Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo sesenta y ocho

Alianza inesperada

- ¡Basta! ¡Replegaos! ¡Retroceded!

- ¡Que todo el mundo se repliegue! ¡Dejad de luchar!

Lednar desgañitándose en gritos y exclamaciones, hizo que sus hombres se separasen de aquellos activistas que contaban una treintena de dragones alados con dos comandantes al mando. El combate aéreo ya no podía seguir y, no era simplemente por el hecho de que su cuerpo le pedía con gritos suplicantes que se desconectase, el problema era aún mayor.

Había problemas en tierra. Uno que nada tenía que ver con una de las estrategias del enemigo.

De la nada, como salidos de una de las historias terroríficas de las noches en vela bajo la lumbre de un hogar o de una fogata, una manada de trols, quimeras, fetiches y basiliscos, acababan de cercar a los infantes de ambos ejércitos. La retaguardia aliada y enemiga estaban sufriendo serias bajas y los hombres que se encontraban en el centro, sin saber lo que pasaba en las zonas más alejadas, en vez de ayudar a sus camaradas en apuros, se mataban continuamente entre ellos.

La mano derecha del monarca del Señorío contempló al hijo mayor de Malrren. El nieto del General Rojo lo miró a su vez y, sin intercambiar ni un vocablo, los dos se acercaron el uno al otro.

- ¿Tregua? – le dijo Zerch con el rostro demacrado por la falta de sangre y el cansancio pintado no solamente en aquellas facciones juveniles, sino también por la postura de su cuerpo y en su desacompasada respiración.

- Eso parece – reconoció Lednar algo reticente, pero sabiendo que la aparición de aquellas criaturas no auguraba nada bueno y que, si no se unían los dos ejércitos, todos serían aniquilados.

¿Lo sabría el rey? ¿Habrían sido los Dioses de la Creación los que habían enviado aquellos seres como castigo? No, eso era absurdo. Si hubiesen sido ellos, esos fetiches de la retaguardia activista no estarían arrancando miembros y retorciendo pescuezos a diestro y siniestro mientras iban en dirección al hospital de campaña. Alguien que ni Kerri ni Kanian habían previsto acababa de unirse a la pelea por el control de Nasak. ¿Mas, quién? ¿Quién era su nuevo enemigo?

- Que cada uno se una a su ejército y que haga correr la noticia del ataque. Yo hablaré con Xerdon y tú deberías ir al lado de tu padre – habló el Señor del Dragón más como una orden que como una proposición. Zerch, pasando por alto su tono de superioridad, se limitó a asentir y a alejarse con los suyos para ordenarles ir hacia la retaguardia mientras él iba en busca de su progenitor.

Lednar hizo lo propio de su inesperado aliado y se dirigió a sus jinetes. Estos estaban prácticamente para el arrastre. No era nada fácil luchar durante tantas horas en un dragón mecánico. La pérdida de sangre y las propias heridas internas que las agujas les hacían en los brazos, eran un completo maltrato masoquista para cualquier cuerpo. Aunque ellos se habían entrenado desde que eran unos niños en el manejo de un dragón y en la capacidad de aguante sobre uno de ellos, portaban ya unas cinco horas encima de ellos luchando sin parar. Los reconstituyentes sanguíneos se habían acavado hacía más o menos una hora y tampoco era demasiado bueno para el organismo tomar demasiada cantidad de aquellas drogas fabricadas por sus sanadores.

Miró a los Señores del Dragón completamente colocados en formación. Habían acudido a la batalla quinientos de ellos y, ahora, podía contar unos cien más o menos. Habían perdido cuatrocientos hombres, y cuatro generales. Sólo él quedaba en pie con aquel rango superior y autoridad necesaria para tomar decisiones sin el rey cerca. Kanian los había prácticamente destrozado y, después, aquel escuadrón miserable de activistas... Ni los cuatro Leviatanes les habían hecho tanto mal como aquel inmenso y poderoso dragón azul que, en aquel momento, estaba luchando con su rey.

¿Estaría bien Kerri? Se moría de ganas de salir de aquel lugar de muerte y olor repugnante para ir en busca de su soberano para poder ayudarlo y protegerlo. Pero sabía que Kerri nunca le perdonaría que lo auxiliara por segunda vez como ya hiciera en la batalla de Mazeks. Se lo había dejado muy claro antes de abandonar La Fortaleza con todo el grueso de su ejército.

- No interfieras cuando Kanian y yo realicemos nuestro último combate. Quiero acabar con él con mis propias manos. Si he de morir, que así sea.

Sus palabras todavía hacían eco en su mente y le laceraban el alma. Lednar adoraba a Kerri, era lo más preciado e importante para él. En su corazón de guerrero no cabía nada más que Kerri y su bienestar; Kerri y la realización de sus sueños. Aquel guerrero que siempre había estado al lado del príncipe heredero del Señorío, siempre había albergado un único deseo en su corazón: estar al lado de Kerri hasta la muerte. ¿Debería cumplir a rajatabla las órdenes de su monarca? ¿Tenía que limitarse a mantenerse alejado de él mientras cuidaba de los pocos Señores del dragón que le quedaban y tomaba un control absoluto también de la infantería? ¿Era eso lo que Kerri más precisaba en aquellos momentos?

Y ¿quién era él para dejar como pollo sin cabeza a tantos guerreros que estaban siendo masacrados por dos frentes abiertos? No, debía hacer bien las cosas. Debía actuar como el general al mando; como la autoridad en ausencia del rey.

Debía actuar como amigo y subordinado inseparable de Kerri.

Determinado a cumplir su papel en aquella guerra, Lednar guió a sus hombres hacia la retaguardia de un grupo de inconmensurables trols. No les vendría mal recibir un poco de estopa antes de que él lograse encontrar a Xerdon.

***

Un estremecimiento hizo que se detuviese y que contemplase su alrededor. ¿Qué era eso? ¿Y ese olor? Una extraña nube de confusión estaba azotando la llanura de Sirakxs y casi todos los guerreros que allí estaban guerreando, se detuvieron. Extraños gritos hacían eco en los oídos de Malrren. El gran General, con la armadura roja de su padre, contempló a Gaiver. Éste, que también se había detenido, contempló su alrededor antes de mirarlo a los ojos.

Algo no marchaba bien.

No había ningún dragón mecánico surcando el cielo.

El humo de los zepelines todavía ensuciaba el paisaje con dióxido de carbono.

El suelo retumbó una, dos, tres y muchas más veces. Nuevos gritos se alzaban. Guerreros enemigos y amigos se aproximaban a ellos con los rostros desfigurados por el horror. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué estaban huyendo? O, mejor dicho, ¿de qué? Una gran ventolera se levantó en la llanura y se alzó una nube de polvo y humo que dificultó la visión de los presentes. Gaiver frunció el entrecejo mientras afianzaba bien sus pies en el suelo y se preparaba para enfrentarse a lo que fuese. Las gemelas Erdila y Redila se colocaron frente a su general con los arcos preparados.

Algo contundente y con gran velocidad salió de aquella extraña y poco natural bruma. Un garrote de roble golpeó sin piedad el cuerpo esbelto de Redila que, sin poder esquivar aquella arma, fue catapultada a unos metros. Una gran masa de carne, pelo y sangre de la joven cayó hacia el cuerpo petrificado de su gemela y, cuando intentó ir a ayudar a su hermana, Erdila recibió un golpe similar con el garrote en el costado. Con la inercia y la fuerza de la gravedad, el golpe de aquel garrote fue más devastador para la joven que el que recibiera su hermana. La carne de su cadera, parte de su estómago, intestinos, hígado y un riñón, cayeron en todas direcciones mientras ella volaba como una piedrecita lanzada hacia un lugar incierto sobre la superficie de un rio.

Los dos generales, incapaces de reaccionar después de haber presenciado aquel brutal y desalmado ataque, vieron cómo la figura de un inmenso trol aparecía con una sonrisa macabra en su desfigurado rostro. Volviendo a blandir su rudimentaria arma, el trol pretendió golpear a Gaiver, mas Malrren reaccionó a tiempo para agarrar al hombre y apartarlo del radio de acción del garrote. Gaiver cayó de costado y escuchó el sonido metálico de su armadura de oro al chocar contra el duro suelo mientras intentaba levantarse de nuevo y se le enredaba la capa sobre el cuerpo.

Malrren, solo contra el inmenso trol de casi tres metros de altura, se lanzó en plancha contra las piernas del monstruo que, cegado momentáneamente por la polvareda levantada a causa de su ataque, no pudo reaccionar a tiempo. Su espada segó como una hoz el tobillo nervudo y robusto del trol que, mostrando un rostro perplejo y bobalicón, intentó levantar el pie cercenado. La pierna se separó del tobillo con un sonido viscoso y perdió el equilibrio. Antes de que tocara el suelo, Gaiver, tomando el garrote como una especie de trampolín, subió por él antes de dar un giro de ciento ochenta grados para hacerle un tajo profundo y mortal a la expuesta garganta del trol.

El gigante peludo y con las facciones más despreciables del mundo, cayó por su propio peso y, tras él, apareció una imponente quimera que, con sus fauces abiertas, estaba predispuesta a arrancarle la cabeza y el tórax al general. Una figura cayó del cielo sobre la quimera y las garras de un dragón mecánico le arañaron con saña el cuerpo de cabra. Su pelaje blanco se tiñó de rojo y la serpiente que tenía por cola mordió al ser que la había atacado. La pata metálica del dragón no sufrió daño alguno por los incisivos letales de veneno y una nueva sombra descendió a la velocidad del relámpago encima de la bestia. La cabeza de serpiente de su cola fue cercenada de un tajo que no fue capaz de predecir y cuando se dio la vuelta para atacar a aquel que había osado provocarle tan importante daño, el guerrero le golpeó certeramente en la mandíbula. Algunos dientes de la cabeza de león de la quimera saltaron por los aires y, aturdida, fue presa fácil para el gran General del príncipe Kanian.

Los dos, padre e hijo, atacaron al unísono para acabar con aquella intempestiva quimera y, con ataques mortales – Malrren la abrió medio en canal desde el cuello hasta medio pecho mientras Zerch introducía su espada a la altura del corazón desde el lomo -, acabaron con la quimera.

- Padre – lo llamó Zerch sudoroso, demacrado y preocupado bajándose de la bestia de un salto -. Nos han cercado innumerables monstruos. No sólo son trols y quimeras; también hay algunos basiliscos y fetiches – informó.

- ¿Es cosa de Kerri?

Zerch no tuvo que responderle. Un pequeño grupo de infantes de Kerri estaban peleando muertos de miedo contra una quimera que los estaba arrinconando a todos mientras los amenazaba con los colmillos exudando veneno de su cola de serpiente. El general y mejor amigo de Kanian, contempló el panorama mientras su mente pensaba a gran velocidad. No había otra salida y lo sabía. Miró a su hijo y la razón por la cual no había ningún dragón metálico en el aire se hizo clara y precisa. Zerch ya había hecho la alianza con ese general de Kerri llamado Lednar y lo sabía sin necesidad de que él se lo dijera.

"No pienso discutir la autoridad de mi hijo."

Era lo que debía hacerse ahora. Después ya vendrían las preguntas y las averiguaciones. En aquel momento de pánico e incertidumbre, él no debía intentar descifrar el motivo por el cual unos monstruos habían aparecido de vaya usted a saber dónde para cercarlos como a una piara de cochinos. No iba a permitir que esos seres nauseabundos y mortíferos acabaran con los suyos ni que interfirieran en el transcurso de la batalla particular que Nïan estaba teniendo con su primo y rival.

"El enemigo de mi enemigo es mi amigo."

- ¡Que todo el mundo se una codo con codo con los guerreros del Señorío! ¡Luchad con ellos como camaradas y venced a estas alimañas molestas que han osado interferir en nuestra disputa! ¡Que todo el mundo pregone mis palabras! – ordenó con un tono perentorio y autoritario -. ¡A luchar!

Y, dicho esto, con Zerch y Gaiver a su lado, se lanzó a por el siguiente trol.

***

Aquel dolor de nuevo.

La carne siendo desgarrada por unos dientes cuadrados y mohosos. El dolor iba a hacerlo estallar. Se sentía a punto de perder el sentido. Los contundentes pinchazos en la cabeza no le daban ni un triste respiro y parecía como si todo él se estuviera rompiendo a pedazos. El fetiche tiró su cabeza hacia atrás mientras sus manos deformes con tallos verdes en las puntas de sus dedos, tiraban con fuerza de su cuerpo para poder arrancar con mayor facilidad la mayor cantidad de carne posible. La boca de Gia se abrió y de ella salió un ronco jadeo lleno de sufrimiento. Por la comisura de su boca salió un ligero reguero de saliva, justo en el momento en que el monstruo de barro con aspecto antrópico terminaba de arrancar los últimos milímetros de piel y carne.

La humedad pegajosa de la sangre enseguida lo empapó. De nada había servido la magnífica hombrera de su armadura. Con gran facilidad, antes de morderlo, el fetiche se la había arrancado de un tirón y ahora colgaba tristemente a un lado de su brazo por una de sus dos correas. Cronos comenzó a respirar a grandes bocanadas mientras se retorcía en el suelo. De nuevo, un fetiche le había arrancado la carne de su hombro, aunque, esta vez, la cantidad había sido mayor y podía verse el hueso de la clavícula.

Pestañeó bañado en un sudor perlado de agonía mientras hacía un esfuerzo inconmensurable para incorporarse. Su mano resbaló a causa de su propio fluido vital y cayó sin misericordia de nuevo golpeándose en la herida. El dolor de cabeza y de pecho no le daban cuartel. Intentó usar sus poderes para sanarse, pero estos no lo obedecían. Era como si algo lo estuviese drenando y dejándolo seco. Algo parecía estar usando un método similar al suyo cuando "devoraba" poder temporal.

Cronos comenzó a arrastrarse por el suelo para alejarse todo lo posible de aquella sanguinaria criatura que, al parecer, parecía estar disfrutando de su sabor. Debía volver a coger su espada que se había alejado unos metros de él cuando fue atacado. Su avance fue detenido de sopetón y sintió que algo fangoso lo agarraba por los tobillos. Se revolvió para desasirse de aquel agarre sin éxito. Alzó la cabeza. El Fetiche lo aferraba con fiereza y sintió que los brotes que le salían de aquella especie de falanges se le clavaban en la piel.

Cronos, desesperado, siguió revolviéndose mientras entrecerraba los ojos e intentaba avanzar desesperadamente con ayuda de sus manos. Las uñas arañaban la superficie de la llanura de Sirakxs y se le estaban pelando la yema de los dedos a la vez que se lastimaba las uñas. El Fetiche tiró de sus tobillos con gran fuerza y él intentó frenar aquel movimiento aferrándose al suelo con fuerza. Algunas uñas se soltaron por su intento desesperado, pero, a la postre, cedió.

Su cuerpo empezó a ser arrastrado hacia el monstruo de arcilla o barro y éste se colocó entre los muslos de Giadel. Al parecer, el Fetiche había disfrutado sobremanera de su delicioso sabor y quería más.

Deseaba comérselo entero y no compartirlo con sus otros hermanos.

La espalda esbelta y extremadamente larga del monstruo se inclinó hacia delante al igual que su rostro liso, pero con un cráneo lleno de protuberancias de diferentes tamaños. La boca de dientes cuadrados volvió a abrirse y el joven pudo verlos completamente llenos de sangre y trozos de su propia carne. Se le subió la bilis al sentir su fétido aliento a podredumbre y muerte.

No había nada que hacer.

Lo iban a matar.

"No."

Las dos manos de Giadel se movieron rápidas y certeras como una culebra y tomaron las muñecas finas, uno de los pocos lugares donde un Fetiche tenía articulaciones que poder cortar. Sintiéndose bien de nuevo y sin ningún punzante dolor recorriendo su cabeza, el joven movió su pierna derecha y, haciéndole una clave de combate, lanzó por los aires al monstruo colocando la planta de su pie en su estómago y tirando con sus brazos. Con un golpe sordo, el ser cayó de espaldas y él, raudo, corrió a por su arma. La magia temporal volvía a recorrer su cuerpo con total normalidad y no tardó un ápice en utilizarla para curar su fea herida.

El Fetiche, sin querer quedarse sin su deliciosa presa, no tardó en incorporarse e ir a por él. Cronos, en perfectas condiciones para pelear nuevamente, se volvió hacia su contrincante con su arma lista y bien sujeta entre sus manos. Esquivó con soltura un manotazo de aquel y no le costó nada cambiar de lugar y colocarse en el costado izquierdo de su oponente. De un tajo, le cortó la mano y, después, la cabeza. El cuerpo del Fetiche cayó inerte al suelo y, al alzar sus ojos dorados, cuatro más fuero a su encuentro junto con dos quimeras y un trol.

- Bueno, nadie podrá decir que me aburriré en la próxima media hora – dijo y se lanzó hacia la batalla.

Kerri tendría que esperar.

***

Aquello era ya una completa locura.

La batalla se estaba complicando de un modo demasiado inesperado y casi surrealista. ¿De dónde habían salido aquellos monstruos? ¿Quién los había enviado allí? Porque, si Araghii tenía una cosa muy clara era que aquella trepa de bichos de razas distintas no se habían hecho amiguitos por voluntad propia para ser felices y comer perdices después de acabar con los seres superiores que dominaban el cotarro en el continente de Nasak.

El antiguo jefe de un grupo de contrabandistas, después de que la orden de Malrren se expandiera por todo el ejército activista, decidió dejar la vanguardia para Malrren y Gaiver y unirse a Corwën en la retaguardia, donde se estaban cebando de lo lindo con las pocas fuerzas que allí permanecían para defender el campamento que no era otra cosa que el hospital de campaña.

Araghii buscó a sus hombres mientras ordenaba a sus demás subordinados que se adelantasen hacia el sur. A su lado, Pólvora – con alguna que otra herida superficial – estaba recargando sus pistolas mientras Mochuelo, con la mirada abatida, intentaba mantener la compostura. Zorro no estaba por los alrededores y, según el informe del chico, había sufrido daños en la cabeza y en el hombro a causa de un mayal con una bola de pinchos. Y eso no era todo, a pesar de que se había alejado, Mochuelo decidió regresar para ayudar a su camarada y, entonces, lo vio llorando desconsoladamente mientras abrazaba a Nedro, el jefe de seguridad de los Montes del Alba y de la ciudad del Mercado Negro: La Corte de las Ratas de Mar.

No hacía falta ser un lince ni demasiado inteligente para atar cabos y entender lo que había sucedido. Nedro se había sacrificado por él y Zorro, que a pesar de no querer reconocerlo, todavía amaba a aquel hombre; no podía aceptar ni creer que ese cuerpo ya no respirase, que su corazón no latiese ni que su boca hablase. Entendió perfectamente ese sentimiento y recordó el peso casi inexistente del cuerpo de Sonus; el tacto de su sangre contra su piel...

Araghii miró a Chisare. La Dama de Gea estaba esperando a que él se pusiera en marcha al igual que los dos camaradas que le quedaban. Todavía no había ni rastro de Sanguijuela y pensó que, seguramente, ya estuviese en la retaguardia luchando con elegancia a las órdenes de Corwën. Sin decir ni una palabra, el general se dirigió raudo hacia su nuevo destino con sus amigos y compañeros al lado.

- ¡A la izquierda! – gritó Pólvora de sopetón.

Deslizándose rápido y certero por la llanura, un gigantesco basilisco había decido que ellos eran una buena presa. Araghii contempló aquella especie de serpiente gigantesca con patas delanteras provistas de unas garras curvadas y letales como cuchillas. El monstruo volvió su mirada hacia él y Araghii apartó los ojos para evitar el extraño poder petrificado de aquellas bestias creadas por los Dioses. Al menos no eran basiliscos negros – se dijo para animarse.

Aquella batalla ya se había prolongado más de cinco horas y todavía no parecía que tuviese algún fin. Mochuelo tensó su arco y lanzó una saeta al basilisco sin prácticamente mirar a su enemigo. La punta surcó el campo de batalla y, por suerte para ellos o por mala suerte del basilisco, ésta impactó contra uno de sus ojos. Desde luego, el único modo de vencer con cierta tranquilidad y seguridad a una de esas bestias feroces y casi extintas en Nasak, era privarlas de su habilidad para convertir a todo ser viviente en un pedazo de piedra que destrozar.

Rabioso y disgustado por la herida recibida, el basilisco llevó una de sus patas delanteras hacia su rostro con la intención de arrancarse la saeta. En ese preciso instante, Pólvora desenfundó una de sus pistolas y disparó a ciegas. La bala no impactó contra el otro ojo del reptil y éste, viendo que era preferible matar a aquellas criaturas blandas y molestas que ocuparse de la molestia que traspasaba su ojo, se volvió hacia Pólvora para matarlo.

Araghii, desenfundando sus dos pistolas, disparó a diestro y siniestro al basilisco para llamar su atención. Chisare, célere y elegante como la más hermosa centella, corrió por un lateral del monstruo de escamas marrones y lo hirió en el costado por el punto ciego. El basilisco se detuvo haciendo un sonido horrible y sibilante. Sacó su lengua bífida a modo de amenaza y abrió su boca en dirección a Chisare. La antigua reina, dio un salto hacia atrás esquivando los colmillos venenosos y nuevos disparos de Pólvora intentaron acabar con el único ojo sano que le quedaba. Uno de ellos tocó de refilón el globo ocular impactando en la separación que había entre sus dos ojos de pupilas finas e igual de afiladas que sus uñas.

Reptando por el suelo cansado de aquellos míseros pedazos de carne con extremidades, el basilisco se dispuso a acabar con aquella pantomima de una vez por todas. De un profundo coletazo en el pecho, derribó a Pólvora y se dispuso a petrificarlo para saltar encima de él y convertirlo en polvo. Una figura cayó sobre la espalda del basilisco a la vez que otra saeta impactaba contra su cabeza. Dos hachas de mano le habían rasgado la espalda y la carne abierta le escocía mientras su sangre se escurría entre su piel escamosa.

No le importó.

No iba a detenerse.

Simplemente tenía que mirar fijamente a su enemigo, al montón de carne fresca y jugosa sangre roja que no podía moverse por el impacto que había sufrido contra el pecho y que, tal vez, le había aplastado algo los pulmones.

Un silbido llamó su atención y se volvió hacia aquel sonido justamente cuando algo brillante se incrustó en su único ojo. Pólvora, casi sin ser capaz de respirar y aceptando que le había llegado la hora, se volvió hacia el hombre que, con grandísima puntería, había terminado de cegar al basilisco. Una sonrisa afloró en sus labios resecos y cortados por el sol abrasador. En pie, con el hombro vendado con un harapo, el rostro demacrado y sin ningún tipo de emoción, Zorro ya tenía listo otro cuchillo que lanzar entre sus dedos. Sin necesidad de que él volviera a intervenir, Chisare y Araghii atravesaron el cuerpo del basilisco sin piedad y terminaron con él.

Con paso en primera instancia tranquilo, Zorro se acercó a su compañero y lo ayudó a incorporarse en absoluto silencio. Pólvora se llevó una mano al pecho mientras intentaba recuperar la respiración y se palpaba el tórax. Sintió que algo no marchaba bien en su caja torácica, pero decidió permanecer en completo silencio. Araghii llegó hasta ellos acompañado de la Dama de Gea y el jovencísimo Mochuelo. El chico, sin despegar los labios, se abrazó a Zorro y éste, sin cambiar su expresión inexpresiva como el de una estatua de mármol, le acarició la cabeza.

- Pólvora, ¿estás bien? – le preguntó el general. Su segundo asintió.

- Sí, no es nada – mintió.

- ¿Y tú Zorro? ¿Puedes seguir luchando? – le dijo con segundas. El interpelado sabía que se refería tanto a su estado físico como anímico pues, de algún modo, sabía de la muerte de Nedro y lo que eso significaba para él.

- Estoy bien – dijo con una voz sin matiz, como si en ella no hubiese ni una pizca de vida.

Araghii, que no iba a dejarse engañar por unas palabras huecas, se acercó a él y lo abrazó a la vez que Mochuelo se separaba de Zorro. Kel, contuvo las lágrimas que pugnaban por salir y se dejó confortar por aquel hombre que le había salvado la vida una vez y que, sin conocerlo de nada, le había dado un lugar al que pertenecer y una nueva identidad con la que vivir.

Sin más tiempo para sentimentalismos, los dos hombres se separaron y volvieron a la carga para reunirse con sus compañeros de la retaguardia.

***

¿Cuántos había matado ya?

Cuando su espada degolló al número treinta, empezó a perder la cuenta.

Giadel, agotado, intentó permanecer en pie a pesar de que le flaqueaban las rodillas y de que, una vez más, las punzadas en el cráneo lo estaban matando. De nuevo se estaban descontrolando sus poderes temporales y, esta vez, sí que estaba seguro de que era Kerri el que estaba forzando aquello. Su cuerpo no podía resistir más la fusión con su alma mortal y el Tiempo quería escapar de aquella atadura. De aquella alma que no era lo suficientemente fuerte para controlar todo aquel vasto poder.

Los fetiches seguían llegando en masas y a él le sobrevino un nuevo pinchazo en la sien derecha que le llegó hasta el maxilar inferior. Siseó completamente apabullado por el dolor y tuvo que cerrar los ojos y llevarse la mano allí donde había sentido el punzón invisible incrustarse dentro de él. La espada cayó al suelo sin que él hiciese ningún mérito por desear recuperarla. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantenerse en pie. Su cuerpo temblaba con demasiada fuerza y un súbito mareo estaba haciendo que sintiera vértigo. Lo más curioso es que su alrededor no daba vueltas, simplemente era su cuerpo que, sin fuerzas, era el que se tambaleaba.

Dos fetiches se acercaban a él con aquellos rostros lisos sin ojos ni nariz tan tétricos, pero con unas bocas capaces de arrancar y masticar cualquier material duro. Nadie iba a acudir en su ayuda. Todo el mundo estaba demasiado ocupado luchando por su vida y por la de sus compañeros. La retaguardia activista era un caos y, a pesar de haber visto a su abuela correr con Araghii y tres de sus hombres, no los había llamado y, simplemente, había suspirado de alivio por ver viva y sin un rasguño a su adorada abuela. Aquella que los había criado a él y a su gemela.

Con eso le bastaba.

No quería que se preocupase por él y que acudiese en su ayuda porque sabía que, si lo hacía, tal vez Chisare acabase muerta o muy malherida y él, con aquella inestabilidad imprevisible, no sería capaz de curarla. Y Nïan no está aquí – se dijo.

Cronos intentó alejarse de los dos fetiches que lo tenían acorralado. Una extraña fuerza oscura se estaba haciendo eco en el lugar y eso lo estaba martirizando. ¿Qué era? Estaba seguro de que era algo peor que la mismísima muerte; una fuerza que no debería estar en el mundo mortal, algo que no concernía al mundo que gobernaba su padre Urano. Algo que destilaba el mismo odio que él sintió al despertar de su cautiverio.

Abrió los ojos al comprender y, por unos instantes ignoró su dolor de cabeza.

Él ya había sentido aquella presencia fuerte y oscura antes. Mejor dicho, la había sentido en muchas ocasiones. Una fuerza con un odio que se asemejaba al suyo y que, por ende, era capaz de comprender y con lo que sentirse cómodo. Había alguien que tenía un corazón tan negro, roto y maltratado como él. Eso hizo que no se sintiera solo; que alguien fuese capaz de sentir lo mismo que tú significaba que no era el único ser vivo – mortal o inmortal – en sufrir una traición por parte de tus progenitores, aquellos que te habían dado la vida y que deberían amarte y protegerte.

Era Xeral.

Estaba completamente seguro de que esa negatividad, rencor, odio y terrible sufrimiento eterno eran los sentimientos de Xeral.

Un fetiche se inclinó hacia delante y lo tomó del brazo. Él, sin poder desasirse de su agarre, sintió de nuevo unos dientes morder su carne. Con todas las fuerzas que le quedaban, aporreó aquella cara sin facciones y, sobre todo, aquella boca de dientes cuadrados sucios de moho. El fetiche se apartó de mala gana a causa de los golpes y de los dientes rotos y el otro aprovechó para propinarle un considerable arañazo con sus dedos. Una nueva herida se abrió en su piel y tres cortes bastante profundos discurrieron entre su cuello hasta su costillar penetrando en su armadura con escamas de dragón. Esta vez no pudo permanecer en pie y cayó al suelo de costado completamente sin fuerzas.

No podía creer que todo su esfuerzo hubiera sido en vano. Parecía que no importaba ni su presencia, ni la de Nïan... Ni tan solo la de Kerri. En aquel estado completamente ido, comprendió que Xeral había sido quien había invocado a aquellos seres con sus conocimientos profundos en la magia negra que él, como Dios del Tiempo, patrocinaba como Dios tutelar de los nigromantes.

"Todo ha sido culpa mía."

Su mente divagó y pensó en su hermana. Deseaba volver a ver a Galidel. Quería verla feliz con su cuerpo abultado a causa de su estado de buena esperanza. Quería ver la cara de su sobrina cuando naciera, de esa niña llamada Nannah de la cual le había hablado Kanian. Una niña que había estado predestinada a igualar o superar a su padre en poder.

Quería ver a Rea una vez más.

Deseaba pedirle perdón de rodillas y decirle una vez más que todo lo que había hecho siempre había sido movido por el amor que sentía por ella.

Algo empezó a agitar la tierra de nuevo que hizo vibrar su cuerpo. Un fuerte sonido se le metió en los tímpanos. Los dos fetiches se quedaron quietos y se agazaparon volviendo sus rostros lisos con protuberancias hacia la dirección de la que procedía aquel extraño pam pam.

¿Qué era? Parecía como si algo tremendamente pesado se estuviese dirigiendo a ellos a gran velocidad. El dolor de cabeza volvió a esfumarse y Gia pudo incorporarse. A los lejos aparecieron altísimas y robustas figuras que corrían hacia el camp de batalla. La boca de Cronos se abrió haciendo una "o" perfecta ante su asombro y un atisbo de felicidad. Los os fetiches chillaron agudamente mientras un formidable Golem, con el brazo hacia atrás, lo movía hacia delante y aplastaba a los dos fetiches de un solo golpe. Dicho ser de piedra se detuvo mientras los demás que iban tras él seguían hacia delante muy predispuestos a atacar a los monstruos que habían permitido que los activistas y los seguidores de Kerri hicieran una tregua insólita.

Alguien bajó del hombro del Golem y se dirigió hacia él. Cuando reconoció a dicha persona, se le detuvo el corazón.

- ¿Estás bien? ¿Puedes levantarte? – le preguntó con gran preocupación en la voz y en la mirada.

Sin poder decir sí o no, Cronos se limitó a abrazar a Rea.    


Nota:

Aquí os dejo el nuevo capítulo. ¡Ay qué emoción! Estamos a punto de llegar al final, ya queda nada. Espero que continuéis conmigo hasta el final y que disfrutéis con él tanto como yo.

Un abrazo:

Ester.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro