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Capítulo sesenta y uno

La búsqueda de Rea

- Esto es una locura, alteza.

Rea bufó sin poder soportar más aquella frase que Torreón, en pleno bucle, no dejaba de repetir sin cesar una y otra vez desde hacía tres días.

Las estrellas brillaban en el cielo y eran tan abundantes y brillantes que dolía ver un paisaje tan hermoso sabiendo que la suerte de Galidel, Kerri, Cronos y Kanian se decidiría ese mismo día, cuando el sol hubiese salido de su escondite. También mi suerte se decidirá en ese campo de batalla – pensó mientras seguía ascendiendo por la montaña.

- Te dije que te quedases en la bahía – dijo ella por enésima vez mientras iluminaba bien el terreno con el candil que portaba bien sujeto por el asa. La llama de la vela de su interior titiló.

- ¿Y dejar que el rey me despelleje cuando llegue de la guerra y no os encuentre sana y salva? – el hombretón negó con la cabeza -. Me dejó a vuestro cuidado y eso pienso hacer.

La reina del Señorío volvió a suspirar. Sabía que toda aquella palabrería con aquel hombretón era inútil. Pero, al menos, no la había intentado forzar o convencer para regresar al palacio en la bahía de Granfeld desde que le dio alcance en el camino y se le pegó como una lapa para acompañarla y protegerla en su locura.

Todo lo contrario.

Al anochecer de cuatro días atrás, cuando Kerri y los suyos se habían marchado, ella se vistió con algunas de las ropas sencillas de su esposo, unas botas de montaña que Tardelía le consiguió de alguna parte -sin hacer ninguna pregunta - y se apropió de un cuchillo bien afilado para colocárselo en el cinto. Cuando el servicio se había ido a dormir y todo el palacio veraniego estaba en absoluto silencio, la joven – con un petate vacío – fue a la cocina para llenarlo de viandas. Hecha aquella sencilla tarea, tomó una cantimplora llena de agua y se escabulló por la puerta trasera que utilizaban los criados en el más absoluto de los silencios.

El lugar estaba tranquilo y bastante desierto. No había ni un solo guardia en el lugar. No era necesario. Ningún activista iría a por ella y nadie tenía por qué escaparse de aquel edificio de ensueño al lado de la playa.

O, al menos, esa era la teoría.

Rea, cual polizón que desea ver mundo de gorra y se embarca en una carreta perlada de heno, con el petate abrazado en su pequeño y delicado cuerpo, corrió en dirección sur para alejarse lo máximo posible de allí. Una vez fuera del radio que controlaba la residencia real; sacaría la brújula que había conseguido en el despacho de Kerri y se guiaría con su ayuda y la de las estrellas para poder llegar a las montañas del sur; el lugar donde se encontraba la guarida de las Montañas de los activistas y el territorio de los Golems.

A pesar de la oscuridad total que reinaba a su alrededor, la reina, firme y decidida; estaba dispuesta a cumplir con la promesa que le había hecho a su amiga. Al ver la desesperación de Galidel... Un mal presentimiento se había instalado en su pecho y sabía que algo terriblemente malo, algo que nadie había previsto y que iba más allá de la guerra entre su esposo y el Dragón, iba a suceder.

Además, había una frase que no dejaba de inquietarla. ¿Qué había querido decir con aquel "es que ni muerto nos va a dejar en paz"? ¿Quién era esa persona aparentemente muerta que seguía hostigándola? Rea fue perdiendo velocidad en sus pasos y, poco a poco, fue deteniéndose en mitad del aquel camino apartado, solitario y muy oscuro. Tragó saliva mientras un estremecimiento recorrió su columna vertebral.

Un extraño recuerdo de meses atrás – al poco de regresar a La Fortaleza - le vino a la mente.

Uno de aquellos extraños momentos en los que su esposo, completamente solo en su despacho, daba vueltas en él cabizbajo y con las manos sujetándose el rostro. En aquella ocasión, en que ella pasaba por delante de allí por casualidad, vio algo que la asustó y que, también, hizo que se le helara la sangre y se le encogiera el estómago. Kerri – el cual parecía sufrir mucho – murmuraba palabras sin sentido.

- Está muerto. ¡Está más que muerto! – decía sin cesar una y otra vez como un mantra -. Yo lo maté; fui yo quien acabó con su miserable y podrida existencia. ¿Por qué vuelve para atormentarme? ¡No hice nada malo! Aquel estúpido de Kanian lo habría dejado vivir y yo...yo...

Sin poder continuar con aquella extraña retahíla de pensamientos en voz alta, Kerri comenzó a sollozar y, cayendo de rodillas, comenzó a llorar como un niño pequeño. Como alguien que estaba perdiendo la razón y que se siente atormentado por sus propios pecados.

¿Sería posible que Xeral hubiese regresado de alguna forma? ¿Podría ser que Kerri supiese tantas cosas y siempre fuera un paso por delante porque su padre se manifestaba ante él? ¿Sería esa influencia lo que había hecho de él lo que ahora era? Una idea imposible y, a la vez, aterradora se le pasó por la cabeza y se echó a temblar como un conejo asustado. Aún hoy se preguntaba cómo había sabido Kerri el lugar en el que ella se encontraba cuando se fugó de La Fortaleza para irse con Cronos y ser felices.

"¿Y si está vivo de alguna forma? ¿Y si fue Xeral quien se lo dijo?"

No, no podía ser verdad.

¡Era una auténtica locura!

Pero, ¿y si no lo era? ¿Y si ese "muerto" era el antiguo rey loco?

- ¡Alteza!

Una voz potente la asustó e hizo que gritara completamente muerta de miedo y que cayera al suelo. El corazón se le aceleró y le dolió con gran intensidad. Se le cortó la respiración. Una intensa luz de un candil la cegó y entrecerró los ojos mientras buscaba el cuchillo de su cinturón.

- ¿Estáis bien?

La figura bajó el candil y, ante ella, el cuerpo imponente de Torreón se materializó entre las sombras de la oscuridad y la luz del candil. Ataviado con vestiduras resistentes de viaje y armado casi hasta los dientes, uno de los guerreros más fieles de Kerri y que solía recibir órdenes de gran importancia para el monarca, Torreón, la miraba con una gran preocupación y dejó el candil en el suelo para tomarla entre sus brazos para levantarla.

Ella, aliviada al ver una cara conocida, dejó que él la incorporara y volvió a tomar la luz de mano.

- Torreón... - musitó ella recobrando la compostura y regulando su respiración-. ¿Qué haces aquí?

- ¿Qué pregunta es esa, alteza? – dijo él con el rostro completamente sorprendido -. He venido a protegeros.

¿Protegerla?

¿A ella?

- No te entiendo – balbuceó.

- Cuando os he visto salir a hurtadillas, he cogido lo necesario para ir en vuestra busca y acompañaros allí adonde queráis ir.

Rea fue incapaz de no sorprenderse ante esas palabras. ¿Qué quería acompañarla? ¿No había ido hacia allí para llevarla de regreso arrastras? Perpleja, la joven parpadeó sin decir nada durante un minuto.

- ¿Os encontráis bien, alteza? – le preguntó el hombretón con preocupación y gran respeto.

- ¿No vas a obligarme a regresar a palacio? – le preguntó todavía sin creerse que aquel coloso no la hubiese cogido en volandas como un saco de patatas para portarla de nuevo del lugar del cual no debería haber salido.

- ¿Queréis eso acaso? – le preguntó con seriedad, pero sin rabia o malicia a pesar del tono seco de su voz.

- No – se apresuró a decir.

Por primera vez, el hombre dibujó una débil sonrisa.

- Su majestad, el rey Kerri, me dijo que os vigilara y protegiera. Y eso es lo que voy a hacer. No soy quien para ponerme por encima de mi reina.

Aquellas palabras la emocionaron y la hicieron sentir gratamente bien. Era la primera vez que alguien la trataba como la reina de ese reino. Sí, ella era la reina del Señorío y debía actuar como tal. ¿No se había prometido hacer lo mejor para sus súbditos? ¿No decidió ser una buena reina?

En ese momento comprendió. Entendió al fin lo que debía hacer como reina. No debía pensar en ella, sino en los demás. Se había obcecado con su dolor, con el rencor que se había instalado en su corazón por perder a Cronos, por la injusticia de los Dioses, por ser una marioneta de uno y de otros, por su cruel destino y por haber vivido una vida llena de intrigas y de odios que, lo único que habían servido, era para perder a su madre.

Si ya antes había decidido hacer lo que Galidel le había pedido, ahora estaba más decidida que antes. Debía conseguir la ayuda de aquellos Golems y detener aquella guerra sin sentido. Kerri y Kanian debían llegar a un acuerdo. Ya se había derramado demasiada sangre y había demasiado odio en aquel continente como para llenar un mundo entero.

Las venganzas y las luchas de poder debían acabarse.

Y ella haría todo lo posible para ponerle fin.

- Esto es una locura, alteza.

Rea, regresando al momento presente, a una noche completamente diferente a la de tres días atrás; una noche en que se encontraban ascendiendo las montañas del sur, nuevamente Torreón seguía con aquel bucle insufrible.

- Me dijiste que no eras quien para cuestionar las decisiones de una reina – le recordó con cierta acidez.

- Sí, ciertamente, pero eso no quiere decir que no pueda dar mi opinión, alteza.

- ¿Qué es lo que no ves claro? – quiso saber -. Si mi esposo puede tener Erinias a su lado, yo también puedo conseguir la ayuda de unos Golems.

- Su majestad tiene poderes divinos por la gracia del Dios Cronos – recitó aquella frase que Kerri había hecho que todo el reino aprendiese de memoria.

"Si tú supieras..."

- Los Dioses de la Creación están conmigo – musitó ella mientras miraba muy bien por donde pisaba.

Sus palabras no parecieron consolar ni calmar los ánimos de su compañero.

A pesar de todas las vicisitudes que había pasado y la época en la que vivió en la casita que había pertenecido a Eneseerí; Rea nunca habría pensado que subir una montaña fuese tan duro y cansado. Si ya era complicado subir de día, de noche...

- ¡Cuidado!

Rea, que no había visto que estaba colocando el pie en una piedra suelta, resbaló y si Torreón no la hubiese sujetado, habría caído rodando contra el suelo. El candil cayó de su mano y se rompió en pedazos. La vela de su interior se apagó y todo quedó a oscuras. Rea, agitada por el susto de verse cayendo hacia atrás, permaneció bajo el amparo de su protector durante unos segundos antes de que éste la soltara.

- Maldición – musitó mirando lo único que tenían para alumbrar el camino hecho añicos.

- No os preocupéis, alteza. Las estrellas brillan mucho en las montañas. Sus luces nos guiarán.

¿Cómo podía ser aquel hombre tan voluble? Tan pronto estaba diciendo que aquello era la más absurda de las locuras como se mostraba condescendiente y la animaba en cuanto ella se sentía desfallecer. Cuando lo conoció se llevó una muy mala impresión. Le pareció una persona fría, dura y violenta. Intransigente y con menos sentimientos que una roca. Mientras vigilaba a Galidel, siempre se había mostrado distante y desconfiado con ella.

Pero, entonces...

El día en que la joven mestiza fue atacada por aquel activista que se había pasado a la causa de Kerri, Torreón fue quien se ocupó de ella. A pesar de no hablarle, a pesar de seguir manteniendo las distancias mientras paseaba tras ella, por las noches custodiaba su puerta y dormía sentado sobre ella con la espalda recta y las piernas cruzadas.

Todas las noches.

Sin quejarse.

¿Lo habría sabido Gali? Tal vez no, pero la relación entre ellos fue menos hostil. Ella parecía más cómoda a su lado, como si supiese que – en cierto modo – no estaba allí para hacerle daño sino para que nadie la lastimara a ella o a su bebé. Sabía que ninguno de los dos había comenzado con buen pie, pero aquella relación obligada entre los dos, se había transformado a raíz de su interactuación. ¿Había pasado lo mismo ahora entre ellos?

Sí. Ella y Torreón habían creado unos lazos por su cuenta sin la intervención de nadie. Unos que los unían en la cruzada que ella misma se había dispuesto a recorrer.

- ¿Sabes que no eres como aparentas ser?

El Hijo de los Hombres parpadeó.

- ¿Qué queréis decir?

- A simple vista pareces un bruto y un pendenciero que a la mínima serías capaz de estrangular al primero que osara pasar por delante de ti. Pero no es verdad. Eres una buena persona: leal, responsable y alguien que se preocupa por aquellos que tiene a su cargo o que respeta.

Torreón pareció asombrarse y Rea imaginó que, tal vez, se hubiese sonrojado por sus palabras dichas con dulzura y sinceridad.

- Mi reina... Sois demasiado amable – repuso agachando la cabeza.

- Me limito a decir la verdad.

- Será mejor proseguir con la marcha, alteza.

La joven, sonriendo, asintió y continuaron con el ascenso por la montaña. Lo primordial era encontrar la guarida activista. Como Kerri tenía el conocimiento de esa guarida en concreto, a Rea no le costó mucho dar con un mapa donde se señalaba cada uno de aquellos escondites. Como su esposo se había pasado casi toda su luna de miel preparando estrategias de batalla, era primordial llevarse consigo toda la información que poseía y, por ello, infinidad de mapas decoraban una de las mesas del despacho del rey en el palacio de la bahía.

Y, en uno de ellos, había lo que buscaba.

Rea sacó el mapa doblado de su petate y lo abrió para intentar orientarse. O, mejor dicho, para que su compañero se orientase y que la orientase a ella a su vez.

- Más o menos estamos en este punto, alteza – informó el hombre mirando el mapa por encima de su hombro con infinidad de respeto y a una distancia decorosa -. La guarida de los Activistas tiene que ser aquella cueva que vemos allí arriba.

- Pues vamos allá – dijo volviendo a guardar el mapa.

Con los ánimos renovados, pero sin nada que les iluminase el terreno, los dos fueron ascendiendo por la montaña entre la oscuridad de la noche bajo la luz de las estrellas. Con cautela y escondidos entre el follaje, los dos fueron avanzando hasta llegar a la cueva. Rea esperó ver personas vivas pero lo que vio fue justamente lo contrario. La entrada de la cueva y los alrededores estaban llenos de cadáveres en estado de descomposición bastante avanzado. La reina salió de su escondite y avanzó entre aquella masa de cuerpos sin vida.

Se le hizo un nudo en el pecho.

Entre aquella masa de cuerpos había mujeres, niños, ancianos, hombres, jóvenes, adultos, adolescentes... Nadie se había escapado a la carnicería que hicieron los activistas traidores que, ahora, pertenecían a Kerri. Una lágrima descendió por su mejilla. Allí arriba el verano parecía ser una tranquila y suave primavera y el cielo estaba tan dolorosamente hermoso que aquel espectáculo parecía todavía más horrible e injusto. ¿Cuántas vidas más iban a perderse por esa guerra de poder? ¿Acaso no podría haber un consenso?

- Los mortales sólo dejaréis de luchar cuando sólo uno de vosotros quede en pie.

Rea alzó la mirada vidriosa del espectáculo dantesco y miró hacia el frente. Una silueta de largo cabello ondulado había aparecido de la nada. El olor a naturaleza se intensificó. ¿Era Gea?

- No tiene caso que sientas lástima por aquellos que ya se fueron. Si no quieres que todo desaparezca, debes seguir tu camino y cumplir con la promesa que le hiciste a Galidel. Ve al territorio de los Golems.

Gea – porque era ella sin duda -, levantó su perfecto y estilizado brazo y señaló con el dedo índice. El perfil de un camino comenzó a dibujarse en el suelo con un tenue brillo que iluminó el negro paraje.

- Por los Dioses – murmuró Torreón que hizo una señal antigua para presagiarse de los malos espíritus o del castigo divino.

- Este camino te llevará hacia tu destino. Ve, Hija de los Dioses.

La figura difusa de Gea desapareció y el camino que ella había trazado se mantuvo iluminado a la espera de que ella comenzase a andar por él. Decidida, se dirigió hacia esa nueva ayuda.

- Alteza – la llamó Torreón -. ¿Estáis segura?

- Sí – asintió -. Ya te dije antes que los Dioses estaban de mi lado.

Sin decir nada más, los dos se pusieron nuevamente en camino.

No había tiempo que perder.

Rea, sin mirar atrás, avanzó hacia aquel nuevo camino que ella misma había decidido seguir. A pesar de que volvía a sentir que la utilizaban, que era un simple catalizador, se sintió por primera vez útil y resuelta a hacer algo más que dejarse llevar por lo que unos y otros querían. Está vez ella iba a decidir cómo proseguir. Sí, iría a encontrarse con los Golems. Sí, los llevaría a la llanura de Sirakxs y, una vez allí, ella lucharía. Cierto que no sabía empuñar un arma y que aquel cuchillo que portaba era más un arma contra ella misma que contra un posible atacante; pero sabía luchar de otras maneras.

"Si no puedo detener esto por la fuerza física, lo haré por la de las palabras."

No sabía cómo, pero haría hasta lo imposible por detener toda aquella locura sangrienta que había manchado y envenenado a dos inocentes que no habían tenido la culpa de las disputas familiares de sus progenitores. Kanian y Kerri habían sido las víctimas colaterales e inocentes de la locura de Xeral contra su hermano Varel. Ellos, que no se habían conocido hasta hacía unos meses, ahora estaban dispuestos a matarse mutuamente para terminar con aquella guerra jerárquica jamás zanjada que estalló cien años atrás.

¿Por qué tanto odio?

¿Por qué los Dioses habían tenido que implantar en ellos aquellos malos sentimientos? ¿Todo se reducía a que se tenían que tener las dos caras de una misma moneda? Odio y amor; una moneda que se lanza hacia arriba y que va cayendo y girando hacia un lado o hacia el otro.

La joven continuó mirando el camino iluminado. Sus ojos violetas refulgían bajo la luz divina que los guiaba y la celestial de las estrellas. Se pasó una mano por la frente para secarse el sudor del cansancio más que por la temperatura ambiental. Lo cierto es que, después de aquel viaje precipitado, sin caballos, sin dinero y con provisiones escasas, Rea estaba llegando a su límite. De nuevo agradeció en silencio a los Dioses que Torreón la hubiese acompañado.

"No habría llegado yo sola hasta aquí."

El hombre, más resistente que ella, no había tardado nada en adelantarse y estar a la cabeza de su ínfimo grupo de sólo dos miembros. Su mano derecha estaba muy cerca de su cadera, señal inequívoca de que estaba completamente preparado para desenvainar su arma en cualquier momento.

El paisaje se hizo cada vez más abrupto. Ya no había casi vegetación y las montañas se perfilaban ante ella más escarpadas, empinadas y peligrosas. Las rocas eran allí de un color diferente. Era como si aquella roca fuese de un color más gris y que en su superficie rocosa tuviese venas o arterias. Algo le dijo a la joven e inexperta reina que aquellas rocas estaban vivas.

Todas.

De pronto, comenzó a sentirse demasiado nerviosa. Observada. Sí, alguien la estaba observando: evaluándola. Tragó saliva mientras intentó discernir algo entre aquella masa de oscuridad. No se escuchaba ni un alma. Ni siquiera se podía oír el silbido del viento o el ulular de un búho. Frente a ella, Torreón se tensó por completo y rodeó con su poderosa mano la empuñadura de su espada: un mandoble.

Fío.

Un estremecimiento violento y más helado que una bola de nueve recorriendo tu espalda, le sobrevino y se giró con desesperación hacia atrás. Escrutó la oscuridad mientras la ansiedad crecía y crecía en su frágil cuerpo de niña criada en un palacio que solamente sabía bordar, bailar, comer y hablar correctamente y... dibujar. El camino iluminado había terminado y su luz se estaba desvaneciendo a marchas forzadas.

- Alteza – susurró su protector muy cerca de ella. Su colosal y hercúleo cuerpo se puso ante ella a modo de escudo -. Están aquí.

Cuando Torreón dijo aquellas dos palabras, el camino que Gea había trazado para ellos, se evaporó y una infinidad de lucecitas aparecieron en el paraje montañoso. Aquellos fragmentos de luz eran redondos y estaban por todas partes: arriba, más abajo, en el centro... No, no son puntos de luz – se dijo mientras se pegaba al cuerpo de su compañero en busca de cierto refugio -. Son ojos.

Sí, eso era.

Eran los brillantes ojos de una comunidad de Golems.

Sonidos típicos del roce entre rocas comenzaron a inundar el lugar al igual que el estremecedor sonido de piedras cayendo hacia abajo durante un desprendimiento. Los labios de ella se entreabrieron cuando aquello que ella había creído que eran montañas, comenzaron a moverse. Cada piedra y cada roca que allí había no eran simple material geológico.

Todo lo que los rodeaban eran piedras vivas.

Y los habían rodeado.


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