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33. Una descarga y una verdad



"Nunca he sabido cómo sostener un limón con las manos sin sentir ganas de exprimirle hasta la última gota"


¿Aprovecharse de todo lo que está a tú alcance para lograr lo que quieres es malo? Puede ser, aunque eso de la moral siempre fue algo que me pareció demasiado ambiguo y hasta cierto punto, conveniente.

La triste verdad es que cada pequeña cosa que hacemos los unos por los otros trae siempre un interés de por medio, pero no nos gusta hablar de ello porque nos resulta demasiado incómodo.

¿Y a quién no le incomodaría quitarse el disfraz con el que ha sido obligado a ocultarse durante toda su vida?

Las personas tienden a romantizarlo todo, y siempre te van a decir que la honestidad es algo liberador, pero es mentira. Es mentira porque no vivimos en un mundo en el que todos nos comprometamos simultáneamente a dejar caer el disfraz a la cuenta de tres.

Y desnudarse en un mundo de mentirosos es de las cosas más aterradoras que existen. Y también de las más estúpidas.

A veces he llegado a pensar que parte del peso de mi sentencia fue el haberme aprovechado demasiado de ese lado estúpido de las personas.

Porque lo vi...

Vi cosas que no debí haber visto.

Vi cosas de las que debí haber huido.

Vi cosas que no debió haber visto nadie.

Pero retomemos el viaje para que puedas entenderlo mejor...

El cielo era gris.

De esas veces en que demuestra una falta de emociones o un sobrecarga de las mismas.

De esas veces en que no te gusta verlo porque verlo implica verte a ti.

De esas veces en que la ausencia de nubes danzantes, provoca que lo que te dancen sean las entrañas.

Y lo hacen con fuerza.

Lo hacen hasta crujir.

Me lamí los labios ante el deleite que la inmensa construcción que se erguía majestuosa, frente a mis narices, me hacía sentir.

Demasiado soberbia.

Demasiado elegante.

Demasiado hipnótica.

Demasiadas ventanas.

Demasiadas puertas.

Demasiados barandales.

Demasiado de todo.

Un hormiguero familiar me recorrió desde la punta de mis dedos hasta culminar en mis codos, y entonces lo entendí. Tenía que entrar. Sabía que dentro encontraría algo.

El ambiente parecía congelado, como si lo único en movimiento fuera yo... como si por alguna extraña, absurda e inexplicable razón, me hubiera colado dentro de una película en pausa.

Poco a poco me di cuenta de que no solo el cielo era gris, también lo era el pasto, la puerta, la flora, la fauna, las personas... todo excepto yo.

El corazón me latía con muchísima fuerza dentro del pecho, de la garganta, y retumbaba en cada paso que daba. Sentí como si el crujir de la hierva seca que se vencía bajo la suela de mis zapatos incluso se hubiera sincronizado con las pulsaciones que emitía en mis adentros, en una extraña mezcla de emoción y miedo... pero también de curiosidad.

Abrí la enorme puerta de la construcción y entré.

Lo primero que vi fue una inmensa escalera imperial de piedra que se erguía al fondo hasta curvear con ligereza justo en la base, estaba enmarcada con un delicado barandal al puro estilo barroco que no sólo te invitaba a subir. Te lo exigía.

Pude haber ido a cualquier otro lado tomando en cuenta que todo era tan bello como inquietante y enigmático, pero algo me dijo que aceptara la idea, que cediera ante la tentación, que subiera, que me dejara llevar... y así lo hice, y a cada paso que dí, todo poco a poco fue adquiriendo color, como si la escena que estaba a punto de presenciar a continuación se estuviera preparando para cobrar vida sólo para mis ojos.

La escalera adquirió un tono rosado del más pálido, ese que solo puede otorgar una piedra de cantera natural.

El barandal se volvió aún más negro.

Y la luz del día comenzó a filtrarse por los enormes y solemnes ventanales como pequeños pero múltiples listones que bajaban desde lo más alto para despertar la vitalidad de todo cuanto tocaban.

Al fondo del extenso pasillo que se extendió inmenso frente a mis narices, comencé a escuchar murmullos y mis pies se movieron por sí solos en esa dirección. Como si estuvieran poseídos.

"¡Aléjate! ¡Eres una maldita aberración de la naturaleza!" —escuché la voz de una mujer gritar mientras varios objetos parecían ser lanzados hasta hacerse pedazos contra un muro—"¡No! ¡No te me acerques!"

"Tienes que calmarte Marbella... soy yo" —le contestó una voz masculina que sonaba herida, como si el dueño estuviera tratando de no perder la poca compostura que le quedaba—"Sigo siendo yo. Nunca he dejado de serlo"

Escuché el sonido de un cuerpo caer y luego la mujer soltó una risa tan melancólica y desordenada que me causó escalofríos.

Y entonces caminé y caminé como guiada por algo o alguien. Encarnando cómo siempre, al espectador invisible.

"Marbella..." —suplicó el hombre, al que solo pude verle la espalda una vez que me detuve frente al inmaculado marco de la puerta—"Marbella... mírame"—el hombre extendió una mano hasta tratar de acariciar el rostro de una figura femenina que yacía tendida y derrotada en medio de un montón de cristales y figuras rotas de porcelana.

El contacto la hizo brincar y como si la piel del hombre la hubiera quemado, se arrastró rápidamente a una esquina, valiéndose de sus manos y sus pies desnudos que se cortaron en el acto, tiñendo su vestimenta, con múltiples salpicaduras y manchones de rojo carmín.

"Aléjate" —susurró la mujer mientras se cubría el rostro con los antebrazos. Todo su cuerpo temblaba—"Ni un paso más o me tiro"

Al principio el hombre se miró confundido, como si no comprendiera la amenaza, hasta que se coló una intensa ráfaga de aire por el enorme ventanal de la habitación que daba a una terraza.

"Sabes que soy capaz de hacerlo... vete" —espetó con firmeza, sin dignarse a mirarlo.

El hombre suspiró con una tristeza que solo sabe expresar un corazón destrozado.

"Mírame" —pidió, avanzando con suma cautela para cortar un poco de la distancia que había entre ellos—"Abre los ojos. Sé que tú y yo podemos superarlo, mi amor... somos más fuertes que esto"

"¿Superar qué? ¿Que todo lo que he vivido contigo es una farsa?"—gritó la mujer con histeria—"¿¡O que convertiste toda mi vida en una maldita mentira!?"

"Abre los ojos" —insistió mientras se ponía de cuclillas con extremo cuidado. Como aquel que necesita acercarse a un animal herido y claramente asustado para poder curarlo.

La mujer volvió a reír con amargura.

"Lo peor de todo es que no importa cuanto los cierre o con cuántas fuerzas... te sigo viendo ahí" —susurró —"Veo todo lo que en realidad eres"

"Por favor no-"—la mujer lo interrumpió, apartando sus brazos de golpe para mirarlo desde su lecho con asco, desdén y pavor.

"Un monstruo" —rugió, sus ojos se veían vacíos, desorbitados, vencidos—"Un monstruo que arruinó mi vida y la de mi hijo"

"Marbella"

"Otro monstruo"

Entonces toda la escena se congeló nuevamente, como si el color y la vida se nos escurrieran de pronto, a todos los ahí presentes. Y las figuras quedaron en sitio, cuál simples e inertes maniquíes de carne.

Tragué saliva y avancé.

De inmediato hasta el aire en el ambiente se tornó pesado, pero no me importó.

Tenía que ver el rostro de aquel hombre.

¿Por que lo había llamado un monstruo? ¿Por qué ella estaba actuando con él cómo actuaba mi hermano Jonathan, cada vez que me veía?

Me paré justo frente a la figura y observé.

Observé cada detalle, tratando de memorizar cada una de sus facciones, pero fue en vano.
Al parecer la incógnita prevalecería, porque su rostro y su completa apariencia, me parecieron de lo más normales.

Y esos ojos... tan azules.

Sentí como si ya los hubiera visto antes, pero ¿dónde?

Me giré sobre mis talones resignada y justo cuando iba a dar el primer paso para emprender mi regreso, me pareció ver algo por el rabillo del ojo.

Mis piernas se congelaron.

Y mis rodillas se tornaron tan tiesas e inmóviles como hielo seco.

Era un espejo. Solo un espejo.

Pero lo que verdaderamente aterraba era lo que reflejaba...

A mí...

Y...

Al hombre.

Nuestros cuerpos estaban tan distorsionandos que ni siquiera parecían los de un par de humanos. Nuestro reflejo era el de un escalofriante par de criaturas perturbadoras y amorfas llenas de una oscuridad palpitante que libraba una dura batalla en contra de la mismísima naturaleza.

Nuestras cuencas oculares estaban completamente oscurecidas, huecas... estaba el ojo ahí pero parecía como si no estuviera. Como si en nuestra cara hubieran escarbado dos agujeros irregulares con una cuchilla.

Pequeñas venas oscuras y violáceas se expandirán al rededor de los siniestros agujeros, como si fueran ramas, pero también se expandían a lo largo de nuestro cuello, muñecas y todo lo que se alcanzaba a ver... palpitando, quemando, exigiendo algo. Y nuestra tétrica piel se veía tan pálida que era imposible que albergara vida, o si lo hacía, definitivamente no era humana.

No tuve tiempo de asimilar nada porque pronto un aparatoso estallido me hizo volver del trance, con tanta fuerza que dolió.

Quise correr.

Huir.

Pero reaccioné demasiado tarde.

Porque en menos de lo que batí las pestañas para ajustar mi vista, un mano gélida, tiesa y ennegrecida, con uñas cuarteadas y afiladas, me sostenía el cuello; desgarrándome, cortándome, oprimiéndome los huesos de la garganta hasta que incluso fue difícil para el aire abrirse camino hasta mis pulmones.

Los distintos puntos en los que sus uñas se encajaban sobre mí piel, asemejaba a la sensación de alfileres clavándose su punta sin piedad.

Un zumbido aterrador comenzó a retumbarme en los tímpanos. Como si fuera el mismísimo tambor que escoltaba al pánico.

Intenté safarme pero mis manos no me respondieron. Mi cuerpo entero se sentía adormecido, lánguido, suelto... como si no fuera mío, como si ni siquiera me perteneciera.

La extraña mano había salido del espejo, estrellándolo justo en el centro, pero del otro lado, no había nada. Solo pedazos cayendo al piso como si fueran moronas.

"Tantas veces he soñado con romperte el cuello" —escuché a una nueva voz gruñir. Tenía una profundidad que calaba los huesos —"Pero no puedo arriesgarme a tanto"

Me soltó de golpe. Haciéndome caer con fuerza sobre la espalda.

"¿Cuando vas a abrir la puerta Felyniesse?"

"¿Cuando vas a dejar de ser tan débil?"

"¿Cuando me vas a regresar lo que me pertenece?"

"Estás tan cerca y tan lejos a la vez"

Algo se escuchó tronar nuevamente, como si un cristal hubiese cedido estrellándose de lleno contra el piso, y justo cuando todo comenzó a desvanecerse, por azares del destino, fijé los ojos en una fotografía que yacía en el suelo, revuelta entre todos los escombros y las piezas rotas.

Una mujer...

Un hombre...

Y...

¿Deimos?

Sentí mi cuerpo helarse y entonces abrí los ojos. Incorporándome con violencia y rapidez sobre la cama para poder llenar mi cuerpo de todo ese aire del que había sido privado.

El zumbido dentro de mis oídos prevalecía y mi pijama estaba empapada de sudor.

Esa cosa se las había ingeniado para colarse dentro de mis sueños otra vez.

No fui capaz de pegar el ojo por el resto de la noche muy a pesar de mi evidente agotamiento tanto físico como mental... y mi corazón también tardó varias horas en desacelerar su ritmo de pánico.

Después de aquello, pasé varias semanas tratando de inventarme una excusa creíble para acercarme a Deimos. Y más específicamente para que me invitara a esa casa. La casa de mis pesadillas. Porque ahí debía haber algo ¿verdad?

Hasta que por fin, semanas más tarde, a mis manos llego una oportunidad: uno de esos proyecto tediosos de evaluación semestral para aprobar la materia de Literatura: "Escribe un ensayo sobre la persona que más admiras"

Y mientras todo mundo corrió a bombardear de preguntas a sus padres, a grandes empresarios o a profesionistas reconocidos y destacados en diferentes áreas.

Yo me encontraba frente a un niño que me miraba como si acabara de comerme una rana.

"¿Que tú qué?" —preguntó con incredulidad Máxime, o Deimos como usualmente lo llamaba. Me las había ingeniado para arrastrarlo detrás de los baños contiguos a una de las capillas.

"Te admiro"—le repetí, tratando de no poner los ojos en blanco. Tenía que hacer que me creyera.

"Claro que no"—espetó. Sus ojos azules me miraron entrecerrados, juzgándome. La incredulidad se había adueñado de su cara por completo.

"Claro que sí"

"Estás loca y eres rara" —rebatió, con claras intenciones de girarse sobre sus talones y regresar al campo para continuar con su entrenamiento.

"Estoy loca por escribir sobre ti" —le aseguré, jalándolo de la manga de la sudadera para evitar que se fuera.

"Eso no es cierto" —tenía el ceño fruncido y su incomodidad y sospecha se estaban turnando como en una ráfaga, para adueñarse de sus facciones. Casi parecía cómico. Me habría reído de no haber considerado estrictamente necesario que me creyera.

"¿Por qué no va a ser cierto?" —traté de fingir inocencia para razonar con él—"Le gustas a casi todas las niñas de la escuela"

"Sí, pero tú me odias"

Negué con la cabeza—"También soy una niña y tal vez... también me gustas"—exclamé con todo el convencimiento que me pude inventar.

Rió como si acabara de presenciar la cosa más ridícula del mundo. Y luego levanto una de esas cejas marrones y espesas que delineaban sus ojos a la perfección.

"Entonces pruébalo" —sugirió en tono retador. La sospecha de antes, se había convertido de pronto en algo entretenido. Seguramente esperaba sacar de ahí alguna nueva e interesante anécdota para esparcirla por toda la escuela después.

"¿Que cosa?"

"Que te gusto" —reiteró—"Pruébalo"

"Bien" —respondí—"Pero si lo pruebo entonces me vas a invitar a tu casa y me vas a contar todo lo que quiera saber de ti"

"Bien"

Tal vez no me creyó capaz de hacerlo.

Tal vez ni siquiera yo sabía que era capaz de hacerlo.

Pero situaciones desesperadas siempre han requerido medidas desesperadas y yo estaba demasiado desesperada. Así que lo jalé con fuerza de la manga de su sudadera y lo besé.

Fue un beso rápido, fugaz, adolescente. Uno que tan pronto como se suscitó se fue. Pero juro que hubo una especie de descarga que a ambos nos recorrió el cuerpo con fuerza.

Deimos era un niño, un adolescente... y jamás me gustó de esa forma. Por aquel entonces le eché toda la culpa de lo que había sentido a mis hormonas... debía ser eso, a fin de cuentas, mi cuerpo sólo tenía 13 años. Era normal que fuera un simple y sencillo manojo de carne y hormonas alocadas.

No imaginaba ni de lejos, que detrás de esas miles de chispas internas que nos provocó aquel primer contacto había algo mucho más grande que nosotros. Algo mucho más retorcido, complicado y ancestral.

Pero la sorpresa no acabó ahí.

Tan pronto como rompí el contacto con sus labios. Ese par de ojos azules que siempre parecían estar aburridos de la vida y el mundo fue como si de pronto cobraran vida. Como si algo extraño y que no debía estar ahí para empezar, hubiera despertado dentro de él, causando un estallido de emociones que le sacudieron el mundo entero.

Como si por primera vez las piezas dentro de su cabeza hubieran encajado.

Conociendo nuestra historia, me preparé para que se alejara, para que me empujara, para que se fuera. Pero no lo hizo.

En el mismísimo instante en que solté la manga de su sudadera y retrocedí para tener el espacio suficiente para poder recordarle que ahora que le había probado que mi interés era genuino tenía que mantener su promesa, fue él quien me agarró a mí y me jaló con fuerza para volver a estrellar sus labios contra los míos.

La rigidez de nuestros músculos se sintió extraña.

Y tan pronto la descarga se volvió a apoderar de nosotros, me apartó de golpe. Llevándose una mano temblorosa al rostro para cubrirse la cara. Su expresión estaba completamente desencajada.

"E-Esto... Esto no" —murmuró más para sí mismo que para mí—"Es imposible"

Yo también me quede sin habla. Porque por un instante me pareció ver como si sus ojos se hubieran convertido en un par de cuencas negras.

Parpadeé un par de veces y volví a mirar.

Era el Deimos normal, de siempre.

O tal vez no...

Era el Deimos más confundido y perturbado que había visto en mi vida.

Ni siquiera volteo a verme otra vez y emprendió su huida a paso apresurado, como si necesitara a toda costa aumentar la distancia que había entre nosotros.

Y yo pasé dos largos días sin poder pegar el ojo después de eso. Ya estaba comenzando a imaginarme caras aterradoras hasta en mis compañeros.

Estaba claro que mi mente y mi cordura habían comenzado a desmoronarse al punto de hacerme alucinar. Esa era la única explicación lógica y tenía que aferrarme a ella para no caer.

¿Y si llegaba el día en que simplemente ya no iba a ser capaz de distinguir mis sueños de la realidad?

La sola idea me aterraba.

El Viernes de esa misma semana decidí no acudir a ninguna de las clases, en cambio, me desplace a hurtadillas hasta la capilla de los preescolares. Necesitaba dormir con urgencia... o intentarlo. Al menos intentarlo, mi cuerpo me lo exigía.

Me acomodé en una esquina y miré al frente. Una pareja de ancianos en sillas de ruedas se tomaban la mano mientras rezaban.

Sonreí e hice bolita mi sweater, para hacerme una almohada improvisada con él y no torcerme el cuello si es que lograba quedarme dormida, pero...

"Señor Garcés, espero que entienda que el comportamiento que tuvo con su compañero ha sido completamente inapropiado" —escuché a la prefecta decir, acompañado del sonido de sus puntiagudos tacones —"¿No va a decir nada?"

Luego se escuchó un suspiro desganado.

"Pues si no me lo piensa decir a mí, se lo va a tener que decir a Dios" —rugió.

Y entonces las puertas de la capilla se abrieron de par en par, dejándome ver a un Alan de 15 años que traía un golpe en el pómulo y el labio reventado.

Escaneo el lugar y tan pronto lo hizo, fijó su par de ojos verdes sobre mí, pero la prefecta no advirtió en mi presencia, estaba demasiado ocupada observándose el reloj dorado que le abrazaba la muñeca.

"Esta bien" — musitó, sin apartar sus ojos de mi persona.

"Escoja la esquina que más le guste y póngase a rezar" —volví a escuchar la voz de la maestra ordenar, misma que no se demoró un instante más en cerrar las puertas e irse.

Entonces lo miré de arriba a abajo tratando de comprender por qué estaba ahí, pero al final me rendí y cerré los ojos.

Pronto lo escuché acomodarse a mi lado, sintiendo el calor de su cuerpo cerca, deslizando su espalda sobre la superficie de la pared para sentarse. En los lugares de clima frío, el calor que emite un cuerpo humano es una de esas cosas que de inmediato notas, y que de inmediato te hacen sentir bien.

"A veces me dan ganas de ser como ellos..."—susurró y sentí sus ojos sobre mí al instante —"Para poder sentir todo lo que ellos sienten"

No tuve que levantar la mirada para saber a quienes se refería.

"Los deseos ocultos de los niños ricos nunca van a dejar de sorprenderme" —respondí—"Aunque considerando que tejes mucho mejor que la mayoría de los abuelos que conozco, hasta me atrevería a asegurar que vas por muy buen camino. Muchas felicidades. En este momento te estoy arrojando confeti mentalmente. Ahora vete a la esquina de allá y déjame dormir en paz"

Lo escuché reírse por lo bajo pero no despegó los ojos de mi figura.

"¿Nunca has querido encontrar a alguien y decidir que quieres envejecer con esa persona?" —insistió, pero decidí ignorarlo. Así. Como uno ignora a ese mosquito molesto y perseverante, que comienza a zumbar justo cuando se apagan las luces y uno se esta cayendo de sueño, deseando quiere una cosa.

Se me quedó viendo un rato y luego sacudió la cabeza y se pasó una palma abierta por el cabello para alborotarlo—"Apuesto a que tú también aunque siempre te las des de bloque de hielo sabelotodo"

Mantuve mi cara metida entre mis rodillas y levanté los hombros en un claro y tajante: me vale un pepino. Entonces arrojó una bolita de papel directo a mi cabello para conseguir molestarme si no captaba mi atención. Al parecer cualquiera de las dos cosas le venía bien a este mosquito terco, insistente y sediento de algo.

Entorne los ojos y me giré ligeramente hacia el, frustrada, exasperada, cansada. Agarré la bolita de papel con furia y se la lancé de regreso, directo a la nariz.

"¿En qué momento me viste cara de que quiero platicar contigo? ¿O acaso hice o dije algo que te lo dió a entender?"—le pregunté con impaciencia y fatiga—"Dímelo, por favor para regresar en el tiempo y evitar hacerlo con todas mis fuerzas"

Me dedicó una sonrisa de labios cerrados y se encogió de hombros.

"Ignórame si quieres"—contestó—"Pero no digas que cuando los ves no sientes que por un momento... te gustaría tener todo lo que ellos tienen"

Y entonces agarró la misma bolita de papel y me la volvió a lanzar.

"¿Qué cosa?"—bufé —"¿Párkinson? ¿Demencia senil? ¿Alzheimer?"—decidí obviar el sarcasmo para que lo captara—"La verdad todas las opciones son tan seductoras que no me atrevo a decidirme por ninguna... ¿Zika, dengue o chikungunya? El eterno dilema de la generación... Y yo aquí, únicamente implorando por un ratito sin mosquitos molestos que te zumben al oído, para poder descansar, ¡Dios mío! ¿a caso es mucho pedir?"

Sacudió la cabeza con un ligero toque de diversión y los hombros se le sacudieron con una risa casi ahogada, discreta, y casi muda sin dejar de estar ahí.

Dejo de reír y divagó unos segundos... entonces me miró con una seriedad demasiado extraña y hasta impropia para él.

"Un amor que dure para toda la vida Candiani" —se inclinó hasta poder susurrarme a milímetros del oído—"Un amor que se joda a todas las barreras del tiempo, del mundo, y a cada maldita regla o ley. Uno que no sepa de promesas ni juramentos porque es más grande que eso..."

Me alejé por inercia. No sé por qué... tal vez estaba sorprendida y tal vez no quería estarlo.

"¿, hablando de amor?"—traté de mofarme para sacudir mi previa incomodidad—"¿En que momento inició el fin de mundo y por qué nadie me dijo nada? ¿No se supone que el Apocalipsis empieza con caballeros negros que bajan del cielo y no con mocosos raros que me ven cara de confesionario?"

"En realidad son jinetes"

"Como sea" —rebatí. Pero entonces me atreví a mirar por encima de mis rodillas en dirección a la pareja de ancianos que se sonreían con una complicidad casi hipnótica. Y hablé sin pensarlo demasiado. De esas veces en que te embelesas tanto por una imagen que la misma convierte a tus cuerdas bucales en un arpa y las hace sonar—"Para tener algo así primero tendrías que enamorarte de un corazón... aunque conociéndote como te conozco, primero van a tener alas las vacas, te dejarán comer palomitas en Misa y tú novia va a dejar de tener cara de que siempre huele a caño cerca de ella"

Soltó una carcajada espontánea y me pareció que en sus ojos se reflejó una pequeña victoria por el simple hecho de haberle contestado.

"Los corazones no son los únicos qué sobreviven para siempre... una jodida mente brillante también lo puede hacer"—su voz sonaba llena de determinación... Y entonces vi a ese par de ojos que normalmente rebozaban de picardía y travesuras, pero me estremeció un poco también encontrarlos cansados. Y los golpes en su cara se veían tan recientes... y a pesar de que sonreía no se veía feliz.

Sacudí la cabeza. La falta de sueño me hacía sacar demasiadas conjeturas en temas que en realidad nada tenían que ver conmigo ni me importaban.

"¿Es una idea demasiado bonita, verdad?" —inquirí—"La fantasía favorita de los románticos es que una mente tenga el poder de darle una verdadera paliza al tiempo. Pero la triste verdad es que no hay nada más falso que eso. Las caras más bonitas y las mentes más brillantes también se acaban" —me encogí de hombros—"Puede que las mentes se acaben más lento pero al final lo único verdaderamente inmortal dentro de una persona es su corazón"

"Heh" —resopló ladeando un poco la cabeza, y un par de mechones le cayeron sobre la frente—"A veces hasta tú puedes llegar a ser muy tonta ¿no?"

Arquee una ceja y le dirigí una mirada y obtusa.

Una sonrisa melancólica y ambigua se dibujó sobre sus labios, entonces fijó esos ojos verdes tan suyos y tan llenos de añoranza, en algún punto invisible en el espacio.

"Yo sé que una cara bonita va a perder siempre la batalla contra el tiempo y estoy seguro que una mente jamás será tan brillante como lo fue de joven" —cerró los ojos como si estuviera embriagado por algún sentimiento o idea—"Pero ni siquiera la vejez va a poder quitarme todo lo que esa mente me dijo, o borrar las cosas que hizo, o cómo me hizo sentir y esa es otra forma de ser inmortal"—y entonces volvió a abrir ese par de esmeraldas y me miró. Me miró como si yo fuera una respuesta y al mismo tiempo una duda. Como si hubiera dejado de ser yo, para convertirme en su propio cubo de Rubick —"Es más, creo que es no hay mejor jodida forma de serlo"

Tragué saliva incómoda y corté el contacto visual.

"Vaya..."—murmuré—"¿Quién diría que estoy frente al mismo mocoso imbécil que le mete al pie a niñas inocentes por diversión, las lanza dentro de casas embrujadas y luego las humilla frente a toda la escuela?"

"Cállate"

"¿Que cara pondrían tus amigos si supieran que por las tardes prefieres tejer como abuelita en vez de sentarte a jugar Nintendo?"

"¿Por qué no se los dices y lo averiguas?"—ladeo un poco su cabeza hacia mí—"No siempre vas a poder chantajearme con eso"

"¿Es bonito, verdad?"—le sonreí mientras me acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja.

"¿Qué?"

"Crecer"

Y entonces soltó un suspiro pesado y amargo. De esos que suelen estrujarte con fuerza el pecho pero que necesitas soltar para dejar de sentir que te ahogan.

"Es tan bonito que duele..."—susurró, dejando caer su cabeza hacia adelante, como aceptando una derrota.

Y tal vez fue ahí.

No.

Estoy segura.

Ese fue el comienzo de lo que acabaría siendo la segunda cosa que hice demasiado mal.




Muchas gracias por el fanart @KarasuDioniso esto definitivamente merece estar aquí! :D







Nota de autor: Ahora les traje un capítulo algo largo... A veces no podré actualizar tan seguido porque estoy tomando un diplomado pero quiero que sepan que una de mis metas más grandes es continuar esta historia hasta el final, así que no dejaré de actualizar.

Seguramente la primera versión de este capítulo tiene un montón de errores de dedo y algunas redundancias. Lo editaré en la mañana porque resulta que acaba de salir recién horneadito y calientito pero son casi las 2:00 am 🤣 a veces la inspiración llega en las peores horas... Mañana seré un zombie.

Besitos espacio-temporales 💕

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