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Capítulo sesenta y seis

Castigo y sacrificio

Anil se sentía desfallecer.

El sudor caía salvajemente por todo su cuerpo y, ahora, un reguero de sangre acompañaba a ese inclemente sudor pegajoso que descendía por su sien izquierda. El trozo de una pieza metálica la había alcanzado cuando Kanian había dañado irreparablemente a Tánatos cortándole la cabeza. La joven había sido incapaz de apartarse a tiempo y evitar aquellos cascotes de metal que caían como meteoritos.

Era su primera vez pilotando un dragón de acero y ya sentía que era incapaz de controlarlo. Los brazos le dolían a rabiar y sentía que su cuerpo se agotaba por segundos. Su visión comenzó a difuminarse y un fuerte vahído la sobrevino de manera demasiado alarmante. Por acto reflejo, se sujetó con fuerza en el cuello de la máquina para no caerse.

Pero no podía más.

Ya no podía seguir luchando.

"Este dragón va a matarme."

Debía desconectarse de él. Era la única opción que tenía para no morir desangrada. Con sus últimas fuerzas, Anil hizo girar a la máquina voladora intentando aterrizar cerca del bando activista. Necesitaba pastillas reconstituyentes para recuperarse. Sus adormecidos reflejos hicieron que fallase a la hora de intentar salir del campo de batalla aéreo. El cuerpo escamoso de la montura de un Señor del Dragón la golpeó por detrás y el fuerte impacto la lanzó hacia un costado. A causa de la violencia del impacto, las agujas conectadas a sus antebrazos salieron de su piel rasgando y perforando sus vasos sanguíneos en el proceso.

La Hija del Dragón fue incapaz de gritar o de intentar aferrarse al aire cuando salió disparada hacia abajo. Lo único que podía sentir era un adormecedor y dulce dolor en sus brazos. Boqueó por un instante antes de cerrar los ojos. Su mente vislumbró el rostro de su madre y su padre cuando ella era una simple cría sin preocupaciones. Sí, había sido tan feliz en aquellos días de niñez al lado de su padre, aprendiendo todo lo que él le enseñaba. Después apareció otro rostro muy importante para ella y que, sin pretenderlo, había llegado a meterse demasiado dentro de su alma. La sonrisa ladina y juguetona que siempre dibujaba en aquel rostro imperturbable como una máscara y que, con ella, se transformaba en otro dulce, aniñado, solitario y deseoso de amor y ternura.

Sí, aquel era el rostro que más amaba en el mundo. El rostro que Seeram le dedicaba a ella y solamente a ella.

Quería verlo. Deseaba ver su sonrisa sincera y avergonzada una vez más. No quería irse de aquel mundo sin poder despedirse de él, sin decirle lo mucho que lo amaba. Y, tampoco quería irse para siempre de allí sin decirle a Gia lo mucho que lo sentía y que, para ella, siempre sería más que un amigo y alguien imprescindible en su vida. Alguien que quería a su lado para conversar, pasarlo bien y disfrutar simplemente de la buena compañía en las tardes tranquilas y placenteras.

Unos dedos la sujetaron de repente por el brazo dolorido como fuertes tenazas y, esta vez, gritó tanto por el ramalazo de agonía como por la sorpresa. Al alzar su rostro vio el preocupado de Sanguijuela. Con el cabello despeinado y el rostro manchado de sangre y sudor, sus ojos estaban demasiado acuosos e inyectados en sangre.

- Anil, aguanta – dijo con los dientes apretados mientras hacía fuerza para intentar subirla a su dragón.

La mujer, a pesar de su visión nublada, se percató de que el brazo con el que la sujetaba, no estaba conectado al dragón y en él había un gran desgarrón, uno semejante al que ella se habría hecho. La sangre se escurría por la fea y profunda herida de su brazo hasta llegar a los dedos de él y seguir descendiendo por su brazo hasta mezclarse con la suya. Su brazo resbaló de entre los dedos de su amado y ella soltó un gruñido cuando los dedos de él la sujetaron con más fuerza.

- Joder, maldita sea – rezongó Sanguijuela mientras se inclinaba más y tiraba con más fuerza.

Maldijo interiormente a los Dioses y a todo bicho viviente. ¿Por qué no había sido más cuidadoso con ella? Debería haber estado más pendiente de Anil y haberse percatado de que no aguantaría mucho sobre un dragón chupa sangre como aquellos. Pero, en vez de eso, deseó confiar en su fuerza, en la sonrisa de ella y en su vigor y vitalidad.

Un error que podría no solo costarle la vida solamente a ella: también a él. Porque si ella moría en aquel campo de batalla sería por su culpa y ya no tendría nada más por lo que vivir. Ella era su oportunidad de enmienda y de ser feliz por una sola vez en toda su vida. Sin saberlo, Anil era lo que siempre había estado buscando. Ella lo había aceptado tal y como era, se enfrentaba a él como a su igual y había sido capaz de traspasar todas sus defensas, romperlas y penetrar en su herido y destrozado corazón. Ella había sido a la única persona que había sido capaz de amar y de entregar toda su alma: su esencia. Todo lo que él en verdad era sin ningún truco ni ninguna farsa. A su lado había sido solamente Seeram.

No podía perderla.

¡No quería perderla!

Apretando los dientes, Sanguijuela utilizó toda la fuerza que poseía en su agotado cuerpo para intentar subir a Anil sobre su dragón. Las venas de su cuello se hincharon por el esfuerza mientras el cuerpo inerte y pesado de ella iba subiendo poco a poco.

- Anil, intenta agarrarte al dragón – la instó mientras seguía tirando. El dolor en sus brazos comenzó a martillearle todo el cuerpo. Su dragón, en respuesta a la falta de conexión, empezó a succionarle más sangre de su único punto para seguir manteniéndose en el aire.

Ella, con el rostro ido, se limitó a mirarlo y negar con la cabeza débilmente. Por Urano, Anil necesitaba asistencia médica cuanto antes. Sanguijuela se preparó para hacer otro esfuerzo más para subirla cuando el dolor de su miembro fue absolutamente insoportable. Sus dedos incapaces de soportar más el peso de la chica y con su traidora sangre haciendo que éstos resbalasen, Anil se le escapó justamente cuando se le dislocaba el hombro. El grito que soltó fue ensordecedor y tan desgarrador que heló la sangre de aquellos que más cerca de él estaban.

Anil escuchó el lamento y sus ojos desprendieron lágrimas que no tardaron en salir despedidas de sus ojos a causa de la velocidad que estaba ganando su cuerpo mientras caía sin control. El miedo se le subió a la garganta y su respiración entrecortada se aceleró. Estaba a punto de caer y matarse.

Estaba a punto de morir.

Algo fuerte la golpeó en el estómago deteniendo su inminente caída y le cortó la agitada y dificultosa respiración. Algo que parecían palabras entraron por sus tímpanos, mas ella, incapaz de escuchar bien aquel sonido y distinguir las palabras, intentó ver qué ocurría y por qué no había acabado rota y desmadejada contra la llanura de Sirakxs. Algo cálido cruzó su pecho y su respiración comenzó a normalizarse al igual que sentía que su cuerpo moribundo se llenaba de nueva vitalidad. Sus ojos verdes con motas doradas comenzaron a poder enfocar lo que había a su alrededor y, ante ella, el rostro preocupado de Gia iluminó su mundo después de la desesperación y el miedo.

- Gia... - musitó anonadada mientras él le acariciaba amorosamente la mejilla.

- Menos mal que he llegado a tiempo – dijo él con una sonrisa de alivio en sus preciosos labios. Había podido ver a lo lejos las dificultades de Anil y cómo caía desde el cielo. Raudo y sin pensar, fue a su rescate -. Estás muy débil, no deberías moverte. Te llevaré con los sanadores.

- Pero – dudó ella buscando a su alrededor. ¿Dónde estaba Seeram? -. Sanguijuela... - musitó antes de perder prácticamente el sentido.

Giadel no le prestó atención, sino que espoleó su Pesadilla para que cabalgara en dirección contraria a la vez que evitaba un nuevo ataque de las Erinias. El mestizo alzó el rostro y vio a Alecto, completamente fuera de sí, ir en su persecución. La Erinia no iba a perdonarle el haber perdido su brazo derecho y, con una rabia y furia inauditas, estaba dispuesta a matarlo poco a poco. Lentamente. No descansaría hasta despellejarlo vivo y arrancarle la carne y los huesos a tirones. Su Pesadilla se alzó en corbeta para alejar la garra asesina de Alecto y Cronos le lanzó un cuchillo que ella atrapó sin dificultad entre sus dedo índice y corazón. Como si en vez de un cuchillo, quisiera fumarse un cigarrillo.

Si ya era letal estando sobria, borracha de sangre fresca era todavía más temible.

Una figura totalmente de acero apareció en el campo de visión del guerrero y vio a un Señor del Dragón a punto de atacarlo. Pero se equivocaba de cabo a rabo. El jinete no era uno de los hombres de Kerri, sino que era un activista. Un antiguo contrabandista. Sanguijuela, con el rostro demacrado y los brazos sangrantes como una fuente de ponche, se lanzó contra Alecto por la espalda. Dando un increíble salto, se encaramó a la espalda del peligroso monstruo y se aferró con fuerza a su cuello con los brazos mientras le rodeaba la cintura con las piernas.

- ¡Sácala de aquí! - le gritó como pudo mientras intentaba evitar que la Erinia se lo sacara de encima con un zarpazo de su única garra -. ¡VAMOS!

Asintiendo, Cronos decidió hacer lo que él le pedía. Aquel sacrificio que estaba a punto de hacer por la mujer que amaba le llegó al corazón y le produjo un nudo en el estómago. No podían salvar a todo el mundo. Aquello era una guerra y, si querían ganar... algunos debían sacrificarse por ello. Sanguijuela ya había decidido al igual que él mismo: Anil debía sobrevivir.

Aliviado al ver que Cronos se alejaba con Anil, Sanguijuela pudo concentrarse mejor en aquella pelea.

Su última pelea.

La garra de Alecto le cercenó la piel de la espalda mientras intentaba sacárselo de encima. Sanguijuela soportó el dolo apretando los dientes y sacó el kukri que llevaba en la zona baja de su espalda. Con sus últimas fuerzas, y ayudándose por el hecho de que Alecto tenía su mano tan dentro de él que no podía defenderse, alzó su mano derecha. La punta del kukri brilló bajo la luz diurna y descendió con rapidez y potencia hacia el pecho expuesto de la Erinia. La hoja atravesó con sencillez el pecho hasta llegar al podrido y negro corazón. Alecto soltó un lamento lastimero y perlado de dolor y agonía. Su garra, que le había estado hurgando hasta llegar a su columna vertebral, se detuvo y la Erinia, poco a poco, fue perdiendo las fuerzas.

Sin poder soportar el estar sujeto a su cuerpo prácticamente sin vida, Sanguijuela se soltó y cayó. La distancia que lo separaba del suelo no era muy grande y, en menos de treinta segundos, su cuerpo fatigado y moribundo, chocó contra éste donde se rompió en infinidad de lugares. Su rostro estaba vuelto hacia el cielo y sus ojos, incapaces de parpadear, se quedaron mirando lo único que se presentaba ante él: un cielo demasiado pacífico y bello.

Un cielo en paz y en calma.

Había estado bien, no podía quejarse. Aquellos últimos meses de su vida habían sido los mejores. Jamás había sido tan feliz y tan humano como en aquel día en que todos sus camaradas y él decidieron seguir al príncipe Kanian y dejar su vida ilícita atrás. Ese día dejó de sentirse un paria, un proscrito y una rata asustada. Sintió que estaba destinado a ser algo más que un truhan o un contrabandista saltimbanqui.

Y lo había logrado.

Él y sus amigos habían sido guerreros, los guerreros del Dragón: del legítimo rey de Nasak y, en aquel momento y día, él había luchado por él y por la mujer que más había amado en toda su efímera existencia. Había logrado salvar su vida. ¿No era maravilloso? ¿Había algo más hermoso que morir por amor? ¿Había algo más noble que el sacrificio?

Una tos estentórea hizo que su cuerpo se convulsionara y que su vista se emborronara por completo. El negro lo cubrió todo y, con una sonrisa, dejó escapar un suspiro de alivio. La ingravidez, la perdida de sentido y dolor lo abrazaron y acunaron. Ya no estaba cansado. Ya no era capaz de pensar en nada. Todo se esfumó mientras una canción de cuna sonaba en sus oídos. ¿Era la voz de su madre? Algo cálido y tierno que desprendía un fabuloso aroma a flores frescas, le acarició la cabeza y una voz amable y amorosa le susurró antes de cerrarle los ojos:

- Felices sueños, Seeram.

***

Cronos alzó el rostro en el campamento médico al borde mismo de la tierra que separaba el continente del Jonko. Fena, atareada como siempre, había acudido rauda hacia él con dos sanadores jóvenes y fuertes. Ellos cogieron a Anil de sus brazos y se la llevaron a una de las tiendas para hacerle una transfusión de sangre y curarle las heridas. Megera, alejada de ellos por verse sola, gritaba y lloraba al haber sido testigo de la muerte de su hermana. Los Pesadilla que la tenían rodeada, estaban esperando sus instrucciones, mas él, era incapaz de dar el último paso y matarla mientras sentía sus sollozos.

Él también estaba llorando.

Nunca se habían llevado bien. Los dos se habían enamorado de la misma mujer y, al final, en un único instante; los dos se habían comprendido y habían creado un vínculo: un lazo de unión que tan pronto como se había creado, se rompió. Algo suave y cálido le recorrió la mejilla húmeda y sonrió con cierta desazón. Su equino favorito estaba intentando consolarlo mientras él intentaba no pensar. No presentía la vida de Sanguijuela. Ésta se había apagado como la llama de una vela que, antes de apagarse, brilla y da más llama antes de expirar.

"No sólo la ha salvado a ella. Me ha salvado a mí."

Si Sanguijuela no hubiese matado a Alecto, seguramente él no habría sido capaz de hacerlo.

- Matadla – susurró entonces a sus Pesadillas sin querer mirar hacia Megera.

La Erinia, viendo con horror como sus hermanos iban a por ella, intento en vano llamar a su nuevo amo sin que Kerri hiciese nada por ella. Las poderosas patas en llamas de los equinos, golpearon y golpearon el cuerpo de la criatura hasta que quedó completamente destrozado e irreconocible. Cronos se subió a su montura y se dirigió hacia la Erinia. Ésta, tendida en el suelo como un simple amasijo de carne y vísceras, estaba completamente destrozada. Pero había algo que destacaba: las lágrimas que había en sus ojos vacíos. Otra existencia que desaparecía, otro tiempo roto y olvidado. El cuerpo de ella pronto empezó a difuminarse y a transformarse en cenizas que el viento no tardó en hacer revolotear y a alejar en dirección al oceano.

Se acabó.

No había podido ser de otra manera.

Aquel debía ser el castigo de los traidores. De los infieles que renegaban de sus amos: sus creadores.

"Ahora solo resta Kerri y lo que queda de su ejército."

Giadel contempló el campo de batalla. Kanian se bastaba y se sobraba para acabar con aquel egocéntrico. Él sería de mucha más utilidad si se unía al ejército activista de tierra. De repente y de forma totalmente inesperada, un fuerte dolor recorrió su cráneo y cayó de rodillas sin poder evitarlo. Una descomunal presión se instaló en su pecho y sintió un vacío, una especie de agujero negro que lo succionaba. Soltó un gemido lastimero cuando parte de su existencia se desvanecía. Frunciendo el ceño, entrecerró los ojos y se concentró. La presión y el dolor desaparecieron y se levantó lo más rápido que pudo.

Contempló a su pequeña caballería e hizo un gesto con la mano. Todos los equinos negros desaparecieron menos su favorito. Se subió a su grupa y lo espoleó.

Debía darse prisa y llegar junto a Nïan. Los poderes divinos de su cuerpo de Dios estaban comenzando a volverse inestables y si no recuperaba su cuerpo lo antes posible, tanto él como Kerri... Los dos podrían acabar siendo devorados por el propio Tiempo a la vez que todos los seres vivos de Nasak. Tanto Dioses como mortales; todo acabaría devastado y consumido a causa del descontrol de los flujos temporales. El equilibrio del pasado, el presente y el futuro se mezclarían creando la mayor de las paradojas y, con aquel colapso, todo acabaría siendo engullido por un vórtice semejante a un agujero negro.

Nada ni nadie quedaría en pie y toda la lucha y todas aquellas muertes habrían sido en vano. Su viaje al pasado, la pérdida de Rea y el haber conocido a Alakëm... nada habría tenido sentido.

Alakëm...

"No lo abandoné para dejarme vencer. No pienso perimir que todo se destruya."

- ¡Vamos!

Espoleando al Pesadilla, Cronos se abrió camino por el campo de batalla sorteando a los amigos y a los enemigos en una frenética carrera. Sondeó el terreno y sintió las energías de Kanian y de Kerri. No estaban muy lejos, a unos metros más allá de la llanura de Sirakxs en dirección oeste desde su posición. Un nuevo dolor lo asaltó y el Pesadilla relinchó. El equino se colocó sobre las patas traseras de manera abrupta y Gia cayó al suelo de espaldas también retorciéndose de dolor. El caballo negro comenzó a relinchar enloquecido, a dar coces y, para su consternación, a pudrirse ante sus ojos dorados. De su cuerpo empezaron a salir gusanos a la vez que todo su cuerpo se consumía y se tornaba más y más anciano. Con un último sonido lastimero, el Pesadilla cayó al suelo con todo su cuerpo disecado e infestado de gusanos gordos y de diferentes colores.

Aturdido y conmocionado por la caída y el dolor que recorría todo su cuerpo, Cronos observó a su fiel guardián. Apretando los dientes, intentó levantarse, pero no pudo.

No sentía las piernas.

¿Se había roto la columna vertebral con la caída? No, no se había hecho ninguna herida grave salvo algún que otro moretón. ¿Por qué? ¿A santo de qué no podía levantarse? Frustrado, comenzó a golpearse los muslos.

- ¡Vamos, vamos! – gritó mientras apaleaba sus extremidades sin sentir nada en ellas - ¡Moveos! ¡Maldita sea! ¡No tengo tiempo para esto!

Algo a su espalda le heló la sangre y dejó sus dos manos quietas. Con lentitud, se dio la vuelta y lo que vio, lo dejó aterrorizado. Un sudor helado recorrió su columna y deseó esconderse en cualquier lugar donde aquella criatura no pudiese encontrarlo de nuevo. Pero, en vez de eso, lo único que hizo fue observar al Fetiche, que, con el rostro completamente liso, parecía mirarlo. Su cuerpo esbelto de arcilla o barro se lanzó contra él y, antes de poder defenderse, el ser abrió su boca y le clavó los dientes en el hombro.

Dominado por el dolor, Giadel no se preguntó qué hacía aquel monstruo allí. Tampoco el porqué de su aparición y si estaba solo o acompañado. Mientras todo su mundo se volvía rojo y sentía que le estallaba la cabeza, no pudo ver la gran cantidad de Fetiches que seguían su camino hacia la retaguardia activista, así como tampoco a los Trolls, las quimeras o los basiliscos que empezaban a rodear a los dos ejércitos dispuestos a arrasar con todo.

***

Clanc, clanc, clanc.

Las espadas se besaban una, dos tres veces. Chocaban, se apartaban y volvían a encontrarse. Se medían entre ellas al igual que sus dueños.

El polvo los envolvía bajo el abrasador sol de las dos del mediodía.

Nïan fintó hacia la izquierda y evitó el terrible tajo vertical que pretendía cercenarle el brazo. Se agachó con la misma celeridad y se levantó más rápido todavía para contraatacar. La espada de Kerri bloqueó su acometida y, a menos de un centímetro de su rostro, la hoja de su primo evito que le desfigurara aquel rosto demasiado hermoso para pertenecer al mundo mortal.

El monarca del Señorío retrocedió unos pasos y Kanian sintió que su cuerpo empezaba a moverse más despacio. El tiempo de su organismo se había ralentizado y su oponente saltó hacia él. La hoja de la espada de doble filo le atravesó limpiamente el pectoral derecho hasta salirle por el omoplato. Utilizando su magia, Nïan hizo fuerza contra el poder divino de Kerri y éste frunció el ceño mientras volvía su rostro hacia el de Nïan. Sus ojos se encontraron: iris amarillos contra azules.

La hoja de Zingora dibujó un arco en el aire hasta caer sobre el cuerpo de su enemigo. La sangre empezó a brotar del mismo modo en el que fluía la de la herida recién abierta del Dragón. Kerri apretó los dientes mientras sacaba su arma del cuerpo de su acérrimo enemigo y volvía a poner distancia entre ellos. La magia sanadora de Kanian empezó a trabajar en su herida y lo mismo hizo la del propio Kerri. Restablecidos por cuarta vez en lo que llevaban de lucha, los dos contendientes volvieron a entrechocar sus aceros con más ferocidad que en las veces anteriores.

Los dos estaban igualados.

Si bien puede que Kanian tuviese más posibilidades de vencer tomando su cuerpo de Dragón; deseaba vencer en su forma antrópica. A pesar de no tener alas en la espalda o su larga y peligrosa cola, seguía siendo un dragón del mismo modo que era un hombre. Era un mestizo, era hijo del Hijo del Dragón Varel y la Hija de los Hombres Criselda y deseaba hacerse con la victoria con aquel cuerpo: quería hacerlo así para honrarlos y porque era de esa forma como quería vivir a partir de ahora.

No importaba la forma que tomase: siempre sería un Dragón y un hombre.

Siempre sería un mestizo; el heredero de Zingora.

El nuevo dragón.

El intercambio de golpes se hizo trepidante. Ninguno de los dos estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y dejarse vencer por el otro. La ferocidad de las acometidas, de los tajos y de las tretas para desarmar o hacer tastabillar al oponente, aumentaron. Patadas, puñetazos, zancadillas, puñados de tierra en los ojos; todo valía en aquellos momentos en los que la lucha era completamente a muerte. Solamente uno de ellos podría sobrevivir. Después de todo lo que había ocurrido entre ellos y lo ocurrido entre sus padres, no había ya otro modo de proceder.

Una reconciliación era imposible.

En el momento en que le arrebató a Galidel y a su hija, la posibilidad de llegar a un acuerdo o algún tipo de paz entre los dos, se rompió.

Y, aun así, todo podría haber sido tan diferente. A pesar de todo lo ocurrido, a pesar de estar luchando por su vida y estar dispuesto a matar a su primo sin ningún tipo de vacilación en su corazón, Kanian no lo odiaba del mismo modo que sabía que Kerri, en realidad, tampoco lo odiaba a él. Simplemente aquello era una cuestión de interés, una ambición.

Un deseo.

Una profecía.

Una maldición.

Una familia en sangre.

Kerri y Kanian corrieron el uno hacia el otro. Sus aceros chocaron estruendosamente muy cerca de sus rostros y saltaron chispas. Los hombros se pegaron el uno contra el otro y la respiración acelerada de los dos contenientes se entremezclaron. Sus ojos volvieron a conectar los unos con los otros. Ninguno de los dos parpadeó. Kerri fue el primero en golpear con saña el hombro de Nïan y su espinilla de propina. El joven dragón perdió una milésima de segundo el equilibrio y Kerri aprovechó para atacarlo de frente con su espada colocada a la altura de su cintura.

Su espada se elevó de abajo a arriba dispuesta a cortarle en el muslo. Nïan iba a encajar aquel golpe, pero éste, finalmente, no se produjo. Kerri cayó de rodillas al suelo y soltó un gruñido de profundo dolor. Nïan parpadeó y se quedó completamente inmóvil. Su primo intentó incorporarse, pero no lo hizo. En vez de eso, se le resbaló la espada de la mano.

El dolor que comenzaba a recorrerle el cráneo era absolutamente insoportable. Era como si ciento de cuchillos se estuviesen clavando en su cabeza desde cientos de lugares distintos: las sienes, la nuca, la frente... Saliendo y hundiéndose en él una y otra vez.

Sin fin.

Una presión inconmensurable se instaló sobre la parte derecha de su cráneo y un agónico dolor aplastante empezó a dejarlo sin respiración. ¿Qué demonios estaba sucediendo? ¿Por qué le dolía tanto? ¿Sería algún efecto secundario por usar tanto sus poderes temporales? ¿O era Kanian con algún malsano hechizo?

- Kerri ¿estás bien?

Esa pregunta lo dejó anonadado. Casi sin poder alzar la testa, el monarca hizo un esfuerzo titánico para contemplar a su primo. Cuando sus ojos volvieron a conectar con los de su enemigo, no vio odio o regocijo en ellos. Para su completa sorpresa, vio en ellos verdadera preocupación. ¿Por qué? ¿Por qué no aprovechaba aquel momento de debilidad para cortarle la cabeza? Zingora no estaba entre sus dedos, sino que se encontraba clavada en el suelo a su lado.

- ¿Por qué? – preguntó con gran dificultad. La mandíbula le dolía a rabiar a causa de que le dolor le irradiaba otras partes de su cuerpo que, de manera alarmante, estaba tornándose rígido -. ¿Por qué no me matas?

- No estás en condiciones de luchar y yo no soy tan cobarde como para matar a alguien que no puede seguir en pie por algo que yo no le he provocado. ¿Qué te ocurre?

- Me va a estallar.... La cabeza – susurró con dificultad sujetándose la cabeza entre las manos temblorosas.

Un grito salió de su boca y Kanian se arrodilló a su lado. El príncipe sintió que una gran oleada de poder abandonaba el cuerpo desmadejado de su primo. No... el proceso que alertara Cronos se estaba precipitando. El cuerpo divino de Cronos no era capaz de seguir soportando un alma que era mortal. El poder del Tiempo pretendía destruirlo y, si eso ocurrí, esos poderes se liberarían y todo terminaría. Cronos debía recuperar su cuerpo ya. Debía coger a Kerri e ir raudo al encuentro de su amigo.

Una presencia hizo que un escalofrío de terror recorriera su médula espinal. Con un mal presentimiento, Nïan dejó de mirar a un adolorido Kerri para alzar la mirada hacia la presencia que había a su lado y que los observaba con una mirada llena de odio y de maldad.

De locura.

Dos iris naranjas estaban clavados en ellos dos y su bello rostro era lo más horrible y terrible que había visto desde su huida de Queresarda. Incrédulo, Nïan dejó escapar el aire por la nariz sin ser capaz de moverse o de decir nada al Hijo de Dragón que estaba encantado de verlos en aquella situación.

- Kanian, Kerri – dijeron aquellos labios -, habéis sido dos niñitos muy malos. No me queda más remedio que castigaros – y, con una sonrisa alegre y enajenada, Xeral alzó su hacha.    

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