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Capítulo sesenta y nueve

La soledad del odio

El palacio estaba sumido en un absoluto silencio.

El niño abrió la puerta lo más silenciosamente que pudo. Lo saludó el corredor oscuro y sólo iluminado pobremente en algunos tramos con las piedras mágicas de luz que, al girarse en una posición concreta o se apagaban o se encendían. El pequeño de cuatro años aferró con más fuerza el osito de trapo relleno de arroz contra su pecho. A pesar del pánico que le daba el pasillo del palacio por las noches, no quería permanecer solo en su dormitorio por más tiempo.

La pesadilla horrible que lo había despertado todavía hacía que su menudo cuerpo se estremeciera. Cerrando la puerta girando el pomo todo lo suave que pudo, el niño se internó en el corredor y comenzó a transitarlo con pasos pequeños e inseguros sin dejar de sujetar con fuerza su único juguete y mejor amigo: su osito. El lugar al cual se dirigía tampoco se encontraba demasiado lejos, solamente tenía que andar una distancia poco considerable y detenerse tres puertas más allá de su propia estancia.

Un sonido lo asustó y se detuvo abrazando su osito mientras se hacía un ovillo en el suelo. No quería mirar su espalda. ¿Y si le ocurría lo mismo que en su pesadilla? ¿Y si un hombre de ojos amarillo lo atravesaba con una espada? Cuando pasaron los minutos y nada sucedió, el pequeño pudo recuperar la compostura y se levantó para proseguir su camino. De nuevo todo estaba en un completo silencio calmado, ligero como el de una pluma que cae del cielo hasta un prado de hierba verde.

Después de un corto lapso de tiempo que al niño se le hizo eterno, llegó al fin a la puerta; a esa puerta que, a pesar de no poder franquear con frecuencia, era uno de los pocos lugares que sentía como un santuario. Para él, aquella estancia era un lugar seguro donde, con el dueño dentro, se sentía feliz y protegido.

Pensando que tal vez el ocupante de la estancia estaría ya dormido por las altas horas de la noche, abrió la puerta sin anunciarse o pedir permiso. La puerta soltó un ligero chirrido y lo primero que vio el chiquillo fue la luz de un candelabro. En la gran cama de madera con dosel, un niño de siete años estaba cómodamente apoyado contra unos cojines leyendo un grueso códice. Al instante en que habían abierto la puerta, la cabeza castaña del dueño de la habitación alzó el rostro de su lectura y clavó sus ojos bicolores en el recién llegado. Sus iris, uno castaño y el otro azul, brillaron bajo la luz de las velas del candelabro de la mesilla de noche.

- ¿Qué haces aquí, Xeral? ¿Pasa algo? Deberías estar dormido.

El interpelado entró en la estancia de su hermano mayor y cerró la puerta.

- He tenido una pesadilla – dijo sin contener demasiado su voz llorosa – y me he hecho pis – hipó mientras se deslizaba por su regordeta mejilla una gruesa lágrima y él, de sopetón, rompía a llorar.

Varel, soltando el libro, saltó de la gran cama doble y corrió hacia su hermanito. Xeral, que seguía llorando y no soltaba el muñeco, sintió los brazos delgados y fuertes de su hermano alrededor de su cuerpo y su cabeza presionando la suya de cabellos tan negros como la obsidiana. Nada más entrar en contacto con su hermano mayor, todo él se sintió seguro, protegido, a salvo de cualquier mal. Dejó que su llanto saliera para que aliviara el temor de su corazón mientras Varel le acariciaba la espalda con ternura. Cuando se tranquilizó, su hermano se arrodilló frente a él y le secó las lágrimas de las mejillas.

- No pasa nada, Xeral. Yo estoy aquí para protegerte. Por algo soy tu hermano mayor – le dijo con una preciosa y amorosa sonrisa infantil. Aquellas palabras aliviaron tanto al chiquillo que, al fin, Xeral sonrió feliz -. Ven, vamos a lavarte primero. Puedes quedarte a dormir conmigo esta noche si tienes miedo.

Xeral no siguió a Varel. El mayor se extrañó.

- ¿Qué pasa? – le preguntó mientras esperaba a que él lo siguiera al baño.

- No creo que sea buena idea quedarme – dijo en voz baja.

- ¿Por?

- Si madre se entera que salí de noche de mi habitación, que me hice pis y que, después vine aquí contigo, me reñirá.

Xeral se estremeció al pensar en su madre. Myrella era una mujer encantadora, una de las Hijas del Dragón más hermosas que habían pisado el trono del Palacio de Sílex como reina de Arakxis, pero Xeral la temía. Y mucho. A pesar de contar con un aspecto encantador y contar con una finura exquisita, Myrella era increíblemente severa con Xeral. Hiciera lo que hiciese, nunca estaba la madre contenta con su hijo menor y, constantemente, lo comparaba con el mayor despreciando todo lo que era Xeral. Se burlaba de su debilidad, de su torpeza en los ejercicios atléticos y en su poca cabeza para el estudio. A la mujer no parecía importarle que sólo tuviese cuatro años. En ocasiones, Xeral creía que ella lo odiaba y que buscaba cualquier excusa para poder lastimarlo de la forma que considerase oportuna. La mayoría de las veces sólo era algún que otro coscorrón en la nuca, pero...

- ¿Por qué debería reñirte? – le preguntó Varel algo perplejo. Su madre no solía regañarlo nunca y, por ende, no creía que pudiese hacerlo con alguien que no fuese el servicio del palacio.

- Por mojar la cama – respondió en un murmullo.

- No temas por eso – dijo el niño de cabello castaño quitándole hierro al asunto como sólo puede hacer un niño -. Antes de que madre se dé cuenta, le diremos a las criadas que no le vayan con el cuento. A ellas no les importará lavar las sábanas sin informar a madre de algo tan tonto.

De nuevo sintiendo un enorme alivio en su afligida y asustadiza alma, Xeral se dejó conducir hasta el baño donde su hermano le quitó su camisa de dormir para limpiarle sus partes íntimas y los muslos. Cuando estuvo completamente limpio, Varel le prestó una camisa de las suyas y, como a él le venía grande, los dos hermanos comenzaron a reírse y a jugar en la cama. Varel cogió a Xeral por banda y no tardó un ápice en hacerle cosquillas en la barriga. El menor, entre risas, intentó apartarse de su hermano y Varel, en vez de dejarlo escapar, lo achuchó contra su cuerpo y comenzó a besarle las mejillas mientras Xeral reía.

Cansados de jugar, los dos hermanos se tumbaron uno al lado del otro en el lecho y Xeral contempló el techo.

- ¿Qué estabas leyendo tan tarde? – le preguntó.

- Un libro que me prestó Qurín. Habla de los dragones.

- ¿Dragones? – preguntó el niño interesado -. ¿Cómo eran? ¿Qué dice? – quiso saber.

- No dice muchas cosas que no podamos deducir viendo la escultura de Zingora que protege el palacio. Al parecer, los primeros Hijos no dejaron demasiado información. Habla de los grandes poderes que poseían los dragones, de su longevidad en el tiempo, de su guerra contra los Elfos... pero no esclarece demasiado.

- ¿Qué quieres decir?

Varel frunció el ceño preocupado.

- No habla sobre cómo funcionaba su magia ni cómo controlarla. Menciona efectos secundarios por su uso, es lo único.

- ¿Tú tienes magia? – le preguntó sorprendido.

Xeral no sabía nada sobre las habilidades de su hermano. Todos sabían que él era "el Marcado" y que su destino era casarse con una princesa de Senara en el futuro para poder engendrar a un nuevo dragón para que la raza de su antepasado volviera a Nasak.

Y aquello era lo que más enorgullecía a sus padres.

Riswan y Myrella no cabían en sí de gozo por tener a Varel como su primogénito. Después de la muerte del "verdadero" Marcado, su abuelo Gratén, nadie creyó que hubiese alguna esperanza para su raza. El milagro, el deseo del regreso de los dragones, había muerto con el anterior rey, pero cuando Urano se presentó de nuevo para darles una segunda oportunidad, nadie creyó que un nuevo Marcado llegase. Y, ante aquella segunda y última oportunidad, nadie estaba dispuesto a que nada malo le sucediese a Varel. Él estaba destinado a ser el rey y a hacer renacer a los dragones y, por lo tanto, debían prepararlo como tal para que el incidente de Gratén y Sadella no volviese a suceder.

- Sí, tengo magia – reconoció -, pero no sé usarla por mí mismo. Es un poder que me sana cuando me hiero y, además, me hace ser incapaz de sentir dolor. A igual que tampoco me permite morir.

Un estremecimiento sacudió a Xeral cuando la voz de Varel se tornó baja y seria. Su tono de voz había cambiado y parecía una persona más mayor. Eso lo asustó. Nunca había escuchado aquel tono de voz en él.

- Una vez cogí mi espada y me atravesé con ella el estómago. No sentí ni pizca de dolor a pesar de estar sangrando como un cordero degollado en las fiestas de primavera. El suelo se llenó de sangre y sentí su sabor en la boca. Entonces, sin que me moviera, la espada salió sola de mi cuerpo y la herida se cerró. Lo único que quedó como prueba del delito fue el charco de sangre y mi propia espada empapada de ésta.

Xeral se horrorizó y, sin poder controlarse, se puso a llorar mientras se abrazaba a su hermano. Aquello cogió a Varel por sorpresa que dejó de estar tan sombrío para sentir una calidez dulce en el corazón.

- No vuelvas a hacer eso – lo regañó su hermano pequeño -. ¿Y si la próxima vez te muertes de verdad?

- Lo sé, lo sé; tienes razón – dijo para calmarlo con una sonrisa condescendiente -. Siento haberte contado algo tan sórdido.

- ¿Qué significa sórdido?

- Algo miserable – le explicó.

- Tú no eres miserable, eres el príncipe heredero de Arakxis.

La inocencia de Xeral encandiló a Varel que lo abrazó con ternura.

- Tienes razón, hermano. Venga, vamos a la cama.

- ¿Y el códice? – preguntó inseguro. No quería entorpecer los estudios de su hermano. Si lo hiciera... su madre lo molería a palos y su padre se limitaría a mirarlo con desdén y desprecio.

- Ya terminaré de leerlo mañana por la mañana – repuso restándole importancia.

Los dos niños se metieron bajo las sábanas y, en menos que canta un gallo, Xeral se durmió.

La mañana pareció llegar demasiado pronto para el pequeño y, aunque todavía se encontraba en los brazos de Morfeo, el señor y amo del mundo de los sueños, le pareció escuchar una voz elevada gritando por la novena planta del Palacio de Sílex. ¿Era su nombre lo que estaban diciendo? Alguien entró en la habitación y él, medio dormido, intentó incorporarse de la cama. Una mano lo tomó del cabello despeinado y lo lanzaron al suelo. Su espalda chocó con uno de los muebles de la alcoba de Varel y Xeral gritó de dolor. Sin saber muy bien qué había ocurrido, el niño intentó enfocar la mirada y, entonces, vio lo que más temía.

Se le detuvo el corazón.

Myrella, con las mejillas encendidas, lo miraba con desprecio desde arriba. Él empezó a sentirse más insignificante que una pequeña pulga. Los ojos naranjas de ella que él había heredado, lo fulminaban, lo atacaban y lo acuchillaban. No se atrevió a abrir la boca.

- ¿Qué demonios haces aquí? – le preguntó sin alzar demasiado la voz a pesar de que esta estaba cargada de severidad -. Te he dicho que no debes dormir con tu hermano, no debes molestarlo ni perturbarlo con tus mentiras y tus ganas de llamar la atención.

- Tuve una pesadilla – dijo para intentar explicar el motivo de su estada allí -. Soñé que un hombre de ojos amarillos me atacaba por la espalda y que Varel...un Varel adulto... él no me ayudaba.

Una sonora bofetada le cortó la respiración y la explicación. Todo su cuerpecito cayó hacia un lado mientras su madre lo agarraba de un brazo y lo arrastraba por el suelo.

- Deja de mentir y de simular dolencias o penas que no son ciertas. ¿Cómo osas difamar a tu hermano? ¡Él es el elegido! ¡El Marcado! Ni en sueños haría algo tan cobarde.

Xeral, que no era la primera vez que recibía aquel trato por parte de Myrella, intentó incorporarse para seguirla a pie y no magullarse las piernas y las rodillas. Con un empelló, la reina introdujo al niño en su habitación y cerró la puerta con llave. Xeral contempló su cama con sábanas limpias. En un rincón estaban las que había ensuciado de pipí. ¿Por qué estaban allí? ¿Cómo se había enterado Myrella de eso? Varel le prometió que se ocuparía de que su madre no se enterase. ¿Le había mentido? No, eso era imposible.

- No me gusta tu comportamiento, Xeral – dijo Myrella con un tono dulce y empalagoso, un tono que sólo utilizaba con él y que, de ser mayor, podría identificar el sarcasmo y la ironía. El sadismo que se escondía en realidad en aquella mujer obsesionada con su hijo primogénito y con el poder que da un trono -. Has vuelto a mearte en la cama como si fueras un bebé. ¡Eso no lo hace un príncipe! ¿Es que quieres avergonzarme? – preguntó de una forma lastimera totalmente fingida, el mismo tono que él utilizaría con su propio hijo Kerri muchísimos años después.

- No – negó él arrepentido.

- No fuiste al baño antes de acostarte, ¿cierto?

- Sí lo hice.

- ¡Mentira! – gritó ella con los ojos echando chispas y con venitas rojas en sus globos oculares -. Eres un niño muy mentiroso – musitó tomando algo que había sobre la cómoda de la habitación que Myrella habría dejado allí antes de ir a buscarlo -. Y sabes que detesto eso de ti.

- Madre – suplicó al ver que Myrella tomaba una vara fina y flexible de madera entre sus elegantes dedos sin ningún tipo de cicatriz-. No te he mentido.

- Ven aquí, cariño. Mamá debe castigarte para que aprendas. ¿Crees que me gusta golpearte? ¿Crees que lo disfruto? – preguntó con un tono de voz demencial y con los ojos muy abiertos -. Pues no, no lo hago – dijo agachándose ante el chiquillo que no dejaba de temblar y llorar -. Pero, si no lo hago, jamás aprenderás tu posición. Sólo eres un segundón, un príncipe sin derecho a nada y que solamente debe vivir para que su hermano triunfe. ¿Lo comprendes?

Cuando el niño creyó que ella le acariciaría la mejilla, ella lo cogió por el cuello y lo puso en el suelo boca abajo. Alzando la vara hacia el cielo, comenzó a golpearle la espalda y no se detuvo hasta que vio las primeras gotas de sangre a través de la tela.

***

Había un gran silencio sepulcral en el lugar. Ni siquiera una ligera brisa veraniega se atrevía a interrumpir aquel momento de total concentración, aguante y espera. Ninguno de los tres parecía querer moverse o atreverse a dar el primer paso. A él definitivamente le daba igual comenzar, pero prefirió quedarse impasible con el hacha entre sus manos. Una gota de sangre que todavía no se había coagulado ni secado en aquella hoja cayó al suelo y él la contempló de reojo.

Su madre nunca le dejaba marcas cuando le propinaba uno de sus "castigos". Era muy concienzuda en lo que hacía. ¿Qué hizo ella cuando la sangre manó en su espalda jugosa y tierna? ¿Lo consoló diciendo que lo quería a pesar de que era un ser despreciable y retorcido? Sí, eso hizo. Esa era su frase favorita, una especie de mantra sin fin: Xeral, eres un ser inferior, alguien despreciable que odia a su hermano.

¿Cómo podían ser ciertas sus palabras? Él no odiaba a Varel, era lo contrario: ¡lo quería y admiraba! ¿Por qué su madre insistía en decirle siempre aquellas palabras tan dañinas a un pobre niño de cuatro años?

Aquella pequeña distracción fue lo que hizo que sus dos únicos parientes consanguíneos fueran a por él. Xeral vio a Nïan adelantarse y ser el primero en atacarlo con una frialdad y una puntería certerísima. Achicando los ojos naranjas, Xeral afianzó totalmente sus pies en el suelo separando las piernas unos centímetros y cuadró los hombros mientras movía el hecha para detener la katana. El sonido metálico de los filos chocando reverberó en su tímpano justamente cuando la figura de Kerri apareció tras la de su primo. Reuniendo sus fuerzas y echando hacia delante la mitad superior de su cuerpo sin mover las piernas, Xeral empujó a Kanian para apartarlo y movió el pie derecho hacia delante y el izquierdo hacia detrás moviéndose ligeramente hacia la derecha. Sus dos brazos en posición asimétrica sujetando su gran hacha, se echaron hacia atrás. El acero de su hijo pasó rozando su cadera izquierda. Xeral cambió el peso de su cuerpo hacia su lado izquierdo y movió sus manos para dirigir su arma contra su hijo. Kerri, que lo vio de reojo, fue lo suficientemente rápido como para apartarse de un salto.

La mente de Xeral hervía.

¿Qué pasó después de aquella paliza?

Después de aquello todo comenzó a cambiar de un modo radical en el Palacio de Sílex. Su madre le prohibió tajantemente ir a los aposentos de su hermano a cualquier hora del día. No debía molestar al príncipe heredero en sus estudios y entrenamientos tan importantes para su divino cometido en la vida.

Se distanciaron.

Varel nunca tenía tiempo para él y Xeral cada día estaba más solo y amargado con la única compañía de su osito de trapo que, en un arrebato de ira, su madre destrozó con un puñal. El arroz que lo rellenaba cayó al suelo y una criada lo recogió y lanzo al fuego juntamente con la tela. Con cinco años, a Xeral se le prohibió jugar y empezó su entrenamiento como príncipe de los Hijos del Dragón.

Un destello azulado llamó su atención. Cambiando la posición de sus manos en el mango del hacha, Xeral dirigió a Kanian un ataque con la otra parte de su hacha. Éste movió ligeramente el cuerpo para que la punta remachada con bronce no le hiriese seriamente en el músculo del brazo, sino que lo hizo para que simplemente le propiciara un arañazo en alguna de sus fuertes escamas. La katana bajó y Xeral arqueó la espalda para evitar el arma enemiga. Con gran fuerza, Xeral lanzó el hacha hacia arriba y dio una voltereta hacia atrás utilizando manos y pies. Cuando aterrizó con sus dos pies, alzó su mano derecha y el mango del hacha aterrizó en ella. Impulsándose hacia adelante, corriendo a gran velocidad, con la mirada febril y llena de veneno, se dispuso a hacerlos trizas.

Su infancia terminó incluso antes de que Xeral hubiese aprendido su sentido. Se esfumó antes de que la notara en el paladar, en la piel y en los huesos. Con cinco años dejó de ser un niño y tuvo que aprender a comportarse como un adulto. Myrella le enseñó a base de golpes, capirotazos y pescozones cómo debía comprarse un príncipe; aquel que simplemente había venido a aquel mundo para representar a su hermano y luchar por sus intereses. Los sentimientos de Xeral no importaban, tampoco sus deseos o aspiraciones en la vida.

En aquellos días en que los juegos y las risas terminaron para él, necesitó más que nunca a su hermano, mas Varel nunca estaba. Si tenía suerte, podía verlo a la hora del desayuno o en la cena. Como los dos todavía eran pequeños, no podían comer sin la supervisión de un adulto versado en la etiqueta y en el protocolo. Y, cuando tenía la buena fortuna de coincidir con él, casi no intercambiaban ni una simple palabra. Unos buenos días, quizá un que te vaya bien el día... Cuando Varel se levantaba de la mesa, Xeral siempre esperaba que su hermano se diese la vuelta y le dedicara una sonrisa, aquella llena de ternura que le decía que todo estaría bien.

Nunca la vio de nuevo.

¿Por qué? ¿Por qué su hermano parecía no querer saber más de él?

La soledad no tardó en martirizarlo por las noches y, poco a poco, sin que él pudiese percibirlo, una perversa y maligna oscuridad empezó a desarrollarse y a crecer dentro de su alma y corazón.

Pasaron los años y nada cambiaba. Las palizas seguían diariamente, su padre continuaba ignorándolo solamente preocupado por la guerra contra el reino de Senara. Y su hermano... Él lo había sustituido. Mientras él era marginado por sus compañeros de entrenamiento por ser débil y no demasiado diestro en el combate, él había encontrado dos amigos que siempre estaban a su lado: Hoïen y Patrexs. Con ellos dos, su hermano mayor sonreía y se divertía incluso mientras se entrenaban duramente en el campo de entrenamiento. ¿Cómo podía ser eso posible? ¿Por qué él lo tenía todo y Xeral no tenía absolutamente nada salvo un extraño dolor que lo atenazaba a todas las horas de día?

Él también quería estar en aquel grupo de tres. Quería ser aceptado y volver a reír con Varel del mismo modo que hicieron aquella última vez que él le hizo cosquillas en su habitación.

¿Y el odio?

¿Cuándo llegó aquel odio sin fin que lo quemaba por dentro y lo hizo tal cual como ahora era?

Sí, fue aquel día. El día en que sus compañeros de promoción lo humillaron públicamente en el campo de entrenamiento.

- Mirad el principito – se burló el chico que lo había arrojado al suelo y le había quitado la espada de madera -. ¿De nuevo en el suelo? Habrías sido de mayor utilidad si en vez de nacer en la realeza hubieses nacido en la servidumbre. Sólo vales para lamerle los pies a la élite.

Todos se mofaron de él y sonoras carcajadas llenaron el lugar y perforaron su cerebro. La vergüenza y la humillación amenazaban con destrozarlo. Sus ojos picaban y le dolía el pecho. Se ahogaba ante aquellas carcajadas y se odió a sí mismo por no ser tan bueno como todos los demás, por no ser capaz de luchar con tanta fiereza y soltura. ¿Cómo explicarles que le daba miedo herir a alguien? ¿Cómo explicar que, de alguna manera, se reprimía y que se sentía acongojado y superado por la espada que sujetaba por mucho que fuese de entrenamiento?

- ¿Xeral? ¿Qué sucede aquí?

Xeral quiso que se lo tragase la tierra y morirse en aquel mismísimo instante. Casi no se atrevió a alzar el rostro y mirar la figura esbelta y bien definida de su hermano mayor. Varel, que era el mejor guerrero que nunca antes había existido en los Hijos del Dragón a pesar de ser un simple adolescente, miraba uno a uno a los compañeros de Xeral.

- Príncipe Varel – dijeron todos a modo de saludo. A su lado, Hoïen y Patrexs tenían unas poses relajadas que eran más peligrosas que cualquier espada en manos de un consumado guerrero.

Xeral alzó sus dos ojos naranjas buscando los bicolor de su hermano. No quería estar en esa situación. ¿Qué pensaba que estaba haciendo? ¿No iría Varel a decirles algo? No, por Urano, que no lo hiciese. No sería capaz de soportar las burlas del día siguiente ni tampoco el castigo que le esperaba de su madre en cuanto se enterase.

- ¡¿Qué creéis que estáis haciendo insultando a un príncipe? A vuestro príncipe – recalcó con un tono de voz amenazador y duro.

Por favor, que se calle – suplicó. Sus ojos se encontraron con los de su hermano y Xeral le pidió que no dijera nada más. Eso no era lo que él necesitaba en aquellos momentos. Pero, en vez de leer en sus ojos, se limitó a hacer lo que él consideraba que debía hacer.

- No pienso tolerar este trato hacia mi hermano. Informaré al instructor y...

- ¡Cállate!

Gritando y sacando una fuerza que no sabía que existiese, Xeral se levantó como un resorte y lo miró furioso.

- ¡Cállate, cállate, cállateeeee! No necesito tu ayuda ni la de nadie – dijo antes de echar a correr del campo de entrenamiento.

Le dolía el pecho mientras recorría el camino hacia el interior del palacio con un único pensamiento y ruego en la mente: sígueme, hermano; ven a por mí. Necesitaba que Varel lo siguiera, que lo cogiera del brazo, lo detuviese y lo abrazase con fuerza. Xeral necesitaba llorar en su pecho y sentir las caricias gentiles de su hermano mayor, las mismas que le prodigaba cuando era un niño asustadizo y pequeño. Quería desahogarse con él y que, como antaño, le dijese que no debía preocuparse por nada. Que él, como su hermano mayor, lo cuidaría y lo protegería. Quería que Varel le dijese con una sonrisa traviesa y cariñosa que le enseñaría a luchar para que demostrase a aquella pandilla de engreídos que era tan bueno como el mejor guerrero.

Y, sobre todo, quería pertenecer a su grupo y estar a su lado.

Xeral se detuvo con la respiración frenética y un contundente dolor en el pecho causado por la falta de oxígeno. Esperanzado, se dio la vuelta esperando ver a su hermano a punto de alcanzarlo. Mas, para su desilusión y desesperanza, estaba completamente solo. No había nadie más en el corredor aparte de él. Darse cuenta de aquel hecho hizo que una lágrima descendiera de su ojo derecho y algo dentro de él se rompiese y se desvaneciese para siempre.

¿Por qué?

¿Por qué no lo había seguido para intentar consolarlo?

Completamente solo en el pasillo, Xeral se dejó caer contra la pared y se abrazó las rodillas con fuerza y hundió la cabeza mientras algo oscuro, maligno y ponzoñoso crecía sin parar y se instalaba definitivamente en su corazón. De allí, aquel extraño fuego que lo estaba consumiendo se extendió por todo su cuerpo a partir de sus venas.

Todos le habían dado la espalda.

Estaba solo.

Sí él no fuese el marcado, si Xeral hubiese tenido aquel don, entonces... ¡Entonces no se encontraría en aquel deplorable estado llorando! ¡No sería humillado, apaleado ni insultado una y otra vez desde que tenía memoria! ¿Debía conformarse con eso y con la lástima de los criados cada vez que veían cómo su madre lo golpeaba? Él no quería la lastima de nadie. ¡Simplemente quería que lo reconociesen y dejasen de compararlo con Varel!

Si Varel no existiera...

Sí él hubiese sido el marcado...

El odio que había sido plantado en su corazón por Myrella y que fue fertilizando con sus palabras y palizas, aquel día, finalmente, había germinado y florecido. Y, cuando esa flor de odio se abrió, se sintió bien por primera vez en su vida. Una extraña fuerza se abrió camino a empujones y aquello que había sido Xeral, murió para siempre.

Con el rostro sombrío y una nueva fuerza latiendo en su pecho, Xeral se levantó y se limpió con rudeza aquellas lágrimas molestas y sinsentido. Una extraña y calculadora sonrisa brotó en su rostro y el brillo de sus ojos dejó de ser inocente y cándido para estar lleno de odio y malicia.

De calculación y planes.

Si eso era lo que todos querían, que así fuese. Si todos creían que odiaba a su hermano y que quería su vida, eso mismo estaba dispuesto a ser. Mientras recorrió aquel corredor hacia sus aposentos para asearse, Xeral se juró que destruiría a toda su familia y que se haría con el control de todo el continente de Nasak.

Al día siguiente, cuando luchó con el chico que lo humillara el día anterior, le propinó tal cantidad de golpes con la fuerza justa en los sitios adecuados que, cuando el instructor quiso detener el encuentro, fue demasiado tarde. Xeral, con un rostro inocente y encantador, miró el cuerpo desmadejado de su compañero como si no fuese capaz de creer lo que había sucedido. Bueno, se dijeron los adultos, aquellas cosas solían pasar. Había sido un simple accidente.

Si alguien hubiese sido capaz de leer la mente de Xeral lo hubiesen visto reír y lamer su espada de madera ensangrentada.

Aquella fue la primera persona que mató.

La primera vez que saboreó el poder y que se comenzó a destrozar a sí mismo. 


Nota:

Hola a todos: 

aquí os dejo con el nuevo episodio. Sé que cómo el final está cerca, muchos queréis que suba más seguido pero me es imposible y es por el hecho de que quiero escribir el final que tanto deseo y que tengo pensado. y, para ello, tengo que pensarlo muy bien, releer algunos capítulos de las novelas anteriores y lidiarlo todo con mis obligaciones y mis propios problemas. Creo que es preferible escribir más concienzudamente y despacio que rápido y que quede todo fatal. Ni yo me merezco escribir basura ni vosotros merecéis un final convencional, adivinado de antemano y el típico de serie B. Esta novela merece acabar con todas sus tramas cerradas, con todo bien explicado y, de ahí, este capítulo dedicado a Xeral para conocer el por qué de su odio y de por qué es así. 

Espero que ahora le entendáis un poco - nadie pide que lo améis y eso no le quita que esté loco ehh, que yo soy la primera que lo dice jajaaj.

En fin no me enrollo más.

Nos vemos pronto!!!! Un besazo muy fuerte a todos !!1 W_W

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