Capítulo ventidos
El alma de una reina
- ¿¡Cómo te atreves a denunciarme!?
- ¡Es lo que te mereces por interponerte en mis negocios!
- ¿Tus negocios? ¿Acaso yo tengo la culpa de que prefieran venir a comprar a mi establecimiento?
- ¡Claro que sí! ¡Tú y tus ridículos precios vais a acabar por hundir a mi familia!
Chisare se apretó el puente de la nariz con el índice y el pulgar de su mano derecha antes de exhalar y tomar aire para calmarse y no ponerse ella también a gritar. Había olvidado lo complicado que era acudir a las audiencias reales que se celebraban cada dos días para atender las peticiones del pueblo llano y de la nobleza. Como reina de Senara, había acompañado en ocasiones a Iarón en algunas de ellas y otras veces ella misma había impartido la justicia en nombre del rey cuando éste había estado ausente.
Pero hacía tantos años de eso que no recordaba que había que mantener la sangre y la cabeza fría para aguantar los disparates, los insultos y, en ocasiones, las malas formas de los solicitantes. Hacía tanto que había aceptado que su época de reinado había concluido que cuando le dijeron que debía asistir a las audiencias para impartir la justicia en nombre de Kanian, la Dama de Gea detestó un poquito a Araghii por haberse marchado y haberla dejado al mando.
Aunque entendía perfectamente el porqué lo había hecho no iba a darle las gracias. A su lado, en pie, el secretario Dertó dio dos golpes al suelo del salón de audiencias con su cayado. El sonido del hierro contra el mármol blanco y brillante llamó la atención de los dos tenderos que callaron al instante y miraron a Chisare con respeto.
La mujer no sólo parecía una reina sino casi una diosa inalcanzable: una estatua de oro imponente. Su cabello rizado caía en ondas por su espalda y hombros con algunas trenzas entretejidas con hilo plateado. Una diadema de plata con un ámbar en el centro acentuaba el color marrón de sus ojos al igual que el ligero maquillaje cálido que los adornaba. Su cuerpo, sentado recto y exudando majestuosidad, ocultaba su piel con una túnica rosa pálido de tirantes ajustada en el pecho con una tira gruesa dorada con diamantes. La tela bajo su pecho caía diáfana y ligera hasta su vientre donde se abría y mostraba unos pantalones verdes de cuero y unas botas negras hasta las rodillas.
En sus muñecas, apoyadas en el reposabrazos de el gran sitial de madera, lucía sendas pulseras de oro y plata al igual que un brazalete en el bíceps izquierdo. Estaba muy hermosa y parecía una guerrera a punto de sacar la espada y ponerse a luchar a la vez que parecía un hada de los bosques a punto de salir a correr y a jugar con cualquier incauto que quedase fascinado bajo el hechizo de su mirada.
- A ver si lo he entendido - dijo la Dama mirando a los dos hombres que la contemplaban anonadados a pesar del enfado que tenían el uno contra el otro -. El denunciante, es decir el panadero, ha interpuesto una demanda contra el pastelero porque le está quitando la clientela de su establecimiento a consecuencia de que ahora ya no se dedica a hacer pasteles y tartas sino que hace pan.
- Así es, señora - dijo el panadero restregándose las manos en los muslos -. Cada día viene menos ciudadanos a comprarme pan y mi familia y yo estamos comenzando a pasar penuria.
- ¿Y eso que tiene que ver conmigo? - se quejó el pastelero que ahora se las daba de panadero -. Yo también miro por mi familia.
- ¿Que qué tiene que ver contigo? Asquerosa boñiga de Orequs - soltó el panadero con el rostro rojo de ira.
- Orden - llamó Dertó con su cayado apuntando amenazadoramente a los dos hombres.
- ¿Por qué ahora eres panadero? - preguntó Chisare al pastelero -. No has notificado ningún cambio de oficio a la administración.
- No lo he hecho por gusto, señora - explicó el hombre mirando de reojo al que lo había denunciado -. Mi pasión siempre ha sido la pastelería y no deseo cambiar de oficio ni de negocio.
- ¿Entonces?
- Desde el ataque de los Señores del Dragón, la ciudad ha perdido su esplendor y muchas personas han perdido sus bienes tanto materiales como personales. Nadie tiene ganas de pasteles, tartas o dulces y mis clientes escaseaban. Debía buscar algún modo de no molestar más a la administración y buscarme yo mismo un nuevo modo de ganar el sustento que mi familia necesita y también el dinero que hace falta para pagar impuestos y a mis proveedores.
- Comprendo - asintió Chisare comprensiva -. ¿Cómo has logrado que casi todos los habitantes de esa zona te compren el pan a ti?
- ¡Porque lo vende a un precio irrisorio! - exclamó el panadero al borde del llanto -. Es un precio tan cómico que a mí me va a costar la ruina si no hace algo, señora.
La Dama de Gea sintió una profunda empatía con los dos hombres. Comprendía perfectamente las preocupaciones de uno y de otro: lo único que querían aquellos dos hombres era sacar a su familia adelante después de una batalla muy dura y cruel que había supuesto casi la ruina de la ciudad laberinto. No se les podía reprochar intentar sobrevivir al coste que fuese, pero ella no pensaba sacrificar a uno de los dos por el bien del otro.
- Panadero, ¿tu obrador es muy grande?
- Lo es, señora - le aseguró con cierto orgullo a pesar de la situación que estaba viviendo en sus carnes -. Mi establecimiento es el más grande del distrito este.
- Bien entonces escuchad mi sentencia: los dos vais a ser socios hasta que las cosas se solucionen. Los dos trabajareis en el obrador de la panadería y, codo con codo, haréis los mejores panes de la ciudad. El precio será un equivalente entre el precio que tenía el panadero y el del pastelero. Ni para uno ni para otro e iréis a medias: la mitad de los beneficios para cada uno al igual que el gasto de materiales y tributos para la administración de la ciudad.
Los dos hombres al escuchar su decisión, se miraron mutuamente con los ojos iluminados de esperanza. ¿Por qué no? Era una buena idea, así ninguno de los dos sufriría y podrían seguir viviendo hasta que Mazeks recuperara el esplendor y la normalidad. Los dos hombres, que habían sido amigos antes de la disputa, se reconciliaron y se pidieron disculpas por no haber pensado esa solución ellos mismos. Los amigos y vecinos debían apoyarse y ayudarse mutuamente en las dificultades, era un principio que no iban a volver a olvidar.
- ¿Queda alguien más? - preguntó Chisare al secretario.
- No. Por hoy ya hemos terminado con esto - respondió Dertó con una sonrisa animosa. Chisare le correspondió a su amabilidad y se levantó del gran sitial de madera para estirar las piernas.
La bella Hija de los Hombres traspasó la puerta de la sala de audiencias y se dirigió al despacho del antiguo gobernador de la ciudad que ahora le pertenecía a ella. No había tenido noticias del pequeño grupo de rescate desde que partieron a los Bosques Sombríos hacía ya dieciocho días y eso la tenía sumamente intranquila. A pesar de que tenía fe y esperanza en sus niños, Chisare no podía evitar sentirse demasiado sola.
Jamás había estado separada de los gemelos por mucho tiempo y normalmente siempre había uno de ellos dos que permanecía a su lado. Tenerlos a ellos ayudaba a que los recuerdos y el dolor que mantenía escondido bajo mil cerraduras permaneciese en calma; tan tranquilo como las aguas de un estanque. Sin embargo, sin ese escudo, las cerrojos se abrían fácilmente y toda la pesadumbre y la amargura regresaban a ella y la golpeaban con fuerza.
Cuando llegó al despacho se apoyó con las dos manos sobre la mesa en la cual descansaba un mapa de Nasak. Todo su cuerpo temblaba y un repentino dolor en el estómago hizo que se doblara. La sonrisa de Fíren acudió a su memoria y después escuchó con nitidez su risa, aquella risita sincera y tan cristalina que era capaz de llenar de calidez hasta las almas más perturbadas y oscuras.
- Cuida de mi hijo.
Las palabras de Beresta la apuñalaron. No fue capaz de proteger a su pequeño, al niño que ella había criado como si fuese carne de su carne. Fíren era una criatura inocente y el hijo del hombre que ella siempre había amado y que continuaba queriendo a pesar del amor que sentía por Araghii.
Araghii... Lo añoraba. Necesitaba que aquel hombre grande apareciese como un niño asustado de madrugada a su dormitorio para abrazarlo con fuerza. Calmando el dolor de él calmaba el suyo propio también. Araghii era su panacea, una nueva cura en los momentos más duros y complicados. No era de hierro, no era una mujer tan valiente como muchas otras. Los años y todo lo vivido le pesaban en la espalda y en el alma.
Muchas veces había deseado morir en su juventud hasta que Gea la eligió como una de sus Damas y pudo escapar del infierno hacia el palacio real de Senara. Allí conoció a su mejor amiga Criselda y a Iarón, el único hombre que no la miraba como si fuera una basura por no ser virgen. En Senara era tradición que las jóvenes casaderas portaran el pelo corto, símbolo de pureza y castidad. Ella nunca pudo llevarlo corto una vez tuvo la edad suficiente para hacerlo: antes de que le viniera su primer sangrado, su familia ya había abusado de ella para después venderla al mejor postor.
A Iarón no le importó. A Criselda tampoco y siempre le tendió la mano, siempre la miró con respeto y la admiró por ser una Dama de Gea.
- Eres una mujer valiente y hermosa - le decía su amiga.
La mujer se apartó de la mesa y se acercó a los ventanales abiertos para contemplar el cielo despejado. Se abrazó a si misma mientras apoyaba el hombro en el cristal. Araghii no había sido sincero con ella pero tampoco ella lo había sido con él. Tal vez debería haberle explicado su pasado, decirle lo que hizo su familia con ella. Pero eso era el pasado, uno muy lejano que había aprendido a aceptar y enterrar gracias a Iarón. El amor de su rey había sanado su dolor al igual que el amor de Fíren antes de que naciera su hija Beresta y todo su amargo pasado desapareciera.
Pero, por imposible que pareciera, ahora lo recordaba. El sufrimiento de aquellos días negros estaba regresando a su memoria y la antigua reina de Senara era incapaz de volverlos a enterrar. Conocer el pasado de Araghii había reabierto la herida y había encendido la llama apagada de sus recuerdos. Podía verles el rostro, sentir aquellas manos en su piel, aquellas lenguas y bocas...
Chisare tembló y una gruesa lágrima rodó por su mejilla.
"Te echo de menos Iarón."
Pero a Araghii lo añoraba muchísimo más.
Con su Iarón se había resignado, se había acostumbrado a vivir sin él pero no se veía con fuerzas para vivir también sin Araghii y sin sus niños. Por eso comprendió al fin las palabras de Iarón el día de su muerte. Entendía el porqué de su alegría por morir él en vez de sobrevivir y verla a ella morir. Nadie puede soportar perder más de una vez a la persona que tiene tu corazón.
- Dama - la llamaron desde la puerta.
Chisare se limpió la lágrima con maestría haciendo ver que se colocaba bien un mechón de pelo y se giró hacia uno de los muchos ayudantes del antiguo gobernador de la ciudad. Aquel hombre era uno de los encargados de la transmisión de mensajes y del correo. El corazón se le aceleró mientras se acercaba a él y veía que éste le ofrecía un papel.
- Acaba de llegar hace unos minutos. Es del príncipe Kanian.
Los ojos miel de ella se iluminaron mientras leía la escueta misiva:
Tía:
El plan de conquista de los Bosques Sombríos ha sido un éxito. La amenaza de los científicos ha sido neutralizada. Todos estamos bien pero hemos perdido a Cascabel. Pronto estaremos allí con los Activistas apodados "del pueblo".
Kanian
- ¿Fena sabe esto? - le preguntó.
- La gran sanadora no se encuentra en el Palacio, Dama, está en la escuela de sanadores impartiendo clases y ayudando a los necesitados.
Chisare asintió. Después del duelo por la muerte de su esposo, Fena iba mucho a la escuela para evadirse y no sucumbir a la pena. Era bueno para la Sanadora dorada ayudar a sus compañeros de profesión y a todos aquellos hombres, mujeres, niños y ancianos que acudían allí para obtener remedios para los enfermos de antes del ataque y los nuevos.
Muchos soldados habían quedado inservibles al igual que algunos ciudadanos. Muchos habían perdido miembros, otros habían sufrido terribles quemaduras y necesitaban remedios que les ayudaran a seguir adelante y algunos tenían dinero para pagarlo y otros no.
- Envía a alguien para que la avisen y haz otro tanto con Zelensa y Corwën - ordenó.
El hombre asintió y se marchó. Chisare sonrió ante la buena noticia a pesar de que sintió tristeza por la muerte de Cascabel. No había tratado mucho con los hombres de Araghii pero sí lo había hecho con Mochuelo y éste le había contado muchas historias pasadas con sus camaradas. Cascabel era una persona relajada, con mucho humor negro y un gran sonsacador de información. Era capaz de caramelarse a todo aquel que fuese demasiado incauto como para caer en sus redes y gracias a eso la vida del grupo de Araghii había sido más fácil.
¿Cómo se tomaría el joven la noticia del fallecimiento de otro de sus amigos? Mochuelo no parecía levantar cabeza desde la muerte de Carroñero y Tocino y su enfermedad y la protección de Araghii no ayudaban. Aunque estaba mejor de su tuberculosis, Araghii no quería involucrar más al muchacho en aquella cruenta guerra. Era muy joven y ella sabía de buena mano el afecto que el general tenía por el chico. Quería protegerlo porque no quería tener que enterrarlo. Para él, Mochuelo era su reflejo, un niño solo y abandonado que necesitaba la protección de sus mayores.
No lo dejaría ir a la guerra y el chico lo sabía. Y eso era lo que más lo mortificaba.
"Al menos tiene a Kotsë."
La hija de Zel y Malr había sido una bendición para él. Es en lo momentos de dolor y de mayor necesidad cuando el sufrimiento es capaz de unir a las personas. Y ese dolor que anuda a dos corazones heridos puede llegar a convertirse en amor.
Dolor y amor.
Amor y dolor.
Las dos caras de una misma moneda. Cuando una cara está abajo la otra está arriba y viceversa.
- ¿Es cierto que Kanian y los demás están a punto de llegar?
Corwën, recuperada, apareció en la sala tan llena de vitalidad y hermosa como lo había estado antes de que el veneno de las flechas enemigas acabaran con su vida. Portaba todo su cabello trenzado recogido en una cola alta y un vestido verde del mismo tono que el de sus ojos. La tela ligera y suave de su vestido tenía perlas engarzadas en la parte de arriba del mismo y todo él se ataba a su cuello mediante las perlas pues era como si éstas hiciesen un collar. Tras ella su hija Anil mostraba un aspecto similar. Su cabello rizado color caramelo caía suelto tras su espalda que el vestido escarlata que portaba dejaba al descubierto. Ligero y abierto por el costado izquierdo, mostraba gran parte de su esbelta pierna.
- Sí, acaba de llegar un misiva - y se la mostró. A la general se le iluminaron los ojos.
- Todos están bien - le dijo a su hija.
- Menos Cascabel - dijo Anil compungida -. Era un hombre muy gracioso y espontáneo. Me caía bien.
- Es un milagro que hayamos acabado con la mayor amenaza que teníamos después de los Señores del Dragón. Por mucho que Kerri tenga los poderes de Cronos, ahora nosotros volvemos a tener ventaja - dijo la Hija del Dragón emocionada -. Su muerte no será en vano, hija.
Anil asintió y Chisare también lo sintió así a pesar de que estaba segura de que no había sido un milagro lo que había permitido esa conquista. Había sido Gia: Cronos. Aquellos dos seres que ahora eran uno eran el as en la manga que poseían y si juntaban esa fuerza y la de Nïan... Tal vez aquella guerra terminase pronto y por fin Kanian pudiera sentarse en el trono que le correspondía por derecho y designio de los Dioses de la creación.
- ¡Dama de Gea! ¡Señora Chisare!
Aquellos gritos alarmaron a las tres mujeres y la Dama se apresuró a salir al pasillo seguida de Anil y Corwën.
- ¿Qué sucede? - preguntó mientras se acercaba a ella un muchacho con el rostro ceniciento y acongojado.
- Alguien se acerca a la ciudad. Son muchos.
- ¿Señores del Dragón?
El chico negó con la cabeza.
- No, pero tampoco sabemos quienes son. Los vigilantes ya han ido raudos a avisar a los soldados de los cuales disponemos.
- Has cumplido avisándome, ahora ve a tu puesto.
El chico le hizo una reverencia y se marchó corriendo.
- Iré a por mi espada - dijo la general con el ceño fruncido.
Chisare asintió y el pequeño grupo se separó: Corwën fue a por su arma especial para esgrimirla con un solo brazo mientras Anil y ella salían del Palacio de los Reyes hacia la armería y tomaban armas de los expositores. Chisare se colocó una espada corta y ligera en el cinto y Anil cogió un arco pequeño y flexible y un carcaj lleno hasta arriba de flechas.
Las dos mujeres pronto fueron alcanzadas por Corwën que corría hacia ellas como una gacela con su espada en la espalda. Las tres mujeres corrieron hacia la entrada de Mazeks la cual estaba siendo reconstruida allí donde el ejercito de Kerri había destruido parte de la muralla que la protegía. Al llegar allí, vio que el ejercito superviviente de la ciudad estaba dispuesto en filas, armado y con las armaduras puestas. La Dama de Gea caminó hasta la vanguardia donde encontró a los jefes de batallón hablando entre ellos. Al ver a las tres mujeres, los jefes les hicieron una reverencia con un gesto de la cabeza y Corwën, como general del rey legítimo, se puso al mando.
- ¿Qué está pasando? - quiso saber Chisare mientras Corwën secundaba su pregunta con sus ojos verdes.
- No lo sabemos, señora; generala - dijo uno de los veteranos de la ciudad -. Los vigilantes aseguran que no son Señores del Dragón pero tampoco sabemos si son amigos o enemigos. Vienen muchos y no ondean ninguna bandera blanca o algo que nos haga pensar que vienen en son de paz.
- ¿Tenemos armas para hacerles frente a distancia? - preguntó Corwën.
- Algunas catapultas pero poco más. Los recursos para la reconstrucción de Mazeks son escasos y tampoco disponemos de mucha mano de obra para todo. Hemos dispuesto algunos arqueros en los tramos de muralla que están en pie.
Corwën asintió y Chisare observó con interés la mancha que se acercaba a ellos. Entonces vio algo que le llamó la atención.
- ¿Alguien tiene un catalejo? - preguntó. El jefe de batallón llamó a uno de los observadores de su regimiento y le entregaron un catalejo. La mujer miró hacia la masa de jinetes que se acercaban al galope y distinguió un símbolo en uno de los que iban a la cabeza con una armadura: una estrella en un fondo oscuro.
- ¿Qué veis? - le preguntó Anil al verla con el rostro perlado de preocupación.
- Es el grupo Activista del norte, el que está cerca del antiguo palacio de Senara.
- ¿Activistas decís? - dijo el veterano y los demás jefes de batallón empezaron a murmurar sorprendidos -. ¿Por qué no ondean una bandera blanca para indicarnos que son aliados?
- No lo sé - dijo la mujer mientras retornaba el catalejo.
- Máxima alerta, soldados - masculló la general más alerta que un gato -. Esto no me gusta y tal vez no vengan en son de paz.
Al cabo de unos minutos, cuando los jinetes del grupo norteño estuvo lo bastante cerca para poder hablar a gritos, el jefe de todos ellos, aquel que portaba aquel emblema en la armadura, hizo que su caballo se adelantara.
- ¿¡Dónde está el Dragón!? - vociferó -. ¡Exijo hablar con ese que dice ser el príncipe Kanian!
Chisare, con Anil a la zaga y dos soldados, se acercó a la entrada de Mazeks. Sus botas se llenaron del polvo de la graba de la calle principal de la ciudad.
- No está aquí - respondió la mujer mostrándose fuerte y serena como una reina. Inquebrantable.
- ¿Quién eres tú? ¿Dónde está él?
- Soy Chisare, esposa del difunto rey Iarón de Senara - respondió alzando la barbilla -. Y tú deberías saber dónde está el rey. Uno de sus generales avisó a todos los grupos activistas para que ayudaseis en su rescate.
- Yo no pienso obedecer a criminales que se hacen pasar por generales, reina de Senara - dijo el hombre con desprecio -. Parece ser que eres más difícil de eliminar que Xeral.
- Xeral está muerto. Lo mató el rey legítimo - mintió la Dama de Gea. Todo el mundo creía que había sido Nïan su asesino, así lo había hecho creer Kerri para ganarse el favor de los partidarios de su padre y ella no iba a perder la oportunidad de amedrentar un poco a aquel hombre del cual no se sabían las intenciones.
- Por mucho que digan, sé que fue su hijo quien lo mató. Kerri es muy poderoso y peligroso.
- Si tanto sabes, sabrás también que Kanian casi lo mata en la última batalla. Él puso en fuga a los Señores del Dragón.
- Y aún así fue capturado.
- Ya está libre de nuevo y se ha hecho con el control de los Bosques Sombríos y de los científicos. Pronto volverá y con él la esperanza de recuperar esta tierra.
El hombre, de unos cuarenta años, empezó a reír a carcajadas y Chisare tuvo un escalofrío y un mal presentimiento y sus malos presagios nunca fallaban.
- ¿Esta tierra? ¿Qué tierra? Kerri es poderoso, mucho, y mil veces más inteligente y letal que su padre. Lo sabe todo - le aseguró - conoce cada guarida activista, la red de espías y también todos los que nos ayudan. Ha cortado el grifo de suministros, a acabado con nuestros espías y a venido a por nosotros. Los activistas de las montañas se han unido a él y vinieron a traición. ¡Nos masacraron! - gritó con los ojos inyectados en sangre.
¿Los Activistas de las montañas?¿Delos había llegado tan lejos por ambición?
- ¿Dónde estaba el Dragón? - prosiguió a voz e grito - ¿Dónde estaba el heredero de Zingora cuando las espadas y las hachas nos acribillaban? ¿Dónde estaba el destinado a reinar cuando mi esposa y mis hijos morían ante mí?
Los recuerdos más dolorosos de la Dama regresaron a ella como un fogonazo de luz. Vio a Iarón siendo sepultado por los escombros del palacio, vio su vientre plano y a su bebé nonato envuelto en una sábana teñida de escarlata. Vio a Beresta muerta, a su nieta Vritel mientras le confiaba el cuidado de sus gemelos... El cuerpo sin vida de Phoxi desfigurado y cubierto de sangre y de escombros con el colgante que sus hijos le habían regalado todavía intacto en su cuello.
A su Giadel con el cráneo destrozado.
La que fue reina una vez no apartó la mirada y aguantó el odio y el rencor de aquel hombre con entereza y con valor.
- Todos hemos perdido algo en esta guerra. No verás a nadie de esta ciudad que no haya sufrido una perdida injusta - habló ella sin traslucir sus emociones. La espada en su cadera le quemaba. Dioses, están demasiado cerca para poder apuntarlos con las catapultas -pensó.
- ¿Y por qué debería perder yo algo o algunos de los que me acompañan? Yo no había nacido cuando empezó todo esto. ¡Yo no elegí nacer de padres Activistas!
- Pero es lo que eres y por lo que has luchado siempre.
- Yo luchaba por Hoïen y ahora el gran General Rojo está muerte. ¿Kanian? Yo no conozco a ese que dice ser mi rey.
Chisare sintió el descontento de los soldados y la furia de Corwën a lo lejos y la de los jefes de batallón. Nïan había salvado la ciudad de Kerri y estaba dispuesto a dar su vida por todos ellos; así lo demostró en la batalla y después de la misma al ocuparse de la reconstrucción de Mazeks y a ayudar en mantener la ciudad a flote para que no cayera en la desesperación.
- Hoïen murió por su rey que era para él algo más que un monarca: era el hijo de su mejor amigo, del que fue para él como un hermano.
- No. Hoïen murió por una ilusión. Por algo que pereció el día en el que el rey Varel murió.
El hombre desenvainó su enorme espada y Chisare retrocedió un paso mientras se llevaba la mano a la empuñadura de su arma y veía como Anil colocaba una flecha en su arco y los dos solados que la habían acompañado desenvainaban sus hojas.
- Pero aún nos podemos salvar - dijo con una voz que dejaba traslucir su estado de desesperación y enajenación -. El rey Kerri nos perdonará si acabamos con vosotros y será muy fácil porque el Dragón no está al igual que sus mejores guerreros. Estáis sola, reina. ¿Qué haréis?
- Luchar - dijo Chisare desenvainando la espada -. ¡Luchar hasta mi último aliento! ¡Corwën, que no entren en la ciudad! - exclamó mientras corría a la contienda. Mazeks ya había sufrido suficiente para que todo el trabajo hecho fuese destruido.
-¡Arqueros! - gritó uno de los jefes de batallón.
Una lluvia de saetas cayó sobre los jinetes, un número aproximado de sesenta hombres con algunas mujeres. Con escudos en su haber, muchos de ellos se cubrieron antes de que los punzantes proyectiles impactaran contra ellos. Otros no fueron lo suficientemente rápidos.
- ¡Proteged a la Dama de Gea!
- ¡Al ataque!
Chisare, veloz como el viento y llena de una determinación que ni los Dioses serían capaz de arrebatarle, fue a por el cabecilla de aquellos hombres pero había desaparecido de su campo visual ya que sus seguidores parecían haberlo adelantado. Mascullando, la mujer cercenó el costado de un caballo y el animal aplastó a su jinete al caer sin que éste pudiese hacer nada para evitarlo.
Anil, a una distancia prudencial, lanzaba flechas a los caballos y sus saetas y la de los arqueros en los muros obligaron a los jinetes a bajar de sus equinos y a luchar lejos del alcance de los proyectiles. Ahora, como se habían mezclado entre ellos, los arqueros dejaron de lanzar flechas para no dañar a los suyos y se mantuvieron en sus puestos para derribar a algún enemigo que se acercara demasiado a la ciudad.
Ellos no eran mucho. La batalla contra los Señores del Dragón había mermado la fuerza bélica de la ciudad laberinto, ciudad que nunca había sido belicosa y que no disponía de muchos soldados. Ellos eran ochenta guerreros y quince arqueros. Todas las cartas estaban sobre la mesa y los activistas del norte tenían a su favor la rabia y el dolor de la reciente perdida de hogar y familiares. La promesa de Kerri era el veneno que los impulsaba a conseguir la cura a la ponzoña: la victoria.
La victoria era el salvoconducto para la paz y la recuperación del hogar perdido y la promesa de un futuro prometedor.
Un futuro sin sangre y sin muertes.
Con agilidad y destreza, Chisare se enfrentó a todo aquel que se lanzaba a por ella en su camino por hallar al cabecilla, lo único que detendría aquella locura. ¿Activistas luchando como enemigos? Kerri había logrado algo que nadie llegó a imaginar jamás aunque Chisare sabía que había hombres y mujeres como Delos: con el ansia del poder en su interior capaces de envenenar el alma de los demás y cometer las mayores injusticias.
Un brazo voló cerca de ella cuando la Dama se agachaba para cercenar una pierna y después pegar un fuerte rodillazo en el rostro de uno de sus contrincantes. El tabique nasal se hundió muy adentro y la sangre comenzó a chorrearle por los ojos y la nariz destrozada. La mujer avanzó defendiéndose como la bestia más letal y amenazadora mientras Anil iba ayanandole el terreno con la ayuda de sus flechas.
La única hija de Corwën con su esposo Lenx había cambiado enormemente desde su encuentro con las Erinias. Ya no le temblaban las manos, su pulso era muy firme y su rostro no tenía ni una ínfima sombra de vacilación o duda. En su rostro de ángulos delicados y muy femenino había concentración y determinación. La batalla de Mazeks los había cambiado a todos de un modo o de otro y a Anil la había hecho más fuerte. Era como una rosa, hermosa y delicada pero con espinas capaz de dañar al más confiado.
Chisare esquivó con soltura a una mujer que caía sin vida con dos flechas clavadas en el centro de su frente despejada. La mujer bloqueó un ataque por la derecha. Un chico de no más de catorce años la miraba con los ojos llenos de lágrimas. En sus iris podía leer el odio y la sed de venganza. El miedo. Era muy joven para guardar en su corazón tanto rencor y tanta desesperación.
¿Cómo iba a poder eliminar a un niño?
Su mirada asesina y también llena de pavor la hicieron dudar. ¿Habría más chicos jóvenes? ¿Niños? ¿Cómo osaba ese hombre utilizarlos para arrebatarles la ciudad? ¿Por qué había decidido obcecarse por el camino errado e ir en contra de Kanian y a favor de Kerri? Kerri los había invadido, los Activistas de las montañas - oh, por Gea - los habían traicionado a todos. Delos se había sumado a las filas del monarca y éste los tenía a todos en sus manos.
Si sólo confiasen en Nïan para que los ayudase a recuperar sus tierras.
Si él estuviera aquí.
Sus dudas la hicieron vacilar y esa vacilación hicieron que no se diera cuenta de que el muchacho con el que combatía era un simple señuelo y que el líder de los norteños estaba a su espalda. Anil tampoco lo vio ocupada como estaba en alejarse de los enemigos para no acabar acribilladas por los aceros. Corwën tampoco pudo hacer nada para avisar a la Dama de Gea.
El golpe llegó en silencio y por la espalda. Los traidores iban bien pertrechados y armados, los guerreros de Mazeks también. Pero ella no. No portaba ningún tipo de armadura o de protección y aun así se había lanzado la primera a la batalla. El latigazo de la espalda y el fuerte dolor sordo que lo acompañó hicieron que la vista se le desenfocara unos instantes y que perdiese el equilibrio. Chisare, encorvada hacia delante sintió que algo caliente recorría su espalda y bajaba por sus piernas. Sus ojos color miel descendieron hacia abajo y pudo ser testigo de cómo se formaba entre sus botas un pequeño charco de sangre.
Sin soltar su espada giró el cuello para ver por encima de su hombro. A su espalda estaba aquel hombre maduro con mirada de lobo hambriento y loco de ira y dolor. La espada que sujetaba entre su callosa mano mostraba una hoja llena de sangre fresca.
- Los dioses te han abandonado, reina - dijo el hombre con la espada en alto dispuesto a acabar con ella -. Nadie va a salvarte - le aseguró.
Paralizada y sintiéndose impotente, Chisare esperaba el golpe fatal pero un ligero estruendo conocido reverberó en el aire y un proyectil pequeño seguido de otro impactaron en la sien de su asesino. La sangre manó de su herida mientras el cuerpo del líder caía sin vida y un rugido salvaje y animal silenció cualquier otro sonido. Una gran silueta azul cayó del cielo y se posó justamente a su lado. La luz solar hizo brillar las escamas azules del gigantesco cuerpo alado y la cola del dragón golpeó atronadoramente el suelo.
Todo se detuvo y más de uno no fue capaz de creer lo que sus ojos estaban viendo.
El heredero de Zingora acababa de llegar.
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