Capítulo veinticinco
Una noticia peliaguda
El viaje hacia la guarida activista de la costa fue tranquilo y en tiempos de guerra eso era bueno y a la vez era un mal presagio.
Cronos se sentía como nuevo. Nunca antes se había sentido tan vivo y lleno de energía desde su despertar en aquel nuevo cuerpo. La esencia de Tisífone, su poder cósmico le había proporcionado un nuevo aumento de poder y una mayor estabilidad. Ahora era capaz de controlar con mayor facilidad el tiempo al igual que la duración de dicho control.
El día de la partida estuvo lleno de ajetreo a pesar de que aún no había amanecido. Muchos sirvientes, mozos de cuadra y ayudantes del armero, cooperaban para que todo estuviera listo para la partida. Kanian había decidido que le acompañasen en calidad de generales Corwën, Araghii y Gaiver y que estos, a su vez, escogiesen sus propios acompañantes. Corwën había escogido como compañeros de viaje a dos jóvenes soldados que habían demostrado su valía en la reciente batalla contra los norteños. Se llamaban Fitgo y Erss.
Fitgo era mestizo, bajo para su edad y con la piel aceitunada. Sus ojos algo rasgados eran morados y tenía gran flexibilidad. Las armas que mejor dominaba eran la espada curva y los cuchillos largos con las puntas hacia arriba como si fuesen un gancho. En cambio, Erss era muy alto y corpulento. Era Hijo de los Hombres y tenía los ojos de un extraño color azul lechoso que se inyectaban en sangre cuando había un enemigo cerca. Éste no era muy ágil pero lo compensaba con su gran fuerza física y, por ello, su arma predilecta era la espada ancha, las mazas o el mayal.
Araghii, con su grupo inicial mermado a causa de las últimas contiendas, acudía a la cita con su inseparable segundo Pólvora y con la novedad de que Mochuelo también se unía a sus filas. Cronos había inspeccionado al muchacho. El chico parecía una espiga de lo flacucho que era y lo desgarbado que andaba, pero tenía el rostro iluminado por la ilusión y la esperanza de ser util después de haber sido apartado del lado de sus compañeros a causa de su tuberculosis.
- ¿Tienes todas tus medicinas, chico? - le preguntó el general al joven mientras ataba a su caballo los petates con su equipaje.
- Sí, señor - se apresuró a responderle con una sonrisa.
Araghii asintió y le revolvió el pelo con afecto.
En el caso de Gaiver, el nuevo general había decidido llevarse consigo a cuatro compañeros. Dos mujeres y dos hombres. Las chicas eran gemelas y eso hizo gracia a Giadel ya que no había conocido a alguien que tuviese un hermano gemelo. Se llamaban Erdila y Redila y eran como dos gotas de agua en todo menos en como se peinaban el cabello: una portaba una larguísima trenza y la otra una cola de caballo. Sus rostros eran afilados y tan peligrosos como las brasas de una fogata, sus cabellos rubios tenían las puntas teñidas de verde al igual que las hojas de lo árboles. Eran especialistas en el arte del camuflaje y en el tiro de honda y arco.
Los dos hombres- primos e Hijos del Dragón- eran tan letales como las gemelas. Sus cabezas estaban rapadas y en sus rostros lucían sendos tatuajes de símbolos y runas que simbolizaban la fuerza y la muerte. Bidgoht era el mayor de los dos y medía casi dos metros de altura. Sus ojos eran castaño oscuro y en su oreja izquierda portaba con orgullo un pendiente de plata con un lapislázuli en él. A su espalda cargaba con sumo orgullo su gran maza de pinchos que era casi tan alta como él mismo. Arkul, de estatura más baja, poseía una mirada vivaz y despierta. De los dos era el que más seso tenía y el que llevaba la voz cantante de aquel dúo familiar. Era muy apuesto y sus ojos verdes agradaban demasiado a las mujeres. Al contrario que su primo, se manejaba mejor con armas más livianas y portaba en sus caderas espadas en forma de hoz, perfectas para cercenar miembros.
Cronos terminó de preparar su montura y fue a ayudar a su abuela. Los tres, nuevamente, iban a pasar una temporada juntos y eso hacía que su corazón antaño tan solitario y amargado sintiese un calor demasiado familiar para su parte de Giadel. Cronos jamás había sentido nada parecido en lo que respectaba a la familia. Antes de que sus padres matasen a Eneseerí, no habían tenido una relación muy estrecha ni tampoco cariñosa o amistosa con ellos.
Su relación se había basado simplemente en la consciencia de la existencia los unos de los otros. En el conocimiento del papel de cada uno en aquel mundo y el reunirse de muy vez en cuando para interactuar entre ellos, hablar del mundo y de sus criaturas mortales. Cronos sabía - o quería pensar - que su madre lo quería y que su padre lo apreciaba aunque nunca se lo hubiese dicho con palabras. Ellos, sin lugar a dudas, se amaban y él era la prueba viviente de ello. Los Dioses sólo pueden tener hijos cuando se aman de verdad, cuando hay un sentimiento firme y verdadero por crear una vida nueva y únicamente el amor es capaz de crear algo semejante. Una entidad con un poder; un don que utilizar para el mundo al cual pasará a formar parte.
Pero con Galidel y su abuela era distinto.
Con ellas había algo más. Una conexión y una afinidad que eran imposible de expresar con palabras. Lo único que podía hacer era sentirlo. Sentir el amor de su hermana y el de su abuela. Era incondicional, desintereado y tan puro como el agua cristalina que bebía de niño en las montañas. Ellas no lo juzgaban, aceptaban sus virtudes y sus defectos y, a pesar de no ser el Giadel que ellas conocían y que su entidad como Cronos era el que llevaba la voz cantante, ninguna de las dos lo rechazaba por ello; se habían limitado a aceptar esa nueva faceta suya y a seguir amandolo.
Y él las adoraba mucho más que antes.
Mucho más de lo que Giadel las quiso.
Cronos nunca había tenido aquella fraternidad, aquella compañía y aquel calor tan placentero que lo arrullaba y lo protegía del dolor sordo que lo intentaba someter por las noches. Sus criaturas lo habían querido y respetado, Enesserí lo había amado como nadie del mismo modo que Rea. Pero el lazo que tenía con ellas era indestructible. Nadie sería capaz de alejarlo de ellas y ellas jamás se alejarían de su lado por propia voluntad.
Antes prefería morir o enfrentarse a la ira del Universo.
El sol despuntaba por el horizonte cuando Kanian espoleó su montura y la pequeña comitiva de veintitrés personas fue poco a poco imitando a su rey para ir rumbo a la costa del mar interior de Nasak. El mar... Giadel miró a su abuela y Chisare sonrió. Rememoró el viaje de los dos en solitario para buscar a Hoïen, el inicio de su aventura y el inicio de su destino. Después de que su hermana se escapase de las montañas, los engranajes de éste habían comenzado a girar y a llevarlo al punto donde ahora se encontraba. Aunque debería matizar e ir más atrás, mas ¿hasta dónde? ¿En qué punto había comenzado aquella locura? ¿Cuando despertó de su letargo? ¿Cuando nació Varel? ¿En la muerte de Eneseerí?
No lo sabía.
"Sólo el Universo lo sabe todo."
Y dudaba que su abuelo se le apareciese para decírselo. Al contrario, el muy zorro le diría que el cómo no importaba sino que lo fundamental era el camino que uno recorría hasta llegar a la meta. Y esa meta no era otra que la finalidad de la existencia de uno mismo, algo que muchos no lograban descubrir por descarriarse del camino o por darse por vencidos antes de encontrarlo.
El viaje fue placentero y también relativamente corto. Las carreteras principales que llevaban hacia el sur estaban en un gran estado de mantenimiento al igual que otros senderos menos transitables por gentes decentes sin nada que ocultar. Entre la red de espías de ambos bandos y los secretos caminos de los contrabandistas, no había ningún sendero con más maleza de la necesaria. Una vez descendieron hasta llegar a las cercanías de las ruinas de Sirakxs, Gaiver - el guía del grupo - los desvió de las carreteras reales y los llevó por senderos ocultos por bosques y montes viajando en las horas donde la luz solar era escasa o nula.
Era mejor prevenir posibles patrullas de soldados del Señorío.
Al no disponer de mucho tiempo que perder, pocas veces descansaron. Eso le gustó a Cronos ya que así tenía más tiempo para pensar y reflexionar. Al tercer día de camino, mientras su nueva montura - un orequs que lo había escogido como jinete al cual había nombrado Hierro por el color de sus crines - pacía después de ingerir agua de un arroyo, se quedó contemplando la nada mientras su gemela estaba en compañía del Dragón y su abuela charlaba animadamente con Araghii y sus compañeros.
Recordó lo que hiciese tres noches atrás, la primera que descansaron bajo la luz de las estrellas. Se puso en contacto con la Nada para probar sus nuevas fuerzas. Fue increíble ser capaz de llegar hasta allí con el poder que ahora tenía y ser capaz de contactar con su Pesadilla favorito, el primero que engendró o - mejor dicho - el primero que su madre le regaló. Gea le entregó aquella criatura una vez nació éste y le mostró cómo hacer otros como él y otros seres que serían sus fieles siervos y su mayor compañía en el Caos, el hogar originario de los Dioses de Nasak.
El Pesadilla se alegró muchísimo de sentir su contacto mental y no tardó en obedecer su petición. A pesar de ser incapaz de hablar con palabras con él y los demás de su especie siempre se habían comunicado con impulsos nerviosos cerebrales e imágenes. Le pidió que fuese a La Fortaleza, usó la combinación de sus poderes mentales y las de su criatura para llamarla y, a través de los ojos llameantes del equino azabache, Cronos pudo ver a Rea nuevamente; sentir su olor gracias a los sentidos del caballo.
Quedó aturdido al verla tan hermosa y a salvo, mas le dolió en el alma oler el aroma de su antiguo cuerpo mezclado con la esencia del alma que ahora lo poseía. Rea había estado con Kerri pero le consoló el no percibir el olor del sexo en su cuerpo. Él no la había tocado y eso y el verla sana y salva hicieron que pidiera a su criatura fiel que se marchara y cerrar así su contacto.
Pero regresó la noche siguiente y también la otra. Ella siempre estaba allí, llena de curiosidad, buscando al Pesadilla que la observaba por orden suya y que la contemplaba escondido en las sombras de la noche. Más de una vez su hermana, que cabalgaba junto a él a ratos y a otros con Nïan, tuvo que llamar su atención para que no cayera del orequs.
- ¿En qué estás pensando, hermano? Vas ha abrirte la cabeza si no prestas atención al camino. Es muy abrupto en esta zona - lo regañó.
- Para eso estás tú que eres la mayor ¿no? Para evitar que me suceda algo terrible.
Su hermana se limitó a negar con la cabeza y a reprenderlo de nuevo para que no estuviese pensando en las musarañas y que pensase un poco más en lo que tenía frente a sus ojos. Pero lo que tengo frente a mis ojos son este camino y Rea - se dijo - y prefiero observarla a ella.
- No deberíais usar vuestros poderes mientras cabalgáis - le pidió Ydánia al día siguiente mientras preparaba a Hierro ya que el descanso había concluido.
La joven científica también se había unido a ellos para ser un enlace con Mazeks ya que era capaz de usar sus poderes para enviar mensajes, objetos o personas a un determinado lugar al poseer en su pequeño cuerpo un don increíble en el control de la oscuridad. A una distancia de los dos, Tehr los observaba con curiosidad. Él también había decidido acompañar al príncipe en aquella visita política para ayudar a Kanian si lo precisaba y para documentarlo todo en calidad de erudito real.
- ¿A qué te refieres? - le preguntó ajustando las correas de la silla de montar. Hierro se dejaba hacer sin moverse, encantado con servir a su compañero en todo lo que precisase. Siempre he tenido un don con los animales - pensó -. Siendo un Dios siempre había adorado a aquellos seres puros de corazón sin rastros de maldad y en su templo todos ellos tenían las puertas abiertas para estar en aquel lugar que él mismo se había encargado de perpetuar y mantener bello y hermoso. ¿Estaría bien ahora que había perdido su estatus divino? Eso esperaba.
- A estar en dos sitios a la vez - dijo ella sin atreverse a mirarlo a los ojos. La chica estaba cohibida por dirigirse a él y eso le hizo gracia. Los nigromantes eran los únicos que lo trataban con el respeto de los feligreses a su Dios.
- Eso es imposible.
Ydánia lo miró a los ojos unos instantes.
- No lo es si se utilizan las artes y yo siento que en la noche dejáis que parte de vos vaya a otro lugar lejos de éste. Eso no es bueno - concluyó agachando la cabeza en ademán de respeto y vergüenza por regañar a su Dios.
- No temas, Kerri no ha notado mi presencia.
- La vuestra tal vez no ¿pero y la del ser que os ayuda? Es mejor no tentar a la suerte.
Eso le dio que pensar mientras cabalgaban siempre rumbo sudoeste. Estaba claro que Kerri había descubierto cosas referentes a sus criaturas. ¿Eso quería decir que había logrado llegar hasta la Nada? No porque no había sentido rastros de su presencia y si él se hubiese presentado allí ya habría mandado a las Banshee, los fuegos fatuos y los Pesadillas a por él. Todavía no podía comprender cómo había dado con la Erinias. ¿Habrían sido ellas las que se habrían acercado a él? Era una posibilidad. Tal vez al ver que no regresaba, habían tomado la iniciativa de salir en su búsqueda y habían hallado a Kerri sondeando por todo el continente.
Sí, seguramente sería eso de otro modo habría sido imposible que él supiese nada sin pisar el hogar que poseía en los cielos.
El olor del mar los asaltó al cuarto día de viaje al igual que la humedad. Ahora la travesía se tornó mucho más fatigosa a causa del calor que los sofocaba a todos. La ropa se les pegaba al cuerpo y ni la brisa lograba que el calor disminuyese. Al sexto día divisaron la costa del mar interior y Gaiver los guió hacia unos acantilados. La lunas les iluminaba el camino mientras él seguía observando a Rea a través de su Pesadilla. La voz de Kanian diciendo alto lo hizo regresar y le dijo a su guardián que marchara a la Nada mientras todos se apeaban de sus monturas.
- ¿Estás seguro de que vendrán? - le preguntaba Kanian a Gaiver sin mucho convencimiento. Las nubes mantenían todo lo que había a su alrededor en la más absoluta oscuridad nocturna.
- Sí. La carta que le mandasteis debe haberles llegado por fuerza ayer o anteayer, alteza.
Al terminar la frase, unas luces mortecinas aparecieron en la lejanía y conforme se iban aproximando se aclaraba su luz. De un extremo de los acantilados, tres hombres aparecieron armados y bien pertrechados con armaduras de acero y cuero. Eran activistas sin duda alguna y al llegar a su altura mostraron sus respetos al príncipe dragón y a todos sus acompañantes antes de guiarlos hacia el elevador de vapor que los había llevado a la superficie.
La comitiva y sus monturas fueron llevadas bajo los acantilados donde Cronos se encontró con una ciudad austera pero bella construida en la roca. Ese lugar le recordó a las montañas más que su visita a los Activistas del Pueblo y contempló maravillado el altísimo techo donde había impresionantes estalactitas.
Toda la ciudad estaba construida con acero, hierro y roca. Las calles de ésta eran estrechas pero lisas y, en consecuencia, algunas eran resbaladizas. Los caballos fueron dejados en unos establos excavados en la roca con el suelo lleno de heno, paja y juncos frescos. Unos enviados del jefe activista los guiaron ahora hacia el edificio gubernamental de la ciudad mientras cada uno cargaba con su equipaje. Cronos observó con deleite las cascada natural que desembocaba hacia un río subterráneo de gran caudal y lo refrescante que sería bañarse en sus aguas en aquella época del año.
Una hora después de su llegada, Zarrel, el jefe activista, los recibió en una sala circular que se utilizaba en las reuniones a gran escala. Toda la comitiva de Kanian compuesta entre soldados, sus generales, los guerreros de confianza, Chisare, Tehr, Ydánia, Galidel y él mismo, se acomodó en el suelo sobre una alfombra de ricos bordados y con cojines confeccionados a juego. Zarrel se sentó frente a ellos sobre una plataforma elevada del suelo unos treinta centímetros con una alfombra todavía más lujosa y bella y con sus respectivos cojines. El hombre, de más de cincuenta años, colocó las manos sobre sus muslos mientras los contemplaba a todos con la espalda bien recta y sus ojos oscuros se detuvieron en él por unos instantes antes de centrarse en la figura de Kanian.
- Así que la hora a llegado - musitó el hombre.
Cronos observó en detalle a Zarrel. Era un mestizo de fuerte constitución, músculos bien definidos, y manos grandes con cicatrices. Su rostro era cuadrado y su nariz algo grande aunque no acababa de desentonar con sus rasgos duros y serios. Se notaba a la legua que la vida para él no había sido precisamente un camino de rosas y que estaba bien versado en el arte de la guerra. Su brazo derecho estaba completamente tatuado con una espectacular hiedra envolviéndole la extremidad.
- Si quieres decirlo así - se encogió Kanian de hombros -, entonces sí, ha llegado la hora.
- Ésta siempre ha sido la finalidad de los Activistas pero jamás creí que alguna vez se cumpliría - confesó el hombre con una sonrisa torcida que le dio un aire pícaro.
- Supongo que nadie lo pensó en verdad o, al menos, al cabo de unos años todos fueron perdiendo la esperanza de cumplir con el objetivo original de este grupo - respondió el príncipe que durante el camino había recibido instrucción y consejo por partes de Chisare. Su abuela había hecho un buen trabajo. Por su parte, Galidel, a su lado, secundaba y apoyaba las palabras de su enamorado con su cercanía.
- Cien años son muchos años.
- No lo sabéis bien - coincidió el joven con una mirada y una sonrisa falsamente divertidas. Cuando Kanian ponía esa expresión era mejor tenerle miedo. Mucho.
- Siento de veras la muerte de Hoïen y vuestro secuestro.
Kanian asintió ante las condolencias de Zarrel.
- Supongo que vuestro pesar hacia mi persona hizo que fueseis incapaz de abandonar tan seguro lugar he ir a socorrerme - respondió Nïan con cierto sarcasmo. El juego político ya había comenzado entre ellos.
- No os lo voy a negar, alteza - reconoció Zarrel con sinceridad -, pero hay muchos rumores circulando por el reino y no todos son verdad al igual que el desconocimiento de algo produce en el ser mortal un terror visceral que lo paraliza y lo induce a permanecer inmóvil y a la espera de que otro mueva ficha en el tablero para sabes a qué atenerse. Nadie se había atrevido a desafiar los Bosques Sombríos desde el hundimiento de Lasede - al terminar su parlamento miró a Cronos -. ¿Sois vos aquel que dicen que es Cronos dentro de un cuerpo mortal?
Él asintió.
- ¿A qué se supone que jugáis los Dioses?
Cronos, que había esperando que en algún momento le hiciesen esa pregunta, no se inmutó a la hora de responder:
- ¿Y vosotros? ¿A qué jugáis los mortales? Los Dioses somos como vosotros o mejor dicho, vosotros sois un reflejo de los Dioses de la Creación. Pero responderé a parte de tu pregunta. Si yo muero, tú y todo lo que está vivo muere conmigo. Yo soy el tiempo y si perezco, él perecerá conmigo y vosotros tras de mí.
Esa pregunta y su respuesta siguiente hizo que el jefe activista frunciese el ceño y que lo mirase con odio.
- Todo esto es culpa tuya - le recriminó -. No sé por qué el príncipe y todos los que luchan a su lado se fían de alguien como tú; un dios rastrero que quiso matar a sus padres y a todos los que aquí nos hallamos - escupió fulminándolo con la mirada.
- Supongo que tienes razón - reconoció -. Tal vez no debería haber permitido que Xeral y los Rebeldes sobreviviesen para satisfacer mis deseos de venganza, pero eso está hecho y no se puede cambiar el pasado pero sí el futuro y por ellos ahora estoy de vuestro lado. Ayudaré al príncipe Kanian a derrocar a Kerri y para ello necesitamos tu ayuda y la de tus guerreros. Él ahora posee mis poderes - como bien sabrás gracias a la carta que Kanian te envió - y si no nos unimos, nadie podrá detener el desastre que se avecina.
- Los Activistas son leales a lo que mis padres representaban - intervino Kanian poniéndose totalmente erguido y mirando a Zarrel desde lo alto -, son leales a los ideales de Hoïen y deben ser una extensión de mi brazo que es la justicia. Quiero lo que me pertenece, lo que es mío por decreto divino de los Dioses. Quiero cumplir con mi destino. ¿Me ayudaréis?
El hombre, con los ojos como platos ante el discurso del legítimo rey del continente, también se puso en pie y bajó de la plataforma hasta ponerse a la altura de Kanian. Cara a cara. Entonces, con los ojos oscuros iluminados y una sonrisa en sus labios, hincó una rodilla al suelo y se colocó la mano sobre el corazón.
- Os juro serviros, mi rey. Yo y los míos nos uniremos a vuestro ejército y lucharemos para que cumpláis con vuestro destino.
Kanian asintió y lo ayudó a incorporarse tendiéndole la mano en un gesto de respeto y de reconocimiento.
- Que así sea, mi general.
- ¡Mi señor! - intervino de súbito un joven de cabellos revueltos y mejillas sonrosadas a causa de su estrepitosa aparición.
- ¡Vreta! - exclamó Zarrel con los ojos echando chispas -. ¿Acaso no ordené que nadie me molestara? Perdón, alteza, es mi sobrino.
- Lo siento, tío - se disculpó el niño y al ver a Kanian se apresuró a hacerle una pronunciada reverencia. Cuando volvió a hablar le tembló la voz -. Perdón por desobedecer una orden pero ha llegado un mensaje de relativa importancia.
- ¿De qué se trata, jovencito? - le urgió Kanin. Cronos tuvo un mal presentimiento.
- Han llegado noticias desde La Fortaleza.
¿Desde La Fortaleza? Gia fue incapaz de no levantarse como un resorte con el corazón latiendo desbocado dentro de su pecho. ¿Le habría sucedido algo a Rea? Pero si acabo de verla hace unas horas y estaba bien - se dijo mientras la ansiedad crecía dentro de él como un germen que todo lo devora.
- ¡Habla! - ordenó su tío. El chico se aclaró la garganta.
- Por todo el reino corre la noticia de que el rey Kerri va a casarse.
- ¿A casarse? - masculló Zarrel.
Cronos se tensó y sintió la mano de su hermana cogiendo la suya.
- Sí. El rey va a casarse dentro de dos días con la protegida de su padre.
- Rea - dejó escapar Cronos mientras sentía que se le caía el peso de todas las estalactitas del techo encima.
Eso no podía ser verdad.
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