Capítulo sesenta y tres
Cuando escuches mi voz
El control era nuevamente suyo y lo sabía.
Kerri, sentado cómodamente sobre Tánatos, mostró una sonrisa calculadora y victoriosa. Debía admitir que sus enemigos habían luchado con valor y que habían planteado una estrategia digna de admiración. Pero él y su ejército eran más poderosos.
Eran superiores.
Él era superior tanto con Kanian y Cronos como sin ellos.
"Que comience el espectáculo."
Aquellas malditas máquinas bélicas ya le habían tocado demasiado las narices – y otros lugares menos decorosos – como para que siguieran manteniéndose en pie. Sin decir ni una palabra, señalando simplemente con su elegante y fino dedo índice, las siete Banshees salieron disparadas hacia su nuevo objetivo con unas ganas tremendas de morder, desgarrar y desollar a sus pobres víctimas.
La mirada de todo el contingente de activistas que estaban alrededor de las catapultas y dentro de las torres, se concentraron en aquellas siete figuras de pesadilla.
- ¡Recargad! ¡Recargad! – gritó uno de los capitanes intentando no dejarse llevar por el pánico.
A la orden, los soldados comenzaron a colocar más flechas en las grandes ballestas e Ydánia, con Tehr a su lado, quedó completamente paralizada. Su determinación y todas sus habilidades de nigromante, parecieron esfumarse al ver a las Banshees acercarse a su posición. Los recuerdos de la masacre de los bosques hicieron que las náuseas que amenazaban con hacerla vomitar, cumplieran con aquel objetivo y, sudorosa y casi desfallecida, sacó todo lo que tenía en el estómago. Su esposo, sujetándola con firmeza y vigilando completamente al enemigo, apartó su cabello y la reconfortó todo lo que pudo mientras contemplaba el ataque certero y letal de las Banshees.
Las siete, como un auténtico torbellino, esquivaron los proyectiles que les lanzaban a la desesperada e hicieron pedazos una de las catapultas situadas en el flanco derecho de su formación. Los gritos se alzaron en aquella zona y Tehr apretó la mandíbula mientras Ydánia continuaba tosiendo y expulsando comida y bilis. La madera de la estructura de combate a distancia saltó literalmente por los aire y pedazos de ésta y serrín cayeron sobre los guerreros activistas en su intento por huir o defenderse. Con gritos y risas, las criaturas de Kerri – su nuevo amo mal que les pesase a todos -, empezaron su particular festín. Con sus garras afiladas y mortales, el erudito pudo contemplar una vez más de todo aquello de lo que eran capaces los guardianes de los Dioses.
Sin despeinarse y con una brutalidad inhumana y sobrecogedora, las Banshees hicieron gala de sus facultades en el campo de batalla. En aquella primera embestida, los más suertudos simplemente fueron decapitados o atravesados sus pechos, mas, aquellos con menos fortuna, sufrieron mutilaciones espantosas. A algunos les arrancaban partes del cuerpo a mordiscos, a otros les arrancaban las cuatro extremidades de golpe y, a otros, los alzaban y los estrellaban contra el suelo con una fuerza demoledora.
Tenían que huir de allí.
Tenía que poner a salvo a su esposa y a los demás científicos.
- Ydánia, mi amor – la llamó mientras ella parecía tener menos arcadas conforme pasaban los minutos -. Hay que salir de aquí cuanto antes.
Ella, sin ser capaz de hablar y con el rostro mortecino, asintió y siguiendo el ejemplo del hermano menor de Malrren, todos los demás salieron como pudieron de la torre en tropel y sin ningún tipo de orden o control. Tehr, al ver el desastre, se apartó de la carrera desesperada de los guerreros y, consternado, vio como uno de los compañeros de su esposa, un jovencísimo científico, era arrollado y empujado fuera de la torre. El pobre chico cayó desde una altura considerable y el erudito escuchó su grito claramente entre los muchos otros que profería la multitud humana que lo rodeaba.
Mientras el caos estallaba en el lugar, las Banshees dejaron a los asustados seres mortales para concentrarse primero en las asquerosas estructuras de madera que habían osado dañarlas. Ya tendrían tiempo después de seguir masacrando a aquellos pobres infelices, pero si había algunos que intentaban salir de las torres... bueno, si el enemigo estaba en medio habría que acabar con él en el proceso.
- Por los Dioses – masculló el hijo de Hoïen mientras contemplaba aquel desastre monumental. Ydánia, entre sus brazos, contemplaba su alrededor completamente asustada. Su cuerpo parecía mucho más frágil de lo normal y toda ella temblaba por culpa de la visión de todo aquel horror que, como una mala pesadilla, volvía a repetir una vez más.
Chasqueando la lengua frustrado, Tehr, que seguía el avance de las siete féminas monstruosas, decidió que debía salir de la torre ya. En aquel mismo instante. Por las escaleras era completamente imposible. En ellas se había formado un tapón que ya era imposible de sortear. Si las Banshees no acababan con la torre o con los activistas antes, estos morirían aplastados o por falta de oxígeno.
"No hay otra alternativa."
Tehr apretó los puños y cogió a Ydánia por el rostro para que ella lo mirase al único ojo que mostraba en su semblante. Se quedaron así durante unos instantes y, en ese lapso de tiempo, ella pareció recobrarse del shock y del terror. Con ternura, ella colocó sus manos sobre las de él.
- Tenemos que salir de aquí, pero es imposible hacerlo por las escaleras – le explicó. Ella asintió con todos los sentidos de nuevo bajo su control y con la mirada gris clara. La crisis había pasado y eso lo alivió un tanto -. No hay otra solución que bajar de aquí por la pared exterior de la torre. ¿Te ves con fuerzas para sujetarte a mí?
- Sí – le aseguró ella con decisión.
Tehr asintió y se agachó. La joven científica se colocó a su espalda y se subió en ella. Rodeó el cuello de su esposo con los brazos y su cintura con las piernas.
- Agárrate muy fuerte – le dijo mientras se enderezaba e iba hacia la parte abierta de la torre que permitía a las ballestas disparar.
Con sumo cuidado, Tehr salió al exterior mientras se aferraba a la madera con fuerza y afianzaba bien sus pies. El hombre miró hacia abajo. Estaban a una altura considerable y, a pesar de no tener vértigo, temía que Ydánia no fuera capaz de sujetarse a él hasta el final o resbalar a una altura poco segura.
"Debo darme prisa."
Sin pensar en nada más que en bajar de allí y poner a su mujer a salvo, Tehr comenzó a descender mientras que, a su alrededor, las aliadas inesperadas de Kerri hacían de las suyas y destrozaban todo a su paso demasiado cerca de su posición.
***
Defensa, defensa.
Bloqueo, evasión, finta.
Ataque, ataque, salto hacia atrás, defensa, tajo de izquierda a derecha.
Sangre.
Sudor.
Aquello no se acababa nunca. A pesar de matar sin cesar, de esquivar, de protegerse y de recibir algún que otro rasguño, los combates no terminaban nunca. Cuando acababa con uno de ellos, otro se apresuraba a ocupar su puesto y, a pesar de que nunca había tenido una vida fácil, que había luchado desde el día en que nació por sobrevivir; Zorro estaba ya bastante fatigado.
El sudor le había empapado todo el cuerpo y le pegaba el cabello en el rostro. Con una de sus manos sudorosas y llenas de sangre, se retiró el mechón molesto de su cabello justo en el momento en que acababa con la vida de otro infante. Eran como las ratas de los barcos o la de los carromatos cargados con cereales y grano. Por mucho que uno se afanase en su erradicación, estos no se extinguían ni con fuego ni con veneno.
El olor a muerte era agudo, penetrante y molesto a pesar de estar tan acostumbrado a él. Zorro, con sus desarrolladísimos reflejos, se apartó justo a tiempo para evitar que un hacha le abriera la cabeza como a un melón. Sorbiendo por la nariz y tragando saliva para intentar paliar con la sequedad en su garganta, se colocó una vez más en posición de defensa con sus dos manos sujetando sendas dagas afiladísimas y de mangos exquisitos. Éstos eran de ámbar y sus hojas de obsidiana – relucientes y afiladísimas – destellaban bajo la luz desgarradora y martilleante del sol. Puso sus brazos uno frente al otro y dejó que su cuerpo se relajase.
Esperó.
Su contrincante, un infante más grande que él y más musculoso, se cuadró de hombros y se echó hacia delante para envestirlo cual toro embravecido. Zorro, calculando la distancia, se apartó antes de recibir el impacto y, con un magnífico salto mortal hacia atrás, se colocó tras el mastodóntico enemigo y le cortó certeramente debajo de las axilas. Las hojas de obsidiana parecieron cortar algo más blando que el queso expuesto al sol y la sangre del individuo escapó de su recipiente protector para acompañar a la de sus compañeros y a la de los activistas perecidos.
El hombre perdió fuelle y cayó al suelo mientras se desangraba como un cerdo el día de la matanza. Zorro, dándole la espalda contempló su alrededor. Por Urano, ¿es que Kanian y Giadel no iban a llegar nunca? Aquello se les estaba yendo de las manos y, para colmo de males, dos de los cuatro leviatanes habían muerto y algo estaba destrozando la maquinaria bélica que Ámonef se había traído consigo de los Montes del Alba. Por una parte, que aquel hijo de mala ramera perdiese sus juguetitos le traía al pairo, mas, en aquella situación, preferiría que éstas siguieran en pie para mantener los zepelines a raya.
"Oh, no."
Zorro, contemplando el horizonte, vio como los dirigibles militares participaban en la batalla y, con sendos proyectiles, alcanzaban algunas de las torres que quedaban en pie y a los seres humanos que por allí pululaban en su vano intento por escapar.
Y no sólo eso.
Algunos de ellos estaban apuntando hacia los que estaba luchando en el campo de batalla en aquel momento.
"Joder."
Un mal presentimiento recorrió su cuerpo y Zorro se apartó junto a tiempo para impedir que el hacha le partiera la columna vertebral. En vez de eso, un corte algo profundo empezó a arder en su espalda. Maldito fuera, aquel desgraciado infante todavía estaba vivo a pesar de sangrar como una fuente sin control.
- ¡Hijo...de...! – farfulló el musculoso guerrero resoplando y con el rostro blanco por la perdida de sangre -. Te voy a hacer puré – amenazó de forma prácticamente incomprensible.
Para sorpresa de Zorro, el enemigo alzó su hacha dispuesto a cumplir con su amenaza.
Una flecha certera cruzó el campo de batalla y se incrustó en la sien derecha del hombre saliendo por la izquierda. Completamente acabado, el hombre cayó sin vida con pesadez al suelo y la figura de Mochuelo apareció ante Zorro. Con su sempiterno carcaj en la espalda y el arco que él mismo se fabricase años atrás, el joven lo contemplaba con el rostro muy serio mientras cargaba su arma de largo alcance otra vez. En silencio y sin mostrar cobardía o temor, Mochuelo disparó de nuevo una saeta y Zorro vio como otro enemigo era abatido. El hombre sonrió mientras contemplaba la evolución del muchacho. A pesar de tener solamente diecisiete años, en muy poco tiempo, había vivido demasiadas emociones que lo habían hecho madurar como persona y como guerrero. Su enfermedad – la tuberculosis – no lo había achantado, más bien había sido todo lo contrario: fue a raíz de sentirse abandonado por los suyos y de la acción que se dio cuenta que el estar recluido como un cervatillo asustado no era lo suyo.
Él deseaba demostrar su valor y su fuerza. Era uno de los hombres de Araghii y, como tal, debía luchar y honrar la memoria de los compañeros que ya no estaban. Sí, no había tiempo para pensar en el cansancio o en la superioridad numérica: tenían que luchar para realizar sus sueños y los de Tocino, Carroñero y Cascabel. Debían vengarlos y vencer para erradicar los pesares que portaban todos en el corazón. Aunque, en su caso, sabía que jamás podrían sanar ni las heridas de su alma ni las de su corazón marchito.
Defensa, defensa.
Bloqueo, evasión, finta.
Ataque, ataque, salto hacia atrás, defensa, tajo de arriba a abajo
Zorro se colocó cerca de Mochuelo, el cual se había separado de la protección a de Araghii.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó una vez logró llegar a su lado.
- ¿No te alegras de verme o qué? Te he salvado el pellejo – rezongó el chico.
- Yo no he dicho eso – replicó el hombre mientras bloqueaba la hoja de un sable colocando sus dos dagas en forma de equis -. Simplemente creo que deberías alejarte de aquí. Vuelve con el jefe.
- Creo que tú me necesitas más que le jefe. Pólvora lo protege.
- ¿Acaso insinúas que necesito una niñera? – replicó mientras propinaba una patada giratoria a su oponente y se lanzaba contra él para apuñalarle el estómago hasta que lo dejó peor que un colador.
- Todos necesitamos que alguien nos proteja – dijo con sencillez mientras apuntaba y disparaba.
Sin percatarse de lo que hacía, Zorro buscó con la mirada a Nedro mientras esperaba a que alguien con prisas por morir fuese a luchar contra él. El capitán de los Montes del Alba, acompañado de sus cuatro fieles arqueras, se las estaba apañando de maravilla. En él no había prácticamente ni un rasguño y parecía estar disfrutando de lo lindo dejando relucir su lado más salvaje y brutal.
Protección.
¡Ja!
Él no necesitaba nada de esa porquería. ¿Protección? ¿Para qué querías a alguien a tu espalda? De aquel modo era más fácil que éste te diera una puñalada trapera y te sacara algo más que las entrañas. Sus ojos no podían apartarse de la figura del hombre que más odiaba en el mundo. Él le juró que lo protegería y, en vez de eso, no lo mató de milagro. No, él no necesitaba que nadie cuidase de él. Con los "cuidados" de Nedro ya había tenido bastante para toda una vida.
- ¡Zepelines!
- ¡Atrás!
- ¡Retirada! ¡Nos van a atacar!
Zorro alzó sus ojos al cielo y vio que dos dirigibles habían sacado los cañones laterales que portaban equipados y que estaban apuntando hacia ellos. Antes de que fuera capaz de hacer algo, uno de los proyectiles estalló muy cerca de ellos y a causa de la onda expansiva tanto él como Mochuelo y todos lo que había a su alrededor, perdiendo pie. Desestabilizado, Zorro no pudo evitar caer al suelo y perder una de sus dagas. Aturdido por el fuerte estruendo, la caída y los trozos de tierra y cadáveres que lo habían golpeado, buscó frenético el cuerpo de su compañero.
El chico, alejado de él, parecía ileso.
Pero...
Aprovechando aquel ataque, uno de los infantes de Kerri se preparó para rematarlo. Chasqueando la lengua y levantándose con celeridad, Zorro corrió el terreno que los separaba y clavó su única daga en el costado del malnacido que pretendía acabar con la vida de su camarada. Éste, con un grito de dolor, se volvió hacia él y, con su mayal acabado con una bola de pinchos, golpeó su cabeza. Sin ser capaz de esquivarla en su totalidad, los pinchos golpearon su frente y su sien izquierda. Un dolor agudo, perforante y casi insoportable lo recorrió por entero.
Zorro, gruñendo y con la vista desenfocada, cayó al suelo derribado. Sus dedos, flácidos e incapaz de sujetar su única arma, golpearon el duro suelo y escuchó que alguno de los huesos de estos se hacían trizas. Gruñó al mismo tiempo que le propinaban una fuerte patada en el estómago. De su boca salió una bocanada de aire acompañada de sangre y rodó por el suelo. Haciendo un sobresfuerzo, el pelirrojo consiguió rodar por el suelo y escapar de los pinchos de la bola de hierro del mayal antes de incorporarse. Con una mano en el estómago dolorido y con el ojo izquierdo semicerrado a causa del golpe recibido, Zorro buscó sus dagas o cualquier cosa con la que defenderse.
- ¡Zorro! – lo llamó Mochuelo. El chico comenzó a toser y a convulsionarse. De su boca salieron grandes dosis de sangre. Ni el polvo ni los sobreesfuerzos eran buenos para alguien con tisis.
- ¡Vete de aquí, zopenco! ¡Ve con Araghii! – le ordenó mientras retrocedía esquivando a su enemigo que, malherido por el proyectil del zepelín, todavía resistía.
- Pero... - replicó pálido y entre toses.
- ¡¿Es qué quieres que te maten o que me maten a mí?! ¡No puedo protegerte! ¡Vete!
El chico, asustado por su tono de voz furioso, se apresuró a obedecerlo. Aliviado por ver la marcha de Mochuelo, el pelirrojo perdió un segundo de su concentración y la bola de pinchos lo golpeó con saña en el hombro derecho. Un jadeo ahogado y un agónico dolor más se sumió al que ya estaba experimentando y, completamente sin fuerzas, cayó al suelo.
Ya está.
Había llegado su final otra vez y, esta vez, estaba seguro de que no había más segundas oportunidades. En su mente medio embotada por el insufrible dolor en el cráneo, apareció el recuerdo que no lo abandonaba ni siquiera en aquel momento tan crucial de su existencia. Aquel día veinte años atrás, cuando creyó que todo iba a cambiar. Demasiado inocente y simplón, creyó que Nedro cambiaria y que dejaría la mala vida que llevaba. Pensó que, por él, abandonaría a Ámonef y que empezarían una nueva vida lejos de aquella espiral de robos, asesinatos, peleas, violencia y sexo de dominación.
Él ya estaba cansado de ser el muñeco con hilos de Nedro.
Se sentía demasiado roto para seguir con él un día más.
Pero él había ido en su búsqueda cuando pretendía marcharse de la Corte de las Ratas del mar. Eso lo emocionó y sintió que su corazón revivía. Se sintió feliz: Nedro lo elegía a él en vez de a Ámonef y a su espiral de dominación y subyugación.
Pero pronto, aquella felicidad, lo abandonó de nuevo. El rostro de su amado era serio y tan sombrío que le heló la sangre de las venas.
- No puedes irte – fue lo primero que le dijo. Aquella orden hizo que se sintiera estúpido y asqueado consigo mismo por poder amar a alguien como él. No, definitivamente no había ido por él. No lo había escogido tampoco.
- Sí que lo haré y ni tú ni el asqueroso de tu jefe me lo vais a impedir – replicó desafiante.
Después de decir eso, Nedro golpeó con fuerza la pared de su vivienda en uno de los círculos que confeccionaban la planta de la ciudad y el corazón del pelirrojo dio un vuelco.
- Joder Kel – dijo él pronunciando su verdadero nombre con rabia. Muy pocas veces alguien pronunciaba el nombre que le dieron al nacer, pero él siempre lo llamaba así -. ¿Por qué eres tan cabezota? ¿Por qué tienes que mandarlo todo a la mierda? ¿Eh? ¡¿Por qué?!
Nedro avanzó hacia él y lo agarró con fuerza de los brazos para zarandearlo. Él, incapaz de soltarse, escuchó estupefacto toda la retahíla de palabras sin sentido que él soltaba.
- Ya te tenía. Había conseguido transformarte en mi muñeco. ¡Eras mío! ¡Había conseguido romperte y te estaba curando! ¿Por qué? ¿Por qué lo mandas todo a freír espárragos? ¡Te dije que yo te protegería siempre! ¿Y ahora amenazas con irte? ¡No tienes derecho a decidir nada! ¡Tu vida es mía!
- ¡Suéltame! – gritó él intentando que aquel hombre que no reconocía lo dejase ir -. ¡Me haces daño!
De repente, Nedro se detuvo y lo abrazó con ternura y dolor contra su pecho. Kel, incapaz de moverse, no pudo reprimir sus lágrimas. ¿Por qué lo quería? No podía comprender cómo podía ser capaz de amar a aquel hombre que le había subyugado hasta límites insospechados y que, como bien había dicho, lo trataba como si fuese un muñeco.
Su muñeco.
Sin previo aviso, del mismo modo que lo había abrazado, se separó de él y, cuchillo en mano, le clavó la hoja en la base de su cadera derecha y tiró hacia arriba. El dolor fue ensordecedor y tan de improvisto que fue incapaz de proferir sonido alguno. Completamente anonadado, el joven se miró el pecho rajado y todo lo que salía de él. Miró a Nedro con horror e incredulidad y no vio sentimiento alguno en sus ojos azul grisáceo.
- Órdenes de Ámonef. Quien quiera irse, debe irse a la tumba.
Aquello fue todo.
No dijo ni una palabra más y se marchó dejándolo allí, solo y desangrándose. Fue un milagro el no morir y todo se lo debía a Araghii. Todavía no era capaz de comprender cómo fue capaz de salir de allí y que, para su suerte, pasase Araghii por su lado. Al verlo, el hombre lo socorrió y se lo llevó con él fuera de los Montes del Alba.
"¿Por qué, de entre todos mis recuerdos, tiene que venir el más amargo?"
Zorro, sin escapatoria posible, vio el mayal listo para partirle la cabeza. Cerró los ojos con fuerza como acto reflejo y un sonido de huesos rotos y carne despedazada acudió a sus oídos. El fuerte olor de la sangre le subió por las fosas nasales. Abrió los ojos. Ante él, con la espalda herida de gravedad, Nedro se había interpuesto entre él y su atacante. Sin decir nada, pero apretando los dientes, Nedro se alzó y sin importarle el dolor de su espalda maltrecha, cargó contra el enemigo con una brutalidad que fascinó a Zorro. Su maza segó el espació y descargó un golpe mortal contra el enemigo. Éste, cayó al suelo muerto con la cara completamente aplastada. El tabique nasal le había perforado el cerebro.
Asombrado, el pelirrojo contempló la figura imponente de Nedro. Por Urano, ¿cómo era capaz de aguantar de pie con aquella herida? Y, lo peor de todo, ¿por qué lo había salvado? El hombre, se volvió hacia él y, con una sonrisa irónica se acercó a él. El capitán cayó al suelo de rodillas a su lado y alzó su mano callosa hacia su mejilla.
- Hermoso. A pesar de los años, sigues siendo mi hermoso Kel.
- ¿Por qué? – fue capaz de decir él a pesar del dolor que lo corroía por dentro y de su seca garganta -. ¿Por qué me has salvado?
Él no le contestó y, entonces, su cuerpo cayó sin fuerzas.
- ¡Nedro! – Zorro lo abrazó antes de que cayera y el hombre comenzó a reír mientras él lo mantenía tumbado entre sus brazos. Los dos se miraban a los ojos.
- Sí, tienes razón – dijo el con una voz demasiado baja -. ¿Por qué será? – y volvió a soltar una risa llena de sarcasmo.
El capitán contempló el rostro de Kel como si estuviese en un sueño. El cuerpo le dolía a rabiar y ya no sentía ni la espalda ni las piernas. El golpe de aquel cabrón lo había dejado para el arrastre. Una arcada acudió a él y vomitó sangre. Sí, estaba muy jodido. Algo le decía que le habían hecho papilla algunos órganos. Sí, ¿por qué había acudido como alma que lleva el demonio a salvar a Kel? ¿Por qué era suyo? ¿Por qué todavía lo consideraba de su entera propiedad a pesar de haberlo dejado ir al saber que todavía estaba vivo?
Su precioso Zorrito.
Su hermoso Kel.
El niño que encontró y que deseó modelar para su propio gozo. ¿Por qué no? Él era un contrabandista, alguien que pertenecía al prestigioso y poderoso mercado negro desde que había nacido y Ámonef le había enseñado todo lo que debía saber. Le enseñó a robar, a luchar y a manipular y subyugar a todo aquel que quisiera. Sí, también le enseñó el placer del sexo con hombres y mujeres y, además, su relación era muy estrecha. Pero cuando conoció a Kel, todo cambió. Deseó que fuese sólo para él. Quería destruirlo, que fuese dependiente de él y que siempre siempre estuviese a su lado. Él ya se encargaría de hacerlo feliz por siempre.
Él lo protegería.
Mas todo acabó. Él lo atacó y lo hubiese matado si no hubiese detenido la fuerza de su ataque en el último momento. Uno que todavía no era capaz de explicarse. ¿Por qué? ¿Por qué no lo mató? ¿Por qué sintió como si algo se rompiera en su interior en ese momento?
No. No podía ser amor. Él no sabía amar, sólo sabía tomar posesión de aquello que deseaba. Mas, ¿amar? No.
¿O sí?
¿Había sido eso? ¿Era amor lo que Kel le había legado al entregarle el suyo al propio Nedro? ¿Había sido el amor lo que lo había impulsado a recibir aquel ataque letal contra su cuerpo? ¿Había sido el deseo puro de protegerlo?
¿Su promesa?
- Supongo que... quería protegerte – murmuró finalmente con una sonrisa sencilla y clara, sin sarcasmo o hipocresía.
Zorro contempló su semblante y un torrente de dolor que nada tenía con el de sus heridas lo atravesó. El picor en sus ojos se intensificó.
- Te lo prometí – prosiguió el capitán -. Te dije que lo haría siempre y te fallé – reconoció sin dejar de sonreír de aquel modo tan hermoso y melancólico -. Te herí cuando no lo merecías -. Sus ojos grises empezaron a brillar con suma fuerza -. Herí a la única persona que me quería sin esperar nada a cambio. A la persona que no deseaba usarme.
La emoción recorrió el cuerpo de Zorro que empezó a temblar y a hipar. Las lágrimas rodaron por sus mejillas.
- Deja de jugar conmigo – habló el pelirrojo sintiendo que se mareaba por momentos a causa del dolor de su corazón y la pérdida de sangre.
- Te quiero – confesó Nedro por primera vez en su vida. A Kel y, sobre todo, a él mismo -. Siempre te he amado. Por eso no pude matarte y por eso te he salvado hoy.
- ¡Mientes! – gritó Zorro -. ¡Tú eres incapaz de amar! ¡Eres un monstruo!
- Y, aun así, te amo – dijo de nuevo -. Es la verdad. ¿Acaso no oyes la voz de mi corazón? Tú trajiste luz a mi vida perlada de oscuridad y no supe verlo hasta hoy. Lo siento.
El cuerpo de Nedro pareció quedarse más y más flácido por momentos. La desesperación invadió el pecho de Kel.
- No, no – negó él -. ¡No puedes morirte ahora! ¡Ahora no! ¡Yo soy quien debe acabar contigo!
Zorro, sin poder reprimir su dolor, abrazó con fuerza el cuerpo sin vida de su amado y gritó. Gritó por el pasado, por el daño que se hicieron y por el desafortunado destino que habían tenido que sufrir para, al final, no poder curar sus heridas abiertas.
Una intensa luz alumbró el cielo y Zorro, sin soltar a Nedro, miró el cielo. Un círculo con engranajes y agujas de reloj, hizo su aparición y la figura alada y azul de un dragón salió de él. Aquella hermosa visión conmovió más todavía al destrozado Zorro que, juntamente con Kanian, gritó.
Al fin, el dragón había aparecido a la una del mediodía al campo de batalla dispuesto a todo.
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