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Capítulo treinta y siete


El último dragón

La potente luz del sol le molestaba terriblemente los ojos a pesar de tenerlos fuertemente cerrados. Con fastidio, colocó su antebrazo sobre sus ojos para así atenuar aquella luminiscencia atravesándole la piel.

Gruñó. Estaba terriblemente cansado y el pecho le palpitaba con fuerza causándole laceraciones dolorosas. Se dio la vuelta para buscar una mayor comodidad. No recordaba que su jergón fuese tan duro e incómodo. Algo se le clavó en el costado y abrió los ojos de golpe.

La penetrante luz del mediodía volvió a lastimarle los ojos los cuales tuvo que cerrar con fuerza para evitar que sus pupilas siguiesen sufriendo sin necesidad. Pero, antes de cerrar los ojos para ir acostumbrándose a la claridad paulatinamente, había visto una piedra irregular con la superficie rugosa y punzante.

Aquello había sido el causante de la punzada en su costado.

No se encontraba en su cama.

Nïan abrió despacio sus ojos azules y, con ayuda de su magia, hizo que sus pupilas se acostumbraran a la luz de un plumazo. Miró a su alrededor y contuvo el aliento. Un bosque de abetos, pinos, enebros y almendros se abría paso ante su mirada donde sólo los abetos, pinos y enebros conservaban sus hojas.

El rumor del bosque hizo que alzase la mirada y vio a dos ardillas saltar de un pino a un almendro con pocas hojas en sus ramas. Un estremecimiento lo recorrió de arriba abajo y, por primera vez, se percató del frío que hacía. Se miró las palmas completamente enrojecidas por la baja temperatura y vio como su aliento se condensaba formando vaho.

Un jadeo y toses amortiguadas hizo que dejara de contemplar el paisaje y mirase a su izquierda. A unos metros de él, Gia estaba de rodillas y con las manos sobre la tierra grisácea. Kanian, recueprandose poco a poco por sus poderes sanadores, se incorporó y se acercó al mestizo.

- ¿Estás bien? - le preguntó mientras se sentaba a su lado pesadamente.

Giadel, sin responder, se volvió hacia él y Nïan vio la sangre que manaba de su nariz y la palidez extrema de su rostro. Gia, al ver su rostro demudado, intentó sonreír para tranquilizarlo.

- Estoy bien - respondió pesadamente y casi sin aire -. Necesito recuperar el aliento.

Kanian, incapaz de dejarlo en aquel estado tan lamentable, lo ayudó a incorporarse y, dándole un poco de su poder, lo apoyó contra un enebro mientras él se colocaba frente al chico.

- ¿Mejor? - quiso saber angustiado. No quería que nada malo le sucediera a su nuevo amigo y compañero. Recuerdos amargos florecieron dentro de su mente y, por una fracción de segundo, vio a Fíren acribillado por las flechas.

- Sí - dijo Cronos con la voz más segura y sin falta de oxígeno -. No pensé que sería tan duro hacer un viaje temporal. He gastado muchas fuerzas, pero me recuperaré y mi poder temporal se regenerará.

Más tranquilo ante sus palabras, Kanian se permitió suspirar aliviado.

- ¿Y tú? - se interesó el gemelo de su Gali -. Te veo muy desmejorado.

Eso le hizo sonreír.

- No me extraña, me arrancaste parte de mi vida de cuajo - bromeó dejando que el calor del sol calentara su cuerpo -. Poco a poco mi magia se está recuperando. ¿Dónde estamos? - cambió de tema contemplando el vuelo de un pequeño grupo de pájaros.

- Exactamente no sé cómo se llama este bosque en particular. Mas te diré que no estamos en Nasak - dijo apoyando la cabeza contra el tronco -.Nos encontramos en Yurakxsis.

Como si en su trasero tuviese muelles, Nïan se alzó de un salto y contempló el bosque con una mirada completamente distinta a la de su primer escrutinio. La sangre recorrió su cuerpo a gran velocidad y sintió el bamboleo de su corazón de una forma muy muy lejana y sutil. No podía creérselo, estaban en el pasado de verdad y no en un lugar cualquiera, sino en el continente originario de los dragones.

Estaban en Yurakxsis.

- Calculé mal - decía Gia tras su espalda -. No pensé que un traslado de continente me afectara tanto durante el salto temporal.

- ¿De verdad? - inquirió con voz trémula y con un gran cúmulo de emociones -. ¿Estamos en Yurakxsis? ¿En la tierra de los dragones?

Cronos, ante esa pregunta perlada de ansiedad, asintió.

- Sí, lo estamos.

Nïan, emocionado, cerró los ojos y dejó que los olores y los sonidos del bosque lo envolvieran. Un ramalazo de melancolía le recorrió las entrañas. Ojalá Galidel estuviese allí a su lado para contemplar, y más tarde, explorar aquella tierra ocupada en su tiempo presente por los Elfos y otras razas y clanes. En aquel tiempo, en la época de Zingora, esas tierras estaban bajo la protección de Urano y Gea. Después, con la huida de los primeros Hijos y la muerte del último dragón, las deidades de los Elfos - los nuevos amos y señores de Yurakxsis- se habían hecho con su control.

"Ojalá padre y madre, Hoïen, y Fíren estuviesen aquí también."

- Creo que sería aconsejable y prudente encender un fuego - habló Nïan embriagado todavía por la emoción -. Venimos demasiado frescos.

Gia, con los brazos sobre el pecho para intentar mantener el calor de su cuerpo, dejó escapar una risotada. Efectivamente, los dos guerreros habían llegado pertrechados con buenas armas pero con ropas demasiado veraniegas para el gusto de la época otoñal en la que se encontraban en aquellos momentos.

- No pensé que llegaríamos a una estación diferente. Supongo que, la próxima vez, me saldrá mejor - bromeó el joven.

El príncipe volvió a su lado.

- Voy a buscar leña, no tardaré.

- Ten cuidado - le dijo Cronos cuando ya se estaba alejando.

Kanian, como respuesta, agitó la mano y se adentró hacia una zona más boscosa que se abría por la derecha. Al comenzar a moverse sin estar del todo restablecido, el joven se sintió algo patoso y tuvo que avanzar dando pequeños pasos sobre el terreno. El sendero, con algunas piedras, vegetación escasa de colores apagados y arbustos, no fue difícil de recorrer puesto que no había maleza que obstruyera el camino a pesar de que éste fuese más bien estrecho.

Cuando se sintió más seguro y estabilizado, Nïan buscó con la mirada algunas ramas de madera seca. Se internó más en la espesura con el sonido de fondo de unos pájaros cantores que alzaban el vuelo. Ignorando los sonidos, el joven dragón siguió con su cometido hasta que visualizó una gran rama seca a poca distancia de su posición.

Con una sonrisa, se abrió paso hasta el lugar y apareció en un pequeño claro. Allí las copas de los árboles estaban a mayor altura que en el claro en el cual él y Cronos habían despertado. Miró por encima de su hombro. Ya no se podía ver el lugar en el cual estaba su amigo puesto que había tenido que caminar bastante hasta lograr hallar lo que buscaba para encender una fogata. Nïan se llevó una mano a la espalda y tomó el mango de madera de su hacha de mano.

Al igual que Giadel, él también había considerado prudente ir bien pertrechado en lo referente a armamento. Ya que la moneda que ellos encuñaban en Nasak no era válida en aquella época, no les quedó más remedio que estar preparados para cualquier eventualidad a través de la fuerza bruta. Los dos guerreros portaban un arco corto con un carcaj cerrado lleno de saetas, cuchillos y puñales en los muslos, una hacha, y sus espadas. En su caso, Zingora descansaba en su espalda mientras que el arco corto en la cadera al lado de su carcaj.

Kanian hincó una rodilla en tierra mientras la otra la mantenía flexionada. Colocó una mano encima de la larga rama para proceder a cortarla cuando escuchó un sonido distinto a los que poblaban en el lugar. Con el hacha en la mano, el joven agudizó el oído sin moverse un ápice. Su magia, resentida todavía por el viaje temporal, no le podría ser de mucha ayuda ya que estaba inestable dentro de su cuerpo. En esos momentos, sus poderes eran peligrosos e ineficaces.

Aun así, como sus sentidos estaban muy desarrollados, fue capaz de escuchar el silbido del cuchillo y lo desvió con su hacha. El ruido metálico de éste le erizó el vello de la nuca y alzó la cabeza. Sobre unas ramas, dos figuras en ligeras capas de piel de lobo lo estaban apuntando con dos arcos cortos. Chasqueando la lengua, Nïan rodó por el suelo hacia atrás y las dos saetas se clavaron en el lugar que había ocupado segundos antes. Incorporándose lo más rápido que pudo, el príncipe guardó el hacha y desenfundó su katana.

La hoja de hierro refulgió unos instantes bajo los pocos rayos de sol que penetraban entre las hojas de los árboles de aquel pequeño claro. Kanian, en posición de defensa, detuvo sin esfuerzo el filo de una espada corta y ancha de un enemigo que había surgido por su izquierda con asombrosa velocidad. El intercambio de golpes se produjo casi al instante a la vez que escuchó el silbido de dos nuevas flechas. Con la mano libre, alzó un pequeño hechizo y creó una barrera simple y poco duradera que desvió las flechas.

Los arqueros bajaron del pino de un salto y tres figuras más salieron de la espesura. Todos vestían del mismo modo: capas de piel de lobo, pantalones de cuero y botas oscuras y altas. En los cinturones portaban espadas, cuchillos y machetes. Kanian, separó las piernas mientras contemplaba a aquel grupo de cinco individuos a los que se les sumó un sexto. Había cuatro hombres y dos mujeres. Sus cabellos era de un color castaño muy brillante con tintes rojizos y sus ojos de diversos colores y tonalidades.

Nïan maldijo su suerte. Eran seis contra uno y, aunque estaba seguro de que no eran gran cosa, estaba perdiendo un tiempo precioso ocupándose de esos forajidos. ¿A santo de qué lo habían atacado si él no había hecho nada? Kanian se fijó en su gran altura y eso le llamó la atención pero no la suficiente para intentar ir más allá. ¿Qué importaban quienes fuesen? Si intentaban atacarlo de nuevo, los abriría en canal.

Sin que ninguno dijese una triste palabra, dos enemigos se lanzaron a por él. Nïan frunció el ceño y se preparó para hacerles morder el polvo. Con Zingora aferrada con las dos manos, bloqueó al primero y, moviendo la espada, se separó de él para evitar el tajo del segundo. Una nueva flecha voló cerca de su cabeza y, sin ser capaz de controlar su magia, apretó los dientes forzando un movimiento antinatural para evitar que la punta le atravesara el cráneo. Al hacerlo, la flecha sólo le rozó la mejilla pero perdió el equilibrio y eso propició que un tercero le clavara un puñal en los riñones.

El Hijo del Dragón le propinó un codazo a su atacante pero éste se apartó lo justo para evitar que le hundiera el tabique nasal en el cerebro.

- Mierda - masculló mientras rodaba por el suelo para evitar dos espadazos en su pecho. La magia, lentamente, estaba deteniendo la hemorragia de su herida pero no con la rapidez y la eficacia de siempre.

Tarde había comprendido que estaba demasiado débil para entablar una lucha y mucho menos para enfrentarse a seis de golpe. Los había subestimado: eran muy buenos y rápidos. Letales y de movimientos precisos; calculados. Lo peor de todo era que los seis se coordinaban a la perfección y eso evitaba que Kanian pudiese abrir una brecha en aquel cerco que, sin que lo notara, habían cernido sobre él.

Frustrado, agotado y sangrando, Kanian hizo acopio de todas sus fuerzas e hirió en el brazo a uno de ellos. Éste cayó al suelo con un bramido mientras se contemplaba el brazo que le colgaba por un fino trozo de carne sin cercenar. Nïan, sin enfundar su arma, salió corriendo en dirección al claro. Debía salir de allí con Gia cuanto antes.

"Si es que no lo ha encontrado nadie."

¿Quién le aseguraba que no habría más forajidos en el bosque? ¿Y si habían visto al mestizo y lo habían matado para robarle? Apresurando el paso priorizando la velocidad a la curación de su herida, atravesó todo el camino recorrido con sus atacantes pisándole los talones. Al llegar al claro, sintió un ligero alivio al ver a Giadel en el mismo sitio donde lo había dejado.

- ¡Rápido, hay que irse! - le gritó enfundando su katana.

Gia, sin comprenderlo, se incorporó con dificultad. Al ver lo que venía por detrás de Nïan, el muchacho se apresuró a sacar su arco y a disparar una flecha. Kanian sin perder velocidad, tomó su arco y abrió el carcaj extrayendo una flecha. Girándose después de saltar en el aire, apuntó con celeridad y disparó mientras veía como el destinatario de la flecha de Giadel la esquivaba por los pelos.

"Al menos ahora son cinco."

- ¡Corre! - le instó al chico que estaba disparando otra flecha. La que él había disparado no había logrado incrustarse en su objetivo.

- ¡No puedo! - gritó éste a su vez mientras seguía lanzando flechas. Su cuerpo temblaba a causa del frío y el agotamiento. Sería de locos que Cronos se lanzara corriendo en una carrera puesto que únicamente era capaz de plantarles cara a sus atacantes gracias al apoyo inintencionado del enebro.

Con los pies de nuevo en el suelo, Nïan guardó el arco y se llevó la mano a la herida que todavía sangraba. Una mueca de agonía apareció en las facciones de su rostro.

"No me queda otra opción."

Moviendo la mano impregnada de su sangre con rabia, Nïan dibujó un arco con las gotas de su sangre. Éstas, impregnadas de su magia innata, tomaron forma de afilados estiletes color escarlata y se precipitaron sobre sus enemigos. Éstos, sin poder evitar dicho contraataque, se cubrieron con la piel de lobo que portaban y, para asombro de Kanian, evitaron que su desesperado ataque perforara algún órgano interno llevándose solamente heridas leves.

Al menos había ganado algo de tiempo.

- Debemos irnos - le instó a Giadel una vez llegó a su lado.

- ¿Y cómo? Estás herido y yo no puedo con mi cuerpo. No pensé que entraríamos en contacto con el peligro de una forma tan inmediata. Pero debería haberlo previsto, sin duda alguna.

- No te reproches algo que era imposible de prever - lo cortó antes de que el joven se autoflagelara. No había tiempo suficiente para que esa parte de la personalidad de Giadel aflorara en ese preciso instante -. Me transformaré en dragón y saldremos volando.

- Es peligroso, demasiadas ramas. Te perforarán las membranas de las alas - masculló mirando la foresta de su alrededor.

- Correré el riesgo.

Un estremecimiento lo recorrió con violencia de arriba abajo. Algo tremendamente poderoso había aparecido a su espalda y comenzó a temblar. ¿Qué era aquella fuente descomunal de poder? Jamás había sentido algo parecido. Era más aterrador que los poderes de los Dioses. Éste que estaba sintiendo era abrumador, autoritario, salvaje, indómito y, a la vez, en estado de reposo. Su poseedor estaba esperando el momento propicio para desatarlo.

- Demasiado tarde - musitó Cronos mientras él se volvía hacia su nuevo contrincante.

De la espesura del bosque, una figura no excesivamente alta y sí esbelta, contemplaba el resultado del ataque mágico de Kanian. A su lado se encontraba el forajido al que le había herido el brazo con éste completamente restablecido. El ser, con una apariencia frágil, dio unos pasos adelante dejando atrás las sombras del follaje arbóreo. Los rayos del sol cayeron sobre él y el príncipe contempló maravillado el hermoso brillo azul de sus cabellos azul marino cortos y voluminosos que se mecían por una brisa inexistente.

A diferencia de sus compañeros, su cuerpo no estaba ataviado con capa alguna, sencillamente portaba una camisa blanca de algodón y unos pantalones marrones del mismo tejido y un fino cinturón trenzado. Su indumentaria terminaba con unas botas de cuero hasta las rodillas. Sin que nadie dijese una palabra, el recién aparecido, un muchacho a simple vista, alzó la mano y la cerró en un puño con fuerza. Las finas cuchillas creadas con su sangre se desintegraron allí donde se habían clavado y, entonces, el chico alzó el rostro y lo miró a los ojos.

Kanian tragó saliva a la vez que se quedaba paralizado y dejó de respirar por un largísimo minuto. Las facciones del joven eran irreales y hermosas, demasiado perfectas y a la vez exóticas para ser de un chico normal y corriente. Pero aquello no era lo más llamativo o extraño de su rostro. Lo más llamativo eran sus ojos, unos que para nada eran humanos. Aquellos penetrantes ojos azules eran los mismos que los de un reptil.

¡Eran los ojos de un dragón!

Procesando aquel dato que estaba comenzando a tomar forma dentro de su mente, iba a decir algo cuando los brazos de Cronos lo empujaron lejos de él.

- ¡Cuidado! - espetó mientras se precipitaba encima de él.

Kanian, mientras caían al suelo, vio la esbelta figura a escasos centímetros de ellos para detenerse unos metros lejos de ellos. El magnífico enebro en el cual había estado apoyado Gia crujió de manera lastimera y el guerrero vio que le faltaba un gran pedazo de su tronco el cual cayó cerca de ellos y les llovieron astillas y serrín.

- ¿Por qué lo ha hecho? - musitó Nïan mientras se incorporaba y miraba a su agresor. Éste los contempló a su vez. Su mano, antes normal y de dedos elegantes que se vislumbrado bajo la tela desgarrada, era ahora una garra afilada con escamas azules que le llegaban hasta el bíceps.

- Cree que somos sus enemigos - respondió su compañero con sencillez.

-¿Pero por qué? Él vaticinó mi llegada y se la comunicó a los primeros Hijos ¿no? Él hizo la profecía que nos marcó a mi padre y a mí.

- ¿Y crees que nos encontramos en ese momento de la historia? Nada de eso - negó frunciendo el ceño viendo como su enemigo volvía a prepararse para atacar -. Zingora todavía no sabe nada de ningún futuro dragón y está enfadado porque le has hecho daño a su familia.

Los dos guerreros, alertados por la hostilidad de su atacante, se apartaron de su trayectoria cuando Zingora, con forma humana y otra no tanto, atacó con su letal garra. La tierra se levantó ante su poderosa envestida y Nïan rodó sobre su cuerpo tan rápido como pudo. Incorporándose, le dio tiempo a desenfundar su katana a tiempo de bloquear el brazo de Zingora. Su acero, con el nombre de su antepasado, le plantó cara a la dureza de las escamas de dragón de su adversario levantando algunas chispas.

Kanian apretó los dientes y aferró con toda la firmeza que pudo su katana. Afianzó bien los pies en el suelo e hizo fuerza para intentar separarse de Zingora. El dragón, taladrándolo con sus ojos azules del mismo tono que los suyos, frunció los labios y le mostró una columna de dientes que se afilaron al instante. La facilidad con la que Zingora transformaba su cuerpo a voluntad lo abrumó y eso permitió que no viese las intenciones de su antepasado. Con vertiginosa velocidad, Zingora le clavó los dientes en el hueco entre el cuello y el hombro.

Nïan gritó mientras sentía los afilados incisivos y le propinó una poderosa y desesperada patada para alejarlo a la vez que se ayudaba con Zingora para alejarlo de su persona. El ser se apartó violentamente de él llevándose consigo un buen pedazo de carne. La sangre manaba a borbotones y se le desenfocó la mirada. Cayó de rodillas al suelo con la espada todavía entre las manos.

- ¡Nïan!

El grito de Giadel se le metió en el cerebro y los oídos comenzaron a pitarle. Su magia, todavía inestable por el desajuste que había provocado el poder de Cronos en él, empezó a actuar para sanarlo, pero en vez de ayudarlo le produjo más dolor. La herida de su abdomen se reabrió y gritó de agonía mientras caía hacia adelante. Con sus limitadas fuerzas, detuvo el golpe apoyando los codos en el suelo duro y frío y, con la cara a centímetros del suelo, manchó la superfície de líquido escarlata.

Le sobrevino una arcada y vomitó un puñado de sangre entre toses. Apretó los dientes e intentó incorporarse. Apoyándose en sus brazos, Kanian alzó la espalda y, de rodillas, la irguió hasta quedar completamente derecho. Parpadeó perlado en sudor y respirando con dificultad. A unos pasos de él, Zingora lo observaba mientras los primeros Hijos, contemplaban el combate en absoluto silencio y sin interponerse en el camino del padre de toda su raza.

"¿Qué debería hacer?"

No podía pensar con claridad y la fatiga había hecho mella en él. Debería haber sabido nada más verlos que aquellos eran descendientes del último dragón. Mirándolos ahora, Nïan era capaz de distinguir rasgos comunes entre los primeros Hijos y los Hijos del Dragón de su tiempo. Sus cuerpos eran ligeros, tremendamente fuertes y esbeltos. Su sed de sangre y lucha también estaba bien patente al igual que en sus futuros descendientes aunque sus rostos y sus miradas eran más semejantes a las de un dragón por tener la sangre de dragón menos diluida en los genes.

Estaba claro el motivo por el cual lo había atacado: protección territorial. Él y Cronos habían aparecido en una área que dominaban y, simplemente, se habían dedicado a eliminar a ese forastero que se había internado en su territorio sin permiso. Si él se encontrase en perfectas condiciones, habría notado la presencia del pequeño grupo y podría haberlos evitado sin entrar en ese conflicto innecesario. ¡Por Urano, si habían acudido allí para solicitarle ayuda a Zingora! ¿Y qué hacía él? Enfrentarse a sus hijos provocando con ello la ira del dragón.

Uno tan poderoso que podría hacerlo pedazos sin despeinarse y casi sin respirar.

No le quedaba otra que intentar mediar con él para hacerle comprender que ellos dos no eran seres hostiles sino, más bien, sus descendientes procedentes del futuro en busca de auxilio.

- Zingora, no pretendemos haceros nada malo a ti o a los tuyos - dijo trabajosamente mientras intentaba estabilizar su magia para regenerarse. Un picor en el cuello le indicó que los primeros signos de viruela estaban apareciendo.

- ¡Kanian, cuidado!

El grito de Giadel no fue lo suficientemente rápido al igual que no lo fueron sus sentidos. En un simple parpadeo, Zingora se había precipitado contra él y Nïan, que tenía el brazo alzado para taponar la hemorragia, vio, tremendamente despacio, como el dragón en su forma varonil, le arrancaba el brazo con su tremenda y certera garra. La sangre salió volando en todas direcciones y la mayor parte de ella le manchó el rostro demudado por el desconcierto y el dolor.

Su extremidad, volando por los aires con unas burlescas piruetas, cayó a unos metros lejos de él. Un tremendo grito más semejante a un rugido lastimero que a un grito humano salió de su garganta. Cronos, corriendo hacia él a trompicones, llegó a su lado y desenvainó su espada para protegerlo a la vez que tomaba a Zingora con la otra. Kanian sintió un poderoso fluido mágico salir del cuerpo del joven activista y Zingora, por primera vez en todo el combate, se percató de la presencia de Giadel. Éste, que respiraba con muchísima dificultad y parecía hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener las espadas firmes, contempló a su vez al dragón.

Con horror, Kanian supo que Cronos iba a hacer algo para detener aquella locura, algo que sería sumamente peligroso y perjudicial para él por su estado físico. El antiguo Dios estaba mucho peor que él y, aun así, estaba dispuesto a protegerlo y a darlo todo para evitar que Zingora lo matara. Pero es imposible detener a un dragón cuando está enfurecido y más con aquel poder inconmensurable y colosal latente en su interior tan pequeño y vulnerable con aquella forma humanoide.

Sólo había una opción.

Una sola.

- No te alejes de mi lado - le susurró a Giadel mientras se levantaba con una mueca de sumo dolor.

Nïan, colocándose delante del cuerpo de su amigo, dejó que su magia fluyera y se abandonó a su otra forma; a su otro yo. Con alivio, su magia lo envolvió y comenzó a mudar de piel. Sus huesos cambiaron y se alargaron, su piel desapareció dejando la carne y los músculos desnudos antes de que un manto de escamas azules le recubriese el cuerpo. Su magia, estabilizándose al manifestar su forma de dragón, curó sus heridas y su brazo arrancado se manifestó como una pata fuerte, musculosa y majestuosa bajo los rayos del sol. La cola surgió al final de sus vertebras cual espada desenfundada y las alas membranosas formaron sombras en la tierra apagada y manchada de su sangre cuando aparecieron en su lomo escamoso.

Con un rugido doliente, Kanian, el nuevo dragón, contempló desde la altura de sus cinco metros de altura el cuerpo minúsculo y aparentemente frágil de Zingora. Palabras ininteligibles y jadeos de sorpresa se escucharon desde su espalda, pero él los ignoró sin dejar de mirar a su antepasado a los ojos.

Mirada azul contra mirada azul.

Dragón contra dragón.

Sintió el cuerpo de Gia apoyándose contra su pata delantera y él bajó el ala en ademán protector sin dejar de observar a la pequeña figura a unos metros de ellos.

Sin saber qué esperar, Nïan no hizo ningún movimiento y se limitó a respirar por sus grandes fosas nasales aliviado al tener de nuevo su magia estabilizada y bajo su entero control. Esa era su forma más natural para él y con la cual se sentía más cómodo. Siempre había sido así y jamás cambiaría.

Era un dragón.

Viéndolo venir, pero sin apartarse o moverse, Kanian vio aparecer en la espalda de la figura menuda de Zingora dos alas membranosas de dragón y volar hacia el despacio, con contención y sin dejar de mirarlo a los ojos. Nïan notó que la sangre recorría sus venas con mayor rapidez y que se le hacía un nudo en el estómago al ver la mirada llena de pena, sorpresa y de incredulidad en los hermosos ojos de Zingora.

Éste, alargando las manos, posó sus suaves palmas sobre su morro con una delicadeza pasmosa; como si temiese estar soñando y que, al tocar el producto de su imaginación, éste fuese a desaparecer. Al tocarse, los dos experimentaron una especie de descarga, una corriente que Kanian jamás había sentido antes. Era como si su cuerpo hubiese reconocido a un igual, como si, después de decenios, hubiese encontrado algo que era sumamente necesario para su existencia.

Estaba frente a frente con un igual.

Frente a él, otro dragón lo estaba tocando; lo estaba explorando como su igual.

Estaba siendo reconocido como lo que era en realidad.

Las manos de Zingora, acariciaron su mandíbula con la misma delicadeza y suavidad de un padre y se le encogió el pecho. Una lágrima descendió por sus ojos y, ante su sorpresa, vio como los preciosos globos oculares de su ancestro también desprendían lágrimas brillantes semejantes al rocío matutino. Sin esperarlo, Kanian sintió el cuerpo de Zingora pegado a su cuello y cómo su esbelto y pequeño cuerpo masculino se pegaba a él mientras lloraba. Cerrando los ojos, Nïan alzó su pata izquierda y, con ternura, colocó su garra contra la espalda de Zingora y lo apretó con delicadeza sintiendo la soledad del corazón de Zingora como la suya propia.  


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Hols a todos. Esta semana publico antes para desearos una feliz Navidad. Éste es mi regalo para todos mis fieles seguidores que, semana tras semana, leen esta historia y, también a aquellos que se van poco a poco incorporando a esta pequeña familia que se ha formado alrededor de una novela salida de mi cabeza.

Muchas gracias por vuestro apoyo, sois los mejores y espero que el año 2016 sea estupendo para todos!!!



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