Capítulo sesenta y cuatro
Retorno de esperanza y sangre
Su rugido reverberó en el aire extendiéndose a miles y miles de kilómetros. Tanto él como Giadel sabían que el margen de error sería alto, pero Nïan no pudo imaginar cuánto. Nada más salir de aquella especie de vórtice, el Dragón vio el espectáculo más inimaginable y terrible posible. La batalla hacía mucho que había comenzado y aquello se sabía simplemente por el olor putrefacto de la muerte que inundaba aquella atmosfera.
En la llanura había miles y miles de cuerpos sin vida, tirados de cualquier modo como si fuesen muñecos de escayola rotos y otros miles y miles más luchando con ahínco y desesperación. Y no sólo eso: en el cielo, los Señores del Dragón hacían de las suyas enfrentándose a los dragones que él consiguiera en el pasado para su causa y a otros con activistas que- seguramente- los habían conseguido de algún modo durante el transcurso de la lucha. Otros elementos importantes también estaban presentes: los Zepelines de guerra de su primo, dos leviatanes luchando al lado de los guerreros de Zerch, otros dos muertos alrededor de la lucha entre las infanterías y... ¡Banshees masacrando a soldados y torres bélicas!
Kanian no tenía ni idea de cuál habría sido el plan de ataque y resistencia de Malrren y los demás generales, pero nada más cerciorarse de que todos ellos estaban con vida con un rápido sondeo; se sintió aliviado porque – aunque tarde – había logrado llegar a tiempo para terminar con aquello de una vez por todas. Sobre su cuello, Cronos contemplaba el mismo panorama que él y sintió como el chico se tensaba. Entonces, los dos, dirigieron sus mirandas hacia la pequeña figura sentada en el descomunal dragón de acero que estaba más allá de los Zepelines y algunos Señores del Dragón.
- Hay que ir a por él – siseó el mestizo mientras colocaba la mano derecha sobre la empuñadura de su espada. Su cabello cobrizo revoloteaba alrededor de su cara.
- Sí, pero antes deberías ocuparte de tus Banshees – apuntó él mientras sentían que todas las miradas – incluso la de las criaturas de Cronos – se dirigían hacia ellos.
- Cierto es. Y, antes que eso – musitó señalando los Zepelines -. Esos globos de ahí molestan.
- Demasiado – coincidió el joven príncipe - ¡Agárrate! – le gritó.
Sintiendo que Gia se sujetaba con fuerzas sobre su cuello escamoso, Kanian se impulsó a gran velocidad con sus alas. Rugiendo de nuevo, con más rabia y más amenaza que la vez anterior, se precipitó sobre los dirigibles. Abriendo su boca, una bola de fuego salió disparada y se estrelló con el primero de los zepelines de metal. El fuego no tardó en derretir el fuselaje de la máquina voladora y, con su mente, hizo que ésta se dirigiera hacia la sala de máquinas y la reventase. El zepelín, con rapidez, explotó y el que estaba a su lado recibió el terrible golpe de la onda expansiva, produciéndole grandes daños que también lo hicieron estallar.
Kanian, rodeado con una barrera para proteger a Gia de las llamas y de las piezas del fuselaje que saltaban por los aires, incrementó su velocidad. Como una centella azul, atravesó sin dificultad todos los zepelines que, alineados en formación, se lo habían puesto todo en bandeja para que él los destruyera en un santiamén.
Y aquellos endemoniados dirigibles con cañones no fueron los únicos en acabar mal. Todos los zepelines, estallando por el fuego interno que la intromisión de Kanian había causado, hizo que los Señores del Dragón que estaban a su alrededor acabasen afectados igual que algunos infantes de la retaguardia de Kerri. Estos comenzaron a correr en desbandadas para intenta escapar de las piezas de metal que caían del cielo y de la propia estructura en llamas de los Zepelines que, con pesadez, caían sobre ellos. Y a lo que concernía a los jinetes alados de su primo... El fuego y los trozos de metal los estaban atacando de manera brutal.
Kanian frenó en seco y observó el resultado. Algunos Señores del Dragón gritaban en agonía mientras las llamas los consumían y otros sufrían graves heridas por las piezas que, al salir despedidas en todas direcciones, se habían incrustado en sus cuerpos y en el de sus máquinas. Un estremecimiento hizo que girase a la derecha y la garra desproporcionadamente grande de Tánatos no pudo cumplir con su objetivo. Maldiciendo aquella bajada de guardia, Nïan retomó su vuelo y se precipitó hacia el segundo foco de acción esquivando el contacto directo con Kerri por el momento.
- Acércate todo lo que puedas – le pidió su compañero. Éste asintió y, de nuevo, sintió algo a su espalda.
"Mierda."
Su primo, con los Señores del Dragón supervivientes a la destrucción de los zepelines, iban tras él con la intención de luchar. Apretando la mandíbula, Kanian aceleró su caída en picado. Gia, frunciendo el ceño y apretando los dientes, hacía lo posible por no caerse.
- Tenemos que separarnos – le gritó Cronos mientras miraba por encima de su hombro. El dragón mecánico de diez metros de alto de Kerri estaba prácticamente encima de ellos.
- Pero...
- Tenemos que hacer lo que debemos hacer. Y yo, ahora, tengo que detener a las Banshees. ¡Acércate cuanto puedas al suelo! – le pidió mientras desenfundaba su espada y seguía contemplando la cercanía del enemigo -. ¡Saltaré!
- Entendido – confirmó y aumentó la velocidad.
Ya casi estaba.
Podía ver los pedazos de madera saltar por los aires al igual que pedazos de carne, huesos y sangre.
- Suerte – se dijeron al unísono cuando faltaban pocos metros para que Kanian se estrellase contra el suelo o alzase su cuerpo. Haciendo lo segundo, Cronos saltó de su cuello y Kanian, con un tirabuzón aéreo, esquivó el mordisco de Tánatos y ganó altura. Kerri, manejando con maestría su montura, hizo que ésta lo persiguiera al igual que los demás Señores del Dragón.
Cronos tocó el suelo como si, en vez de caer desde una altura y velocidad considerables, hubiese saltado de la cama una mañana cualquiera. Sus pies tocaron tierra firme con lentitud y su cuerpo, rebosante de poder temporal, vibraba y la tierra vibró con él. El joven alzó sus ojos dorados y corrió hacia la torre que tenía más cerca. Con la vista fija en las figuras femeninas, casi estuvo a punto de no ver a Tehr e Ydánia que, demacrados y cansados, lo contemplaban con ánimo y esperanza. Él les sonrió con confianza para darles ese ánimo que necesitaban de él y, alzando su mano, cerró sus dedos hasta formar un puño.
En ese momento, las Banshees dejaron de moverse. Las siete criaturas, rabiando y soltando espumarajos por la boca, buscaron al ser que las estaba reteniendo en contra de su voluntad. El tumulto y el caos que embriagaba a los guerreros activistas se esfumó y todos contemplaron a su salvador: una figura vestida totalmente de oscuro algodón con unas protecciones en el cuerpo hechas de un material que nunca antes habían visto: el bronce con aleación de escamas de dragón. Su mano libre, con la espada desnuda en ella, mantenía su punta apuntando contra el suelo y, de aquel modo, comenzó a avanzar hacia sus criaturas.
Las guardianas que él mismo había creado hacía eones.
- Es suficiente – dijo sin alzar demasiado la voz. Las cabezas de ellas se giraron haca el sonido de su voz y sus ojos ciegos se posaron en él. Era cierto que ellas no veían nada – tampoco les hacía falta para detectar presencias– ya que eran capaces de percibir el calor corporal, los latidos del corazón, el sonido de la sangre corriendo por venas y arterias, una suave respiración... el poder que albergaban los cuerpos sólidos y vivos.
Su poder del tiempo.
La confusión se instaló en sus rostros mientras sentían el creciente poder que fluía por su cuerpo mortal. Cómo podía tener aquel ser un poder tan semejante al de su amo y señor, se estarían preguntando. Pues, aunque en el pasado las utilizó para rescatar a Kanian, en ese momento todavía no habían recibido la llamada de Kerri con sus poderes y la propia esencia del cuerpo original de Cronos. Aunque ahora sus poderes eran muy similares, el cuerpo de Kerri seguía siendo el del mismo Cronos y, por lo tanto, había una esencia en él que Giadel no podía poseer.
- ¡Dejad lo que estáis haciendo, ahora! – ordenó con más vehemencia, con aquel tono de voz que mil veces había utilizado con ellas.
Las Banshees, al escucharlo, comenzaron a agachar sus testas y a llevarse las manos a la cabeza. Su confusión crecía por momentos. Estaban entrado en plena crisis conflictiva con las dos órdenes recibidas de sus diferentes "amos". ¿Quién era el verdadero Señor del Tiempo? ¿Quién era el ser divino que las había creado a partir de su esencia temporal para protegerlo de todo mal?
- Volved a la Nada – les continuó diciendo mientras se acercaba más a ellas que, sumidas en la desesperación, comenzaron a gruñir y a retorcerse en el aire.
Las Banshees gritaron agónicamente mientras él aumentaba su poder de sugestión en ellas e intentaba calmarlas con sus recién adquiridos poderes temporales. Dos de ellas alzaron la cabeza y, sin dolor en sus rostros, se acercaron a él para ponerse bajo sus órdenes. Aliviado, Gia sonrió y les acarició los rostros sudorosos y manchados de sangre activista. Miró hacia las demás esperando que hicieran lo propio, que se perdieran en sus órdenes y en su esencia temporal para que, al menos, Kerri perdiera su control sobre ellas.
Una vibración en el aire lo alertó y las dos Banshees que se habían pasado a su bando, se precipitaron ante él para protegerlo del inminente ataque. Las Banshees gritaron con dolor y, sumidas en una terrible agonía, cayeron a sus pies con las entrañas y las cabezas abiertas. Cronos, estupefacto, vio como Alecto y Megera volaban hacia las cinco Banshees que, aún confusas y llenas de desesperación, continuaban con las cabezas gachas y las manos en ellas para sujetársela.
- ¡No lo escuchéis! ¡Es un embustero! – dijeron las dos Erinias con un tono de voz cargado de odio y veneno. Las dos se volvieron a mirarlo - ¡Quiere devorarnos!
- ¡Eso no es cierto y los sabéis! – les gritó mientras se agachaba hacia las Banshees. Ya era demasiado tarde para hacer algo por ellas. Estaban muertas. Miró furiosamente a las Erinias.
- Sólo sabemos que tú mataste a nuestra hermana Tisífone – dijo Megera enseñándole los dientes.
- Nos vengaremos por ello, amo falso.
Chasqueando la lengua frustrado, Gia se puso en posición de combate justo cuando las dos Erinias fueron a por él con las garras por delante. Él, con agilidad, las esquivó e intentó usar sus poderes contra ellas. Un sudor frío recorrió su columna vertebral cuando fue incapaz de tomar sus hilos temporales. ¿Por qué? ¿Por qué no tenía influencias con ellas? Alecto, entre risas demenciales, lo golpeó en el hombro izquierdo y gracias a su armadura de bronce especial, no recibió daño alguno.
El poder de Zingora era increíblemente magnífico y tan grande que podía equipararse con el de los mismísimos Dioses.
- No eres nuestro Señor – siseó la Erinia enfurecida por no haberle ni magullado la hombrera -. Nada nos une a ti.
Cronos bloqueó a Megera con su espada y consiguió apartarla de la hoja con gran esfuerzo. Ahora todo cobraba sentido. Las dos Erinias habían ligado su hilo temporal – sus vidas – al poder del Tiempo de Kerri. Ellas ya no eran criaturas suyas: pertenecían a Kerri completamente.
- Nos traicionaste, Cronos – sisearon las dos a la vez muy cerca de sus oídos. ¿Cómo habían sido tan rápidas y sigilosas para que no las percibiera? -. Nos abandonaste a nuestra suerte, a nuestra desesperación y dejaste que otro ocupara tu lugar.
- Débil – remarcó Alecto -. Tanto que un mortal fue capaz de superarte.
- Nos dimos cuenta de todo cuando devoraste a nuestra querida Tisífone – lo iluminó Megara con cierta dulzura escalofriante en su voz melosa como un terrón de azúcar envenenado. Sus garras le acariciaron la nuca.
- Y él nos consoló. Kerri nos amó y nos dio cariño cuando más perdidas nos sentíamos – añadió Alecto con adoración y ensoñación.
- Matamos a su madre y nos perdonó. ¿No es eso amor por nosotras? Él confía en nuestro poder y nos quiere a su lado. No nos reprime como tú – enfatizó exageradamente el pronombre personal.
Herido y conmocionado desde lo más hondo por aquella revelación, Giadel empuñó su espada contra ellas y las Erinias esquivaron con gran agilidad sus tajos que se limitaron a cortar el aire. En sus movimientos podían leerse la frustración y la desazón que lo invadían.
De nuevo, Kerri le había robado algo preciado para él: sus criaturas. A pesar de lo malvadas que eran sus Erinias por haber nacido de su rabia y su odio más profundo, él las quería. Amaba a Tisífone a pesar de que hirió a su gemela y si la "devoró" fue por necesidad. Eran partes de él mismo ¿cómo no iba a quererlas? Pero ellas ya no sentían nada bueno por él: únicamente odio anidaba en sus putrefactos corazones tan negros como el tizón.
- Bien, así están las cosas- musitó antes de tomar una bocanada de aire -. No me dejáis otro remedio – les dijo con voz decidida y relajando su cuerpo -. ¡Os guste o no, volveréis a mí!
Las Erinias, disconformes con su amenaza, soltaron un profundo chillido lleno de rencor, traición y rabia antes de saltar a por él. Cronos, sin enfundar su espada, hizo aparecer en su mano derecha los hilos temporales de las cinco Banshees y las arrasó hacia él como si fueran simples marionetas. Usándolas como escudo, evitó la primera embestida de Alecto y Megera. Antes de que ninguna de ellas resultase herida, las mandó a la Nada con sus poderes y echó a correr.
- ¡Gia!
El mestizó miró a un lado y vio a Tehr correr hacia él con Ydánia al lado. El erudito, con sus dos sables centelleantes, rozaron el costado derecho de Megera y esta, refunfuñado se apartó de él mostrándole los dientes.
- ¿Qué hacéis aquí? ¡Marchaos! – les dijo el joven mientras se detenía en su carrera.
- No podemos hacerlo – dijo la científica.
- ¿Y qué pasa con los activistas que habían aquí?
- Ya se ha restablecido el orden. Los heridos han ido al campamento y los que no, se dirigen hacia la vanguardia para unirse a la infantería.
- Estás en apuros. ¿No conseguiste lo que fuiste a buscar? – le preguntó Tehr con curiosidad sin dejar de vigilar al enemigo.
- Sí y Kanian también. Pero estas dos se han unido por propia voluntad a Kerri. Ya no tengo poder sobre ellas.
El erudito e Ydánia fruncieron el ceño y la joven, con gran destreza, creó una barrera de oscuridad que evitó que las Erinias pudieran atacarlos.
- Con más razón debemos quedarnos entonces – aseguró Tehr -. Estas dos son muy peligrosas.
- Sí, recuerdo cuando me hirieron de camino a Mazeks – le aseguró Gia con una sonrisa socarrona -. Pero nosotros solos no podremos con ellas. Son muy poderosas.
Sin borrar la sonrisa de sus labios, Cronos se llevó dos dedos al rostro y metió los dedos en su boca. Silbó. Un potente y agudo silbido que se elevó hacia el cielo y más allá. En pocos segundos, el cielo pareció abrirse y un portal se dibujó. De él, una gran multitud de caballos negros como la muerte y las crines, las patas y los ojos en llamas; descendieron a gran velocidad hacia ellos. La imagen era escalofriante a la vez que peligrosa. El orgullo y la satisfacción invadieron el cuerpo de Cronos y, cuando su Pesadilla favorito llegó hasta él, se subió sobre su lomo sin ningún tipo de silla. Le acrició el cuello sin quemarse con sus llamas.
- Aquí viene la caballería – musitó y se lanzó a por las Erinias.
***
Nïan hizo una finta en el aire esquivando un gran surtido de llamas negras.
Los Señores del Dragón no iban con chiquitas.
Ya no.
No después de que matara a veinte de ellos sin despeinarse – metafóricamente hablando, claro -.
Kerri, con el ceño fruncido y más cabreado que un Trol sin su dosis de salamandras acuáticas, había ordenado abatirlo a como diera lugar. Su primo sabía que era demasiado peligroso y, estaba seguro de que también se había percatado del nuevo poder latente de su interior. No le había costado prácticamente nada arrasar su armada aérea. Los Zepelines no eran latas de latón: eran gigantescos armatostes de hierro verdaderamente resistentes y él los había atravesado y destruido como si nada.
Más preguntas rondarían por la inteligente mente del rey. Se preguntaría el motivo por el cual no había estado presente en la batalla desde el principio y por qué había llegado en aquel momento y desde un portal que destilaba a raudales un poder temporal que él también poseía y que manejaba con demasiada soltura para su propio bien.
Kanian sabía que, si quería enfrentarse a su mayor enemigo hasta la fecha, debía eliminar primero a aquellos molestos jinetes que lo avasallaban a llamaradas y que no eran precisamente pocos. Había alrededor de doscientos repartidos tras él, delante, atrás y sobre él. Aquellos lo avasallaban tanto como podían mientras Kerri, desde fuera, lo observaba todo. Tánatos, su dragón, lo miraba desafiante con sus ojos llenos de vida y de sed de sangre. Jugando en el aire, recordando sus días de carreras en el Salón de Juegos de Elamurk, Nïan pensaba divertirse.
Esa era otra de las facetas de los dragones. Les gustaba jugar con sus víctimas que se creían superiores y que atacaban en mayor número. Así, derrotarlos era mucho más gratificante. Y eso no era ser cruel o malvado: era simplemente el carácter de un dragón, un ser de otra raza y especie que tenía otras creencias, moral, ética y cultura. Disfrutando de poder volar con tantísima libertad sin tener que esconderse y poder así desplegar todos sus atributos y características en su forma de dragón, Nïan sonrió interiormente y se lanzó a por ellos.
Sus prensiles garras delanteras arrancaron de cuajo las alas de dos dragones mecánicos. Se colocó boca abajo con las alas plegadas en su espalda escamosa. El sol le arrancaba destellos azules. Perdiendo altura, se situó bajo otro enemigo y partió su dragón mecánico de un poderoso coletazo. Con el corazón martilleándole dentro del pecho y la adrenalina zumbando y recorriendo sus venas y arterias, dejó que su forma de dragón se diluyera y las escamas abandonaron su cuerpo mientras iba tomando forma humana. Las escamas, que se arremolinaban en su cuerpo, se incrustaron en su cuerpo masculino cual armadura e introdujo su mano dentro de su pecho. Una espléndida y finísima espada enfundada en una vaina exquisita, salió de su pecho y el joven se la colocó a la espalda. Posicionando su cuerpo de manera vertical, cayó sobre un Señor del Dragón y éste, antes de poder reaccionar, recibió una buena patada en la espalda que le partió la columna. Antes de que el jinete comenzase a gritar y a perder la sensibilidad en la parte baja de su cuerpo, Kanian saltó hacia un dragón cercano y desenfundó a Zingora.
A gran velocidad, la nueva hoja de su espada, silbó en el aire antes de cercenar su primera cabeza enemiga. Cuando la cabeza de aquel desgraciado todavía no se había separado totalmente de su cuerpo, Nïan fue hacia otro enemigo y siguió el mismo proceso. Así, de uno en uno, Kanian fue de dragón en dragón eliminándolos a todos.
- ¡No estéis tan juntos, mentecatos! – les gritó entonces Kerri viendo la figura de su primo moverse como un borrón azul -. ¡Separaos!
Kanian, volviendo el rostro hacia Kerri, dio un salto atrás cuando el Señor del Dragón iba a darle un puñetazo. Había desconectado uno de sus brazos para poder asirlo por algún miembro. Con una sonrisa irónica, Kanian le pisó la mano rompiéndole todos los huesos de la mano y después los del brazo hasta el codo. El guerrero gritó y Kanian saltó hacia arriba para caer sobre ese mismo dragón y le cortó tanto la cabeza como los tubos.
- ¡Majestad!
Kanian miró por encima de su hombro y vio que Zerch y sus guerreros iban a por él al igual que dos grandes leviatanes. Con una sonrisa animosa, enfundó su espada y aterrizó encima de Zorek, el antiguo dragón de Kerri y que, ahora, le pertenecía al hijo mayor de su mejor amigo.
- Bienvenido de nuevo, majestad – le dijo el chico mientras empuñaba una espada en la mano y volaba raudo hacia un Señor del Dragón para atravesarle el pecho.
- Gracias. Me alegra estar de vuelta. ¿Y eso? ¿Cómo es que no tienes tubos en los brazos? – le preguntó con curiosidad mientras miraba a los dos leviatanes. Bios le envió un saludo mental y las imágenes de su encuentro con Zerch y un informe de la batalla. El príncipe asintió y le dio las gracias por la información a la vez que le prometía que el sacrificio de dos de los suyos no sería en vano.
- Hemos hecho mejoras en ellos – le explicó Zerch mientras esquivaba una llamarada negra -. Ahora nos conectamos por los muslos.
Kanian hizo una mueca de dolor.
- Ya veo. ¿Quiénes son esos que luchan más abajo? Entre ellos están Sanguijuela y Anil.
- Son los hombres de Ámonef, el señor del Mercado negro. Son de los nuestros.
- Mmm – fue lo único que dijo.
Zerch hizo descender su dragón e hizo una pirueta antes de volver a ascender. Nïan, sin perder el equilibrio y más tieso que un palo, observó el campo de batalla en su entera totalidad.
- Me basto y me sobro para acabar con toda esta morralla – le dijo al comándate de los Jinetes mecánicos -. Tú y los tuyos id con ese hombre llamado Ámonef, acabad con ese escuadrón de Lednar y ayudad a tu padre y a los demás generales para acabar con la infantería de tierra. Si se rinden, no los matéis. ¿Queda claro?
- Entendido – asintió el chico muy seriamente.
Kanian miró al Leviatan.
- Nos quedaremos para ayudar a defender el campamento donde están trasladando a los heridos – dijo Bios.
- Gracias – asintió él y extendió sus poderes hacia Bios y el otro leviatán, Zoon. Las heridas de ambos sanaron -. Agradecidos, los dos Leviatanes retrocedieron llevándose a los Señores del Dragón que pudieron por delante. Nïan se quitó con soltura a Zingora de su espalda y la introdujo de nuevo al interior de su cuerpo. Saltando de Zorek, las escamas volvieron a salir de su cuerpo y, perdiéndose desechas contra el viento, Kanian recuperó su forma de dragón y rugió.
Zerch hizo una señal a sus guerreros y, escapando de los ataques de los enemigos, fueron a ayudar a los demás activistas que estaban teniendo sendas dificultades contra el veterano escuadrón de Lednar. Sin preocuparse más por ellos, Nïan volvió a concentrarse en aquello que tenía entre manos. Con sus alas poderosas y membranosas, ascendió por el cielo unos cuantos metros. Cuando llegó a una altura que consideró oportuna, abrió sus fauces de dientes afilados mientras su estómago y pecho ardían. De su boca, una portentosa llamarada se dirigió hacia los Señores del Dragón que lo habían seguido y, en un santiamén, estos ardieron como polillas ilusas y hechizadas por la brillante luz de una vela.
Atravesando las llamas, Kanian decidió que ya era hora de dejar de perder el tiempo. Kerri, al ver lo que tramaba, se precipitó hacia él para intentar detenerlo, pero él fue mucho más rápido. En posición completamente vertical, con sus alas extendidas, llamó a su tremendo poder; aquel que había crecido y madurado durante los dos años que permaneció en el pasado junto a Zingora. Como ya hiciera una vez en la batalla de Queresarda, Kanian prendió una mecha artificial en los contenedores de combustible de los dragones mecánicos.
Una repentina resistencia detuvo su ataque y eso le hizo sonreír en su fuero interno como el zorro que engaña a un conejo. Como el lobo que consigue burlar a un pastor con un truco viejo. Sin dejar de hacer presión, Kanian se dejó caer en picado hacia los enemigos. Desde aquella distancia fue capaz de escuchar el exabrupto de su primo ante su trampa. El querer hacer explotar a los dragones falsos era una treta: en realidad los iba a aniquilar de otro modo, pero aquella chispa mágica era su cortafuego para evitar que Kerri lo impidiera. Hiciera lo que hiciera su primo, no podría detener la destrucción de sus hombres.
Con las patas delanteras hacia delante de su gran cuerpo, Kanian cogió a un dragón y, ganando más y más velocidad y soltando un hechizo de gravedad aumentada, fue aplastando entre sí a los enemigos. Éstos, por el golpe y la fuerte presión, comenzaron a aplanarse y a quedarse tan estrechos que se asemejaban más a un amasijo de carne, huesos y metal que a un cuerpo entero. La presión creció y creció en la zona y, cuando Kerri tuvo que protegerse a sí mismo para evitar que la gravedad lo alcanzara, su otro hechizo se vio libre y los pocos Señores del Dragón que quedaban vivos, estallaron en pequeños pedazos.
El aire se llenó del aroma ponzoñoso del metal y de carne quemados al igual que el del dióxido de carbono. El humo negro y espeso cubría a Kanian y lo ocultaban de la vista de todos. Un viento fiero y antinatural hizo que aquella niebla se esfumara a los pocos segundos y, a pocos metros de él, con cara de pocos amigos, encontró a Kerri. Cuando sus miradas se clavaron en los ojos del otro, su primo esbozó una sonrisa realmente segura y cargada de sarcasmo que hizo que su rostro hermoso se tornase malicioso y amenazante.
- Bienvenido, primo. Parece ser que, al fin, has decidido abandonar tu ratonera. Esa en donde te escondías – le dijo con ironía.
- ¿Creías que iba a perderme la diversión? – le respondió -. ¿Qué ocurre? ¿Me echabas de menos?
- Sí – asintió -. Me moría de ganas de verte para destrozarte.
- Y yo para hacerte pedazos.
Y, sin decirse ni una palabra más, los dos se prepararon.
El combate final estaba a punto de comenzar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro