39. Alyeska Bélanger
***Advertencia: Este capítulo contiene descripciones bastante sangrientas y explícitas, así que sí eres de estomago sensible, te recomiendo que no estés comiendo nada y que jales al osito al que más confianza le tengas***
"¿Cómo quieres que actúe una bestia que ha tenido sed durante toda su vida? ¿Piensas que va a encariñarse con el primer charco que le dé de beber? Ni siquiera va a recordar si el agua era dulce, salada o incluso un montón de lodo fétido y repulsivo. Se llama instinto Candiani, y no es más que un impulso animal orillándolo a beber hasta calmar sus ansias. La diferencia es una sola, pero pesa como si fueran diez, porque aquí todos somos bestias, pero yo nunca he tenido cadenas que me hayan privado del agua y sé que tú tampoco"
—Cuervo.
No sé cuánto tiempo estuve escondida dentro del closet, pero se sintió como si fueran horas, porque incluso cuando traté de moverme, me traicionaron las rodillas por la falta de circulación en mis piernas y estuve a punto de caer sobre mi trasero.
Ellos, en cambio, no tardaron en salir, cinco minutos después del sacerdote a lo mucho... Se fueron todos juntos, en un silencio extraño, como si estuvieran demasiado acostumbrados a cuidarse las espaldas entre sí, porque pude percibir ese clásico aire que solo existe cuando se trata de cómplices. Pero no de cualquier tipo de cómplices... del tipo que esconde algo turbio, oscuro y prohibido, algo que más les vale mantener oculto bajo la tierra porque seguramente va dentro de un féretro. Porque sí, el vínculo que existía entre esos tres apestaba a muerte, y puede que no solo a una.
Verónica había tomado a Alan de la mano y él la había seguido como si fuera un cachorrito dócil y sumiso, pero con una expresión indescifrable y hermética, como si fuera un maniquí, sin una sola gota de sangre caliente corriendo por sus venas.
Deimos había ido detrás, guardando cierta distancia, pero también cierta cercanía... no sé muy bien cómo explicarlo... pero se sintió como un alejamiento calculado y jerárquico.
Y entonces yo me había quedado ahí, inmóvil... sintiendo los músculos de mis piernas con la misma consistencia de una gelatina mal cuajada y con mi pobre cabeza girando a mil revoluciones.
Traté de calmarme escuchando el ritmo de mi respiración... pero escuchar su golpeteo fuerte y alocado solo provocó que me alterara más.
Entonces cerré los ojos y comencé a hacer pequeños círculos sobre la alfombra con las yemas de mis dedos... uno tras otro, uno tras otro, uno tras-
"¿Qué? ¿Te piensas quedar ahí hasta que te salgan raíces?" —era la voz de Deimos.
Salté sobre mi misma y lo busqué inmediatamente a través de los hoyitos minúsculos de la madera tallada.
Estaba cruzado de brazos, recargado en el marco blanco de la puerta, y con la cabeza claramente ladeada en mi dirección.
Tragué saliva.
No podía ser posible que... ¿o sí?
¡No! ¡Nadie me había visto entrar!
Me llevé una mano al rostro para contener mi respiración, pero con el corazón tan acelerado se me hizo prácticamente imposible.
Él esbozó una sonrisa ladina que le marcó un hoyuelo bajo y enarco una ceja como en un claro: ¿Es en serio?
No me moví.
Entonces resopló de forma larga y entretenida, se tronó el hombro con la ayuda de una mano y caminó hasta quedar justo frente a mí, solo con la madera de por medio.
"Ya sé que estás ahí" —soltó en un tono burlón.
Y no me quedó más que empujar la puertecita de mi escondite.
"Deimos..." —susurré... mierda.
Él se puso en cuclillas y me miró directamente a los ojos. Los suyos estaban llenos de diversión, como si acabara de encontrar un nuevo insecto al cual arrancarle las alas.
"Escucha... yo... yo... yo ya me iba"
"Claro que sí. Tienes que hacerlo"—y entonces me extendió una mano para ayudarme a ponerme en pie —"¿Te vas a apurar o me quedo aquí a echar raíces contigo?"
Me lo pensé un poco y tomé su mano con indecisión, el agarró la mía con firmeza y me levantó de golpe. Luego giró su cuerpo y comenzó a caminar.
Intenté seguirle el paso, pero, aunque sus zancadas no eran tan largas como las de Alan, seguían siendo mucho más largas que las mías y tropecé.
Ahí me di cuenta de que haber estado tanto tiempo hecha bolita adentro de un closet, me había acartonado tanto los músculos, que ya ni siquiera se sentían como si fueran míos.
No sentí el impacto porque me tomó de la cintura en un reflejo rápido y antinatural y me atrajo a su cuerpo con fuerza.
"La curiosidad y los nervios suelen llevarse bastante mal"—se mofó—"Ya deberías saberlo"
"¿Que me estás queriendo decir?"
"Que eres una chismosa"—me susurró tan cerca que sentí su aliento caliente rebotar contra mi piel, olía a menta —"Y que tampoco eres de las que olvidan, aunque te digan que lo hagas"
"No sé de qué éstas hablando..."
"Claro" —pero su tono era irónico. Y se esforzó en alargar cada letra de la palabra como si la estuviera masticando.
Estuve a punto de rebatirlo, pero sentí su palma caer sobre mi boca de inmediato. No me dolió, pero no me lo esperaba.
¿Era en serio? ¿Este imbécil de 15 años planeaba callarme así? Traté de zafarme, pero su agarre era rígido, demasiado como para alguien de su edad, por mucho deporte que hiciera.
"Mierda"—musitó y sentí su cuerpo tensarse mucho más—"Ven"
Y me dirigió una mirada dura, una que claramente gritaba: y que no se te ocurra hacer ruido.
Entonces me jalo con tanta fuerza y rapidez que casi me sentí volar por los aires, pero nunca me dejó caer.
Pasamos a través de un pasillo... pero lo hicimos a una velocidad tan rápida que a pesar de que estaba atestado de invitados, no fuimos para ellos más que una ráfaga de viento. Luego crúzanos una habitación bastante amplia que tenía un espejo gigantesco colocado en una pared, su piso de duela... se parecía mucho a un estudio de ballet, pero la velocidad con la que vi pasar nuestro reflejo me mareó, porque de pronto solo nos vimos como un par de líneas eléctricas.
Llegamos al jardín, pero no fuimos más que una ventisca más para los que estaban ahí e incluso me pareció ver a todos moverse en cámara lenta, comencé a sentir nauseas.
Cerré los ojos con fuerza y cuando los abrí estábamos dentro de una especie de casita o cuarto lúdico contiguo a la piscina. Era bastante espaciosa, sin dejar de ser de un solo piso, y noté a varios de mis compañeros ahí, sentados en la sala, conversando los unos con los otros en sus mejores ropajes de luto y comiendo canapés y jugo.
Supuse que habíamos entrado por alguna puertecilla trasera porque en ningún momento advirtieron de nuestra presencia... o sí. Claro que nos veían porque lo que eran Alan y Deimos siempre conseguían acaparar la atención, así que, si me veían a mí, solo era porque estaba al lado de él y porque él no había soltado mi mano.
"¿Y no me vas a soltar? ¿O así de tanto te gusto?" —me preguntó con una chispa llena de malicia en sus ojos.
"¿Me gustas?" —fingí que me costaba trabajo acordarme de algo—"Ah... es verdad, pero hace tres semanas. Y yo cambio de gustos, así como cambio de calcetines. Hoy puedes ser tú, y mañana el payaso de IT, o Frankenstein... no lo sé... la verdad es que, si yo fuera tú, el hecho de haberme gustado no sería una de las cosas que iría por ahí presumiendo"
Entonces me volvió a jalar contra sí mismo para susurrarme al oído:
"¿Entonces ya no te gusto?" —y pude imaginármelo a la perfección esbozando una de sus clásicas sonrisas astutas—"Qué lástima, porque tú sí me gustas a mí... Y esto es tan adictivo que no creo cansarme nunca" —y entonces plasmo un beso sumamente ligero sobre mi mejilla pero que aún así mandó otra descarga de poderosa electricidad a sacudirme cada fibra del cuerpo —"Y sé que tú también lo sientes" —rio por lo bajo y dió la media vuelta no sin antes guiñarme el ojo.
Y yo me quedé ahí, prensada contra el suelo ante mi sorpresa. Como si ese pequeño beso en la mejilla también le hubiera colocado clavos a la suela de mis zapatos.
Y no te confundas, porque a mí no me gustaba Deimos. Y nunca, nunca, nuuuunca me gustó de esa forma que estás pensando. Lo odiaba, lo despreciaba y todo en él me provocaba arrojarle directo a la cabeza lo primero que tuviera cerca y que de verdad le doliera.
A veces incluso hacía dibujos detrás de mis libretas, en los que unas ranas gigantes, le quitaban las piernas y los brazos. Y he de decir que eran dibujos bastante satisfactorios, sobretodo la parte en la que cerraba los ojos y los reproducía en mi cabeza una, y otra, y otra vez.
Pero el problema aquí era esa maldita descarga.
¿Qué si la había sentido? Mejor pregúntame... ¿Qué no fue lo que sentí?
Esa misma noche antes de irme también me topé con Alan y Verónica, estaban acurrucados en un sofá inmenso dentro de una de las habitaciones de aquella casita de la piscina. No tenían las luces encendidas pero la forma en que brillaba el cabello de Alan con la poca luz que se colaba a través de la ventana, me hizo saber que era él. Porque ese era el único demonio con halo de ángel que yo conocía. A los demás se les notaban los cuernos de lejos.
Él estaba recostado sobre el regazo de Verónica, con los ojos cerrados y la expresión circunspecta y hueca que le había visto antes. Ella acariciaba su cabello con una mano, porque la otra él la tenía entrelazada con la suya. Las mejillas de ella estaban encendidas y su expresión era plena pero también muy segura de sí misma.
No me di cuenta en que momento me detuve a observarlos, ni qué me llevo a hacerlo, pero sé que lo notaron porque de pronto se tornaron estáticos.
Entonces él se llevó los nudillos de Verónica a los labios y le planto una ligera lluvia de besos. Ella soltó una risita, y ambos volvieron a fingir que eran las únicas personas que habitaban el mundo.
*****
Me encontraba en medio de un jardín bastante amplio, con forma de laberinto. Todo estaba meticulosamente cortado... la luna esbozaba una sonrisa burlona pero también muy brillante, de esas que tienen tanta luz, que ni siquiera necesitas un faro para saber por dónde pisar.
Comencé a caminar siguiendo el dibujo... y pronto escuché murmullos que se se fueron transformando en voces. Era la de un hombre y una mujer, estaba segura.
Aceleré el paso y entre las ramas, logré vislumbrar a un par de siluetas a lado de una fuente gigantesca... parecían estar en medio de una discusión acalorada: ella estaba sentada en uno de los bordes de piedra que contenían el agua de la Fuente y él daba vueltas a su alrededor, cuál bestia enjaulada.
"¿¡Qué quieres que te diga!?" —gritó él, girándose de lleno hasta tenerla de frente—"¿Qué ganaste? ¿Eso es lo que necesitas oír?"
"Claro que no, yo-"—la voz de la mujer sonaba débil y entre cortada. Como si tuviera miedo de decir cualquier cosa.
"¿O quieres que te ruegue?" —insistió él soltando una risa amarga y absurda sin despegar su mirada— "Conociéndote no vas a estar satisfecha hasta que me veas caer sobre mis rodillas ¿Verdad?"
"¿Cómo te atreves a decirme eso?"
"¡Porque siento que es la única forma que me queda para hacerte entrar en razón!" —rugió, y en un par de zancadas rápidas se le acercó lo suficiente como para sostenerla con fuerza por los brazos—"¿Quieres que lo haga aquí mismo? ¿O frente a cuantos Alyeska? ¿Frente a quienes? Porque si no me crees capaz de hacerlo es porque no me conoces"
"¡Basta!" —sollozó ella tomando el rostro de él con ambas manos—"¡Éste no eres tú!"
Entonces el volvió a soltar una carcajada acida por lo bajo.
"No... estas muy equivocada" —bramó—"Nunca me he sentido tan yo como hoy en este preciso instante"
Ella se quedó muda unos segundos, mientras le escudriñaba el rostro, haciendo pequeños círculos sobre sus mejillas, en un intento por calmarlo.
Él soltó un suspiro cansado, era bastante claro que aquel gesto piel con piel, había tenido un efecto poderoso... Porque incluso me pareció ver cierta tensión sobre sus hombros, comenzar a desvanecerse.
"¿Qué es lo que quieres de mí?" —rompió ella el silencio— "No puedes estar insinuándome que yo-"
Entonces el cayó de rodillas, sin dejar de sostenerle los brazos.
"Escógeme a mí" —suplicó— "Escógeme Alyeska Bélanger... quédate a mi lado... vamos a tomar de vuelta eso que nos quitaron. No puedo seguir sabiendo que tu vida se está drenando... incluso ahora mientras estas hablando conmigo"
Entonces la imagen se congeló y me sentí ceder ante un abismo profundo y caótico, que en un movimiento busco, me hizo caer desde el cielo hasta llegar a un escenario completamente diferente.
Abrí los ojos con dificultad... la luz me lastimaba. Estaba envuelta por un atardecer que pintaba al cielo de un rojo tan intenso que parecía como si le hubiesen cortado la garganta al astro rey ahí y luego, con todo el cinismo y la premeditación, lo hubieran arrastrado por cada esquina y rincón del firmamento hasta teñirlo del todo. Parecía anuncio, advertencia... pero también un sádico estandarte de guerra.
Decenas de personas me pesaban de lado, de frente, a través...
Traían prisa... pero también parecían estar a la espera de algo, se les notaba en los ojos, en los gestos, en la misma dirección que tomaban sus pies o giraban sus cuerpos, porque, a pesar de que salían de distintos lugares y direcciones, al final terminaban formando ese clásico riachuelo que también forman las hormigas cuando descubren azúcar, una golosina perdida, o aquel insecto agonizante al que alguien le ha dado un pisotón que lo ha dejado a medio morir.
El camino frente a mí parecía marcarse por sí solo, como si este trayecto ya hubiera sido recorrido antes por alguien. Como si el fantasma de un recuerdo me estuviera invitando a seguirle los pasos.
Y eso hice...
Al principio me fundí con la multitud. Los atuendos, la higiene, los olores y la arquitectura me revelaron que me encontraba en algún lugar de Europa, probablemente en medio del siglo XIV. Pero ni siquiera fui capaz de escuchar el idioma para poder darme una idea de dónde era, porque al parecer aquello no formaba parte de los recuerdos... porque la persona que había estado aquí antes, haciendo este recorrido, había ido tan inmersa en sus pensamientos, que no le había puesto atención a nada que pudiera distraerle de llegar a su meta: aquel lugar al que me estaban llevando sus pasos apresurados.
Pronto llegué a una especie de bifurcación, no marcada, ni tampoco obvia, simplemente supe que el camino que tomaba aquel río de personas había dejado de ser el mío porque se volvieron tan borrosas que fui incapaz de distinguirlas, y mientras ellas ascendían y se aglomeraban alrededor de una gigantesca explanada, yo me desvié en una esquina angosta y deteriorada, que me llevó escaleras abajo.
Los peldaños eran de madera, amplios y gruesos, pero ya habían sido ablandados por la humedad y los años, y ni siquiera les quedaban fuerzas para crujir bajo el peso de nada.
Al final de las escaleras había un portón bastante grande, hecho de hierro y madera. Estaba apolillado y algo carcomido por los bordes, y la herrería era hosca y bastante prominente. Gritaba peligro por dónde la vieras.
Y por supuesto, era justo ahí a dónde me estaba llevando el recuerdo, porque de pronto y sin previo aviso, aquello fue lo único que pude ver con claridad. Y ni siquiera el camino de retorno volvió a ser nítido o a tener forma.
Avancé con cautela.
El lugar era custodiado por media docena de guardias, bastante fornidos y bien armados, pero en vez de estar atentos a su puesto, parecían estar sumidos en algo, perdidos... no pude evitar acordarme de lo que pasó en la excusión al museo y de cómo ese "trance" había sido demasiado ventajoso como para tratarse de una simple casualidad.
Respiré hondo, y les pasé de lado... Jamás se dieron cuenta, en realidad creo que no se habrían dado cuenta si un toro pintado en neones hubiera entrado también. Pero de todas formas traté de escabullirme lo más rápidamente posible por si se me acababa la magia.
Pronto llegué a un túnel angosto e irregular, iluminado apenas por los restos de algunas antorchas que alumbraban los pedazos de otras que ya se habían consumido en su propio fuego. Era un escenario bastante lúgubre.
Te tenías que encorvar para poder pasar... por aquel entonces la gente era mucho más bajita que ahora, así que incluso yo que me consideraba pequeña, me sentí atrapada por la proximidad de los muros y la falta de espacio.
Conforme fui adentrándome más, comencé a escuchar quejidos, llantos, súplicas y lo que parecían ser rezos... y también llegó a mí una mixtura de hedores que se impregnaron en mis fauces con tanta fuerza, que sentí como si me estuvieran sofocando ahí mismo. Tuve que apoyar una mano en el muro para no caerme... lo sentí húmedo y pegajoso, pero no quise ver qué era y seguí caminando.
Conforme avancé todo se intensifico mucho más.
Olía a cadáveres, a fluidos corporales en descomposición, a sangre seca, a sangre fresca, a heces fecales, a humanidad podrida y rota, a orines, a carencias y... sobre todo, a abuso de poder.
Me llevé una mano al rostro para tratar de mitigarlo, pero no sirvió de nada.
Me tomé un par de segundos y me forcé a avanzar de nuevo...
Pronto me vi rodeada de celdas, decenas de ellas... algunas atiborradas de gente y otras un poco vacías, era una imagen bastante grotesca.
En una había niños de casi todas las edades, apilados unos contra otros, piel con piel, como si fueran ganado, nadando entre sus propios fluidos y deshechos, pero buscando calor en la proximidad de sus compañeros, porque los habían dejado completamente desnudos, y algunos ya ni siquiera parecían estar vivos.
En otra había una madre joven tratando de amamantar al cadáver tieso y amoratado de un bebé al que las larvas ya le habían comido los ojos. Lo aferraba contra su cuerpo con todas las fuerzas que le quedaban, sus senos estaban rojos, duros y abultados, y toda su ropa despedía un triste olor a leche agria... cantaba una canción de cuna, parecía como si lo único vivo que le quedaba fuera el cuerpo porque su mente ya había sido claramente destrozada.
Había también un montón de cadáveres y extremidades humanas, apiladas en una esquina, como si fueran cajas... algunos estaban lacerados al punto de lo irreconocible... pero pronto me percaté de que otros aún se movían con reflejos rápidos y espasmos... aunque era obvio que no tardarían mucho más en dejar de hacerlo.
En la celda de enfrente estaba un anciano apoyado a un banco de metal en pésimo estado, tenía una pierna completamente necrosada, y supuraba un líquido extraño y verdoso, por cada orificio de su cuerpo... seguramente porque ya tenía un choque séptico en su organismo, y ya ni siquiera le importaba que las moscas estuvieran haciendo un festín de todo lo que le salía.
Y a menos de un metro y medio, se hallaba un pequeño niño en posición fetal, con un pie tan mutilado que lo mejor habría sido amputárselo ahí mismo, parecía muerto... pero un movimiento débil en sus costillas, me indicó que aún respiraba...
Seguí avanzando con el corazón encogido, enojado, enloquecido y asqueado.
Pronto noté que el resto de las celdas se tornaron borrosas, como si hubieran sido parte de un repaso rápido... me sentí aliviada pero también un poco culpable por preferir no ver las desgracias de otros, y encontrar tranquilidad en una ignorancia impuesta.
Así fue con el resto de las celdas... a excepción de la última.
Aceleré el paso.
Ahí había una mujer...
Pero no cualquier mujer.
Una a la que yo ya había visto antes...
En un sueño.
La joven de la capa oscura de terciopelo y el cabello dorado. Una de las personas que vi en aquella iglesia parisina, la primera vez que Cuervo había decidido aparecerse en mis sueños.
Estaba vestida con una bata blanca y rasgada, y le llegaba a la mitad de los muslos. Sus piernas y brazos estaban cubiertos por moretones de todos tamaños y algunos cortes limpios y recientes.
Bajé la mirada... múltiples hilos de sangre seca le bajaban desde donde la tela apenas y le cubría la zona pélvica, hasta perderse entre la mugre y la tierra bajo sus pantorrillas... se me hizo un nudo en el estómago. Era bastante obvio que le habían hecho de todo.
Sus muñecas estaban atadas a un poste alto, con un par de sogas gruesas e irregulares y algunos clavos doblados. Los dedos de sus manos habían comenzado a amoratarse por la falta de circulación debido a la fuerza del amarre.
Sus ojos eran azules, casi de un tono turquesa; como el que a veces toma el mar cuando por las tardes refleja a un cielo despejado.
Su rostro estaba hundido, y su expresión era desorbitada, cansada, vencida y derrotada, como si además de mancillarle el cuerpo, también le hubieran mancillado el alma... y probablemente eso habían hecho.
De pronto noté su expresión suavizarse y levantó los ojos de golpe.
Algo había llamado su atención.
Comenzó a escudriñar lentamente el espacio que nos rodeaba, en algún momento temí que me descubriera ahí, parada y viéndola con todo el morbo del mundo... pero pasó de mí para fijarse en algún punto detrás de mi hombro. Luego pestañeó un par de veces, tratando de acostumbrar sus pupilas a la luz de las antorchas.
"Creo que todavía soy capaz de reconocer un rostro amigo..."—dijo con suavidad, y luego tragó saliva para humectar su garganta—"Sé que estás ahí..."
Una figura se reconstruyó de entre las sombras, como si una especie de vapor oscuro y ligero entrelazara sus hebras para darle forma a una silueta humana, dejándome ver a un joven de entre 17 y 20 años. Su cabello era negro, espeso y algo ondulado, su piel era clara, pero había sido tostada por el Sol. Y sus ojos estaban enrojecidos, tristes, llenos de ojeras y cansancio, pero también repletos de la incredulidad y aprehensión ante lo que estaba viendo en ese preciso instante, el tono de sus iris era de un almendra con dorado.
"Aly" —dijo por fin, su voz le salió casi inaudible. Tal vez había querido decir más cosas, pero la impresión no lo dejó.
"Seiten" —respondió ella con una pequeña sonrisa que le iluminó de una manera muy tenue, aquel rostro sucio y magullado.
"¿¡Qué demonios!?"—bramó él, perplejo, enojado y lleno de una confusión que se me antojó insoportable—"¿¡Por qué!? ¿¡Cómo!?"—sus ojos estaban llenos de coraje y de rabia, y sus pupilas se movían con rapidez sobre cada centímetro del cuerpo de la joven, tratando de encontrar por sí mismo todas las respuestas a esas dudas que lo estaban carcomiendo por dentro sin piedad.
"Por qué..."—articuló ella tratando de unir más palabras con extrema dificultad, pero al final fue incapaz de hacerlo y volvió a cerrar los labios.
"No entiendo" —habló el, escudriñando su rostro, aproximándose aún más. Quería sentirla cerca...
Ella sacudió la cabeza, negando. Luego se tomó unos segundos para pensar bien en qué decir y finalmente habló, rendida. Rendida ante su incapacidad de despejar las dudas de su compañero.
"¿Cómo están todos?"—quiso saber—"¿Cómo está-?"—pero la voz se le quebró.
El hombre que asumí era Seiten, soltó un suspiro cansado que recayó sobre la tensión de sus hombros, como un bulto duro y pesado.
"Todos están bien, hasta ahora no los han encontrado"—respondió—"Lyo también está bien, sabes que él siempre está bien. Aún no lo sabe... Decidimos no decirle nada hasta averiguar qué había pasado..."
"No sabes cuantas ganas tengo de verlo... pero también me da mucho miedo, no podría soportar su expresión al verme así"—una sonrisa vencida y absurda le curveó ligeramente los labios—"Dile que lo quiero"
Seiten se pasó una palma abierta por su cabellera azabache y espesa. Se veía confundido, frustrado... Parecía estar sintiendo mil cosas que nunca se había permitido sentir antes.
"Te vamos a sacar de aquí"—soltó en un tono seguro—"Vas a poder decírselo tú"
"No trates de revivir una esperanza que tardé semanas en dejar morir"—susurró ella, clavando la mirada en las sogas que le sujetaban las muñecas—"Ya hice las paces con la situación, ya enterré los remordimientos, las dudas, y lo que pudo ser y no fue. Lo enterré todo... todo excepto eso"
"Él lo sabe... sabe que lo quieres"—musitó él, encogiéndose de hombros—"Siempre lo ha sabido"
"Nunca pude decírselo ¿sabes?"—dijo ella sin levantar la mirada—"No como se debe... ¿Se puede ser más imbécil?"
"Escúchame bien"—rugió él, apretando los dientes—"Puedes ser muchas cosas Alyeska Bélanger, pero no una imbécil, nunca serás una imbécil ¿Me oíste? Todos cometimos errores... tú, yo, Sir Baptiste, incluso Lyoshevko y Faustine"
La chica que asumí era Alyeska, ahogó un sollozo que le hizo perder la fuerza sobre las rodillas, pero las sogas que la sujetaban, le impidieron caer. Un par de hilos rojizos y espesos se abrieron camino a lo largo de sus dedos.
"¡Hey! ¡Estoy aquí! ¡Mírame!"—rugió Seiten, tarando de meter una mano entre los barrotes para ayudarla, pero sus dedos solo llegaron hasta casi rozar su cabello—"¡Mírame, maldita sea! ¡No estás sola! Y te prometo, no, te juro que voy a sacarte de aquí"
Ella levantó la cara; sus ojos estaban enrojecidos, cansados y seguramente las lágrimas que habían comenzado a desbordarse, le impedían ver con claridad.
—"Basta..."—espetó.
Las miradas de ellos se encontraron en un enfrentamiento extraño y lleno de dualidades, así como se encuentran el cielo y el mar en los confines del mundo; La de él chispeante, caótica, violenta, inquieta, y en movimientos bruscos y constantes. La de ella oscura, calmada, fija, precisa y más inmensa que todo lo que los separaba en ese preciso instante.
"Ya es tarde para mí y lo sabes... y el hecho de que estés aquí, los pone en riesgo a todos... No puedo ni quiero cargar con eso también"—dijo ella en un tono plano y carente de vida.
"Aly..."
"Tienes que dejarme ir en paz, en silencio... y en secreto"
A él se le escurrió todo el color del rostro. Apretó los puños y golpeó con tanta fuerza la pared que se le desgarraron los nudillos.
"¡No maldita sea!"—bramó—"Tenemos tiempo, estás aquí y estoy aquí... eso quiere decir que esto todavía no acaba"
"Acabó desde el momento en que pensé que iba a poder resolverlo. Vete. Son demasiados y tú y yo sólo somos dos... pronto se darán cuenta de que algo pasa con los guardias"
Unas lágrimas de furia contenida empañaron ligeramente los ojos del joven, pero se resistió a dejarlas caer. Después de todo, para los hombres estaba prohibido sentir ese tipo de cosas, porque era una debilidad, y en aquellos tiempos ser débil y ser hombre, no podían ser polos más opuestos.
"¿Por qué no acudiste a mí?"—soltó él en un susurro cansado—"Contéstame... ¿Por qué te fuiste sola? Yo pude... Yo hubiera..." —pero no pudo terminar porque incluso para él, la revelación de esos sentimientos era algo nuevo, y extraño, se le veía en la cara, en los gestos, en la forma en que la miraba.
"Por eso fui sola. Porque si te lo hubiera dicho, habrías venido también..."
"Ni siquiera pensaste que yo... en cómo me..."
"Tienes que irte"—zanjó ella.
"No puedo"
"Seiten..."
"Sólo... Sólo dime una cosa. Ese día en la casa del Lord... Lyoshevko y tú... él... y cuando regresaron vi que tú... ¿qué fue lo que?"
"No quiero hablar de eso"
"No me voy a ir hasta que lo hagas"—advirtió.
"¿Qué vas a hacer si lo sabes?"
"Le voy a arrancar los ojos con mis manos. Va a desear haber nacido sin ellos."
Ella soltó una risa absurda y triste, y luego su rostro entero se endureció.
"No puedes hacerle eso a tu mejor amigo, son como hermanos"
"Si lo que te dijo provocó esto. Entonces no me conoces"
"Tú habrías hecho lo mismo. Me habrías dicho lo mismo que me dijo él"
Él la miro confundido y entonces ella se apoyó de una esquina para atorar uno de los bordes de su bata y ceñirla mucho más a su cuerpo, dejando ver un pequeño bulto en su vientre.
"Seiten... tengo 5 meses de retraso"
"¿Qué?"
"Y es obvio que nuestro Maná no es compatible porque pasó cuando tratamos de resolver las cosas usando mi compromiso. Por eso me fui... porque quise resolverlo sola y no pude. Fue como si me estuvieran esperando... diles que esto confirma nuestras sospechas. Las lechuzas están conspirando con la iglesia"
Las cejas de él se levantaron por unos segundos en una completa y absurda incredulidad, quedó pasmado, inseguro incluso del mismo suelo bajo sus pies, fueron segundos que se sintieron eternos y llenos de caótica confusión... pero luego su ceño se hundió con profundidad, marcándole surcos demasiado severos para una frente tan joven. Los golpes de realidad suelen hacer ese tipo de cosas... Y de un segundo a otro, lo único que le quedó fue cólera, rabia y oscuridad. Su mirada era fría y cruel, se le notaba la sed de sangre... y el cuerpo entero se le tensó, como si cada fibra muscular de su cuerpo se hubiera puesto a la defensiva... Pude verlo en el vibrar de los huesos que enmarcaban su quijada, porque el resto de su cuerpo estaba cubierto con ropajes largos, lóbregos y sobrios.
"¿Quién?"—soltó en un tono ronco y amenazador.
"Eso no importa"
"¡No! Tú aún puedes... Podemos..."
"Él me dijo lo mismo"—le contestó ella anticipándose a sus palabras—"Lyoshevko me dijo que podía...y yo... yo estoy aquí porque no pude"
"Si te vas conmigo podemos buscar una forma..."
"¿Una forma de qué? ¿De prolongarlo unos meses? ¿O de hacer que los maten a todos más rápido? Creo que está claro qué si no lo hice cuando él me lo pidió, no lo voy a hacer ahora"
"Escúchame-"
"No"
"Yo-"
"¿Vas a traerme a ese hombre aquí para que yo lo mate?"—preguntó ella en un tono sarcástico—"Solo vas a conseguir que te hagan lo mismo que a mí"
Él soltó una especie de rugido ronco y animal que sentí sacudirse hasta en mi propia piel... Luego apoyó su frente y sus manos sobre los barrotes, tratando de tranquilizarse para pensar con más claridad, y así pasaron segundos, minutos... con él tratando de serenarse escuchando el ritmo de su respiración.
Entonces levantó la mirada y susurró:
"Aún hay tiempo"
"Ya está lista la hoguera, sé que la viste"—le respondió ella, con un tono amargo—"Va a ser un todo un espectáculo"
"No te atrevas si quiera a-"
"Haz que se lo pierda"
Ahí fue cuando la escena se congeló de nuevo, y todo comenzó a desmoronarse como si siempre hubiera sido de arena negra... Entonces sentí a unas manos frías y alargadas cubrirme los ojos. No tuve que preguntar para saber quién era... y él tampoco trató de ocultarlo.
"Sabía que esto iba a pasar en algún momento, pero nunca imaginé que fuera tan rápido" —murmuró con esa voz tan metódica y escalofriante que me acarició la nuca.
"¿Quiénes eran?"—quise saber.
"Eso no tiene importancia"
"¿Qué pasó con ella? ¿Qué pasó con él?"
"Los dos ardieron esa misma tarde en la hoguera"
Por alguna razón sentí mis ojos empañarse. Pensé que lo ignoraría como solía ignorar casi todas mis reacciones cada vez que se aparecía y ejecutaba sus juegos macabros, pero esta vez no lo hizo:
"No tiene caso lamentarse por los que se fueron hace mucho tiempo, eso te hace débil"—soltó con indiferencia y precisión—"Ellos obtuvieron lo que merecían. También fueron muy débiles"
Y entonces me jaló con una fuerza sobrehumana y tan feroz que me hizo saltar hasta llegar a media cama, su agarre era una garra oscura y afilada que hizo trizas mi pijama de toda la parte de enfrente.
Pronto me vi envuelta por ese vapor extraño, y como siempre, soltó la carcajada cuando me dejó ante una aterradora escena; estaba rodeada de cientos de cuervos sin cabeza, que se dejaban caer, agonizantes, sobre mí, uno tras otro...
Ahogué un grito y cerré los ojos.
"Dejar cabos sueltos es demasiado riesgoso. Átalos "—resonó su voz, a mi espalda. Y sentí sus garras clavarse sin piedad sobre mis hombros.
"No entiendo" —susurré casi sin aliento—"¿Hablas de Deimos?"
"No. Hoy te conseguiste a un peón bastante interesante" —soltó—"Empieza por él"
Y entonces un grito desquiciado y ensordecedor se abrió paso por cada rincón de mi casa.
Era la voz de Jonathan.
*****
Vamos a tomar un respiro para platicarte un poco de las tres personas que definitivamente marcaron mi vida, algunas para bien y otras no tanto... lo único seguro es que jamás volví a ser la misma una vez que se cruzaron en mi camino.
¿Y como llegué a conocerlos tan bien? ¿Cómo llegué a saber mucho más de ellos que de mí misma? ¿Como es que me atrevo a asegurarte lo que te voy a compartir a continuación?
Para saberlo vas a tener que seguirme leyendo porque sí, los tres fueron igual de importantes pero cada uno de manera muy diferente al otro y creo que es justo que te los describa para que tengas una idea más clara de cómo eran y te puedas imaginar como fue que se terminó desatando el caos:
Cuervo era un ser meticulosamente ordenado, hasta llegar a lo obsesivo compulsivo. Sabía dónde estaba cada pequeña cosa. En su mundo todo tenía cómo y un por qué. A veces su estudio parecía sacado directamente de alguna revista de interiores: carente de vida, demasiado plano, con colores sobrios. Incluso aquellas plumas con las que escribía de manera tan exquisita (y un poco artificial), tenían su propio cajón designado... e iban ordenadas de grande a pequeña. Muy parecido a cómo las joyerías te muestran sus piezas en los estantes de cristal de las tiendas. Y también era un fanatico del arte, pero era una cosa bastante especial, por ejemplo: si una habitación era de Toledos, solo sería de Toledos por el resto de sus días, y si otra era de Van Gogh, jamás verías ni por asomo, siquiera a un Magritte arrumbado en la esquina, por muy contemporáneos que fueran. A este ser no tenias que pedirle un lápiz o una goma porque Justo antes de que lo hicieras el ya te lo estaba poniendo en la mano.
Alan Garcés se esforzaba por tener un orden en su vida pero eso lo orillaba al desastre. A simple vista se veía todo "acomodado" pero sí ponías la atención suficiente había un montón de cosas puestas en lugares en los que no tenía sentido que estuvieran. Bolas de estambre en el cajón de calcetines, bóxers compartiendo el mismo mueble de los sacapuntas y los colores, y un cenicero justo a lado de una maceta, porque el vicio podía ser muy grande pero jamás iba peleado con la naturaleza. Así que ya te imaginarás que si un día se te ocurría pedirle una goma o un lápiz, seguramente iba a demorar dos días en encontrarlo ya que lo habría metido dentro de alguna almohada o cojín "con tal de que no se viera feo" y luego se había olvidado de ellas para siempre...
Y a Damasco, por otro lado, simplemente le valía un reverendo pepino incluso dónde estaba su cabeza, siempre que tuviera su guitarra a la vista, lo demás era un desastre. Incluso a medio cuarto solía poner una silla llena de ropa sucia pero "no lo suficientemente sucia", esos términos que solo el entendía. Ah, pero si le preguntabas por un disco lo encontraba en 2 segundos aunque estuviera debajo de una Pila de cajas de pizza que llevaban tanto tiempo ahí que incluso dos ya tenían nombres: Juanita y Pancha. A este extraño ser si le pedías una goma o un lápiz, claro que lo iba a encontrar y en cuestión de segundos, pero lo ibas a ver sacándolo de adentro de un calcetín o debajo de su cama, donde también habitaban muchas cosas que no te recomiendo que te imagines.
Así que la manera que tenían los tres de afrontar la vida, también era muy distinta.
Porque mientras los ojos de cuervo eran fríos, calculadores y completamente inescrutables, los de Alan era ágiles, chispeantes y siempre parecían estar observando y pensando en cada uno de sus movimientos antes de actuar... y Cuervo era más de los que ya había hecho un profundo análisis hasta de tus posibles reacciones.
Y en cambio Damasco tenía siempre la mirada serena pero también muy perdida, era de los que no analizaba un carajo, porque prefería actuar conforme fueran llegando las cosas, iba con la corriente, pero de ser necesario no dudaba en meter los puños para resolver ciertas situaciones... y era bastante bueno con ellos.
Y de Deimos no voy a hablar porque como dijo Cuervo; Deimos solo fue una pieza en su juego... y, a decir verdad, creo que todos en algún punto lo fuimos. Solo que en el tablero de Cuervo hubo torres, afiles, caballos, la reina por supuesto... y también aquellas piezas desafortunadas que solo sirvieron como carne de cañón para darle fuerza a su jugada maestra.
Nota de Autor: Okeeey, este es el capítulo más f*cking largo que les he traído en mi vida 😨!!! No sé si prefieren que lo parta en dos o lo deje así 🤣 o los futuros partirlos en 2 🤔... anyway les quiero decir QUE ESTE CAPÍTULO ME COSTO UN OJO Y LA MITAD DEL OTRO!! 😩 Porque cuando estoy en mis días simplemente pierdo el don:((( como la luna nueva para los lobos o el talón para Aquiles... escribí casi 10,000 palabras y muchas no me gustaron... así que de la depuración salió esto 🤣
Muchas gracias por leerme!!!
Marluieth.
PD: lo iré editando sobre la marcha pero ya saben, la idea no cambia 💕
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro