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31. Bajo Juramento




"Cerrar los ojos y respirar; ese pequeño refugió para los que ya no somos de ningún sitio"


El tiempo pasa de una manera tan caprichosa que duele... los momentos eternos no existen, pero lo que sí es eterno son los recuerdos y con ellos viene el monstruo más duro y cruel de todos; el hubiera.

A veces me pregunto ¿que tantos hubiera habría que añadirle o quitarle a nuestra historia para que hubiésemos podido darle un sentido? ¿Una dirección?

Pero me queda un consuelo... tal vez nunca tuvimos dirección, ni sentido, ni el consentimiento del destino pero
vaya que supimos darle un final digno de aplaudirle de pie hasta que nos dolieran las manos. Y nadie nos va a poder quitar eso jamás. Porque si cierro los ojos lo bastante fuerte todavía puedo escuchar los aplausos... los escucho por los dos, porque tú ya no puedes hacerlo.

Escribir desde la grieta es duro... pero es la única forma que tengo de contar nuestra historia, así que levantemos el telón una vez más y volvamos en el tiempo...

Aquella noche me recuerdo suspirando con pesadez mientras observaba por la ventana de mi habitación. Faltaban tan solo unos días para regresar a Las Hermanas de la Merced y yo como de costumbre, no podía dormir.

Esta vez no habían sido las pesadillas, o más bien, no del todo. Las monstruos en mi cabeza disfrazados de premoniciones seguían ahí, al acecho, pero había algo más... algo inquietante, oscuro, perturbador.

Al principio no lo había notado... ¿Y cómo hacerlo? El mundo de mis sueños era ya de por sí demasiado confuso como para detenerse a observar ese tipo de cosas.

Tuvo que pasar un tiempo para que me diera cuenta de que estaba ahí, siempre, cada maldita vez que cerraba los ojos.

Porque si el escenario de mi sueño era una casa, una ciudad o cualquier sitio que tuviera una estructura urbana eso podía pasar desapercibido... Pero ¿cómo ignorabas a una inmensa puerta de cristal qué aparecía en medio de un bosque? ¿O en medio del Mar? ¿O de una guerra? ¿O adentro de una madriguera oculta bajo tierra que estaba destinada a convertirse en el escenario de los actos más crueles, sangrientos e inhumanos, sólo para satisfacer uno de esos fetiches extraños que tienen el poder de transformar a un hombre cualquiera en una bestia hambrienta?

Atraje mis rodillas hasta mi pecho para recargar mi barbilla.

No tenía sentido.

Nada tenía sentido hacía mucho tiempo y lo peor era que mientras más escarbaba tratando de encontrar respuestas con desesperación, solo encontraba más preguntas, más dudas, más interrogantes capaces de taladrarte la cabeza en las horas más bajas.

Hace unos días, cansada de tantas idas y vueltas, se me había ocurrido tratar de abrir aquella puerta misteriosa, pero en cuanto las yemas de mis dedos apenas y rozaron su estructura helada, algo en mí cambiaba y mi cuerpo entero comenzaba a arder, a doler, a quemar, a hacer efervescencia de la peor de las formas, haciéndose insoportable al punto de hacerme caer con fuerza sobre mis rodillas.

Y de alguna forma entre mis palpitaciones aceleradas, el zumbido en mis oídos y el sabor amargo que se anidaba dentro de mi garganta, me daba cuenta de que la horrible sensación venía de mi espalda, de aquellas marcas extrañas que punzaban como si me estuvieran desgarrando la carne viva y luego se estuvieran uniendo a algo más, a algo ajeno que se colaba por mis heridas hasta latir con fuerza dentro de mis venas.

La sensación se terminaba haciendo tan insoportable que tenía que romper el contacto sí o sí con aquella estructura de cristal porque si no lo hacía sentía que ya no volvería a abrir los ojos nunca.

Lo más raro de todo era que mientras me mantuviera a una distancia prudente de la puerta y supiera suprimir mis ganas de saber qué clase de incógnitas la envolvían, mis sueños transcurrían con relativa normalidad; nada dolía, nada quemaba, nada ardía.

Pero la puerta tampoco se iba... seguía ahí. Siempre ahí, como un feo recordatorio de algo.

Suspiré con frustración y froté mis sienes.

Afuera la noche pasaba lenta y silenciosa... las ciudades suelen tener un bullicio insoportable y ensordecedor durante el día, pero una vez que se oculta el último rayo de Sol, y que todo mundo regresa a casa, y que se cierran los almacenes y las grandes fábricas, y que las madres amorosas dan ese último beso húmedo sobre la frente de sus hijos antes de cerrar la puerta tras de sí... entonces se convierten en algo tan callado que asusta, asusta sobre todo porque eres capaz de escucharte a ti mismo como nunca antes.

Tu respiración.

Tus palpitaciones.

Tus pensamientos.

Tus miedos.

El sonido del teléfono vibrando me hizo brincar sobre mí misma.

Contesté de inmediato sabiendo de quién se trataba.

"En verdad eres el colmo..."—masculle irritada—"¿Qué no conoces el significado de la palabra dormir?"

"Ay ya jijiji"—sonó una voz demasiado alegre al otro lado de la línea—"Tú nunca duermes de todas formas"

Volqué los ojos

"Son las 3:00 de la madrugada Argelia" —me quejé.

"Wuuu la hora de los espíritus y las apariciones, que emocionante ¿no?"—inquirió divertida—"Apuesto a que prefieres hablar con tu hermosa mejor amiga, a colgarme y pensar en Chucky"

Ahora fue mi turno de reír.

"Hmmm no lo sé, hablar con una niña que no se calla nunca y que tiene una obsesión horrible con uno de los matones de la escuela o... pensar en un sexy pelirrojo psicópata que está dispuesto a convertirme en una muñequita gótica y a llevarme por el mundo del crimen, la acción y las emociones mas intensas mientras me susurra al oído todo el tiempo que me ama" —proclamé—"Que decisión tan difícil"

"Cállate"—volvió a reír—"Y además tienes unos gustos muy raros..."

"Por lo menos son más emocionantes que '¡Ay! ¡Ojalá y me toque sentarme a lado del niño que me gusta en misa!'"—refute.

"Helena, en serio... ¿Chucky? Ewww"—sonaba asqueada.

"En serio... ¿Deimos? Doble Ewww"—la imite.

Rió aún más y luego se calló.

"Me hace muy feliz que me hayas contestado ¿sabes?"—su voz sonaba serena.

"No me dejaste mucha opción, era eso o dejar que despertaras a toda mi familia"—le hice saber. Al otro lado de la línea se escuchaba cierto bullicio—"¿Por qué hay tanto ruido en tu casa?"

"No estoy en mi casa burra, estoy estudiando la biblia en casa de Verónica" —contestó—"Pensé que ya te había dicho lo de mi confirmación"

Tuve que tragarme una carcajada.

"¡Ay Dios mío!"—exclamé—"Por favor sigue siendo mi mejor amiga por siempre, me queda claro que eso de las emociones fuertes es definitivamente lo tuyo ¿cuál será nuestra próxima aventura? ¿Organizar un vía-crucis? ¿Rezar un Rosario a las 4:00 de la madrugada? ¿Escribir el guion de la próxima pastorela? ¡Tantos riesgos y yo con tan poca vida!"

"A qué no sabes quién está aquí también..." —dijo en un tono que claramente trataba de captar mi interés.

"Ay, no lo sé... ¿Batman?"

"¿Por qué estaría Batman en casa de Verónica, estudiando la biblia, tarada?" —casi me la pude imaginar haciendo un puchero de enfado.

"Pues porque es el único personaje que pienso que es lo suficientemente increíble como para que intentes tentarme utilizando ese tono de voz, además es mi novio ficticio y si voy a gastar mis horas de sueño hablando de un chico contigo, o es Batman o no es nadie" —le dije como si fuera la cosa más lógica del mundo.

Suspiró frustrada.

"Que aburrida eres Helena Candiani"

"Y tú te has vuelto más divertida"—respondí—"Tengo que reconocer que reunirse en casa de alguien para leer la biblia a las 3:00 am sí cuenta más o menos como un deporte extremo... ¿Como lo hacen? ¿Con velas? ¿A la luz de la luna? ¿Se visten de pastores mientras cantan aleluya? ¿O sacrifican a sus peluches en medio de una cruz pintada con pinturas Vinci?"

"Tú das más miedo que Chucky"

"Cállate, asesina de tortugas"

"¡Fue un accidente!" —se quejó.

De repente se escuchó el crujido de una puerta abriéndose y cerrándose con rapidez al otro lado de la línea.

"Oye qué haces-"—Argelia no pudo terminar su oración.

"¿Estás hablando con ella?" —inquirió una nueva voz en un tono casi autoritario.

"Obvio no"—escuche unos pasos apresurados seguidos de unas zancadas largas.

"¡Sí claro!" —espetó la nueva voz —"¡Dame eso!"

"Quítate y déjame en paz"—exclamó Argelia—"¡Oye!"

"Todo lo qué hay en casa de mi novia es mío, ahora dámelo y vete"

"Aghhh"—se quejó Argelia—"Tienes una cara muy bonita pero una personalidad de mierda aplastada ¡Igualito a Verónica!"

"Pues hace rato te veías muy cómoda riendo y comiendo galletas con toda la mierda aplastada"—rió de forma burlesca—"Ah"—se detuvo—"Que horrible anfitrión soy... ¿Necesitas que te lleve hasta la puerta o sí recuerdas cómo salir? Te doy una pista: tres pasos a la derecha"

"El anfitrión es el cardenal. Y no necesito nada de ti porque sé perfectamente dónde está la pue-"—pero un movimiento brusco la interrumpió—"¡Oye! ¡Regrésamelo!"

Luego se escuchó el sonido de un forcejeo y pasos, luego fue como si un montón de cosas cayeran al piso, acompañadas de una risita baja y victoriosa.

"Hah... No es mi culpa que seas tan enana"

"¡Le voy a decir a Verónica que me quitaste el teléfono para hablar con Helena!"

"Dile y verás cuanto le importa"

Argelia suspiró resignada y luego la escuché alejarse.

La puerta se abrió y se cerró otra vez.

"Moco..." —escuché la voz de Alan Garcés por primera vez, después de mucho tiempo.

"¿Todo lo qué hay en casa de mí novia es mío? ¿En serio? ¿Cuantos años tienes? ¿50? ¿Y desde cuando trabajas como para ganar lo suficiente para comprar una casa? Estoy segura que nunca es trabajado en tu vida"—recalque—"Eres un tóxico en potencia"

"Y tú no cambias"—bramó con fastidio—"Has estado evitándome ¿por qué?"

"Bueno, creo que ya estás lo suficientemente grandesito cómo para revelarte una de las verdades más crudas sobre las relaciones humanas, sin que se te rompa en corazón demasiado: el hecho de no recibir una respuesta también es una respuesta"—clamé.

Exhaló con fastidio.

"Solo estoy tratando de que te disculpes con Patty"—lo escuché suspirar.

"Voy a colgar"

"¿Por qué no quieres hacerlo? ¿Qué te cuesta? ¿Nunca te has puesto a pensar qué tal vez lo necesita?"—preguntó enojado.

Fue mi turno de suspirar con pesadez.

"¿Por qué debería hacerlo? ¡El atentado no fue mi culpa! No sé si te has dado cuenta pero a pesar de que mi tez es morena y también tengo el cabello rizado mi nombre no es Osama Bin Laden"

"¡Ese no es el punto y lo sabes!"

"Me expulsaron casi dos meses por robar su celular..."—recalqué—"Y la imagen que todo mundo tenía de mí se vino abajo gracias a lo que hice, creo que ya sufrí las consecuencias que me tocaban"

"¿Qué, no lo sientes? ¿No tienes conciencia? Al menos explícale por qué lo hiciste... Dile que estabas cansada de nuestra actitud, qué fue una forma de desquitarte con nosotros, qué tenemos la culpa de lo que te paso en la casa del monje"—gritó enojado —"Solo di la verdad, no importa si es algo estúpido"—añadió—"Ella necesita escucharlo"

"Entonces díselo tú"

"Tienes que ser tú para que cuente"

"Yo no voy a hacerlo" —supuse que iba a seguir alegando así que le colgué el teléfono y luego lo desconecté.

Al otro día recibimos un citatorio por parte de los directivos de la escuela.

Resulta que para poder ser digna de regresar a Las Hermanas de la Merced, me habían dictado una sentencia. Esta vino en forma de un pequeño pancle de hojas unidas mediante un clip, que enumeraban del 1 al 12 todo aquello que se esperaba de mí de ahora en adelante.

Me dieron una Mont Blanc de trazo fino para sellar mi destino y luego di la media vuelta.

Después transcurrieron un par de días más hasta que fue otra vez Lunes y me tocó regresar.

Una sensación incómoda me recorrió el cuerpo, en cuanto llegué al patio de la escuela. Sitio designado para llevar a cabo la ceremonia cívica de todos los Lunes cuya finalidad era la de honrar a la patria, a la bandera y simular por 45 minutos un orgullo nacionalista que no existía en ningún otro día ni en ningún otro momento.

Todos estaban acomodados en una especie de media luna alrededor del patio, lugar que pronto fungiría como escenario para las 7 personas más importantes de la mañana: los integrantes de la escolta escolar.

Para poder pertenecer a la escolta de Las Hermanas de la Merced, no solo tomaban en cuenta que tuvieras uno de los promedios más destacados dentro de la institución, también importaba tu estatura, complexión, cara, presencia y por sobre todas las cosas, un buen apellido que respaldara tu lugar en la pirámide social. Claro que, ese tipo de cosas nadie las decía en voz alta, pero todos lo sabían, era una de esas reglas implícitas de las que tienes prohibido hablar a no ser que estes buscando problemas.

Suspiré profundamente tratando de distraerme un poco de todas esas miradas que cayeron sobre mi espalda como si fueran látigos en cuanto advirtieron mi presencia, y apresurando el paso, llegué hasta donde estaba mi grupo.

Las maestras de inmediato me acomodaron hasta el frente, por bajita. Miré a mi alrededor... estaba casi segura que las dos estudiantes que estaban detrás de mí eran mucho más bajitas que yo, pero lo que menos quería en ese momento era buscarme más problemas por ponerme a alegar cosas que en realidad no importaban.

Me encogí de hombros resignada.

No tardó mucho en escucharse el sonido fuerte y musical de la banda de guerra, que comenzaba a marcarle el paso a la ceremonia con sus trompetas, tambores, pasos de marcha y otros instrumentos de viento.

Argelia estaba ahí, ella tocaba la trompeta. Tenía unos pulmones bastante fuertes a pesar de su complexión delgada. No te convenía hacerla enojar si le tenías un poquito de amor a tus tímpanos. Y eso yo lo había aprendido a la mala.

Dejé caer mi mochila a mi lado y le busqué la mirada, sonriendo... su enorme instrumento me impidió ver el resto del su cara, pero sus ojos brillaron.

Pronto la escolta comenzó con su marcha justo frente a mis narices; ahí estaban Deimos, algunos estudiantes de secundaria , y por supuesto; Alan Garcés, al centro, sosteniendo nuestra bandera tricolor con un orgullo casi protagónico.

Sentí mi estomago revolverse un poco más.

Sus hombros eran anchos, demasiado anchos para un niño de su edad, y su postura perfectamente erguida, desplegándose en sincronía cabal con el resto de los integrantes de la escolta, solo hacían que el blazer oscuro que llevaba puesto, adornado con botones dorados, broches apostólicos y bordados del mismo color, lo hicieran verse como si el rol hubiese sido hecho a su medida.

El verde y rojo de la bandera que ondeaba con ligereza también contrastaban de una forma muy especial con su tono de piel, enmarcando sus facciones con delicadeza sin dejar de subrayar la naciente virilidad de las mismas, y ni hablar de esa cabellera sacrosanta que lo caracterizaba, reflejando la luz del sol como si fuera una especie de halo alrededor de su cabeza.

Bien dicen que el ángel más bello de Dios fue el primero en morderle la mano.

Tragué saliva incómoda.

No tardé demasiado en sentir a su par de ojos deslizarse sobre mi cara, tratando de buscarme la mirada con insistencia.

No me gustó la sensación.

Así que fije mis ojos sobre mi mochila y luego sobre los tambores de la banda de guerra.

La escolta se detuvo quedando frente a mí, en ese momento no me pareció extraño que no continuaran con su trayectoria usual, cómo a veces había concursos de escoltas y ese tipo de cosas, supuse que estaban ensayando y poniendo en práctica nuevos recorridos.

Sus ojos seguían clavados en mí, como si estuviera esperando algo. Lo sentí aún más cuando las personas a mi alrededor comenzaron a murmurar mientras me veían.

Sentí un poco de náuseas.

Los honores a la bandera se sintieron pesadísimos pero por fin me imaginaba ver la luz al final del túnel.

Verónica leyó las efemérides.

Rezamos un misterio.

Y cuando nos dispusimos a ir a nuestros respectivos salones la directora decidió tomar el micrófono.

"¡No hay nada cómo empezar la semana con nuestra hermosa escolta! ¿No creen? ¡Y con nuestro saludo al altísimo por supuesto!" —exclamó aventando un beso al cielo, con una emoción tan exagerada que debió servirme de foco rojo.

"El perdón es uno de los principios más básicos de nuestra sagrada institución ¡no hay nada como saber pedir perdón y saber perdonar! ¿O me lo van a negar?" —rió, enarcando una sonrisa inmensa con sus generosos labios pintados con el más encendido rojo carmín.

Todos movimos la cabeza en aprobación porque era lo qué se esperaba que hiciéramos. Pero por alguna razón la incomodidad que sentía y las náuseas se hicieron aún más grandes.

Hizo una mueca y luego deslizó lentamente sus ojos felinos sobre cada uno de los estudiantes que estábamos en la primera hilera, hasta que llegó a mí y fijó su mirada sobre mi cara.

Sentí la piel de mi espalda erizarse.

"Hoy es un día especial porque seguramente ya se dieron cuenta de que tenemos de regreso a nuestra emblemática niña genio ¡Helena Candiani!"—se lamió las comisuras de los labios, justo como lo hacen aquellos que están a punto de devorar un platillo.

La expresión serena de Alan Garcés se convirtió en una mofa discreta, curveando solamente un extremo de sus labios.

"Da un paso al frente querida... déjanos verte" —ordenó la directora, mientras caminaba al centro del patio.

Respiré hondo y lo hice.

"Bueno..."—se aclaró la garganta—"Ahora di lo que tienes que decir"

Mis ojos se abrieron como platos.

"¿Lo que tengo que decir?"

Le dió un par de golpecitos al micrófono, con una diversión disfrazada de impaciencia.

"¿Qué no estuviste poniendo atención a lo que dije Candiani?" —preguntó fingiendo sorpresa—"¿O nada más estuve gastando mi saliva todo este tiempo?"

Las risas nerviosas y las ovaciones me arañaron la espalda.

La mirada de Alan se volvió mucho más penetrante.

Y yo le regresé la mirada a la directora a pesar del gigantesco hueco que palpitaba dentro de mi estómago.

Se aclaró la garganta y levantó una ceja ante mi osadía.

"¿Qué no acabo de hablar sobre la importancia de pedir perdón?" —quiso saber.

Tragué saliva sintiendo al instante mi garganta seca.

Una decena de sonrisas se formaron en los rostros infantiles de los que estaban más cerca.

"Yo..." —comencé, sin poder encontrar la voz dentro de mi garganta. Mis cuerdas bucales se sentían adormiladas y las miradas de todo el mundo sobre mí creaban una presión insoportable, asfixiante, aguda.

Comencé a repasar los diferentes rostros a mi alrededor.

La directora.

Argelia.

Alan.

Verónica.

Patricia.

Otra vez Alan.

La directora soltó una carcajada que rebotó por todas las paredes de la escuela gracias al micrófono que sostenía.

Sentí mi garganta cerrarse. El pánico escénico fue una de esas cosas que nunca pude vencer en ninguna de mis vidas.

"¿ ...qué?"—hizo un chasquido de desaprobación al interior de su boca—"¿Dónde está tu humildad? ¿Que no sé supone que te enseñan ese tipo de cosas en tu casa?"—hizo una mueca lastimera, arrugando los labios. Como si se estuviera disculpando públicamente por la crianza mediocre que había recibido el pequeño insecto que se había visto forzada a readmitir dentro de su adorado colegio.

Todos los presentes entendieron el gesto porque comenzaron a asentir los unos con los otros como en un acuerdo susurrante.

Escuché el sonido de una trompeta estrellándose contra el suelo.

Deimos lanzó una mirada rápida y acusatoria en dirección a la banda de guerra.

Sentí un ligero nudo comenzar a formarse dentro de mi garganta. Eso siempre me pasaba cuando le echaban la culpa de todos mis fallos a mis padres.

Mis brazos se volvieron lánguidos a mis costados, en sones de derrota.

Fijé la mirada en la punta de mis zapatos.

"Siento mucho haber robado el celular de Patricia." —proclamé, apretando los bordes de mi sweater con las yemas de mis dedos —"Mis papás no tienen la culpa... fui yo"—mi voz comenzó a quebrarse—"Yo... no pude... evitar..."

Una pequeña ventisca mezclada con un poco del deshielo del volcán que se vislumbraba a lo lejos se apoderó del ambiente.

Y los segundos se volvieron largos y sofocantes.

No pude terminar la oración.

"¡Bravo! ¡Bravo! ¡Vamos! ¡Aplaudámosle todos a a su compañerita!" —comenzó a golpear sus manos con un entusiasmo ciego, como quien le avienta un primer hueso a un perro mal entrenado y este milagrosamente se lo regresa.

Y pronto todo el mundo la siguió.

Aplauso tras aplauso sentí mi corazón encogerse.

Y a pesar de supuestamente tener la fortaleza de un adulto, mi respiración comenzó a entrecortarse también.

Fue la primera vez que me di cuenta que un aplauso también puede usarse para humillar a las personas.

Y que funciona bastante bien.

"Y ahora..." —continuó, sonriendo como quién se sabe en la cúspide de una jerarquía social—"Quítate el broche que traes en el cabello"

"¿Mi broche?"

"Vamos Candiani, que no tenemos todo el día"—se quejó.

"No entiendo"

Suspiró tan hondo que se escuchó en el micrófono.

"A ver... vamos a explicarle con manzanitas y palitos a su compañera para que entienda"—sugirió poniendo una de sus manos sobre su cintura.

Las risas discretas acompañadas de aprobación volvieron a rodearme. Como si fueran un montón de espinitas clavándose en mis pantorrillas.

"Fueron 12 condiciones"—me recordó—"Se que sabes de qué hablo... ¿o te gustaría que te refrescara la memoria? ¿Otra vez?"—sonrió mostrando sus perfectos dientes blancos —"¿Acaso dejaste a la niña genio dormida en casa Candiani?"

Y entonces la situación me cayó como un balde de agua fría.

Condición número 3: no llevar ningún tipo de accesorio a la escuela porque la modestia es la mejor forma de demostrar humildad y la humildad es lo que más cuenta al momento de mostrar arrepentimiento.

Fijé mis ojos sobre el borde de mi sweater, mordiendo el interior de mis labios hasta que dolieron un poco.

Escuché la risa de Fobos retumbar en algún sitio con fuerza, pero no fue suficiente como para que un docente pensara que tenía que intervenir. En ese tipo de intervenciones celestiales el apellido también contaba.

Había sido demasiado ingenua cuando había dado por sentado que aquella regla se refería a no utilizar pulseras, relojes, anillos o ese tipo de cosas que yo nunca llevaba.

Los susurros se hicieron más fuertes.

"Esto se está volviendo demasiado largo" —bramó, volcando los ojos—"Que por favor nuestro abanderado nos haga el favor de ir por el condenado broche" —ordenó—"Ya estuvo bueno de berrinches"

Y el silencio nos azoto.

Eso siempre sucede segundos antes de que un depredador embista a su presa, sobre todo si hay un público para verlo. Como en una corrida de toros.

Alan levantó maliciosamente una comisura de sus labios, como si llevara esperando este momento con ansias y de inmediato le dió la bandera a su comandante para aproximarse a mí.

Cada uno de sus pasos hizo un eco especial en el ambiente.

Los ojos curiosos de todos los presentes le siguieron cada uno de los movimientos con detenidos, disfrutándolo.

Traía la expresión más llena de satisfacción que su par de ojos verdes podían encarnar.

Se paró frente a mí y me miró de arriba a abajo con desprecio. Luego se inclinó lo suficiente como para susurrarme al oído.

"Yo no hago las reglas" —pero su sonrisa decía todo lo contrario.

Y tan pronto aquellas palabras falsas y agridulces salieron de su hermosa boca de querubín, jaló con fuerza el broche provocando un tirón en mi cabeza que el cúmulo de emociones ni siquiera me dejó sentir, despeinándome públicamente en cuestión de segundos.

Una expresión de asombro y satisfacción resonó en las filas de los estudiantes.

Luego se giró sobre sus talones lentamente, como si estuviera disfrutando tanto la atención como el acto, y comenzó su caminata de regreso, con el motín en la mano y un inconfundible aire de victoria.

Los cuchicheos me acariciaron nuevamente la piel.

Y todo a mi alrededor se volvió borroso... entonces fue cuando me di cuenta que un par de espesas gotas de agua se habían formado dentro de mis lagrimales.

"Al final del día quiero tres planas en oficio, por ambos lados, que digan lo siguiente: mis cosas no son más importantes que las de los demás" —habló nuevamente la directora.

Mis mejillas se empaparon.

"Ah, ¿y Candiani?"

No articulé palabra alguna pero levanté la mirada hasta toparme con la suya, para que se diera cuenta de que la estaba escuchando.

"Los sacrificios que más le gustan a Dios, son los que más nos cuestan" —sonrió arrugando la nariz—"Que tengas un excelente Lunes"

Las filas de alumnos se rompieran y comenzaron a avanzar hacia las aulas.

Pero el cabello que caía sobre mi cara me impidió ver con claridad todo el movimiento.

Luego sentí una mano abrazar la mía. No tuve que levantar la mirada para saber que era Argelia, ella siempre olía a frutas y vainilla, igual qué su mamá.

Pasé el resto de mis clases en silencio, viendo a las nubes hacer remolinos por la ventana, y cuando llegó la hora del recreo también me llegó la hora de cumplir con la condición número 5 de mi contrato.

Condición número 5: a partir de ahora pasarás el resto de tus recreos rezando dentro de alguna de nuestras capillas.

Me dispuse a acomodar mis cosas para irme, pero pronto mi salón se llenó de intrusos molestos e inesperados: Alan, Fobos y Deimos. Que se movían por la escuela como si fueran dueños del lugar, y tal vez lo eran.

"Mi mamá te mandó jugo de fresas"—escuché la voz de Alan articular, seguida de sus clásicas zancadas alargadas.

"Gracias" —contestó Verónica, con evidente emoción en su voz y una risita.

"Hola Patty"—saludó Alan.

"Hola"

"Ya no estes triste amiga, que por fin le dieron su merecido a la India esta"—sonó la voz de Xiomara Monroy justo detrás de mí.

"Basta"—musitó Argelia.

"A ti nadie te hablo eh..."—recalcó Deimos provocando que las mejillas de Argelia se encendieran.

"Seguramente USA va a bombardear a los tercermundistas nacos qué le hicieron eso a tu papá"—añadió Deimos dirigiéndose a Patricia Antunes —"¡Bang-bang-bangbangbang!"—hizo una metralleta con los dedos y fingió dispararla en mi dirección.

La acción fue acompañada por todas las risas de sus amigos.

"Desear que maten a las personas esta mal por dónde lo veas"—le contestó Argelia con indignación, aún con la cara roja como un tomate.

"Lo que está mal es lo que le pasó al papá de Patty, por mí que se mueran todos los malditos iraquíes de mierda" —le respondió con desprecio.

Argelia apretó los puños de coraje.

Un montón de risas lo secundaron nuevamente.

"¿No vas a decirles nada? ¡Están mal!"—Argelia volteó a verme con decepción en los ojos. La mandíbula le temblaba. Y sus ojos habían comenzado a empañarse.

Me dolía verla así...

Sabía que no toleraba que la gente hablara sobre matar a otras personas con tanta ligereza, y menos después de lo que le había pasado a su mamá.

Condición número 8: evitar crear relaciones fraternales con otros estudiantes dentro de las aulas, esto incluye participar en sus pláticas lúdicas ya que los padres de familia han manifestado su incomodidad a raíz del hurto.

Me encogí de hombros. No. Lamentablemente no podía hacer o decir nada.

Mis manos estaban atadas y lo que yo había venido a buscar aquí valía mucho más que una pelea del niños o un broche.

"Se me hace tarde para ir a la capilla" —declaré poniéndome de pie.

"¿Huyendo otra vez Candiani?" —se mofó Alan—"Aunque no es novedad" —añadió.

Sentí mi sangre hervir dentro de mis venas, y sin pensarlo demasiado, lo encaré.

"¿Y a que se supone que debo quedarme? ¿Hay algo por lo que valga la pena?"—cuestioné, asesinándolo de muchas y distintas formas, dentro de mi cabeza—"Ya todos sabemos que las tragedias pesan mucho más cuando suceden en ciudades bonitas"—añadí—"Bajo qué banderas cobijen a sus muertos es un asco que ya superé"

Soltó una carcajada amarga.

"¿ hablando de moral?"—se burló—"Para que no se les olvide en quién pensar cuando la maestra de español los obligue a describir la ironía"

Todos rieron desmesuradamente ante su comentario. Y por la expresión en su cara, supe que él lo estaba disfrutando como si se estuviera comiendo un postre.

"¿Y que quieres que te diga Alan Garcés?"—le pregunté sin bajar la mirada—"Entonces por haberla hecho de Maléfica un día ¿ya estoy condenada a seguir cumpliendo tus expectativas por el resto de mi vida?"—ahora era mi turno de mofarme—"Así no funcionan las personas, nadie brilla como el oro todo el tiempo, ni tampoco decepciona tanto como el carbón, el único problema aquí es que no estás preparado para ver la belleza que ofrece el cobre, porque eso implicaría destrozar las idealizaciones que tienes sobre las personas"—me detuve en el marco de la puerta, observándolo con desdén por encima de mi hombro—"Y eso es mucho más difícil que juzgar"—añadí—"Imposible para ti que por un lado te la pasas buscando el momento apropiado para matar las poquísimas neuronas que te quedan con humo de Tabaco, pero por otro lado te empeñas con todas tus fuerzas, en comparar a todas las personas que conoces con los personajes de las películas de Disney"—la mirada en sus ojos era indescriptible—"¿Te pareció que hice un buen uso de la ironía? ¿O todavía me faltó añadir algo más para cumplir tus expectativas?"

Dicho eso, azote la puerta detrás de mí.

Rompiendo la condición número 8 en mi primer día de clases.

Y todo por culpa de una mejor amiga con complejo de superhéroe y un estúpido mocoso que sentía que el suelo bajo sus pies no merecía su grandeza.

Nota de autor: ¡Hola! Me tardé mucho en actualizar pero esta vez les traje el capítulo más largo que he escrito en la vida... quise cortarle algunas partes pero todo me gustaba y todo era importante...

Espero que no lo hayan sentido pesado... tenía una especie de bloqueo del escritor pero luego toda la idea salió de mi como una metralleta y fui uniendo las partes...

¡Pero nunca pensé que quedara tan largo! 😨😱

Bueno, pues a leer y seguir disfrutando de la cuarentena...

Dedico este capítulo a mi española favorita: NaraReed90 ❤️❤️❤️

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