Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

21. Zona Cero

El Lunes es el inicio de todo, es pisar el acelerador para que todo comience a moverse de nuevo. Eso que empieza inevitablemente cuando abrimos los ojos utilizando todas nuestras fuerzas pero sin nada de ganas.

El Miércoles o mejor conocido como el ombligo de la semana, es esa puntada tan necesaria entre lo que ya fue, lo que es y lo que queremos que sea, ese breve descanso en el que nos podemos dar el lujo de pensar; Tan solo falta la mitad. Un canapé que nos sabe un poco a Victoria.

El Jueves les pertenece a los artistas, sobre todo a los escritores.... porque se siente como el preludio de algo, un atisbo de esperanza para los optimistas o el punto de luz al final del túnel para sus polos opuestos. Es sentir que estamos a punto de agarrar algo sólido después de lanzar los puños al aire cien veces, para intentar atrapar mariposas invisibles.

Y el Viernes es ese tan añorado suspiro... ¡Por fin hemos llegado! ¡Por fin podemos sacudirnos un poco de ese polvo acumulado! ¡Por fin podremos ver aquella serie, y hasta la madrugada! ¡Por fin podremos hacer el amor sin pensar en el mañana! ¡Por fin podremos olvidar esa tarea y no pasará nada!

Y el fin de semana ¡oh, vaya delicia! Ese tan merecido premio vestido de agujero espacio temporal que nos permite olvidarnos brevemente de quienes somos para poder disfrazarnos de quienes desearíamos ser. Nuestro propio micro-relato de la cenicienta con fecha de caducidad: dos días.

Por lo que me atrevo a asegurar que al menos dentro de la sociedad Mexicana, el Martes es el día con menos significado de todos, y el que menos sentido tiene, él irrelevante.

Y puedo casi garantizar que la mayoría pensamos del mismo modo, que sea Martes normalmente no significa nada.

Inclusive en el año 2010 salió una serie con un nombre alusivo a ese sentir colectivo "Morir en Martes"; una chica guapa, adinerada y exitosa era asesinada un Martes cualquiera. Recuerdo muy bien la siguiente frase: ¡El Martes es un día muy triste para morir!

Y la piel se me enchinó al instante. Justo cuando caí en cuenta que en mi lógica, le había dado toda la razón.

Aquel día también era Martes. Un Martes 11 de Septiembre del 2001, que empezó como cualquier otro... con I'm a slave for you de Britney Spears sonando a todo volumen en el reproductor de CD's del auto de mi madre, y con mi hermana tarareándola justo a lado mío, como si el sentirla retumbar sobre sus tímpanos no fuera suficiente, también necesitaba saborear la letra un poco para sentirla propia. La enorme diferencia fue que ese Martes estaba destinado a pasar a la historia como el día en que morirían más de 3000 personas a manos de 19 terroristas que orquestarían un atentado de dimensiones sin precedentes.

Un Martes que fue preludio de guerra.

Un Martes que despuntó una semana.

Un Martes que culminó una venganza.

Un Martes que despertó al monstruo de la avaricia.

Un Martes que representó perfectamente un agujero espacio-temporal pero de la peor manera posible.

Un Martes que se sintió como si todos los días de la semana se te abalanzaran de golpe cuál manada de hienas hambrientas.

Así es, estoy hablando del atentado aéreo por parte de Al Qaeda a nuestros prepotentes vecinos; los Estados Unidos de America.

Ese mismo que arrasó tan solo en el transcurso de la mañana con el departamento de defensa del Pentágono, el complejo de edificios del World Trade Center, las Torres Gemelas de Nueva York, y el Capitolio de los Estados Unidos.

Recuerdo detalladamente aquel ataque terrorista en específico porque durante la universidad (la primera vez que fui Helena Candiani) utilicé el trágico suceso para abordar una temática sobre los estragos del pánico colectivo en una de mis clases de Psicología Social. Así que me sabía de Pi a Pa, por lo menos, todo lo que habían publicado los medios por aquel entonces.

Conocía el nombre de los cuatro aviones desafortunados, su sentenciado origen y el supuesto destino al que jamás llegarían.

Conocía también las teorías de conspiración que nacerían a raíz del suceso, afirmando por un lado que se trataba de una venganza yihadista en contra del gigante Americano o su versión contraria; que los mismos Estados Unidos de America, eran quienes lo habían maquilado todo para inventarse un pretexto perfecto para iniciar una guerra, ocultando su verdadero motivo: hacerse con el petróleo de Irak. Esta última teoría sería respaldada por un montón de videos de YouTube que irían apareciendo con el pasar de los años, en donde se mostrarían un sin número de irregularidades que alimentarían a la duda colectiva. Pero al final, todos nos terminaríamos tragando la versión oficial, porque era lo único "tangible" que nos quedaba.

Y he de admitir (sin enorgullecerme en absoluto) que dada toda la información que conocía, tomé la decisión de mantenerme al margen porque podré ser una persona que no lo piensa dos veces antes de ponerse en riesgo, pero jamás me atrevería a guiar el peligro hasta la mesa de mis seres queridos, y mucho menos a un monstruo de semejante magnitud.

Dentro de mi pequeño mundo y haciendo uso de mis limitadas posibilidades como Helena Candiani, niña de 11 años, perteneciente a un sector vulnerable de la sociedad mexicana, y siendo la encarnación de uno de los primeros actos "desinteresados" de inclusión forzada en un colegio de elite, no tenía el poder, ni la voz, ni la posición, ni las conexiones para tratar de impedir un ataque terrorista de ese tamaño, sin que mis consecuencias fueran verdaderamente aterradoras. Así que tuve que hacer las paces conmigo misma y tragarme sí o sí, el sabor a impotencia, que se sintió como un enorme pedazo de pan duro que al momento de engullirlo me trozó las cuerdas bucales, silenciándome el habla. Fue un proceso amargo pero al menos, había conseguido alcanzar algo muy parecido a la paz...

Parece paz pero es resignación—escuché a mi subconsciente afirmar mientras volvía a ocultarse dentro de alguna de mis vértebras, como gusanito insistente que acababa de esparcir sus larvas en mis múltiples huecos.

Encogí mis hombros con incomodidad mientras posaba los ojos en el camino recto de jacarandas, situado justo después del amplio estacionamiento de Las Hermanas de la Merced, cuyo objetivo era el de brindarle una calurosa bienvenida al peatón habitual. Sin embargo, en otoño su fracaso era inminente, pues ese tipo de árbol se disfrazaba de ausencia, utilizando su esqueleto como un escudo rudimentario para esconderse por completo, cerrando sus ojos para tomarse un descanso del mundo ante la posibilidad de tiempos difíciles... tan parecidos a mí, pero sin remordimientos.

Agarré mi mochila de siempre; la azul con franjas anaranjadas y me la colgué al hombro utilizando una sola de sus asas. Las esquinas comenzaban a descarapelarse y tenía manchones y rayones aquí y allá. Mis padres me habían insistido mil veces en cambiarla por una nueva, pero me había negado cada vez.

¿La razón?

Ni siquiera era lógica, considerando que solo era una mochila. Pero de cierta forma el aferrarme a las cosas materiales que llevaban siendo parte de mi vida un tiempo, me proporcionaba un alivio y un poco de credibilidad en mi misma... el simple hecho de ver todos los percances que el tiempo les hacía, cada rayón, manchón y ruptura, cada costura rota o cúmulo de tinta seca, me recordaban que cada día era real, tan real como cualquier otro y que esta era yo, y esta era mi vida.

Baje un poco el vidrio para respirar aire fresco, abriéndole paso al aire frío en el ambiente, que no dudó un segundo en esparcirse dentro de mis pulmones como una diminuta ventisca helada. Eran las 7:00 am y por la época del año, se podía percibir cierto vaporcito salir de la boca de las personas, sobretodo cuando hablaban, o cuando intentaban calentarse las manos utilizando su aliento.

Y también cuando se despedían, como mi madre y mi hermana acababan de hacerlo, lanzando un par de besos al aire, qué se transformaron en incienso blanco hasta desaparecer.

Faltaba solamente 1 hora con 46 minutos para que comenzara a desatarse el infierno.

Mi corazón estaba constipado.

Mis ojeras se habían acrecentado.

Y las cortadas de mis piernas dolían mucho más con el frío... pero el mundo no paraba su ritmo a pesar de que mi película estaba descompuesta y en tonos de grises.

Venía tan inmersa en mi misma, pateando un par de piedras con mi pierna más sana a modo de desquite, que ni siquiera reparé y mucho menos logré esquivar a Fobos y a Deimos cuando pasaron corriendo a todo lo que daba, justo a lado mío, empujándome simultáneamente con sus hombros y su par de mochilas pesadas para hacerme caer dentro de un enorme charco enmohecido que se había formado donde el camino dejaba de serlo para comenzar a ser pasto.

Ni siquiera se molestaron en voltear a ver las consecuencias de su pillería, pero pude escuchar sus risas burlonas hacer un poco de eco a lo lejos. Probablemente se estaban reservando la cereza del pastel para poder disfrutarla con más calma a la hora del recreo y mofarse en manada a sus anchas.

Cerré los ojos esperando el impacto.

Pero nunca llegó.

Un tirón brusco, que acabó de romper mi pobre mochila, me detuvo, acompañado de un empujón sobre mi hombro que buscaba evitar que perdiera el equilibrio.

No fue necesario subir la mirada para darme cuenta de quién era. Sus Balenciaga perfectamente blancos pero cuidados como si fueran cualquier cosa, lo delataron al instante.

"Tus fans van a estar muy decepcionados a la hora del recreo" —le dije sin molestarme en levantar la vista.

"Todavía puedo empujarte si quieres" —me contestó riendo entre dientes, mientras jalaba por la borla y sin un ápice de delicadeza, el gorro que me había regalado hacía unos días, tratando de acomodármelo con torpeza.

Levanté las cejas con impaciencia y pareció captar el mensaje soltándolo como si le hubiera dado toques, luego aclaró su garganta mientras acomodaba su propio cabello utilizando las yemas de sus dedos, y casi en forma mecánica se dispuso a seguir su camino, deteniéndose bruscamente a la tercer o cuarta zancada.

"Hoy tenemos partido" —me informó, girándose un poco.

"No me gusta el football" —me apresuré a contestarle, mientras observaba con tristeza mi mochila. Ya no había nada que pudiera hacer por ella aunque utilizara el estuche de costura de mi madre.

Se rió con simpleza mientras retrocedía un paso, volteándose nuevamente hacia mí—"No vamos a estar en la escuela porque hoy empiezan las olimpiadas del Colegio Alpes" —me informó—"No se van a dar cuenta de que no te tiraron al charco"

"Oh..." —no tenía cabeza para fabricar una mejor respuesta.

Su cabello se veía mucho más oscuro de lo que en realidad era cuando no lo tocaba la luz.

Sonreí un poco para mi misma porque de alguna forma había logrado mitigar un poco de esa tensión pesada que había comenzado a formar parte de mi vida diaria.

Nos quedamos parados un rato sin decir nada y luego cada quien siguió su camino, después de todo, no habíamos llegado juntos.

Llegué a mi salón unos minutos después, cargando mi mochila como si fuera una extensión de mi estómago, y por supuesto, de inmediato me vi rodeada por risitas descaradas.

Argelia me sonrió a lo lejos y luego continuó haciendo una tarea que probablemente había olvidado hacer, mientras sacaba la punta de su lengua por un costado de sus labios humedeciéndolos de forma inconsciente, para aumentar su concentración.

Yo apoyé mi barbilla sobre la palma de mi mano, tan pronto me senté en mi lugar y traté de ahogar un par de bostezos que me hicieron lagrimear un poco, luego me limité a mirar por la ventana, para desconectarme un poco del mundo y de mi agotamiento tanto físico como mental. Afuera el Sol seguía sin tener ganas de salir, probablemente porque también había escogido cerrar los ojos...

Éramos un triste club de ciegos voluntarios.

Dentro del salón las voces de mis compañeras asemejaban al sonido de un gallinero.

Sobraron comentarios sobre mi calvicie y el estado de mis piernas.

Alguna de ellas observó mi mochila con desdén

Y no faltaron sobrenombres tales como:

-La India María Calva

-La momiatl

-Cancer prehispánico

Y muchos otros que sobresalían por su ingenio y desbordaban creatividad pero que también eran demasiado rebuscados como para recordarlos.

Las primeras dos clases pasaron con lentitud, como si estuviesen recorriendo un largo vía crucis utilizando las rodillas, dejando un poco de piel a cada paso... Sin embargo para nuestra tercera clase, la maestra de historia brilló por su ausencia. Seguramente las noticias internacionales habían comenzado a bombardear la sala de profesores y estaban discutiendo la forma de guardar la mayor discreción para que pudiésemos continuar nuestro día escolar con la mayor normalidad posible.

Y por supuesto, los cuchicheos se apoderaron del aula nuevamente...

Pero hubo una conversación en especial que acaparó mi atención por completo, enchinandome la piel como si estuviésemos a bajo cero.

Patricia Antúnez había aprovechado la ausencia de los docentes para recibir una llamada como si estuviera sentada en la sala de su casa.

"Ya vas a despegar? ¿O ya despegaste?"—preguntaba con insistencia mientras jugueteaba con sus caireles utilizando el dedo índice de su mano izquierda. Su pulsera de plata repleta de dijes, sonaba como si fuera un diminuto cascabel.

"No vayas a olvidar comprarme lo te pedí cuando termine tu junta esa"—le recordó molesta a quien fuera que estaba del otro lado de la línea.

"Está en Union Square Luxury Stores. No en las Union Square normales, es en las Luxury ¿ok? No sé si haya en otros malls de San Francisco porque es edición limitada" —explicaba mientras hacía un puchero infantil que desbordaba impaciencia.

"Yo también te quiero papá... sí... No vayas a olvidar lo que te pedí ¿eh? Bye, besos... sí, yo también te quiero... ya byeee" —colgó el teléfono irritada mientras torcía los ojos y guardaba su celular en una pequeña bolsita abierta en uno de los costados de su mochila amarilla —"A veces mi papá me da como cringe porque se pasa de cursi, ewww"—se volteó para decirle a Xiomara, quién se limitó a reírse, dándole la razón.

"Patricia" —la llamé sin pensar.

"¿Que quieres?" —me volteo a ver, torciendo nuevamente sus par de ojos color ébano.

"¿De donde salió el vuelo de tu papá?" —le pregunté sin rodeos.

"De New Jersey ¿por?" —sentí un hueco en el estómago al escuchar su respuesta.

"No... porque... creo que un tío mío va en ese vuelo también" —le dije, logrando que frunciera el ceño —"¿Es un vuelo de United Airlines verdad? ¿Y se supone que salía a las 8:00 pero se retrasó como 40 minutos?"

Sus mejillas se enrojecieron de coraje y vergüenza, e inmediatamente cruzó los brazos sobre sí misma dándome a entender su completa incomodidad.

"¿Y eso qué, India? Mi papá viaja en primera clase así que obvio ni siquiera va a estar cerca del mugroso de tu tío" —exclamó viéndome de arriba a abajo con disgusto.

Sus amigas se rieron casi con musicalidad, mientras se alejaban para seguir platicando de lo que fuera que querían platicar.

Pero a pesar del ruido que nos inundaba, yo me sentí como si fuera la única persona en el mundo.

Lo siguiente que hice fue puro impulso bruto.

Le saqué la punta a un lápiz que ni siquiera iba a usar y pasé a lado del pupitre de Patricia fingiendo una caída.

Logrando provocar otra buena dosis de carcajadas mientras se concentraban en verme recoger con una mano, la basura de mi lápiz y mi sacapuntas.

Supongo que en este caso también aplica a la perfección la siguiente frase: "Nunca dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha" y viceversa.

Así que nunca vieron cuando saqué el celular de su mochila, lo cual fue bastante sencillo ya que prácticamente ya estaba afuera la mitad. Esa es la cosa con los niños que siempre han vivido en una burbuja de oro, nunca aprenden a cuidar sus cosas porque sencillamente no necesitan hacerlo.

Por supuesto que no sospecharon nada cuando me fui corriendo al baño con la rodilla ensangrentada, fruto del daño colateral que mi plan improvisado había provocado, porque me había arrancado una de las muchas costras en mis piernas que me había hecho aquel día en la casa del monje.

Pero ignoré muy bien mis heridas, la rodilla y todo lo demás cuando corrí a toda velocidad hasta llegar al baño. La adrenalina puede provocarme hacer ese tipo de cosas.

Los celulares de aquellos tiempos no tenían contraseñas ni ningún otro modo de bloqueo, por lo que lo siguiente fue sumamente sencillo de hacer, y en menos de lo que canta un gallo, ya estaba enlazando una llamada con el papá de Patricia.

"¿Bueno?" —me preguntó, mientras se aclaraba la garganta—"¿Patita? ¿Todo bien?"

"No soy Patty, soy su amiga" —le confesé después de unos segundos.

"¿Por qué me hablas? ¿Le pasó algo a mi hija?"—quiso saber al instante—"¿Puedes pasarme a una maestra?"

"Le prometo que Patty esta bien, después de escucharme puede hacer una llamada a la escuela y corroborarlo usted mismo" —le dije con la esperanza de que me diera una oportunidad porque sentía que en cualquier momento iba a colgarme—"Decidí marcarle porque escuché a las maestras decir algo del avión en el que usted viaja"

Lo escuché aclararse la garganta nuevamente, con incomodidad, y luego suspiró irritado.

"¡Por Dios!" —exclamó molesto—"¿Ya le dijeron algo a mi hija? ¡Voy a demandarlos! ¡Pásame inmediatamente a una maestra!" —ordenó.

"Señor... ninguna maestra sabe que tengo el teléfono de Patty, ni siquiera Patty" —le dije tratando de ganarle a un ataque de nervios—"Escuché a las maestras decir que secuestraron su vuelo... pero eso usted ya lo sabe" —le dije, captando su atención al instante—"Por eso le marcó a Patty hace rato ¿verdad?...para despedirse por si le sucedía algo"

Tardó lo que me pareció media vida en contestarme aunque bien pudieron haber sido segundos.

"Somos rehenes en este momento, todos los pasajeros y yo, pero en este mundo no hay nada que no se pueda resolver con dinero" —me aseguró, porque los humanos siempre hemos sido incapaces de apagar el ultimo rallo de esperanza con nuestras propias manos.

"Esta vez no se va a resolver con dinero, perdón..." —no había una manera bonita de dar ese tipo de noticias—"Escuché a las maestras decir que un montón de terroristas secuestraron cuatro aviones en la mañana, y ya estrellaron los primeros tres matando a muchas personas... el de usted es el cuarto"

"Es mentira" —me contestó casi al instante aunque probablemente se lo decía a sí mismo.

"Es verdad" —le dije con la voz entrecortada —"haga alguna llamada si no me cree, a su esposa, a un amigo... o a cualquiera que esté viendo las noticias en este momento"

Lo escuché suspirar nuevamente, acompañado de un sonido hosco, como si se le hubiera caído algo.

"¿Q-Que puedo hacer? ¡Oh por Dios! ¿Que podemos hacer?" —me preguntó con desesperación olvidando por completo que probablemente tenía la misma edad que su hija.

"Puede intentar hacer algo para que el avión en el que usted va, no se estrelle contra el Capitolio... y salvar a muchas personas" —le dije, sabiendo que era mucho más fácil decirlo que hacerlo pero también necesitaba que fuera consciente de que solamente él y el resto de los pasajeros abordo, iban a ser capaces de hacer algo, cualquier cosa.

"¿Como te llamas?" —me preguntó, con la voz a punto de quebrarse.

"Helena... Helena Candiani, señor"

Después de susurrar algo parecido a mi nombre, colgó el teléfono.

Y yo me quede sentada sobre la taza del baño, llorando como Magdalena, mientras estrujaba el celular con ambas manos, como si se tratara de mi peluche favorito.

En ese momento ni siquiera imaginaba que acababa de lograr cambiar el transcurso de la historia... que con el simple hecho de haber sembrado la duda en el corazón del padre de Patricia, también había conseguido cambiar el destino del vuelo 93 de United Airlines, hecho por un avión Boeing color perla, modelo 757, que a partir de ese fatídico día sería recordado por todos como; "el avión que luchó"

La primera vez que fui Helena Candiani aquel avión convirtió al solemne Capitolio de los Estados Unidos en un montón de cenizas... Acabando con la vida de sus 37 pasajeros y de 573 personas más.

En esta ocasión, si Googlean el destino de cada uno de esos cuatro aviones, sabrán que este último jamás llegó al Capitolio porque de alguna forma sus pasajeros se sublevaron y lograron que el avión se estrellara en un campo abierto de Pensilvania, 208 kilómetros antes de llegar a su objetivo.

No sobrevivió nadie.

En está vida que se había convertido en una dualidad tan llena de espirales, obligándome a pelear una guerra infinita conmigo misma... todavía no lograba descubrir la forma de ganar sin perder.

Tal vez no existe esa forma.

Nota de autor: Este capítulo ha sido un verdadero reto para mí, ojalá lo disfruten tanto como yo disfruté escribirlo :) y si he cometido algún error fatal por favor no duden en hacérmelo saber... muchas gracias 😊

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro