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Capítulo veinte

La fuerza acorralada del lobo


- Te tienen muy bien cogido ¿verdad? ¿Quién se iba a imaginar que las cosas tan bien encarriladas podrían llegar a torcerse de un modo tan espectacular e imprevisible?

Kerri gruñó por lo bajo mientras daba vueltas y más vueltas por sus aposentos sin poder pensar con claridad. La idea de tomarse un baño relajante estaba completamente descartada y su escultural y fuerte pecho desnudo exudaba gotas de sudor frío y a la vez pegajoso.

Los Bosques bajo el control de un Kanian liberado.

Cronos vivo.

¡Imposible!

"¿Por qué todo me tiene que salir siempre mal?"

- Te han acorrala muy bien, Kerri. Los cazadores tienen listas las ballestas y te están apuntando directamente a la cabeza - rió Xeral divertido.

El joven monarca estaba perdiendo los nervios.

- ¿¡Quieres dejar de escupir veneno!? Creía que decías que ibas a ayudarme - le espetó al espectro de su padre. Por alguna extraña razón, Kerri agradeció que aquella molesta visión creada por su mente o lo que fuera estuviera allí para mantenerle la sangre caliente.

No podía quedarse de brazos cruzados y no tomar represalias inmediatas después del ataque de su insolente primo. Se iba a arrepentir de haberse liberado. Prisionero y fuera de combate habría permitido que viviera, pero libre y con la espada por el mango no.

Ahora sí que no iba a tener piedad ni clemencia. Los mataría a todos y cada uno de ellos y a los traidores de los científicos... Les esperaba el más agónico de los infiernos.

- No te sulfures, hijo mío - le respondió Xeral sin perder el buen humor -. ¿Acaso no me has escuchado? Los Dioses tienen seres poderosos a su servicio.

- Por supuesto que te he escuchado, padre. Pero ya me dirás qué quieres que haga con esa información.

¿Acaso ese engendro que había tomado forma de alma errante creía que tenía ganas de jugar al gato y al ratón? ¿A las adivinanzas? Pues no. Lo que más ganas tenía era de ensartar a Kanian en una pica y exponer su cabeza sobre la puerta de La Fortaleza y hacer otro tanto con la de ese Giadel: con la nueva personificación de Cronos.

"Tienen más vidas que los gatos."

- Usarla - dijo su progenitor llanamente.

Eso provocó que Kerri soltara una carcajada siniestra.

- Claro que sí. Ahora mismo mando llamar a las supuestas "criaturas" de Cronos. ¿Hola? ¿Me escucháis seres poderosos? - se volvió hacia Xeral con una mirada asesina en sus iris amarillentos-. Odio que me tomen el pelo y que me hagan perder el tiempo. Vete de una vez, Xeral, me enerva tu presencia y me produces jaqueca.

- Si eso es lo que quieres, adelante - dijo su padre con altivez mirándolo por encima del hombro -, ignora mi consejo y mi ayuda. Pronto serás pasto para los buitres si no haces lo que te digo. Siempre has sido un cobarde y un débil, Kerri, por eso me mataste por la espalda en vez enfrentarte a mí de frente como hiciera el Dragón.

Sus palabras afiladas y dichas con voz tenebrosa y letal le pusieron los pelos de punta. ¿Cómo osaba insultarlo de aquel modo? Las venas del cuello se le hincharon y sintió que su creciente poder interior iba calentándose dentro de él.

- ¡Cállate y vete! ¡Te detesto, no vuelvas más!

- No me iré y volveré tantas veces como haga falta - lo contradijo -. Estoy unido a ti, querido hijito. Tú me quieres a tu lado inconscientemente por tu estúpido sentido de culpa y yo estoy atado a ti por mi sentido de la venganza. Ese hilo invisible nos ata y en tu fuero interno quieres que me quede y te diga cómo invocar la ayuda inestimable que necesitas para atacar los Bosques sombríos y dar un buen golpe.

Odiando escuchar la verdad salir de la sucia boca de su fallecido padre, Kerri salió de su alcoba con los nervios a flor de piel y la sangre en ebullición. Necesitaba apagar la rabia y la furia que lo estaban consumiendo. Debía dejar que el aire fresco lo purificara y lo dejase pensar con claridad para dejar de verlo todo de color escarlata.

- Eso es hijo, huye - dijo la voz de Xeral a su espalda. Ese maldito psicópata loco iba detrás de él. El rey apretó el paso dejando que sus pies lo llevasen hacia el exterior del edificio principal. Los soldados de guardia le hicieron una reverencia cuando cruzó la puerta principal -. En cuanto te sientes acorralado, escapas para poder lamerte las heridas con el rabo entre las piernas. Eres un cobarde, ¿me oyes? Un c-o-b-a-r-d-e - deletreó con crueldad.

- Cállate - le advirtió. El olor de las flores del jardín y el rumor de la fuente le indicaron el lugar hacia donde se dirigía entre la oscuridad de la noche vestido únicamente con unos pantalones. Quien lo viese en ese estado no se atrevería a ponerse en su camino ya que parecía poseído por algo sumamente peligroso.

- Cállate, cállate - lo imitó con retintín -. Sólo sabes decirme eso mientras esperas que te obedezca. Pues estás muy equivocado, Kerri. No me voy a callar ni tampoco me voy. ¡Mírate! sudoroso y asustado como un cervatillo; un lobo acorralado eso es lo que eres. Un pobre lobito que no sabe como usar ni las garras ni los dientes. ¿Y que hace? ¡Huye! Huye, huye, huye. ¡Es lo único que sabe hacer!

- ¡Basta! - gritó deteniéndose en el jardín. Su poder, que había alcanzado unos límites insospechados, pareció hincharse y se expandió por todo su cuerpo hasta salir por la punta de los dedos de sus manos y de sus pies.

El olor de las flores cambió. Ya no olía un perfume agradable, más bien todo lo contrario mientras la onda expansiva de su rabia era expulsada y las flores de su alrededor se iban marchitando en un suspiro cayendo al suelo muertas. La noche pareció oscurecerse todavía más y los ojos naranjas de Xeral brillaron con enajenación y astucia a la vez que su sonrisa maquiavélica soltaba unas carcajadas aterradoras.

- Muy bien, Kerri. Así me gusta hijo mío. ¡Descarga tu odio y toda la oscuridad de tu corazón! - gritó con los brazos hacia el cielo encapotado repentinamente de nubes grises -. ¿No las sientes? ¡Ya vienen! ¡Las Erinias están muy cerca!

Kerri, frunciendo el ceño ante el ataque de locura de Xeral, sintió - como él muy bien decía - una extraña fuerza oscura y que se asemejaba al poder extraordinario que ahora poseía. Ante sus ojos tres formas humanoides bajaron del cielo y se postraron de rodillas ante él.

- Mi señor Cronos - dijeron los tres seres al unísono con voz melosa y llena de adoración. Su cuerpo parecía femenino pero la energía que desprendían gritaba que no eran simples mujeres sino seres muy peligrosos.

Kerri miró a su padre y este, con una sonrisa taimada, desapareció.

- ¿Quién sois? - preguntó rodeado de un montón de flores muertas. Algunas de ellas se estaban deshaciendo bajo la planta de sus pies descalzos.

Las tres alzaron sus rostros femeninos. Tenían la piel oscura y un rostro fino y alargado con las cuencas de sus ojos vacías - aunque no parecía en absoluto que fuesen ciegas, todo lo contrario - y una boca de dientes afilados que estaban entreabiertas. Sus vestiduras eran grises y parecían hechas de humo al igual que sus largas cabelleras azabache que flotaban a su alrededor como serpientes encantadas bajo la melodía de un flautista.

- ¿Qué decís mi señor? - dijo la del medio.

- ¿Nos habéis olvidado? - dijo la de la izquierda.

- ¡Claro! Tal vez sea por eso que no nos habíais llamado, gran divinidad - dijo la de la derecha.

- Calla, Megera - la regañó la del centro.

- No me mandes callar, Alecto - respondió la mujer tornando sus facciones suaves en unas agresivas y más horribles que las anteriores.

- Haré lo que me dé la gana, Megera, soy tu hermana mayor.

- Sois unas pesadas las dos - rezongó la de la izquierda entrecerrando los ojos vacíos y dejando que su rostro se tornara amenazador en todos los sentidos. Aquellas tres eran las cosas más endemoniadamente espantosas que había visto después de los estúpidos trolls. No tuvo duda alguna de que eran máquinas perfectas para aniquilar cualquier cosa que las disgustara.

"Y me han confundido con Cronos."

No, debía rectificar.

Cronos era ahora él y no ese Giadel que el cobarde del vigía de la prisión había nombrado. Más tarde debería pasar cuentas con ese "enviado especial" que tan "amablemente" había llevado aquella misiva tan inesperada en un día que estaba yendo de maravilla.

- La única pesada y fastidiosa que hay aquí eres tú, Tisífone - dijo Alecto con voz sibilante.

- ¿¡Qué has dicho!? - vociferó la interpelada enseñándole las garras que antes habían sido manos de largos dedos.

- ¡Silencio las tres! - gritó Kerri para evitar que esas enloquecidas mujeres de terrible carácter se pelearse entre ellas. Parecía ser que eran hermanas y que Cronos las había creado de algún modo que a él se le escapaba. ¿Erinias? Así las había llamado su padre -. No quiero que os peleéis entre vosotras ¿queda claro? Así no sois útiles.

Las tres asintieron con sumisión ante sus palabras.

- ¿Nos recuerdas ahora? - se aventuró Megera con ilusión en la voz.

- Por supuesto - mintió con una sonrisa seductora -. Sois mis Erinias, las chicas que van ha ejecutar mi venganza en toda Nasak.

Sus palabras las hicieron sonreír. No sabía qué había dicho pero había acertado de pleno. Mejor así - se dijo satisfecho.

- Sí, mi señor Cronos, somos la venganza hecha carne - confirmó Alecto -. Dinos a quien debemos desgarrar, destripar y eliminar y lo haremos por ti.

Las tres Erinias flotaron hasta él y lo abrazaron con adoración. Él se dejó hacer sin temor sintiendo todavía el cosquilleo de la adrenalina en su cuerpo. ¡Era tan magnífico sentirse un Dios!. No; él era un Dios.

- Quiero que vayáis raudas a los Bosques Sombríos y exterminéis a todo aquel que allí esté menos a Kanian y a aquel que se hace llamar Giadel - especificó -. A esos dos los quiero vivos.

Porque él mismo sería su mano ejecutora.

Él se encargaría de ellos dos.

Las tres Erinias rieron encantadas con su orden y se apartaron de él para volar a gran velocidad a través del cielo nocturno.

Inesperadamente, su noche volvió a ser perfecta.

***

La copa de vino se le cayó de las manos y derramó todo su contenido.

- ¿Estás bien? - le preguntó Malr a su lado prácticamente recuperado de su convalecencia.

Nïan no se movió y se tensó a la vez que se ponía en extrema alerta. Sus ojos buscaron los dorados de Cronos. Éste también lo buscaba con la mirada y cuando las dos se encontraron su cuerpo se tensó hasta límites insospechados.

No había sido un fallo o una equivocación si Cronos estaba sintiendo la misma oleada de poder oscuro y vengativo que se dirigía hacia ellos a una velocidad alarmante. Kanian ya había sentido esa misma sensación una vez y había esperado no volver a hacerlo jamás.

- ¿Qué has hecho? - le preguntó con los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada. Debería haberlo matado y no haberme fiado de su palabra - se amonestó mientras Gali los miraba intermitentemente. Toda la compañía estaba cenando tranquilamente en uno de los salones cercanos al patio del exterior de la base de los científicos.

- Yo no las he invocado - negó con el semblante duro, serio y con un brillo de sudor -. Todavía no tengo el poder suficiente para hacerlo.

- Los cojones - dijo sin importarle decir aquella brutalidad malsonante. Estaba fuera de sí y esas cosas cada vez estaban más cerca -. Sólo tú puedes hacerlo.

- ¿Estás sordo? - dijo Cronos con un tono de voz que amenazaba con perder la paciencia -. No he sido yo. Si lo hubiese hecho, estarían aquí y no cruzando medio continente.

Ahí llevaba razón.

- ¿Quién entonces? - exigió saber.

- ¿Qué sucede? - preguntó Galidel. Araghii se puso en pie y se colocó al lado de Kanian con el rostro lleno de sombras.

- ¿Se puede saber qué decís? ¿Qué está pasando, Kanian? - La voz atronadora de Araghii hizo que la rabia de Nïan bajara un poco.

- Las Erinias se acercan. En diez minutos estarán aquí - dijo sombriamente.

- ¿Que cojones...? - susurró frunciendo el ceño.

- No puede ser - musitó Galidel blanca como la nieve que cae del cielo en invierno.

Los hombres de Araghii se miraron entre ellos con desconcierto. En el anterior ataque de las Erinias - y el único - ellos no habían estado presentes puesto que se habían adelantado con los dragones mecánicos hacia la ciudad laberinto. Pero Malrren las recordaba al igual que Tehr y Nadeï sabía lo mortíferas que podían ser por el número de cadáveres y heridos que dejaron y que ella ayudó: a los primeros a cubrir y a los segundos a sanar. Zerch, que también participó en aquella lucha sangrienta cogió la mano de la sanadora en ademán protector. Las imágenes de gran parte de sus compañeros muertos ensombrecieron sus pensamientos.

¿Por qué ahora? ¿Por qué los iban a atacar en aquel momento en el cual iban a marcharse de allí? Todo estaba calculado, habían trazado su ruta y también nuevos planes. Irían a buscar a los Activistas que se escondían cerca de allí y convencerlos para que los acompañaban a Mazeks donde Kanian planeaba reunirlos a todos y crear un ejército poderoso para enfrentarse a su primo y derrotarlo definitivamente.

Mas los planes se habían torcido.

¡Maldita fuese su suerte y la de los suyos!

- Ha sido Kerri - musitó Cronos apretando los puños.

- Eso es imposible - terció Galidel a quien le sobrevino un espasmo de terror -. Él no tiene constancia de los seres que creaste.

- No hay otra explicación posible - terció su gemelo con los ojos fijos en el suelo pero sin ver nada en realidad. Su voz denotaba lo conmocionado que se sentía -. Cuando lo posible no es la causa de algo, sólo queda pensar en lo imposible.

¿Pero cómo? ¿Cómo narices se había enterado Kerri de la existencia de sus fieles criaturas? ¿Habría sido un accidente? ¿Tanto había desarrollado sus poderes en tan poco tiempo? Cierto era que él se había quedado con la mayor cantidad, pero él era el Cronos original, el Dios. ¡Se suponía que eso le daba un poco de ventaja sobre él! ¿Habrían sido los nigromantes? Lo dudaba. Ellos sólo sabían de algunos seres que había creado en el pasado no en el tiempo más reciente y sus Erinias eran las más jóvenes de sus creaciones.

- ¿Y ahora qué diablos hacemos? - preguntó Sanguijuela leyéndole el pensamiento.

Cascabel tragó saliva sonoramente. Aunque los contrabandistas no estuvieron presente en la batalla anterior contra ellas, habían visto y escuchado los estragos que causaron y si con un pequeño batallón sólo la suerte permitió que muchos de ellos salieran de allí con vida, once personas poco podía hacer. Nadeï no podía luchar y los científicos supervivientes tampoco.

- No deberíamos haber acorralado tanto a Kerri - murmuró Nïan mientras se colocaba a su inseparable katana en la espalda. Los científicos se la habían arrebatado una vez sedado y drogado pero ahora que eran aliados se la habían regresado.

No, no había sido buena idea enviarle aquella carta con uno de los vigías supervivientes que mantenían encerrados y atados como rehenes. Tendrían que haberse mantenido en silencio y haber desaparecido de allí antes de que la furia de Kerri les llegara multiplicado por tres. Mas ¿quién iba a pensar que contraatacaría con tanta celeridad? Nadie contó con que las Erinias aparecerían en escena y mucho menos aquella noche.

- Encended todos los braseros y fuegos que podáis - ordenó con los nudillos blancos -. Nadeï ocúltate en el interior de la base bajo tierra.

La joven sanadora no parecía estar conforme.

- No puedo alejarme tanto. ¿Y si alguno de vosotros...?

- Eso no pasará - la cortó tajante -. Yo me ocuparé de que ninguno de nosotros muera - aseguró el rey legítimo a todos sus camaradas -. Estoy en perfectas condiciones. Puedo ocuparme de todos.

Ante sus palabras, Galidel sintió que se le hacía un nudo muy fuerte en el corazón que compartía con Kanian. Su Nïan siempre tan altruista y sobreprotector con los suyos. Las muertes de Fíren y la de sus padres le habían calado demasiado hondo y por ello siempre intentaba que nadie muriese a su alrededor. No podía soportar que pereciesen aquellos a los cuales apreciaba y siempre estaba dispuesto a sacrificarse él a tenor de que tenía un cojín que el enemigo no sabía: el paradero de su corazón.

Sin corazón, un dragón podía vivir sin problema alguno aunque no "llevarlo encima" era una arma de doble filo: no sólo tenía que preocuparse de su propia seguridad sino también de la de ella.

- Malrren ¿te ves con fuerzas para pelear? -preguntó. Su mejor amigo asintió.

- Sí, puedo luchar a tu lado sin problemas - le aseguró y Nïan le creyó.

"No puedo gastar mi magia antes de tiempo."

Las Erinias eran muy duras y peligrosas y si no se andaba con ojo, esta vez tal vez los mataran a todos.

Con algunas directrices trazadas, todos salieron al patio para encender los braseros e iluminar bien la zona donde se desarrollaría la contienda. Escapar era inútil y por eso a ninguno de ellos se les pasó por la cabeza hacerlo. Nadeï, disconforme todavía por la orden de Kanian, se dirigió reticente hacia la entrada al subsuelo pero se detuvo al ver salir por la puerta a la joven científica con los ancianos.

- ¿Qué se está acercando? - preguntó la joven. Pólvora, que estaba cargando sus pistolas, la miró de reojo.

- El sentimiento de la venganza hecho carne - contestó sombrío mientras dejaba la pistola que acababa de cargar a un lado y cogía otra descargada.

- ¿Qué quieres decir? - preguntó una de las ancianas que había jurado fidelidad y lealtad a Kanian y a Cronos.

- Son seres de magia negra que yo mismo creé y que ahora Kerri envía contra nosotros - aclaró Gia que se acercó a ellos con una antorcha en la mano que lanzó sobre un montón de heno. Necesitaban iluminar aquello como si fuese un holocausto.

- ¿Por qué no las detenéis? - le preguntó Ydánia. Si él las había traído a la vida, él podría pararlas ¿no? Esa energía tan negativa y llena de rencor le tenía los pelos de punta y la garganta seca. Nunca había sentido una oscuridad tan sedienta de sangre. Tan llena de amargura y resentimiento ante la vida.

- No tengo el poder suficiente - reconoció -. Será mejor que volváis dentro.

Los ancianos asintieron pero Ydánia se mantuvo en el sitio.

- Yo me quedo. Puedo ayudar - y sin esperar respuesta por parte de Cronos o de los ilustres ancianos de su gente, la joven corrió hacia donde estaban reunidos los Activistas que ya habían terminado de encender todos los braseros y que estaban escuchando las palabras de su líder.

Nadeï, que era muy consciente de la mirada penetrante de Zerch, se aguantó la irritación y acompañó a los científicos al interior de su base. Al verla entrar y vislumbrar que la puerta era sellada por las artes de los magos negros, Zerch sintió que el peso que le dificultaba respirar desaparecía y pudo concentrarse en las palabras de Kanian y en las de su padre que volvía a ejercer su función como general del rey al igual que Araghii el cual había hecho uso de su rango incluso antes de que le propio Dragón le diera ese privilegio.

Había hombres y mujeres que llevaban en la sangre el don del mando, el don de la acción y el don de gentes. Él los tenía todos y por ellos se había ganado su respeto y el de todos a pesar de su pasado delictivo.

- ¿Cómo las vencemos? - preguntó Zorro.

La estrategia que se había planteado era sencilla: las Erinias eran tres y ellos eran once - doce si contaban a la científica que se había colocado junto al erudito - y se dividirían en tres grupos: Arghii, Pólvora, Zorro y Zerch; Cascabel, Malr, Cronos y Ther; Nïan , Sanguijuela, Galidel e Ydánia.

- Tú vendrás conmigo - le dijo a la nigromante -. Quiero tenerte vigilada -. La joven había asentido -. Y respecto a tu pregunta, Zorro, no tengo ni idea ya que la última vez desaparecieron sin más -. Nïan se volvió hacia Gia -. ¿Qué pasó?

- Gea intervino y las hizo volver. Cuando vio lo que estaba haciendo intervino ya que, como todos sabéis, los Dioses no pueden interferir en asuntos mundanos.

- Pues lo disimuláis muy bien - se jactó Sanguijuela dedicándole una mirada irónica. Cronos se aguantó las ganas de pegarle un buen puñetazo en la cara y romperle esa bonita nariz que tenía.

- ¿Crees que esta vez hará lo mismo? - le preguntó su hermana mayor. Él negó con la cabeza.

- No lo creo. Esta vez todo esto se ha vuelto un asunto mundano. Ya no existe Dios del Tiempo, yo soy humano y Kerri también. Todo lo que pase a partir de ahora son cosas de Nasak. Ellos no harán nada.

- Pues lo tenemos crudo - suspiró Araghii con las pistolas cargadas y enfundadas en su cinturón.

- ¿Y si llamas a las Banshee? - aventuró Zerch.

- Sería una perdida de fuerzas. Las Erinias son más poderosas y las matarían o algo peor: las podrían convencer de que soy un impostor y se podrían volver contra mí. Es mejor evitar esa situación porque nos arriesgamos a empeorar algo que ya está terriblemente complicado pos sí solo.

- Las mataremos como sea - dijo Kanian tajante -. Yo me ocuparé de ello mientras vosotros me dais apoyo. Recordad, un grupo por Erinia y si veis que la cosa se pone fea, juntaros con los demás.

Todos asintieron.

- Están a la vuelta de la esquina - informó Ydánia que apretaba con fuerza sobre su pecho la daga de obsidiana con la que se había cortado el brazo el día anterior. En él lucía un vendaje nuevo y muy blanco que contrastaba con su túnica oscura.

- ¡Todos a sus puestos - gritó Nïan desenvainando a Zingora. Galidel lo imitó y empuñó las dos espadas cortas mientras Sanguijuela sacaba sus cuchillos arrojadizos.

Las llamas de los gigantescos braseros titilaron y el sonido de unas risitas escalofriantes inundaron el silencio tranquilo de los bosques. Malrren agudizó el oído mientras asiaba con firmeza el mango de su espada de doble filo. A su lado, su hermano mantenía sus sables pegados a sus costados sin adoptar ninguna posición defensiva y Giadel tenía los ojos cerrados sumido en una gran concentración.

Un rumor inteligible se sumió en el aire y Gali se volvió hacia el oeste. El corazón le latía con sumida fuerza mientras era incapaz de contener el sudor que se derramaba por su espalda. La imagen de Anil a punto de morir le sobrevino y se llenó de angustia. ¿Y si eso ocurría de nuevo? ¿Y si Nïan no era capaz de evitarlo?

- Muerte, muerte, muerte, muerte.

Araghii escupió a un lado cuando escuchó esa palabra desde la lejanía. Sacó su pistola y quitó el seguro de ésta.

Ya estaban allí.

Estaban muy cerca.

- Muerte, muerte, muerte. Nuestro señor Cronos quiere vuestra muerte.

Tres figuras envueltas en un manto de oscuridad cruzaron el cielo por entre los árboles entre risas demenciales y chasquidos capaces de helar la sangre de cualquiera. Su velocidad era demencial. Los ojos de los compañeros no dejaban de intentar seguir los movimientos burlescos de las tres figuras que no paraban de sobrevolar el patio emitiendo su mantra de muerte, muerte, muerte entre risitas musicales, como la de los niños que están jugando a la gallinita ciega o a cualquier otro juego inocente.

Pero aquello no era un juego: iba a ser una batalla en toda regla.

Una matanza si Kanian no controlaba la situación.

El primer ataque llegó de improvisto.

Sin apenas tiempo para reaccionar, Gali vio como una de las Erinias se le tiraba encima con las garras por delante. Era demasiado rápida y la joven supo que no sería capaz de bloquear su ataque.

Una lluvia de escamas azules y sangre llenaron su campo visual. Nïan, con una agilidad sorprendente, se había interpuesto entre su amada y Tisífone. Las garras de la Erinia habían perforado un poco de su carne pero gracias a la protección de sus escamas eran daños menores que enseguida sanaron. Con los labios fruncidos y los ojos azules muy oscuros, Kanian intentó herir a Tisífone con Zingora pero ella se apartó de él con soltura y se lamió las garras.

- Te había añorado, Dragón. Tu sabor es demasiado delicioso - ronroneó la Erinia con una sonrisa peligrosa.

- Estoy seguro de que el tuyo es repugnante - respondió el príncipe en posición de ataque con Gali a su espalda.

- ¿Es tu enamorada? - preguntó señalando a la mestiza -. Me encantará ver como gritas cuando la haga pedazos y me coma sus entrañas.

- Por encima de mi cadáver, Tisífone - rugió sintiendo el calor amigo de la magia -. Esta vez te haré pedazos.

- Estoy deseando verlo - y la Erinia atacó.

Sanguijuela, a su lado, hizo un gran salto y esquivó la acometida de Tisífone mientras le lanzaba en el trascurso sus dos dagas. La Erinia las esquivó con dos quiebros y se plantó por el flanco derecho de Gali. La joven, preparada y con Nïan a su lado, bloqueó su ataque y el acero de la katana de Kanian cortó unos mechones de su cabellera negra.

A unos metros, Alecto se lanzó a por Zerch. El joven, resabido por su anterior combate, esquivó el envite de la Erinia y Araghii disparó con puntería certera al cuerpo de la criatura. Alecto, que nunca antes había visto arma semejante, no supo lo que era aquella bola que iba hacia ella a gran velocidad hasta que se incrustó en su vientre y gritó de dolor. Por entre sus dientes afilados fluyó la sangre y ese hecho la hizo gritar de rabia.

- Humanos asquerosos - gruño precipitándose encima del general. Araghii intentó apartarse y logró al menos evitar que la Erinia le arrancara el brazo pero no fue lo suficientemente rápido y sintió como las garras herían su mano derecha y destrozaban su pistola.

- Jefe - gritó Pólvora que disparó a la letal criatura sin poder herirla. Zorro lo imitó y le lanzó cinco dagas que solo rasgaron sus vestiduras vaporosas.

Gimiendo de dolor, Araghii sacó su hacha de mano dispuesto a combatir con la izquierda. Alecto, llena de furia, se lanzó contra Pólvora que la esquivó rodando por el suelo y Araghii aprovechó eso para acercarse a ella por detrás e intentar machacarla. La Erinia se giró hacia él y lo golpeó en el pecho con una de sus huesudas rodillas mientras se agarraba sobre sus hombros y le clavaba las garras sin misericordia.

Araghii gritó de dolor y Zerch fue a su rescate junto con Zorro. La Erinia se alejó de Araghii cando el filo de la espada del hijo de Zelensa estuvo a punto de cercenarle la cabeza y se burló de ellos mientras se lamía la sangre.

Cronos vio por el rabillo del ojo como caía Araghii lleno de agonía y como Kanian alejaba a Tisífone de su grupo y corría a socorrer al ex-contrabandista dejando por unos momentos que su gemela y Sanguijuela esquivaran y atacaran a la más traviesa de las Erinias mientras Ydánia se mantenía apartada sin que le hicieran demasiado caso muy asustada.

Malrren, curado pero no al cien por cien, luchaba codo con codo con él mientras Cascabel fustigaba a Megera con su cerbatana y Tehr con sus sables.

- ¿Quién de vosotros es Giadel? - preguntó la Erinia girando por encima de sus cabeza con pereza, como si se aburriera -. Mi señor quiere que a ese no lo matemos.

Cronos se envaró al escuchar sus palabras. Kerri no pretendía matarlo hasta verlo con sus propios ojos. Dedujo que también deseaba conseguir a Kanian con vida.

- Soy yo, estúpida - le dijo sin poder evitar enfadarse. En su momento había amado a sus Erinias, mas ahora... ¡Las odiaba! Había creado a unos seres demasiado crueles y sedientos de sangre y muerte. Debería haberlas eliminado cuando pude hacerlo, se reprendió mientras Megera - ofendida por su insulto - lo arañaba en el pecho.

¡Qué velocidad y qué fuerza! Había sido totalmente incapaz de verla venir y de hacerle frente. Si Megera no tuviera ordenes de capturarlo con vida lo habría matado y Kanian no habría podido recomponerlo. Un grito desgarrador le heló la sangre y lo hizo estremecer.

A pocos metros de él, Cascabel miraba con los ojos desorbitados el brazo de Megera que desaparecía dentro de su estómago.

¡No!

- Hija de perra - gruñó Malrren yendo hacia ella con la espada en alto. Megera, con el rostro impasible, golpeó a Malrren con el cuerpo aún con vida de Cascabel y cuando Ther iba a cortarla en pedazos con sus sables, la Erinia partió a su presa por la mitad y alzó su garra izquierda ensangrentada hacia Tehr. El erudito intentó esquivarla sin éxito pues las afiladas cuchillas que la Erinia tenia por manos le desgarraron el hombro derecho y el brazo le colgó casi a punto de despegarse de su cuerpo.

El grito de Tehr lo dejó paralizado mientras la sangre de Cascabel lo bañaba de arriba abajo dejándolo conmocionado.

- ¿Todavía crees que soy una estúpida? - le preguntó mientras le sonreía con sarcasmo.

Nïan se sintió desbordado.

No iba a poder con ellas.

¡Era imposible!

- ¡Seguidme! - les gritó a Gali, Sanguijuela e Ydánia.

La científica corría igual que él hacia Tehr que moriría desangrado si él no lo sanaba. Lazó un hechizo a Tisífone que hizo que la Erinia se alejara un poco de ellos. Todo lo que pasaba en aquel patio era el mayor caos y horror que presenciaba desde el ataque que acabó con su captura. Debía hacer algo sino Megera mataría a Cronos.

-¡Apártate de ella, imbécil! - le gritó.

- ¡Gia! - llamó a su vez Galidel que creía que el corazón se le iba a salir del pecho al ver a su hermano paralizado y con Megera encima de él.

Aquella batalla estaba fracasando. Ni el poder de Kanian era suficiente para detener a esos tres seres llenos de un poder que rivalizaba con el de los Dioses. Eran tan poderosas como el propio Cronos antes de perder su divinidad ¿Cómo las iban a vencer unos simples mortales? Era imposible. ¿Todo iba a acabar allí? Se negaba a creerlo. No podía finaliza así.

¡Así no!

Un dolor espantoso la detuvo en su carrera mientras sentía las garras de Tisífone aferrándose en su muslo.

- ¡Suéltame! - le espetó con las espadas a punto de cortale el brazo.

- Como quieras - fue su respuesta e hizo un giró de muñeca.

Giadel se volvió hacia su hermana cuando la escuchó gritar y Nïan hizo lo mismo cuando estaba a punto de llegar hasta el erudito que pronto moriría. Ydánia, sin apartar los ojos del herido, se arrodilló a su lado y no fue testigo de cómo Tisífone le arrancaba la pierna a Gali.

La mestiza cayó de bruces al suelo donde fue incapaz de moverse o de volver a gritar. Nunca antes había padecido un dolor semejante, uno que la estaba dejando completamente inconsciente. El corazón le bombardeaba con frenesí y eso le hizo recordar el día en que ella y Nïan huyeron del baile anual. El día en que padeció un ataque cardíaco que casi la mató.

Sanguijuela, que estaba más cerca de ella, intentó herir a Tisífone, pero ésta se limitó a lanzar la extremidad de Giadel sobre él para aturdirlo. Sanguijuela esquivó la pierna de la mestiza pero no calculó bien la caída y se rompió el radio.

Nïan no veía nada.

Sólo a ella en el suelo en medio de un charco de sangre.

Sólo a Galidel.

Sin mirar a Tehr, Nïan le lanzó una descarga de poder sanador y sus células, tejidos y músculos se unieron de nuevo evitandole así la muerte. Tras él percibió que Pólvora cargando con un herido Araghii, Zorro y Zerch corrían hacia ellos.

A su Gali nadie la tocaba.

Nadie.

Con el cuerpo en tensión y sin ser consciente de lo que hacía, Kanian soltó un rugido de rabia y dolor y su forma de dragón se manifestó. Sus alas poderosas se desplegaron al igual que su escamosa cola con la cual golpeó a Alecto la cual estaba a punto de atacar a sus amigos. Tenía la mirada perdida. Todo él se sentía fuera de control. Megera, al verlo así, intentó atacarlo pero Nïan la apartó como si nada con su ala membranosa.

Iba a hacer pedazos a esa malnacida.

¡La iba a aplastar!

¡LA IBA A DESGARRAR!

Una descarga lo paralizó y sintió que su tiempo se volvía más lento. Un cabello con destellos cobrizos pasó como una exhalación por su lado y Kanian recobró algo de cordura. Giadel, como el mejor de los velocistas, corría hacia Tisífone que estaba encima de Gali a punto de darle la estocada final. Ydánia, viendo que no sería capaz de llegar a tiempo, invocó a la oscuridad y dos lenguas negras con destellos morados salieron de la tierra para sujetar a la Erinia por la cintura y lanzarla lejos de Galidel y más cerca de Cronos.

Tisífone, aturdida, intentó incorporarse pero alguien se arrojó encima suyo y la inmovilizó. La Erinia quiso apartarlo pero vio que lenguas negras la sujetaban de pies y manos. Gritó desesperada mientras un hombre con ojos dorados la taladraba con la mirada. Esos ojos...

- ¿Quién eres tú? -le preguntó asustada por el poder que sentía en él.

- Aquel que va a devorarte. 

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