Capítulo sesenta y siete
El verdadero enemigo
El hacha sesgó el aire y él fue incapaz de apartarse. El filo cortante del arma rasgó y traspasó las escamas, la piel, la carne y el hueso de la clavícula que estaba unido a la cabeza del húmero. Su brazo, limpiamente, cayó a su lado y, al caer al suelo, las escamas de dragón se convirtieron en ceniza. La sangre fluyó copiosamente de su herida unos instantes antes de que el dolor superase a la consternación y a la sorpresa. Nïan, malherido, intentó incorporarse, pero Xeral, con su rostro rebosante de juventud y fuerza, le propinó una contundente patada en la boca del estómago. Kanian salió despedido unos metros mientras un terrible escozor mezclado con quemazón se extendía por su extremidad inexistente.
Su magia no tardó en comenzar a trabajar en la reconstrucción de su brazo izquierdo perdido y sintió una considerable perdida de energía. Una de las heridas que gastaban más magia era la de recomposición de cualquier miembro del cuerpo u órgano vital. Para intentar que el coste fuese menos grande y la regeneración menos dolorosa, tal y como le explicase Zingora, comenzó a imaginarse su reconstrucción para que éste fuese retornando por partes y no todo a la vez. Primero, su magia comenzó a reconstruir los huesos perdidos: la cabeza del húmero y la punta del hueso de la clavícula, el húmero, el radio, el cúbito, el carpo y las falanges con sus huesecitos incluidos.
¿Qué demonios estaba ocurriendo? Xeral estaba muerto, tendría que estar viendo visiones. Pero sabía perfectamente que aquello no era ninguna visión: no estaba cansado, ni dormido ni tampoco bajo los efectos de ningún tipo de droga para ver algo que no fuese real. Y, además, aquel dolor que estaba padeciendo no era lo que se dice ilusorio. Al igual que tampoco lo era el extraño e indescifrable poder que exudaba el cuerpo de su tío.
A todas estas cavilaciones, Xeral se limitó a colocarse el hacha sobre el hombro y a contemplar a su hijo que, dolorido, seguía en la misma posición: arrodillado y con las manos sobre su cabeza que parecía un nido de abejas. El rey del Señorío contempló a su padre sin poder creerse lo que sus iris amarillos le mostraban. Su figura ya no era etérea sino de carne y huesos y su vigor y juventud más vivos que nunca. Con las piernas separadas y unas facciones altivas en el rostro, Xeral, su padre; mostraba una juventud envidiable y tan magnífica que Kerri se sintió viejo en comparación. Su cabello negro caía lustroso sobre sus hombros y una bella cinta de cuero trenzada con tela dorada le rodeaba la frente como símbolo de guerra y poder. Su cuerpo, esbelto y musculoso como el de cualquier Hijo del Dragón, estaba enfundado en una maravillosa armadura antigua de guerrero imitando las escamas de un dragón. Ésta era negra con reflejos anaranjados y en sus orejas portaba dos pendientes de ópalo de fuego a juego. Sus dos ojos maquillados completamente de negro rezumaban orgullo y deseos de venganza con una gran dosis de odio, rencor y sadismo.
- No puede ser – musitó Kerri mientras intentaba incorporarse en vano. Un sudor frío le recorrió todo su cuerpo ya completamente sudoroso por el esfuerzo de la lucha y el dolor.
Sin decir ni una palabra, Xeral se acercó a su hijo y se acuclilló frente a él. Sus dedos largos y sin cicatrices, se posaron en su pecho y un dolor sordo asaltó al joven. Kanian, todavía fuera de combate y con los últimos huesos de sus dedos recomponiéndose, vio recostado en el suelo polvoriento cómo en los dedos índice y corazón de su tío se iban retirando del pecho de su primo. De las yemas, unos filamentos plateados se movían sinuosamente por aquellas dos falanges y Nïan se quedó helado.
¡Aquellos filamentos eran el hilo temporal del mismísimo Kerri!
- ¡Apártate de él, Kerri!
Ante su grito de alerta, el interpelado empujó al padre y éste, entre risas, empezó a reírse a mandíbula batiente sentando con el hacha de doble hoja entre las rodillas. Kerri, macilento, se incorporó y, encorvado, se apartó de Xeral como buenamente pudo y se acercó un poco a la posición de Nïan.
- ¡Eres peor que la mala hierba! – exclamó Kerri sintiendo una gran impotencia y una debilidad en el cuerpo que lo empujaba a que se quedase tendido en el suelo como un cervatillo recién nacido y no a mantenerse levantado-. ¿Por qué estás aquí? Y no me digas que has venido a ayudarme porque esa mentira ya no se la cree ni un niño de teta.
Esas palabras llamaron la atención del príncipe. Aquella no era la primera vez que esos dos establecían contacto. Kerri ya hacía tiempo que contactaba con su padre. Mas, ¿cómo? ¿Cómo podía ser eso posible? Y más después de que fue el mismo hijo quien había ejecutado al progenitor de forma rastrera y por la espalda. Pero lo más acuciante era saber cómo había hecho el alma de Xeral -o lo que eso fuera – para no fundirse con el universo. Sus padres, Hoïen y Patrexs lo habían ayudado en la batalla de Mazeks porque Urano guardó sus almas como as en la manga.
¿Quién había mantenido el espíritu y la esencia de Xeral en el mundo mortal?
La carne, los músculos y las venas de su brazo empezaron a regenerarse mientras sus dos ojos azules no se apartaban de aquella pesadilla hecha realidad. Xeral, finalmente, dejó de reírse y, con soltura, se levantó del suelo y se apoyó sobre el hacha que, con sus dos hojas apoyadas mirando hacia el suelo, no pasaría por un cayado ni por un bastón a pesar de la tranquila pose de su dueño.
Nïan estuvo tentado a atacarlo y algo le decía que Kerri estaría pensando en tres cuartos de los mismo, pero ninguno de los dos movió un solo músculo de su cuerpo. Kanian, que había permanecido recostado contra el lugar donde había caído, decidió levantarse y enfrentarse a Xeral en igualdad de condiciones y no en una postura inferior. Sea lo que sea – se dijo -, todavía está muerto. Lo olía. Su olfato, extremadamente agudo, podía oler la putrefacción que despedía aquella figura osada y tan tranquila como un poste o un alcornoque.
- ¿Sabes? – dijo Xeral ignorando a su vástago y fijando sus ojos naranjas en su sobrino -. Me pregunto qué pasaría si te cortase la cabeza. Cuando te volviera a salir una, ¿tu cerebro sería el mismo? ¿Y tus pensamientos? ¿Tus ideales? Es algo que me gustaría comprobar.
- Por lo que veo estás tan demente como siempre – le respondió mientras movía sus esqueléticos dedos. La carne y demás todavía no habían llegado a su codo.
- Y tú tan parecido a él –contestó con una sonrisa enigmática. Nïan no necesitó que le precisaran la identidad de ese "él". Sabía que se refería a su padre. Sin añadir nada más, se volvió ahora hacia su único hijo -. Kerri, niño travieso, te veo algo desmejorado – dijo fingiendo preocupación -. Creo que el querer ser un Dios te ha venido demasiado grande.
- Vete de aquí – musitó el nombrado haciendo un esfuerzo extremo por mantenerse erguido mientras soportaba el terrible dolor de cabeza que no le dejaba prácticamente ni pensar -. ¿Cuándo te darás por vencido? ¡Estás muerto! – le recordó con furia.
Xeral pareció no importarle lo más mínimo el comentario tan maleducado de Kerri y su postura se hizo todavía más tranquila, jactanciosa y reposada. Su guardia había bajado totalmente o esa era la terrible impresión que le daría a un novato. La piel de Kanian se estremeció y sintió como se le erizaba el vello de la nuca.
Algo no iba bien.
Había algo que rugía por su atención y que él estaba ignorando por ser tan tonto como para no saber dónde buscar.
Donde mirar.
Entonces algo captó su atención. Había una especie de hilos transparentes, como una energía que entraba al cuerpo de Xeral. Uno de aquellos hilos etéreos salía del cuerpo del mismo Kerri, pero el otro era incapaz de saber de dónde procedía. Unas extrañas ideas empezaron a bullir en su mente, a tomar forma y a desarrollarse. Otro nuevo estremecimiento hizo que se le helase la sangre y deseó ir hacia donde estaba Zingora. Su magnífica y reforjada katana descansaba clavada en el lugar donde se había agachado para auxiliar a su primo y allí permanecía, con la atención de Xeral puesta sobre ella de forma disimulada pero no invisible.
- Sí, eso es cierto – habló Xeral pasando la mirada de su hijo a Nïan y de allí ligeramente a la katana para regresar a su descendiente -. Es tan cierto como que el sol se pone cada día que estoy muerto, mas no por ello voy a rendirme si tengo la posibilidad de conseguir lo que quiero y de una forma tan sublime. Tan total.
- ¿De qué hablas ahora, psicópata? Deja de acosarme y de meterte en mi guerra – le exigió Kerri.
- ¿Tú guerra? – Xeral soltó una carcajada y de la misma forma que comenzó a reír, paró -. No sabes ni entiendes nada, Kerri. Eres tan sumamente estúpido y engreído que te has creído, por un breve lapso de tiempo, que serías capaz de tener aquello que siempre habías deseado y que jamás creíste posible. Siempre habías sabido que yo no te consideraba mi heredero. Que jamás te convertirías en rey y que yo gobernaría eternamente mi propio reino gracias a la magia negra.
>> Pobre imbécil. Cuando descubriste la verdad, te entró tanto miedo que decidiste matarme. ¿De verdad creías que era tan sencillo deshacerse de mi persona? Tu acto fue tan deleznable y cobarde que, en vez de acabar conmigo, me diste otra fuerza y otra existencia que ni tú ni yo habríamos podido imaginarnos.
>> Sí, estoy muerto – volvió a decir asintiendo con la cabeza -. Pero eso no tiene por qué ser una desventaja si sabes jugar bien tus cartas. A pesar de que lo lógico y normal es que tu alma se funda con el universo, no siempre es así. Un alma demasiado arraigada y con asuntos pendientes en el mundo mortal, no puede abandonar el lugar para ser nuevamente materia, y yo, con tal cantidad de odio y rencor, fui incapaz de irme. Pero no únicamente eso me retenía aquí. Tú Kerri – señaló -, tu sentimiento de culpa y el odio hacia ti mismo me encadenaban más que mis propios sentimientos a esta tierra -. Movió sus calculadores ojos hacia la figura de Nïan el cual sentía que los nervios y tendones estaban comenzando a rodearle el nuevo brazo que, todavía, no estaba recuperado del todo -. Y tus sentimientos también – le dijo Xeral con sus ojos llameantes -. Tus remordimientos por no haberme matado para vengar a tus padres y por haber dejado que me muriera de aquel modo, también me encadenaban a Nasak.
>> ¡Qué poderosos son los sentimientos negativos! Los tres estábamos demasiado unidos por diferentes motivos. Al principio he de reconocer que estaba sumamente débil y que casi no podía ni aparecerme ante Kerri. Pero, poco a poco, fui ganando fuerzas a la vez que mis interactuaciones con mi adorable hijo se hacían más frecuentes. ¡Y con cuanto anhelo esperabas mis visitas y consejos, Kerri! Ni tú mismo serás capaz de reconocerte ese hecho: ¡el hecho de que no eres nada sin mí! El hecho de que me has necesitado siempre para ser capaz de actuar. ¡Si has logrado llegar aquí hoy ha sido todo gracias a mí y sólo a mí! – exclamó en éxtasis -. Pero no importa – continuó más calmado -, yo lo sé y con eso ha sido suficiente para poder estar hoy aquí. Has sido tan ingenuo, hijo. Tanto que me muero de risa sólo de pensar cómo te he utilizado y como tú has caído en todas mis tretas.
Kerri apretó los dientes y estos rechinaron. Apretó los puños y ante él aparecieron todas las visitas de su padre, sus palabras, sus consejos, sus frases hirientes. Su jugarreta al querer llevarse a Galidel por medio de aquel ingenuo enamorado de Negel. Había bailado a su son como un títere y él había sido tan soberbio que no había sido capaz de verlo. No, lo cierto es que no había querido reconocer el hecho de que, simplemente, se limitaba a obedecer a su padre como siempre había hecho.
- Sé que te mueres de curiosidad, Kanian – habló de nuevo el aparecido hacia su más acérrimo enemigo - y, puesto que yo conozco tus viajes al pasado, qué menos que conozcas cómo es posible que esté hoy aquí como tú único y verdadero enemigo. Ya te habrás dado cuenta de la energía que sale del cuerpo de Kerri y que viene directamente al mío. Lo mismo que ese poder tan exquisito y nutritivo de tu amiguito Cronos ¿o Giadel? Qué importa – se jactó con una sonrisa libidinosa.
Al decir aquello, Kerri se contempló el pecho y, por vez primera, vio que algo sumamente transparente salía de él para dirigirse al cuerpo de Xeral. ¡Era tiempo! El mismo tiempo que él usó para otorgarle vida a Tánatos. De un plumazo, Kerri cortó aquel vínculo y su cuerpo dejó de sentirse pesado y débil. El dolor de cabeza se atenuó al igual que dejó de sentir aquella especie de vórtice en su pecho.
- Buen movimiento, Kerri. Al fin te das cuenta – lo felicitó con total ironía. Sólo le faltaba dar palmas como un mocoso.
- Por eso eras cada vez más poderoso y corpóreo – musitó el rey atando cabos y cortando también el hilo temporal que Xeral succionaba de Cronos con otro gesto.
- Ya no importa que lo cortes – dijo él encogiéndose de hombros -. Ya no lo necesito.
- Por eso acudías a mí – adivinó Kerri en voz alta para que Kanian también pudiese escucharlo -. Ese era el motivo por el cual me dijiste que Rea se veía con Cronos. ¡Buscabas esto! ¡Querías que yo me quedara con su cuerpo y con sus poderes temporales!
- ¡Y lo hiciste! – vitoreó -. ¡Qué divertido fue verte sufrir! Ver tu rostro congestionado por el dolor de la traición. ¡De niño te enseñé una valiosa lección que no quisiste aprender! El amor nos hace débiles, vulnerables y de seso cocido. Tu enamoramiento por Rea te nubló la razón y yo pude manipularte como me dio en gana. ¿Creías acaso que mis conocimientos sobre la magia negra se limitaban al intercambio de cuerpo? Sé muchas más cosas de las que anoté en aquellos libros que tú también conoces. Mis estudios sobre el poder Temporal los tengo muy bien guardados aquí – y se golpeó la sien derecha con el dedo índice -. Para que un objeto inanimado o un muerto puedan conseguir un poco de energía vital, necesitan absorber poder temporal y el único que puede proporcionarte eso es Cronos.
>>Él me abandonó a mi suerte cuando tú me mataste en Queresarda. No pensaba perdonarle aquella traición después de todo lo que hice por él cuando era un Dios que nadie recordaba. No iba a salir de rositas. Iba a vengarme de él también. Aunque, he de reconocer, que no pensé que todo saldría tan a pedir de boca. Pero todavía quedan cosas por hacer y decir. ¿No crees, Kanian?
- ¿Qué quieres decir? – preguntó éste. La carne, venas, tendones y nervios de su nuevo brazo estaban listos. Solo restaba la capa de piel, la creación de huellas dactilares y que sus escamas volvieran a protegerle la recién estrenada extremidad. Sus poderes habían menguado, pero todavía tenía una gran reserva de ellos para luchar y vencer a su enemigo. Al verdadero enemigo, como el bien había señalado.
Dioses, aquello era completamente inaudito. Durante todo aquel tiempo, los dos, Kerri y él; habían peleado acuciados por Xeral sin que ninguno acabara de ver lo que realmente sucedía. Jamás habría consenso y todo por él. Xeral, con sus artimañas, había subyugado al hijo y éste, creyéndose sus mentiras y tragando su ponzoña, había creado aquel nuevo escenario únicamente para convertirse en el campo de juegos de Xeral.
- Eres muy poderoso y prácticamente inmortal. En tu cuerpo no reside tu corazón y, sin él, no puedes morir a no ser que tu propia magia te devore. Pero, como te ha entrenado el mismísimo Zingora, ya no tienes esa debilidad en tu interior. Es decir, que eres indestructible al no sufrir la viruela – explicó su tío todavía en aquella indolente postura -. Por otro lado, yo sigo estando muerto, no puedo morir por segunda vez y, aunque os mate a todos, en cuanto Kerri y Cronos no me suministren parte de sus poderes temporales, perderé este cuerpo, mi poder y volveré a ser simplemente un espectro vagabundo que aterrorice a los niños malos por las noches. Eso hay que remediarlo – sentenció.
- ¿Y cómo piensas hacerlo? – inquirió. La nueva piel de su brazo ya lo recorría por entero y con mayor celeridad aparecieron innumerables escamas para hacerle de armadura.
- No – susurró Kerri de repente mirando a su padre con la boca abierta. Acababa de terminar el puzle de todo aquel galimatías en su cabeza mientras el creído de su padre se jactaba con el buenazo de Kanian -. Es ella quien lo tiene -. Se volvió hacia Nïan con gran reproche en la mirada-. Todo un mes en mi poder y no me había dado cuenta que Galidel es tu talón de Aquiles. Ella tiene tu corazón.
- Y mi billete hacia la resurrección - terminó Xeral.
Antes de que Nían fuese capaz de comprender aquellas dos revelaciones, Kerri corrió hacia su progenitor. Tomando su espada y Zingora entre sus dedos, alzó las dos espadas contra su nuevo enemigo. Xeral, con una velocidad sorprendente, dejó de estar apoyado en su hacha y la colocó de forma horizontal con una sola mano evitando el filo de la espada de doble filo de Kerri. Éste, aprovechando la fuerza y la velocidad de su primer golpe, atacó con el arma de su mano izquierda. La hoja de único filo de la katana intentó herir el muslo de Xeral y éste, impasible, se dejó hacer. Nada brotó de su muslo y el corte se cerró en cuanto la hoja azul se apartó de su carne.
Frunciendo el ceño, Kerri volvió a la carga, aunque su inteligencia como estratega le decía que era inútil. Como muy bien había dicho su padre, ya estaba muerto y algo que está muerto no lo puedes asesinas dos veces. Xerl se limitó a bloquear, recibir y esquivar los ataques de su hijo que, letales y calculados, no surtían ningún tipo de efecto en su padre. Y ese estúpido sigue ahí plantado como un poste – se dijo mientras atacaba dando un giro con las dos espadas a la vez. Xeral bloqueó su tremendo ataque.
- ¡¿Qué demonios estás haciendo?! – le recriminó mientras se movía hacia la derecha para evitar la hoja del hacha doble y recibía un golpe en los dedos de su mano izquierda con el largo mango del hacha. El dedo corazón y anular se rompieron y los curó al instante sintiendo unas nuevas punzadas en las sienes -. ¡Ve a por Gali! Mi padre quiere matarla una vez se apodere de la vida de tu bebé.
Una alerta sonó en el cerebro de Kanian quien, en menos que canta un gallo, ya estaba preparado para echar a correr en busca de su amada hacia donde sentía su presencia. Al fin comprendía lo que su tío había querido decir con aquella frase. Uno de los hechizos de magia negra más poderosos que existían se lograban con el sacrificio de un bebé nonato. Y su hija era un bebé muy valioso por ser una dragona. Si Kerri entretenía a Xeral, él podría ir a rescatar a Galidel y sacarla de allí para ponerla en un lugar seguro donde aquel hijo de perra no pudiese hallarla. Cuando ella estuviese a salvo, él mismo se encargaría de acabar con la existencia de Xeral, esta vez, para la eternidad.
Un silbido llamó su atención mientras echaba un pie hacia delante y se dispuso a darse la vuelta.
No fue capaz ni de voltearse.
La espada ya lo había atravesado de parte en parte cuando entendió lo que había sucedido. Llevó sus ojos hacia su estómago herido y vio la hoja azul de Zingora y su propia sangre manchando su hermosa hoja mejorada con sus escamas y las del padre de su raza. Un gran chorro descendió por su cuerpo y grandes goterones rojo oscuro mancharon el suelo de tierra y hierba seca. Un dolor como nunca antes había sentido lo recorrió de arriba abajo. Algo hizo presión y su katana se adentró más en su cuerpo perforando todavía más su estómago. Un líquido de color parduzco se mezcló con la sangre. Había una presencia demasiado cerca de su espalda y unos labios se colocaron sobre su su oreja y sintió un cálido aliento desagradable en su tímpano antes de la voz del dueño.
- ¿No sabías que lo que más hiere a un dragón es algo que tenga su mismo poder? El punto débil de los de tu especie son los de su propia especie. Un dragón es débil a otro dragón.
Las manos de Xeral aferraron el hermoso mango hecho por el primer Hijo Iruk y retorció la katana dentro de su cuerpo. Apretó los dientes mientras sentía que sus rodillas fallaban por culpa de los calambres y las oleadas agónicas que su cerebro recibía de su estómago. La hoja, su propia espada, empezó a destrozarlo por dentro y sintió ganas de vomitar mientras Xeral, inclemente y de forma despiadada, seguía retorciendo a Zingora haciendo una gran presión con todo el peso de su cuerpo.
Mientras el dolor lo mantenía anclado y su magia curaba unas heridas que volvían a abrirse, entendió cómo fue capaz de vencer a Zingora con su espada y de un modo tan rápido. Ahora que lo pensaba con más frialdad, si fue capaz de vencerlo fue gracias a su espada y no a sus poderes de dragón. Era normal que él fuese inferior al último dragón y que cualquier ataque que recibiese de él le produjese un gran dolor. Porque él no era ni la mitad de poderoso que era aquel dragón de tantísimos años y era normal ser vulnerable con un dragón totalmente adulto.
"Así que me ayudaste hasta el final, gran Dragón azul, y yo no fui capaz de darme cuenta de cuánto te preocupaste por mí."
Una oleada de furia y de remordimientos se manifestaron en el alma de Kanian. Después de ponerlos a todos en peligro; de todo lo que habían sufrido él y Gia en el pasado... ¡Xeral no iba a acabar con él con su propia espada!
¡Con la espada de Varel!
"No voy a dejar que te salgas con la tuya. No permitiré que te apoderes de la vida de mi hija. ¡Ella es mi esperanza y la de todas las personas que viven en Nasak!"
Apretando los puños, Nïan se aisló todo lo que pudo del dolor y detuvo sus poderes sanadores que más que ayudarlo le estaban minando las fuerzas. Decidido a salir de aquella trampa, Nïan le propinó un cabezazo a Xeral. Éste, sin verlo venir, no evitó el golpe y, algo desorientado, dejó de hacer tanta fuerza con su cuerpo y con la katana. Sin pensarlo, el príncipe tomó la parte de la hoja de aleación especial entre sus dos manos y cerró los dedos fuertemente alrededor de la hoja. Al instante, el filo cortante de Zingora le cercenó profundamente las palmas. Afianzando mejor sus pies descalzos contra el suelo, Kanian se dispuso a recuperar su arma costase lo que costase.
Y sólo había un modo de hacerlo.
Concentrando todas sus fuerzas en sus brazos, tiró de la espada para sacarla hacia fuera de su cuerpo, pero no por la parte de la hoja, sino por la del mango. Con un nuevo cabezazo, Kanian logró que Xeral cayera hacia atrás y que sus dedos soltasen dicho mango. Él, sin dejar de tirar, sintió como la hoja avanzaba por su interior y rasgaba nuevamente su estómago y su carne. Una nueva arcada se le subió a la garganta mientras un nuevo chorro de sangre y fluidos estomacales salían por su herida abierta. El dolor era un martirio y éste se acentuó más cuando la rodela comenzó a abrirse camino desde su espalda hacia sus órganos internos.
Sintió que se partía en dos y que su columna sufría algunos daños mientras él seguía tirando y el mango empezaba a hundirse también dentro de él. Con un último esfuerzo en sus brazos cansados y sus manos heridas y embadurnadas hasta más no poder en su propia sangre, Kanian – finalmente - extrajo su arma por derecho propio de su cuerpo y, agotado y sin fuerzas, cayó de rodillas al suelo donde, sin poder resistirlo más, vomitó sangre, bilis y parte del desayuno que había preparado Alakëm aquella mañana.
- Eres tan masoquista como tu imbécil de padre – escuchó que decía Xeral, el cual había recuperado su hacha y se dirigía de nuevo hacia él -. Me gustaría verte sin magia, sin ningún recurso aparte que el de tu propio ingenio y tu propia fuerza y no aquello sobrenatural donado por los Dioses de la Creación.
Kanian alzó el rostro y vio algo en las facciones de aquel hombre que nunca antes había visto y que, en aquel momento, no fue capaz de clasificar ni tampoco de considerar como era debido. El rostro de Xeral, imperturbable a pesar de aquella sombra que cruzaba por él, no mostró ningún tipo de emoción cuando alzó su hacha dispuesto a cortarle la cabeza. Kanian, todavía demasiado grave y débil para poder eludir aquel ataque, se limitó a prepararse para recibir una nueva herida en su cuerpo, uno capaz de curarse una y otra vez, pero que no olvidaba y que sufría como un chivo expiatorio; aquel que cargaba con todas las culpas y toda la agonía de los mortales. Sus iris azules contemplaron a demasiada baja velocidad los movimientos certeros que Xeral hacía con el hacha para que ésta descendiera hacia el expuesto e indefenso cuello de Nïan.
No iba a cerrar los ojos.
No pensaba mostrar miedo, duda o cualquier emoción semejante.
Una sombra emborronó la visión del joven Dragón y un sonido metálico hizo que le chirriaran los tímpanos. La hoja del hacha asesina de su tío había sido detenido por la hoja de doble filo de una espada.
La espada de Kerri.
Su primo, alto, despeinado, macilento y con un brillo decidido y resolutivo en la mirada, mantenía su espada aferrada por el mango con las dos manos. Sus músculos estaban en completa tensión y con un movimiento contundente, apartó el hacha lejos de un herido Nïan que, poco a poco, iba curando sus heridas.
- Kerri, iba a dejarte para el final, pero parece que quieres morir primero – dijo Xeral haciendo girar su hacha entre sus manos y tomando una posición de ataque con el cuerpo echado hacia delante.
El monarca, sin decir ni un solo vocablo, se colocó en posición de defensa. Nïan se fijó en su rostro. En su nariz había sangre y signos de que le habían roto el tabique nasal y que él se lo había recolocado en vez de gastar poder en algo tan pueril como aquella nimia herida. Pero también pudo vislumbrar su ojo izquierdo amoratado y con un ligero derrame en él. Al parecer, antes de que Xeral fuera a por él, le había propinado a su hijo un buen cabezazo que lo había dejado prácticamente inconsciente.
El príncipe se levantó con Zingora entre sus dedos manchados de una sangre que no pensaba limpiar. Sus heridas estaban ya prácticamente sanadas.
- No voy a permitir que lo mates – le informó a Xeral -. Kerri es mío.
Ante esas palabras, su primo sonrió con cierta diversión y camadería. Como había supuesto, Kanian le caía bien. Si no fuese por todo lo que había sucedido... - pensó.
- Lo mismo digo, padre. No dejaré que mates a Kanian. Juré que lo abriría en canal por mí mismo.
- Así que, si quieres ir a por mi mujer, primero deberás matarnos a los dos – informó el príncipe tomando una posición completamente ofensiva al lado de Kerri.
Xeral, en silencio e inmóvil, contempló a los dos Hijos del Dragón. Uno de pura cepa y vástago suyo, y el otro un mestizo.
El peor de los mestizos.
- Bien – musitó haciendo girar e hacha una vez más antes de volver a dejarla inmóvil delante de su cuerpo -. ¿Comenzamos?
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