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Capítulo treinta y cuatro

Última esperanza bajo la cúpula celestial


- ¿Te has vuelto loco?

Aquellas cuatro palabras salieron de su boca sin que pudiese detener a sus cuerdas vocales a la hora de articular los sonidos correspondientes. Nïan, completamente estupefacto, sintió que iba a perder el equilibrio sobre la rama del árbol en el cual estaba sentado. Su cuerpo parecía haber perdido calor a la vez que la capacidad motora que le otorgaba mantenerse completo dueño de su cuerpo. Cronos, al verlo tambalear, lo agarró del codo y volvió a pegar su espalda en el tronco del olmo.

- Cuidado o te harás daño - se burló con una sonrisa entre encantadora y sarcástica el hermano gemelo de su amada.

Nïan lo fulminó con la mirada mientras intentaba recuperar la compostura después de aquella frase tan inverosímil e imposible.

- No creo que eso deba preocuparte mucho - repuso el príncipe que empezaba a recuperar el control de todo su ser.

- Sí que me preocupo: si cayeras al suelo, sería inevitable que te rompieras algunos huesos. Te necesito al cien por cien para lograr viajar hasta la época de Zingora. No está precisamente muy cerca de la línea temporal en la que estamos - explicó con total naturalidad.

- Cronos, no me hace gracia esta broma tuya - le advirtió.

La oscuridad creaba sombras allí donde estaban los dos jóvenes sentados pero él, con su visión desarrollada, no se perdía ni uno de los gestos de su compañero. Por eso, cuando vio el rostro completamente serio de éste, el joven dragón tragó saliva y sintió que la piel se le ponía completamente de gallina.

- ¿Tengo cara de estar bromeado? - le preguntó su interlocutor mirándolo directamente a los ojos. Iris dorados contra iris azules.

Kanian negó con la cabeza.

- No pero tampoco creo que podamos hacerlo. No eres un Dios, ¿cómo pretendes usar tus poderes temporales para ir al pasado si los tiene mi primo?

- Es cierto que ya no soy un Dios y que, por lo tanto, no tengo la gran mayoría de mis poderes divinos. Mas, precisamente porque ya no soy una divinidad es que podemos ir al pasado.

Kanian, anonadado por el tono de voz paternalista y paciente de Giadel, no pudo evitar quedarse completamente boquiabierto. Hacía mucho no se sentía tan perdido.

- ¿Perdón?

Aquello era cada vez más confuso. ¿Cómo podría decirle tan tranquilamente que el no tener su condición divina era un beneficio para el desarrollo de aquella gesta?

- Supongo que tendré que explicártelo todo para que puedas entenderlo - dijo Cronos sin abandonar aquel tono paciente y cariñoso -. A fin de cuentas, no es que sepáis mucho de los dioses aunque, lo que sabéis, es lo que jamás deberías haber sabido nunca. Kanian, como Cronos Dios del Tiempo, jamás pude viajar al pasado ni al futuro.

- ¿Por qué? - soltó completamente estupefacto ante aquella revelación. ¿Cómo podía ser posible que el mismísimo ser que había nacido del propio Tiempo no pudiese ir a través de él a voluntad? Si era su ser quien lo controlaba, ¿a santo de qué no tenía esa capacidad?

- Por una razón muy sencilla: las paradojas temporales - dijo encogiéndose de hombros -. Como ya sabrás, una paradoja es un dicho o un hecho que parece contrario a la lógica. En el campo del Tiempo, ésta se produce cuando se cambia el pasado o cuando una misma identidad se encuentra consigo mismo en el pasado.

>> Como yo existía en el pasado y en el futuro, no podía viajar ni a un sitio ni al otro. Era completamente imposible para mí hacerlo porque me solaparía a mí mismo y por ello, aunque lo quisiera y siendo un Dios, no podría lograrlo. Si me encontrara conmigo mismo en otro tiempo, me estaría negando a mí mismo y, simplemente, desaparecería y me convertiría a mí mismo en otra cosa. En resumen, cambiaría el curso de la historia y, como los a los Dioses se nos tiene prohibido intervenir en los asuntos mundanos, en mi cuerpo tenía una especie de atadura que me impedía hacer ese tipo de viaje.

- Pero - lo interrumpió Nïan absorbiendo como una esponja todo lo que le estaba revelando - ¿no cometerías igualmente una paradoja temporal si vinieras conmigo?

- En absoluto - negó categóricamente -. Ahora, como sabes, soy un simple mortal con unos pocos poderes divinos y la esencia de un Dios mezclada con la de un humano. En estos momentos soy una entidad completamente diferente capaz de viajar al pasado, no así al presente donde me encontraría conmigo mismo al igual que tú donde se daría una paradoja.

"Eso si sobrevivimos a esta batalla que se avecina."

Se hizo el silencio mientras Nïan asimilaba aquella nueva brecha de esperanza que se iba abriendo poco a poco ante él. Ahora que aquella realidad tan inverosímil iba haciéndose más plausible, Kanian no pudo evitar emocionarse al pensar que podría conocer al padre de la raza de los Hijos del Dragón, al último dragón azul del cual él era su único heredero.

"Sí pero... no creo que sea tan sencillo."

- ¿Cómo lo haremos? ¿Cómo serás capaz de trasladarnos al pasado si a penas tienes poderes? - le preguntó. Sabía que aquella cuestión era peliaguda, pero, a la vez, de vital importancia. Aquel era el punto clave de aquella última oportunidad.

Cronos, sonrió sin alegría -con condescendencia - y miró el cielo a través del ramaje del olmo.

- ¿Sabes? Ya no puedo percibir la Nada.

- ¿La Nada?

- Mi antiguo hogar como Dios y donde residen mis criaturas - le aclaró sin apartar los ojos de la bóveda celeste -. Kerri se ha adueñado del lugar y tiene una casi completa facultad de todos mis poderes y mis fieles guardianes. ¿Has visto el dragón mecánico en el cual estaba subido? -. Nïan asintió. Aquella creación de acero era más peligrosa y temible que todos los Señores del Dragón juntos -. Ningún cable estaba conectado a su cuerpo, sería imposible para un sólo ser mover esa colosal máquina. Kerri le había otorgado vida, la misma que yo uso para darle forma a mis criaturas: le ha otorgado un hilo temporal en este mundo.

>> Ese artefacto descomunal será un completo incordio en la batalla final. Por eso es imprescindible que vayamos a ver a Zingora para que saque todo tu potencial de dragón. Es el único modo que tenemos de vencer a Kerri y evitar que el mundo quede destruido cuando su alma mortal sea incapaz de mantener unido el poder del Tiempo en su cuerpo.

El antiguo Dios, alzó la mano y Kanian vio asombrado y maravillado un millar de luces violetas a su alrededor. Eran unas llamas etéreas y completamente diferentes a cualquier cosa que él hubiese vislumbrado antes. En su composición no había sólo combustible, oxígeno y el calor adecuado; había algo más, algo que le otorgaba vida inteligente.

¡Un hilo temporal!

- ¿Lo sientes? - le preguntó Gia divertido al ver que estaba comenzando a comprender -. Son Fuegos Fatuos, unas criaturas que creé en mi más tierna infancia. Ellos siempre me han acompañado y, al tener una complejidad menor, son los únicos que puedo controlar en estos momentos. Como salieron de mi cuerpo, si los absorbo como a Tisífone, mis poderes aumentarán.

- Son muchos - susurró maravillado mientras se le acercaban algunos y le acariciaban partes del cuerpo. La calidez recorrió su cuerpo sin sentir quemazón alguna. Aquel plan, tan descabellado al principio, iba tomando solidez.

- Pero no lo suficiente - lo contradijo éste.

Nïan perdió color en el rostro mientras el agradable calor de uno de los Fuegos Fatuos inundaba sus mejillas.

- Necesitaré tu ayuda - le aclaró al ver que demudaba el rostro.

- ¿Mi ayuda? Yo no poseo magia temporal ni algo que se le pueda parecer.

Cronos, tomando de nuevo su actitud de padre paciente y aplicado, alzó su dedo índice y colocó la yema sobre su pecho vacío.

- Sí que lo tienes. En realidad, todos lo tenemos.

- ¿Y qué es? - preguntó con cierto temor mientras ese dedo no le auguraba nada bueno.

- Tu vida.

- ¿Mi vida? - el espanto recorrió su columna vertebral.

- Tranquilo, no hace falta que me mires con tanta frialdad y sed de sangre - se jactó sin faltar a la verdad puesto que Kanian se puso completamente a la defensiva -. No me refiero a tu vida literalmente, sino al poder que hay dentro de tu propia vida: tu hilo temporal.

- ¿Mi hilo temporal?

Cronos asintió.

- Exacto. Aunque, para ser más precisos, lo que necesito son años de tu hilo temporal. - Se quedó pensativo por unos instantes apartando, al fin, el dedo de su pecho -. Creo que con doscientos años bastarán.

- ¡¿Qué has dicho?!

El grito de Nïan, a parte de espantar a los fuegos, hizo que todo el olmo se estremeciera. Loco, definitivamente, Cronos estaba loco y lo estaba enredando en planes ridículos sin ningún tipo de futuro. Si ese energúmeno creía que dejaría que volvieran a hacer con su persona lo que otros gustasen estaba muy equivocado.

Aunque había aceptado el destino que le habían tejido los deseos de los Dioses de la Creación, no pensaba aguantar que continuaran usándolo como a un simple peón. Él tenía sentimientos, no era una cosa material. No consentiría ser la cobaya de nadie jamás de los jamases. Ya había tenido suficiente durante los cien años de cautiverio y los pocos días que los nigromantes lo habían vuelto a torturar.

- ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo a envejecer de golpe y que mi hermana ya no te quiera? - preguntó Cronos con guasa -. No temas, los dragones no envejecéis, al menos no igual que la raza de los Hijos del Dragón y la de los Hombres. Más bien, envejecéis ganando poder, tamaño y sabiduría.

Cronos, al mirarlo a la cara, pareció leer sus pensamientos y también la contrariedad en su cuerpo una vez acabó de hablar. Todo él se había tensado y apretaba la mandíbula y los puños para mantener la compostura. ¿Envejecer? Eso no le importaba porque sabía que su genética era completamente distinta a la de los otros mestizos o razas de Nasak. Los escritos de los primeros Hijos habían dejado constancia del ciclo vital de un dragón. Aquella valiosísima información, era una de las pocas cosas que se conocían de los dragones.

A pesar de no ser seres infinitos, los dragones tenían largas vidas. No se tenía constancia de la edad mínima o máxima, pero - según ellos - los dragones solían morir a causa de enfermedades o heridas en batalla que no de vejez. Sin ir más lejos, el mismo Zingora, antes de ser asesinado por los Elfos, contaba con la friolera edad de cinco mil años.

No, eso no era lo que le preocupaba.

En absoluto.

El silencio y la tensión podían cortarse con un cuchillo no muy afilado. Al cabo de unos minutos, Giadel suspiró y se balanceó en la rama en la cual estaba sentado. Unas hojas cayeron al suelo.

- No pretendo experimentar contigo ni usarte - empezó a decir con tiento. Nïan, sin mirarlo, apretó más los puños.

- No lo parece. A fin de cuentas, somos aliados. Hicimos un trato.

- Que tú rompiste - le recordó.

- No ha parecido importarte mucho. Si lo hubiese hecho, no habrías venido a hablar conmigo.

- Sé que fue muy duro para ti perder a tu familia y tu infancia en una noche - dijo cambiando la conversación. Sus ojos dorados estaban clavados en las palmas de sus manos callosas de un ser mortal -. Te he estado vigilando todos estos años mientras era un Dios a pesar de mi cegera. Bueno - ratificó -, más que vigilarte era más bien que sentía lo que tú experimentabas y lo analizaba. Mas, en aquel tiempo, no me importaba tu dolor ni el de nadie. Sólo vivía para recordar el mío propio.

>> A mí me convenía aquella situación para poder conseguir mis objetivos: nuevos adoradores que me rezaran y acumular más y más poder. El único modo de lograrlo era estar del lado de Xeral, él único mortal tan ambicioso como malvado; capaz de cualquier cosa con tal de mantener su poder. Además, me gustaba porque odiaba a mis padres tanto como yo.

>> Con Urano y Gea jamás tuve una relación afectuosa y familiar como la que tú experimentaste antes de que todo tu mundo se rompiera. Entre ellos siempre hubo un gran amor, unos lazos muy fuertes que no hubo entre nosotros. Mi madre solía visitarme en mi palacio del Caos - el lugar donde vivíamos los tres juntos - pero Urano no lo hacía y sólo nos veíamos en contadas ocasiones.

>> Me sentía solo. Tal vez esa fuera la razón por la cual creé mis propios guardianes. Mis padres los tenían para protegerse y yo para tener compañía. Eran parte de mí, seres nacidos de mi poder que eran capaces de comprenderme y de quererme. Pero seguía vacío. Muy muy vacío y eso terminó el día que conocía Eneseerí.

Cronos calló y Nïan, el cual se había destensado y escuchaba con gran atención, recordó la historia de amor prohibido entre los dos amantes que Galidel le relatara una vez habían regresado a Mazeks, seguros y a salvo. Por todos los Dioses, no habían pasado ni quince días de aquello y parecía tan lejano...

"Ella ya no está junto a mí."

Un dolor sordo lo atravesó y la comprensión lo recorrió por entero. En realidad siempre había comprendido el porqué Cronos había cometido aquella estupidez para recuperar a la mujer que amaba. Pero eso - esa empatía - sólo se lo podía permitir siendo simplemente Nïan. Kanian, el rey y príncipe de todos aquellos activistas que lo apoyaban, le era imposible aceptar algo que ponía en peligro tantísimas vidas. ¿Valía más la vida de Rea o la de Gali por las miles que estaban bajo su protección?

No.

Para Kanian no y él, ante todo, debía mirar por el bien común tal y como le había enseñado su madre. Gali lo entendía, siempre había comprendido cuál era su papel dentro de su vida. Ella, como buena activista, siempre había luchado por él para mejorar el reino no por intereses personales. Por ello, él haría lo mismo. Mas ya no era algo personal. No sólo estaba la vida de su amada en juego, también la de su heredero. Eso ya no contaba como vida privada y personal: ese hijo ya era un asunto de estado.

Esa parte de su vida privada era ahora política por ser el siguiente en reinar.

- Supongo que Gali te contó mi historia.

Nïan asintió.

- Lo hizo.

Cronos asintió a su vez y prosiguió su discurso.

- Eso facilita las cosas. El caso es que ella era la única persona que yo había amada y querido sólo para mí. Rea lo era todo para mí siendo un Dios. Pero toda la visión que tenía del mundo y de las relaciones afectivas cambió al unirme con Giadel. Con él, con sus recuerdos y sentimientos mezclados con los míos, comencé a comprender y a sentir nuevos lazos afectivos hacia otras personas. Sentí qué era la felicidad al amar a mi abuela y mi hermana más que a mi propia vida.

>> Esos sentimientos eran tan nuevos para mí que me asusté. Al principio quise negarlos, luego esconderlos y, finalmente, los acepté porque aquello era lo que siempre había anhelado mi corazón: una familia unida. Sentir que otros se preocupan por ti, que están allí en los malos y en los buenos momentos.

>> Esa felicidad me cegó y quise completarla. Me faltaba Rea y, sólo pensar que Kerri iba a apoderarse de ella, hizo que me entrara el pánico y me dejé llevar por los impulsos que me cuestan tanto controlar en este cuerpo mortal. Debí escucharte y acatar tu decisión. - Su tono de voz arrepentido le llegó al alma y lo perdonó. ¿Cómo no iba a hacerlo si él había cometido errores semejantes desde que se había liberado del yugo de los Bosques Sombríos?

- Gia, yo... - Nïan se detuvo y los dos mestizos se miraron a los ojos. Algo acababa de cambiar y los dos lo sabían. Él acababa de llamarlo por su nombre mortal y no por su antiguo nombre divino.

- Kanian... tú...

Anonadado, Cronos lo observó intensamente a los ojos y Nïan vio dos gruesas lágrimas nacer de los lagrimales del chico y descender por sus mejillas.

- No pretendo utilizarte, sería incapaz de hacerlo. Es cierto que coger años de tu vida no será algo agradable, pero... - dijo con tal sinceridad que incluso su lado más salvaje se conmovió y lo invadió la empatía. Los dos habían padecido mucho en sus vidas; habían experimentado lo que era el abandono y la soledad, la desconfianza ante todo y la imprudencia de dejarse llevar por el odio y la venganza -. Anoche, cuando Rea me abrió los ojos y comprendí lo que habías intentado decirme, supe que mis pensamientos hacia ti habían cambiado.

>> Cuando desperté en este cuerpo, sólo buscaba en ti a un aliado. El enemigo de mi enemigo es mi amigo, me dije. Tú eras mi mejor baza para volver a apoderarme de mi cuerpo y de mis poderes. No tenía nada que perder y mucho que ganar. Necesitaba de ti una alianza y la tuve.

- La sigues teniendo - lo interrumpió Nïan mientras se encogía por dentro. Verlo así lo estaba destrozando porque parecía estar viéndose a sí mismo en un espejo y, a la misma vez, a Galidel. ¿Cómo había podido pensar que aquel corte de pelo lo alejaría más del parecido con su hermana gemela? Esa manera de llorar, el modo de encogerse y de balbucear... Eran tan parecidos que quiso abrazarlo sin remedio.

"Gali, los dos te necesitamos demasiado."

Ella, tan atolondrada e impulsiva, era la columna que los sostenía. Ella, una mujer sin ningún poder especial más allá de sus ideales y de su voluntad, era capaz de obrar milagros con su cariño y con su sonrisa. Galidel, frágil como cualquiera de ellos, era la más fuerte de los tres. Incluso más fuerte que cualquier Dios.

- Ahora no deseo un aliado, Nïan - susurró Giadel con voz temblorosa -. Lo que deseo es a un amigo: un hermano.

¿Podía tener tanta suerte? ¿Podría estar recomponiendo los pedazos de la familia que había tenido antaño? Había perdido a Fíren, algo que jamás olvidaría a pesar de haberse perdonado, pero, de repente; alguien estaba abriéndose camino para coger el testigo de su querido primo y ocupar el vacío que él dejó. Giadel no sería nunca su sustituto, sería simplemente el que continuaría el legado que Fíren había dejado vacante.

¿Podría tener, como Varel, dos grandes apoyos en la batalla y en el gobierno? ¿Podría contar ahora, y hasta que la muerte lo decidiese, con Malrren y a Gia a su lado? ¿Podría tener dos hermanos de armas que lo acompañaran en lo que se avecinaba? Y no solo dos, Araghii también estaba a su lado y, si en un principio el contrabandista y los suyos se habían unido a él por los tesoros de La Fortaleza, sabía que ahora lo seguían por lealtad y amistad. ¿De qué otro modo habrían dado su vida Tocino, Carroñero y Cascabel?

"Incluso Zorro me soporta."

Ojalá sus padres pudiesen ver la nueva hermandad que estaba creando a su alrededor. La confianza ciega y la lealtad estaba por doquier mirase donde mirase. Todos lo aceptaban y lo apoyaban. Todos deseaban que cumpliese con el destino que lo había gestado y creado.

Todos estaban dispuestos a dar sus vidas para que ostentase la corona de oro blanco de Varel como nuevo monarca de Nasak y que unificase Senara y Arakxis en un nuevo reino que, sin tener nombre, auguraba un cambio y una nueva vida para todos.

- ¿Y acaso no somo ya hermanos? - dijo el hijo de Varel mostrando su palma derecha. Giadel contempló la marca del intercambio de sangre -. Galidel ya nos unió sin que nosotros nos diéramos cuenta.

El joven, por primera vez desde que se había despertado con su nueva entidad, sonrió de verdad y Kanian lo imitó. Los Fuegos Fatuos, a su alrededor, eran únicos testigos mudos de aquel nuevo lazo que se creaba y de la fuerte resolución que se había grabado a fuego en las almas de los dos.

- ¿Crees que un mes será suficiente? - cambió de tema Nïan con una sonrisa torcida.

- ¿Para tu entrenamiento? No, pero nadie dice que debamos permanecer únicamente un mes. Una vez en el pasado, podemos volver cuando queramos a nuestra era siempre y cuando tengamos unos días de margen a modo de posible error. Los saltos temporales no son precisos, Nïan. ¿Puedo llamarte así? - le preguntó algo cohibido mientras se limpiaba las lágrimas.

- Claro. Yo pensaba llamarte Giadel a partir de ahora - le notificó -. Antes de hacer el salto, debemos dejarlo todo atado.

- ¿Debemos? - inquirió intrigado.

- Exacto, ¿acaso no somos amigos? Eso es lo que hacen: ayudarse entre ellos.

Gia sonrió divertido y asintió mientras una brisa agradable les revoloteaban los cabellos. Kanian, que estaba acariciando un Fuego Fatuo, sintió la suavidad de unos cabellos cortos contra su hombro. Al volverse, vio a Gia sobre esa parte de su cuerpo. Su rostro estaba sumido en las sombras pero no le pasó por alto la solitaria lágrima que bajaba por su barbilla.

- ¿Puedo quedarme así unos minutos? - le preguntó en un murmullo.

Nïan, sin decir nada, posó su mano derecha sobre el hombro derecho del chico y contempló el cielo nocturno en silencio mientras Giadel lloraba sin emitir sonido alguno.

Si había que llorar y lamentarse, aquel era el único momento para hacerlo.



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