Siempre he deseado encontrar a alguien que me ame con cada poro de su piel, con cada átomo de su cuerpo. Quiero a una persona que no dude en tenderme la mano sin importar cuán grande o pequeño sea mi problema. Me gustaría ser capaz de provocar una sonrisa sincera, llena de cariño, en cualquier persona que pueda verme.

Es por eso que me gusta pensar que soy amado, aunque sé que nadie en el inmenso mundo lo hace. A veces, en los momentos más oscuros, cuando el silencio se hace eco de mis pensamientos y las sombras parecen cerrarse alrededor de mí, es entonces cuando siento la ausencia de ese amor verdadero. Pero aún así, mantengo la esperanza de que algún día, alguien llegará a mí y me verá no solo como un ser humano con sus defectos y virtudes, sino como una persona con sueños y deseos profundos.

Con mis amigos imaginarios a mi lado, me dirigí al trabajo, una oficina aburrida situada en el noveno piso de un viejo edificio en Corea del Sur. El lugar era tan monótono que a veces me preguntaba si realmente estaba allí o si todo era producto de mi imaginación. Recuerdo que me senté en mi cubículo, rodeado de paredes grises y ventanas que daban a un pasillo oscuro. Era allí donde me dedicaba a lo que amaba: escribir informes y redactar noticias.

Aunque sabía que mis trabajos quizás no serían aprobados por los altos mandos, no dejaba de hacerlos. Creía firmemente en la importancia de la verdad y la honestidad en el periodismo, incluso si eso significaba enfrentar la desaprobación. Los periodistas novatos, con sus manos temblorosas y sus miradas ansiosas, me llevaban sus borradores con gran esmero, tratando de darles vida y sentido.

A veces, me imaginaba a mí mismo como un guerrero valiente luchando contra el aburrimiento y la monotonía, armado solo con mi pluma y mi imaginación. Me veía como un explorador descubriendo nuevas historias en cada página blanca que tenía frente a mí. Y aunque el mundo exterior parecía distante y desconocido, dentro de ese pequeño espacio, yo era el creador de mundos enteros.

Era un lugar donde podía ser quien yo quería ser: un escritor, un periodista, un aventurero. Y aunque los días eran largos y las tareas repetitivas, siempre encontraba una manera de hacerlas interesantes. Porque para mí, cada palabra escrita era una oportunidad para expresar algo más allá de lo ordinario, para compartir una parte de mí mismo con el mundo.

—Señor Kim Namjoon, le tengo un nuevo reportaje —dijo uno de los novatos, Jeon Jungkook. Sus ojos brillaban invadidos de emoción y le sonreí.

—Seguramente este reportaje saldrá a la luz, Jeon.

—Eso espero —dijo emocionado.

—¿Quién sigue? —pregunté y detrás suyo estaba Kim Taehyung.

—Yo. —Suspiró—. No creo que salga al aire pero me esforcé.

—Seguramente en esta ocasión si sale, Kim. —Intenté animarlo—. Me falta uno, ¿dónde está?

—¡Yo! —Era Park Jimin, iba corriendo. Él siempre llegaba tarde—. Disculpe Hyung, me entretuve revelando unas fotografías.

—Lo bueno es que llegaste.

—Estoy seguro de que este reportaje saldrá a la luz —dijo sonriendo.

—Llevas medio año diciendo lo mismo, Jimin —masculló Taehyung con tono triste.

—Yo creo en Mimi —dijo Jungkook rodeando los hombros del jovencito con su brazo—. Un día seremos los mejores reporteros de Corea del Sur. Créanme.

—Bueno chicos, vayan a buscar más noticias mientras tanto. Yo los leeré, corregiré y enviaré a la oficina del señor Min.

Los tres se fueron caminando lentamente y yo me quedé a corregir sus escritos. Ese día finalicé mi jornada laboral como de costumbre y envié los escritos revisados y corregidos a la oficina del señor Min.

Al salir fui por mi bicicleta, amaba pasear en ella, quién diría que mi medio de transporte quedaría destrozado aquel día...

El ruido fue espantoso y el dolor por fortuna no fue tanto, pero la bicicleta quedó inservible. Un apuesto hombre salió del automóvil que me chocó, era hermoso. Tan alto, tan delgado, con una elegancia y porte que en lugar de envidiar anhelé disfrutar.

—¡¿Estás bien?! —preguntó al verme tirado en el suelo. Mis brazos sangrando.

—Estoy bien —murmuré por lo bajo.

—¿Cuál es tu nombre? Te llevo al médico.

—Mmm. Kim Namjoon.

—¿Kim? Yo me llamo Kim Seokjin, que coincidencia.

—Ese apellido es común en corea —dije intentando ponerme de pie y él me ayudó sosteniéndome de la cintura.

Dios.Mío.Santo.

El cosquilleo que sentí en mi cuerpo fue inusual pero caí desmayado, no por su belleza, sino a causa del impacto.

Después escuché la voz de Kim en mis oídos tratando de despertarme pero no pude. Me dejé ir en un mundo oscuro.

Siempre había soñado con encontrar a alguien que me amara de una manera tan profunda y sincera que llenara cada rincón de mi corazón. Y así fue como, en un momento inesperado y lleno de sorpresa, encontré a esa persona.

Al gran amor de mi vida, Kim Seokjin.