Demasiado tarde
- ¿Estás bien?
La pregunta de Rea pareció quedarse flotando en el aire mientras Cronos la apretaba con fuerza contra su cuerpo. A su alrededor, los soldados de ambos bandos luchaban encarecidamente contra aquellos monstruos espantosos salidos de la nada mientras los recién llegados golems se unían a la sanguinaria masacre para intentar evitar que todos los hombres y mujeres allí presentes tuviesen la más horrible de las muertes.
Pero, a pesar de que todo aquello estaba sucediendo, era como si aquellos acontecimientos no tuvieran nada que ver con ellos; como si ella y él estuviesen en una burbuja. En una especie de universo y mundo donde solamente existían Rea y Cronos. Nadie más.
Sus brazos, a pesar de ser los del cuerpo de otro, se sentían como los del verdadero Cronos. El latido desbocado de su corazón se acompasó al suyo también frenético y su respiración contenida pareció liberarse una vez sus ojos violetas pudieron verlo para constatar que estaba vivo.
En un primer momento, Rea pensó que no sería capaz de lograrlo. Que, a pesar de haber puesto en riesgo su vida y la de Torreón, no serían capaz de llegar a la llanura para ayudarlos a todos. Porque Rea no había llegado al campo de batalla para ponerse ni del lado Activista ni del lado de Kerri y los Señores del Dragón. Ella quería detenerlos a ambos porque algo dentro de ella le decía que no era tarde, que se podría llegar a un consenso y evitar que aquella lucha de poder acabase tal cual estaba ocurriendo en aquellos momentos. Mas, para su sorpresa, los dos grupos se habían unido ante la aparición repentina de una masa considerable de los monstruos más peligrosos y letales del continente. ¿Qué estaban haciendo allí? ¿Por qué se habían unido en contra de su naturaleza para atacar a la raza inteligente más numerosa?
Había tantísimas preguntas sin respuesta y, por encima de eso, estaba la calidez de aquel cuerpo fuerte y herido que, a pesar del dolor que estaba padeciendo, la abrazaba con tantísima fuerza que algo en su corazón estaba comenzando a romperse y a doler en demasía. Un calor la invadió a la vez que los sentimientos que tanto había intentado erradicar la azotaban sin piedad para crear una brecha por la cual salir a flote.
Un peligroso picor en sus grandes ojos amenazaba con crecientes lágrimas que deseaban salir de ellos. Sus brazos, que se habían mantenido laxos a ambos lados de su cuerpo, tomaron vida propia y sin que su parte racional les diese orden alguna, fueron alzándose y acercándose peligrosamente a esa fuerte espalda que, enfundada en la más bella armadura, parecía agitarse. ¿Esos temblores eran sollozos? ¿Aquella calidez en sus mejillas y cuello eran las lágrimas del Dios? ¿Realmente estaba llorando?
"¿Y tú? ¿No lo estás también?"
Rea, atónita, se percató de las gruesas lágrimas que estaban recorriendo sus mejillas y del creciente dolor de su alma y corazón. Estaba ahí, después de un mes, Cronos la abrazaba de nuevo y, por los Dioses de la Creación, le pareció más mortal que nunca antes. Ante ella no estaba aquel Dios seguro de sí mismo, arrogante y todopoderoso. No, nada de eso. El hombre que la estaba abrazando era un simple mestizo, un mortal, un guerrero que, malherido; se aferraba a ella como si fuese el remedio a su sufrimiento.
A su alrededor los guerreros gritaban, las bestias chillaban, las armas chocaban, herían, cercenaban y los cuerpos sangraban.
Nada importaba.
Solamente importaba Cronos.
No: Giadel. Ese era su nombre; el nombre que tantas veces pronunciase Gali en sus paseos matutinos. A su mente acudieron las anécdotas explicadas por la joven, sucesos que pasaron en una vida que Cronos y Giadel ahora compartían en su niñez. Una existencia muy parecida a la suya propia. Ella podía comprenderlo. Comprendía perfectamente cómo debería haberse sentido Cronos ante aquellos recuerdos que no le pertenecían y que, a su vez, eran suyos. Descubrir que antes de la vida que habías estado viviendo había habido otra. Si bien el caso del Dios del Tiempo fue al revés que el suyo; el sentimiento de no saber dónde pertenecía uno era el mismo. ¿Quién era entonces? ¿Ella era Rea o era Eneseerí? ¿Él era Cronos o Giadel?
Y la respuesta era sencilla.
Eran ambos. Los dos estaban vivos en aquel cuerpo, fusionados y entrelazados para siempre en sentimientos y recuerdos siendo dos y a la vez uno.
- Gia – susurró ella aceptándolo así, tal cual era él ahora. Aceptando lo que siempre había sido inevitable.
A pesar de todo, siempre lo había sabido y se había resistido por cabezota, por sentirse demasiado utilizada, resentida y cansada de sufrir a causa de los Dioses. Pero ahí estaba de nuevo en los brazos del hombre que había amado en dos vidas y que, seguramente, amaría en quinientas más sin que nada más importara.
Rea, con una sonrisa en sus labios rojos por naturaleza, se apartó de él y llevó sus manos hacia sus mejillas. Su rostro sucio de tierra, sangre y lágrimas era incluso más bello y hermoso de lo que recordaba. ¿Podía ser que ella amase más sus facciones gentiles y bondadosas de ahora que las perfectas y sobrenaturales de antes? Sí, realmente lo hacía. La joven pasó sus dedos por la comisura de sus ojos y limpió aquellas lágrimas que se le antojaban tan hermosas como el rocío de la mañana. Tan vivas, puras y sinceras como las gotas de la lluvia.
- Rea, ¿qué haces aquí? ¿Eres real? – le preguntó él sin querer soltarla.
- Le hice una promesa a tu hermana. Debía cumplirla.
Él miró su alrededor unos segundos antes de mirar el pequeño golem que Rea tenía sobre su hombro.
- ¿Los has traído tú? – le preguntó anonadado mientras la pequeña cabeza del ser de roca se inclinaba hacia un lado. Rea llevó su mano hacia él y se la acarició con ternura -. ¿Cómo es eso posible?
- Galidel me pidió que fuera a por ellos y eso hice. No podía quedarme con los brazos cruzados. En el fondo, soy la reina.
Él se quedó en silencio por unos instantes antes de parecer estar haciendo algunas cábalas dentro de su mente. Soltándola finalmente, Gia se levantó con su ayuda y contempló el panorama mientras ella lo miraba a él. Estaba cubierto de heridas recientes y frescas y la sangre aún goteaba de ellas manchando su atuendo de batalla. Una punzada cruzó su pecho cuando recordó el momento en que, desde el hombro del anciano Golem, vio a Giadel siendo atacado por uno de aquellos seres a los que se los denominaba Fetiches. Un odio visceral había corrido por su pecho pidiendo la sangre de aquellos que le estaban provocando un atroz sufrimiento. Al parecer, ahora, estaba comenzando a recomponerse y la joven vio que algunas de las heridas se cerraban y aunque no estaban sanadas del todo, eran simples rasguños inofensivos.
- ¿Sabes dónde está mi hermana? – le preguntó sin mirarla -. ¿Cómo está?
- Ella estuvo conmigo y Kerri durante nuestra... luna de miel – terminó algo vacilante -. Estuvo bien, no debe preocuparte eso.
- ¿Y ahora?
- No lo sé – negó ella con la cabeza mientras Torreón, a unos pasos, vigilaban sus espaldas para que nada ni nadie los atacase -. Kerri se la llevó con él.
El chico asintió mientras movía su cabeza hacia otra dirección completamente diferente a la de la llanura de Sirakxs.
- Debe de estar en su campamento – musitó mientras fruncía el ceño.
- ¿Gia?
Él se volvió hacia ella y la tomó de la mano.
- Vamos, debemos ir a por ella antes de que algo mucho peor que Kerri se apodere del dragón que porta en su seno.
***
Algo no iba bien.
Kanian giró sobre sus talones para apartarse de la trayectoria del hacha de Xeral y dirigió su mirada azul hacia el este. Sus sentidos le decían alto y claro que algo estaba ocurriendo en la llanura de Sirakx. Nïan posó sus iris en las cimas de los acantilados e intentó rastrear el campo de batalla para discernir qué era aquello que andaba mal.
- ¡Cuidado! No te quedes en babia.
El grito de Kerri no fue lo suficientemente rápido como para que él pudiese apartarse a tiempo. El filo asesino de acero hirió contundentemente dos de sus costillas del lado izquierdo cuando impactó con su cuerpo. Sus escamas, las cuales había reforzado en puntos vitales para evitar daños demasiado graves, evitaron que la hoja cortase y dañase su piel. Mas, a causa del poderoso ataque, sus escamas no pudieron evitar que se le rompiesen aquellas dos costillas. Ahogando un gruñido, Nïan movió el brazo con el que empuñaba su katana y dirigió su hoja hacia la barbilla de su oponente. Xeral bloqueó la hoja con la parte baja del mango de su gran hacha y Kerri lo atacó por su flanco derecho.
Xeral, casi sin despeinarse, se limitó a alzar su pierna para propinarle a su vástago una patada en el esternón. El susodicho, con sus reflejos despiertos ahora que el dolor de su cabeza había prácticamente desaparecido, se echó a un lado para evitar el golpe con un pequeño salto y decidió atacar desde otro punto. Xeral, sonriendo con aquella sonrisa demencial, letal y a la vez dicharachera, le dirigió una extraña y brillante mirada. De repente, Kerri fue incapaz de moverse asaltado por un increíble dolor punzante y palpitante en sus sienes. Con un agudo grito, el rey se detuvo y Kanian, que todavía no había conseguido liberarse del bloqueo de su tío, intentó socorrerlo.
- ¡Kerri! – lo llamó mientras un nuevo estremecimiento quería llamar su atención. ¡Algo estaba ocurriéndole a su gente!
- ¿Qué te ocurre, Kerri? ¿Tus poderes robados están descontrolándose? – ironizó el hombre con una sonrisa empalagosa. Kanian dirigió a su primo una mirada y lo vio de rodillas abrazándose a sí mismo mientras su cuerpo se convulsionaba. Sin saberlo, bastante lejos de su posición, el mismo Cronos sufrió el mismo ataque y Rea, espantada, intentó mantenerlo en pie con ayuda de su fiel guardián Torreón.
- ¿Qué le has hecho? – le reprochó mientras decidía que no pensaba seguir a merced de su tío. No, iba a deshacer aquel bloqueo y a cortarle en algún lugar de su cuerpo de un modo o de otro.
- ¿Yo? – preguntó con inocencia -. Nada, simplemente me he limitado a tirar un poquito de ese poder temporal suyo que está casi a punto de descontrolarse. Tal vez si yo no me hubiese adueñado de parte de él todavía sería capaz de aguantar en ese cuerpo. Mas ahora... empiezo a dudarlo.
- ¿Acaso te has vuelto más loco de lo que ya estabas en vida? – le recriminó con un gruñido más animal que humano -. ¿No sabes lo que pasará si el tiempo se descontrola? Si los flujos temporales de pasado, presente y futuro se unen... ¡todo quedará destruido! Y tú no serás ninguna excepción – terminó con voz siniestra mientras aumentaba la fuerza que ejercía Zingora contra el mango del hacha.
- ¿Quién ha dicho que ese sea mi propósito? – preguntó fingiendo sorpresa e indignación de un modo tan magistral que Nïan sintió un escalofrío de terror bajando por su columna vertebral -. Nada de eso, si he regresado a sido para adueñarme del mundo. Pero, para poder lograrlo, se necesita un gran sacrificio. Los Oscuros no son fáciles de invocar ni de contentar.
¿Los que...? ¿Qué estaba diciendo aquel hombre o fantasma?
- ¿Los Oscuros? – preguntó mientras su cuerpo perdía fuerza y aguantaba las tentadoras ganas de mirar por encima de su hombro hacia la llanura.
- ¿No sabes quienes son? – Xeral negó con la cabeza cual profesor disgustado con el típico alumno que no atiende en las lecciones -. Los Oscuros son Dioses no primigenios que tiempo atrás abandonaron su divinidad para intentar ser mortales -. En aquel punto su rostro mostró cierto desprecio -. Qué estupidez querer ser mortal, ¿no crees? En fin, el hecho es que esos Dioses perdieron sus "buenos y dulces" sentimientos y se tornaron en poderosos seres de la destrucción y de las tinieblas. En otras palabras, son la otra parte de la balanza que equilibra el universo dividido entre bien y mal. Luz y oscuridad.
>> ¿Lo adivinas? ¡Ellos fueron los que me han estado acunando y los que me auxiliaron cuando todos me dieron la espalda! ¡Ellos me susurraron todo lo que necesitaba saber para poder estar de vuelta! ¡Ellos son mis nuevos Dioses! Pero, a diferencia de Urano y Gea, ellos no pueden interactuar en ninguno de los Mundos de Yggdrasil, el árbol del Mundo.
Kanian, casi sin entender absolutamente nada, se mantuvo escuchando completamente aterrorizado por aquella información que estaba obteniendo y que su mente se esforzaba en descifrar, procesar y digerir.
- Ellos, anulados por los Dioses, por sus hermanos que les han dado la espalda, quieren regresar al mundo y yo los voy a ayudar. ¡Los haré los Dioses del nuevo mundo que estoy dispuesto a crear!
El hacha de Xeral se apartó de golpe del filo cortante de Zingora y girándola para poner el hierro hacia arriba, la alzó por encima de su cabeza dispuesto a partir a Nïan en dos mitades perfectamente iguales. Él se apartó a la velocidad del rayo, mas Xeral no tardó en recuperarse de su ataque fallido y volver a precipitarse sobre él. La extraña sensación de peligro por sus amigos se incrementó y deseó salir corriendo para ayudarlos a la vez que no podía irse de allí para evitar que su tío fuese a por Gali y Nannah.
Socorro.
Nïan alzó el rostro ante el sonido de una voz tenue y llorosa. El hacha de su oponente bajó hacia sus piernas con la intención de cortarle las piernas por las coyunturas de las rodillas. Kanian rodó por el suelo mientras Kerri, hacía un esfuerzo supremo por controlar el dolor y el poder temporal que se escapaba de su cuerpo. Sus ojos amarillos podían ver como una especie de crepitación a su alrededor.
- Mas debes saber, sobrinito – prosiguió Xeral con su explicación -, que para darles vida a los Oscuros se necesita un gran sacrificio de sangre – puntualizó paladeando la última palabra -. Y ¿qué mejor lugar que un campo de batalla donde hay miles y miles de soldados dispuestos a morir? ¿No estabas tan interesado por saber qué ocurre en la llanura? ¡Pues yo te iluminaré! ¡Allí hay centenares de trolls, basiliscos, fetiches y quimeras para hacer de ese lugar un mar de sangre! ¡Un mar desde donde saldrán mis Dioses!
>> Y, una vez esté el sacrificio y ellos hayan resurgido, resurgirá un nuevo Dios del Tiempo que evitará que todo se destruya y hará ese mundo que por tanto tiempo he deseado. Entonces, hecho eso, simplemente resta hacerme con la vida de un bebé neonato y podré volver a vivir.
- Jamás – musitó Kanian horrorizado una vez comprendió cuan títeres de Xeral habían sido todos los habitantes de Nasak durante aquellos cien años. No, incluso antes de eso -. No voy a permitir que te salgas con la tuya – juró.
- Todos decís lo mismo y, al final, consigo siempre lo que quiero. ¿No es maravilloso? ¡Podré ser un dragón! ¡Seré lo que Varel nunca fue y lo que mi madre siempre deseó de él!
Ayuda.
De nuevo aquella voz. ¿Quién era? ¿De dónde procedía? Si no se equivocaba, era la voz de un niño. Uno bastante pequeño. ¿Nannah? No, no era su hija.
- Moriréis todos – profetizó Xeral atacando a Kanian desde todos los lugares donde podía llegar su hacha siendo esta rechazada por un impotente Kanian. Por Urano, ¿cómo podía ser un ente tan poderoso? A pesar de sus esfuerzos en el pasado y su entrenamiento, no era rival para Xeral que, con el poder de la oscuridad por parte de unas extrañas divinidades de las que él jamás escuchó hablar, había incrementado muchísimo su poder y su fuerza. No importaba en qué forma estuviese Näin, su fuerza no cambiaba ya estuviese en forma de hombre o un dragón.
Que alguien me ayude. Tengo miedo.
El lamento de la voz se hizo más vívido, tanto que Kerri, recién incorporado y arrastrándose hacia ellos con aquel palpitante e infernal dolor martilleándolo, pudo sentirlo. El monarca se concentró en la voz de aquel niño de ¿cuánto? ¿Unos cuatro años quizá? ¿Dónde estaba? Entonces una etérea figura apareció ante él, una especie de aparición. Con los ojos muy abiertos, Kerri vio la figura de un pequeño chiquillo lloroso sujetando un oso de tela. Sus ojos naranjas eran grandes y su cabello negro liso caía hasta sus hombros. El flequillo estaba demasiado largo y en sus brazos había moratones al igual que en su rostro infantil. El pequeño, con un rostro inundado de agonía, se acercó a él.
Ayúdame. No quiero estar más solo.
El pequeño acercó la manita hacia él y Kerri, instintivamente, la tocó.
Kanian, por su parte, se sentía agotado. A pesar de estar luchando con todas sus fuerzas, Xeral era superior a él. La rabia y la locura parecían rodear su cuerpo que parecía ser tan incapaz de morir como el suyo. Allí, intercambiando tajos y estocadas, lo único que podía hacer el príncipe dragón era evitar que aquella descomunal y pesada hacha penetrara en sus órganos vitales y lo dejase completamente fuera de combate. Le estaba costando casi la misma vida aguantar en pie. Estaba gastando demasiada magia y, pronto, su joven cuerpo de dragón sería incapaz de generar la suficiente para mantenerlo en movimiento. Una vez eso ocurriera, Xeral tendría vía libre para conseguir su objetivo.
"Si caigo, irá a por ellas."
No podía permitir que llegara hasta Galidel.
Entonces ocurrió lo impensable. Sus pies descalzos resbalaron a causa de un charco de sangre de los muchos que habían allí, y perdiendo estabilidad y equilibrio, fue un blanco demasiado fácil.
- ¡Ya eres mío! – vociferó Xeral alegre.
Girando ciento ochenta grados y poniendo toda su fuerza, Xeral clavó hondamente su hacha desde el costado derecho de Kanian hasta la mitad de su cuerpo. Soltando un jadeo ahogado, Nïan bajó la mirada y vio la hoja del hacha completamente dentro de su cuerpo desde la cadera hasta un poco más allá de su ombligo. Una arcada le sobrevino y vomitó sangre. Antes de haber sido capaz de reaccionar, Xeral ya tiraba de su arma y le sacaba el hacha. Su sangre roja se desprendió de su cuerpo manchándolo a él, el arma que lo había atravesado y su alrededor. Parte de sus intestinos salieron desparramados por la herida al igual que otras cosas que no pudo descifrar.
Su visión se tornó borrosa y se sintió incapaz de soportar su propio peso. Sus dedos, sin fuerzas, dejaron que su espada resbalase y cayera a un lado antes de que él mismo se reuniera con ella. Un golpe sordo zarandeó su cuerpo entero mientras le sobrevenían espasmos. Sus ojos comenzaron a perder la facultad de visión y todo pareció oscurecerse a su alrededor. Flácido, quería levantarse, pero fue incapaz de realizar una acción tan simple y sencilla como aquella. Su cuerpo entero, destrozado, estaba buscando desesperadamente la magia necesaria para curarse. Quedaba demasiado poca; estaba prácticamente sin fuerzas. Los hechizos que más magia gastaban eran los de sanación y él había utilizado todas sus reservas y, al no ser todavía un dragón adulto a pesar de haber realizado con éxito el Kalitralel, no tenía tanto aguante.
Había pecado de soberbia una vez más.
¿Cuándo aprendería?
Quiso sonreír, pero no pudo y se limitó a quedarse allí casi sin poder respirar. Entonces una figura se acercó a él. ¿Qué era? Kanian no era capaz de quitarse la neblina de los ojos. La figura pequeña se hizo más grande conforme se acercaba a él y, poco a poco, su visión se fue aclarando. Lo que parecía ser un niño con un muñeco de trapo en sus brazos, los miraba con ojos llorosos y una expresión melancólica. Nïan, enternecido, supo que aquel era el niño que había pedido su ayuda y alargó una mano para intentar alcanzarlo. Algo en él le recordaba a su propio yo de niño. Solo, abandonado, maltratado por todos... Quería consolarlo.
El pequeño, al ver sus esfuerzos, se acercó más a él y se arrodilló a su lado antes de colocar su pequeña mano sobre la suya.
***
Xeral observó con deleite el cuerpo de su sobrino desangrándose y con las tripas por el suelo a su alrededor. Era una de las mejores imágenes que había visto después de haberle cortado a su hermano la cabeza.
Al fin se había quitado de en medio al vástago de su hermano mayor; a ese otro Varel que parecía estar burlándose de él y recordándole su inferioridad y su simple sangre incapaz de realizar ningún tipo de prodigio. Ahora simplemente debía ir hacia la mujer, tomar el poder y la vida de aquel dragón en gestación y crear un mundo maravilloso donde él no estuviese solo, donde todos lo adorasen y besasen el suelo que el pisase sin que nadie lo considerase un segundón o un ser débil. Un reino donde él sería su eterno soberano.
Colocándose el hacha en la espalda, Xeral apartó la mirada de aquel despojo vivo, pero completamente derrotado, y se dirigió hacia la fuente de poder que había no muy lejos de allí.
- ¿Adónde vas? – le preguntó una voz familiar cuando él dio dos pasos hacia delante.
Xeral se detuvo algo molesto por aquella pregunta. Alzó la cabeza por encima de su hombro y asesinó con la mirada a su hijo que, ante él, parecía más un enfermo a punto de morir que un rey orgulloso y vigoroso. Su cuerpo encorvado hacia delante prácticamente era incapaz de sujetar la espada que medio arrastraba. Aquella visión le hizo sonreír. Daba tanta pena...
"La misma pena que tú le dabas a tu madre."
¿De dónde había salido aquella voz dentro de su mente? Xeral frunció todavía más el ceño después de desterrar aquella frase demasiado hiriente.
- Deberías quedarte tranquilo, Kerri. Pronto morirás y yo de ti querría decir mis últimas oraciones antes de dejar este mundo – le aconsejó con su voz de padre cariñoso.
- ¿Igual de tranquilo que te quedabas tú de niño? – Esa pregunta descolocó al hombre -. Dime, padre; ¿qué se siente cuando aquella persona que debería quererte y protegerte te odia y maltrata sin razón?
Algo punzante recorrió su pecho y su rostro palideció.
- No sé de qué me estás hablando – dijo apretando fuertemente la mandíbula. Su corazón se aceleró.
- Sí que lo sabes. Igual que ahora yo también lo sé – dijo Kerri mientras seguía acercándose a él. ¿Por qué persistía? Debía estar sufriendo un dolor atroz y, aun así, no dejaba de avanzar hacia él -. Ahora lo entiendo todo.
- No entiendes absolutamente nada – gruñó más que habló. Un sordo dolor lo estaba martilleando a la altura del pecho.
- Lo he visto – prosiguió Kerri que, finalmente, se detuvo -. He visto cómo lloraba y gritaba tu alma. Tu verdadero yo que tu madre se encargó prácticamente de asesinar.
- Cállate – musitó mientras algo fuerte lo atenazaba por dentro.
- Eras un niño y ella... Myrella te transformó en el mismo monstruo que ella era. Una mujer que sentía celos y envidia de los demás; alguien sediento de poder y que quería utilizar a su hijo mayor para conseguir sus propósitos más bajos y ruines. Alguien que, por ser débil, odiaba aquella debilidad suya que extrapoló en su hijo menor; un niño tan débil de espíritu como ella. Pero que, en verdad, era un niño con demasiado buen corazón para ser un Hijo del Dragón.
- Cállate – repitió en advertencia.
- Ella pagaba su frustración y su auto-odio contigo. Por eso te propinaba palizas desde una edad temprana y te denigraba. Pero, no contenta con eso, envenenaba el alma de tu padre, Riswan, e incluso la de Varel. Por ello, él se fue distanciando de ti porque ella instigaba para separaros con insidiosas palabras. No quería que destrozaras sus esperanzas de poder absoluto que le daría su hijo mayor: el Marcado.
- ¡He dicho que te calles pedazo de mierda! – vociferó desenfundando de nuevo el hacha. Kerri no se movió.
- Y eso mismo has hecho conmigo y con madre. ¡Con todos! ¿Por qué padre? ¿Por qué no detuviste ese círculo vicioso de destrucción? Si la odiabas tanto hasta para matarla y acabar con todo ¿por qué me hiciste a mí lo mismo que ella te hizo a ti? – le preguntó con el sufrimiento pintado en sus bellas facciones. Unas facciones que eran más las del verdadero Kerri que las de Cronos.
Xeral, con el arma en la mano lista para matar a su hijo, la dejó caer al suelo. Algo dentro de él, algo que creyó que había muerto más de cien años atrás, regresó con fuerza e inundó su pecho marchito y lleno de odio y deseos de destrucción. El Xeral que él había sido de niño y el que debería haber sido de mayor afloró por primera vez en muchos años. De sus dos globos oculares salieron lágrimas mientras era incapaz de apartar la mirada de su hijo.
Su único hijo.
Un niño que solía mirarlo maravillado y lleno de orgullo en su más tierna infancia.
¿Qué había hecho? ¿Cómo había sido capaz de hacerle semejante monstruosidad a la carne de su carne y sangre de su sangre? Todos tenían razón: era un monstruo. Era su propia madre. ¿Y no fue eso mismo lo que ella le dijo mientras la asfixiaba? ¿No le sonrió demencialmente después de interpretar su papel de mártir, uno que él ya no creía? Eres igual que tu madre – le dijo sonriendo -. Eres tan débil y cobarde como lo soy yo.
Odio. Sí, en él había habido mucho odio, pero en verdad, era uno que estaba más bien destinado a sí mismo por no haber sido capaz de enfrentarse a ella y hacerse valer tal cual era realmente.
- ¿Qué he hecho? – se preguntó a sí mismo mientras observaba las palmas de sus manos y recordó las noches que pasó de niño con Varel en su habitación entre risas. Hermano... - pensó.
- Padre, estás a tiempo de detener esta locura – pidió Kerri con voz a medio camino de la súplica.
- Es demasiado tarde para mí, hijo – dijo con una sinceridad tan arrolladora que Kerri sintió una punzada de dolor y tristeza en el corazón -. Hace muchos años que es demasiado tarde. Además, los Oscuros no se detendrán, nada los saciará después de la matanza.
- ¡Podemos detenerlos! – insistió él con pasión en la voz -. Tú, yo, Kanian y Cronos podremos detenerlos y acabar al fin con esta espiral de odio y autodestrucción. No podemos seguir así, por favor – suplicó ahora abiertamente.
Xeral contempló a Kerri y, por primera vez en su vida, rodeó el cuerpo de su hijo con su brazo izquierdo y lo abrazó con ternura y amor. Uno que no eran ni falso ni fingido. Kerri, anonadado ante aquel calor reconfortante recorriendo y acunando su cuerpo, cerró los ojos y recostó la frente en el hombro de su padre. Padre... al fin lo sentía así junto a él.
Hasta que un dolor sordo lo atravesó y lo hizo jadear y abrir los ojos. Estupefacto, Kerri se apartó del abrazo mortal de Xeral. Lo miró a los ojos. En ellos había lágrimas, abatimiento y resignación. Locura velada a pesar de todo. Apartando la vista hacia su parte inferior, el rey vio su propia espada hundida en su estómago. Cuando lo había abrazado, Xeral le había quitado la espada sin que se diese cuenta y lo había atacado ahora que tenía la guardia baja.
- Lo siento – le dijo con auténtico pesar antes de besarle la frente. Una lágrima cayó por el ojo amarillo de Kerri y, cuando su padre lo soltó, cayó de costado
con la espada todavía allí clavada.
***
Galidel contuvo el aliento cuando una figura querida apareció en su campo de visión. Con las muñecas y los tobillos doloridos por haber intentado liberarse de mil maneras distintas sin éxito, al ver la figura de Ankh le pareció que aquel dolor disminuía un poco.
- ¡¿Qué es esa cosa?! – exclamó uno de los guardias que la custodiaban.
El otro iba a responder, pero el golem se adelantó a ellos dos y dio dos grandes zancadas. Con la tercera, hizo trizas a uno de ellos y con un puñetazo, machacó sin ningún tipo de miramientos al segundo. Galidel, con el corazón desbocado, miró a su amigo.
- ¡Ankh! – lo llamó alegre y sintiendo que todo su cuerpo se relajaba y dejaba de estar tan tensa como el poste que la mantenía encadenada.
El ser de piedra volvió su rostro hacia ella y se acercó con pasos comedidos y lentos para no lastimarla. Mirándola con ternura, el golem acercó una mano para acariciarle el rostro con uno de sus grandes dedos rocosos. La caricia algo áspera estuvo llena de afecto y ella sintió que rompería a llorar en cualquier momento. Rea había cumplido su promesa: se las había arreglado para llegar al territorio de los golems y traerlos al campo de batalla. Sí, por eso había habido aquel movimiento sacudiendo la tierra momentos antes. Aquella jovencita era digna de admirar: tenía un valor que casi ni podía percibirse a primera vista.
Al fin todo había terminado.
Por fin dejaría de estar allí atada y dejaría de estar en poder de nadie.
Pronto estaría con Kanian y Giadel.
Pronto...
Un estruendoso sonido golpeó con suma fuerza sus tímpanos, un sonido de algo siendo brutalmente golpeando. Algo estallando. El golem soltó un extraño lamento y Galidel, horrorizada, vio desalentada y atónita como las piedras que conformaban a Ankh caían por su propio peso, como si alguien hubiese estado jugando a los bloques y que, al colocar uno torcido, desequilibrara toda la composición. ¿Cómo era posible? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Era una pesadilla? No podía ser verdad que Ankh...
Una gran polvareda inundó su campo de visión mientras una de las piedras caía tan cerca de ella que le golpeó el muslo causándole una fea herida. La parte dañada no tardó nada en hincharse y en palpitar ardientemente. Nannah se encogió en su interior.
- Acabemos con esto de una vez – escuchó que decía una voz llana y sin ningún tipo de emoción. Para su completo horror, Xeral, rejuvenecido y ensangrentado, estaba justo allí.
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