36. Marbella Duchamps
"Siempre creí que conocía a la perfección todo lo que tenía que hacer y todo lo que no, todo lo que debía sentir y todo lo que estaba prohibido que sintiera... y entonces llegaste tú a romperme todas las reglas en la cara y todo lo bueno dejo de ser tan bueno y todo lo malo ya no se sintió tan malo. Y me dejaste sin nada... pero con unas malditas ganas de todo"
—Alan Belmont Garcés Chevalier
"Pareces un sapo hinchado" —soltó Alan mientras se recargaba en el marco de la puerta y me miraba con curiosidad.
Un brillante listón de luz le acariciaba con ligereza un solo lado de la cara, partiendo justo por la mitad esa nariz recta y afilada, para dividir y oscurecer la otra mitad de sus facciones. Y tal vez fue esa extraña dualidad y juego de luces lo que me hizo pensar que justo ahí, en ese preciso instante, se parecía más que nunca a aquel chico que tiene la pinta perfecta de un ángel, pero al mismísimo demonio escondido en los ojos.
Era delgado y alto pero bastante impresionante para un niño de 15 años, su cabello de un cobrizo casi dorado estaba perfectamente peinado de no ser por un par de mechones revueltos que le caían sobre la frente, pero podría jurar que él mismo se los había desordenado, ¿por qué? No sé. Tal vez era su propia forma de ir en contra de algo.
Alan Garcés era muchas cosas, pero también era el clásico chico que solo tenía que sonreír para tener las puertas abiertas en todos lados, su mirada era confiada y chispeante pero también estaba llena de juegos y travesuras, y tenía ese maldito aire de que solo le bastaba cruzar un par de palabras con tus padres para conseguir que te dieran todos esos permisos que nunca te quisieron dar antes. Era una gracia rara, porque incluso el adulto de mirada más severa y autoritaria, se tragaba todo ese cuento de no rompo un plato, pero su magia y su magnetismo radicaban justo en el hecho de que era más capaz que nadie de romperte toda la vajilla en la cara.
Y ese par de oídos qué parecían tan distraídos y ajenos, pero que en realidad siempre estaban atentos... esos que tenía tan malditamente acostumbrados a solo conocer los sies y a no saber nada de los noes, moviendo al mundo entero, de positivo en positivo que casi siempre traían más cosas malas que buenas:
Sí, para siempre.
Sí, a todo.
Sí, mañana.
Sí, aunque me regañen.
Sí, aunque esté prohibido.
Sí, aunque no debamos.
Sí, sí, sí...
Suspiré con pesadez e incomodidad. Estaba tan acostumbrado a recibir atención que ni siquiera le había extrañado el hecho de que lo estuviera escudriñando descaradamente con la mirada.
En una mano jugaba con una bolsa de hielos y con la otra se recargaba. Y no sé por qué no sentí miedo cuando lo ví... fue más como una extraña y poderosa sensación de familiaridad a pesar de lo que había visto... o tal vez debido a lo qué había visto.
¡Y claro que me enfoqué en mantener el teatrito de siempre! Porque si el hecho de navegar con bandera de idiota era la única opción que me quedaba, la iba a tomar. Ya en este punto estaba más que dispuesta a morderme la lengua y utilizar todas las cartas que tuviera a mi favor, si hacerlo me iba a llevar un paso más cerca de la verdad.
Así que me dirigí a él con ese aire desafiante y colegial que siempre había existido entre nosotros:
"Estoy tratando de recordar ese momento exacto en el que te pregunto cómo me veo. Pero no logro hacerlo..."—le di pequeños toques con el índice a mi mentón, para simular de forma exagerada que estaba obligando a correr a toda velocidad, a ese pobre ratón que se encargaba de mover la ruedita dentro de mi cerebro—"Supongo que debe ser uno de esos tantos efectos secundarios de la fatiga crónica porque de lo contrario no le encuentro sentido a que te pares ahí y se te ocurra que me importa un pepino lo que piensas acerca de cómo me veo"
Una sonrisa divertida se le dibujo en los labios y ladeo la cabeza.
"¿Lloraste mucho?" —quiso saber. Su voz escondía una ligera burla.
"Claro que no" —contesté utilizando el mismo tono—"Estaba probando un nuevo método que leí en internet sobre cómo deshidratarte en la noche tirando agua por los ojos. Y resulta que funciona de maravilla, te lo recomiendo"—agregue—"El primer paso si eres hombre es que te den una patada entre las piernas, si te acercas podemos probar"
Soltó una carcajada baja y luego de observarme de pies a cabeza con un entretenido detenimiento, atravesó el cuarto con esas clásicas zancadas largas que parecían hasta hacerlo flotar—"Te traje esto"—jugó con los hielos a centímetros de mi cara.
"No me gusta tocar cosas muy frías con las manos" —le respondí con desinterés.
Entonces levantó las cejas y me miró de forma obtusa y furtiva, pero luego una extraña chispa pareció surcarle las facciones —"Como quieras"—Y me jaló de la bata en un movimiento rápido para sostenerme en sitio mientras usaba la otra mano para agarrar la bolsa de hielo y abrirla con los dientes.
Escupió el pedazo de plástico a mí lado e hice cara de asco.
"Qué qu-"
"No muevas la cara"—zanjó. Y me agarró la quijada con la suficiente suavidad y firmeza como para lograr su cometido sin lastimarme.
"Yo pu-"—intenté zafarme.
"Quédate quieta ¿quieres?"—se acercó más a mí para inspeccionarme de cerca—"Con los ojos así dudo que puedas ver más allá de tu nariz y mucho menos usar un espejo para que te enteres del desastre de tus experimentos raros"—eso último lo dijo con un tono de mofa cargado de malicia y luego comenzó a pasarme los hielos alrededor de los pómulos haciendo pequeños círculos. Después de un rato suspiró y se detuvo sobre mi frente—"Cierra los ojos"
Solo así de cerca se le veía ese discreto montón de pecas que le decoraban con gracia la nariz.
"Gracias"—espeté de mala gana—"Pero sí mi memoria no me falla tengo unas cosas que me cuelgan al final de los brazos llamadas manos"
"Shhh"—musitó —"También me gusta poner en práctica cosas que encuentro en internet, esto va de cómo convertir sapos hinchados cara de moco en princesas... pero la verdad no funciona muy bien. Creo que sólo conseguiremos que te veas como el moco ojón de siempre... que lástima"
Entrecerré los ojos ante el comentario.
"Todo un caballero Garcés, me conmueves"—respondí—"Cada día te superas a ti mismo enseñándome tus mejores facetas"
Se encogió de hombros con indiferencia, me ignoró y siguió en lo suyo por un rato. Sentí como si estuviera memorizando cada curva y línea de mi cara.
Me aclare la garganta para no sentirme tan incomoda.
Eso lo hizo formar una sutil curva un tanto ególatra en los labios pero no dijo nada y continuó por un rato más hasta que estuvo contento con los resultados de lo que estaba haciendo.
Entonces arrojó la bolsa de hielos por los aires directo al cesto de basura que estaba al otro lado de la habitación.
Ni siquiera se inmutó en ver si realmente había encestado. Era Alan Garcés y tenía una maldita puntería de Legolas que la escuela había sabido explotar y aprovechar a la perfección, metiéndolo en casi todos los eventos deportivos que prometían respaldar a una buena causa o realzar su buen nombre.
"Ya puedes cambiarte"—habló con un tono bajo—"Te espero con la maestra en la recepción"
Entonces se giró sobre los talones para irse y comencé a deslizarme la bata para sacármela por arriba.
"¡¿Qué haces?!"
"Me dijiste que ya podía cambiarme"—le contesté utilizando el tono más aburrido del mundo.
"¡Pero está la puerta abierta!"
"Pues ciérrala"
"Si sabes que eres una niña ¿verdad?"—su cara estaba completamente roja y seguramente ni él mismo sabía si sentía enojo, vergüenza, nervios o si estaba indignado, pero tal vez era un poco de todo—"¡Aghhhh!"
Solté una escandalosa carcajada en cuanto azotó la puerta con fuerza.
Juro que no lo había hecho a propósito. Tenía 13 años y era una escuálida tablita sin gracia, e incluso no tenía mucho que había perdido eso a lo que le llaman pancita de bebé.
Pero al menos, con esto volvía a comprobar que a pesar de todos sus extraños secretos seguía siendo tan solo un mocoso molesto que huía por su vida ante la imagen de un par de bragas rosas de Hello Kitty.
Y ya bastaba de lloriqueos. Si las cosas iban a estar así de raras iba a hacer lo necesario para recabar información, tantear terreno y confirmar cuál era realmente mi posición con cada una de las personas de las que sospechaba algo.
*****
Una fiesta de cumpleaños también podía ser una oportunidad, o mejor dicho, la mejor oportunidad que se me había presentado hasta ahora.
"¿No piensas que son súper raros?"—me preguntaba Argelia mientras ambas mirábamos en dirección al campo de Atletismo. Nos habían puesto a recoger hojas secas en los jardines por haber hecho bromas inapropiadas en clase. Cosa que pasaba mas seguido de lo que me gustaba reconocer considerando que mis comentarios llenos de ironía y sarcasmo encajaban bastante mal con esa risa suya que podía escucharse hasta a kilómetros de distancia, o tal vez no... pero sí que se escuchaba dos salones a la redonda.
"¿Quiénes?"—le pregunté con desinterés mientras jalaba con un trinche un montón de hojas debajo de un Maple. Me gustaba escoger las más bonitas o las menos rotas, para meterlas dentro de mis libros, y así señalar que ahí dentro se encontraba alguna frase que me había gustado mucho. Y a veces cuando estaba muy estresada o completamente desmotivada leerlas me hacía reencontrarme, sobretodo esas veces en que me sentía más perdida que nunca.
"Ay obvio que sabes quiénes"—se quejó arrastrando una bolsa que parecía ser más grande que ella. Estuvo a punto de tropezar.
Le di la mano pero aún así me permití soltar una risa burlona.
"Estás más preocupada por la vida amorosa de Verónica y Alan que por caminar bien"—observé—"Ven, tienes el cabello lleno de hojas, ramas y posiblemente arañas"
"No me dan miedo las arañas"—rebatió—"¿En serio no se te hacen raros?"
"¿Raros cómo?"
"Ay no sé... llevan casi toda la vida juntos y los dos son guapos pero nunca parece como si tuvieran ganas de saltar el uno sobre el otro ¿sabes? No es normal"
Arquee una ceja ante su comentario.
"¿Quieres que salten el uno sobre el otro frente a ti?"—reí— "Cada día te conozco fantasías más raras... mira que eso del vouyerismo..."
"Ay cállate boba, no me refiero a eso, aunque obvio si un día Deimos decide saltarle a Alan encima y yo estoy por ahí cerquita... pues tampoco me voy a ir ¿verdad?"
"Vouyeristaaaa..."—lo dije cantado para que se notara aún más la burla y me acerqué a otra pila gigantesca de hojas.
"Es que Helena..." —insistió alcanzándome y arrastrando su bolsa gigante—"Todas, todas, todititas las parejas de la escuela presumen como si fueran medallas olímpicas los besos que se han dado a escondidas de las maestras, pero esos dos son tan... no se... tan planos que asusta"
Me encogí de hombros como en un: ¿Y que quieres que haga amiga? Las personas no son esos protagonistas de las películas románticas que ves a escondidas de tus abuelos en la madrugada.
Torció los ojos porque captó perfectamente el mensaje. Me gustaba que tuviéramos esa clase de conexión casi telepática.
"Por cierto ¿como sigue Jonathan?"—quiso saber.
"Igual que siempre, ya sabes... piensas que va a mejorar y luego me ve y empeora otra vez"
"El día que te desmayaste en el museo tuvo otra crisis ¿verdad? Me dijeron mis abuelos que por eso tuviste que pasar la noche sola en el hospital"—me dijo mientras le hacía un nudo torpe a la bolsa y se sacaba otra del overol. Tenía unas horribles manos de mantequilla.
La empujé con la cadera y terminé de hacer el nudo yo misma.
"Jonathan pasó cosas horribles y además está muy chico"—la ayudé a extender la nueva y gigantesca bolsa porque si había alguien que no conocía los límites de la torpeza, esa era Argelia—"No me parece injusto que reciba toda la atención si eso lo va ayudar a mejorar, además tampoco me morí por pasar una noche sola, el hospital estaba bastante bien y no solo te daban de comer gelatina"
"Eres tan rara que a veces parece como si hubieras sido parte de uno de esos experimentos locos y te hubieran metido el cerebro de un adulto aburrido y amargado en la cabeza"—espetó entre dientes, mientras se amarraba el cabello con una liga que se había sacado de la muñeca—"Pero buenoooo... nunca imaginé que quisieras ir conmigo a la fiesta de Deimos ¿Es el fin del mundo o qué? ¿Ya te diste cuenta de los encantos de mi bebé hermoso verdad? ¡No mientas!"—me señaló con el índice mientras esbozaba una sonrisita victoriosa.
Volqué los ojos ante el comentario. A esta edad todo parecía estar relacionado con el amor en esa pequeña cabecita suya y ojalá, ojalá, ojalá hubiera querido ir a esa fiesta solo porque Deimos de repente me había parecido guapo.
"Ufff sí"—exageré el tono—"¡Es la cosa más linda que han visto mis ojos! ¿Dios no te has pasado ya de generoso conmigo como para permitirme contemplar en esta vida tanta belleza? ¡Toda una vida no me basta para darte las gracias!"—me puse de rodillas frente al trinche que sostenía, fingiendo que imploraba al cielo.
"¡No puedes ser más payasa solo porque no traes una nariz roja y una peluca!"—me golpeó con la bolsa de hojas en la cabeza—"Pero al menos reconoce que tiene los ojitos más bonitos y pisiososhh... o sea, los de Alan son lindos y están bien... en realidad todo en él está más que bien, pero el azul de Deimos me tiene más loca que el tío de Frodo cada vez que pierde su anillo"
"¿Bilbo Bolsón?"—arquee una ceja—"Que miedo que el amor a un chico te convierta en un Bilbo Bolsón. Pero al menos no te convierte en un Gollum y supongo que eso es ganancia"
"My precioussssss..."—canturreo mientras me rodeaba haciendo movimientos muy parecidos a los de un gorila—"Ya Helena... no finjas más, y acepta que estas tan loca por ellos como todas nosotras porque si no voy a empezar a creerle a todas esas que dicen que en realidad eres un Alíen"
"Jamás"—zanje—"Igual prefiero ser un alíen que una fanática y además si se trata de ojos los que yo he visto le dicen quítate que ahí te voy a ese par sin problemas. Son más no sé... más..."
"¿Más azules? ¿Más verdes? ¿Más qué?"—sus preguntas se sintieron como una metralleta de palabras.
Solté la carcajada mientras pateaba en su dirección un montón de hojas para defenderme del Gollum violento que de repente había tomado posesión del cuerpo de mi amiga.
"¡Ya dime! ¿Más cómo?"—insistió y comenzó a patear en mi dirección, como pony malhumorado, todos los montoncitos de hojas que nos habíamos dedicado a juntar por horas.
"¡Ya para! ¡Maldito Gollum violento desordena hojas! ¡Nos estás poniendo mucho más trabajo del que ya teníamos!"
"¡Dime o te muerdo!"
"¡Lo peor es que si te creo capaz!"
"¡Claro que soy capaz!"
"¡Está bien! ¡Pero aléjate dos metros porque en serio estoy temiendo por mi vida!"
"¡Habla!"
Nos quedamos viendo la una a la otra con el pecho agitado. Ella con su bolsa gigante y yo con mi trinche. Pero bien se sentía como si fuéramos un par de pistoleros enfrentándose en el viejo oeste.
"¿Y bien? ¿Más qué?"—insistió
Exhalé con frustración reconociendo mi derrota. Ser físicamente fuerte nunca había sido lo mío.
"Más brillantes que el Sol"
*****
A pesar de que ya había visto la casa de Deimos en mis sueños, de todas formas me quedé sin aliento. Las casas de estas personas eran tan ostentosas que parecían salidas de otra dimensión.
La escalera rosada.
El barandal barroco.
Los ventanales en alto.
El exceso de todo.
Argelia tirándome de la mano a toda velocidad para que formara parte de su escuadrón acosador del amor.
Alan Garcés frunciendo el ceño y tensando la mandíbula en cuanto se dió cuenta de que habíamos llegado.
Verónica haciendo una cara de enfado que superaba a todas las que le había visto hacer, pero tragándose con dificultad todos sus comentarios ácidos, cosa rara y nunca antes vista... ¿Quería aparentar ser la niña perfecta frente a los adultos? ¿Estaba cabreada de que Alan hubiera estado al pendiente esa vez del hospital? ¿O había algo más? Algo me olía a que todo estaba mucho más torcido de lo que imaginaba.
Luego estaba Deimos que segundos antes había estado alardeando escandalosamente de lo bueno que era jugando tenis de mesa. Pero que de buenas a primeras se había quedado rígido, y había comenzado a perder patéticamente cada uno de los partidos.
Me detuve frente a una mesita circular llena de frituras, refresco, ponche y algunos canapés en lo que Argelia se fue por ahí a hacer vida social. Todo estaba sucediendo en la planta baja de la casa y yo necesitaba subir, pero había demasiados ojos y el baño de visitas también estaba abajo. Así que me quedaba sin excusas.
Me dediqué a comer papa tras papa y después a picar de todo un poco en lo que ordenaba mis ideas. El pop comercial sonaba a todo lo que daba a través de las bocinas y si algo me había llamado la atención en cuanto había llegado era esa señora que se había presentado como tía de Deimos y quien luego Argelia me dijo, era su tutora legal después de que sus padres hubieran muerto en un accidente automovilístico hacía años.
Hasta ahí todo bien. Pero la señora definitivamente no se le parecía en nada, era regordeta, de rasgos gruesos y nariz ancha, y toda ella estaba enjoyada con piezas de motivos religiosos. En cambio lo que eran Deimos, Verónica y Alan irradiaban una belleza tan aguda que casi era sobrenatural. No encajaba... pero la genética a veces también hacía sus malas jugadas.
Tenía rato sintiendo la mirada de Alan escudriñandome la espalda, sentía que quería acercarse pero al mismo tiempo no hacerlo, estuvo ponderando la situación con esos ojos chispeantes por un rato, pero al final se decidió a hacerlo, a paso corto e inseguro y lanzándole una evidente mirada llena de culpabilidad y disculpas a Verónica. Esta última se limitó a hacer un movimiento corto y desganado con una mano y permaneció sentada, observando toda la escena con la misma atención que le pone un felino a ese canario enjaulado al que le tienen prohibido tocar.
"Pensé que las fiestas no eran lo tuyo"—dijo cuando por fin estuvo lo suficientemente cerca. Traía el cabello peinado hacia atrás, esta vez ningún mechón se le escapaba. Su mirada era más bien sombría.
Me encogí de hombros con indiferencia mientras me llevaba un poco de ponche a la boca.
"Hay muchas cosas que no son lo mío pero las hago de todas formas"
"Tiene mucho sentido, sí" —dijo mientras servía ponche en dos vasos.
"Tengo 13 años Garcés"—le contesté—"No voy a casarme desde ahorita con la idea de que no me gustan las fiestas sin darme la oportunidad de probar unas cuantas"
"Y supongo que la mejor forma de descubrir si te gusta una fiesta es quedarte plantada media hora al lado de la mesa de golosinas, claro suena de lo más lógico" —me dijo regalándome una mirada condescendiente, como si yo no tuviera remedio ni solución.
"¿Estas osando criticar mi forma de disfrutar una fiesta?"—quise saber, pero ahora él fue quién se encogió de hombros y sorbió un trago. Su manzana de Adán se movió lentamente de arriba hacia abajo—"¿Entonces que debería hacer? ¿Unirme a tu club de dos con Verónica y sentarme en tu mesa solitaria para acompañarte a lamerle la suela de los zapatos? Suena bastante bien la verdad. Es casi como Disneylandia para los co-dependientes emocionales anónimos ¡Y yo aquí, perdiéndome de toda esa diversión por estar comiendo papitas! ¡Que tragedia!"
Frunció el ceño y tensó aún más la mandíbula, dejando ver esa delgada vena verdosa que siempre le palpitaba para ponerlo en evidencia cuando algo le molestaba, pero luego se forzó a suspirar de forma pesada para tranquilizarse. Eso era raro; un Alan Garcés esforzándose en no ser impulsivo.
"Mira moco..."—empezó como si le costara trabajo hilar las palabras—"Solo trata de no meterte en problemas porque siempre que apareces en donde no debes encuentras la forma de hacerlo todo mal"
"No entiendo qué posible problema nuclear puedo ocasionar mientras atiborró mi estómago de ponche y papas"—le expliqué—"Pero si llegara a causar alguno-"
"¡Helenaaaaa!" —me abrazó Argelia por atrás—"¿Todavía no felicitas a Deimos verdad? Ven, yo te acompaño, se que te pone nerviosa que sea tan guapo pero ya estás aquí amigaaaa..." —agregó ladeando la cabeza de forma juguetona—"Adiós Alan"—y le guiñó un ojo.
Alan torció la boca y apretó los puños pero permaneció ahí, sin decir ni hacer nada. En cambio, se bebió de golpe los dos vasos de ponche como si fueran caballitos de tequila. Alguien definitivamente iba a tener muchos problemas de alcohol cuando creciera.
"Gracias" —le susurré al oído.
Soltó una risita.
"Sé reconocer cuando mi mejor amiga está a punto de volarle la cabeza a alguien con la mirada. Además Verónica también parecía querer volártela a ti" —me dijo mientras me arrastraba detrás de una columna.
Se suponía que la había acompañado para llevar a cabo un tipo de plan en el que la encerraba con Deimos en el baño; ¿Y que quería hacer ahí con el? No sé, probablemente llenarle la cara de baba considerando que sus hormonas estaban a todo lo que daba.
Me aproximé a Deimos nerviosa.
¿Cómo iba a llevármelo al baño si últimamente me evitaba casi como si tuviera lepra? Ya mismo lo estaba sintiendo tensarse y eso que aun estábamos a bastantes pasos de distancia.
Deimos era alto, aún que menos que Alan pero su complexión no era menos impresionante. Lo veía como un mocoso molesto más, pero debía reconocer que lucía esos 16 años como nadie. Normalmente no estaba perfectamente peinado pero sí que el cabello parecía acomodarsele sólo de manera natural. Era ese chico malo con la que todas fantaseaban en convertir en bueno o que fuera bueno solo con ellas. Pero ese no era Deimos... su actuar era cruel por naturaleza. A veces sentía que a todos nos veía como insectos a los cuales quitarles las alas o las patas para pasar el rato, y no soportaba perder, era competitivo hasta la médula. Sus ojos eran azules pero de un azul muy profundo y parecían irse a los extremos del aburrimiento a la diversión, pero esto último solo paraba cuando ganaba o estaba haciendo sentir mal a alguien. Y la única sonrisa que le conocía era esa de burla.
Así que sí, la verdad me causaba una enorme e innecesaria satisfacción el hecho de saber que desde el beso, huía de mi como pollito en fuga. Hola, nuevo pasatiempo favorito...
Me aproximé aún más y él se quedó completamente rígido, como si su cuerpo quisiera irse pero algo mucho más grande y fuerte lo obligara a no hacerlo... Sus iris estaban llenos de nerviosismo y dudas pero también había ahí una pequeña chispa de curiosidad. Lo vi tragar saliva con incomodidad, dudar...
Entonces sentí algo frío y escalofriante atrapar mi muñeca con fuerza y ni siquiera pude voltearme a ver qué sucedía porque en menos de un segundo se fue la luz.
Se escuchó el sonido de algunos cristales rompiéndose contra el piso. Un montón de pasos apresurados.
Murmullos.
Chicas que gritaban que dónde estaban los demás.
Chicos que se burlaban un poco pero también estaban los que buscaban con desesperación a alguien porque el lugar era bastante grande.
Me pareció escuchar la voz de Argelia en algún lado, tal vez también la de Alan.
Pero al final solo éramos yo y este ser oscuro y espectral de nuevo. Que con su sola presencia parecía encerrarme en una burbuja de oscuridad ensordecedora.
Mi cuerpo comenzó a temblar. Ya estaba condicionado a que esto significaba un montón de cosas terribles, inhumanas y torcidas. En donde no sabes si los juegos mentales son reales o si estás comenzado a volverte loco.
De pronto la imagen del cuervo y el cuerpo torcido surcaron mi mente y a pesar de la oscuridad, cerré los ojos por impulso... ¿por qué? Sabrá Dios porque un par de párpados nunca han podido proteger a nadie de nada.
Una pequeña risa venenosa me acarició la nuca como si leyera mis pensamientos.
"Se te da muy bien perder el tiempo haciendo cosas inútiles ¿verdad?" —la voz susurró con su clásico aliento gélido. Y casi sentí como si la punta de sus labios rozara mi lóbulo, enviando una corriente intimidante y fría directo a mi espina dorsal.
"Ven"—susurró, mientras tomaba mi cintura y me conducía a quien sabe dónde.
Los murmullos, los pasos ciegos y los movimientos torpes de todos los invitados de Deimos nos rodeaban pero sus tirones bruscos y antinaturales lograron esquivar cada cosa, cuál pez en el agua, como si conociera el movimiento de todos y se les anticipara.
Un tirón.
Una vuelta.
Un giro violento.
Y otro tirón a través de una ventana.
Y de repente ya estábamos en el jardín, frente a una fuente inmensa y cristalina decorada con la escultura de un par de Ángeles que entrelazaban las manos con una dulzura que nunca pensé que pudiera verse aterradora. Y sobre nosotros, la sonrisa burlona de una luna escarlata viéndose más siniestra que nunca.
"Por mucho que me guste jugar a cuantos tipos gritos pueden hacer esas pequeñas y delgadas cuerdas bucales, esto se esta volviendo cansado"—susurró nuevamente rodeándome de ese vapor oscuro, estremecedor y casi somnífero.
Toda imagen a mi alrededor se volvió una fotografía... la polilla quedó suspendida en el aire, la rama delgada del sauce quedó doblada por el viento, y el agua no cayó más.
Entonces escuché el cierre de mi sudadera deslizarse con rapidez hacia abajo, comp si estuviera rompiendo todas las barreras del tiempo, y el frío de la noche me erizó la piel de golpe y sin reparos.
"Esta es la última vez que me meto a un asqueroso nido de serpientes por ti... aunque debo reconocer que la comida no estuvo tan mal"—la profundidad de su voz era una cosa de otro mundo—"Aunque siempre voy a preferir verte en tus pesadillas"—rió.
Entonces lo sentí deslizar algo duro y frío por debajo de mi ropa.
"Adiós Helena"—volví a sentirlo vibrar sobre mi nuca—"Y yo te recomendaría que no te acostumbraras, quien sabe y mañana decido que quiero arrancarte los ojos"
Su extraño vapor tétrico y antinatural comenzó a desvanecerse, pero justo antes de que lo hiciera del todo, me atreví a observarlo a través del reflejo sutil que emitía el agua inmóvil de la fuente.
Y eso me sobresaltó... sobretodo porque la mano que acababa de desaparecer de mi cintura, me había parecido más bien... ¿humana?
Y entonces la luz del salón regresó acompañada por el sonido de una alarma aguda y descontrolada. Dejándome ahí, pasmada y con unas inconfundibles ganas de vomitar.
Cuando llegué a casa me di cuenta de que eso que traía oculto bajo la sudadera en realidad era un diario, el diario de Marbella Duchamps, la madre de Deimos. La mujer que actuaba de la misma manera en que había estado actuando Jonathan cuando me veía.
Había muchas paginas arrancadas y también bastantes garabatos rápidos e ilegibles, pero sí que pude rescatar un escalofriante fragmento que fui uniendo a pedazos:
"Es una mentira... todo es una mentira...
Jugaron con mi vida y me usaron... sé que después van a matarme.
La iglesia no existe, los está escondiendo.
Quiero morir... ya no puedo seguir con esta farsa... si me hubiera dejado morir aquel día habría sido mejor... habría sido mejor nunca haberme dado cuenta de nada...
Esto que crece en mi vientre no es humano... Dios mío... he pensado tantas veces en arrojarme al balcón.
Hoy me amarraron a la cama. Estoy siempre vigilada.
Todos mienten. Todos engañan. Todos matan.
El monstruo necesita comer y va a comerme. Lo siento cada vez que mi esposo me ve. Él va a comerme.
Dios. Por favor... si existes, si de verdad existes... ayúdame. Ayúdame. Por favor ayúdame.
No puedo dormir. No puedo comer. Han comenzado a meterme agujas para que no muera... ellos quieren mantenerme viva hasta que de a luz a este niño maldito. Es igual a ellos... pensar en él me da asco.
A. Garcés nos vemos cuando tu también ardas en el infierno.
M. Duchamps"
Nota de Autor: aún le falta un poco de edición (sobretodo a la última parte) pero moría de ganas por subirlo ¡ojalá lo disfruten mucho! Seguramente mañana haré algunos cambios sutiles y le agregaré cosas para profundizar y mejorar, pero la trama, historia e ideas no cambian, son estos :D
Los quiero y mil gracias por leerme!
Marluieth.
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