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Capítulo treinta y uno

Fatalidades en cadena


Las flechas silbaban por encima de sus cabezas y eso estaba haciendo que Ydánia recordara con demasiada viveza el ataque que, aquellos que ahora eran sus compañeros, habían ejecutado contra su hogar hacía relativamente poco tiempo.

Era increíble el giro tan inesperado que había dado su vida desde aquel día en que secuestraran al nuevo dragón. Aquel acto llevado a cabo para el estudio, había desembocado en una matanza indiscriminada que, sin duda alguna, habían merecido por haberse creído más poderosos e inteligentes que los mismísimos Dioses de la Creación. Esa soberbia había sido su propia tumba y ella, uno de los restos que habían podido escapar con vida, se habían unido a su enemigo con el objetivo de tomar un nuevo rumbo.

Un camino menos oscuro hacia la luz.

La nigromante jadeaba pesadamente con el corazón desbocado. Le estaba costando horrores no ponerse a gritar y echarse a temblar como la hoja de un árbol en otoño. El pecho le quemaba y sentía que por muchas bocanadas de aire que cogiera nunca eran suficientes para acabar con aquella sensación de ahogo.

Ante ella, las dos mujeres de La Fortaleza parecían estar al borde del desmayo mientras seguían el paso de sus dos captores. Tanto la una como la otra miraban con terror hacia atrás mientras la docena de flechas seguía cayendo en su dirección. Si las tres mujeres hubiesen tenido una mínima base en el proceder defensivo y ofensivo hubiesen sabido - como los demás- que aquellas saetas no apuntaban a nadie en particular sino que, más bien, eran una forma de ralentizar su huida.

Teniendo rehenes era muy arriesgado disparar a matar y mucho más siendo noche cerrada.

Había que llegar al jardín lo más pronto posible y evitar la confrontación que tendría lugar si no lo hacían. El sonido gutural de un cuerno de guerra vibró en la oscuridad e Ydánia alzó la mirada hacia una de las torres de la muralla del recinto. El sonido se repitió por tres veces, señal inequívoca de que había en aquello un mensaje cifrado que sólo los soldados debían conocer.

Distraída por aquello, Ydánia vio demasiado tarde como una flecha se clavaba en su tobillo. El dolor enseguida se propagó por todo su cuerpo y no pudo evitar caer al suelo. Era la primera vez que era herida por alguna arma punzante que ni ella u otro de los suyos no hubiese manejado con soltura para algún tipo de conjuro o experimento.

La sangre goteaba de la herida hacia la tierra con algunas pequeñas piedras grisáceas. Un escalofrío la atravesó de la cabeza a los pies al comprender que ahí acababa su aventura. No podía seguir; sería imposible para ella levantarse y ponerse a correr. Lo mínimo que podría hacer sería o gatear o ir cojeando y ninguna de esas opciones era viable en aquella situación de extrema urgencia.

Iba a morir y lo sabía.

Lo mejor sería quedarse allí y que alguien se apiadase de ella y le atravesase el cráneo con una flecha certera.

- ¡Ydánia!

Tehr, el extraño pero a la vez fascinante erudito, corría hacia ella con el sable desenvainado y, manejándolo con increíble destreza, rompió las saetas que iban a impactar contra el cuerpo de la científica.

- ¿Qué te pasa? ¡No te detengas! - le gritó tomándola del brazo.

- No puedo - musitó ella mientras el sudor le caía junto con las lágrimas -. Me ha alcanzado una flecha en el tobillo.

Tehr, aprovechando que las flechas habían cesado, se agachó y tomó el asta de ésta y la partió. Eso hizo que la joven se tensara a pesar de no haber sentido dolor.

- ¿ Qué estás haciendo? - susurró más asustada que antes al ver que el hombre se había quedado con ella.

- Voy a cargarte - informó sencillamente y envainó su arma. Los demás, algo adelantados, se habían detenido.

- ¡Tehr! - gritó Galidel al ver que el hermano menor de Malrren no los seguía.

- Ydánia está herida. Le ha alcanzado una flecha - dijo sin alterarse a Galidel que se estaba acercando a ellos mientras continuaba con lo suyo sin importarle que la joven estuviera intentando que no la cogiera en brazos.

- ¡Suéltame! Esto es una locura, ¡nos van a matar a los dos!

- No voy a dejarte - respondió como si no se encontraran en campo enemigo ni que una gran multitud de soldados hubiese aparecido a lo lejos del interior del edificio central con intención de masacrarlos.

Su corazón latió más fuerte que antes y un cosquilleo apareció en su vientre y sintió que el rostro le ardía más que antes. Era incapaz de apartar la vista del ojo de Tehr, su iris obsidiana la traspasaba y ella se sintió diminuta y a la vez especial.

- Te llevaré de vuelta para que mi madre pueda curarte. Nadie va a volver a hacerte daño - prometió con tanta serenidad que a la joven se le secó la garganta.

Desde que lo había conocido había sido incapaz de apartar la vista de él o de ignorarlo. Y no era por el simple hecho de que era apuesto - a pesar de su medio rostro desfigurado que escondía - sino por el aura que su cuerpo desprendía. En ella no había podido evitar notar las huellas de la oscuridad. Algo en el interior de aquel hombre de gran sabiduría y parco en palabras, la llamaba como las llamas de las lámparas a las polillas.

Era algo que iba más allá de ella y se lo confirmó el hecho de tenerlo todo el día en la mente.

¡No se lo podía sacar de la cabeza aunque quisiera!

Ese algo que lo atraía hacia él la llamaba a todas horas y una extraña necesidad de tocarlo y de estar a su lado empezó a brotar de su pecho y a extenderse por todo su cuerpo. Entonces supo que estaba atrapada, que había caído en las garras de su magnetismo, del ónice de su mirada y del sonido de su voz las pocas veces que hablaba.

Como ahora.

Había caído presa del hechizo y, hipnotizada por sus palabras simples pero sinceras, dejó que éste la cargara a su espalda. Ella se ferró a su cuello mientras le pasaba las piernas por la cintura y él echaba a correr sin importarle la cantidad de soldados que se aproximaban hacia ellos.

***

El joven que la tenía sujeta del brazo y que tiraba de ella sin piedad se detuvo de golpe cuando la voz de aquella joven tan parecida a él gritó un nombre mirando por encima de su hombro.

Rea, sin aliento y a punto de desfallecer, vio que aquel que decía ser Cronos se detenía de golpe en su carrera sin cuartel y eso le permitió a la joven descansar sus doloridas piernas. Nunca había corrido con aquel frenesí y su cuerpo, nada atlético, estaba protestando por el abuso de exigencia que se le había pedido sin estar preparado para ello.

- ¡Vienen los soldados! - informó el apuesto hombre moreno que sujetaba a Sonus.

- ¿Qué demonios hace ese erudito? ¿Está cargando a la nigromante?

Rea observó lo que Cronos decía sin tener la respiración demasiado alterada y observó que el hombre de cabellos negros como el carbón llevaba a su espalda a la joven que parecía tener un extraño poder puesto que era capaz de controlar y dirigir las sombras como si fuesen materia viva y no como algo simplemente inmaterial.

Galidel, la hermana del chico de ojos dorados, corrió hacia los rezagados y, con su espada, desvió una nueva andanada de saetas e intercambió unas palabras con sus dos compañeros. La chica hizo una señal que Cronos supo comprender sin necesidad de palabras y la soltó por unos instantes para pasarse las manos por su corto cabello.

- ¡Joder! Ydánia está herida y no puede caminar - masculló para que Araghii lo escuchara.

- Tenemos que seguir todos juntos - le recordó él moreno entrecerrando los ojos -. Tú nos has metido en esto, chico, y tu deber es sacarnos de aquí.

"Ahora es la mía."

Rea, aunque agotada y a punto de desmayarse por la excitación y el cansancio, se dispuso a echar a correr pero ese joven la agarró con fiereza y fuerza por el brazo.

- ¿Adónde vas? - le preguntó extrañado al ver su reacción.

- ¡Suéltame! - le ordenó mientras buscaba la mirada de su madre. Sonus, confusa, se mantenía al lado de su primer y único amor mirándola con pánico. Rea supo que en su interior tenía un dilema en ciernes y que no sabía qué hacer.

- ¿Se puede saber qué te pasa? - exclamó él furioso mientras los rezagados se colocaban a su altura. El olor de la sangre inundó sus fosas nasales y aquello pareció darle fuerzas; unas que hicieron que se debatiese e intentase zafarse del agarre de Cronos -. Quieta, ¿es que te has dado un golpe en la cabeza?

- ¡Eso deberías preguntártelo a ti mismo! ¡Déjame, me haces daño! - exclamó fuera de sí.

- Rea - dijo intentando hacerla razonar.

- ¡Qué me sueltes!

De un tirón, la joven logró apartarse de él y un sordo dolor en el brazo la hizo gritar. Algo en él parecía haberse malogrado y, mientras se lo sujetaba, se le saltaron las lágrimas por el lacerante dolor. ¿Se lo habría roto acaso? ¿O había sido algo relacionado con los tendones o los músculos?

Las lágrimas descendían por sus ojos violetas cuando la joven fulminó con la mirada a ese hombre que era una nueva versión de Cronos, de ese ser divino que ella había amado y del cual ya se había despedido. Sí, eso mismo había hecho. Hacía unas horas que había tomado una resolución que no pensaba quebrantar: había dejado su anterior vida y entidad atrás y aquel muchacho no se lo iba a fastidiar.

No.

No estaba dispuesta a dejar que volvieran a romperla en pedazos.

No más.

- No voy a irme contigo - susurró.

***

Giadel se quedó gélido.

Completamente congelado en el sitio sin ser capaz de mover ni un sólo músculo.

Estaba convencido que había escuchado mal, que Rea no había dicho aquello que su sentido auditivo le acababa de transmitir a su cerebro.

- ¿Qué has dicho? - preguntó después de tragar saliva pesadamente. Gali, Ydánia y Tehr ya los habían alcanzado y los soldados también se aproximaba y no tardarían ni cinco minutos en alcanzarlos.

- Que no pienso irme contigo a ninguna parte - respondió ella alzando el rostro perlado de sudor y lágrimas. Su brazo derecho colgaba de forma extraña y supo que se lo había dislocado al ejercer aquella fuerza para desasirse de su agarre.

- No te entiendo - musitó asustado. Era la primera vez que sentía aquel terror visceral en su cuerpo mortal y no divino. Y era tan sumamente difícil poder tener bajo control las emociones sin las múltiples barreras que poseía en su cuerpo original. Aquello era como pedirle a una ardilla que se volviera carnívora. Es decir, que era imposible. Por eso algo dentro de su interior empezó a resquebrajarse mientras el sudor de la carrera se mezclaba con el que estaba exudando ahora por el temor -. ¿Qué narices estás diciendo?

- ¿A caso estás sordo? - contraatacó ella fría y mordaz -. No me voy a ir de aquí.

- ¿Te has vuelto loca? ¡¿Ese bastardo hijo de perra te ha hecho algo?! - gritó ignorando que la madre de dicho bastardo estaba allí contemplando la escena con una sombra de pena en los ojos.

- No a diferencia de ti que me has lastimado el brazo - le recriminó -. Márchate si no quieres que te mate - le advirtió más que le sugirió.

- No voy a irme de aquí sin ti - recalcó -. ¿Sabes lo que he tenido que pasar para poder vernir aquí y buscarte? - le preguntó completamente desesperado por el giro tan inesperado que estaba tomando aquella misión que él mismo había ideado.

- Ni lo sé ni me importa - le respondió la joven con desprecio en el tono de su voz. Eso lo golpeó profundamente en su ego -. Nadie te ha pedido que vinieras aquí a por mí. ¿Acaso pensabas hacerte el héroe rescatando a la damisela en apuros? Pues te equivocas: ni soy una damisela ni estoy en apuros. Soy la futura reina del Señorío le pese a quien le pese.

Sus palabras fueron martillazos, coces e infinitos tajos en el cuerpo de Cronos. Las palabras de Rea lo estaban matando poco a poco y ella, consciente de ello, se las había dicho para darle donde más le dolía, muy consciente de que él era Cronos y, como tal, sabía dónde hacerle daño.

- Me desposo con Kerri porque lo amo - declaró alzando la barbilla -. Él no me ha obligado a ello.

La voz de Kanian sonó en su cabeza y supo el error tan estúpido que había cometido por creerse superior a todos aquellos mortales que ahora eran iguales a él.

- ¿Y si ella no quiere irse? - le había preguntado Kanian.

- Querrá - dijo instantáneamente.

- ¿Estás seguro? - preguntó el príncipe poco convencido.

- ¡Ella me ama!

- ¡Te amaba cuando pensaba que estabas vivo! ¿Qué pasa si se casa con mi primo por motu proprio?

"Había estado en lo cierto."

Sí, Kanian había dado justo en el clavo y él, reacio a creer que las cosas habían cambiado demasiado tanto para Rea como para él, había desoído sus certeras palabras y, ahora, con la verdad ante sus ojos y sus amigos y compañeros expuestos ante el peligro, se sintió un verdadero estúpido; un idiota engreído que todavía se creía un Dios cuando lo había perdido todo ante Kerri.

- Hermano. - La voz de su gemela sonó en su oído mientras lo tomaba del brazo con premura -. Nada tenemos que hacer aquí ya. ¡Vayámonos antes de que nos cojan!

Gia, con el corazón roto, asintió mientras miraba a Ydánia y la flecha clavada en su tobillo. Todo esto es culpa mía - se recriminó. No podían permanecer allí más tiempo y que alguien más fuese herido por algo que ya no tenía sentido.

Ante su mirada dorada, Rea, con Sonus a su lado, no dejaba de mirarlo con sus iris violeta. En ellos vio rabia y, lo peor de todo, la orden silenciosa e imperiosa de que se fuera de su hogar y que no osara ponerse frente a ella nunca más.

Todo se había acabado.

Enesserí hacía mucho que ya no existía y Cronos era ahora una sombra de lo que fue. El amor puro y verdadero que los unió había sido demasiado mancillado tanto por uno como por el otro. Lo que sentían había degenerado tanto que era insalvable.

Nïan quiso hacérselo entender pero él no quiso escucharlo.

Sin mirar atrás, con la compañía de la amistad y la comprensión de su hermana y sus compañeros, Cronos fijó la mirada al frente e impulsó su cuerpo para correr lo más rápido que pudiese hacia el jardín.

Allí ya no le quedaba nada.

***

Sonus, en silencio, observaba a Araghii marchar.

¿Qué otra cosa podía hacer? Rea había decidido quedarse con su hijo y ella... en fin, no podía dejarla sola y tampoco podía comenzar una nueva vida al lado del hombre que amaba.

El amor que hubo entre los dos se había transformado y había cambiado.

Mutado.

Aunque se fuera con él, ¿qué le esperaba a su lado? Cada cual había rehecho su vida de una forma u otra y, por muy bonito que pudiese parecer la idea de tener juntos una segunda oportunidad, Sonus sabía que eso no era siempre así y menos cuando el dolor y las cicatrices que llevaban cada uno de los dos en el corazón eran demasiado profundos como para poder olvidarlo todo sin más.

La reina todavía sentía el regusto amargo de la traición en la lengua mezclada con el agridulce de saber toda la verdad. Araghii no había tenido más remedio que abandonarla al verse amenazado por el jefe de su banda y, al ser tan joven e inexperto, creyó estar haciendo lo correcto para ambos.

Lo entendía; era capaz de comprenderlo pero eso no quería decir que todo el rencor que guardaba en su corazón fuera a desvanecerse de un plumazo de buenas a primeras. Eso sólo ocurría en los poemas y cantares de gesta de los trovadores y en las novelas.

Y aún así, sabiendo que lo suyo era imposible, Sonus sintió que su corazón volvía a romperse en pedazos dentro de su pecho al observar la espalda ancha y poderosa de él. Con el paso de los años, todo él se había tornado más atractivo y poderoso, más imponente y deseable para cualquier mujer.

Y debía decirle adiós una vez más.

Sonus, a punto de decirle a Rea que regresaran al interior del edificio central de La Fortaleza para curarle el brazo, vio que algo sumamente veloz surcaba el cielo y cómo el vello de los brazos se le erizaban. A pesar de la oscuridad nocturna, la reina supo que aquellos extraños seres fieles a Kerri, aquellas extrañas criaturas con forma de mujer que habían aparecido días atrás, iban prestas para detener a los intrusos.

La alarma se apoderó de todo su cuerpo y, sin pensar, salió corriendo tras ellos.

- ¡Madre!

La voz de Rea a su espalda no hizo que se detuviera o que aminorara el paso y, a pesar de estar extenuada y de las protestas de sus piernas y pulmones, Sonus continuó su carrera más y más rápido, tanto como podía, como si una fuerza interior la impulsara y la ayudara a ir más aprisa. Las dos Erinias estaban encima de ellos y pudo sentir cómo Araghii y sus compañeros se percataban de la aparición de ellas y como intentaban aligerar el paso para evitarlas.

Fue inútil.

Una de ellas le cortó el paso amenazadoramente moviendo sus garras cerca de sus rostros y la otra, entre risas divertidas, se dispuso a despedazar a aquel que tenía más cerca.

¡No!

Sonus aumentó la velocidad mientras el corazón parecía a punto de explotar dentro de su pecho.

- ¡Araghii!

El grito de ella hizo que el contrabandista alzara el rostro y viera una imagen que no estaba preparado para ver y que se le grabaría en la memoria hasta el día de su muerte.

Sonus, salida de la nada, se precipitó sobre él mientra que Alecto, una de las dos Erinias, la desgarraba en diagonal con sus garras. Araghii, gritando sin darse cuenta, escuchó el sonido de la carne siendo desgarrada y el de los huesos siendo serrados. El cuerpo desmadejado de Sonus cayó en sus brazos mientras Alecto se alejaba de ellos ante la amenaza de las lenguas de oscuridad que Ydánia estaba controlando con seria dificultad para intentar ganar tiempo.

Sin fuerzas para mantenerse en pie, Araghii cayó de rodillas al suelo con el cuerpo de ella. La sangre caía sin misericordia por su espalda y el hombre la sujetaba por la cintura y la cabeza, la cual colgaba en un angulo demasiado antinatural.

- Sonus... Sonus - la llamó con la voz rota mientras los ojos de ella, vidriosos, lo miraban. Sus labios ensangrentados dibujaron una sonrisa.

- Menos mal - susurró con la voz ronca -. He llegado a tiempo.

- ¿Por qué? Dioses... ¡¿Por qué?! - bramó al cielo mientras sentía cómo el cuerpo de ella se quedaba flácido -. No vine para esto - le dijo a ella con la voz rota intentando contener las lágrimas -. Esto no es lo que yo quería. ¿Por qué? ¿Por qué has tenido que salvarme? ¡Era yo quien debía hacerlo! Si vine fue para compensarte. Para darte una vida mejor. ¡Para ayudarte a ser feliz!

- Y lo has hecho - le aseguró casi sin fuerzas -. Al menos tendré una muerte diga por haber salvado la vida del único hombre que he amado. Es una bonita forma de acabar con nuestra historia.

- No... No debía acabar así.

- Araghii, tenemos que irnos. Nada podemos hacer por ella y si mueres su sacrificio habrá sido en vano.

Galidel, tras él, lo instó a que depositara el cuerpo casi sin vida de la reina y como un muñeco sin voluntad, dejó que la enamorada del heredero legítimo del reino lo alejara del lugar hacia el jardín, la única vía de escape que tenían.

Mientras se alejaban del lugar como si estuviese envuelto dentro de un mal sueño, el grito de una joven rota por el dolor le perforó el alma y algo le dijo que aquella no sería la única desgracia que ocurriría aquella fatídica noche.

***

Era como un vendaval; como un rayo certero que desciende del cielo a una velocidad tan grande que ni el ojo más avispado es capaz de vislumbrar.

Eso era Kanian mientras corría por los úntenles subterráneos de la base activista.

- Vamos Dragón, no tienes mucho tiempo.

La voz de Gea se repetía una y otra vez como un eco que, en vez de centrarse en las ultimas palabras, empezaba siempre desde el principio.

Debería haberlo sabido. ¿Cómo podía haber sido tan increíblemente estúpido? Llevaba mucho tiempo con Gali y debería haber sabido que ella ayudaría a su hermano gemelo fuera como fuese. El amor puro y sincero que tenían y el vínculo que los unía era y siempre sería demasiado fuerte, mucho más que el vínculo que tenían ellos dos a pesar de compartir corazón tanto material como inmaterial.

Galidel seguía siendo impulsiva y jamás dejaría de serlo. Aquello formaba parte de quien era, de su identidad y ni él ni nadie podrían cambiar el hecho de que, cuando había alguien a quien quería de por medio, ella haría cualquier cosa con tal de ayudarla.

Ser imprudente era parte de su esencia al igual que él siempre tendía a sacrificarse por el bien común sin importar el precio a pagar.

Cada uno de ellos llevaba su cruz.

"Y yo fui un ingenuo."

Sí, pecó de ingenuidad y ahora podría estar pagandolo de la forma más cara y cruel que pudiera imaginarse. Debía llegar a tiempo y salvarlos a todos si no jamás podría perdonarselo.

Nïan, con la respiración agitada por el nerviosismo y la tensión más que por la carrera, se detuvo ante lo que era sin duda alguna un portal. En el suelo, dibujado en tiza, había un círculo y sobre este un agujero oscuro que parecía vibrar. Kanian sintió un enorme poder emanar de él y se acercó a él con pasos decididos. Cuando sus pies entraron en el círculo de tiza, una lengua de oscuridad apareció del portal y le rodeó la cintura con gentileza para introducirlo en su interior.

Una fuerza centrífuga lo arrastró a gran velocidad mientras él comenzaba a cambiar dentro de aquel vórtice. Gea le había mostrado a las dos Erinias avasallando a sus amigos y a su amada Galidel y estaba dispuesto a poner punto y final a la vida de aquellas dos criaturas llenas de maldad y de rencor. Un torrente de magia recorrió cada fibra de su cuerpo y sintió como se le extendían los huesos y los músculos; como todo él iba ganando tamaño, fuerza y otras partes que en su estado humano no tenía. Su cuerpo fue recubierto por escamas mientras de su espalda salían dos alas gigantescas y una cola rematada con dos grandes pinchos.

El Dragón, el destinado a reinar, salió del portal girando sobre si mismo antes de extender sus alas sobre el jardín del interior de La Fortaleza y soltar un rugido desgarrador perlado de amenaza y poder.

Cuando el joven dragón pudo enfocar la vista y ver lo que sucedía a su alrededor, se le heló la sangre.

Había llegado tarde a pesar de la ayuda inestimable de Gea.

Ante él, con una sonrisa sardónica y triunfante, Kerri, de pie sobre un gigantesco dragón mecánico, lo miraba con altivez y triunfo respaldado por un numeroso ejército de Señores del Dragón.

Pero eso no era lo peor.

Lo pero fue ver a Galidel entre sus brazos fuertemente agarrada por las garras de metal precioso que su primo llevaba en las manos al igual que los antiguos reyes de Arakxis.

- Bienvenido a mi hogar, primo - lo saludó éste -. Yo que tú me quedaría muy quieto y tranquilo puesto que, si no lo haces, tal vez se me resbale la mano y haga daño a tu putita. Y, si eso ocurriera, te aseguro que no perdería una pierna, sino algo más peliagudo que ni tú ni el hijo que lleva en su seno podríais sanar.


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