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Capítulo tres

Emboscada sangrienta en el bosque negro


- Saben que estamos aquí - masculló el rey sin trono preparado para lo que estuviese por venir pero sin precipitarse a desenvainar su katana.

- Maldición - masculló Zerch al lado de su padre.

El plan había salido mal. 

Aquellas cinco palabras era en lo único que podía pensar Zerch mientras el cuerpo comenzaba a temblarle de impotencia contenida y rabia. ¿Por qué nuevamente todo se desmoronaba a su alrededor? ¿Por qué debían tener ellos tan mala fortuna y el enemigo tan buena estrella en todos sus planes? ¿Acaso ellos no eran los buenos, los supuestos héroes que, a su regreso de la batalla, recibían alabanzas y la composición de un cantar de gesta?

" Y para colmo, yo estoy herido."

 - ¿Qué debemos hacer, Kanian? - preguntó Corwën contemplando la retaguardia con un ademán protector que a Zerch lo llenaba de admiración y a la vez de desazón. ¿De qué servía tanta lealtad y tanta valentía si todos acabarían muertos o muy malheridos?

Kanian parecía estar a punto de contestar algo a su general cuando una lluvia de peligrosas saetas cayó sobre ellos. Con una agilidad sorprendente, el joven heredero de Nasak creó un escudo de magia invisible y los proyectiles rebotaron lejos de ellos. Los caballos, asustados ante el ataque repentino, marcharon al galope y el muchacho chasqueó la lengua.

Adiós a su única vía de escape ante aquella emboscada más que calculada y planificada. No podía negarse que aquellos hijos de zorra mala eran desmesuradamente inteligentes y que nada escapaba de su control.

Nada.

Para iluminar la zona oscurecida, el rey dragón creó una bola de fuego intensa con un giro de muñeca  y la lanzó contra un árbol de ramas retorcidas y raíces supurantes de un extraño líquido pestilente. En menos de lo que canta un gallo, el árbol se incendió creando así un gran foco de luz que le permitió al guerrero escrutar su alrededor apretando los dientes. La muñeca y la cadera le ardían. ¡Malditas heridas!

A su alrededor, como queriendo demostrar su superioridad y su astucia, salieron de las sombras que los ocultaban en perfecto círculo, una treintena de soldados enemigos, uno que los rodeaba y que les vetaba cualquier posibilidad de escapar. Como si tuviéramos una manera de salir de aquí - pensó con cierta ironía malsana.

Estaban perdidos a no ser que Kanian se sacara algo de la manga como Dragón.

- Será mejor que bajéis las armas y levantéis los brazos sumisamente - dijo un hombre bien parecido de unos treinta años. El manda más de aquel montón de basura mortal -, no tenemos órdenes de matar a nadie.

- Vaya que amables - masculló entre dientes. Su tío abuelo lo miró de reojo y le colocó una mano en el hombro.

- Mantén la cabeza fría, niño - le dijo en voz baja y con un tono afilado que le heló la sangre. Zerch lo miró y se quedó pasmado al ver las facciones amables y serenas del erudito ensombrecidas y letales.

- Dejad marchar a mis compañeros - respondió Nïan con la voz serena y principesca; valerosa como la del mejor de los hombres. Eso hizo que Zerch se sintiera inferior a él. Tal vez por esa actitud tan heroica, Nadeï estaba tan enamorada de él -. Me queréis a mí, ¿no es cierto? Dejad pues a mis hombres y juro no haceros daño a ninguno de vosotros.

¿Por qué tenía que sacrificarse siempre él? ¿Por qué siempre parecía pensar en todo el mundo menos en él? Era tan maravilloso que daban ganas de vomitar o de arrodillarse ante él y jurarle vasallaje de por vida. Él estaba entre las dos opciones.

Sin embargo, su amenaza cayó en saco roto y el enemigo que los rodeaba se rieron en su cara sin la mayor muestra de temor. ¿Para qué iban a tomarse en serio la amenaza de un solo hombre cuando ellos eran más numerosos y se encontraban en su propio territorio. Sería muy estúpido. Ellos también conocían el secreto de la magia y, para más inri, la de la magia negra.  

- ¿De qué os reís? - preguntó Corwën indignada aferrando con fuerza  el mango de su espada larga. El hijo de Malrren deseó también tomar su ama y amenazar al enemigo con su gallardía, pero para su completa desgracia, estaba desarmado.

- Toma esto - le susurró Mequi mientras le pasaba algo entre los dedos de su mano izquierda. ¿Acaso era un arco y una flecha? - ¿Puedes disparar? - preguntó.

- De vuestra ingenuidad - escuchó que decía el portavoz del enemigo sin dejar de mirar a Kanian fijamente. Al parecer no le importaba un ápice el resto. Zerch miró a su alrededor y fue incapaz de discernir si los demás les tenían en tan poca estima o no.

- ¿De dónde lo has sacado si no te has movido de mi lado? - le preguntó obviando la pregunta de Mequi. No estaba muy seguro de poder disparar o no.

- Lo llevaba bajo la túnica. Uno nunca sabe con qué va a encontrarse.

Desde luego.

- Si nos encontráramos en otro lugar posiblemente sentiríamos algo de temor ante tu amenaza. Más aquí... -  continuó el hombre que se aguantó la risa. Menudas ganas le entraron de atravesarle la garganta. Pero sabía que era mejor esperar hasta que fuera el momento oportuno.

- ¿Tienes una arma para ti? - le preguntó a su tío abuelo.

- Todos estamos preparados - musitó mientras aquel hombre acababa su parlamento con el Dragón.

 - No tienes ni idea del alcance de tu auténtico poder. El que ahora posees es una ínfima parte a la que podemos hacer frente sin despeinarnos. ¿Quieres verlo?

Ante aquella amenaza Kanian lanzó un ataque inminente contra aquella treintena de guerreros armados con arcos y cuchillos largos. La tierra, bajo su mandato, se levantó del suelo en un intento por desestabilizar al enemigo.

- ¡Huid! - ordenó a los suyos mientras llamaba al viento para que las llamas se propagaran para que muchos de aquellos encapuchados murieran abrasados y su numero mermado ayudara a que todos ellos escaparan.

Pero Zerch sabía que nadie estaba dispuesto a huir y abandonarlo a su suerte para que lo capturaran de nuevo. Si había que morir lo harían.

Mas, para su completa sorpresa, Mequi se lanzó al ataque en combinación con Sanguijuela y lanzaron punzantes proyectiles contra sus contrincantes que alcanzaron sus objetivos mientras el fuego avivado por el hechizo de Kanian se pegaban a una docena de ellos que comenzaron a gritar y rompieron la formación.

- ¡Kanian! - gritó Malrren evitando una flecha con su espada mientras intentaba ir hacia su mejor amigo que se estaba llevando la mano al cuello. ¿Le habrían lanzado una flecha? 

En menos de un segundo el joven desechó aquella idea. No había rastros de sangre bajo su mano y tampoco se apreciaba el asta de madera. ¿Tal vez una especie de dardo narcótico? Esa opción era mucho más viable. Como hipnotizado por todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, Zerch se quedó contemplando la escena que se desarrollaba a su alrededor a una velocidad pasmosa. Todo ocurría demasiado despacio. Incluso sus propios movimientos se habían relentizado.

A su derecha, Zorro y Sanguijuela habían sacado unas bombas de humo que se dispusieron a lanzar a modo de distracción mientras Corwën recibía dos flechazos: uno en el muslo izquierdo y otro en la espalda a la altura del hombro derecho. Sin perder el equilibrio, la mujer continuó desviando flechas mientras Mequi llamaba a su padre sin dejar de disparar pequeños cuchillos dentados. Malrren, sin embargo, hizo caso omiso y siguió avanzando hacia Kanian.

Soltando una bocanada de aire por la boca, Zerch, incapaz de mover las extremidades para cargar el arco y disparar a dos de los encapuchados que se llevaban a Kanian o a los cinco que se habían interpuesto en el camino de su padre, vio como Malrren se defendía con bravura para intentar evitar lo que ya no tenía remedio.

- ¡Tenemos que escapar! - masculló Zorro por lo bajo mientras unos cuantos soldados saltaban sobre ellos con cuchillos curvados y largos en las dos manos. El astuto hombre con el cabello color calabaza adherido a la sudorosa frente, propinó una patada certera en la mano de un contrincante. Éste perdió el cuchillo a la vez que Zorro lo cogía entre sus manos y le rebanaba el pescuezo en un santiamén antes de ir a atacar al siguiente.

Por su parte, Sanguijuela hacía lo propio. Con su gran velocidad y flexibilidad, dio un tremendo salto para estampar su bota sobre el rostro oculto de un soldado y se impulsó hacia delante para clavar un shuriken en la nuca de otro y caer de pie como un gato. Aturdido, como si en realidad él no estuviera ahí, Zerch fue embestido por alguien justamente a la altura de la cadera herida. 

Un grito desgarrador salió de su garganta mientras caía hacia un lado y se golpeaba el mentón contra el suelo. Aquello provocó que sus dientes se cerraran de repente y se mordiera la lengua con ellos. La sangre no tardó en brotar y manar de su lengua y abrió la boca para toser y evitar ahogarse en su propia sangre.

- ¡Zerch! 

Mequi, a su lado, lo ayudó a incorporarse y sacó un pañuelo de su túnica para ponérselo en la boca y limpiarle la sangre y presionar la herida para intentar que la hemorragia remitiera.

- ¡Hay que poner los pies en polvorosa ya! ¡Si no lo hacemos moriremos todos! - gritó Sanguijuela que ayudaba a Corwën a caminar mientras Zorro sacaba más bombas de humo listo para lanzarlas. 

El viento que había hecho aparecer Kanian había conseguido que las llamas crearan una barrera que los estaba aislando del enemigo ya muy mermado.

- Salid vosotros, yo voy a buscar a mi sobrino - dijo Mequi entregando al chico en los brazos de Zorro que lazó las bombas y todos se agacharon para esquivar una lluvia de saetas.

Los tres iban a obedecer las ordenes del erudito cuando cinco flechas volaron hacia su cuerpo expuesto atravesando la muralla de fuego y se incrustaron en su cuerpo. Zerch, incapaz de decir algo coherente, empezó a gemir y a revolverse de los brazos de Zorro que lo soltó y fue corriendo a cargar con el cuerpo aún vivo de Mequi.

- ¡A correr! - gritó el ex contrabandista y todos lo siguieron como pudieron con la impotencia tatuada en la piel.

Padre - pensó Zerch mientras veía como se lo llevaban y los supervivientes se marchaban del campo de batalla entre gritos y burlas.

Mareado por la perdida de sangre y el dolor, el joven Hijo del Dragón siguió a sus camaradas como si estuviera dentro de una pesadilla horrible y sin fin. Cuando el sol despuntaba por el horizonte, los cuatro salieron de los Bosques Sombríos y vieron que dos de sus monturas permanecían en el lugar. Estaban nerviosos sí, pero parecían tan asustados que habían preferido esperar a sus jinetes.

- Hay que buscar un sitio donde los heridos puedan descansar - musitó Sanguijuela que juntamente con Zorro se habían apropiado de la situación y de cómo proceder ahora que Kanian y Malrren habían sido secuestrados y Mequi estaba muy malherido o muerto. Corwën respiraba con dificultad y no paraba de sangrar.

- ¿Tal vez las flechas tengan veneno? - preguntó el contorsionista cuando encontraron un lugar seguro para descansar bajo la sombras de unos árboles en compañía de los dos equinos.

Con mucho cuidado Mequi y Corwën fueron tumbados sobre la mullida hierba. La mujer sudaba copiosamente y su respiración entrecortada parecía asegurar que padecía un gran dolor y que tenía fiebre. Sanguijuela le quitó las protecciones de cuero después de extraerle las flechas.  A continuación el hombre se arrancó las mangas de su camisa de lino y le vendó la herida del muslo. Zorro hizo lo propio para poder vendarle la que tenía en la espalda.

Las dos tenían un aspecto horrible, de ahí la pregunta retórica de Sanguijuela. Un líquido amarillo salía de las heridas y estas apestaban de un modo muy desagradable.

En cuanto a Mequi...

Sanguijuela, soltando un suspiro y armándose de valor, cortó la túnica del erudito sin atreverse siquiera a sacarle alguna flecha. Lo que vio lo dejó horrorizado y Zerch se acercó a pesar de lo débil y cansado que se sentía. El sabor metálico de la sangre estaba provocándole  arcadas y estas aumentaron cuando el olor putrefacto que desprendían las heridas de su tío abuelo se le subieron a las fosas nasales.

Su vientre tenía un aspecto tan terrible que vomitó hacia un lado y la costra de la herida de su lengua volvió a abrirse. La sangre se mezcló con la bilis y todo lo demás. Con la respiración agitada, Zerch hizo acopio de todas sus fuerzas para volver a fijar sus ojos rojos en el amoratado vientre de Mequi. Toda su piel estaba tomando un color morado y azul muy preocupante a la vez que la sangre se desparramaba fuera de su cuerpo mezclada con un líquido amarillo grumoso. El mismo que salía de las heridas de Corwën.

Sin duda aquellas flechas estaban envenenadas.

- No hay nada que hacer - susurró Zorro con el ceño tremendamente arrugado a la vez que tapaba de nuevo la herida y vertía un poco de agua fresca en el rostro de Mequi que, con los ojos muy abiertos, respiraba de forma milagrosa.

- No va a morir - dijo Zerch de un modo muy poco inteligible. 

Zorro lo miró como si fuera un pobre niño tonto incapaz de aceptar la cruda realidad.

- Acéptalo, chico. Así será todo más fácil.

¿Fácil? ¿Cómo podía la muerte ser algo sencillo? Nunca sería capaz de perdonarse que su tío abuelo muriera. Otra muerte bajo su conciencia sería su completa perdición. Y no sólo esta. ¿Y si su padre...?

- El... mapa - murmuró la voz del moribundo sin parpadear o hacer que sus ojos enfocaran algo. ¿Acaso aquel veneno en grandes cantidades paralizaba a la persona mientras moría de forma agónica?

- ¿El que estabais dibujando antes? - preguntó solícito Sanguijuela mostrando un rostro amable y lleno de ternura a alguien que estaba a punto de decir adiós para siempre.

- Sí - asintió este -. En... la túnica - y calló para tragar saliva.

Sanguijuela metió la mano en el bolsillo de la túnica de Mequi y sacó un pergamino algo arrugado y lo desenrolló. En él había unos trazos muy bien dibujados sobre todo el camino que habían recorrido desde la entrada de los Bosques Sombríos por la parte noroeste hasta el lugar del ataque.

- El lugar donde nos han atacado - volvió a hablar el erudito  cada vez con la voz más deteriorada y debilitada-, marcarlo.

Sanguijuela asintió y con su propia sangre que manaba de una herida de arma blanca, hizo un círculo en lo último que había dibujado en el mapa. Satisfecho al comprobar que su última voluntad se había realizado, Mequi alargó con serias dificultades la mano hacia Zerch. Éste se la tomó.

- Cuídalos - dijo antes de exhalar su último suspiro.

- ¿Tío? - lo llamó el joven guerrero contemplando su rostro inmóvil y sus ojos negros apagados -. No... 

Las lágrimas emborronaron su visión y apretó con fuerza el arco que aún sujetaba en la mano. ¿Por qué? ¿Qué le habían hecho a los Dioses para que su familia tuviera que sufrir tanto? ¿Y qué estaba mal con él que había permitido que Mequi muriera y que su padre fuese capturado? ¿Por qué no había disparado? ¿A santo de qué no había puesto el arco en posición, colocado la flecha sobre la cuerda y apuntado a alguno de aquellos malditos desgraciados?

Todos habían luchado. Todos menos él habían opuesto una gran resistencia y él no había ofrecido ni un mínimo. 

Nada.

Se había quedado completamente apático; bloqueado. Como si todo lo que ocurría a su alrededor fuera una ilusión, un delirio de borracho. ¿Qué le diría a su abuela cuando viera el cadáver de su hermano? ¿Cómo sería capaz de mirar a su madre y a su hermana a la cara cuando tuviera que decirles que su padre había sido capturado y que, tal vez, ya estaba muerto?

Muerte, muerte, muerte.

Siempre muerte sobre sus hombros.

Sobre su corazón.

- Zerch, hay que moverse - escuchó que le decía Sanguijuela -. Hay que llegar a Mazeks cuanto antes.

Pero él no podía moverse. No podía hacer nada salvo mirar el rostro de Mequi que se estaba tornando de color morado; el mismo que el de su vientre.

"Yo debería haber muerto. Vine preparado para eso."

Pero el destino no lo había querido así. La parca no quería su cobarde corazón para llevárselo como trofeo a su vitrina particular.

¿Quién lo tomó en sus brazos? ¿Quién lo potó en su espalda mientras el lloraba lágrimas silenciosas? Los días fueron pasando sin que fuera consciente de cómo ni porqué. Corwën, sobre uno de los equinos, más concretamente el orequs de su padre que, bajo la mano experta de Zorro; el animal los había seguido a pesar de haber perdido a su verdadero jinete y había aceptado portar a la general que respiraba pero que estaba completamente sin conocimiento.

La otra montura, un caballo normal y corriente, portaba los restos de su tío abuelo y Sanguijuela lo guiaba de vuelta a casa. A casa... ¿Se podía considerar que Mazeks era ahora su casa? Zerch no recordaba haber tenido jamás otro hogar que no fuera Queresarda y tampoco lo había considerado verdaderamente un hogar puesto que su padre siempre le había dicho que aquello era un escondite; un cuartel general de Activistas.

- Cuando todo acabe, hijo mío, te juro que encontraremos un lugar que podamos llamar hogar.

¿Cuándo? ¿Cuándo sucedería eso?

"Quizás ya nunca. ¿Qué sentido tendría si padre ya no estuviera?"

Días y noches. Noches y días. Todo transcurría como siempre, como si nunca nada cambiara cuando la triste realidad es que todo se transformaba a cada minuto que pasaba. Al tiempo no le importaba. El tiempo no lloraba ni se compadecía de los vivos. ¿Cuántos días les costó volver de los Bosques? ¿Dos? ¿Cinco? ¿Tal vez quince? 

No lo sabía y tampoco le importaba. 

Estaba cansado.

Sin entender nada de lo que decían, al atardecer de un día cualquiera; Zerch vio que Zorro atravesaba la entrada de la ciudad laberinto y como avanzaban por su calle principal perlada de sombras y sin un alma viviente y sí un millar de almas de difuntos. Al cabo de unos minutos, Araghii apareció con una antorcha en la mano seguido de Chisare y hubo un diálogo entre ellos que él no entendió ni quiso comprender.

Cerró los ojos unos instantes y cuando los volvió a abrir sintió que unos brazos lo llevaban con rapidez a la enfermería. Al cerrarlos de nuevo y volver a abrirlos, sintió que una voz demasiado conocida lo llamaba y que unas manos anheladas tocaban su rostro.

- Necesita sangre - decía una voz.

- Hay que desinfectarle la lengua y coserle la herida.

- ¿Zerch? ¿Me oyes?

¿Nadeï?

El joven abrió los ojos y el rostro de su amada apareció en su foco de visión. Su rostro tan hermoso estaba perlado de lágrimas y terriblemente demudado. 

- Zerch, ya estás aquí y te vas a poner bien - dijo ella con ternura.

Completamente ido, negó con la cabeza antes de volver a desmayarse cuando sintió la punta de una aguja entrar en su piel. No quería ser salvado. Una vez más no.


****

Kerri, con los brazos cruzados sobre el torso desnudo, contemplaba bajo la luz de una vela el informe que acababa de recibir de los científicos. Ya hacía quince días que Kanian había sido capturado y él se moría de ganas de ir a ver a su querido primo.

Pero no podía irse hasta que pasaran seis días. ¿La razón? Había convocado a sus nobles para que volvieran a prestarle vasallaje ahora que había cambiado y era un Dios y, también, para celebrar su boda con Rea.

Ya no podía esperar más y mucho menos después de que ella lo rechazara. ¿Por qué lo había hecho? ¿Es que no había tomado el físico del ser que tanto adoraba? ¿No lo quería a él también? ¿Por qué? ¿Acaso era porque estaba enfadada? Ella había sido la única culpable de que hubiese actuado de aquel modo. ¿Qué otra cosa podría haber hecho sino matar a Cronos?

Kerri tomó de nuevo el informe para seguir con su lectura. Oh, sí, se sentía tan bien en ese nuevo cuerpo y todos sus planes estaban saliendo tan increíblemente bien. 

"Lo único que falla es Rea."

Apartándola de su mente, el rey se concentró en el documento. En él le relataban que Kanian estaba constantemente drogado, es decir, lo habían inducido a un extraño sueño y estaban encontrando en sus genes cosas muy interesantes. Por otra parte, a Malrren - hijo del difunto General Rojo -, lo habían torturado para que sonsacarle información si éxito y, ahora, lo mantenían en una celda a la espera de sus ordenes.

¿Qué debería hacer con ese Activista? ¿Debería matarlo? No, nunca venía mal tener un rehén. Sería mejor conservarlo con vida y esperar un nuevo movimiento de los fieles de Kanian. Estaba seguro de que esos imbéciles querrían ir a rescatarlo y enviarían a sus mejores guerreros. En ese momento, Mazeks quedaría desprotegida y él atacaría.

- Esta guerra acabará pronto y yo seré el vencedor.

Cuando estaba a punto de tomar papel y pluma para escribir una misiva para sus científicos, una llamada imperiosa a la puerta hizo que pegara un fuerte puñetazo irritado sobre el escritorio e hiciera un agujero en él. Tal era ahora su nuevo poder que le costaba mucho controlarlo si no estaba completamente en calma.

- ¿Qué pasa ahora? ¡Dije que no quería ser molestado! - exclamó mientras se habría la puerta y aparecía un asustadizo criado -. 

- Lo siento mi... mi rey - tartamudeó sin atreverse a mirarlo a la cara.

Desde su regreso, el personal de La Fortaleza lo miraba con temor al ver que había tomado el cuerpo del Dios del Tiempo, el ser que lo había coronado y que lo había apoyado a él y a su padre para hacerse con el control absoluto de Nasak. Esa proeza significaba que era mejor no hacer enfadar a Kerri ni interponerse en su camino nunca.

- Deja de graznar y habla de una vez.

- Es la señorita Rea - dijo con estridencia y sudando a mares. Eso lo alertó.

- ¿Qué pasa con ella?

- Ha intentado matarse. 


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