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Capítulo veintiocho

El peso del pasado


Los fuertes ruidos que procedían del pasillo asustaron a Rea.

Como un corderito tembloroso, se volvió hacia su madre la cual se había puesto en pie a la vez que soltaba el libro que había estado leyendo. Aquella iba a ser la última noche de Rea como joven casadera y, ante los nervios, le había pedido a Sonus que la acompañara. Sería estúpido negar que estaba terriblemente nerviosa por su inminente enlace y también apenada por los sueños que había tenido que desterrar y desechar hacia un lugar recóndito de su corazón.

La antigua Rea estaba muriendo poco a poco aquella noche para que una nueva renaciera.

Mañana ya no habría vuelta atrás.

Tampoco la quería ya que Cronos había muerto y ella, simplemente, iba a limitarse a cumplir con su papel; con lo que se esperaba de ella desde el día en que fue llevada hasta los brazos de Sonus: casarse con un noble. Lo único que difería de su educación inicial es que en vez de con un hombre de buena posición social y familiar, iba a contraer núpcias con el mismísimo rey.

Con Kerri.

Por eso esa noche quería despedirse de lo que una vez deseó.

Quería despedirse de Cronos y de su amor por él. Ya no tenía caso amar algo que había perecido. Dioses, estaba tan cansada de sufrir.

La chimenea tenía grandes llamaradas y producía un agobiante calor al igual que la madera desprendía un olor resinoso. Sonus, sin decir una sola palabra, la observó con su cuaderno de dibujo en la mano. En ellos sólo había una figura que se repetía constantemente de mil formas distintas y de una belleza inigualable. Ver los dibujos de nuevo, ver el rostro puro que había poseído Cronos le mostró que el cuerpo que había dejado atrás era completamente distinto a cómo había sido en su forma original.

Sí, a simple vista, el cuerpo que ahora le pertenecía a Kerri tenía los mismos rasgos que el Dios del Tiempo y a la vez había adquirido unos propios. El color de sus ojos no era lo único que había cambiado, los gestos y los guiños de sus facciones eran distintas siendo las naturales de Kerri y no las que tanto añoraba vislumbrar. Kerri poseía el cuerpo de Cronos pero no la esencia ni lo que Cronos era. Ahora era incapaz de ver a Cronos en el nuevo Kerri y eso la hizo libre de la culpabilidad y la pesadez de creer que se casaba con él por el amor y el recuerdo de Cronos.

No.

Aquel no era el motivo por el cual había aceptado unirse a su rey.

Con un gesto de renuncia total y sin una lágrima en los ojos, Rea arrojó el cuaderno a las llamas hambrientas y éstas no tardaron en lamer y devorar aquellos hermosos dibujos de carboncillo. El corazón de la joven gimió y lloró pero en sus ojos no se manifestó señal alguno de pesar o de tristeza. Lo único que podía verse en ellos era resignación y despedida.

Una vez las llamas eliminaron cualquier rastro de lo que una vez dibujó, Rea se volvió hacia Sonus y ésta la abrazó en silencio. La joven apoyó el rostro en el hombro de la reina y cerró los ojos. En ese momento lloró en silencio; derramó lágrimas por la antigua Rea, la niña soñadora que había deseado siempre algo imposible tanto en esa vida como siendo Eneseerí.

Lo aceptaba.

Había deseado volar demasiado alto siendo una simple humana. Fuera hija de los Dioses o no, era una simple mortal sin más poderes que el de cualquier otra muchacha de su edad criada para ser la esposa de algún guerrero de alta cuna.

Entonces, cuando su madre la estaba acunando y ella se sentía cada vez más fuerte y segura, llegaron los gritos y los fuertes estruendos. La joven se apartó de Sonus alarmada y se acercó a la puerta para ver qué estaba sucediendo.

- Espera - la detuvo Sonus aferrándola del brazo -. Iré yo.

La mujer se adelantó hacia la puerta y la abrió unos centímetros. Los sonidos del pasillo entraron por esa minúscula rendija con gran potencia y Rea sintió un escalofrío al identificar el sonido del metal contra metal y el del mismo metal en la carne. Con agitación, la reina cerró la puerta y la miró.

- Nos atacan - dijo con el rostro ceniciento y Rea vio un brillo de terror en su iris color canela.

¿Qué los atacaban? ¿Quién? ¿Los Activistas? ¿Cómo habían sido capaces de penetrar en el corazón de La Fortaleza? Nadie había nunca entrado en ella. ¡Era algo inaudito! Aquella edificación había sido ideada y diseñada para que nadie pudiese traspasar aquellos monumentales muros sin la autorización del monarca. Sólo tenían vía libre los Señores del Dragón, nadie más.

- Madre, poneos tras de mí.

Rea, decidida a luchar hasta su último aliento, cogió el atizador con el que había avivado las llamas antes de quemar sus dibujos y se colocó frente a la mujer con ademán protector. Nunca antes había protegido a nadie, ella siempre había sido la protegida y, ahora, había llegado el momento de que cambiaran las tornas y que fuese capaz de defender a los que quería. A fin de cuentas no le salió tan mal la jugarreta que le hiciera a Kerri para sacar a Sonus de las mazmorras.

"Puedo hacerlo y lo haré."

La puerta se abrió de repente cuando los gritos desesperados de aquellos que estaban siendo masacrados cesaron y Rea aferró con más fuerza su delgada barra de hierro entre sus manos. Una figura masculina entró en su alcoba privada como una centella y ella se puso a la defensiva preparada para abrirle la cabeza o patearle las espinillas. Lo miró a la cara intentando que el extraño viese el asco reflejado en sus facciones y también su futura resistencia.

No duró mucho.

De repente el atizador se le hizo desagradablemente pesado.

Esos ojos...

Esos iris dorados como la luz de las estrellas, como los rayos del sol al atardecer... Ese brillo maravillado y dulce, cómplice y sensual... Sólo una persona la había mirado así, sólo por una persona se le cerraba el estómago y se le aceleraba el corazón de aquel modo.

"No puede ser."

Sintió un escalofrío que la recorrió desde el cuello hasta la punta de los pies. Tragó saliva sin percatarse de ellos. El atizador era cada vez más pesado a la vez que un ligero picor afloraba en sus ojos.

- Rea - susurró el imponente hombre de una belleza hechizadora a causa de aquellos ojos que la miraban; unos ojos que eran demasiado parecidos a los del hombre que siempre estaría dentro de su corazón. Los iris que ella había dibujado tantísimas veces y que acababa de quemar.

Y ese susurro.

La manera en cómo había dicho su nombre... había sido con una dulzura exquisita, la misma que se siente al darle un mordisco a una fruta dulce y jugosa un día caluroso de verano.

El rostro de Cronos acudió a su mente bañado por los rayos de sol allí en su templo donde siempre nevaba y los animales correteaban libre y ella, Enesseerí, tomaba su cuaderno y un lápiz para dibujarlo mientras él cantaba y susurraba su nombre acompañándolo siempre con una caricia de su mirada fascinadora.

"No me hagas eso."

¿Por qué ese hombre estaba haciendo lo mismo que él?

- ¡Hay que sellar la puerta!

Cuatro personas entraron en tropel tras el que había entrado en primer lugar y las luces de las lámparas hicieron brillar sus mechones cobrizos. ¿En qué estaba pensando? - se reprendió con dureza mientras recuperaba la compostura y sentía el frío metal entre sus manos. El atizador volvió a tener su peso original y ella lo volvió a aferrar con fuerza.

Una joven pelirroja colocó una serie de papeles con runas grabadas en las cuatro esquinas de la puerta y un círculo morado apareció como arte de magia. ¿Eso era? ¿Eso era magia? ¿Quiénes eran esas personas? ¿Quién era ese joven que estaba acariciando con ternura la mejilla de una muchacha que no sería mayor que ella misma y que asentía a lo que él le estaba diciendo. Rea vio gran complicidad entre los dos y algo en sus rostros que los hacía tremendamente semejantes. ¿Serían hermanos?

- ¿Cuanto tiempo tenemos? - dijo uno de los hombres que iban con el primero.

- El tiempo aquí no influye sino la resistencia misma de los sellos - explicó la pelirroja -. Supongo que durará hasta que Kerri venga.

¡Kerri!

Cierto, ¿dónde estaba? ¿Por qué no había ido para evitar que esos extraños llegaran tan lejos?

- Rea.

La joven se volvió hacia Sonus que intentaba apartarla para no ser protegida. Desde que las dos se habían reconciliado y que las cartas se habían puesto encima de la mesa y las dos se confesaran todos sus secretos, la mujer había sido inclemente con el tema de protegerla. Como una verdadera madre, Sonus sólo quería lo mejor para ella e intentar recuperar todo el tiempo que habían perdido por el odio y el rencor que la reina había estado guardando en su alma durante tantos años.

- No, madre - le dijo queriendo que permaneciera a su espalda -. Yo os protegeré.

- Eso no será necesario - dijo el hombre de ojos dorados y cabello cobrizo -. Nadie os hará daño. No hemos venido a eso.

- ¿Entonces a qué? - quiso saber sin soltar el atizador ni bajarlo en ningún momento.

- A salvarte. He venido ha llevarte conmigo.

¿Con él? ¿Qué demonios estaba diciendo? ¿Acaso quería secuestrarla para tener una baza contra Kerri? ¡No iba a permitirlo!

Un fuerte empujón hizo que perdiera el equilibrio y la figura alta y grácil de Sonus se puso a su lado mostrando a todos los presentes la hoja ancha de un cuchillo de sencilla manufactura pero tan letal como la más elegante de las espadas.

- No lo permitiré. No dejaré...

Se calló. No terminó la frase. Los ojos canela de la reina se habían detenido ante la figura de un apuesto guerrero de piel morena y cabellos castaños. Él, para sus sorpresa, la miraba de forma penetrante con una extraña mezcla de añoranza, tristeza, dolor, pesar...

- ¿Madre?

***

Fue incapaz de seguir hablando.

Las palabras se le atragantaron en el esófago y fue imposible seguir el discurso que había iniciado. Su mente se había quedado en blanco y en lo único que podía pensar y en lo único que le podía poner atención era a aquel rostro con una cicatriz en la barbilla. Aquel rostro tremendamente masculino con dos pares de ojos color avellana.

Se le hizo un fuerte nudo en la boca del estómago y se sintió incapaz de mantenerse en pie.

Estaba allí.

Era él, estaba segura de ello. Jamás había olvidado aquella mirada, aquellos ojos que la traspasaban y la desnudaban desde la distancia, sin ni siquiera abrir la boca.

Araghii.

Su nombre se abrió dentro de su mente como una flor en primavera.

- ¿Madre?

La voz de Rea era tan lejana... Era como si nadie estuviese allí realmente aparte de ella misma y el impresionante hombre que estaba a unos metros de ella con unos ojos demasiado tristes y llenos de melancolía. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que se habían visto? ¿Desde el momento en que ella lo había denunciado a los guardias?

Veintiún años.

Esos eran los años que habían trascurrido desde el fatídico día en que él le había confesado la verdad y sus auténticas intenciones tanto en la casa donde había entrado a trabajar como con ella. Había sido tan ingenua. Había sido tan vergonzoso que un mocoso de diecisiete años la encandilara de aquel modo...

Se había enamorado de verdad. Fue a sus veintinueve años cuando descubrió lo que era amar a otro. ¿Qué importaba la diferencia de edad o de rango social? Eran minucias en comparación con el aleteo de su corazón, con el calor que la invadía a cada hora del día. Se sentía viva y algo más que un bello florero que exponer en un trono o un animal de procreación.

Se ilusionó tanto...

Lloró tanto...

- Sonus - susurró Araghii.

Una lágrima salada y demasiado necesaria se escapó de su ojos derecho y la reina cayó de rodillas al suelo incapaz de soportar el peso de los recuerdos.

Al verla caer, Araghii sintió que algo dentro de él se rompía en pedazos. Una repentina angustia lo azotó por todas partes y tuvo que concentrarse en permanecer tal cual: en pie y sin avalanzarse a por ella.

No pensó que el verla de nuevo lo afectaría de aquel modo tan brutal y tan inclemente. Pensó - pobre iluso - que el amor que ahora sentía por Chisare lo mantendría firme y que sería capaz de mirarla a los ojos sin derrumbarse.

Había estado equivocado... Terriblemente equivocado.

Aún la amaba demasiado.

Aún tenía a Sonus clavada en el corazón tan profundamente que deseaba llorar y destruir todo lo que resplandecía en aquella estancia. ¿Por qué había ido? ¿Por qué se había dejado arrastrar hasta allí? Se repitió en su cabeza que su aliciente no era la expectativa de reencontrarse con Sonus - que existía - sino que lo hacía por Chisare, para vigilar a esos nietos suyos que estaban a punto de cometer la locura más atroz que él había escuchado desde hacía muchos años.

Mentira.

Todo sucias mentiras.

Había sido por él. Sus ansias de verla habían sido el combustible necesario para que su maquinaria se pusiera en marcha. Se había engañado escondiendo lo que su alma y corazón clamaban desde lo más hondo y oscuro de su ser: que todavía la anhelaba y la extrañaba. Que, a pesar de amar a la Dama de Gea, una reina orgullosa de brillante melena negra lo tenía entre una trampa de espinos desde los diecisiete años.

Era imposible de escapar.

Lo cierto es que él no había querido escapar de aquel dulce y ponzoñoso dolor.

El deseo lo había empañado, le había nublado la razón y la facultad de pensar. Ese reencuentro lo había imaginado tantas veces. Había ideado durante tantísimos años el momento en que él iría a buscarla y le pediría perdón por todo el daño que le había hecho.

La destrozó y, en su ataque kamikaze, se auto-destruyó a sí mismo.

Y nunca perdió la fe de poder estar de nuevo a su lado, de mirarla a esos iris canela que siempre habían tenido una sombra de tristeza que él siempre quiso disipar. Dos almas solitarias y abandonadas que se habían conocido, reconocido y amado. Mas el destino quiso que ninguno de los dos pudiese seguir sosteniendo la mano del otro. El mundo los separaba. La sociedad los apartaba y rompía el lazo que los unía.

"Si hubiese sido más fuerte... Pero sólo era un crío asustado."

¿Podría ser perdonado? ¿Podría tener una segunda oportunidad con Sonus? ¿Podría hacerla feliz? Los recuerdos de los últimos días a su lado se asomaron en su mente en tropel y, por una vez después de dos décadas, Araghii se permitió recordar aquellos últimos días.

Los días en los que se hundió en el abismo.

***

- Estaba preocupado por ti, Araghii. Hacía muchos días que no sabía nada de ti.

El interpelado, un joven demasiado apuesto para ser un don nadie, miró a su superior con una sonrisa sardónica en sus sensuales labios.

- Lo siento, Rintel. Me ha costado lo mío poder escabullirme para verte. Pero no temas que la espera ha valido la pena.

- Oh, eso espero, muchacho - respondió el líder de la banda de contrabandistas a la que pertenecía el joven.

Araghii extrajo un pequeño papel de un bolsillo oculto en el interior de su camisa sencilla de un intenso color morado y Rintel lo cogió sin ceremonia alguna, más bien podría decirse que se lo arrancó de las manos de forma literal.

- ¿Qué te parece? - dijo Araghii satisfecho con su trabajo -. El cargamento del señor Faran llegará en tres días a puerto por la ruta nº 32, la que no está bajo la vigilancia del monarca. Parece ser que trae en sus bodegas eso que tanto deseas, jefe y que no está muy bien visto por estos lares.

El joven sonrió mientras Rintel continuaba concentrado en la información que había anotado en la nota. Sí, Faran, un noble Hijo de los Hombres, era un hombre muy respetable tanto en la ciudad como en la corte del rey Xeral ya que era famoso por los cargamentos de grandes telas, orfebrería y perfumes que hacía con unas tierras lejanas nombradas por los autóctonos como Marachbatka aunque su difícil pronunciación hacía que los habitantes del continente llamaran al lugar de forma más genérica. Para ellos eran las Tierras Orientales.

- ¿Estás seguro que trae opio? - preguntó con cierto escepticismo.

La duda lo ofendió.

- Por supuesto. ¿Acaso crees que no sé hacer bien mi trabajo?

- No lo sé, dímelo tú.

Esa frase dicha con aquel tono tan amenazador y duro hizo que los pelos de Araghii se crisparan.

- No sé a qué te refieres.

- ¿De verdad? - preguntó con sarcasmo mientras doblaba la nota. Ese tono hizo que se le helara la sangre en las venas. ¿Sabría algo? ¿Cómo era posible si se había cuidado muy bien de que nadie descubriera su relación con la reina del Señorío? - No me gusta que me traicionen, Araghii.

- ¿De dónde sacas eso? - inquirió el joven alzando la barbilla -. Yo jamás haría algo así, te debo la vida.

- Por eso mismo me negaba a creer que me la estuvieras jugando por la espalda - explicó Rintel con un tono totalmente decepcionante -. Creí que tu lealtad hacía mí era inquebrantable.

- ¡Y lo es!

- ¿Entonces por qué planeas fugarte y, para más inri, con la reina? ¡¿Acaso te has vuelto loco?!

El grito de su superior hizo que se encogiera en la silla donde estaba sentado y que un sudor frío le recorriera la espalda. Lo sabía, Rintel había descubierto sus escarceo amorosos con Sonus - vaya usted a saber cómo - y se había enterado también de sus planes de fuga que tan cuidadosamente había trazado para poder tener una vida con ella.

El amor que sentía por ella era demasiado fuerte y desesperado como para dejarla ir. Jamás se había sentido tan vivo y tan completo como cuando ella estaba a su lado. Con una simple sonrisa o un apretón de sus manos delicadas, se sentía en el paraíso y el dolor de su pasado se desvanecía como si jamás hubiese existido. A su lado no existían los recuerdos del abandono de su madre ni de las reiteradas violaciones que habían marcado su cuerpo.

Con Sonus todo era paz.

Con Sonus estaba completo.

- Puede ser - respondió apretando los dientes intentando mantener la calma. A cada lado de Rintel había un fornido mercenario con sendas armas en sus caderas. Tras la puerta también había hombres leales a Rintel. Si no jugaba bien sus cartas no podría salir de allí -. He cumplido con mi parte; he conseguido la información que deseabas y creo que si me voy ahora no te estoy traicionando., todo lo contrario, simplemente me estoy retirando del negocio.

- ¿Retirando? ¿Del negocio? - Rintel estalló en carcajadas y golpeó la mesa para acentuar su ataque de risa -. ¿Lo habéis oído, chicos? Este energúmeno dice que quiere retirarse del negocio. ¿No es hilarante?

Con asombrosa rapidez, la mano izquierda de su jefe lo aferró del cuello desnudo y Araghii sintió como sus robustos dedos atenazaban con suma fuerza su garganta.

- No sabes lo que estás diciendo, alfeñique. No eres nada, Araghii, no eres más que un mocoso que se cree alguien porque se ha metido en la cama de la reina. No te emociones, eso no te hace superior a mí.

Araghii quiso hablar y negar todas aquellas acusaciones. Rintel era alguien importante para él, le debía la vida y la posibilidad de haber podido ser un hombre y haber conocido a Sonus. Pero el agarre del jefe de la mayor banda de contrabandistas del continente era tan fuerte que le impidió articular palabra. Lo único que salió de sus labios pálidos fue un gemido.

- ¿Sabes la deuda que tienes conmigo? ¿Crees que soy una organización benéfica? Aquí todo se paga, en esta banda nada es gratuito. ¡Me perteneces, Araghii, eres mío hasta que yo decida cuándo has pagado la deuda que contrajiste conmigo el día en que me hice cargo de ti!

Con aquel fuerte grito, Rintel lo soltó y Araghii cayó hacia atrás con silla incluida. La madera se le clavó en la espalda y le hizo daño. El joven tosió y se aferró el cuello dolorido. Sus ojos, llorosos, vieron unas botas demasiado cerca de su cabeza y la figura de Rintel se arrodilló a su lado. Sus ojos, amenazantes, no dejaban de mirarlo.

- Jura aquí y ahora que desistirás de tus planes.

- Rintel... por favor... - susurró siendo incapaz de decir todo lo que quería.

Deseaba con fervor hacerle entender que su inminente fuga era por amor verdadero, que jamás haría nada en contra de Rintel y que algún día - no sabía cómo - pagaría todo aquello que le debía.

- La felicidad no es para nosotros, Araghii - dijo Rintel desapasionadamente, son un tono demasiado sombrío y amargo -. Somos la basura de este reino, somos parias en una tierra donde hemos sido abandonados por los Dioses y por los seres mortales que aquí residen. ¿Crees que ella de verdad se irá contigo? Y si lo hace ¿crees que permanecerá a tu lado hasta que seas un viejo decrépito? No. Todo eso que sientes por esa mujer es una ilusión; su belleza te ha encandilado y embrujado.

>> Sólo ha sido sexo, Araghii. Sí - coincidió -, seguro que fornicar con ella ha sido maravilloso y excitante. Pero solo ha sido eso, sólo has sido el amante de una reina demasiado aburrida. Cuando el hechizo pase, cuando lleguen las dificultades, esa mujer que se ha criado entre algodones se irá y te quedarás sólo. Eso sin contar el ejército del rey que irá tras de ti hasta matarte de la forma más dolorosa posible por robarle a su esposa. ¿Acaso has perdido la cordura? ¡Entra en razón!

Araghii apretó los puños mientras las lágrimas recorrían sus mejillas. No eran únicamente lágrimas por el dolor de su cuello, eran lágrimas que escondían un dolor amargo y profundo arraigado dentro de su alma.

No había sido sólo sexo. Él no quería a Sonus por su belleza o por sus grandes capacidades amatorias: él la amaba por su buen corazón, por su dulzura y su nobleza. Jamás había visto madre más cariñosa y más afectada por decidir abandonar a su hijo por él.

- No quisiera dejarlo - le había confesado entre lágrimas -, pero si me lo llevo conmigo, Xeral nos perseguirá. Puede que, si lo dejo con él, Xeral me deje en paz.

Conocían los riesgos. Sabían su diferencia de edad y las limitaciones que tendrían para huir a esas Tierras Orientales. Sonus había logrado reunir una cantidad considerable de dinero para tomar un barco y Araghii lo había empleado para comprar pasaje en un barco de unos contrabandistas con los que Rintel tenía algunas rencillas por la obtención y la colocación del género. Iban en serio, era real todo lo que sentían.

No era una ilusión.

- Es real - le confesó con la voz deformada por el dolor -. Lo que sentimos es verdadero.

- ¿Le has hablado de tu pasado? ¿Le has contado que fuiste un prostituto? - Rintel sonrió con crueldad -. No, no lo has hecho porque tienes miedo de que te rechace por tu oscuro pasado. ¿Qué pensaría si supiera que te abrías de piernas para que otros hombres gozaran de ti? No creo que eso haga que siga tan encandilada contigo.

- Rintel... - susurró aterrado -. No...

- ¿No, qué? ¿Qué no se lo diga? No sé, Araghii. Me siento muy tentado de enviar a alguien para que le explique la verdad a tu enamorada.

No, eso no. Si lo hacía, si Sonus conociera la verdad... ¡No quería ver el desprecio en sus iris canela! No quería ver el asco en sus delicadas facciones ni ser objeto de rechazo.

- Rintel, te lo ruego.... no....

- ¡Vuelve a mí! - gritó el hombre -. Si no quieres que la reina sepa quién eres, abandónala y vuelve a mí. Éste es tu destino, Araghii. Este es el destino de personas como nosotros. Elige.

¿De verdad le pedía que eligiera cuando Rintel sabía el miedo atroz que producía su pasado en su alma? ¿De verdad lo iba a obligar a decirlo con sus propia voz.

- De acuerdo - susurró derrotado y completamente frío como un montículo de nieve.

- ¿De acuerdo qué? - insistió Rintel con una sonrisa de victoria en el rostro.

- Tú ganas. Dejaré a Sonus.

- Sabia decisión. Sabía que lo entenderías, Araghii.

El jefe ayudó al joven destrozado a incorporarse y le acarició la mata de cabellos castaños como si fuese un perro obediente antes de despacharlo de allí. Con la mente embotada y el corazón destrozado, Araghii salió del escondite contrabandista y regresó con pasos pesados a la ciudad.

Era estúpido demorar más lo que era inevitable.

Era estúpido hacer que el sangrado interior de su alma durase más de lo necesario. Sus ojos avellana liberaron todas las lágrimas, su garganta liberó todos los gritos de dolor. Sólo cuando su garganta ardiente fue incapaz de proferir sonido alguno, Araghii apretó el paso con decisión.

Había sido un necio por creer que alguien tan sucio y mancillado como él merecía ser feliz.

Maldiciendo a los Dioses de la Creación, un joven Araghii se clavó las uñas en las palmas hasta hacerse sangre. Había llegado el momento de la destrucción.

Había llegado el momento de destrozarlo todo. 


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