A la chica que conociste una vez.

Déjame decirte que no quedan
rastros algunos, que ha cambiado,
ahora sus sueños se visten de perlas
y son relucientes como dientes
de león en medio de Madrid.

Ahora brilla, la chipa le sale
del alma, quizás esa magia
siempre estuvo allí, solo que
no lo había descubierto. Pero la
felicidad que le resbala por el
pecho es inhumana.

De esa chica, déjame decirte,
que solo quedan cenizas que
se las lleva el viento en cada
brisa que le acaricia el pelo
en los grados bajo cero.

Ya no es aquella chiquilla
ingenua escondida debajo
del felpudo, esa que quebraban
en miles de pedazos.

Déjame decirte
que ahora es una hermosa
mujer admirable, de cora
indomable.

Llevo poco tiempo conociéndole,
pero estoy loca de amor por ella.
Le sobran todos los adjetivos,
porque es mucho más que bella.

Me hace tan feliz verla bailar
500 noches de Sabina en París,
me ha enseñando que por muchas
veces que caiga siempre se levantará
más fuerte, porque así es ella.

Puedo decir que es el amor de
mi vida, aunque no hemos
hablado de matrimonio.

Porque ella es mi poetisa,
porque es tan mía que arde
el pecho al pronunciarlo.

¿Qué quién es?
Se llama amor propio.