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Prólogo

Palabras de la autora


Hola a todos!

Ha pasado mucho tiempo desde que puse punto y fina a la penúltima entrega de esta tetralogía. Todavía no me creo que haya logrado llegar hasta aquí. Aún recuerdo el día en que toda esta aventura comenzó, fue exactamente un 1 de setiembre de 2012 que estuve una tarde dándole vueltas a la cabeza para escribir una historia fantástica pero que no fuera una más sino diferente; con algo que la identificara conmigo. A como yo soy.

De este modo nació "Los Hijos del Dragón" que, en un principio, simplemente iba a ser un libro, sin continuación ni nada por el estilo. Un único libro vaya jejeje. Pero mientras iba escribiendo la historia, y los personajes cobraban vida propia a través de mis dedos, todo fue tomando un nuevo rumbo y las siguientes partes fueron metiéndose en mi cabeza y evolucionando de una manera trepidante que ni yo misma me esperaba.

Tengo que decir que me siento muy satisfecha con esta saga. Tal vez podría estar infinitamente mejor de lo que está, pero no puedo quejarme del resultado y de la buena acogida que ha ido teniendo durante estos 3 años.

Quiero daros las gracias a todos, lectores, por haber hecho esto posible. Seguramente, si nadie hubiese leído los anteriores no hubiese llegado a donde estoy ahora. Quien sabe. Gracias nuevamente por todo vuestro apoyo: ¡Sois los mejores!

Este último libro lo iré publicando semanalmente, es decir, cada semana habrá capítulo nuevo y, si se puede, habrá dos. Ya se verá, jaja.

Venga que ya no me enrollo más: os dejo con el prólogo y a continuación subiré el primer capítulo. Como siempre, espero vuestros comentarios y espero que me acompañéis hasta el final para ver el desenlace de esta aventura.

Un beso:

Ester.





... y el cielo se tiñó de azul exterminando la oscuridad.

y el villano ladrón del poder temporal,

las huestes que no le correspondían conjuró,

así pensaba matar al Dragón pero éste,

del milenario pasado, trajo una fuerza que nadie imaginó.

¡Calbalga sobre el cielo el heredero de Zingora!

¡Cabalga sin fin hacia tu destino!

"Las gestas de Kanian"





Prólogo

No hay día.

No hay noche.

Ninguna brisa sopla.

Ninguna tormenta altera el orden de las cosas.

El cosmos, siempre imperturbable y oscuro, permanece tranquilo bajo las reglas creadas por el Universo para todo aquel basto reino que gobernaba.

Así de impasible y tranquila se encuentra la Gran Yggdrasil, el árbol de la vida, el árbol que cobija los distintos mundos que pueblan todo el cosmos. Inmóvil, eterna guardiana de las vidas mutables y efímeras, mueve sus hojas al compás de su respiración, al compás de la vida que fluye por su salvia y que nutre los mundos donde los hijos del Universo viven y crean, sufren e incluso algunos perecen.

Y la vida de uno de los dioses de sus mundos se había apagado. Había desaparecido y algo distinto había tomado su cuerpo. Yggdrasil dejó de mover sus ramas para concentrarse en ese hecho. La raíz que sujetaba ese mundo se estremeció y el Gran árbol lo sondeó hasta que percibió algo horrible.

Algo que jamás había pasado antes.

- Supongo que, llegado el momento, los hijos siempre se rebelan contra los padres.

Yggdrasil apartó su atención de aquel mundo que estaba próximo a la devastación para concentrarse en el todopoderoso ser que había acudido a verla. Con la melena negra ondeando a su alrededor y con su habitual toga morada alrededor de su cuerpo antropomórfico, el Universo se aproximó hacia ella e Yggdrasil se puso tensa.

- ¿Sabes? En ocasiones me gustaría no ser omnisciente o, al menos, que se cumplieran las visiones buenas, aquellas que aligeran las cargas y no ponen las cosas tan difíciles como otras.

Deteniéndose a unos metros de su tronco, el Universo la miraba esperando su consentimiento para acercarse o para mantener las distancias. Yggdrasil se mantuvo estática y el Universo avanzó hacia su cuerpo de madera y posó allí su gran mano; una que podía destruir sin esfuerzo tanto una estrella como uno de los mundos que ella sujetaba y cobijaba.

- Yggdrasil - la llamó con infinita ternura y tristeza -, he deseado tanto poder volver a tocarte.

El Gran árbol no le contestó y se limitó a intentar que el calor que desprendían los dedos del Universo no le agrietaran la coraza de madera que ocultaba a la otra entidad gemela del Universo: la entidad femenina escondida entre capas y capas de madera. La verdadera Diosa suprema Yggdrasil.

Al principio de los tiempos, cuando el choque de energías creó el universo, éste estaba compuesto de dos partes: lo masculino y lo femenino; dos potencias diferentes y a la vez complementarias que se necesitaban la una a la otra para poder subsistir. Uno tenía el poder de verlo todo y de saberlo todo, la otra de crear y sujetar distintos mundos.

Eran el equilibrio perfecto.

Un día, aquellas dos partes se separaron y tomaron cuerpo y forma: una masculina y la otra femenina. Uno se llamó Universo y la otra Yggdrasil. El primero entregaba la vida y la otra la gestaba y engendraba para darla a luz. De ellos dos nacieron las estrellas y los mundos porque, a pesar de tenerse el uno al otro, se sentían solos y su amor manifestaba el deseo de crear vida y más vida. De ese modo nacieron los Dioses Primigenios, aquellos que poseían el poder de resurrección para volver a nacer de Yggdrasil y del Universo.

Más, al poco tiempo de que sus hijos poblaran los mundos que Yggdrasil sujetaba con su infinito poder, la Diosa empezó a implicarse demasiado con aquello que pasaba en los reinos de sus hijos. Yggdrasil veía horrorizada que algunos mundos eran crueles, ruines y que aquellos a los que ella había otorgado vida, regían con injusticia y maldad aquello que ella mantenía en pie.

Indignada y furiosa, Yggdrasil se encargó de destruir aquellos mundos, de hacerlos desaparecer a la vez que se negaba a que sus malvados hijos volvieran a nacer de su vientre.

- No puedes destruir esos mundos, Yggdrasil - le dijo el Universo intentando hacerla entrar en razón.

- No defiendas a esos monstruos que hemos creado - le reprochaba ella con lágrimas de fuego en sus ojos.

- Debes entender que todo tiene que tener su contrario; que debe haber un equilibrio en todas las fuerzas. Es inevitable que haya maldad si hay bondad. Si continúas así, harás que el cosmos sea un caos y entonces, todo lo que es bello sucumbirá al mal y al desorden absoluto.

A pesar de saber que el Universo tenía razón, Yggdrasil fue incapaz de aceptar aquella realidad. Por ello, el Universo, que sabía el horrible futuro que les esperaba a sus hijos y a los seres mortales de todos aquellos mundos, transformó a Yggdrasil en un poderoso y gigantesco árbol, encerrando el cuerpo de su amada en el corazón de su tronco con unas cadenas fabricadas a partir del los agujeros negros de las estrellas muertas, lo único capaz de mantener el poder de una fuerza primigenia dormida.

Al estar sellada, Yggdrasil era incapaz de neutralizar los mundos y de no dar vida a sus hijos primigenios, pero como ya no podía unir sus poderes con los del Universo, Yggdrasil, obligada a engendrad vida sin cesar y a sujetar los mundos, daba nueva vida a nuevos dioses que, una vez muertos, jamás podrían regresar.

Desde entonces, habían pasado millones de años y aquella era la primera vez que ella le permitía tocarla de nuevo.

- Algún día me perdonarás - le había dicho él después de condenarla a aquella prisión.

Sí, tal vez algún día lo hiciera.

Lo añoraba tanto.

Pero aún estaba resentida con él por haberla traicionado. Más algo lo atormentaba demasiado y eso hizo que su corazón se tambaleara y que sufriera por él. Jamás lo había visto así.

- ¿Has sentido la muerte de Cronos? - le preguntó mientras le acariciaba la corteza. Ella movió sus hojas como respuesta afirmativa antes de susurrar:

- Ha sido algo muy extraño. Cronos a desaparecido durante unos momentos y después lo he vuelto a sentir pero de un modo diferente.

- Un modo no divino - dijo el Universo.

- Ha aparecido en otro cuerpo y ahora ya no es lo que era.

- Jamás volverá a serlo, pero su existencia supone el curso del tiempo.

Yggdrasil volvió a agitar las hojas de sus enormes ramas mientras el Universo se sentaba sobre la raíz de aquel mundo que acababa de perder a su Dios del Tiempo: el Midgar.

- Hice lo que pude para evitar un mal mayor - le confesó el Universo - y, aún así, el camino que les espera será arduo. Puede que no lo consigan.

- Urano y Gea son fuertes - dijo ella con firmeza. Conocía perfectamente a todos sus hijos porque siempre los observaba.

- Le tengo una alta estima; Urano fue nuestro primer hijo.

¿Cómo olvidarlo? Yggdrasil le acarició una mejilla dulcemente con una de sus ramas bajas.

- No quiero que sufra - continuó el Universo -. En verdad odio que nuestro hijos sufran. Algunos se lo buscan y no me queda más remedio que intentar mirar hacia otro lado para no ver como caen en el abismo. Pero con él... Simplemente soy incapaz de ser objetivo y no sabes como me duele tener que castigarlo cuando desobedece las leyes del cosmos.

Ella lo sabía y así se lo hizo saber al trasmitirle su calor a través de la madera. El Universo apoyó el rostro en su tronco y ella deseó que aquellas cadenas que la sujetaban se soltaran y poder extender sus brazos y acunar aquel ser tan poderoso y eterno, y a la vez tan sumamente triste y vulnerable.

- Le he visto morir cientos de veces en mis visiones y dos de ellas se cumplieron. Ahora, la muerte vuelve a rondarlo, pero eso no es lo peor. La muerte también va a por Gea y si ella muere...

Su amado no pudo continuar e Yggdrasil no se atrevió a preguntar. Cada día agradecía con mayor intensidad el no ser capaz de ver todo lo que ocurriría a cada segundo en cada época futura.

- Gea es la única cosa que Urano ha amado realmente, la única que amará hasta que no le quede aliento. Si Gea muere, no sólo destruirá ese mundo, sino que se destruirá él también una y otra vez. Cada vez que renazca y recuerde a Gea, morirá y así será eternamente. Una espiral de autodestrucción sin fin. ¿Y qué haré yo? Nada. Lo único que podré hacer es verlo consumirse hasta que, por compasión, lo libere de su renacer.

La deidad femenina sintió la calidez de las lágrimas de su parte complementaria y su yo interior también lloró. A pesar de tener una vida efímera, los mortales tienen el consuelo de poder rogarle piedad y clemencia a los Dioses. Más, ¿y los Dioses? ¿A quién podían rezarle ellos?

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