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Capítulo setenta y uno

El fin del mundo


Cronos volvió a sentir aquel atroz dolor. Una punzada, inesperada y brutal, recorrió su cabeza desde la cima hasta abajo y sintió como el dolor recorría su ojo y el tabique nasal hasta acabar en su mandíbula. Gritando, el joven perdió pie y se llevó las manos a la cabeza. Todas las venas y arterias en su frente parecían estar palpitando a una velocidad imposible y sentía como pulsaban demasiado fuerte en sus sienes.

Escuchó que Rea lo llamaba y los brazos fuertes de aquel hombre llamado Torreón cogiéndolo por la cintura para evitar que cayera en medio de aquella sanguinaria y feroz batalla que los activistas y los Señores del Dragón estaba manteniendo con los monstruos de Nasak codo con codo. Giadel intentó cerrar los ojos para intentar paliar con aquel tormentoso dolor, pero al hacerlo éste pareció aumentar más y tuvo que abrirlos. En un impulso, su cuerpo quería apretar los dientes, pero eso también le estaba vetado por el fortísimo dolor que le recorría por toda la mandíbula.

En un primer momento creyó que, de alguna manera, alguien por error lo había alcanzado con una flecha. No sería de extrañar ser herido a causa de un proyectil perdido. Pero pronto desechó esa idea al no notar sangre recorriéndolo cabeza abajo. No. Era el mismo dolor punzante de cabeza que experimentase antes. Nuevamente, los poderes temporales estaban fuera del control de Kerri y, por ende, de él mismo ya que procedía de la misma fuente original. Sabiendo que no le convenía hacer eso, intentó sondear a Kerri, intentar contactar con la otra parte de su propio ser y, al hacerlo, al conectar con él, un dolor sordo le recorrió el estómago.

Las fuertes convulsiones que empezaron a zarandearlo hicieron a Rea gritar espantada y que Torreón lo recostase en el suelo entre sus poderosos brazos. Saliva mezclada con sangre salía de su boca y el desagradable sabor del hierro le hizo sentir arcadas.

- ¡Giadel!

Se moría.

Kerri se estaba muriendo y él, a su vez, también se estaba muriendo con él.

***

Estaba paralizada a causa del terror. La respiración agitada por el horror y el fuerte dolor en su pecho. Lágrimas recorrieron sus mejillas sucias y polvorientas; un polvo que no solamente procedía de la tierra seca de Sirakxs. Aquel polvo era también el dolor de una pérdida. Eran parte de su amigo Ankh; el pequeño golem que ella salvara de niña; el golem que siempre la había cuidado, protegido y acompañado en muchos de los momentos de soledad vividos en las montañas. Y Ankh, lo que una vez fue aquel hermoso ser de piedra, ya no existía.

Había desaparecido para siempre.

Galidel contempló al hombre que había reducido a mero polvo y piedras corrientes a su mejor amigo. Xeral, el mismo Xeral rejuvenecido que ella había visto en el palacio de la Bahía de Granfeld hablando con Kerri, estaba allí completamente ataviado para la guerra, cubierto de sangre y con una descomunal hacha en la mano. ¿Era todo una pesadilla? ¿Le habría dado una insolación por estar allí atada? Podría ser que se hubiese desmayado a causa de la presión, los nervios y la ansiedad. Sí, eso debía ser. No podía ser que él estuviese allí con un cuerpo demasiado corpóreo. Porque, en aquellos momentos, no parecía aquel espíritu que ella y Nannah vieran unos días atrás.

- El hombre malo – sollozó su hija dentro de su mente.

Al escuchar su voz, Gali supo al instante que todo era real. El dolor de su pecho y el abatimiento de su cuerpo, así como el temor de su bebé. ¡Él estaba allí y el muy hijo de perra había matado a su amigo!

- Desgraciado – musitó entre dientes mientras fruncía el ceño con rabia y se mordía el labio inferior frustrada hasta hacerlo sangrar.

- Acabemos con esto de una vez – dijo él con una voz tranquila, serena. Sin ningún tipo de emoción. La misma apatía que había en su rostro. Sus piernas empezaron a moverse hacia ella.

- ¡Mami! – gimió Nannah asustada. La pequeña, a pesar de que parecía que el poder de Kerri ya no tenía efecto en ella, no era capaz de actuar. Cosa normal y comprensible. En el fondo, su hija era simplemente un ser en proceso de desarrollo que ni siquiera había todavía nacido. ¿Cómo no iba a estar ella asustada si su propia madre estaba al borde de la desesperación? ¿Dónde estaba Gia? ¿Y Kanian? ¿Qué le habría hecho ese monstruo que había venido del mismísimo averno para vengarse de todo el Mundo?

No.

¡No podía rendirse ahora!

"No me das miedo, cabrón asqueroso."

Apretando los dientes y encontrando su valor; ese que siempre hervía en ella en las peores ocasiones, empezó a tirar de nuevo de sus ataduras con todas sus fuerzas. Las cadenas apretaron y laceraron de nuevo su carne ya demasiado maltratada por sus anteriores intentos. Pero, esta vez, el ahínco y las ganas de soltarse y escapar de allí eran más fuertes.

Más viscerales.

Xeral, mostrando todavía aquel rostro sin emociones, continuaba su avance hacia ella, con lentitud, sin apresurar su paso a pesar de estar viendo sus intentos desesperados por desatarse.

- ¡Mami! – volvió a sollozar Nannah mientras Galidel sentía que la sangre de sus heridas, al fin, estaba logrando que sus muñecas y sus tobillos fueran capaces de ir saliendo poco a poco de los grilletes. Con un nuevo tirón lleno de agónica desesperación, Gali logró que su mano izquierda fuera al fin libre. Sin importarle ver la carne colgando de su muñeca y parte del hueso, tiró con fuerza de la derecha y gritó de pura agonía ante el desgarrón que le arrancó la piel de cuajo y quedó en el grillete a modo de macabro recuerdo.

Respirando con dificultad y con el corazón latiéndole a más de mil pulsaciones por segundo, la joven ignoró todo lo que pudo el dolor y tiró de la cadena que había en el poste y que aprisionaba sus pies. ¡Xeral estaba cada vez más cerca y ella no podía soltar aquella maldita cadena! Sus ojos buscaron desesperadamente a su alrededor por algo punzante o contundente. Una de las rocas del cuerpo de Ankh apareció en su campo de visión y, al ser de un tamaño razonable que ella podría sujetar con las dos manos y con algo de filo, la cogió con sus dedos ensangrentados y entumecidos. A pesar del lacerante dolor de todo su cuerpo – y sobre todo el de sus muñecas – alzó la roca y comenzó a golpear la cadena que unía sus tobillos con aquel maldito poste.

- Vamos, vamos – suplicó entre respiración y respiración mientras golpeaba la dura cadena. Xeral estaba a solo unos pasos, en nada lo tendría encima -. ¡Por favor, Gea, Urano! – rogó mientras nuevas lágrimas caían por sus ojos despavoridos como los de un animal no solamente herido sino acorralado por la muerte.

El sonido del hierro siendo partido hizo eco en sus oídos al igual que el del aire al ser rasgado por el filo del acero. Una sombra caía sobre ella y Gali, rodó hacia su lado izquierdo para apartarse mientras gritaba sumida en el terror absoluto. Sintió el hacha lacerando superficialmente la piel de su espalda antes de que se clavara hondamente en el suelo. Si no se hubiese apartado, aquel filo la hubiera abierto casi en canal. Xeral, inmóvil, tiró del hacha para sacarla del suelo y volvió a mirarla.

Sus ojos eran fríos y mortales como el mismísimo hielo en forma de una estalactita a punto de caer y atravesarte de arriba abajo. Gali tragó saliva mientras retrocedía con ayuda de sus codos sin poder levantarse aún. A pesar de haberse liberado, las cadenas de sus tobillos todavía le impedían andar o correr. Sus ojos miraron por encima de su hombro y vieron un montículo de carne que había formado parte de uno de los soldados que la habían estado custodiando. Parecía ser un brazo y al lado ¡había una espada corta! Con energías renovadas, la joven comenzó a arrastrarse tan rápido como pudo hasta allí sin importarle el dolor o el hacerse todavía más heridas.

- Nannah, por favor, necesito que me cures – le pidió a su hija.

Su hija, en vez de decirle algo en respuesta, comenzó a encogerse y a mostrarse más asustada, tanto que estaba afectando a la resolución y valentía de Galidel. La mestiza vio las imágenes que la pequeña le estaba mostrando. Unos extraños seres traslúcidos y oscuros estaban alrededor de Xeral, sedientos de sangre y con ganas de devorarla. Deseando volver a la vida al igual que el alma en pena que pretendía descargar aquella hacha sobre su cuerpo, matarla a ella y apoderarse del poder de Nannah. A causa de ellos, su pequeña no era capaz de ayudarla, completamente asustada y con deseos de llorar y esconderse hasta que todo hubiera terminado.

Pero nada terminaría si ella no huía de allí a toda prisa.

Sin rendirse, sin dar su brazo a torcer, Galidel alcanzó al fin la espada y la cogió ignorando de nuevo el peso del arma y el dolor de sus muñecas. Aferrando la empuñadura con las dos manos, la alzó por encima de su cabeza y descargó un golpe contundente contra las cadenas que arrastraba. Éstas, al fin, se rompieron y pudo mover sus piernas con más libertad que antes, aunque los grilletes todavía seguían aprisionando sus tobillos. Xeral, al verla, se detuvo y se la quedó mirando. La mestiza se levantó apretando los dientes sin apartar la vista de su enemigo. Afianzando bien sus pies en el suelo polvoriento, dejó que su cuerpo tomase una posición de defensa y colocó la espada de forma vertical un poco inclinada hacia delante a una distancia de su cuerpo. El anterior rey tirano, al verla dispuesta a ofrecer toda la resistencia posible y a enfrentarse contra él, sonrió maliciosamente y se le encendieron los iris naranjas, mostrando al fin algún tipo de reacción.

- Vaya, vaya ¿pretendes luchar? – dijo viviblemente feliz cambiando radicalmente su estado apático por uno completamente emocional. El que te brinda la adrenalina de la sangre y la lucha.

- No voy a dejar que me quites a mi hija – masculló ella. Su tono de voz no fue el de una amenaza, fue el de la desesperación de una madre.

- Que así sea pues – asintió Xeral mientras colocaba el hacha a la altura de su cadera derecha con el cuerpo inclinado un poco hacia adelante y las piernas flexionadas y separadas.

Galidel casi no lo vio cuando él corrió hacia ella listo para atacar. Moviendo su arma justo a tiempo, la joven pudo detener la afilada hoja con restos escarlata por toda su manufactura. Apretó los dientes y dejó salir un gruñido de dolor mientras apretaba más sus dedos alrededor de la empuñadura de su espada corta. A pesar de su posición defensiva, sus pies comenzaron a moverse a causa de la presión ejercida por Xeral. El guerrero apartó la hoja del hacha de la de su espada y girando sobre sus talones quiso atacarla por el lado derecho. Galidel se lanzó al suelo sin importar caer duramente contra él. Una vez allí golpeó el tobillo de Xeral con la planta de su pie. El Hijo del Dragón dio dos pasos hacia atrás para evitar perder el equilibrio y ella se incorporó todo lo rápido que pudo. Las muñecas la estaban matando al igual que aquellas molestas cadenas.

Tan pronto como pensó eso, el hacha volvió al ataque y ella hizo una finta en la dirección contraria. Escuchó un sonido metálico que le heló la sangre y al bajar la vista vio que la cadena unida al grillete de su pie derecho había sido cortada y que, ahora, en esa extremidad tendría más libertad de movimiento. ¿Lo había hecho a propósito o había planeado cortarle el pie para que no pudiese moverse más? Galidel lo miró a los ojos y supo que, en realidad, había pretendido cortarle aquella parte de su cuerpo para que dejase de oponer resistencia. En aquellas profundidades anaranjadas tan oscuras pudo leer su impaciencia y su fastidio por tener que lidiar con una chiquilla tozuda como ella.

"Debo huir."

Sí. Eso era lo único que podía hacer. Sus manos apenas eran capaces de sostener aquella mísera espada y no estaba en buena forma física para poder aguantar mucho más. Si seguían luchando, ella perdería. Tal vez tendría una oportunidad de ganar tiempo si salía corriendo. Dispuesta a todo para salvar a Nannah y con la esperanza de que Nïan vendría a salvarlas, Galidel lanzó su espada con todas sus fuerzas en dirección a Xeral, tomó la cadena de su pie izquierdo para que no fuese un estorbo y echó a correr todo lo rápido que pudo sin mirar atrás.


***

Estaba flotando.

¿Era agua?

¿Era viento?

No lo sabía. Lo único que lo rodeaba era oscuridad. Daba igual si abría los ojos o si mantenía sus párpados cerrados.

Todo estaba oscuro.

Nïan, con los ojos cerrados, se dejó mecer por lo que parecían olas; unas olas que no eran de agua ni de aire. ¿Qué sería? No lo sabía. Y ¿qué importaba lo que fuera? Era agradable. Era un lugar que él conocía muy bien desde que era niño. Ese espacio era el vacío, aquel mismo lugar en el que él cayó sumido en el abandono, en la desesperación más absoluta y amarga, en el mayor hundimiento emocional que alguien podía sufrir. Ese era el lugar en el que él acabó de niño durante su cautiverio donde no dejaban de torturarlo, estudiarlo y drogarlo día tras día.

Siempre era agradable volver a un lugar conocido y tan... tranquilo. Allí no había dolor, no había sufrimiento, ni recuerdos tristes. Allí no se lloraba, no se sentía el corazón desgarrándose porque ya lo estaba. Allí el alma simplemente permanecía entumecida, como si estuviese dormida aunque la sentías palpitar en tu interior.

Kanian escuchó un sollozo y abrió los ojos. Flotando en el vacío miró hacía todas las direcciones. Él creyó que estaba solo, pero, al parecer, no era así. Sus ojos demasiado azules para ser humanos, escudriñaron la oscuridad con suma atención. En un principio no vio nada, aunque los sollozos continuaban. Entonces, una figura pequeña y frágil apareció frente a él. La figura de un niño con el cabello algo largo y despeinado, mocos en la nariz, lágrimas en los ojos y un muñeco de trapo completamente hecho jirones entre sus manos. En un principio, Kanian no pudo verle el rostro pues tenía la cabeza gacha; mas, finalmente, alzó su carita y Nïan vio unos enromes ojos naranjas brillantes y suplicantes.

Un fuerte estremecimiento lo recorrió de arriba abajo mientras se le aceleraba el corazón. El entendimiento acudió a él y supo quién era ese niño y en su mente aparecieron centenares de imágenes. Recuerdos de risas, bromas, palizas, insultos, sollozos, pesadillas, deseos insatisfechos, anhelos... Nïan lo entendió todo y lloró sin apartar su mirada fija del niño.

De Xeral.

Del verdadero Xeral que no tenía adónde ir y que, perdido y sellado, no podía encontrar la paz.

Una tarde que estaban tomando el sol, Zingora le habló de un extraño poder oculto que tenían los dragones. Ellos eran capaces de ver el alma de los difuntos, las almas perdidas que vagaban por el mundo pidiendo ayuda al no ser capaces de encontrar la luz que te llevaba hasta el universo para fundirte con el cosmos. Y ellos, los dragones, tenían el místico poder de ayudar a esos espíritus a encontrar la paz y a poder regresar al lugar donde una vez pertenecieron y fueron uno solo con toda la energía universal.

El niño lo miró y sus ojos hablaron sin palabras.

- No puedo – repuso Nïan sacudiendo su cabeza-. Ahora que sé la verdad, no puedo hacerlo.

- Debes hacerlo. Debes ayudarme- le dijo sin súplica en su voz infantil. Más bien era una petición razonable. La única solución correcta ente tantos errores cometidos -. Sólo así podré volver a ser yo y encontraré la paz.

- No quiero – negó él frunciendo los labios resistiéndose a esa macabra petición.

- Yo maté a mi hermano que tanto quería y que ella me obligó a odiar tanto; tanto que me quemaba el alma y me emponzoñó el corazón – musitó el niño con una voz demasiado adulta y melancólica -. Y fui feliz cuando lo hice y, a la vez, acabé conmigo mismo. Con la parte piadosa y humana que estaba escondida en mi podrido corazón. Yo nos maté a ambos.

- No quiero mancharme las manos con tu sangre. No lo hice en el pasado y no lo haré ahora – musitó con los dientes apretados y lágrimas amargas.

- ¿Quieres que destruya tu mundo? ¿Qué muráis todos? – le echó el pequeño en cara con aquella voz amarga pero decidida -. Quiero ver a mi hermano; quiero reunirme con él – susurró con apabullante amargura -. Tú eres el único que puede detenerme; el único que puede desligar mi alma con este mundo. Arroja tus culpas fuera de tu corazón y guíame hacia la luz, Dragón. Sácame de este infierno en el cual llevo demasiado tiempo y evita que destruya el mundo.

El niño extendió su mano hacia él esperando que él se la cogiera para sacarlo de allí. Si Nïan aceptaba aquella mano, lo aceptaba todo.

- Sé fuerte, Nïan – le susurró una voz amada. El corazón de Kanian dio un vuelco al escuchar la voz de su adorado padre y de sentir el calor y el peso de sus manos sobre sus hombros para darle ánimos. No se atrevió a mirar atrás. No quiso saber si era una ilusión o si su espíritu estaba allí de verdad.

- Ojalá nada de esto hubiese sucedido nunca. Ojalá todo hubiese sido diferente- musitó mientras, incapaz de contener las lágrimas y el dolor de su alma, se acercaba al niño y entrelazaba su mano con la suya.

No importa lo que uno desee.

No importa lo que uno sufra.

Kanian tenía un deber y una promesa que cumplir por mucho que eso le desgarrase el alma.

***

Cuando lo vio pensó que se moriría allí mismo.

Con la respiración agitada y acelerando el paso cada vez más y más, Lednar llegó al lado de su amado rey.

- ¡Kerri! – lo llamó cuando se lanzó prácticamente sobre éste y lo tomó en sus brazos -. ¡Mi rey! – lo llamó al borde de las lágrimas.

¡No!

¡Él no podía estar muerto!

Lednar, con el corazón roto, sollozó sin contener el torrente de emociones que lo estaban atravesando y matándolo poco a poco. Las lágrimas que salieron de sus ojos rodaron rápidamente por sus mejillas hasta la barbilla y, de allí, hasta el rostro sucio de Kerri; uno que volvía a ser más el del Kerri que él siempre había conocido y no el del Dios del Tiempo.

El rostro que tanto adoraba y veneraba fielmente.

- Led...nar.

Los labios resecos y apagados de Kerri se abrieron ligeramente y de su garganta salió una voz moribunda. El General vio el gran esfuerzo de su gobernante y amigo para hablar, incluso para abrir los ojos y mirarlo.

- Mi fiel... Lednar... - susurró Kerri como buenamente pudo sonriendo trabajosamente.

- Majestad, no habléis. Os llevaré enseguida para que os curen.

- Demasiado tarde – dijo él antes de toser un poco y soltar espumarajos de sangre -. Me estoy muriendo.

- No podéis morir. ¡Os necesitamos! – le suplicó acariciándole la mejilla sudorosa -. El Señorío os necesita para salir de la podredumbre en la que está sumido

- Kanian será... un buen rey – dijo atragantándose.

- No lo será. ¡Está muerto...! Está a unos pasos de vos. Está... ¿Qué ha pasado? ¿Qué está sucediendo, majestad? – preguntó completamente confuso y desesperado - ¡Los monstruos de Nasak nos están masacrando y... ¡-cerró con fuerza los ojos -. No podremos con ellos ni con esos golems de nuestro lado.

- No tengo fuerzas para curarme. No... no controlo el poder – balbuceó mientras se agitaba a causa de un espasmo involuntario producido por su cuerpo casi destrozado.

- ¡Dime cómo puedo ayudarte! – le exigió con pasión en la voz. Con una lealtad inquebrantable. Con todo el amor y respeto que sentía por él; por la única persona que le importaba en aquel mundo -. ¡Dímelo! ¡Hare lo que sea! Si quieres mi vida, gustoso te la daré con tal de que tú vivas y acabes con todo esto.

Kerri abrió un poso más sus ojos a causa de la sorpresa que le causaron sus palabras.

- ¿Harías eso por mí? ¿Me darías tu vida? – le preguntó con cierta incredulidad, asombro y admiración.

- Lo que sea. Por ti lo que sea, Kerri.

- Lednar. En verdad, tu siempre has estado a mi lado. Eres mi más leal amigo. Mi familia – le dijo mientras intentaba acariciarle la mejilla húmeda por las lágrimas -. Gustoso tomaré tu vida si con ello te hago tan feliz como tú me estás haciendo a mí.

El guerrero asintió y Kerri concentró los pocos poderes que pudo reunir de su cuerpo marchito y metió la mano en el pecho de Lednar. Éste jadeó mientras su vida, su hilo temporal, salía de su cuerpo y se arremolinaba alrededor del brazo de Kerri. Sintiendo el vigor y la fuerza de su único General con vida, el monarca sacó su mano del pecho de su amigo mientras el plateado hilo temporal subía por su brazo hasta llegar a su hombro y, de allí, recorrió su cuerpo entero. Su herida sanó al instante a la vez que sus poderes temporales volvían a estar bajo su control.

Al menos por el momento.

Revitalizado, Kerri se incorporó y cogió el cuerpo de Lednar que, sin fuerzas, completamente sin vida y con una sonrisa feliz en el rostro, estaba a punto de caer al suelo. El Hijo del Dragón contempló su rostro de piel morena que contrastaba tanto con su rubio cabello. Acarició los suaves mechones con ternura y depositó el cuerpo con cuidado y cariño. Besó ambos ojos después de cerrarlos y sus mejillas antes de levantarse completamente. El guerrero miró a su alrededor. Estaba solo. No había rastro de Nïan, pero lo sintió y supo que su primo iba a hacer su parte y que él, a su vez, debía hacer la suya. El sacrificio de su mejor amigo y fiel compañero no sería en vano.

Era su destino.

Era lo que debía hacer.

Por última vez, Kerri cerró los ojos y buscó aquel descomunal poder divino que no le pertenecía y que utilizaría para acabar con aquella locura que él había ayudado a gestar y a realizar. Era su deber como rey cuidar de los habitantes de Nasak y eso precisamente era lo que iba a hacer. 


Nota de la autora:

Muy buenas a todos:

Ya llega el final jejeje.

Bueno añado esta nota al capi porque quiero deciros que está será la penúltima vez que actualice. Sólo quedan tres capítulos, dos y el epílogo para ser exacta. Entonces la semana que viene - no sé qué día - cuando tenga todo escrito y revisado, los subiré de golpe para que podáis disfrutar del final de esta tetralogía que, después de 4 años llega a su fin, non stop.

De nuevo gracias mil por vuestro apoyo que, sin él, esto no habría llegado tan lejos.

Disfrutad del capítulo y nos veremos la semana que viene con el desenlace. Un besazo y abrazo para todos.

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