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24. Indicios



"La mirada de la persona que está al borde del abismo dice más que la caída"

A pesar de que las pesadillas se habían convertido en una terrible constante en mi vida, siempre estaban aquellas que eran mucho más vívidas que otras, causando que mi mente me sacudiera de pies a cabeza hasta llevarme al límite.

Todo se complicó aún más cuando mi propio organismo comenzó a tratarlas como si fuesen una enfermedad de la que necesitaba librarme, provocándome altas fiebres que me despertaban por las madrugadas, como tratando de advertirme que algo no estaba bien conmigo o que había algo dentro de mí que no debía estar ahí para empezar.

Luego de los eventos en La casa del Monje, aquello se había vuelto muchísimo más frecuente, lo que me terminó orillando a programar algunas consultas médicas, utilizando como excusa el darle seguimiento a la contusión que había sufrido en la cabeza, con la esperanza de encontrar alguna respuesta lógica que lo explicara todo, pero su exasperante diagnóstico siempre era "fatiga" o "estrés", y los múltiples estudios a los que me sometí por pura terquedad no hicieron más que respaldar su veredicto cada vez que "confirmaban" que todo estaba en orden, tildándome de aprehensiva. Fue entonces cuando comprendí que esto iba mucho más allá de todo lo que conocía hasta ahora...

No puedes pretender regresar tu vida un día y esperar a que no haya ningún tipo de secuela— pensé mientras agarraba una bolsa de hielos que reposaba sobre un balde de plástico azul situado en medio del buró del cuarto de huéspedes, para frotarme con ella las mejillas y la frente, hasta adormecer mi piel.

Múltiples hilos de agua helada se fugaron por una de sus esquinas, escurriendo a lo largo de mi cuello hasta llegar a mi playera y a las sabanas, como haciendo diminutos caminos gélidos, que lejos de ser incómodos, me causaron más bien sosiego. Terminé empapada.

Los Déjà vu.

Las pesadillas.

El sentimiento de estar repitiendo la misma película.

Las noches de insomnio voluntario.

Los días de cansancio extremo.

Y el hecho de que no había nadie en el mundo con quien compartir la carga.

Me hacían sentirme como en una eterna encrucijada, pero para mí suerte o desgracia, siempre he pertenecido al grupo de imbeciles que ven el vaso medio lleno. Cosa que difícilmente me atrevo a reconocer en público, después de todo, no hay cosa más interesante que navegar bajo la bandera de pesimista, ya que el oleaje de las conversaciones, siempre encuentra la forma de llevarte hasta el hogar de los más insólitos debates.

Suspiré resignada. Afuera aún se escuchaba el cantar de las esperanzas, algunos grillos y ese sonido musical que hace el viento cuando se le ocurre colarse por las ramitas más pequeñas de los árboles. La naturaleza es algo verdaderamente mágico.

Para mí beneficio, el internet había comenzado a reclamar su era e inclusive este diminuto pueblo incrustado en el corazón de la sierra norte del Estado de Puebla, no se libraba de tener al menos dos cibercafés.

Me estire en la cama, disfrutando de su humedad mientras me imaginaba a mi misma haciendo inmensos ángeles con los brazos, sobre una espesa capa de nieve en algún lugar muy muuuy lejano, y justo antes de atreverme a abrir, por segunda vez, la puerta que conducía directo al mundo de mis pesadillas, tomé una decisión y cerré los ojos.

Al otro día me desperté literalmente con el cantar de los gallos y las gallinas de mis abuelos, y luego de desayunar con ellos hasta sentir que la comida se me podía salir por los ojos, emprendí mi camino.

Por aquellos tiempos los pueblos todavía eran los lugares más seguros del mundo. Así que ni siquiera se les ocurrió objetar que una niña de 11 años saliera sola en bicicleta, con la condición de prometer regresar a buena hora. Y bajo la única protección de una bendición en forma de cruz y un beso en la frente.

Caminé con la bicicleta a lo largo del camino de cáscaras de macadamia y justo a la entrada, cuando pretendía montarme sobre ella para pedalear, escuché de nuevo su voz.

"Helenita" —dijo con su característica musicalidad —"Hoy no desayunaste frijoles"

Sentí la sangre escalar hasta mis mejillas. Y por inercia, me lleve una mano a la cara, en busca de algún residuo de comida.

"Al parecer descubrí un novedoso e increíble invento llamado servilletas"—le conteste —"¿Y Helenita? ¿En serio? ¿Que cosa te dio la terrible idea de que puedes ir por ahí llamándome con diminutivos?" —quise saber—"Por cierto, buenos días"

"Pues tengo 14 años" —me contestó como obviando su respuesta—"Buenos días para ti también"

"¿Ajá?" —seguía sin parecerme una buena explicación o tal vez el software de mi cerebro todavía no acababa de prender.

"Y tú tienes 11" —me miró de forma condescendiente.

"¡Ay! !Pero que tonta soy! ¡Tiene usted tooooda la razón!" —le dije fingiendo una sorpresa exagerada —"Por cierto...¿De casualidad no necesita que lo acerque a su asilo con mi bici, Don Damasco?"—hice sonar la campanita un par de veces en su dirección—"Ya sabe, para evitar que se le doblen las piernas de repente y se vaya de boca contra el pavimento" —agregue—"No queremos que esos moretones adornen su bonita cara toda la vida ¿o sí?"

Soltó una enorme carcajada que lo obligó a doblarse y casi estuve a punto de sonreír también. Pero el malhumor acumulado de tantas noches de insomnio sostenía los músculos de mi cara con firmeza, como si fuera un maniquí.

"Casi te digo que sí, pero creo que contigo al volante mi bonita cara va a terminar peor de lo que ya está" —dijo señalando mi calvicie sin ningún tipo de vergüenza.

Me encogí de hombros.

"Es una decisión inteligente" —le reconocí mientras me acomodaba nuevamente en la bicicleta—"Bueno, entonces-" —interrumpió.

"¿A donde vas?" —quiso saber.

"A buscar un cibercafé" —le contesté.

"¿Tan rápido te aburriste del pueblo?" —se mofó de mí.

Moví la cabeza, negando—"Estoy aprendiendo Chino Mandarín y si no repaso se me va a olvidar" —mentí.

"Si quieres te llevo" —se ofreció sonriendo.

"¿En serio?" —alce las cejas, sorprendida.

"Sí, pero yo manejo" —se acomodo el cabello, dejándome ver la cicatriz de su ceja una vez más y los hoyuelos de sus mejillas volvieron a surcar su piel como si fueran un par de lunas inversas.

"No me destrocé la cabeza andando en bicicleta ¿sabes?" —dije bajándome del asiento —"Mi calvicie tiene una mejor historia, con personajes malos y rehenes e infiltraciones dignas del FBI y toda la cosa. Te sorprenderías."

"¿Tiene Aliens?" —quiso saber mientras se acomodaba en la bicicleta.

"No..." —me encogí de hombros.

"La próxima vez estaría bien una historia con Aliens" —hizo sonar la campanilla con su dedo índice.

"La próxima vez que me rompa la cabeza lo tendré en cuenta" —me subí a los diablitos y lo sujeté de los hombros, luego le di un apretón para que supiera que estaba lista para que avanzara en cualquier momento.

"Lo bueno es que todavía tienes mucho espacio en la cabeza para muchas historias..." —musitó mientras comenzábamos a movernos.

"Voy a hacer mi mayor esfuerzo para tratar de ignorar el hecho de que acabas de llamarme cabezona" —observé.

El soltó nuevamente una carcajada pero no dijo nada más.

El resto del nuestro viaje transcurrió en silencio, tal vez en algún momento él tarareo una canción que solamente él conocía y puede que yo cerrara los ojos para sentir las corrientes de aire romperse sobre sobre la punta de mi nariz, y el calor del sol hacer una curiosa mezcolanza con el viento para deslizarse como hilos tibios por mi cabello, hasta llegar a mi cuero cabelludo.

No tardamos mucho más de 10 minutos en llegar. El se fue despidiéndose con la mano y yo me dispuse a buscar respuestas después de asegurar mi bicicleta.

Por aquel entonces tanto Yahoo como Google eran los buscadores populares del momento, aunque ya se notaba (incluso para los inexpertos en informática como yo) que el algoritmo de Google empezaba a dejar atrás a su competencia.

Porque mientras en el buscador de Yahoo me aparecieron muchísimos resultados de superación personal y alineación de chakras cuando teclee la palabra "renacer"

En Google al menos me apareció su significado: "acción de volver a la vida después de la muerte real o aparente"

Exhale con fastidio, y abrí mi sesión de Messenger para relajarme un rato. No tenía muchos amigos, pero sabía que tanto mi hermana como Argelia eran unas completas adictas, cosa que las orillaba a ponerse de acuerdo con los suyos, todos los días, para conectarse en las tardes, y cambiar las frases de sus nicks mil veces con el afán de mandarle "indirectas" a sus amigos, enemigos y amores platónicos.

Solté una escandalosa carcajada como cada vez que me topaba con su par de correos electrónicos que se esforzaban seriamente por rallar en lo ridículo. Aún estaba muchos años antes de que pudiera burlarme de ellas abiertamente sin destrozar su autoestima, pero ojos que no ven, corazón que no siente ¿cierto?

El de Argelia era: [email protected]

Y el de mi hermana era:
[email protected]

Así que por obvias razones las había obligado a ambas a agregarme a mí:

[email protected]

Simple.

Sin rodeos.

Fácil de aprender.

Y sobretodo: decente.

Por alguna razón ninguna de las dos estaba en línea así que cerré sesión decepcionada y seguí con lo mío.

Lo siguiente que teclee en los recuadros de búsqueda fue: "Muchas vidas"

Yahoo arrojó cosas relacionadas a la capacidad de hacer varias actividades al mismo tiempo. Y ser una persona pro activa capaz de desenvolverse exitosamente en distintos ámbitos sociales.

Google en cambio, me bombardeó con algunas definiciones religiosas tales como: reencarnación, transmigración y metempsicosis. Las investigué todas a fondo saltando de link en link pero al final me quede con la horrible sensación de no haber avanzado nada e incluso me sentí retroceder.

Justo antes de apagar la computadora al ser víctima de mi fastidio, abrí un último link titulado: "Los gatos y sus siete vidas"

En realidad solo lo leí por morbo, pero aprendí un poco de la historia de Egipto y de su mitología. Y también que en un principio eran 9 y no 7 vidas pero que el 7 al ser considerado un número mágico, había logrado colarse de alguna forma en la leyenda.

Bueno—pensé— ahora si alguna vez en la vida alguien trata de discutir conmigo sobre la mitología urbana de Los Gatos, tiene asegurada una derrota inminente.

Apagué la computadora, pagué mis horas y salí del Cibercafé. Mañana sería otro día.

Afuera la tarde comenzaba a abrirse paso en el cielo, coloreándolo de tonos naranjas y rojizos, y las nubes se discernían entre azules y lilas haciendo pequeños remolinos que se movían al son de un viento tranquilo.

El pavimento brillaba. Y algunos insectos ya habían comenzado a cantar.

Fue entonces que volví a sentir ese hormigueo.

Esta vez con mucha más intensidad.

Empezó en la punta de mis dedos y subió como una intensa descarga hasta culminar en mis codos, podría jurar que sentí un calambre adueñarse de mis venas y a sus diminutas ramas tratar de bombear sangre con mucho más fuerza de lo habitual. Haciéndome sentir miles de microscópicos tambores hacer un estruendo muy parecido a un zumbido dentro de mí.

Al otro lado vi a un señor de unos cuarenta años, intoxicado con alcohol al punto de transpirarlo. Tenía la mirada perdida y con una mano sostenía una alargada botella de cerveza mientras le daba vueltas jugando. Sus pies estaban descalzos y los nudillos de su otra mano estaban ensangrentados, y con la piel pelada, como si minutos antes hubiera golpeado fuertemente la pared o cualquier otra cosa.

Volteo a verme y me sonrió, enseñándome un par de dientes con placas metálicas que contrastaban con una fila desigual de dientes amarillos, mientras hacía un sonido gutural y nauseabundo con la garganta.

Sentí un escalofrío arañar con fuerza mi espalda, pero también un poco de reflujo intestinal subió hasta mi boca.

De repente sentí como si todo se pusiera estático y vi al señor tropezar en cámara lenta con sus propios pies, justo frente a mi, azotando cuál bulto pesado sobre el pavimento de la calle, destrozándose al instante toda la cara con la botella de vidrio. Mientras sus pedazos le arrancaban la piel, clavándose cerca de las comisuras de sus ojos y le destrozaban una mejilla reventándosela de fuera hacía dentro su nuevo filo.

Había sangre por todos lados.

Sus aullidos de dolor apagaron el resto de los sonidos en cuestión de segundos, ensordeciendo el ambiente.

Me lleve las manos al rostro para ahogar mi propio grito y la gente comenzó a aglomerarse a nuestro alrededor, pero nadie se atrevió a articular palabra alguna.

El aire comenzó a sofocarme.

Pero segundos más tarde el hormigueo en mis brazos se detuvo como si fuera un apagón, haciéndome temblar.

Mi vista se nubló un poco y  tuve que tallarme los ojos para poder a enfocar.

Parpadeé un par de veces porque no podía comprender que había pasado.

El señor seguía parado ahí, pero estaba intacto. Jugando aún con su botella de vidrio como quien no tiene ninguna otra preocupación en la vida.

Trague saliva mientras dudaba un poco de mí, pero al final me subí a la bicicleta y pase justo a su lado, arrebatándole la botella con todas mis fuerzas. Lo logré porque gracias a su ensimismamiento y a su horrible estado, no se lo esperaba pero en su intento tardío por reclamar lo suyo casi me hizo caer.

Como pude me las arreglé para no perder el equilibrio y pedalee con todas mis fuerzas.

Detrás de mí lo escuché gritar un par de palabras obscenas pero la torpeza de su cuerpo alcoholizado no lo dejó seguirme.







Glosario:

Reencarnación encarnar otro cuerpo humano después de la muerte.
Renacimiento acción de renacer a un ser vivo después de la muerte real o aparente.
Transmigración renacer en otro ser humano y con relación a la suerte en función de los méritos alcanzados en vidas pasadas.
Metempsícosis la reencarnación del alma a otro ser vivo ya existente u objeto inanimado.

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