37. Una fachada perfecta
"¿Qué haces cuando tus mejores perros te desobedecen Candiani? ¿Los matas a todos? Por supuesto que no. Agarras a un par y les sacas las viseras frente al resto. Así hasta se les olvida cómo ladrar"
—Cuervo.
Nunca antes había observado a Alan Garcés con tanto detenimiento como lo hacía ahora, jamás me había interesado ver más allá de esa imagen perfecta y chocante qué siempre lo rodeaba. Y de no haberme dado cuenta de que en realidad estaba completamente involucrado en todo lo que me sucedía, seguramente jamás habría dedicado mi tiempo a hacerlo.
Muchas veces pensé que nuestros caminos estaban destinados a ser una de esas incidencias casuales, y que luego del choque no harían más que separarse cada vez más y más... hasta convertirnos de nuevo en extraños... ¿Y sabes? Muy probablemente eso hubiera sido lo mejor.
¿Y quien lo hubiera imaginado? El intachable niño dorado ocultando algo podrido y macabro detrás de esa fachada tan pulcra, brillante y cabal... Aunque tal vez... en realidad esa es justa la función de las mejores máscaras. Que mientras más perfectas son, más turbios son los secretos que arrastran quienes las portan.
Le gustaba la atención, sí... pero ahora que lo notaba era obvio que eso iba más allá de un gusto. Tal vez era una forma de probarle algo a alguien. A veces incluso se sentía desesperado.
Nadie ganaba más.
Nadie rezaba más.
Nadie estaba más involucrado en los mejores eventos y obras de caridad.
Nadie entrenaba más.
Nadie estudiaba más.
Nadie destacaba más.
Nadie sudaba más.
Nadie se rompía más...
Así que de alguna forma también me quedó claro por qué al Alan Garcés de 11 años que yo había conocido en cuanto llegué, le sentó como una patada en el culo, el hecho de que de repente hubiera llegado a la escuela una niña genio. Porque eso lo convertía en el segundo mejor en algo. Y aparentemente eso no bastaba.
Porque entonces ya no era perfecto a los ojos de ese alguien a quien desesperadamente deseaba complacer incluso cuando respiraba.
Otro gol.
Otros gritos de alabanza.
Otro: mírame, valgo la pena.
Otra ola de aplausos.
Otro diploma.
Otro concurso ganado.
Otra muestra desesperada de valía.
Otro trofeo.
Otro discurso de agradecimientos.
Otro encabezado.
Otro honoris causa.
Otro: por favor no me quites la mirada de encima.
Otro: Todavía puedo demostrarte más.
Y sí que podía. Vaya que sabía como demostrar cada vez más. Era una especie de juego enfermo, extraño y exhaustivo en el que siempre encontraba la forma de derrotarse a sí mismo para marcar su lugar, para complacer, para seguir jugando, para demostrar que con él bastaba y sobraba... que era suficiente.
¿Lo suficiente de qué? ¿Lo suficiente para quién? Tardé demasiado en poder contestarme esas preguntas...
Fue a principios de Diciembe cuando decidí que tenía que acercarme, recuerdo que hacía mucho frío... era el comienzo de un invierno duro. El techo de los autos del estacionamiento escolar estaba completamente escarchado. Algunos niños hacían dibujos con los dedos sobre la helada capita blanca y después corrían a esconderse como quien sabe qué hizo alguna maldad.
Yo también hice uno: una "A" en cursiva al lado de un signo de interrogación. Pequeños, discretos, escondidos en una esquina como esa duda que no necesita estar al centro de tu vida para marcarte.
El clima se mostraba incierto.
En el aire se respiraba una potente combinación de perfumes caros, entusiasmo ciego y esa complicidad y pertenencia que solo se pueden acentuar con una victoria compartida. Y así había sido, porque como siempre, la escuela estaba cerrando el año ganando un partido más, para ofrecerlo a modo de espectáculo a todos sus patrocinadores, algunos padres de familia, y figuras importantes del clero y la política.
Y entonces Alan Garcés volvía a ser el motivo de toda la bulla, las ovaciones y los gritos. Ya casi me sabía todo ese teatro de memoria: aplausos, sonrisas fingidas y encantadoras, conversaciones cortas pero no menos aduladoras, fotografías al por mayor, rezos con el rosario en la mano, en el nombre sea del padre hasta llegar al amén y luego los agradecimientos.
Pero después, cuando todos estaban distraídos e inmersos en sus propias conversaciones, Alan se las ingeniaba para formular alguna nueva y bien elaborada excusa que le comprara la libertad de irse, y entonces desaparecía... casi nadie lo notaba porque sabía cuándo y cómo hacerlo, pero yo sí que lo noté, porque necesitaba observarlo para poder acercarme.
Había descubierto muy tarde que nuestros escasos encuentros siempre se habían dado porque él se había acercado a mí, pero ahora que por alguna razón me evitaba, me había dado cuenta que intentar acercarse a quien siempre esta bajo la lupa, es algo bastante difícil.
Se escabulló a paso rápido por un costado del edificio, dejando a una Verónica contenta pero bastante indiferente a él, rodeada de elogios, risas, ramos de flores y adultos que chocaban delgadas copas de champagne a su salud.
Traté de seguirle el paso, pero sus zancadas eran demasiado largas en comparación a las mías y pronto lo perdí de vista. Respiré con fastidio y estuve deambulando un rato... el cielo prometía un aguacero que no se tardó en llegar. Así que tuve que volver por mi sombrilla para seguir buscando.
Cuando finalmente lo encontré, estaba prácticamente escondido en la profundidad de uno de los tantos jardines del colegio, debajo de un roble, con un cigarrillo en la mano y una sombrilla gigante a la espalda, que seguramente había ido a buscar también.
La mía era mucho más pequeña; azul con franjas blancas y anaranjadas. La sostenía cerca y con bastante firmeza porque a decir verdad nunca me ha gustado mojarme... y mucho menos con agua fría. El viento se sentía helado y potente. Lo sentí mucho más cuando se coló por debajo de mí falda.
No le quité el ojo de encima mientras me acercaba.
Él tardó en darse cuenta de mi presencia pero en cuanto lo hizo adoptó una postura mucho más rígida. Había unas cuantas colillas húmedas esparcidas de forma desprolija a su alrededor y el cigarro que sostenía en la mano se veía largo, nuevo y recién empezado; el humo que emitía le bailaba en ondas alrededor de la muñeca.
Me le planté justo al frente, pero él siguió inmerso en sí mismo, dentro de esa burbuja de salvación que había creado.
Tragué saliva para humectar mi garganta.
"Garcés" —musité.
"Moco..."
"¿No tienes frío?"—quise saber.
"No."
"¿Hambre?"—insistí.
"No."
"¿Sed?"
"¿Vas a irte a buscarme agua si te digo que sí?"—preguntó con algo de ponzoña. Tenía una postura indiferente, vacía y un poco arisca.
"¿Vas a seguir aquí cuando regrese?"
"Hah"—bufó—"¿Ahora estamos en un interrogatorio? ¿De qué se me acusa?"
"¿Me estás dando permiso para preguntarte lo que quiera?"
"¿Vas a dejar de hacerlo si te digo que no?"
Me mantuve callada un rato, porque al final el que calla otorga, pero luego me decidí a romper el silencio una vez más:
"Te ves cansado"
"Así luce la victoria"—respondió—"Seis a Cero, todo un nuevo récord en soccer"
"¿No te cansas de fingir todos los días que eres perfecto?" —decidí ir al grano.
Se llevó el cigarro a la boca y aspiró una bocanada casi tan larga que me pareció más bien una especie de suspiro extenuante.
"Estoy fumando..."—soltó—"¿Piensas que eso es perfecto?"
"Estás fumando escondido"
"Sí, bueno..."—se pasó una palma abierta por la cabellera empapada porque algunos mechones habían comenzado a escurrirle sobre la frente —"La verdad no tengo las pelotas lo suficientemente grandes como para pararme frente a los profesores, con mi jodido cigarro y gritarles que me vale un carajo que me expulsen"
Ni siquiera tenía ganas de verme, en realidad toda su atención estaba completamente focalizada en esa chispa encendida que parecía una pequeña estrella perdida entre tanta lluvia y maleza.
Entonces decidí ponerme en cuclillas.
"Acabas de marcar un récord y en lugar de estar festejando allá... estás aquí, luciendo como el ser más miserable sobre la tierra" —espete, buscándole los ojos sin éxito.
Se encogió de hombros con desgano, y movió su cigarro un poco sin dejar de contemplarlo.
"Miserable..." —se sintió como si estuviera llevándose la palabra a la boca solo para saborearla—"Hah... No sé... Tal vez esta es mi forma de celebrar"—y entonces lo aspiró nuevamente.
Repasé su figura con lentitud, pero ni siquiera pareció notarlo y si lo notó no le dió importancia. La mitad de su uniforme deportivo estaba empapado, y algunos charcos habían comenzado a formarse a su alrededor, por el peso que hacía su cuerpo sobre la hierba.
"Me gustaría creerte ¿sabes?"—dije luego de un rato —"De verdad que me gustaría, si tuvieras la mirada de alguien que acaba de ganar pero..."—me detuve y levanté el índice lo bastante cerca de sus ojos, puede que hasta incluso haya rozado la punta de su generosa fila de pestañas mojadas—"¿Por qué cada vez que te veo a los ojos, se siente como si hubieras perdido?"
Entonces echó la cabeza hacia atrás y soltó una de esas tantas risas amargas, derrotadas y espontáneas que incluso rayan en lo absurdo. Dejándome ver lo largo y tenso que se le veía el cuello, y el contraste marcado que hacía su piel pálida contra todo lo demás.
"Esa no es mi culpa..."—se jactó—"Eres tú que siempre estás tratando de ver cosas donde no las hay"—agregó en un tono agrio y tajante.
Entonces lanzó su cigarro a medio empezar, justo en el corazón del charco que estaba a mi lado, salpicándome las piernas. Supongo que quería que me indignara y me fuera.
Pero su enojo pareció acentuarse cuando no me moví.
"Solo sé que cuando imagino cómo debe lucir la felicidad, nunca me vienes a la cabeza" —solté.
Entonces levantó lentamente sus ojos y ante la mirada que me propinó me quedé helada.
"¿Que es la felicidad Candiani?"—sus ojos se veían oscuros, fríos y desafiantes, pero también retadores e incluso sobre su iris, se asomaba un deje de crueldad—"¿Una fiesta? ¿Un beso? ¿Ganar un partido? ¿Sacar una buena nota? ¿Fumarte un cigarrillo? ¿Tu primera botella? Mírame bien porque tengo todo eso hasta para regalarte por si te llega a hacer falta"
Suspiré con pesadez. Mis zapatos habían comenzado a llenarse de lodo.
"¿Que, qué es la felicidad?"—cuestione más para mí misma, balanceándome sobre las rodillas —"La verdad tampoco me considero una experta en el tema... pero una vez leí que no es algo que llegue un día por casualidad, es un deseo conquistado qué hay que saber defender"—agregué—"Así que no es una fiesta, ni una botella, ni un beso, o una buena nota... pero tal vez en realidad es un poco de todo... sobretodo de ganas. Muchas ganas de defender todas esas cosas"
Hundió el entrecejo ante mi comentario, y aquella venita verdosa de siempre se le empezó a notar a lo largo del cuello. Se tronó un hombro y chasqueo la boca de manera burlona y hostil.
"¿Y entonces para ti me veo como alguien que está dispuesto a perder alguna de esas cosas? ¿O como alguien que no es capaz de defender nada?"—espetó—"Vaya... Gracias. Cada vez que abres la boca lo logras"
Pero no dejé que su molestia escalara, porque entonces me atreví a cortar todo ese aire de hostilidad que se había acumulado entre nosotros, y pasé una mano dudosa entre las hebras cobrizas de su cabello, eso lo sobresaltó, porque lo sentí tensarse, pero no se movió. Aunque sus pupilas quedaron dilatadas sobre las mías.
Su cabello se sintió frío, húmedo, y no tenía forma ni dirección. Pero se lo revolví un poco más porque por alguna razón pensé que le sentaría mucho mejor un poco de desorden.
Luego deslice mi mano con cuidado y sin nada de prisas, hasta llegar a su barbilla, y sentí como su piel se iba erizando bajo mi tacto. La detuve ahí y me atreví a apoyar un par de dedos sobre su quijada para levantarle la cara, solo un poco, solo lo necesario... porque quería verlo directamente a los ojos antes de soltarle lo siguiente:
"Te ves como alguien que está aterrado por defender algo que ni siquiera decidió que quería conquistar"—una sorpresa inminente desterró cualquier atisbo antes visto de molestia. Sus cejas se alzaron mucho más, y si se le deslizaron algunas gotas de agua desde la frente e hicieron camino por sus ojos, ni siquiera le importó—"Pero bueno... me voy, no voy a ser quien te diga como tienes que celebrar nada"
Suspiré e hice fuerza sobre mis rodillas para levantarme e irme, pero no pude hacerlo porque en lo que pareció un impulso rápido y lleno de necesidad, me jaló con fuerza del brazo y me atrajo hasta hacerme chocar contra su cuerpo. Caí sorprendida entre sus piernas abiertas. Y mi sombrilla rodó un par de metros, lejos, hasta atorarse con algo.
"Quédate"—sonó casi como una súplica—"Igual y si miramos la lluvia un rato se nos pegue una de esas cosas que dices que vale la pena conquistar"
"No quiero empapar mi trasero más de lo que ya está"
Entonces una ligera curva juguetona y algo maliciosa se apoderó de la comisura derecha de su boca y me atrajo con mucha más fuerza, hasta que logró sentarme en el pasto.
Recargó su barbilla sobre mi hombro.
"¿Qué no es la parte más interesante de una conquista?"—me susurró al oído sin dejar de apretarme contra su pecho, sentí su corazón latir con fuerza a través de la ropa mojada—"Te queda bastante mal lo cobarde"
Suspiré.
"Claro... porque seguramente estoy conquistando al mundo mientras me conviertes en tu propio oso de peluche mojado"
"Cállate"—zanjo. Y entonces noté que su cuerpo estaba temblando, y que todos sus músculos estaban tensos, y que el uniforme que traía estaba helado—"Hueles bastante bien para ser un moco"
"Y tú tienes un vocabulario bastante amplio para ser un hombre de las cavernas que se dedica a oler el cabello de las personas"
Sentí su risa ronca y traviesa vibrar sobre mi nuca. Y aunque intenté sutilmente zafarme no me soltó.
La lluvia siguió cayendo, cada vez más y más fuerte.
Y no me preguntes cuánto tiempo pasó porque no lo sé, pero los charcos bajo nosotros se terminaron uniendo hasta que tomaron la forma irregular de nuestros cuerpos unidos.
*****
No sabía cómo o por qué estaba ahí, pero la verdad es que las estatuillas y los lienzos de carácter religioso tienen el poder de verse como algo verdaderamente escalofriante y macabro a la luz de las velas.
Llegué a pensar que aquellas decenas de cuencas cristalinas e inertes me seguían con la mirada... pero esperaba que sólo fueran ideas mías.
Mis pies descalzos hacían un sonido casi imperceptible contra el piso de duela, eso fue hasta que lo sentí mojado y entonces me di cuenta de que en algún lugar había una fuga de agua que estaba provocando un charco que cada vez crecía más y más...
Afuera el cielo de la noche estaba mucho más negro que de costumbre, como si hubiera decidido ser el cómplice mudo de un crimen... y probablemente lo era. Porque incluso le había prohibido salir a todas estrellas, dejando en claro que lo que estaba a punto de ver, no era para los ojos de cualquiera.
El viento arañaba las ramas, las tejas y los bordes de las ventanas creando una especie de silbido que lejos de tranquilizarme, me alarmó. Pero en realidad dentro de aquella construcción había un silencio tan espeso y abrumador, que además de mis pasos, también podía escuchar con claridad, el sonido de mi respiración.
Sin embargo aquella atmósfera de quietud se rompió así, sin más... como se rompe aquella taza de porcelana que cae por accidente al suelo... dejando entrar a un grito agudo y suplicante que se abrió paso sin mesura, por cada uno de los alargados pasillos, rebotando en el cristal grueso de todas las ventanas y finalmente llegando hasta mi de una manera completamente estremecedora.
Venía del piso de arriba.
Algo pasaba ahí.
Tuve que agarrarme del barandal de madera para apoyarme y ayudarme a subir cada uno de los peldaños, porque las escaleras también estaban mojadas e incluso el agua ahí hacía una especie de corriente ligera que me llegaba a los tobillos. El dobladillo de mi bata se me mojó y sentí algunos cristales o pedazos de algo, encajarse sin piedad contra la piel de la planta de mis pies descalzos.
Ahogué un quejido pero continué de todas formas.
"¿Pensabas que lo que habías hecho no tendría algún tipo de consecuencia?"—preguntó una voz masculina, madura y suave pero sin dejar de mostrar su autoridad—"¿O esperabas que no nos enteráramos?"
"Y-Yo"—apenas y respondió una voz frágil que tartamudeaba—"Yo y-yo yo n-no"—era evidente que sus cuerdas bucales estaban completamente paralizadas, al igual que el resto de su cuerpo.
Era una mujer. Estaba completamente inmóvil, pálida, aterrada... encogida en una equina, deseando que esta le protegiera. Y por alguna razón, sentí que se me hizo familiar cuando le vi la cara.
"Sabes perfectamente que a Dios no le gustan ese tipo de cosas..." —volvió a hablar la primera voz. Provenía de un hombre, ya entrado en los 40's. Algunas arrugas le surcaban el rostro con precisión, sobre todo ahí, en la piel de alrededor de los ojos.
"Yo no estaba..."—articuló la mujer—"N-no pensé..."
"¿No pensaste cuando decidiste ocultarlo?"—chasqueo la boca de forma condescendiente e irónica—"¿O cuando malversaste el dinero que te dimos para custodiar esos documentos y te lo gastaste en cuanto se te ocurrió en vez de tenerlos vigilados?"
"Por favor"—imploró la mujer, cayendo de rodillas—"Por favor no les hagas nada..."
Los hombros del hombre se sacudieron en una pequeña risita absurda e irónica.
"¿Yo?"—cuestionó con una crueldad inhumana —"No, yo nunca me ensuciaría las manos haciendo ese tipo de cosas"—se puso en cuclillas para observar a la mujer, su rostro mostraba una diversión depredadora. Se lamió los labios con lentitud y luego le pasó una mano entre un par de mechones negros y ligeramente curveados que le caían sobre la frente, para removérselos con suavidad y descubrirle el rostro—"Lo harás tú"
"¡No!"—gritó la mujer en un impulso, pero casi se arrepintió en cuanto lo hizo—"Por favor... haré lo que sea..."—pidió esbozando una mueca que casi rayaba en la locura—"Son solo unos niños, ellos no saben nada"
"Ya es muy tarde para suplicar ¿no crees?"—susurró el hombre, aproximándose aún más, hasta plantarle un escalofriante beso sobre la frente—"Pero para rezar no se necesita estar vivo..."—le susurró al oído.
Y entonces, como si la escena y el cielo se hubieran puesto de acuerdo, un relámpago los iluminó por completo, haciendo entrar su blanquecina luz por la ventana para iluminarlos a detalle, justo en ese momento que pareció pasar en cámara lenta... Y el hombre le trozó el cuello.
Ni siquiera gritó.
No le dió tiempo.
Sus pupilas quedaron fijas en el espacio.
Y los huesos de su garganta se desmoronaron como si siempre hubieran sido de papel.
"Te prometo que voy a rezar por ti..."—aseguró el asesino.
"Tú t-tú"—pero ya no pudo decir más. Unas gotas de sangre espesa escurrieron por su nariz hasta llegar a sus labios entreabiertos. Esos que segundos antes quisieron decir tantas cosas que quedaron suspendidas en el aire.
"No te preocupes"—una sonrisa cínica y maliciosa se dibujó sobre los delgados labios del hombre, y entonces le tomó la mano derecha con la misma suavidad antes vista y le arrancó la piel de la muñeca con los dientes, para desgarrarla y engullirla, como si fuera una bestia.
Terminó de limpiarle la sangre con la lengua, con un disfrute que se me antojó enfermo, y luego se limpió las comisuras de la boca con el dedo índice para eliminar cualquier rastro de lo cometido, y se puso de pie.
Mi cuerpo entero quedó completamente pasmado ante la escena, e incluso comencé a saborear mis propios jugos gástricos.
Entonces el cuerpo del hombre comenzó a contraerse poco a poco hasta que terminó por sacudirse con fuerza y desesperación. Sus huesos tronaban, se le re-acomodaban, su cara se desencajaba, algunos músculos se rasgaban y otros desaparecían. Me pareció ver un destello amarillento y animal provenir de sus ojos, y sus pupilas alargarse.
Ni siquiera me había dado cuenta que había dejado de respirar hasta que me sentí mareada.
Era enfermo, macabro, cruel... su cuerpo entero había tomado la imagen exacta de aquella a la que acababa de destrozarle la vida. Cómo burlándose. Como si fuera un espejo de carne pero con vida.
"Lo haré con tanto cariño que hasta parecerá que lo hiciste tú"—susurró, cerrándole los ojos.
Una última lagrima resbaló por la mejilla de aquel cuerpo ultrajado, porque bien dicen que de todos nuestros sentidos, el oído es el que da la mejor y última batalla. Pero probablemente eso era el único destello que quedaba de ella, el resto de su cerebro ya había comenzado a estallar hasta convertirse en nada.
Y entonces la figura disfrazada de la mujer que acababa de asesinar, abrió una puerta blanca que estaba al final del pasillo. Y me pareció distinguir una pared decorada con motivos infantiles, pero no pude entrar aunque traté de mover mis piernas.
Porque sentí como si algo me jalara con una fuerza violenta hacia atrás y cuando todo tomó forma de extraños espirales, terminé abriendo los ojos e incorporándome de golpe sobre la cama. Como si algo o alguien me hubiera despertado.
Traté de enfocar pero me costó trabajo... no fue sino hasta que el inconfundible chillido de unas uñas haciendo fricción contra el cristal de mi ventana, me hizo volver por completo a la realidad.
El corazón comenzó a latirme con desquicio, pero respiré hondo y decidí, que por primera vez, no debía dejar que el miedo me dominara.
"Sé que estás ahí"—mi voz raspó mi garganta y salió apenas como un susurro tembloroso y algo ronco.
Entonces las puertecitas de mi ventana se abrieron de par en par y se coló el frío aire de la noche a mi habitación.
"Pasar de un alarido de terror a una invitación a través de tu ventana es un cambio bastante desagradable"—susurró esa voz profunda que yo conocía tan bien, y frente a mí, a los pies de la cama, se posó un simple cuervo negro.
Un cuervo que a los ojos de cualquiera pudo haber pasado como una criatura normal pero yo perfectamente sabía que no lo era.
Me aclaré la garganta.
"Sé que no me vas a hacer nada"—me atreví a asegurar.
Entonces el cuervo se acercó un poco más.
"Tú sabes tanto del mundo, como esa hormiga que jamás ha salido del hormiguero"—susurró. Su par de ojos negros y brillantes fijos sobre los míos.
"Puede que sí..."—reconocí, mi cuerpo entero se estremecía en pequeños espasmos—"Pero si realmente quisieras dañarme ya lo habrías hecho, has tenido muchas oportunidades"
"¿Y qué te asegura que no estoy esperando el momento perfecto?"
Mi garganta se sintió todavía más seca que antes.
"Nada..."—reconocí, y un silencio monstruoso y aterrador se adueño del aire que había entre nosotros. Pero me atreví a romperlo otra vez—"Pero aún no te regreso eso que dices que tengo que es tuyo y sé que mientras no lo haga estoy a salvo"—mi voz parecía un hilo—"Aunque no sepa muy bien de qué se trata"
Sentí sus ojos estudiándome con un calculado detenimiento pero no dijo nada.
"Además no has hecho más que dejarme pistas"—añadí—"¿Por qué me dañarías si me has estado ayudando? ...No tiene sentido"
Una fuerte corriente de aire se coló en la habitación moviendo las cortinas, las sábanas, la tela de mi pijama y sus plumas.
Lo único que nos iluminaba era un tintineante poste de luz y una lamparita fluorescente de noche, que tenía a lado de mi escritorio.
"Tal vez solo me gusta jugar con una presa antes de devorarla"—respondió—"Tal vez no hay cosa más poética y exquisita que arrancarle los ojos a un rostro que está desencajado en verdadero terror"—y entonces me mostró sus alas extendidas en forma desafiante, el borde de sus plumas emitía una especie de incienso negro que se fundía con las sombras—"Soy un cuervo Candiani, que no se te olvide"
Una pequeña risita nerviosa e insegura me sacudió los hombros. Eso pareció sorprenderlo. Tal vez sólo era mi cuerpo haciendo el idiota después de ver tantas veces el mundo que creía conocer, desmoronándose frente a mis ojos, o tal vez mi sistema nervioso ya había comprendido que las reacciones lógicas no me llevaban a ningún lado, ni me salvaban de nada.
"En realidad no se qué significa eso"—reconocí—"Pero algo me dice que todo lo que estás haciendo es tu forma extraña de explicarme el mundo... nuestro mundo..."—un extraño escalofrío de revelación me recorrió los huesos—"Sé que suena ilógico y probablemente estoy mal pero se siente como si estuvieras intentando hacerme ver algo... ¿Qué? o ¿Por qué? Eso es lo que no entiendo"
Una pequeña risa sorpresiva, instantánea pero no menos profunda volvió a apoderarse de cada rincón la habitación. Y entonces una extraña chispa violácea pareció cruzarle las cuencas, pero pronto desapareció.
"¿Quieres saber por qué?"—soltó, escudriñando mi rostro como quien está estudiando un movimiento decisivo o una reacción importante—
"¿De que sirve un ciego en una partida de ajedrez?"
"¿Entonces estamos del mismo lado?"
"Aún no... pero lo estaremos"—respondió—"Te lo prometo"
Y entonces desplegó sus alas nuevamente para tomar vuelo y salir por ese mismo sitio por donde había entrado.
"Porque en realidad este es el único lado al que perteneces"
A la mañana siguiente supe que la mamá de Xiomara Monroy había muerto. Se había intentado suicidar cortándose una muñeca y luego lo logró ahorcándose.
Fue un brote psicótico por un medicamento mal administrado.
Había intentado llevarse la vida de sus hijos.
A dos los había matado a puñaladas. Los había dañado tanto que sólo pudieron reconocerlos por la pijama.
A Xiomara la había apuñalado tantas veces que prácticamente le había cercenado todos los dedos de la mano derecha, pero la habían encontrado viva.
Y al otro día toda la escuela estaba de luto, porque en realidad la madre de Xiomara era la encargada de custodiar y administrar todos los museos de las escuelas y el clero en México.
Nota de Autor: ¡Muchas gracias por leerme! Solo les escribo para decirles eso...
PD: Aclaro que le falta edición 🤣 no me odien por los errores... lo corregiré en la noche!
Besitos espacio-temporales 💕
Marluieth.
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