Extra: Antes de la boda
"Porque tú y yo fuimos reales.
Y fuimos los mejores."
—Helena Candiani
Mi cabeza se siente como una puta mierda revuelta con más de la misma mierda.
Ayer fui a la rueda de prensa, pero fue como si no estuviera ahí.
Marina se encargó de todo.
Y yo... yo no fui más que un pinche bulto que movía la cabeza a veces, cuando ella me pellizcaba.
Saliéndo de ahí me emborraché.
Me emborraché tanto que hasta el día de hoy mis poros siguen destilando alcohol.
No me bebí una de esas botellas caras, ni tampoco fui a uno de esos lugares estirados o "con clase" de los que le gustan a Marina.
No soy un tipo con clase.
Nunca lo he sido.
Y los hábitos que adquieres la calle no se pierden tan fácil.
Así que manejé hasta las orillas de la ciudad, me compré 3 caguamas en un 7 Eleven, y me las tomé a mitad de carretera, sentado sobre la acera y con el estéreo a todo lo que daba.
No había vecinos hijos de puta que le llamaran a la policía porque la música estaba muy alto, así que me di el gusto.
Me tiré sobre el pasto y decidí que en cuanto acabe esta jodida gira, quiero vivir en un lugar en el que mis únicos vecinos sean los grillos.
Estuvo bien, más que bien.
Pero ahora tengo la cruda más de la puta madre que me he tenido en la puta vida.
Abro los ojos, pero el tono blanco del techo me lastima y los cierro otra vez.
—Joder... —me cubro la cara con el antebrazo —Debí cerrar las putas cortinas.
No me gusta tener cerrados los ojos, no mucho tiempo. Tampoco me gusta estar en silencio sin hacer nada, porque mi cabeza se pone a dar de vueltas sobre las mismas estupideces de siempre.
Lo hace muchas veces.
No sé harta.
El estómago se me contrae un nudo duro, cuando el nombre de esa jodida enana aparece revoloteando en mi cabeza.
—Helena.
Mierda...
La veo con el vestido que llevaba.
La veo con la camisa de Garcés.
Y luego la veo cerca de mí, limpiándome la cara.
Y me gusta más.
No me sorprende.
Siempre me ha gustado todo lo que no debe de gustarme.
Alguien golpea la puerta.
¿Es Marina?
Regresó muy rápido...
Pero igual y paso algo, no sé.
Vuelven a golpear.
—Está abierto.
Escucho como se gira la manija y el rechinar que hace la madera contra las vigas.
No venimos muy seguido aquí.
Es normal que rechinen las puertas.
Debería ponerles aceite pero... me gusta cuando rechinan las cosas, porque es como si hablaran aunque sea para quejarse.
Escucho unos pasos pequeños.
No es el sonido normal de los tacones.
Pero igual le dije que es una pendejada llevar tacones a una casa de campo, sobretodo porque siempre termina llorando porque se le arruinaron.
Y... no me gusta que llore.
El cortinero se cierra de un jalón.
—Gracias
Al principio nadie contesta.
Pero después lo hacen:
—No hay de que... —Esa no es la voz de Marina.
Inmediatamente me incorporo, de un salto y la veo ahí: delineada por la luz que se pasa por el borde de las cortinas.
Está a contraluz y no puedo verla con claridad pero sé bien que es ella.
—¿Qué mierda estás haciendo aquí? —la pregunta sale de mí llena de odio.
Ella me mira.
También se acerca.
Trae el uniforme de la escuela, pero la falda es más corta, le parte los muslos.
Hay niñas que a veces se la enrollan por arriba para que se les vea así, pero a mí me parece estúpido.
Es estúpido...
Pero no puedo dejar de mirar.
—Quería estar contigo, pero te fuiste muy lejos.
—Hah —resoplo y me sale como una burla .
—¿No me crees? —ladea la cabeza y los caireles le caen sobre el hombro.
—Te vale un carajo sí te creo o no. Vete a la puta mierda —le respondo —¿Ahora te vas de pinta para hacer tus desmadres? Eres toda una puta cajita de sorpresas.
Ella se ríe.
Y su risa me vuelve a contraer el estómago con mucha fuerza.
Es una puta muñeca.
Incluso la forma en que se acerca, como si sus pasos pudieran no hacer ruido.
Sube una rodilla a la cama, en medio de mis piernas.
Y la falda se le levanta más.
—¿Qué? ¿No te piensas ir? —pero mi voz sale extraña, ronca —¿O te aburriste y te dieron ganas de hacer más desmadre? ¿Qué va a ser esta vez? ¿Un video? ¿Una grabadora? ¿Las dos?
Ella niega con la cabeza.
—Hah... No me jodas...
Levanta la mano, y me aparta el cabello.
Sus ojos oscuros, inmensos, me ven.
Sus labios están entreabiertos, se ven húmedos.
Y sus dedos son como una brisa fresca que acaricia mi piel.
—No traigo nada de eso.
—Me vale un carajo —agarro su mano y la aparto de mi cara —Largo de aquí.
—Bésame
—¿Qué?
—Sé que quieres hacerlo. He visto como me miras...
—¿Y como te veo según tú, enana?
—¿Quieres que te lo diga?
Echo la cabeza hacia atrás y suelto una carcajada.
Después vuelvo a mirarla.
—A mi me gustan las mujeres con carne y muchas curvas. No eres mi tipo.
Ella se acerca, toma mi mano, se la pega a la mejilla.
Un escalofrío me recorre entero.
Y cuando está segura de lo que siento, cierra los ojos y la desliza hasta uno de sus pechos.
Después los abre.
—¿No lo soy?
Los primeros botones de su blusa ya están abiertos.
Y su aliento a canela me golpea directo en la boca.
Se ve como una pequeña muñeca delicada.
Una muñeca muy descarada.
—Mierda... —escupo un susurro ronco y enredo mi mano en su cabello para jalarla hacia a mí.
Mis labios comienzan a devorar y a morder los suyos sin piedad, ni delicadeza.
Ella gime en mi boca.
Estoy más duro de lo que he estado nunca.
Así que la monto sobre mis piernas y le also la falda para apretarle las nalgas y restregarla contra mi miembro erecto.
Que se dé cuenta de que no estoy jugando.
Sus brazos están enroscados alrededor de mi cuello, y yo veo su ropa interior a través del espejo.
Blanca, con encaje, y muy pequeña.
Demasiado sexy como para alguien de su edad.
Le doy una nalgada dura y que suena a una de sus nalgas y me vuelvo loco cuando brinca.
Y también cuando su piel se enrojece.
—Todavía puedes irte, enana. No soy de los que lo hacen suave. Y mucho menos a ti. Te lo haré como si te estuviera castigando.
—Hazlo como si me odiaras.
No necesito más.
Rodeo su cintura pequeña con un solo brazo y la pego todo lo que puedo contra mi cuerpo, para que me sienta: mi tamaño y mi dureza.
Estoy muy seguro de que soy demasiado grande como para alguien de su tamaño y quiero que le quede muy claro.
Con la otra mano, comienzo a abrir los botones de su blusa, mientras me la como a besos.
Mis dedos tocan el encaje.
—¿Qué cosa dirían las jodidas monjas sí supieran la clase de ropa que usas, enana bonita? —lo último lo dije sin querer.
—No sé que cosa dirían, porque la verdad hasta ahora ninguna monja me ha pedido que le enseñe mi sostén, ¿Crees que me lo pidan algún día?
—No me importa —le abro la blusa con desesperación y comienzo a morder su cuello y sus hombros, mientras con la otra deshago los broches de su sostén, con un juego ágil de dedos.
No quiero quitárselo porque joder... ese conjunto que trae me pone demasiado duro y caliente.
Quiero que esté flojo... para ver cómo brinca su cuerpo cuando le meta y le saque mi pene como quiero hacerlo.
La alejo un poco de mí, para contemplarla.
Sus pezones son del mismo color que sus labios, y se asoman por encima de su sostén.
No son unos pechos enormes y extravagantes.
Pero son del tipo de pechos que encajan perfectamente en mi mano.
—Que bonita... Y que colegiala tan indecente —después de decirlo la jalo con fuerza, la tiro sobre la cama, y pego su espalda contra mi pecho.
Ella suelta un chillido de sorpresa.
Me lamo los labios y le levantó una pierna para facilitar el acceso —Te dije que no sería dulce, no miento.
Comienzo a desabrochar mis pantalones y me saco el miembro que me palpita, escurre y está caliente solo por la idea de lo que voy a hacerle.
Lo sostengo con una mano, y con la otra levanto más su pierna.
Aún lleva las calcetas y los zapatos puestos.
Sé que soy más grande que ella.
Pero también sé que ella tiene la edad.
Y yo no soy ningún jodido sacerdote, ni un puto maestro de ética y moral.
Comienzo a succionar su cuello, mientras aparto su topa interior con la cabeza de mi pene y lo froto contra su humedad.
Me tomo mi tiempo porque quiero que se desespere.
Ella se arquea.
—Primero tienes que estar lista. Mojada. Para que esto sea muy rico para los dos —susurro en su oído mientras le muerdo el lóbulo de la oreja y sigo frotando.
Mi pene cada vez se desliza más fácil.
Mi mano aprieta la carne de su muslo sin piedad. Seguramente mañana tenga la marca de mi mano ahí, en su pequeño y suave cuerpo.
—Estas muy mojada... —le susurro sin dejar de morder la carne tierna de su oído y la penetro de golpe.
Siento su cuerpo entero tensarse.
Y se le corta la respiración.
Sus uñas se entierran con fuerza en una de mis caderas, y alcanzo a ver cómo le escurre una lágrima.
—Helena... —no sé cómo continuar la oración —Tú...
—Pasará... Solo será un momento. Eso me han dicho.
Quiero salirme porque así no es como debería ser la primera vez de nadie.
Pero ella no me deja.
Comienza a mover su cuerpo contra el mío y aquello genera la sensación más jodidamente deliciosa que he sentido en la vida.
—Dijiste que no serias dulce... No lo seas...
—Mierda... —vuelvo a apretar su cuerpo y comienzo a moverme dentro de ella con rabia, con necesidad, con sed.
Levanto aún más su pierna para poder entrar mucho más profundo.
Quiero estar lo más profundo dentro de ella que se pueda.
Quiero que ese pequeño y frágil cuerpo sea todo para mí.
Sus pechos redondos saltan con cada envestida.
No le quité la falda, ni la blusa porque me encanta como se ve.
No le quite nada.
Porque quiero todo de ella.
Dejo besos duros y corrientes en su cuello que sé que le dejarán marca, nunca he sido un tipo con clase y quiero que recuerde que estuvo conmigo.
Me vale un carajo sí tiene que ponerse cuanta cosa para esconderse las marcas.
La penetro cada vez más duro y más rápido.
Todo dentro de ella es apretado y muy húmedo.
La quiero donde quiero tenerla y no la pienso soltar.
Ella comienza a gritar y sus gritos con como música para mis oídos...
No.
Son mejor que cualquier puta canción del mundo.
—¿Te gusta? —sonrío, mordiéndole otra vez el oído. Me gusta morderla. Me gusta como sabe su piel: a sal de mar pero también es dulce.
Ella no contesta porque sigue gritando, aunque con una mano sobre su boca para que no sea muy fuerte.
Eso me gusta.
La volteo de un movimiento, pongo su espalda contra el colchón y sujeto sus dos manos sobre su cabeza, agarrándolas de la muñeca.
Con la otra mano sigo alzando su pierna, pero la levanto y la abro aún más.
—Joder... —me encanta lo que veo —Que puta enana de mierda tan pinche bonita...
—Qué fino.
—Cállate —esbozo una sonrisa de lado —Solo cállate.
Bajo hasta su boca y comienzo a besarla otra vez mientras, la penetro.
Esta vez entro lento, para sentirla toda.
Es mía.
Hoy es mía.
Y puedo tenerla como yo quiera y todas las veces que quiera.
Cada vez voy más rápido, más duro.
Cada vez todo es más caliente.
Cada vez ella grita más.
Una de sus manos esta sobre mi hombro.
Me muevo como si la castigara.
Me muevo como si la odiara.
Pero mi boca comienza a dejar besos demasiado dulces que no quiero darle, en su cuello, en su barbilla y en su pequeña boca, en forma de corazón.
No hay cantidad de dinero que pueda comprar este tipo de besos.
Nuestros cuerpos están empapados y resbalan, por todo lo que hacemos.
Regreso a su boca mil veces, como si estuviera en medio de un desierto y solo ella pudiera calmarme la sed.
Cuando se aparta para respirar, le jalo el cabello y le vuelvo a besar.
No te puedes ir.
¿Oíste?
No te puedes ir.
—Te quiero... —no sé lo que digo —Joder, te quiero tanto —la beso de nuevo hasta que me quedo sin aire.
Es normal que a cualquiera se le escapen palabras vacías durante un buen acoston.
Es normal...
—Quédate. No te vayas nunca por favor. No dejes que yo me vaya.
—Aquí estoy. Aquí estamos.
Los besos se vuelven una necesidad.
Son como respirar.
No.
Son mucho más importantes.
Puedo quedarme sin aire en los pulmones pero no puedo dejar de besarla.
No sé cómo hacerlo.
Me obligo a detenerle sobre ella para mirarla , y puedo ver como una gota cae sobre su mejilla.
Es una lágrima.
Es mía.
—¿Qué me hiciste? —le pregunto y me acerco a besarla como nunca he besado a nadie. Con una ternura que no es mía.
Este no soy yo.
Suelto su pierna y dejo que ella misma se acomode bajo mi cuerpo.
Mis manos se enroscan en su cabello.
—No voy a poder ir lento. Lo siento. Es que me puedes... me puedes mucho... muchísimo... —la miro y me pierdo en sus ojos.
Es una confesión.
Un secreto.
Ella responde capturando mi cara con sus mano y atrayéndome.
Me besa con necesidad.
Pero yo la necesito mucho más de lo que ella a mí.
Todo en ella es delicioso.
Todo en ella está prohibido.
La abrazo con fuerza y la embisto de nuevo.
Es una extraña mezcla de besos suaves y tiernos, pero penetraciones duras, recias y rápidas, y llenas de humedad, de descargas que nos hacen perder todo el control sobre nuestro cuerpo.
—Que rico... Que rica estás toda tú —hablo en sus labios y los muerdo —Eres preciosa.
Mi cuerpo va todo lo rápido que puede ir.
La levanto un poco cuando siento que no esta lo suficientemente cerca.
Y cuando ella me clava las uñas, me corro.
*
*
*
Estoy sobre la cama.
Las sábanas están revueltas.
Y las cortinas cerradas.
Pero estamos demasiado lejos como para que ella haya estado aquí.
Los tacones de Marina hacen ruido en algún lugar de la casa.
Nota de autor: 🔥🔥🔥🔥🔥
Seguro tiene mil errores de dedo y de auto corrector porque esta recién salido del horno. Perdón 🌝
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro