracias por leerme.
Marluieth 💕
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