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Capítulo setenta y dos

El destino del Dragón

Le faltaba el aire.

Le dolía terriblemente todo el cuerpo y la cadena que sujetaba entre sus brazos pesaba cada vez más y más. ¿Cuánto tiempo llevaba corriendo? ¿Cuánto se había alejado de Xeral? Galidel, casi sin atreverse a hacerlo, levantó el rostro por encima de su hombro y pronto se arrepintió de haberlo hecho. Xeral corría tras ella como un chiquillo travieso; como si estuviesen jugando al pilla pilla y no al cazador que persigue su presa para aniquilarla.

Su temor y su estado nervioso se acentuaron y volvió nuevamente la vista al frente intentando acelerar la velocidad. Pero, a pesar de sus esfuerzos, sus piernas pesaban, le dolían las plantas de los pies desnudos y los destrozados tobillos. No podía incrementar su velocidad y alejarse más de Xeral por mucho que así lo desease.

Estaba a punto de desfallecer por el dolor y la pérdida de sangre.

Un vahído hizo que se marease y que la cadena que estaba sujetando entre sus manos ensangrentadas se deslizara de estas y cayera al suelo. Galidel se inclinó hacia delante y sus pies comenzaron a caminar de forma extraña intentando recuperar el equilibrio. Cuando lo logró y fue a recoger de nuevo la cadena, Xeral fue más rápido. Tirando de ella con suma fuerza, el hombre provocó que la joven, incapaz de poner oposición a esa fuerza superior, cayera de bruces hacia delante. El golpe fue tremendamente duro y doloroso y sintió que su cuerpo, e incluso Nannah, se resentía de éste. El terror le atenazó el corazón mientras Xeral la arrastraba por el suelo para acercarla a él.

"¡No!"

Galidel alzó la cabeza y vio el rostro ensombrecido y enloquecido de Xeral. Sus ojos naranjas brillaban febriles, enajenados y completamente fuera de sí. Su boca se había alzado en una sonrisa maníaca y su hacha estaba lista para atacar. Cuando esta descendió, Gali giró su cuerpo hacia la dirección contraria y evitó el ataque de milagro. Pero, antes de que pudiese recuperarse de aquel susto inicial gritó al sentir de nuevo el filo del hacha estrellarse y hundirse muy cerca de su perfil.

La impotencia se mezcló con el miedo y la desesperanza. Las lágrimas pugnaban por salir y ella sólo tuvo deseos de gritar y patalear como cuando era una mocosa y la abuela la castigaba sin postre.

Era inútil.

Ya nada tenía sentido. Había hecho lo que había podido para nada. Estaba a merced de Xeral, de ese loco que había hecho que su vida fuese siempre un infierno. El hombre que había truncado su destino al igual que el de muchos otros como el caso de Nïan. ¿Por qué? ¿Por qué todo debía terminar así? ¿Por qué siempre terminaba venciendo él? ¿Qué habían hecho ellos de mal para que los Dioses de la Creación los castigaran en el último momento? ¿Acaso ellos deseaban eso? ¿Alguien en su sano juicio desearía que una existencia miserable como la de Xeral triunfase?

"Va a matarme. Me matará y Nïan morirá por mi culpa. Se llevará a Nannah. Se apoderará de mi tesoro más preciado, de la prueba de amor más grande que existe entre Kanian y yo."

Sí, puede que lo hiciera. Pero ella no iba a quedarse con los brazos cruzados ni la boca cerrada. Pelearía, mordería, lo arañaría. ¡No se rendiría hasta el final a pesar de que fuese inútil!

Galidel se preparó para soltarle una retahíla de insultos y fijó sus ojos color miel en el rostro de Xeral. Lo que vio la dejó perpleja y completamente muda; incapaz de decir lo que había estado segundos antes hirviendo dentro de su cerebro. Aquel rostro no parecía el de un demente sino el de un hombre que sufría el más grande de los tormentos. Paralizado, con una rodilla hincada en el suelo y la otra pierna flexionada para permanecer agachado frente a ella, sujetaba la cadena en una mano y el hacha en el otra. Sus ojos parecían mirar a ninguna parte y en ellos... ¡por los Dioses! En ellos había lágrimas amargas y en sus facciones un sufrimiento tan atroz que se le encogió el corazón y le golpeó el alma.

¿Por qué aquel rostro? ¿Cómo podía ser posible que todavía no la hubiese atacado para hacerla sufrir en agonía antes de matarla? ¿Por qué lloraba? La joven quiso decirle algo, preguntarle cómo era capaz ahora de... parecer tan humano y tan lastimado como todos aquellos que ella había conocido a lo largo de su vida. Ahora mismo era como estar mirándose en un espejo: en el rostro de Xeral podía ver un padecimiento semejante al suyo.

No.

Ahora no.

Si había llegado su final, si de verdad iba a acabar con ella y con su bebé; no quería ver el lado humano y desvalido de aquel hombre. ¡No deseaba sentir lástima por él ni por ella misma!

- Mátame, acaba ya está pantomima – lo urgió apretando los dientes. Él, al escucharla hablar, pareció reaccionar y volver en sí. Con una sonrisa llena de alivio movió su hacha hacia arriba.

- Ya no hará falta – musitó.

Antes de que Galidel pudiese comprender sus palabras, un destello azul llamó su atención y se le detuvo el corazón durante un segundo. Xeral, separando los brazos de su cuerpo y dejando caer su hacha, cerró los ojos con un rostro sereno y lleno de paz. La punta de una fina espada asomó por la parte alta de su estómago y poco a poco una hoja azul fue sobresaliendo más y más ante sus ojos. Sin reparar en lo que estaba haciendo, Galidel retrocedió un poco con la ayuda de sus codos y vio una figura recubierta con brillantes escamas azules.

Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas y percibió que su hija, al fin, dejaba de tener miedo y que se tranquilizaba. Las sombras que estaban rodeando a Xeral, espantadas por la luz invisible que desprendía el Dragón, el Destinado a Reinar, se marcharon lejos maldiciendo su suerte.

- ¡Papi! – exclamó el bebé tanto en la mente de su madre como en la de su padre.

Kanian, cuando escuchó la voz de su niñita, sintió que el peso en su pecho se aligeraba un tanto. ¡Había llegado a tiempo! Justo a tiempo para cumplir con su promesa.

Para terminar de una vez por todas con su familia en sangre y limpiar su maldición: el odio.

Nïan tiró de la espada y la sacó del cuerpo de su tío. Xeral, sin fuerzas, empezó a caer hacia un lado y él lo tomó en sus brazos. A pesar de no ser del todo un humano sino más bien un ser entre esta vida y la venidera, una sangre negra con destellos rojizos salió de su herida mortal. Pero con ello no era suficiente. Así no lo mataría, tal y como había dicho el propio Xeral, él ya estaba muerto y no era eso lo que Kanian había ido a hacer.

Él iba a darle paz.

Iba a reunirlo con Varel como era su deseo. Iba a permitirle fundirse con el universo.

- Aquí acaba todo – musitó Xeral mirando hacia el cielo -. Al fin – en su voz había tanto alivio que Nïan no pudo evitar apretar los puños.

- Voy a cumplir con lo que te prometí – le dijo mientras colocaba una de sus manos sobre su pecho -. Te guiaré hacia la luz.

Xeral, sin mirarlo, se limitó a sonreír y a cerrar los ojos como si estuviese a punto de echarse una siesta. Nïan hizo lo propio y, con sus párpados ocultando sus iris azules, sintió su poder fluir a través de él hacia el cuerpo de Xeral. Éste comenzó a brillar poco a poco. Primero con una baja intensidad para ir aumentando poco a poco. Cuando el brillo fue tremendamente intenso, el cuerpo del anterior rey empezó a desintegrarse, como si fuese un trozo de madera carbonizada y las cenizas fuesen llevadas a algún lugar por el viento.

Como si Xeral fuese un diente de león, el material cósmico del que Xeral había estado hecho, se fue elevando y elevando hacia el cielo hasta que, todo él, se desvaneció de los brazos de Kanian que, con los ojos perlados de emociones y sentimientos, contemplaban la escena. A su lado, el niño dio dos pasos hacia delante con su oso de tela en perfecto estado. Su cabello ya no estaba enmarañado y su cabeza tampoco estaba gacha. Galidel, a su vez, estaba contemplando la misma escena que él. Con una sonrisa alegre y llena de agradecimiento en su rostro infantil, les hizo adiós con la mano antes de darse la vuelta y desaparecer.

Al fin había terminado.

Al fin la maldición de su familia se desvanecía para siempre y lo hacía libre de las cargas, las culpas, el dolor y el odio.

Con aquello finalizaban las venganzas y la impiedad de la sangre derramada que había manchado su estirpe. Nïan tomó aire por la nariz y la soltó por la boca. Un peso dentro de su alma que no sabía que ahí tenía se evaporó y abandonó al fin su cuerpo. Ese niño no solo se había ido para descansar por una vez y para siempre, el propio Nïan niño también pareció salir de su cuerpo y, purificado de todo el tormento sufrido y de todas las torturas padecidas; tomaba su forma de dragón y se alejaba a través del cielo para fundirse con el viento.

Y, cuando pasó aquel instante, sintió la presencia a su lado.

La presencia de los dos seres más importantes en su vida.

Sus más preciados tesoros que nunca jamás creyó hallar en aquella vida sumida en el caos oscuro; una vida que acababa de irse para siempre para dar comienzo a una nueva existencia radiante y en orden.

Nïan se volvió hacia Galidel que, hecha unos zorros, los miraba casi sin parpadear y con unos ojillos asustados y a la vez llenos de alivio. Pero, sobre todo, rebosantes de amor. Sin decir una palabra ninguno de los dos, Nïan se acercó a ella y se arrodilló a su lado. Ella, que había logrado sentarse, no se movió cuando él arrancó los grilletes de sus tobillos sin dificultad con sus manos. Mas, cuando tomó sus pobre manos entre las suyas, ella dejó escapar un siseo de dolor. Nïan contempló la carne hecha jirones y la sangre que estaba coagulándose y utilizó su magia para sanar aquellas heridas completamente.

Un calor agradable rodeó a Gali que cerró los ojos. El poder sanador de Kanian estaba recorriendo cada fibra de su ser y sentía como se curaban cada una de sus heridas y como su pequeñísima Nannah ronroneaba tranquila y se dormía dentro de su vientre. Que él estuviera allí, que hubiese logrado salvarlas a tiempo y que, ahora, la estuviese curando; parecía el más dulce y magnífico de los sueños. Rogó por no despertar si era una ilusión creada por su cerebro antes de la muerte. Aun así, pronto desechó aquella idea. Su corazón latía demasiado apresurado, con demasiada viveza y a un compás doble; como si no tuviese uno sino dos corazones; algo que solamente sucedía cuando él estaba cerca.

¡Era Kanian!

¡Su Nïan al fin estaba a su lado!

- Al fin has venido a por mí – musitó ella sintiendo que sus labios se elevaban en una sonrisa. Sus ojos no dejaban de mirar aquellas profundidades azules, los ojos que tanto adoraba.

- Ni la muerte me hubiese impedido venir a por ti, amor mío – le aseguró con pasión en la voz.

Sin soltarle las manos que estaban perfectamente curadas, Nïan tiró de ella suavemente y la pegó a su cuerpo. Sus pechos se tocaron y el corazón de Gali se aceleró en su acompasado latido doble. Nïan soltó sus manos para colocar sus palmas en la cintura de ella y atraerla todavía más hacia él. Con lentitud, saboreando el momento y sin romper el contacto visual hasta el último instante; los dos se besaron tierna y amorosamente. Fue un beso lento, un beso en el que se dijeron todo lo que no se habían dicho en el tiempo de separación. Sus lenguas se encontraron la una a la otra saboreándose a placer sin prisa, degustando las sensaciones del lento proceder.

A pesar de la felicidad del reencuentro; los dos sabían que aquello todavía no había terminado y que debían separarse.

- ¿Y mi hermano? – le preguntó ella mientras se levantaba y tomaba el hacha de Xeral para que fuese su nueva arma.

- Lo dejé en la llanura. Pero siento que está viniendo hacia aquí – dijo mientras miraba por encima de su hombro, más allá del campamento de Kerri -. ¡Por los Dioses de la Creación! – exclamó frunciendo el ceño -. ¡Debemos ir a por Kerri!

La mestiza, sin entender nada, dejó que Kanian la cogiera en volandas – sin que ella soltara el hacha - y echara a correr.

- ¿Qué sucede? – le preguntó mientras él la aferraba con fuerza contra su pecho para evitar que cayera.

- Este estúpido – rezongó el príncipe apretando los dientes y aumentando la velocidad -. ¡Pretende acabar con todos!

***

Giadel alzó el rostro antes de bajarlo y contemplarse las manos.

Su poder.

Algo estaba sucediendo con su poder.

O, mejor dicho: algo estaba rompiendo el lazo que lo unía a sus poderes temporales. Era como si la fuente del Tiempo que anidaba en su interior se hubiese esfumando dejándole solamente un rastro de lo que fue. Sus poderes seguían ahí, pero no como antes; no como algo parecido a los originales de un Dios.

Ya no era capaz de sentir a Kerri ni de estar unido a su cuerpo. ¿Qué demonios había hecho aquel imbécil? ¿Cómo había osado cortar el lazo que lo unía a su cuerpo divino? Un presentimiento terrible y una ligera idea de lo que estaba ocurriendo llegó a su mente cuando sintió que muchos tiempos se agotaban y desaparecían a la vez.

¿Qué estaba haciendo? ¿Se había vuelto loco? Después de haber superado la muerte tomando como sacrificio el tiempo de una persona viva, ¿qué le había pasado por la cabeza? ¿Por qué?

- ¡Gia! – lo llamó Rea -. ¿Qué sucede?

- Debemos llegar hasta Kerri lo más rápido posible – musitó echando a correr mientras cogía su brazo para instarla a seguir su ritmo -. Si te importa, si lo quieres; tenemos que detenerlo.

***

Kerri contempló el cielo una vez más mientras sentía todo su poder crepitar a su alrededor. Sí, aquel era un bonito día de verano; uno en el que no había ni una nube y en el que el sol brillaba intensamente. Decididamente era un bonito día para acabar con todo y, por una vez, cumplir con su papel de monarca. El Hijo del Dragón miró el cuerpo de Lednar y sonrió.

Sí, era un bonito día para morir.

"Pronto me reuniré contigo, amigo mío."

- Pero antes hay que hacer las cosas bien – musitó mirando hacia atrás. A su espalda, la figura de una hermosa mujer vestida con un esplendoroso vestido hecho con hojas de todos los árboles y colores existentes, asintió -. Supongo que, puedo decir, que este es mi destino.

- Es el que has elegido ahora – respondió la mujer.

- Tienes razón, Gea – convino él -. Por una vez, deseo hacer lo que creo que es correcto sin seguir la senda ni las directrices de nadie. Quiero hacer lo que me dicta de verdad el corazón sin pensar en mí; sin dejarme llevar por aquello que sé que está mal y que tanto odio.

- Eso está bien -asintió la Diosa de la Tierra.

- Él ya es libre. Nada malo le sucederá a Cronos – informó a la madre del susodicho. Ahora que había separado las trazas del poder temporal que los unía, ya no tenía nada que temer y podría proceder con su plan.

- Es un noble sacrificio el que haces. Ni Urano ni yo vamos a olvidarlo. Estás a punto de destruir un mundo – le dijo con dulzura.

- El Señorío jamás debería haber existido – reconoció el joven mientras iba conectando todos los hilos temporales que pretendía cortar de cuajo -. Kanian creará un nuevo mundo; aquel por el cual nació. Uno es capaz de vivir con esperanza y alegría cuando tiene un propósito y sabe el porqué de su llegada al mundo.

- ¿Tú no lo sabes?

Él negó con la cabeza.

- Eso ya no importa – musitó mientras fruncía el ceño. Ya faltaba menos. Sólo un poco más.

- Tal vez tengas razón – respondió ella encogiéndose de hombros.

La Diosa, con sus pies descalzos y el cabello perlado de flores, se acercó al rey y colocó sus manos sobre sus hombros. Al hacerlo, Kerri sintió como si aquellas fueran las manos de su propia madre: Sonus. Le dolió el corazón al percatarse de lo cruel e injusto que fue con ella y lo mucho que la extrañaba. Cómo le gustaría pedirle perdón y abrazarla antes de fundirse con el universo.

- Eres un buen hombre, Kerri – le susurró Gea y, con aquellas últimas palabras, la Diosa se marchó.

Al él le hubiese gustado decir que no, que no era bueno para nada; pero eso tampoco importaba ya. En sí, su existencia ya no tenía sentido más que para lo que estaba a punto de hacer. Ya que él había provocado toda aquella locura sangrienta, él debía terminarla. Kerri ya no sentía la presencia de Xeral. Kanian lo habría devuelto al lugar al que debería haber ido cuando él lo asesinó.

- Bueno, vamos allá – musitó una vez hubo atrapado el último hilo temporal. Cerró los ojos y sus dos manos creando unos tensos puños para, al instante, estirar hacia los lados como si entre sus dedos tuviese una gruesa cuerda que debiera romper. Y eso era lo que tenía de forma que únicamente él era capaz de ver, aunque no era una cuerda sino los hilos temporales de los monstruos convocados por su padre.

Con un fuerte movimiento de sus dos manos, Kerri los rompió todos de golpe y, cada troll, quimera, basilisco y fetiche, murió en el acto. Pálido y sudoroso, Kerri sonrió antes de perder el conocimiento.

Todo estaba hecho.

Ahora sólo restaba liberar el Tiempo.

***

De nuevo estaba allí en aquella oscuridad.

El vacío.

¿Cuándo fue la primera vez que halló aquel lugar? Posiblemente aquel día en que su infancia murió juntamente con el oso relleno de arroz que le regalase Varel cuando él era tan solo un bebé que simplemente balbuceaba. Y, que él recordase, jamás fue capaz de salir de aquel lugar sumido en las tinieblas olvidado e ignorado por todos.

Xeral observaba aquella nada que lo rodeaba y que parecía no querer soltarlo. No podía negar que era gracioso. Después de todo lo que había hecho a lo largo de su vida; después de todas y cada una de las atrocidades que había cometido desde que tenía memoria, se había terminado dejando matar por su sobrino. Por el hijo de su odiado hermano.

¿Odiado?

Sus labios dibujaron una sonrisa. No lo sé – musitó a la oscuridad. La verdad es que ya no estaba seguro de nada.

¿Cuánto tiempo volvería a estar en aquel lugar? ¿Irían de nuevo los Oscuros a por él? ¿Todo volvería a empecer de nuevo como un ciclo sin fin? En el fondo estaba cansado de vivir y de soportarse a él mismo día tras día por mucho que no lo hubiese querido reconocer en el pasado. Odiaba mirarse al espejo y reconocer en sus facciones las que poseyese en su momento su madre y su padre. Y, aun así, todavía estaba aquella espina venenosa en su corazón que no dejaban de envenenar su alma.

No, todavía no podía descansar.

No podía permanecer allí.

Debía proseguir aquella espiral de odio eterno hasta el final de los tiempos. Debía... Algo alteró la quietud del vacío y Xeral supo que no estaba solo. Con cautela, comenzó a girar sobre sí mismo para ponerse cara a cara con el recién llegado. Sus ojos se abrieron como platos cuando vio a un hombre esbelto de cabellos castaños despeinados, rostro sereno y de facciones prácticamente perfectas con unos envidiables ojos bicolor rodeado de espesas y largas pestañas negras. No le salieron las palabras y contuvo el aliento. Varel, ataviado de cuero de pies a cabeza como un Hijo del dragón de pura cepa, lo miraba. Xeral esperó que dijese algo, que se regodeara en su victoria: en cómo su hijo había logrado finalmente acabar con él. Mas, en vez de eso, siguió permaneciendo en silencio.

¿Por qué estaba él allí? ¿Por qué lo miraba con aquellos iris realmente llenos de pesar y melancolía?

- ¿Por qué? – musitó apretando los puños -. ¡¿Por qué me miras con esa asquerosa lástima tan vomitiva?! ¿Qué haces aquí? ¿Has venido a disfrutar de mi sufrimiento, cierto? ¡Vienes a restregarme mi debilidad! Lo inútil que soy.

¡Vas a hacer lo que madre hacía siempre conmigo! – pensó al borde de la desesperación.

Nada de eso ocurrió. Varel no hizo ninguna de las cosas que él creía. En vez de eso, sus labios se abrieron para decir con un profundo y sincero pesar:

- Lo siento, hermano.

Algo dentro de Xeral pareció romperse, agitarse y derretirse; todo a la vez. La mandíbula inferior comenzó a temblarle mientras Varel, su hermano mayor, se acercaba a él lentamente.

- Perdóname. Todo lo que te sucedió; lo que nos ha sucedido a ambos... - el hombre torció la cabeza visiblemente acongojado -. Fui un estúpido por decidir obedecer a madre y apartarme de tu lado cuando más me necesitabas. Ella me convenció de que la distancia te haría fuerte, que era lo mejor para ti. Que, si quería que te hicieras un hombre, yo no debía ser tu sombra y tenerte bajo mi cuidado. ¿Cómo iba a suponer que, en verdad, lo que quería era separarnos para herirte? ¿Cómo iba a adivinar – siendo yo también un chiquillo - que ella te maltrataba de las peores maneras? ¡Ella! ¡Nuestra propia madre!

Varel se detuvo unos instantes para alzar el rostro. En sus preciosos ojos que él tanto había admirado de niño, odiado de adolescente y codiciados de mayor; había lágrimas.

- Esperé por ti – musitó Xeral casi sin ser capaz de hablar -. Cada noche esperaba por ti en la soledad de mi habitación lleno de hematomas que la ropa ocultaba. Deseaba tanto verte, jugar contigo... Que me consolaras. Me prometiste que me protegerías y no lo cumpliste nunca.

- Lo sé y no hay momento que no me lamente por ello.

- Me abandonaste a mi suerte, sin importarte lo que pudiera sucederme.

- Sí – reconoció.

- Me dejaste a merced de una desquiciada que disfrutaba viéndome sangrar.

- La mataría de nuevo ahora mismo si tuviera la oportunidad por todo el mal que nos hizo a los dos.

Una lágrima cálida y llena de amargura recorrió su mejilla derecha y, por primera vez en mucho tiempo, a Xeral no le importó que su hermano lo viese llorar como si fuese un niño de cuatro años. Un niño... A su lado había un chiquillo con un oso de trapo en las manos que lo miraba con unos grandísimos ojos naranjas. Xeral miró al pequeño y él le dio la mano antes de sonreírle. Algo dentro de él cambió, algo en su interior pareció desvanecerse. Xeral volvió a mirar a su hermano, un pequeño niño de unos siete años que lo observaba con el rostro completamente destrozado por la culpa y el arrepentimiento. Xeral volvió a mirar a su lado. El niño ya no estaba por el simple hecho de que el niño era él. Apretó el oso contra su pecho antes de volver a mirar a su querido hermano.

- Hermano – sollozó el pequeño haciendo un puchero lastimoso -. Lo siento, yo no quería odiarte. Yo nunca quise que esto sucediera. Por mi culpa... por todo lo que hice... siempre me odiarás.

- No pasa nada, hermanito – le aseguró Varel con su habitual sonrisa, esa que siempre animaba al pequeño Xeral -. No estoy enfadado contigo. Tampoco te odio. Bueno – reconoció rascándose la nuca algo azorado -, puede que al principio sí, pero ya no. En verdad, nunca te odié sinceramente, Xeral. Porque siempre te he querido – confesó sin dejar de sonreír -. Y sabía que, algún día, volverías a ser el hermano que tanto amaba.

Xeral apretó los labios sin decir una palabra. ¿Era así? ¿Podía creer que eso era cierto? La oscuridad en el vacío pareció menguar y a Xeral le pareció ver una pequeña luz abriéndose camino. Varel se acercó a él completamente y lo cogió de la mano.

- Vamos. ¿A qué te apetece jugar hoy? – le preguntó mientras tiraba de él -. ¿O prefieres que te enseñe a luchar? A esos mequetrefes que se meten contigo, les vamos a dar una buena tunda – le aseguró risueño.

Xerl, sonriendo a causa de la creciente felicidad que lo embriagaba y sin el peso del odio y del rencor en su corazón, siguió a su hermano hacia la luz; hacia el camino que Kanian había abierto para él para, al fin, poder fundirse con el universo y descansar en paz.

"Gracias, sobrino."

La luz engulló a los dos niños que, sin dejar de reír, no se soltaron la mano en ningún momento hasta desaparecer para siempre.

***

- ¡Kerri! - el grito de Rea hizo eco dentro del cerebro casi adormecido del rey e intentó abrir los ojos. Cuando logró que sus párpados respondieran a un simple impulso de su sistema nervioso, éstos no lo hicieron como siempre y, con los ojos entreabiertos, el hombre pudo vislumbrar el rostro de la mujer que amaba.

- Rea... - musitó incrédulo. Le hubiese gustado preguntarle qué demonios estaba haciendo tan lejos de la bahía dónde la había dejado sana y salva, pero era tanta la alegría que sentía en el corazón que no pensaba quejarse ni regañarla a ella por desobedecerlo -. Creí que no volvería a verte nunca – musitó mientras ella lo abrazaba e intentaba incorporarlo. Sus ojos violetas estaban inundados de lágrimas.

- No hables, tienes que descansar. Te pondrás bien – parloteo ella acariciándole la sudorosa mejilla -. Gia, ayúdalo – le suplicó a Cronos el cual estaba al lado de ella con Torreón tras él mirándolo con el rostro demudado y tan pálido como el de un muerto. Si no fuese porque se estaba muriendo, se hubiese reído de buena gana.

- Es tarde. Nada puede salvarme – le dijo con una sonrisa.

- ¡No! – sacudió ella la cabeza sin querer aceptar la realidad-. Eso no puede ser.

- He usado todo mi poder. Este cuerpo ya no puede contener más ni mi alma ni tampoco el poder divino del Tiempo. Ahora, con mi muerte, nacerá un nuevo Dios del Tiempo ya que en Giadel no queda ya ningún vínculo que lo ate a su anterior cuerpo divino. De esa manera, todos os podréis salvar.

Aquella era la única vía. La única solución para evitar que el tiempo se destruyese a sí mismo y a todo dentro de una grandísima paradoja. Sin su sacrificio voluntario, todos los habitantes de Nasak y sus Dioses desaparecerían para siempre. Y él no quería ese para siempre.

- ¿Por qué? – musitó Giadel mirándolo con el rostro mortalmente serio aunque con una vena palpitándole en la sien -. ¿Por qué estás dispuesto a sacrificarte? ¿Por qué pretendes hacer lo que el verdadero Dios del Tiempo debería hacer? ¡Soy yo quien debería sacrificar su vida para restablecer el orden! ¡Yo estaba dispuesto a hacerlo! ¡Era mi deber! – le echó en cara no como un reproche sino con admiración y con... ¿pena? ¿Sentía tristeza genuina por él?

- Porque ella será más feliz contigo que conmigo. Y, de este modo, podrás permanecer en el mundo mortal como uno más de nosotros. Realmente, todo el mundo será más feliz si yo dejo de existir – aseguró mirando a Rea con una sonrisa.

- ¡Eso no es cierto! – negó ella -. ¡Sabes que te quiero! – balbuceó llorando con más fuerza y sin poder controlar los hipidos y la mucosidad que salía por sus orificios nasales.

- Pero no como a él. Jamás como a él. Por eso volviste a nacer, ¿no? Para estar con él. ¿Quién soy yo para meterme en medio? Me ha costado tiempo comprenderlo, pero al fin he podido aceptarlo – le aseguró alzando su mano. Su cuerpo empezó a agitarse por dentro y sintió que le estaban comenzando a succionar el ser entero.

Su tiempo se estaba acabando.

- Rea – musitó trabajosamente bajando su mano hacia el vientre de ella -. Dile que os amo. Que te amé a ti hasta el final y que a él lo amaré incluso aunque ya no exista. Aunque ya no esté en este mundo y forme parte del cosmos y de todas las cosas. Cuando nuestro hijo nazca, díselo.

Rea, ante sus palabras, abrió mucho los ojos y fue incapaz de decir nada más. No, aquello no podía estar sucediendo. Kerri no podía morir y ella... ¿Estaba embarazada? ¿Podía ser que una vida de poquísimo tiempo estuviese ya en ella? ¿Antes de nacer su hijo ya sería huérfano?

- Cuida de Rea y de ese niño como si fuera tuyo, Cronos -le pidió -. Y tú cuídalos a ellos, Torreón – le ordenó al grandullón. El coloso, sin poder dejar de llorar atinó a asentir y a hacerle una reverencia.

- ¡Giadel! ¡Rea! – gritó una voz femenina.

- ¡Kerri! – dijo seguidamente una masculina. Kanian, con Galidel en sus brazos, se reunieron con ellos y Nïan no tardó en acercarse a su primo -. ¡Qué has hecho! ¡Estás loco! – le reprochó.

- No tanto como tú, primo – sonrió el moribundo. Un nuevo tirón hizo que encogiera el rostro. Pronto ya no sería capaz de volver a hablar.

- ¿Sabes lo que has hecho? – le preguntó sonriendo a su vez Nïan enormemente agradecido -. Esto es un milagro.

- No exageres. Simplemente me he comportado como un rey. Ahora te tocará a ti serlo -. Kerri apartó la mirada de todos los presentes y contempló el cielo -. ¿Sabes? En otras circunstancias, tú y yo habríamos sido buenos amigos, ¿no crees?

- Sí – coincido Kanian -. Estoy seguro de ello.

Con el alma en paz, Kerri cerró los ojos y dejó de hablar, moverse, vivir, respirar.

Y, allá en la Nada, nació un nuevo Dios del Tiempo.

***

Malrren, Gaiver, Corwën, Araghii y Chisare contemplaron su alrededor con Ámonef y Xerdon no demasiado lejos de ellos. ¿Qué acababa de ocurrir? De súbito, todos aquellos malditos seres infernales que poblaban Nasak y que habían salido de la nada para exterminarlos, se habían desmoronado; cayendo fulminantemente sin vida. ¿Quién había sido el artífice de aquel gran prodigio? ¿Kanian? ¿Giadel-Cronos? Todos se miraron los unos a los otros. Ya no había ninguna amenaza a la que enfrentarse. Entonces, ¿qué debían hacer?

Malrren contempló a Xerdon – la máxima autoridad del ejército de Kerri - y éste le aguantó la mirada sin titubear ni amilanarse. ¿Qué pensaba uno y qué pensaba el otro? ¿Cuál debería ser su proceder? ¿Volver a matarse entre ellos? ¿Seguir aquel sinsentido? El Hijo de Hoïen decidió ser el primer en hablar:

- Los nuestros no vamos a continuar. Ya ha habido suficiente sangre y muerte por hoy.

- Lo mismo digo – asintió Xerdon razonablemente. Lo cierto es que él también estaba cansado. Nunca pensó que lo estaría, pero aquella masacre le había calado demasiado hondo.

- Malrren, mira – intervino Araghii señalando con su barbilla hacia un punto, uno al cual se dirigieron todas las cabezas que todavía eran capaces de hacer ese gesto tan trivial y natural en alguien vivo.

Un trueno lejano reverberó de repente y el sol de justicia que había estado brillando desde la mañana, ahora en la creciente tarde, se había ocultado tras nubarrones negros salidos de la nada. La figura de cinco personas su fue haciendo cada vez más nítida conforme éstas fueron acercándose al campo de batalla. El corazón de Malr latía frenético en su pecho al igual que el de todos los presentes.

Chisare se llevó una mano a la boca y Araghii la abrazó con una sonrisa orgullosa en su cansado y sudoroso rostro. Dos jóvenes, un chico y una chica demasiado semejantes el uno con el otro, caminaban abrazándose por la cintura. Al reconocer a los gemelos, la Dama de Gea no pudo evitar llorar de felicidad. Al lado de los hermanos, había una joven de cabellos rubios ceniza que Xerdon identificó como la reina del Señorío y al lado de ésta, un hombretón tan grande como una torre cargando con alguien a su espalda. Ese alguien no era otro que el cadáver de Lednar. Tras ellos, con una figura entre sus brazos recubiertos por escamas azules, Nïan apareció a la vista de todos los supervivientes con el cuerpo inerte de Kerri.

Cuando los Señores del Dragón lo vieron; supieron que su rey había sido derrotado del mismo modo que los Activistas supieron que su bando había vencido. Pero, a pesar del resultado, nadie se alegró ni vitoreó a su rey laureado.

No.

No había nada que celebrar y todos lo supieron cuando el cielo volvió a rugir y cayeron las primeras gotas de lluvia. Una lluvia ligera que son las lágrimas de los dioses, una lluvia que es el dolor de la pérdida, una lluvia que lava y purifica.

Una lluvia que no pretende que nadie olvide para evitar que se comenta un error semejante en el futuro.

Y nadie olvidaría jamás el rostro triste y a la vez sereno de Kanian, así como el trato de sumo respeto por el adversario vencido. Todos vieron como él lo sujetaba, como se abría paso hacia su propio campamento para que sus sanadores se ocupasen del cuerpo del anterior rey de Nasak antes de darle su último adiós.

Pero, lo que seguramente siempre quedaría en la retina de todos ellos, fue el hecho de ver por primera y única vez en sus vidas, a los mismísimos Urano y Gea en carne y huesos divinos acercarse al Destinado a reinar. Los dos Dioses de la Creación hicieron sendas reverencias a Nïan antes de que Urano colocase en su frente una delicadísima y preciosa tiara de oro blanco con diamantes que él aceptó sin moverse un ápice y sin soltar el cuerpo rígido de Kerri.

Con aquel reconocimiento y aquella coronación por parte de las divinidades de Nasak, la guerra, una guerra que tuvo su comienzo hacía más de ciento ochenta años atrás en aquellas tierras con Gratén como protagonista, al fin terminaba con Kanian; el verdadero y único rey del continente.

Al fin se había cumplido su Destino.


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