Capítulo treinta y seis
Partida hacia la libertad
Todos estaban terriblementes cansados al igual que sus monturas. Los equinos, resollando y sudorosos, mantenían un trote ligero sobre los últimos metros que les faltaban para llegar a su destino.
Ydánia, con un dolor inconmensurable en todas las partes de su cuerpo y los muslos sollados por el roce de la silla de montar, contemplaba la espalda recta y perfecta del príncipe dragón. Había sido incapaz de apartar la vista de él durante todo el camino a pesar de no atreverse jamás a mirarlo directamente a los ojos.
Se sentía culpable. Mucho. La herida sufrida en su tobillo pasó a ser su castigo merecido por ser la mayor culpable de todo lo ocurrido. Si ella no hubiese abierto ese portal hacia La Fortaleza... El recuerdo del dolor de su tobillo herido hizo que comenzara a sudar más copiosamente de lo que ya exudaba.
Tehr, con gran celeridad, la había llevado hasta la enfermería de los acantilados poco tiempo después de su regreso y el sanador que la revisó le dio la peor de las noticias: la flecha le había atravesado el hueso y se lo había astillado en muchos fragmentos.
- ¿Lo ves? - dijo mostrando la punta de la flecha que le había extraído -. Tiene restos de hueso y por el gran orificio que te ha abierto... En fin - concluyó con un suspiro antes de proceder a desinfectar y a quitarle restos de astillas y hueso que supuraba desde el agujero -. No podrás volver a caminar bien.
Eso fue un mazazo, un golpe certero en todo su rostro congestionado por el abrumador dolor que parecía estar padeciendo desde hacía años y no horas. El erudito, gentil y silencioso, aferró su mano temblorosa entre las suyas firmes y cálidas mientras ella aguantaba el calamitoso proceso de sanación.
A ninguno se le ocurrió llamar al príncipe Kanian y suplicarle, de rodillas si fuese necesario, que sanara a la nigromante con sus poderes. Suficientemente lo habían desobedecido por una noche como, para colmo, atreverse a pedirle un favor que no merecían por haberse escapado de la guarida sin su consentimiento como fugitivos, ladrones o; mucho peor, traidores.
Aun así, su herida era un problema. Un absoluto y verdadero incordio. Ydánia no podía cabalgar y era de vital importancia regresar a Mazeks y prepararse para la guerra. Sólo tenían un mes. Treinta y un días en total. Y era demasiado poco tiempo para preparar una contraofensiva eficaz para vencer de una vez por todas a los Señores del Dragón.
- Yo te llevaré - se ofreció Tehr.
- Es imposible, me duele demasiado - dijo ella con el rostro ceniciento por la falta de sueño y la poca tregua que le daba su tobillo -. Tendré que quedarme aquí hasta que me recupere lo suficiente.
- No puedo consentir eso - dijo una voz imperiosa tras los jóvenes. Los dos se dieron la vuelta y contemplaron la poderosa figura de Kanian vestido totalmente de cuero mostrando sus portentosos brazos musculosos y dorados por el sol al igual que su pecho tonificado. En la frente portaba una tira de cuero y dos zarcillos en las orejas -. Te necesito en Mazeks para que los científicos ayudéis en la causa.
- Pero...
Kanian, sin importarle sus protestas, la tomó en brazos sin decir nada y ella, sonrojada hasta la raíz del pelo, se quedó completamente paralizada mientras, entre los brazos del Dragón, sentía la mano del hombre en su tobillo vendado. Un estremecimiento placentero recorrió su maltrecha extremidad y el dolor poco a poco fue remitiendo hasta desaparecer por completo. Cuando Nïan la dejó de nuevo en el suelo comprendió que éste la había curado.
- En marcha - dijo sin que esas dos palabras fuesen ninguna orden.
La joven siguió petrificada en el sitio mirando la espalda del príncipe. Había sido muy agradable estar entre sus brazos. En ellos se había sentido protegida y segura. El recuerdo de su padre vino a su mente. Sí, se había sentido igual que cuando su padre la abrazaba después de una pesadillas en sus noches de cría, una demasiado pequeña para comprender que la oscuridad que acudía a ella no era maligna en absoluto.
Sin ser consciente de ello comenzó a llorar en silencio. El hijo de Hoïen colocó una mano en su hombro y ella se derrumbó. Era la segunda vez que ella hería a aquel hombre y la segunda en la que él la perdonaba sin que ella se disculpara o intentara ganarse su perdón humillándose. ¿Por qué? ¿Por qué debía tener ese corazón y alma tan puros? La luz que desprendía era tan cálida... Daré mi vida por él - se dijo. Jamás volvería a herir un alma tan hermosa.
- ¿Ydánia?
La voz de Tehr la sacó de su ensimismamiento y le sonrió para tranquilizarlo.
Varios centinelas les dieron la bienvenida al reconocerlos desde la distancia al mostrar las nuevas enseñas de Mazeks: un dragón alado azul con una torre blanca detrás en un fondo dorado. Corwën, que había encargado a Fitgo,uno de sus hombres, que ondeara la bandera, fue frenando a su caballo para que fuese todavía más despacio. A su lado, Chisare hizo lo mismo.
La Hija del Dragón contempló a la Dama con cierta preocupación. Había algo más que el secuestro de su nieta en esas facciones ensombrecidas y en esos ojos enrojecidos por la falta de sueño. Y estaba segura que ese algo se llamaba Araghii.
- Generala, los vigías han confirmado nuestra señal - le informó el mestizo bajando el estandarte.
La mujer asintió y contempló con tristeza el rostro melancólico de Chisare. La Dama no había abierto la boca desde que habían abandonado la guarida de la Costa y eso no era normal en ella. Las dos, que se conocían desde hacía tiempo, habían intimado mucho en su nuevo reencuentro. Siendo las únicas que habían comenzado aquella aventura más de cien años atrás, compartían buenos recuerdos sobre aquellos que ya no estaban y solían hablar de ellos y de otras muchas cosas.
Eran amigas. Muy muy buenas amigas y, por ello, Corwën sentía la necesidad de darle todo su apoyo. Mas Chisare no había abierto la boca desde que fuera a verla para llorar entre sus brazos y contarle lo ocurrido. Eso fue extraño y más cuando obvió el mencionar que Araghii también había sido cómplice de la locura de los gemelos. ¿Qué había pasado entre ellos? ¿Se habrían enfadado por el hecho de que el ex contrabandista decidiera acompañar a los chicos sin decirle nada?
"Estaba claro que Araghii pretendía protegerlos con su vida para evitar que Chisare sufriera."
Sí, eso no era discutible. Tal vez se había equivocado en callar y seguirles el juego, pero los verdaderos inconscientes habían sido Cronos y Galidel por meterlo y meterse en aquel berenjenal. Y, para colmo de males, Gali estaba en cinta y Kerri había dictaminado el día de la batalla final entre Activistas y Señores del Dragón.
Todo se estaba precipitando hacia un desenlace que ella veía demasiado espinoso y oscuro.
Kanian hizo el alto y habló con los soldados encargados de la guardia de las puertas. Éstas estaban casi reparadas y, después de un intercambio de palabras, montó de nuevo en su cansado caballo y reanudó la marcha en un suave paso. Agotado al igual que los demás, continuó con la vista al frente escoltado por sus flancos por Giadel y Araghii. Los dos, en absoluto silencio también, se mantenían a su lado como iguales.
Ninguno había estado de ánimo para mantener algún tipo de conversación. Los nervios, las culpas y los errores pesaban demasiado en sus almas y Nïan, excitado y a la vez ansioso y preocupado, no dejaba de pensar en el plan que Cronos y él habían trazado. No se lo había mencionado a ninguno de sus generales ni tampoco a su tía. No, era mejor esperar a estar todos juntos y reunidos. Tranquilos en la medida de lo posible y trazar el mejor plan posible para que los suyos se preparasen durante su ausencia.
Un desgarrador sentimiento de absoluta soledad invadió su pecho vacío. Se llevó la mano al pecho y la colocó encima del lugar donde tendría su corazón. Sabía que eso que estaba experimentando eran los sentimientos de Gali y eso lo llenó de desasosiego y de deseos de correr hasta ella raudo como el viento. Pero era imposible. No podía ir a salvarla.
Todavía no.
El desconsuelo se apoderó de él mezclándose con las demás sensaciones que lo carcomían mientras él y su comitiva cruzaban la ciudad. ¿Cuánto tiempo necesitaría para estar preparado? ¿Cuántos años duraba el entrenamiento de un dragón? ¿Cuánto tiempo podría aguantar el estar tan lejos de su tiempo, de sus amigos y compañeros? ¿Sería capaz de aguantar meses sin ver a Galidel? ¿Años?
"Debes hacerlo por ella y por tu hijo."
Agradeció ser él y no ella el que tuviera que soportar una separación indeterminada. Él ya estaba acostumbrado a estar solo pero ella no. Aunque, se consoló, no estaría sola; su hijo le haría compañía y eso lo tranquilizaba en cierta medida a sabiendas de que el bebé se podía comunicar mentalmente con ella igual que él hizo con su madre.
La mente de un dragón era distinta a la de un bebé humano y, a pesar de ser él mestizo, su cerebro tenía más características dragoniles que humanas. Desde que se tomaba consciéncia a las pocas semanas de gestación, uno lo recordaba todo. Su cerebro era capaz de recordar y retener recuerdos desde que se era un feto puesto que éste se desarrollaba con asombrosa rapidez en el vientre materno. A partir de las ocho semanas, todo el cerebro y los órganos vitales estaban completamente formados no así su cuerpo que, con una forma básica y poco desarrollada, tardaba más tiempo.
A partir de ese momento, el feto - que era capaz de controlar la magia más sencilla - usaba sus capacidades para hablar con la madre y tener experiencias a partir de ella. Él, al vivir unos momentos convulsos en sus inicios dentro de Criselda, le había costado hablar con ella y superar el miedo que ella le había mostrado al ser víctima del secuestro de Xeral. Pero, a pesar de su miedo, la había ayudado con su magia de dragón y eso logró que ella y su padre vencieran en Lasede tanto años atrás.
Su hijo haría lo mismo; ayudaría a Gali sin pestañear y se comunicaría con ella llegado el momento. Y, además, estaba seguro de que Kerri no le haría daño alguno. No comprendía de dónde provenía aquella seguridad, tal vez de las reiteradas veces en las que su primo le había asegurado no ser como Xeral o en el modo en el que había sujetado a Galidel entre sus brazos dos noches atrás.
A pesar de su amenazante postura y de las garras que amenazaban con desgarrarla, Nïan vio que no la agarraba más fuerte de lo necesario y tampoco hizo ningún movimiento o gesto para lastimarla. Al contrario que Xeral, se limitó a sujetarla sin ir más allá y sin mostrarse cruel. En ese momento, Kanian comprendió algo: Kerri no era una persona cruel o malvada.
¿Entonces por qué? ¿Por qué debían enfrentarse del mismo modo que hicieran en el pasado sus padres? A su mente acudió la pequeña conversación que mantuvieron los dos después de que su primo matase a su progenitor.
- No voy a renunciar a mi trono - dijo Kerri con tono amenazador respondiendo a su pregunta no dicha.
- No es tuyo - repuso Kanian.
- Técnicamente si lo es puesto que mi padre se lo robó al tuyo.
- Acabas de decir que ésta no era tu guerra.
- Cierto pero nada me impide hacer una nueva. Ésto no ha terminado, Kanian - le había asegurado.
- ¿Por qué tiene que ser así? - exigió saber sintiendo un gran dolor en el alma. Xeral había muerto ¿por qué no terminaba la pesadilla?
- Porque esto es una familia en sangre, Kanian, y sólo terminará cuando estemos todos muertos.
En ese momento no lo comprendió. Fue incapaz de comprender los motivos de Kerri para seguir con aquella guerra interminable y dolorosa que iniciara su padre. Pero ahora lo sabía; comprendía las últimas palabras de su primo. La culpa era de su sangre; el linaje de la sangre que corría por sus venas. Ese linaje de antiguos reyes de Arakxis que se habían ganado el trono a pulso a base de poder y prestigio. Esa eso lo que hacía imposible la tregua. Era ese prestigio y ese poder que implicaba su sangre lo que hacía imposible que ninguno de los dos claudicase.
Era el destino que sus padres habían marcado para ellos desde antes de nacer.
Había demasiada sangre dentro y fuera para dejarlo todo correr. Kerri no podía claudicar a favor suyo después de haber vivido como futuro heredero - a pesar de que Xeral no tuviese esos planes para él -. Y, a su vez, él no podía dejarlo a favor de su primo porque se lo debía a sus padres y a todos los que habían seguido luchando en su nombre.
Se lo debía a Hoïen.
A todos.
El Palacio de los Reyes, majestuoso e iluminado, apareció ante sus iris azules y sintió el peso de su condición y el arduo camino que estaba a punto de recorrer para poder acabar con todo lo que había comenzado hacía ya más de cien años con la caída del Palacio de Sílex. En la entrada, a modo de comité de bienvenida, Malrren, Zerch, Nadeï, Fena, Anil, Zorro y Sanguijuela los esperaban en la escalinata que conducía hasta la puerta principal.
Unos mozos de cuadra, somnolientos, aparecieron con el cabello alborotado y la ropa puesta de cualquier manera para cuidar de los extenuados animales mientras ellos desmontaban. Malrren fue el primero y el único que se movió. El hijo de Fena bajó los pocos escalones y se acercó a ellos. Nïan, que lo conocía muy bien, vio en su rostro ensombrecido y en su cuerpo tenso un peligro inminente. Sabía que Tehr había informado a su amigo sobre lo ocurrido, así que ¿qué pretendía? Porque estaba seguro de que esa mirada fría en sus ojos rubí no auguraba nada bueno.
- Malr - lo llamó intentando aplacar aquello que le decía su instinto.
Su amigo no le hizo caso y, con un movimiento tremendamente rápido, desenfundó su letal espada y apuntó con su afiladísima punta al cuello de Giadel. Cronos, sin pestañear, no se movió ni mudó su expresión seria. El general, vestido con unos pantalones negros de lino y una camisa de seda escarlata, fulminaba al mestizo con su más amenazante mirada. Araghii, al lado de Pólvora y Mochuelo, contemplaba la escena con los brazos cruzados mientras Nïan, suspirando, se mantuvo alerta aunque sin moverse. Por su parte, Anil intentó salir en defensa de Gia pero Sanguijuela la tomó por el brazo y negó con la cabeza.
- Bienvenido, majestad - lo saludó al fin su amigo sin mirarlo a los ojos.
- Baja tu espada, general - le ordenó el interpelado.
- Lo siento Kanian, no puedo obedecerte. En esto no. Aún no - dijo Malrren tocando con la punta de su acero la piel de la garganta de Cronos.
- ¿Vas a desobedecer a tu rey? - le preguntó mordaz.
- Voy a ayudar a mi mejor amigo eliminando a una rata traidora y asquerosas - le aseguró con los dientes apretados -. No podemos confiar en este sujeto.
- Baja el arma - volvió a decirle -. No es nuestro enemigo.
- Yo no estaría tan seguro. ¿Cómo sabes que no fue un plan trazado con Kerri para obligarte a que fueras hasta La Fortaleza? ¿Enamorado un Dios de una mortal? ¡Venga ya! ¡Y un cuerno! Este bastardo no es Giadel por mucho que su rostro sí que lo sea. No quiere a nadie, para él sólo somos peones a los cuales sacrificar para conseguir lo que quiere: ¡su cuerpo!
Kanian iba a intervenir al ver que había sangre descendiendo del cuello del mestizo cuando éste habló rompiendo su mutismo.
- Adelante; hazlo - lo instó el chico.
- Gia, cállate - le rogó el Dragón.
- No, Nïan. Si en verdad cree que merezco la muerte, adelante: mátame - dijo con sencillez y sin pizca de temor con los brazos relajados en sus costados -. Pero sólo déjame decirte una cosa: ninguno de vosotros sois peones para mí. Tengo sentimientos y sé cómo amar aunque a ti te cueste creerlo. ¿Acaso jamás has cometido una locura por amor?
Para su completo asombro, Nïan vio como el rostro de su mejor amigo se tornaba lívido y como su expresión mostraba una mezcla de sentimientos contradictorios. ¿Tendría eso que ver con Zelensa y los extraños rumores que había sentido en Queresarda de boca de algunos activistas? ¿Sería cierto aquello que decían de Malr a sus espaldas y que le había helado la sangre?
- No sabes nada - masculló Malrren visiblemente contrariado y nervioso.
- ¿A no? - contraatacó Cronos -. ¿Cómo te hiciste esa extraña cicatriz en la mano derecha? Parece la marca que hace un puñal afilado al cortar la carne de la palma. ¿Acaso querías borrar algo que había en ella?
Malrren, colorado como un pollo asado al fuego más vivo, movió su espada dispuesto a rebanarle la cabeza.
- ¡Basta los dos! - gritó finalmente Nïan apartando de un manotazo el arma de Malrren -. Estamos perdiendo un tiempo precioso y hay mucho que discutir antes de mi partida.
- ¿Partida? - le preguntó el general enfundando su arma irritado por las palabras de Giadel-. ¿Qué estas diciendo, Nïan?
- Malrren, tengo algo muy importante que hacer y te necesito más que nunca.
***
- ¡¿Viajar al pasado?!
- Exacto.
- ¿Y cómo pretendes hacer algo así si ya no eres un Dios?
- Con la ayuda de mis Fuegos Fatuos y Nïan.
- Y si nunca has hecho un viaje temporal, ¿cómo estás tan seguro de que funcionará?
Cronos frunció el ceño ante la última pregunta formulada por Corwën. Por el rabillo del ojo observó a Kanian y sintió que la mano de su abuela le apretaba con cariño la rodilla.
Nada más traspasar el umbral del Palacio de los Reyes, Kanian había convocado una reunión militar urgente en el Despacho del Gobernador. Éste, rebautizado por el Despacho del Dragón, a pesar de sus grandes dimensiones, parecía haber encogido por la gran cantidad de personas que allí se habían reunido alrededor de la mesa rectangular de granito en el centro de la habitación. No faltaba nadie en aquella cita de suma importancia y, con Kanian en la presidencia de la mesa estaban él, Chisare, Corwën, Anil, Sanguijuela, Araghii, Pólvora, Mochuelo, Zorro, Zerch, Nadeï, Fena, Malrren, Tehr, Ydánia; Lohuo, el anciano nigromante y Gaiver.
Dieciséis pares de ojos lo observaban sin perder detalle después de la narración concisa del príncipe que, al concluir con su relato, quedó en absoluto silencio para cederles la palabra a sus generales y compañeros que, más que al dragón, lo estaban avasallando a él a preguntas y no de muy buen modo.
Después del episodio que había protagonizado en La Fortaleza y la bienvenida recibida por parte de Malrren, muchos de ellos lo miraban como a un parásito; como si fuese alguien poco digno de confianza y capaz de venderlos a todos sin pestañear.
Nada más lejos de la realidad. Si algo había aprendido ante el fracaso obtenido en su infiltración en la sede del enemigo, había sido precisamente a no desestimar ninguna vida, a sentir en sus propias carnes lo importantes que son los compañeros y los amigos. Lo duro que es perder a alguien inestimable por un estúpido capricho poco meditado.
La pérdida de Galidel le había enseñado lo duro y difícil que es tomar decisiones; lo que implica estar al mando de más personas y vidas aparte de la de uno mismo.
- Corwën - comenzó a decir meditando sus palabras dentro de su cabeza -, tú sabes de forma innata que, si quieres levantarte, tu cuerpo te obedecerá a pesar de no pensar en ello expresamente. Lo mismo me ocurre a mí con lo que a mis facultades y poderes se refiere. Yo - antes y ahora - conozco de qué soy capaz en este cuerpo tanto o mejor que en el anterior y, por esa razón, sé qué debo hacer y cómo hacerlo para llevarnos a Nïan y a mí hasta la época en la que vivió Zingora.
- ¿Y para el regreso? - preguntó Sanguijuela mordaz. Su bello rostro mostraba una sonrisa calculadora mientras se sentía poderoso y vencedor ante él por haber conseguido a Anil.
Una punzada de celos lo recorrió de arriba abajo puesto que todavía no se había desprendido de los sentimientos que Giadel sentía hacia la Hija del Dragón. ¿Por qué debería olvidar un amor tan bonito y sincero como el que sentía por ella? Ese amor estaba repleto de confianza, entendimiento y amistad. No quería erradicarlo de su corazón al igual que Anil tampoco lo deseaba y, a su pesar, comprendía los celos y las dudas del contorsionista y el deseo de dejarle claro su posición.
De igual forma, Gia sabía que, después de enterarse de su error, Anil había terminado de inclinarse todavía más hacia Sanguijuela y a tener con él una simple relación de amistad. A pesar de saber que era lo mejor, una parte egoísta de él se había consolado con creer que aún podría tener a Anil habiendo perdido a Rea.
"Al final las he perdido a las dos."
- ¿Qué ocurre con eso, Sanguijuela? - le preguntó sin caer en el juego del seductor hombre de Araghii.
- Bueno, si lo que ha dicho el príncipe es cierto, una vez hecho el viaje de ida no tendrás suficiente poder para el viaje de vuelta. ¿Qué harás entonces? ¿Quitarle más años a su alteza?
El retintín de su pregunta le crispó los nervios y si no fuese por la mano de Nïan sobre su hombro, se habría precipitado encima de ese bocazas para borrarle la sonrisa de un buen puñetazo.
- Suficiente - intervino Nïan con autoridad -. Eso no será problema, Sanguijuela. No soy el único que irá para hacerse más fuerte, ¿verdad Gia?
Sanguijuela dejó escapar un bufido sarcástico al escuchar ese nombre salir de los labios del príncipe y el mestizo se cruzó de brazos con una mirada furibunda en sus iris dorados.
- Antes de proseguir con esta reunión quiero dejar una cosa bien clara - decía Kanian con los codos apoyados en el frío granito y con el ceño fruncido. Sus ojos azules refulgían ante las llamas de las lámparas del despacho -. Yo confío ciegamente en Giadel y sé que no es ningún traidor ni nada que se le parezca. Si vosotros os veis incapaces de confiar en él después de su metedura de pata, confiad en mí. Y, si tampoco podéis confiar en mí, entonces moriremos todos. Así pues, si hay alguien que no se ve con fuerzas de confiar en mí, que se largue de aquí - finalizó con una mirada tan penetrante y seria que más de uno de los presentes tuvo que tragar saliva.
- ¿Cómo te atreves a poner en duda nuestra confianza en ti, Kanian? - preguntó Malrren visiblemente dolido -. Todos los aquí presentes estamos dispuestos ha dar nuestras vidas por ti sin pestañear ni cuestionarnos nada. De no ser así, no habríamos llegado hasta aquí.
Una sonrisa orgullosa afloró en los labios perfectos de Nïan que asintió con la cabeza ante las palabras de su mejor amigo y hermano.
- Perfecto pues - habló de nuevo el príncipe tornándose nuevamente serio -. Hay muchas cosas que planear y poco tiempo. Mientras yo y Giadel estemos fuera, Malrren será mi alter ego. Él estará completamente al mando. Malr, necesito que te encargues de todo lo necesario para prepara a nuestro ejército. armas, armaduras, caballos, provisiones... Todo.
- Por supuesto, alteza - asintió Malr.
- Zerch, tú te ocuparas de los dragones mecánicos que tenemos en nuestro poder. Quiero que selecciones a un número de valerosos y resistentes guerreros y os entrenéis para luchar sobre ellos.
- Sí, alteza - respondió el joven solícito.
- Fena, Nadeï, fabricad todos los suplementos sanguíneos necesarios para los jinetes y... - sonrió con dulzura -, bueno haced todo lo que esté en vuestras manos para que mis hombres estén al cien por cien el día de la batalla.
Las dos mujeres asintieron.
- Lohuo, Ydánia, espero de vosotros apoyo durante la batalla. ¿La tendré?
- Sí, alteza - aseguró el anciano científico.
- Corwën y Gaiver, vuestro cometido es entrenar al ejército de a pie para la batalla. Idead formaciones y enseñadlas a los soldados. Los dos sois grandes combatientes y confío en vuestro buen juicio.
- Es un honor, alteza - dijo Corwën con llana sinceridad y una inclinación de cabeza -. Gracias por confiar en mí del mismo modo en que lo hizo vuestro padre.
- Me honráis, alteza - dijo a su vez Gaiver con sus iris grises con motas doradas llenos de gratitud -. No os fallaré.
- Estoy convencido de ellos - asintió Kanian -. Por último, Araghii - lo llamó. El ex contrabandista, demasiado serio desde su regreso de La Fortaleza, lo miró a los ojos -. De ti necesito algo que, tal vez, sea peligroso.
- Dispara, Kanian - lo instó Araghii con una de sus sonrisa torcidas que siempre dibujaba para esconder sus preocupaciones y no mostrarlas a nadie -. No me importa el peligro.
- Sabía que dirías eso - sonrió complacido hacia su general el cual era más un amigo que un simple guerrero a sus órdenes. Al poco, sus labios dejaron de sonreír -. Necesito que consigas reunir a todos los contrabandistas del reino. Necesito que hagas que luchen a nuestro lado. Su ayuda sería un buen as en la manga.
Araghii alzó una ceja al escuchar sus palabras. Pólvora, a su lado, no mudó de expresión. En cambio, Mochuelo se estremeció, Sanguijuela soltó un silbido y Zorro un gruñido.
- ¿Podréis hacerlo? - les preguntó a todos.
- ¿Qué si podré hacerlo? - Araghii mostró una sonrisa socarrona y miró a sus hombres -. ¿Qué decís vosotros, camaradas? ¿Podremos hacerlo?
- ¿Alguna vez hemos fallado en lo que nos has ordenado, jefe? - dijo Sanguijuela con un tono de voz meloso.
- Esos mequetrefes no son enemigos para nosotros - masculló Zorro.
- ¿Veis, alteza? Obedeceremos vuestra petición - concluyó Araghii.
Kanian, aliviado ante sus palabras, se levantó.
- Bien, entonces a llegado la hora. Buena suerte a todos, amigos míos.
***
Las nubes se paseaban por el cielo nocturno en su juego secreto de tapar o mostrar las diferentes estrellas que poblaban el firmamento cuando todo quedó completamente listo y preparado.
Todos se habían reunido en los jardines traseros del Palacio una vez finalizada la reunión y Chisare observaba a Gia y a Nïan. Los dos jóvenes estaban ultimando algunos detalles antes de comenzar el proceso que los llevaría al pasado. La Dama miró a su lado y vio a Zelensa. La esposa de Malrren se había acercado a ella en absoluto silencio.
La antigua reina no había hablado mucho con aquella joven. Zel solía ser esquiva y estaba siempre en la compañía de sus dos hijos pequeños o con Fena y Nadeï. ¿Por qué se habría acercado a ella?
- ¿Deseáis algo? - le preguntó con amabilidad.
- Creo que deberíamos rezar a Gea para que todo salga bien ¿no creéis?
Chisare, frunció el ceño ante sus palabras. ¿Rezarle a Gea? ¿Las dos? Pero si la Dama era ella. La mujer entreabrió los labios al experimentar un cosquilleo en la nuca al sentir una corriente conocida salir del cuerpo voluptuoso de la esposa de Malr.
- ¿Vos sois...?
- Sí - afirmó -. Soy una Dama de Gea como vos y creo que nuestro papel en esta guerra es pedir la gracia de los Dioses.
- ¿Estás preparado, Nïan?
El susodicho miró a su compañero. Giadel, armado hasta los dientes como él - estaba completamente serio y con los ojos sumamente brillantes. El nerviosismo corría por el cuerpo de Nïan como un fuerte veneno que amenazaba con dejarlo sin sentido.
A pesar de lo que había dicho durante el consejo de guerra, no estaba tan seguro como aparentaba. Tenía sus dudas y sus temores, pero no había otra solución y lo sabía demasiado bien. Ese plan trazado con Gia era muy arriesgado, pero era la única oportunidad que tenían para conseguir la victoria.
Para intentar inclinar la balanza a su favor.
- Sí - dijo empujando sus miedos hacia un escondite profundo dentro de su alma -. Puedes empezar.
Cronos asintió y cerró los ojos. El antiguo Dios buscó en su interior y, con sus poderes, llamó a los únicos seres que lo obedecían ante la atenta mirada de los seguidores de Kanian y de éste mismo. Una agradable calidez inundó la noche cuando aparecieron los miles de Fuegos Fatuos que había creado a lo largo de los años y sintió el cariño y el respeto de estos hacia su persona.
- Volved a mí - les pidió con los ojos perlados de tristeza y el pecho al descubierto con los brazos en cruz-. Sed de nuevo parte de mí.
Ante su petición, los Fuegos se precipitaron hacia él y Gia, como ya hiciese con Tisífone, creó una especie de vórtice succionador para que aquellas partes de él regresaran y se fundieran de nuevo en uno solo.
Kanian y todos los presentes, contemplaron maravillados aquel espectáculo tan hermoso. Los Fuegos, al entrar al cuerpo de su amo, dejaban de ser simples llamas para tomar una entidad humanoide con los brazos extendidos en una especie de abrazo antes de entrar dentro del pecho del mestizo que, con los ojos muy abiertos, flotaba en el aire que, enrarecido, echaba chispas doradas.
Al cabo de unos minutos, el último Fuego se fundió de nuevo con su señor y Cronos, tocó de nuevo el suelo con los pies con los ojos cerrados. Al abrirlos, Nïan vio que sus iris eran todavía más dorados y sobrenaturales que antaño. Con un escalofrío, sintió el abrumador poder que corría ahora por el interior del chico y todas sus dudas sobre el viaje en el tiempo desaparecieron.
Con pasos firmes, Giadel se acercó a él y con un gesto certero y rápido, hundió su mano derecha dentro del pecho de Nïan. Éste, sorprendido al igual que sus espectadores, soltó un jadeo antes de experimentar la sensación más desagradable de su vida. Algo peor que el hecho de que te arrancasen la piel a tiras lo estaba traspasando de arriba abajo. Los ojos comenzaron a llorarle y quiso apartarse para dejar de experimentar aquel infierno. ¿Eso era el perder parte de tu hilo temporal? Dioses, era como experimentar la muerte de mil maneras diferentes.
Cronos, sin decir palabra, apoyó su mano libre en su espalda para evitar que Nïan cayera desfallecido y extrajo la mano poco a poco. El príncipe, con los ojos entornados y perlado de sudor frío, contempló que, entre los dedos largos de Giadel, había centenares de extraños hilos azules que brillaban y se metían en el cuerpo del antiguo Dios del Tiempo.
Sin que Gia lo soltase, Kanian vio aparecer un circulo bajo ellos. Este circulo era sumamente complejo y en ellos vio miles de números y lo que parecían ser agujas girar entre los números y tres engranajes diferentes que eran los artífices de que dichas agujas girasen. Antes de perder el conocimiento, una fuerza abrumadora impulsó a los dos jóvenes hacia el cielo donde algo los engulló hacia la más absoluta oscuridad y, de allí, a un cielo claro y despejado.
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