Capítulo trece
Cuatro días antes: madrugada de sangre
El olor a muerte era nauseabundo.
Las paredes, el suelo e incluso partes del techo estaban llenas de entrañas, órganos, sangre y otros pedazos de partes humanas. El aire viciado subía por las fosas nasales de los diez únicos seres vivos presentes sin contar los seis seres sobrenaturales a los cuales aquel olor no les desagradaba; más bien disfrutaban con él porque la muerte siempre es el símbolo de la victoria para los que sobreviven.
Nadeï miraba la montaña de cuerpos sin vida que las Banshee habían amontonado por ordenes de su amo para liberar el espacio de los pasillos. Su vena de sanadora estaba horrorizada por aquella masacre pero agradecía que fuera el bando enemigo el que sufriera aquel indecente número de bajas en vez de los suyos.
- ¿Creéis que quedará alguien más? - preguntó Sanguijuela. El chico estaba completamente cubierto de sangre y con un pañuelo de tosca tela intentaba quitarse los restos de la que tenía pegada a la cara -. Que asquerosidad - masculló disgustado.
- Yo huelo miedo muy cerca - dijo Zorro con los ojos entrecerrados que brillaban con sospecha mientras miraba hacia una puerta que tenía su hoja un poco abierta, lo justo para que un ojo asustado y lleno de terror mirara lo que sucedía al otro lado sin ser visto.
- Un puesto de vigilancia - coincidió Araghii guardando sus hachas en el cinto.
Con un movimiento de la cabeza, el general ordenó a Pólvora y a Zorro ir hacia allí y Cascabel preparó su letal cerbatana con sus minúsculos dardos cargados de veneno. Los dos hombres, con pasos silenciosos y casi sin respirar, se acercaron a la puerta. El silencio era sepulcral y Nadeï continuaba mirando la montaña de cadáveres. ¿Cómo podían tener todos tanta entereza? Ella sentía que flaqueaba, que tanta muerte era demasiado insoportable.
- Las guerras son siempre así: son muerte y más muerte y únicamente vencerá el que sepa como desgastarse menos.
La sanadora apartó el rostro al escuchar las palabras de su padre susurradas en su oído por su sobrino Zerch que la cogió de la mano y ella la apretó agradecida. Necesitaba su apoyo más que nunca, necesitaba la fuerza y la entereza de Zerch para seguir adelante y encontrar a su hermano. Había tanto por hacer... no podía desesperar: ¡debía aguantar por todos ellos!
Al unísono, con una simple mirada como detonante, Zorro y Pólvora abrieron la puerta de par en par con una parada y unos gritos de puro terror retumbaron en los tímpanos de todos los partidarios de Kanian. Galidel, al lado de su gemelo y del general, vio a las Banshee sobrevolar la zona con risas maliciosas y a cuatro personas agazapadas intentando desesperadamente pegarse a las paredes del puesto vigía de la cuarta planta subterránea; como si pudiesen fundirse con aquellos muros robustos y resistentes al hierro.
- Vaya, polizones - ironizó Cascabel con su risita musical.
Cronos dio unos pasos al frente y Gali lo siguió a la vez que Araghii. Zorro y Pólvora estaban cada uno al lado de la puerta mirando amenazadoramente a los cuatro desgraciados que intentaban traspasar las paredes.
- ¿Hay más puestos de vigilancia? - preguntó Cronos con sus ojos dorados encendidos -. ¿Hay más soldados abajo?
Nuevamente silencio enturbiado por los gemidos y los sollozos de aquellos cuatro vigilantes que veían la muerte llamando a su puerta y a su mundo destruido que, hasta ese momento, había sido fácil y tranquilo.
- ¡Contestad! - apremió Araghii sacando una hacha. Aquello hizo que uno de ellos se tapara la cabeza desesperado y que la única mujer del grupo se pegara más en la pared.
- Sí - respondió el más mayor intentando contener los temblores -. En todos los pisos hay puestos como estos para pasarnos información.
- ¿Cuantas plantas tiene esta prisión?
Galidel tragó saliva. Estaban perdiendo un tiempo precioso con aquel interrogatorio a pesar de que su parte racional le decía que era absolutamente necesario para saber qué terreno pisaban y hacerse una idea aproximada del paradero de Nïan y Malr.
- Nueve - tartamudeó sin dejar de mirar el filo afilado del hacha de Araghii -. Las dos siguientes son territorio de los nigromantes: tienen sus dormitorios y también sus laboratorios donde hacen sus experimentos. Las otras tres son celdas de alta seguridad.
- ¿Hay más soldados? - volvió a preguntar Giadel. El hombre lo mió y se asustó de su mirada.
- De patrulla - dijo con dificultad -, pero no sé el itinerario de nadie. Son pocos pero saben de artes negras más que nosotros- añadió.
Araghii y Cronos asintieron y Galidel supo que llegaba el momento más difícil. ¿Qué iban a hacer con ellos? El hombre que había hablado también lo sabía.
- No nos matéis, por favor - imploró -. He dicho todo lo que sabíamos. Nosotros sólo nos dedicamos a escribir y leer mensajes, nada más.
- Sois peligrosos y a la vez útiles - dijo Araghii pensativo. Cronos lo miró de reojo y caviló sobre sus palabras.
- Desde luego. ¿Qué opinas hermana?
La joven miró a su gemelo y después a los cuatro desgraciados que imploraban por sus vidas. ¿Qué estarían dispuestos a hacer para vivir un día más? Un segundo más en aquel mundo oscuro y en guerra. Intentó dejar atrás su primer pensamiento y sus impulsos y pensar como lo haría Nïan. Si él estuviese allí haría lo que fuera para sacar partido de cada situación y ellos podrían serles muy útiles ahora que el grueso de las fuerzas bélicas había sido neutralizado.
Galidel, sin decir nada, avanzó hacia la sala y los cuatro vigilantes volvieron a gemir y a sollozar tan asustados como un cervatillo sin madre que, sin saber como ponerse en pie, era incapaz de salir de la trampa del cazador.
- Si colaboráis con nosotros y nos ayudáis a continuar con vida, no os mataremos. A ninguno. Elegid estar de nuestro lado y viviréis, os doy mi palabra.
Los vigilantes se miraron los unos a los otros.
- Está bien - dijo el hombre con más edad que se había erigido como portavoz.
- ¿Cómo te llamas? - le preguntó la mestiza.
- Gres - respondió el hombre algo más tranquilo pero con los nervios a flor de piel.
- Háblanos de este lugar. ¿Hay algunas trampas por aquí? Sabes donde están el príncipe Kanian y el general Malrren?
- Todo está infestado de trampas, señora, pero no soy capaz de decirle donde están. Tampoco sé el paradero de los reos.
Galidel asintió y su hermano se acercó a ella.
- Mas - prosiguió Gres -, en las siguientes plantas hay un dispositivo de defensa, algo que los que no son científicos o personal autorizado son incapaces de traspasar.
- ¿Qué quieres decir? - inquirió el mestizo. Las Banshee sisearon al notarlo nervioso y eso hizo que Gres se estremeciera de nuevo y tragase saliva.
- Hay escudos protectores que detectan la magia negra de los científicos. Eso es la llave de paso para poder seguir avanzando.
Exabruptos y maldiciones fueron llenando el espacio vacío por parte del equipo de rescate. Ahora que estaban tan cerca y que habían pasado lo peor para internarse en el corazón de los Bosques Sombríos, llegaba un obstáculo que no serían capaces de superar. La misión se complicaba y Cronos debía pensar a toda prisa. Sus Banshee eran capaces de pasar esos escudos al ser seres creados por un Dios, seres sobrenaturales que contenían toda la magia y la materia del universo.
Pero mandarlas a ellas solas durante tanto tiempo sin él a su lado sería algo demasiado arriesgado. Le estaba costando muchas fuerzas controlarlas a las seis juntas y evitar que su sed de sangre se hiciese demasiado fuerte. Si perdían el control serían capaces de matarlo a él porque no notarían sus poderes divinos. Y ya le quedaban pocos. Enviarlas a la Nada tampoco era una opción para intentar usar sus pocas reservas de poder y romper los sellos mágicos. Si ellas se iban, nada garantizaba su supervivencia a largo plazo.
No, debía haber otro modo.
- ¿Y si enviamos un mensaje para que algún científico suba hasta aquí? - arguyó Araghii.
- Eso no serviría de nada - intervino Gres que parecía algo más calmado al igual que sus compañeros -, los científicos no harían caso. Ellos son los que tienen el control y la autoridad absoluta aquí. El comandante y otros pocos pueden ir y venir hacia ellos para informarles de viva voz. No se fían de las tablillas a pesar de haberlas creado ellos. Eso solo tiene uso militar.
- Jefe.
Sanguijuela llegó a lado de Araghii y le entregó un extraño anillo de sello completamente negro y un círculo morado en el centro.
- Lo he encontrado en el cuerpo del comandante - se explicó.
Araghii sonrió agradeciendo las malas artes de sus compañeros y camaradas. Si había algo bueno que robar, ninguno de ellos debía perder la oportunidad fuese cual fuese la situación reinante.
- ¿Ésta es la llave?
Gres asintió.
- Si queréis pasar todos, necesitáis uno cada uno. Los únicos capaces de anular un sello para que todos podáis seguir adelante son los nigromantes.
- Maldición - siseó Zerch frustrado. Con cada minuto que pasaba más aumentaba su ansiedad y la preocupación por su padre. Cada segundo era crucial para la supervivencia de Malrren.
- ¿Qué es eso?
Tehr, que se había mantenido al margen anotando cosas en un cuaderno de viaje que había portado consigo para apuntar cada detalle de la misión, lo guardó entre los pliegues de su túnica negra y azul y entró en el puesto de vigilancia. La mujer miró por encima de la cabeza hacia la dirección del erudito que vio una de las tablillas de pizarra iluminarse con unos símbolos violetas dibujados en un círculo.
- Alguien ha traspasado el sello protector - murmuró la vigilante llena de esperanzas -. Creo que un científico por su color.
- Zorro, Sanguijuela y Pólvora, atadlos y amordazadlos ahora mismo, no quiero tener que arrepentirme por dejarlos respirando - ordenó Cronos mientras Galidel cerraba la puerta a la salida del erudito y a la entrada de los hombres de Araghii para obedecer las ordenes de su gemelo menor -. Apagad todas las luces - ordenó a sus criaturas.
Las Banshee volaron como una exhalación por los pasillos para eliminar todo rastro de iluminación menos la que iluminaba el centro de la sala y Tehr se acercó a él.
- Yo me ocupo.
Giadel asintió cuando Pólvora, Zorro y Sanguijuela volvieron con ellos después de atar y amordazar a los vigías.
- Que todo el mundo se esconda. Tehr se encargará de él.
Todos a una obedecieron su orden y el erudito pegó la espalda en la pared con los sables desenfundados. Tehr contuvo la respiración unos momentos y soltó el aire por la boca para calmarse.
La procesión iba por dentro.
A simple vista, el hijo menor de Fena parecía un bloque de hielo, alguien que no parecía tener más que una expresión en su rostro medio desfigurado por el fuego de un trozo de carbón ardiente. A duras penas conservaba algo de visión en su ojo izquierdo, aquel que había sufrido múltiples daños juntamente con esa parte de su rostro que el cabello le ocultaba.
Y le avergonzaba. Sentía asco y vergüenza por esa mitad desfigurada que parecía burlarse de él a cada instante demostrándole que era débil; que el lado de la balanza en el cual él pertenecía era el peor de todos; el que tenía las de perder. Pero gracias a esa marca era lo que era. Se había entrenado hasta la saciedad para saber luchar, había estudiado como el que más para suceder a su tío en la labor de erudito y ahora, en aquel preciso instante, podía demostrar lo que valía.
Lo que era.
Los Hijos del Dragón eran duros, él era duro como el iceberg más grande de todo aquel basto mundo. Pero el dolor del corazón, el dolor de la pérdida reciente lo martilleaba y hacían que él fuese más duro, más implacable.
Más frío que un carámbano.
Los Señores del Dragón y los científicos habían acabado con las dos personas que más admiraba en aquella vida: a su padre y a su tío. Y no los iba a perdonar por aquella atrocidad, por haber osado meterse con los suyos: con los de su sangre que siempre le habían dado cariño y ternura. Que lo habían apoyado siempre. Ya no me arrebatarán a nadie más - se había jurado después del funeral de Hoïen, mas Mequi había sucumbido a las flechas venenosas de aquellas cucarachas y gusanos hediondos que se escondían cobardemente bajo los muros de roca que él había contribuido a llenar de sangre y vísceras.
No se iría de vacío.
Encontraría a su hermano y mataría a todos aquellos que hiciesen falta.
A todos.
Estaba cansado de aguantar las lágrimas, de llorar en silencio por las noches mientras continuaba escribiendo páginas y más páginas de todos los libros que guardaba en su memoria y que el incendio de Queresarda había destruido.
Alguien se acercaba. Tehr dejó sus pensamientos amargos a un lado y matuvo los brazos armados en sus costados. Pisadas y jadeos iban poco a poco aumentando de decibelios a cada paso que aquel mago negro se iba acercando a su posición. A judgar por las prisas que llevaba, aquel sujeto estaba nervioso. Tal vez hubiese escuchado el sonido de la lucha reciente. Mejor, lo necesitaban para seguir su camino y a Tehr no le importaría matarlo una vez conseguido su objetivo.
Una figura envuelta en una túnica oscura entró en la sala y se quedó mirando la montaña de cuerpos mutilados y sin vida de los soldados de la base científica.
- No te muevas - dijo el erudito sin disimular el tono amenazador de cada una de aquellas palabras y pegando la hoja de su sable en su garganta -. Si lo haces, te mataré.
El nigromante se echó a temblar y un olor delicado de flores inundó sus fosas nasales. Por Urano, aquel científico no era un hombre sino, una mujer. Una pequeña maga negra asustada y manchada de sangre que parecía a punto de derrumbarse entre sus brazos.
- ¿Lo tienes, tío?
Zerch apareció juntamente con todos los demás que miraban el pasillo oscuro de forma recelosa.
- ¿Alguien más a venido contigo? - le preguntó a su rehén. Ella estuvo a punto de negar con la cabeza pero se lo pensó mejor al sentir la fría hoja en su piel.
- No - susurró -. Estoy yo sola - añadió para enfatizar más su respuesta.
- No parece un nigromante - comentó Cascabel mirándola muy de cerca, como si fuese un animal de presa.
- Las apariencias engañan - musitó Sanguijuela.
- Pues yo no me lo creo - renegó Cascabel frunciendo el ceño. La chica se asustó.
- Deja que respire - lo riñó Araghii que lo apartó -. No perdamos más tiempo - le dijo a la rehén que parecía estar a punto de desmayarse -. Bonita, nos vas a guiar por tu casita. Si eres buena, Tehr, quien tan amablemente te tiene cogida por tu exquisito cuello, no te lo rebanará para que te veamos sangrar como a una fuente. ¿Lo entiendes?
La chica asintió y Tehr bajó el sable unos centímetros para que la muy estúpida no se cortara la piel en un acto que intentaba expresar su colaboración.
- Bien, guíanos hasta los dos prisioneros y puede que no tengamos que matarte.
***
Ydánia tenía miedo.
Muchísimo.
Nunca antes había sentido tanto pavor.
Había escuchado historias, relatos de los científicos más ancianos que le habían explicado las atrocidades de sus enemigos; de aquellos que temían su poder y que no eran capaces de comprender aquellas tinieblas que se moldeaban como el mejor hierro cadente. Recordó el relato de la caída de Lasede hacía ya más de cien años. Muchos de los suyos murieron a manos de los Dioses de la Creación y muchos otros fueron salvados por la divinidad celestial del Tiempo.
Los nigromantes eran fieles seguidores de Cronos y las nuevas de La Fortaleza decían que ahora su majestad el rey Kerri era un alter ego del divino Cronos; que su rey era un Dios. Mas para ellos, para su reducida comunidad, el rey -tanto Xeral como ahora Kerri - siempre había sido un segundo ser divino: un Dios que los protegía de todo mal después de la muerte de Herron y la victoria de los seguidores del antiguo rey Varel y del príncipe Kanian.
- Para nosotros no hay nadie más que Cronos y el rey - le decía su padre -. Le rezamos al primero y obedecemos al segundo. Es así de sencillo.
El rey nos protege.
Cronos nos protege.
¡Todos se equivocaban!
La joven, con un sable en el cuello y la mano inclemente de su captor en el hombro, iba la primera de aquel grupo de infieles que se había internado en su hogar sagrado y protegido. Protegido - pensó con sarcasmo -. Estamos acorralados.
¡Y todo por capturar al Dragón!
Si le hubiesen hecho caso desde el principio... Si el ejercito no hubiese ido a su encuentro... Pero las ordenes del rey eran la religión de todos ellos y debían obedecer y acatar todo lo que él dijera.
El rey nos protege.
El rey cuida de nosotros.
Rezad a Cronos.
Ydánia tenía ganas de vomitar. El olor de la sangre que impregnaba sus ropas y la brutal imagen de la montaña de cuerpos la atormentaban y se sentía mareada y desfallecida. Quería detenerse y poner la cabeza entre las piernas, echarse a llorar, gritar... ¡Cualquier cosa menos sentir esa mano y el pegajoso acero tan cerca de su piel!
La presión familiar de la barrera protectora recorrió su cuerpo y los símbolos violetas se hicieron visibles ante sus ojos y a los de los intrusos.
- No hagas ninguna tontería - la advirtió su captor que se llamaba Tehr -. Abre esa barrera para que pasemos todos, si no... te arrepentirás de haber nacido.
La joven, temblorosa y poco familiarizada a aquel tacto tan desagradablemente rudo y amenazador, caminó hasta el símbolo y posó la mano en él. No se movió mientras el escudo se mantenía abierto por su contacto.
- Pasad - dijo otra persona tras de ella.
Los nueve Activistas traspasaron aquel dispositivo de defensa y una vez estuvieron todos en el otro lado, ella avanzó con el hombre que la retenía, pero primero pasó él de espaldas porque si fuese al revés y el contacto de su mano con la barrera se esfumase, esta volvería a ser operativa y su captor no podría pasar. Estaría bien si no hubiesen nueve más - pensó abatida.
- Llévanos hasta el príncipe Kanian - le pidió una de las dos mujeres.
Ydánia se la quedó mirando por unos momentos. Aquella joven no tendría más de veinte años y el cabello castaño claro le caía por debajo de los hombros recogido hacia atrás y con dos finas trenzas en cada lado de sus sienes. Sus ojos color miel la miraban con intensidad y ansiedad. Eso provocó que se le acelerase la respiración. No parecía una mujer malvada sino, más bien, desesperada por encontrar lo más preciado que tenía en la vida.
La científica asintió despacio y se puso de nuevo en la cabecera de aquel extraño grupo de personajes de lo más variopinto que tenían una única cosa en común: todos estaban cubiertos de rojo.
Ydánia recorrió el camino de regreso hacia la sala donde mantenían encadenado y drogado al príncipe. Le vino a la mente la sangre derramada por sus lagrimales, el hecho de no haberlo apuntado en el diario de seguimiento y también en que ahora estaría reseca en sus mejillas. Si no hubiese ido a investigar aquellos sonidos extraños ninguno de esos intrusos habrían llegado tan lejos.
- ¿Quién va? ¿Ydánia?
La joven, al escuchar la voz cascada e imperiosa de Otefh, se tensó y su nerviosismo y pánico aumentó.
- ¿Cómo te atreves a marcharte en tu turno de vigilancia? ¿Qué le ha pasado al Dragón? - continuó preguntando el anciano científico que se encargaba de supervisar todos los experimentos de la base.
Cual sombra mortífera, uno de los intrusos hizo un salto espectacular hasta las bigas del techo, dio tres saltos y se lanzó encima de Otefh que, sin poder proferir sonido alguno, se encontró con una mano en su boca, un rodillazo en la espalda y un cuchillo en el cuello.
- Hola amigito, yo de ti me quedaría más calladito que un mudo - le advirtió con cinismo.
- No intentes resistirte - dijo un apuesto joven de cabellos castaños que el fuego de las lámparas le arrancaba destellos rojizos -, toda la fuerza militar de este lugar ha sido neutralizada. Si colaboras no tendré que matarte ni decirle a mis Banshee que lo hagan por mí.
Al decir aquel nombre seis horribles figuras femeninas aparecieron al lado del joven y miraron al supervisor de los experimentos y a ella misma con ganas de despedazarlos. Le faltó poco para ponerse a gritar de espanto ante aquellos rostros desfigurados y llenos de arrugas con labios amoratados y dientes muy afilados.
- ¡Cronos, se acercan por delante! - le advirtieron.
¿Cronos?
El joven que estaba hablando con Otefh desenvainó la espada y el captor del supervisor retrocedió para dejar espacio a sus compañeros. Tres de sus compatriotas se acercaba a ellos con las armas en las manos y la libre con talismanes oscuros que creaban descargas eléctricas de la nada. La esperanza brilló en sus iris grises.
- ¡Tienen algo en sus manos!
- Van a atacar.
- ¡Tenemos rehenes! - vociferó su captor mientras las horrendas mujeres se afanaban por proteger al muchacho que había respondido al nombre del Dios del Tiempo -. No os acerquéis más.
- No importan los rehenes - dijo ella que conocía mejor que nadie el protocolo de los suyos -. Aquí eso no importa. Si hay que sacrificarse por el bien de nuestro hogar, moriremos por ello.
El hombre chasqueó la lengua mientras Ydánia veía que la chica que le había hablado le pedía su arco a la otra mujer y disparaba dos flechas a una gran velocidad. Uno de los suyos lanzó el talismán y una horda de rayos chisporroteó ante ellos y las flechas. La madera de estas, con el contacto de los rayos, se desintegró y la joven maldijo preparando más proyectiles.
- Encárgate de este pelele por mí, Cascabel. Vamos Zorro.
El hombre que tenía a un semiconsciente Otefh se lo pasó a un compañero y él y el tal Zorro lanzaron sendos proyectiles de hierro. Estos, sin perder pie ante los rayos que crepitaban por las paredes, atravesaron la electricidad y se clavaron en la carne de las víctimas que perdieron fuelle. Los rayos dejaron de crepitar y tres Banshee fueron a por ellos para descuartizarlos en muy pocos movimientos. Ydánia gritó ante el horror y el ruido hizo que más de los suyos aparecieran de las habitaciones adyacentes.
- ¿Qué está pasando?
- ¿Quiénes son esos?
- ¡Intrusos!
- ¿Dónde está el comandante?
- Matadlos a todos - ordenó el joven de castaños cabellos a las terribles mujeres de ojos ciegos -, el que pida clemencia y se arrodille ante nosotros será perdonado.
- ¡No! - gritó Ydánia. Su captor había dejado de amenazarla con su arma y la sujetaba con fuerza para que no se escapara de sus brazos.
- Será mejor que no mires - le dijo de forma amable mientras la volteaba y la apretaba contra su pecho.
La joven, horrorizada y temblorosa, cerró los ojos mientras los gritos se hacían eco entre las paredes de su base oculta; del hogar que la había visto nacer. De los muros que la habían visto crecer a ella y a todos los que ahora morían con la ropa de dormir puesta.
Y lo peor de todo es que cada vez llegaban más atraídos por los gritos, los sollozos y las súplicas. Aquello era una carnicería.
Una matanza sin cuartel.
- Bienvenida a mi mundo - dijo el hombre de nuevo con voz neutral y mirando el espectáculo con una frialdad abrumadora y desoladora.
Entonces, en aquel preciso instante, la joven se percató de que aquello era la realidad; que lo anteriormente vivido era una farsa. Ella no conocía nada más allá de esas rocas, más allá de sus estudios y de sus libros. Ahora veía al fin lo que encerraba la realidad en la que vivían y en la cual se ocultaban por ordenes del rey: eran peones ocultos que jugaban a ser Dioses y ahora lo estaban pagando.
El Dragón herido y encadenado se estaba vengando a través de sus fieles seguidores y lo peor de todo es que ella no sabía si él algún día podría ser despertado de su largo letargo lleno de drogas que ella misma había ayudado a diseñar el día en que se graduó y demostró lo que valía como científica para que no la enterraran viva como hacían con aquellos que no tenían la valía necesaria para seguir viviendo allí ni como soldados ni como nigromantes.
Cuando todo terminó, Ydánia sintió que algo en ella - sus sueños - se había hecho pedazos mientras contemplaba muda las manchas de las paredes.
- Será mejor que actuemos rápidamente y salgamos de aquí cuanto antes - dijo un joven de ojos rojos como el vino más oscuro.
- Sí, el chico tiene razón, Cronos - coincidió un hombre de unos treinta años con la piel morena y una cicatriz en la barbilla. Su mirada era tan intensa que haría temblar hasta a un Trol.
- Separemonos. Yo, Zerch, Nadeï, Zorro y Cascabel iremos a por Malrren. Los demás iréis a por Kanian. Nos encontraremos en la puerta de la barrera. Será mejor que colabores si no quieres acabar así - le dijo a un asustado Otefh mientras las Banshee regresaban al lado de su amo con los dientes escarlata. Al lado de Cronos.
"¿Cómo puede ser ese el Dios al cual le rezamos? ¿Cómo puede ser él nuestro protector si nos ha exterminado a casi todos?"
- Andando - la apremió sin piedad nuevamente su captor con la hoja del sable de nuevo en su garganta -. Ya sabes adónde tienes que llevarnos.
Sí, hacia la muerte.
Hacia Kanian.
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