Charcos
Inhóspito fue el rito,
donde las aves cantaban haiku.
Lánguidos fueron los ruidos,
donde sólo el sordo escucha los gritos.
Putrefacto era el sabor del paladar,
donde lo único que corría era la sal.
La sangre no se hizo de esperar,
cuando ya estaba en charcos
por la cuidad.
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