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40. Puesta de Sol



"Las serpientes no se enamoran de los ratones que cazan."

—Deimos.


Al otro día tuvieron que llevarse a Jonathan.

Una camioneta blanca con franjas en rojo apagado aparcó justo frente a mi casa y de ella bajaron dos hombres bastante fornidos, con una especie de pijama quirúrgica azul celeste por vestimenta y unos gafetes colgando del cuello.

Tan pronto lo vieron, le colocaron una camisa de fuerza para poder controlarlo pero después acabaron sedándolo de todas formas... luego lo subieron a la cajuela, en una especie de camilla con cintos, y mis padres se fueron con ellos, dejándonos a mi hermana y a mí, al cuidado de una tía política que tardó unas cuantas horas en llegar.

No volvimos a ver a Jonathan por meses...

Ese día no fuimos a la escuela. Las emociones de la noche habían sido demasiado para mi hermana, que parecía un cachorrito tembloroso y asustado... y en mi caso, todo el cuerpo me dolía como si me hubiera pasado un tractor encima... y en cuanto me quite la ropa para meterme a bañar descubrí la razón; dos inmensos moretones me abrazaban los hombros justo en el lugar en el que Cuervo me había sujetado después de descubrirme espiando en sus recuerdos...

Porque eso era lo que había visto... ¿verdad? Un recuerdo. Y por el tono de su voz, había sido uno que le había provocado casi lo que él me provocaba a mí cada vez que decidía jugar con mi mente.

Comencé a mediar el agua girando un poco las llaves de la regadera...

¿Qué demonios le había hecho Cuervo a Jonathan? ¡Por que había sido el! ¡Estaba segura! Esa no había sido una crisis "normal", al menos no se parecía en nada a todas las que había tenido antes. Había sido peor, muchísimo peor... porque ni siquiera sus medicamentos de pila habían logrado tranquilizarlo.

¿A caso en La casa del monje había sucedido algo de lo que nadie me había hablado? Y de ser así... ¿Por qué me lo ocultaban?

No llegaría a nada preguntándole a mis padres, eso lo sabía... si se habían esforzado tanto por ocultarlo no hablarían solo porque yo les preguntara. Así que el único cabo medio suelto eran Los Garcés, los padres de Alan... Ellos se habían encargado de resolver el "asunto" lo más rápido y discretamente posible en aquella ocasión. Y yo lo había tomado como cualquier cosa: una familia rica buscando ocultar un escándalo sin dejar de lado su imagen de buenos anfitriones. En ese entonces eso me había sonado muy lógico... Ahora ya no me sonaba lógico nada.

Y luego estaba Cuervo, pidiéndome que me "encargara" de Jonathan...

¿Pidiéndome o amenazándome?

Sentí escalofríos.

No, eso definitivamente había tenido todas las notas de una amenaza.

El agua tibia comenzó a caer en mi cara y a deslizarse por mis clavículas hasta llegar a mis hombros. Sentí una especie de alivio al instante, sobretodo en las zonas afectadas.

Para resolver el asunto de Jonathan, solo había de dos sopas: o convencía a mis padres de dejarme vivir sola en alguno de sus departamentos, teniendo solo 14 años... o aplicaba a alguno de esos intercambios semestrales a Italia para hacer la confirmación o la primera comunión.

Lo último parecía lo más viable... el problema era que ya me habían rechazado varias veces...

Suspiré fastidiada, levanté la cara y cerré los ojos, para sentir de frente toda la fuerza del agua.

Por lo menos ahora podía estar segura de una cosa: el hecho de que Cuervo pudiera entrar a mi cabeza significaba que yo también podía entrar a la suya... ¿Cómo? Ni idea. Pero era lo más lógico, la diferencia era que él podía hacerlo cada que quería y yo... yo lo había hecho por accidente.

Pero los accidentes pueden repetirse... ¿no?

*****

Pasó el fin de semana pero pasó tan lento, que casi se sintió como si fueran tres semanas en dos días. El tiempo tiene la capacidad de volverse demasiado relativo sobretodo cuando tú rueda de la fortuna está muy arriba o cuando está muy abajo...

Miré el teléfono inalámbrico que estaba sobre mi buró.

Últimamente Damasco había intentado marcarme con mucha más insistencia de lo habitual, y obviamente no le había contestado.

Bueno, solo la primera vez, porque no sabía que era él pero en cuanto escuché su voz le colgué y luego guardé su numero como: "No contestar. Gente que promociona cosas raras del banco" en la máquina contestadora. Entonces había comenzado a mandarme correos, uno tras otro hasta saturar por completo mi bandeja de entrada, todos con la palabra: "¡¡URGENTE!!" como asunto.

Me preocupé un poco... ¿Y si le había pasado algo? ¿Algo relacionado con lo que a mí me pasaba?

Así que abrí el primero:

"Helena... ¿Cómo estas? ¿Aún se te hacen bigotes de comida todos los días? Eso pasa porque tu boca es muy pequeña, la más pequeña que he visto. Te extraño. Te extraño muchísimo... Escucha, sé que piensas que soy un imbécil y probablemente lo soy pero-"

Y ahí dejé de leer.

Nada urgente. Solo sus hormonas que le habían permitido volver a pensar con la cabeza de arriba.

Así que los eliminé todos.

¿La razón? Era muy simple: lejos estábamos mejor. Punto. Mi vida ya era demasiado complicada y si me permitía a mi misma dejarlo entrar, acabaría por involucrarlo y eso lo pondría en riesgo. Justo como la última vez, cuando la serpiente le había mordido el brazo.

No podía permitirme ser así de egoísta, por Dios, era un jovencito bastante guapo, con una situación ya de por sí muy dura y lo justo era que le diera rienda suelta a sus hormonas para hacer de su vida algo mucho más llevadero.

Así que no. Que siguiera insistiendo el tiempo que fuera... ya se cansaría, todos tenemos un límite. Y con esa cara tan bonita, no pasaría mucho tiempo para que le volviera a rondar alguna niña y entonces se olvidara de mí, otra vez.

Ya era hora de cerrar ese ciclo. Muy hermoso, pero fugaz... como él.

Llegó el Lunes y me dispuse a buscar a Alan para encontrar respuestas. Era muy bueno guardando sus secretos, eso se lo reconocía, pero yo también era muy buena para lograr que la gente soltara la sopa.

Me salí de mi salón con el pretexto de ir al baño, pasé a un lado del suyo, y me paré a lado de la ventana hasta que logré captar su atención, entonces hice un pequeño ademán con la mano que claramente decía: ven.

El hundió las cejas en completa confusión, sorpresa y algo de renuencia, pero antes de que pudiera objetar para responderme cualquier cosa, comencé a caminar para jugar con su curiosidad, sin darle tiempo de nada. Era un mocoso de 15 años así que era obvio lo que iba a hacer.

Me quedé parada a unos 6 metros de la puerta de su salón y no pasaron más de diez segundos para que el sonido de una silla rechinando con brusquedad contra el piso, unos pasos largos y acelerados y el azote de la puerta de aluminio y madera contra la pared, sonarán uno tras otro para probar mi punto.

Lo vi por encima de mi hombro y emprendí el paso de nuevo. Él me siguió, caminando un par de metros atrás porque debíamos guardar la distancia suficiente para que ningún docente fuera a pensar que en realidad íbamos juntos, que nos estábamos volando las clases, y que eso de la vejiga llena había sido solo una excusa barata pero efectiva. Además en Las Hermanas de la Merced, que un chico y una chica estuvieran solos, juntos y a horas extrañas, era casi como cometer adulterio a los ojos de las monjas.

Salimos del edificio y cruzamos por las canchas de básquet y las de soccer hasta llegar al jardín de las pitayas, bueno... esa era la idea, pero justo antes de adentrarnos al sendero de geranios amarillos que llevaban a el, salió un profesor de algún lado a interceptar a Alan para hablarle de algunas cosas del consejo estudiantil. Jamás se le pasó por la cabeza preguntarle qué diablos hacía ahí, por Dios, era Alan Garcés, el niño dorado, el estudiante que prácticamente era la medalla favorita de la escuela, el que rompía récords y ganaba campeonatos que le daban a la escuela más prestigio, y que por ende aumentaban su salario...alguna buena razón debía tener aquel ser de luz para estar ahí en vez de estar en clases.

En cambio, a mí me lanzó una mirada dudosa, extraña, y algo despectiva, pero pronto las palabras de Alan lo entretuvieron lo suficiente para darme tiempo de esconderme.

Hablaron de:

La organización de las misiones.

Un retiro espiritual antes de vacaciones.

El papel de narrador que tendría durante la pastorela escolar. Y también lo llenó de elogios por sus logros más recientes.

Y yo mientras tanto, me hice bolita detrás de un arbusto bien recortado y arranqué una florecita silvestre a la cual terminé dejando completamente calva de puro ocio.

Después de un rato que me pareció eterno el profesor se fue, no sin antes volverlo a felicitar para engrandecer su ya de por sí inflado ego.

Entonces lo llamé:

"Garcés"

"¿Hm?"

"Ya no te está viendo el profesor..."

"¿Y?"

Torcí los ojos—"¿Puedes dejar de hacer eso? Me da escalofríos"

"¿Qué cosa?"

"Eso que siempre haces."

"¿Estar parado y verte con cara de que ya te volviste aún más loca de lo que ya estabas? Sí, supongo que lo hago seguido"

"Que gracioso. Pero me refería más bien a eso de ahí" —le señalé con el índice.

"¿Mi boca? ¿Qué tiene?"—ladeó su cabeza en mi dirección y luego enarcó las cejas en sones de burla—"¿Qué te molesta de mi boca moco? ¿Te pone nerviosa?"

"No me molesta tu boca, es muy bonita... lo suficiente para convertir las rodillas de cualquier niña en licuado de gelatina. Pero sí me fastidia un poco lo qué haces con ella"

"¿Y qué hago con ella?"—sus ojos verdes brillaron con diversión—"¿Provocar que inventes cosas muy raras para llamar mi atención y hacer que me pierda la clase de matemáticas para poder hablar conmigo? Debe ser muy difícil para ti, ya..."—se cruzó de brazos, de modo juguetón y me miró de forma narcisista y algo cínica.

Entorné los ojos.

"¿Me puedes recordar por qué no te han dado un Novel todavía?"—lo observé de arriba a abajo y el se encogió de hombros con humildad fingida, como en un claro: ¿Y que puedo hacer yo con respecto a la estupidez de esas personas que no se apuran a darme uno?

Entonces me aproximé a él.

"Me descubriste Garcés. Todos los días me levanto con muchísimas ganas de hablar contigo hasta del color que tenían mis mocos cuando me los saqué esta mañana, para ver si así te pierdes todas tus clases y sacas a ese chico malo que sabemos que esta ahí, solo para estar conmigo..."—noté sus mejillas encenderse y entonces lo jale de la corbata para susurrarle al oído y cobrarme un poco todas las que me había hecho antes—"Alan... Oh Alan... Tengo que confesarte que... ahhh... ohhh... uhhh... eran... tan... taaaan... verdes. Verdes como tus ojos justo en este momento. Tan verdes como cuando te da una infección en la garganta marca: llorarás. Y eran muchos. Me acabé la caja de Kleenex por estarme sonando la nariz"

"¡Que asco!"—gritó y retrocedió dos pasos arrancando su corbata de entre mis manos, y yo solté una pequeña y victoriosa carcajada por lo bajo.

"Bueno, al menos logré que volvieras a la normalidad" —le dije, sin borrar mi expresión de victoria.

"¿Y qué mierda se supone que estaba haciendo? ¿Pensar que eras un poquito normal?" —se quejó, sus orejas aún estaban rojas.

"Una de esas sonrisas más falsas que el amor que me tenia mi ex o el cabello rubio de Beyonce"

"¿Tú qué?"

"Beyonce no es rubia natural, pensé que lo sabías, duh... pero bueno, dejando a un lado a Beyonce. Mejor hablemos un poco de ese fantástico repertorio de sonrisas falsas, que tienes"

"¿Cómo se llama?"

"¿Quién? ¿Beyonce? Solo me sé su nombre artístico, no soy muy popera la verdad... pero si consultas a San Google, de seguro encuentras su nombre real"—le contesté como si fuera la cosa más obvia del mundo—"Así que te gustan las morenas ¿eh? ¿Quién lo hubiera imaginado? Porque, no sé si te has dado cuenta pero tu novia es casi albina. Aunque la verdad Beyonce es muy guapa. Hasta a mí me hace dudar de mi heterosexualidad cada que aparece con esos trajes pequeños y brillantes en MTV"

Él se quedó boquiabierto unos segundos, quiso decir algo pero su boca se cerró y se volvió a abrir un par de veces, como si estuviera reconsiderando todas sus posibles respuestas, y al final, lo único que pudo soltar fue lo siguiente:

"Tú... agh, olvídalo"

"Ojalá termines de decir rápido toda esa mierda porque ya me cansé de escucharte y quiero irme a fumar a mi arbolito" —canturree mientras jugaba con una hoja suelta que me había encontrado.

"¿Qué?"

"Esa es la sonrisa que normalmente pones cuando estás hablando con los profesores, la que traías ahorita" —solté sin más.

"Estás loca"

"Nunca he dicho lo contrario pero eso no tiene nada que ver con que tenga o no la razón. Además no es la única que conozco... ¿Quieres que te las enumere?"

"Por favor. Solo por eso respiro"

"No tengo ni puta idea de lo que estás diciendo ni tampoco me interesa, pero me quedaré aquí hasta que acabes y asentiré con la cabeza un par de veces o reiré cuando tú te rías para que creas que te estoy escuchando"

Su ceño se frunció ante el comentario.

"Esa es la numero 2, la que usas casi todos los días con tus amigos... pero no te preocupes que no se han dado cuenta... ni siquiera Deimos o Verónica, a veces tus habilidades actorales son dignas de un Oscar"

Su cara se puso blanca.

"La tercera es la política; la que seguramente te hará ganar las elecciones algún día, la de los discursos, esa de: tengo que hacer una sonrisa más grande que la del joker para que hasta los que están en la última fila de las gradas, se deslumbren con el brillo de mis dientes y para que salga en todas las fotografías sin importar el ángulo, pero esa todavía la tienes que pulir un poco porque de repente asusta"

Y entonces soltó una risa espontánea, derrotada y algo nerviosa. Como esa que suelta un niño pequeño cuando lo descubres haciendo alguna travesura. Se pasó la mano entre el cabello para revolvérselo un poco y volteó a verme.

"Pero definitivamente esa que tienes ahí, es la más estúpida y molesta de todas. Porque significa que ese diminuto chicle que tienes por cerebro está pensando en una nueva forma de joderme la vida" —susurré molesta.

"¿Qué? ¡Eso no es lo que significa!"

"¿Entonces qué significa?"

Se me quedó viendo extraño y luego apartó la mirada de golpe para clavarla en cualquier otro sitio. Y su garganta hizo un movimiento extraño y un sonido muy muuuy sutil, como si acabara de tragarse sus palabras.

"Nada"—respondió—"¿Para que me sacaste de mi salón moco?"

"¿Por qué me ignoraste en casa de Verónica?"

"No te ignoré"

"Claro que sí. Te vi... cuando estaban acostados en el sillón y ni siquiera me dijiste un hola o un vete. No sé, se siente muy raro cuando me ignoras así..."

"¿Estás enojada?"

"No"

"¿Por qué?" —se aproximo a mí sin darse cuenta. Sus ojos inquietos parecían estar buscando algo.

"No lo sé. No parecías tú. Sentí como si fueras otra persona... tal vez suena muy tonto pero-"

Entonces dió una zancada más, me tomó de los brazos y me jaló hacia el para estrellarme contra su cuerpo. Su corazón iba muy rápido y sus brazos se sintieron inmensos y llenos de necesidad.

Luego se despegó un poco, me tomó suavemente por los hombros y me plantó un beso muy pequeño en la frente, fue un beso inseguro y breve, pero completamente consiente, como si fuera una decisión que antes de ser tomada se sabía errónea, pero que había decidido tomar de todas formas... porque tan pronto lo hizo, clavó sus ojos sobre los míos, y pude ver dolor, confusión, culpa, tristeza, y muchas cosas que no había visto ahí antes.

"No entiendo nada de lo que hago cuando estoy contigo..."—susurro al fin, cerrando los ojos y pegando su frente contra la mía, sin despegarme de sí.

"¿Te gusta?"

"Sí"

"Entonces pasa más tiempo conmigo..."

"No puedo"

"¿Por qué?"

Levantó levemente la cara y me miró con indecisión, dudas, nostalgia y algo de culpa, pero no quiso o no pudo decir nada. En cambio, me estrujo hacia él con un poco de más fuerza, y pasó de sostenerme los hombros a sostener mis mejillas con firmeza, como si quisiera transmitirme todo lo que le cruzaba en la cabeza con su silencio.

Y yo no quise insistir más...

No en ese momento de todas formas, porque ahora que había conseguido tirar una de sus muchas murallas con mi pequeño acto (también digno de un Oscar) sabía que él sería el que me acabaría buscando a mí y eso, eso me abriría las puertas para descubrir muchas cosas.


*****


Una de las ventajas de tener a una mejor amiga con un alma de completa de socialite, era que eso me daba la excusa perfecta para estar en muchos lugares sin levantar sospechas. Por ejemplo, pasar una tarde entera en casa de Verónica, celebrando su cumpleaños número 14.

Mi mayor sueño en la vida...

Era una fiesta bastante ostentosa y peculiar, con una especie de barra libre de antojitos, refrescos y canapés justo al lado de una piscina gigante en forma de óvalo, que en una esquina se dividía con una pequeña cascada artificial para enaltecer un jacuzzi iluminado por una fila de luces bajas.

Chicos y chicas de 13 a 16 años jugaban a ser adultos, y algunos incluso eran los partícipes más emocionados de ese famoso juego de la botella; en el que nunca sabes si te tocará el beso de la persona que te gusta, el de la que no te gusta, o algún reto extraño como comer tierra o lamer la suela de los zapatos de alguien. Las hormonas son poderosísimas... sobretodo porque pueden hacerte creer que apostar tu dignidad, solo por una cara bonita, vale completamente la pena.

Deimos estaba en el jacuzzi por supuesto, formando parte de aquel círculo de apuestas de besos dados y dignidades perdidas. No era inusual verlo rodeado de al menos una docena de niñas dispuestas a todo con tal de obtener un beso o un poco de atención de su parte, y él los daba por supuesto, a manos llenas y hasta que se le hincharan los labios, pero esa no era la razón por la que estaba ahí, la suya era una motivación muy distinta, una que nada tenía que ver con el poder desembocado de las hormonas adolescentes.

Le gustaba la atención que recibía, claro que sí, como a todos ellos, y también se jactaba con cada partícula de su ser de todo lo que era capaz de conseguir con tan solo esbozar una media sonrisa... pero había algo que le gustaba mucho más, algo inusual, enfermo... Algo que sucedía justo en ese instante en el que tenia el poder de girar por sí mismo aquella botella de plástico, sobre la tablita flotadora, que estaban utilizando para poder jugar sin salir del jacuzzi.

Entonces sus ojos adquirían un brillo maquiavélico, porque justo ahí, en ese preciso instante, tenía el poder y el pretexto perfecto para obligar a ese montón de ilusas que lo rodeaban a diseccionar alguna libélula o mosca con un palillo de la botana de los quesos, hacer que los meseros metieran lombrices al microondas para después obligar a sus víctimas a comérselas o sacar un pez dorado de una de las peceras decorativas y convencer a alguna de sus embelesadas fanáticas de engullirlo mientras esté aún se retorcía, con la promesa de un beso o algo más, una vez que lo hicieran.

Era una escena completamente tétrica e inusual... pero lo más escalofriante del asunto era que Alan, que estaba en un camastro, rodeando a Verónica con sus brazos inmensos, observaba la escena con total fascinación. Como si estuviera reprimiéndose de hacer lo mismo solo porque tenía la obligación de conservar su imagen de chico perfecto... como si el hecho de ver a una pobre mosca retorciéndose, fuera algo que necesitaba para calmar una sed que lo estaba carcomiendo por dentro.

Y Verónica por otro lado, se limitaba a recargarse sobre su pecho y a observar con detenimiento sus uñas; porque al parecer éstas podían hablar y le estaban revelando los enigmas de la vida.

No pasó mucho tiempo luego de haber llegado, cuando sacaron una pelota fluorescente (de quien sabe dónde) y se dispusieron a meterse a la piscina para jugar con ella en equipos.

Algo bastante normal en las fiestas que involucran albercas ¿verdad?

La diferencia para mí, fue que gracias a eso, mi mundo entero se sacudió.

Porque justo cuando Deimos se levantó del jacuzzi para sumergirse a la alberca grande, y cuando Alan se incorporó de su nido del amor con Verónica, dispuesto a unírsele también.

Sus espaldas quedaron completamente expuestas a mis ojos, dejándome ver algo que me congeló por completo;

El estigma.

Ambos tenían sobre la espalda, marcas muy parecidas a las que yo tenía... tal vez no el mismo dibujo, pero bastante similar. El de Deimos era más chico, ocupando un poco más de la mitad de su torso, pero el de Alan era inmenso, abarcando toda su espalda, parte de sus hombros, e incluso le llegaba un poco por debajo de los muslos.

Miré a mi alrededor buscando reacciones, pero nadie pareció inmutarse. Y eso solo podía significar una cosa: ellos no podían verlas, pero yo sí.

Lo que implicaba que si me quitaba la ropa para unirme al juego, ellos también descubrirían las mías... y por alguna razón, el solo hecho de pensarlo me puso por completo en alerta, disparando todos mis nervios como si fuera una tormenta interna hecha de sensaciones, un oleaje, una abalanza, algo que gritaba con fuerzas: vete de ahí y vete ya.

Me paré de golpe, y sin pensármelo mucho, giré sobre mis talones y aceleré el paso para hacerlo, para irme... para escapar sin que nadie lo notara.

Pero no sé si fue mi cara que siempre ha pecado de transparente, mis ademanes bruscos, el haber dicho algo en voz alta o si fue simplemente que se me acabó la suerte, pero...

En menos de un pestañeo alguien me tiró del brazo con fuerza, girándome en un movimiento rápido, hosco y algo doloroso.

Una pequeña carcajada baja lo delató...

Fobos.

Sentí mis cejas elevarse ante la sorpresa.

Y en cuanto levante el mentón para darle a entender que no me intimidaba, su agarre se volvió incluso más duro.

Todos sus dientes amarillentos y quebradizos me recibieron con una sonrisa carnosa y guasonica. Y también completamente despectiva.

"Suéltame" —advertí.

"¿Por qué? ¿Ya te vas?"

"¿Y eso como por qué te importa?"

"Porque se te nota en la cara"

"Que se me note un pepino en la cara sigue sin ser asunto tuyo ni tampoco es motivo suficiente para que pienses que puedes ir por ahí haciendo lo que se te venga en gana con los brazos de las personas"—le contesté, sin bajar la mirada.

"Ojalá se te notará un pepino, pero lo que yo veo es el miedo que te da el agua ¿A qué sí?"—se jactó emitiendo una risa desagradable—"Que suerte tengo... mira que desde hace mucho he soñado con cerrarte la boca de la mejor manera. Y hoy estás aquí, a punto de convertirte en una ratita mojada"

"No sé si esta desilusión te rompa el corazón tanto como cuando descubriste que no existen los reyes magos, pero no me da miedo el agua, ¿me sueltas?"—volví a intentar jalar mi brazo, pero solo conseguí que me clavara sus dedos carnosos aún más.

"¿Ah no?"—su sonrisa se ensanchó todavía más—"¿Y entonces por qué estás temblando?"

Sentí toda la temperatura bajar desde mi rostro hasta escurrirse por mis pies.

Estaba temblando. Sí. Pero eso no tenía nada que ver con él y no lo iba a dejar aprovecharse de eso.

Como pude giré mi cuerpo y le propiné un puntapié en la pierna. Eso lo hizo perder su agarre, pero nunca he sido muy ágil, así que con un par de pasos rápidos logró prensarme de nuevo, esta vez con toda la intención de lastimar.

Apreté los dientes pero me obligué a no gritar. No iba a darle esa satisfacción.

"Ya te dije que tú no te vas"—zanjó y luego me estrelló contra el suelo con fuerza.

Mis palmas quedaron completamente abiertas, entre pasto, tierra y algunas piedritas que se me encajaron con la caída.

"¿Tantas son tus ganas de que me meta a la maldita alberca?"—lo cuestioné entre dientes—"Date por bien servido entonces si así vas a dejar de molestar, porque al parecer no hay palabras suficientes para hacer entrar en razón a un asno"—me levanté y comencé a caminar en dirección a la piscina con los puños apretados. Temblando, sí... pero completamente decidida a acabar con toda esa mierda. A dar el trago amargo rápido y luego seguir con lo mío.

Los susurros comenzaron a incrementarse a cada paso, porque al final nuestro pequeño enfrentamiento había logrado llamar la atención, pero los ignoré y seguí. Porque si solo necesitaba de un chapuzón para recuperar mi tranquilidad, me aventaría con ropa y ya está. Luego me largaría y nada ni nadie podrían decirme nada al respecto. Era un buen plan.

Apenas alcancé a llegar un poco antes de la orilla, volví a sentir un jalón brusco que terminó por azorarme contra el suelo otra vez.

"¿Y ahora qué? ¿De repente decidiste que lo que me daba miedo era el piso?"—bramé, molesta, apoyándome sobre mis rodillas. Un tobillo me comenzó a punzar.

"Te falta quitarte esto" —arrugó la nariz y me jaló la playera por el cuello.

"Quítame las manos de encima"—musité, tratando de apartar sus manos.

"¿O qué?"—rió sin soltarme—"Además no creo que tengas nada que no hayamos visto antes, ni nada que queramos ver, pero tampoco queremos que llenes la alberca de piojos y mugre"—y comenzó a jalar mi ropa con fuerza otra vez —"¿De que tienes miedo? ¿De que veamos tú ridículo traje de baño? ¿O de enseñarnos todas esas cicatrices asquerosas que tienes? Ja. Como que ya me dieron más ganas de verlas, deben ser horrendas"

Las risas comenzaron a resonar entre los que estaban mirando la escena y algunas personas comenzaron a acercarse para ver mejor, incluso me pareció que alguien había bajado el volumen de la música.

"Alex..." —lo llamó Alan desde su sitio. En algún momento, había salido de la alberca, situándose al extremo contrario.

"¿Qué? ¿Ustedes pueden divertirse con las lombrices y las moscas pero yo no puedo ni echarle agua a una ratita?"

Entonces Verónica le dirigió una mirada severa y autoritaria a Alan, lo tomó del antebrazo y lo atrajo hacia ella hasta plantarse en medio de sus brazos y su figura, fue algo sutil, pero el mensaje implícito fue claro: tú te quedas aquí.

Pude ver su mandíbula tensarse hasta temblar, y aquella vena verdosa que aparecía en él, cada que perdía los estribos, le comenzó a palpitar con fuerza hasta dibujarse abultada a lo largo del cuello, pero no se movió. En cambio apartó la mirada, y con esa voz falsa y ensayada de siempre, se limitó a decirme lo siguiente:

"Solo es una playera, moco"

Sentí sorpresa y decepción apoderarse de cada una de mis facciones, pero me preparé para seguir luchando contra los tirones. Mi ropa ya había comenzado a desgarrarse de la parte de enfrente.

"Solo es una playera tú puta madre"—rugió detrás de mí, una voz que yo conocía muy bien, y en fracciones de segundos, el rostro de Fobos se hundió de un puñetazo limpio, directo al pómulo.

Hizo una especie de chillido grotesco y trató de mantener el equilibrio pero igual terminó por azotar contra el piso contiguo a la alberca cuál bulto pesado. Sus ojos se veían completamente desorbitados y un par de hilos de líquido rojo y espeso comenzaron a brotar de una esquina de su boca y de su nariz, hasta mezclarse con los charcos de agua que habían hecho los clavadistas entusiastas.

"Ahhh... Nada como calentar los músculos, golpeando a un cerdo" —escuché el sonido de unos nudillos tronar de forma voluntaria.

El silencio se apoderó del lugar.

"Ven"—sentí una enorme sudadera envolver mi figura con cuidado—"Heh... Esto te sigue quedando igual de grande que siempre. Tú simplemente no creces"

Me limpió una lágrima con agilidad, utilizando un pulgar y se la secó en el borde de sus jeans deslavados, luego me rodeo con sus brazos para ayudarme a ponerme en pie y me descubrí aferrándome a ellos con tanta necesidad, que lo único que pudo hacer fue abrazarme de vuelta y acariciar mi cabello.

Me lamí los labios y levanté la mirada.

Necesitaba verlo.

Pero no para confirmar nada...

Eran más esas ganas de sentir sobre mis pupilas, aquel efecto de luz y calor que solo puedes experimentar cuando el cielo te regala:

Una puesta de Sol.




Nota de autor: Así que ya tenemos a Dami de regreso 🙈💕 Ahhhhh como esperaba este momento. Y viene más que listo para patear traseros.

Mil gracias por leerme.

Marluieth.

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